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Cultura SUPLEMENTO DE LA NUEVA ESPAÑA Jueves, 29 de noviembre de 2012 Bloc de notas Tinta fresca Vida y muerte de Joseph Anton La música coral En la barrera, la aventura de Gabi Martínez Las memorias, escritas en tercera persona, de Salman Rushdie se leen como la mejor novela de espionaje TINO PERTIERRA «La Gran Barrera de Arrecifes que se tiende por la costa de Australia es una suma de muy pequeños prodigios que, a la distancia adecuada, revela la sencilla unidad de un cuerpo». LUIS M. ALONSO Nadie lloró la muerte de Joseph Anton. Tampoco fue celebrada salvo por el actor que, para protegerse tras una identidad falsa, encarnó el personaje: Salman Rushdie (Bombay, 1947). La vida, en cambio, le sirvió al novelista de origen indio para escribir una estupenda novela, superior y mucho más entretenida, a mi juicio, que Los versos satánicos (1988), la obra que se encuentra en el origen de esta tragicomedia. Joseph Anton, así se llama la novela, empieza con una amenaza fatídica un día de San Valentín coincidiendo con el funeral de Bruce Chatwin y termina, no cuando Irán retira la fetua sobre el hombre que desencadenó la furia fundamentalista, sino en el momento en que los servicios de inteligencia británicos deciden liberarlo de las medidas de seguridad a que se vio sometido durante bastante más de una década. En 1989, el ayatolá Jomeini califica públicamente la cuarta novela de Rushdie de blasfemia contra el Islam y convoca al ángel exterminador. Uno de los traductores es asesinado, otro apuñalado, estallan bombas en dos establecimientos noruegos, y un hotel británico es atacado por un terrorista suicida. Medio centenar de fanáticos mueren en disturbios anti-Rushdie. Años después, tentado mil y una veces a hacerlo, la primera víctima de la amenaza se decide por fin a contar su odisea, igual de apasionante que la mejor historia de espionaje. Para ello no tiene inconveniente en mostrarse como un cobarde y un payaso, escondiéndose de un criador de ovejas detrás de un aparador de la cocina en una de las múltiples casas donde se ve obligado a refugiarse, en Gales, o encerrándose en el baño de otra vivienda, en el norte de Londres, para evitar ser visto por el fontanero o la limpiadora. Gana peso, fuma, bebe demasiado y se pelea con su sucesión de esposas, haciendo esfuerzos, por otro lado, para conservarlas de amigas. Las relaciones se prestan al chisme: se siente de menos ante una de ellas que en su ausencia pasea en sari mientras los poetas Joseph Brodsky y DerekWalcott alardean de que ellos, en una circunstancia así, nunca se hubieran escondido; y presume de una modelo jovencita cuando el rompecorazones Warren Beatty confiesa que estuvo a punto de desmayarse al verla. En medio se producen decenas de idas y venidas, escapadas furtivas para reencontrarse con la familia y los amigos, nuevos refugios, como, por ejemplo, la noche en que tras una cena con su amiga la escritora Isabel Fonseca, segunda esposa de Martin Amis, se ve forzado por razones de seguridad a pernoctar en el apartamento de ella y compartir la única cama, eso sí durmiendo, según Anton, lo más separados posible. Memorable es la velada con el matrimonio Blair y otros invitados en Chequers, en el noveno aniversario de la fetua y después de que un gobierno británico, por primera vez, mostrase un decidido apoyo al escritor amenazado. Rushdie, utilizando la tercera persona, cuenta las influencias, obsesiones y ambiciones de Anton, así como su ascenso en el mundo editorial. Desde su viaje de Bombay a Londres, hasta Nueva York, donde se instaló en 2000 cuando ya había empezado a aplacar la ira. Las 686 páginas del libro encierran más de una historia: por ellas discurren las relaciones íntimas de padres e hijos, los comienzos felices y los finales abruptos de los matrimonios, las amistades y las traiciones. La solidaridad y la incomprensión. Así como el sentido del deber y el orgullo de un agente de policía encargado de proteger a Anton, al que el autor identifica como Stan, y que ante la fetua, responde con mayor firmeza que el dubitativo gobierno de Thatcher : «No puede permitirse esto de amenazar a un ciudadano británico». Las memorias de Rushdie son un fresco a gran escala de los conflictos políticos y culturales de una época, que todavía no han dejado de reproducirse. El decreto de muerte, o fetua, sería visto por algunos como una madrugadora señal del choque que conduciría al 11-S y al presente polvorín, producto de la continua lucha entre la creencia religiosa en la palabra inmutable de Dios, por un lado, y la fe secular en el derecho incondicional de la libertad de expresión, por otro. No todos los intelectuales, sin embargo, se sitúan en defensa de esa libertad de expresión. Hay quienes se desentienden o reprochan a Rushdie/Anton Los versos satánicos. John Le Carré, Roald Dahl, o el historiador Hugh Trevor-Roper, entre otros. Son más, sin embargo, los que le arropan: el decidido editor de «Granta», Bill Bufford; los amigos «irreligiosos» Christopher Hitchens y Martin Amis, Ian McEwan, Harold Pinter y un larguísimo etcétera. En 1993, el mundo expresaba su apoyo a un escritor amenazado. Entre las voces surgían las de un centenar de intelectuales árabes y musulmanes. A propósito de ello, merece la pena traer a colación unas palabras del analista del «New York Times» Paul Berman: «¡Cómo han cambiado los tiempos! Los Rushdies de hoy son criticados, comparados desfavorablemente, en los mejores semanarios, con Tariq Ramadan, al que se elogia como puente entre culturas». Salman Rushdie, o mejor dicho Joseph Anton, autor de dos madrugadoras y notables novelas, Hijos de la medianoche (1980) (Booker de los Booker) y Vergüenza (1983), se puso a salvo de la amenaza escondiéndose, pero mostró un coraje digno de mérito al no dejar jamás de escribir pese al cautiverio de la irracionalidad. Joseph Anton SALMAN RUSHDIE Mondadori, 686 páginas, 24,90 euros Gabi Martínez huye de las etiquetas en su equipaje creativo. Le gusta viajar de un género a otro con el entusiasmo contagioso de un niño que se prohíbe el aburrimiento. Con la tenaz valentía de un eterno aprendiz que se pone a prueba con cada nuevo proyecto para ensanchar lo más posible su (re)conocimiento del mundo. La aventura de explorar territorios donde la mirada no encuentre ataduras. Donde el horizonte sea un aliado, no un enemigo. Ahora vuelve a romper moldes con un trabajo que fascina por sus formas y su fondo: En la barrera. De acuerdo, podemos llamarlo un libro de viajes, pero por esa regla de tres podríamos decir que la torre de Pisa es un edificio torcido y quedarnos tan anchos. Y es mucho más. Martínez sale de viaje y se va a la costa del estado australiano de Queensland, bañada por el Pacífico. Una zona del planeta tan bella e imprevisible que se diría construida en sueños. A lo largo de más de dos mil kilómetros se despliega la Gran Barrera de Coral. Es algo que hay que verlo para creerlo. O leerlo en la prosa de Martínez: evocadora, precisa, envolvente. Musical en algunos momentos. Hay tres mil arrecifes allí, una inmensa obra de arte que la naturaleza ha ido construyendo con infinita paciencia para asombro y admiración del ser humano. Allí se pueden encontrar medusas Casiopea, caracoles, pulpos, arañas, serpientes y mamíferos con venenos letales. Tan letales como la mano del hombre, que pone en peligro a los corales con su insensata complicidad en la subida de la temperatura de los océanos. El autor no se queda en una descripción hermosa y sugerente del paisaje, el paisanaje le atrae tanto o más. Las páginas se convierten en un laberinto de voces que van desgranando sus pensamientos y emociones con armoniosa cadencia. Desde los aborígenes hasta los teólogos pasando por submarinistas, naturalistas, granjeros y empresarias. Incluso jugadores de póquer. Incluso Darwin. Gente de aquí. Gente de allá. De ahora, de entonces. Una obra coral sobre corales que se desarrolla sin prisas y con muchas causas que defender, pero sin elevar la voz o abrumar con mensajes embotellados. Martínez, arropado por elocuentes fotografías en blanco y negro que serpentean por las páginas como activas pasajeras, se deja llevar por su curiosidad inagotable para conocer un entorno con el que quiere fundirse, y si en un momento dado una canción ayuda a transmitir una idea o una emoción bienvenida sea. Porque En la barrera es una inmensa canción, como esa que un hombre de mar lanza al arrecife. «La felicidad que reporta Naturaleza quizá tenga que ver con la que animaba al Gran Jan al escuchar a Marco Polo, cuando el viajero no colmaba de palabras sus relatos, dejando enormes vacíos que el emperador llenaba a su manera. Hay un mundo hecho de silencios y canciones. El caboYork es un buen lugar para intuir algo de esa música». Escuchemos. En la barrera GABI MARTÍNEZ Altaïr