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EL NARCISISMO EN EL PSICOANÁLISIS HOY1 Hugo Lerner Presentación del tema Explorar el concepto de narcisismo posibilita generar espacios de reflexión acerca de los intereses y problemáticas, tanto teóricos como clínicos, que la práctica instala en la actualidad. Dentro de estas problemáticas, las patologías hoy más frecuentes—los cuadros depresivos, las organizaciones fronterizas, así como las problemáticas actuales que cuesta ubicar en una nosografía, como la clínica del vacío, los adolescentes ni-ni (ni trabajan-ni estudian), solo para citar algunos ejemplos— son todas ellas ramas principales de este gran árbol que son los trastornos narcisistas. Discurrir sobre el narcisismo nos zambulle, además, en la imperativa cuestión de señalar sus aspectos normales, no patológicos. Me refiero al narcisismo normal, el trófico, el que genera estructuras y mantiene vitales determinadas características centrales para la subjetividad, como el ideal del yo y la autoestima, entre otros. Mi pretensión, cuando abordo lo que se considera narcisismo patológico, es generar debates y aperturas sobre lo que nos convoca cada vez más en nuestra práctica actual: las depresiones, el dolor humano, la subjetividad contemporánea convulsionada, los sufrimientos, etc. Cuando tejo con los hilos de lo que se llama narcisismo normal, en cambio, apunto a forjar un camino que ubique a este concepto en una posición central para comprender la producción de subjetividad y que lo aparte del prejuicio con el que se lo ha concebido durante mucho tiempo. Frases como “Fulano es narcisista” no dicen ni agregan nada sobre la descripción de un sujeto. Todos tenemos, valga la obviedad, narcisismo. Hemos sido narcisizados de una manera más o menos trófica o patologizante o deficitaria. Por lo tanto, el verdadero tema es cómo ha sido el proceso de narcisización de un sujeto y si ha dejado en él estructuras o vacíos. Si leemos con atención el trabajo fundacional acerca de este concepto, “Introducción del narcisismo”, Freud (1914) señalaba en dicho trabajo que si bien había partido de elementos de la patología, como son Schreber y Leonardo da Vinci, no podía dejar de puntualizar la dinámica que dicha noción y su evolución tenía para comprender los componentes del psiquismo “normal”, como los ideales y la autoestima. En esta misma línea, que se propone diferenciar entre narcisismo patológico y normal, se ubica el libro de Green (1986) Narcisismo de vida y narcisismo de muerte. También Luis Hornstein (2000) ha hecho importantes aportes en su libro Narcisismo para distinguir estos conceptos. 1 Este texto es una versión modificada del artículo “El narcisismo en el psicoanálisis contemporáneo” publicado en Actualidad Psicológica. (Julio 2015) Hugo Lerner 1/10 [email protected] Elizabeth Roudinesco planteó que hay que dejar de conmemorar las glorias pasadas. En el caso de Freud, hay que concebirlo “vivo” y actual, en lugar de repetir dogmáticamente, al pie de la letra, al Freud de las glorias pasadas. Una relectura del creador del psicoanálisis muestra que sigue siendo central e inmensamente actual en muchos de sus conceptos. No hay duda de que se debe abordar necesariamente el estudio de algunos de esos conceptos, como los del yo y el narcisismo, antes de desplegar las ideas que partieron de esas semillas. Hay que retrabajar a Freud, cuestionarlo y —como también planteó Roudinesco— serle infiel, en el sentido de no quedar tenazmente adheridos a la letra sin comprender a veces qué es lo que dijo. Roudinesco (2000) propuso el pensamiento de la insumisión: no debemos someternos a todos los que nos han dejado un legado importante, sino discutirlos, ya que esa discusión hará que sus conceptos sean “nuestros” en lugar de meras repeticiones. Qué es un psicoanálisis contemporáneo ¿Qué significa un psicoanálisis contemporáneo? Más allá de que es un concepto muy abarcativo, podemos afirmar, para empezar, que el psicoanálisis contemporáneo debe ser en principio indagador, contestatario, cuestionador e irreverente. Palabras que tal vez resulten un poco fuertes, pero precisamente, las uso adrede, porque Freud fue en su momento un contemporáneo, ¡y vaya si fue irreverente, provocador y contestatario frente a lo que era el contexto de su época! La propuesta contemporánea no puede ser otra que la que contenga y tome en cuenta el contexto sociohistórico donde se desarrolla el saber. Históricamente —y esto importa cuando el pensamiento contemporáneo está ausente— el psicoanálisis estuvo muchas veces fijado, detenido, congelado, con señales de atemporalidad y de inespacialidad que teñían su teoría y su práctica. Nada cambiaba, tanto la teoría como la clínica eran atemporales y al parecer indiferentes al lugar y a la época en que se desarrollaba y se lo ejercía. Para muchos, no cabe la menor duda de que el psicoanálisis es una herramienta muy fuerte que se ha instalado con potencia en la cultura. El problema es que numerosos psicoanalistas han querido defender lo que algunos llaman la pureza del psicoanálisis. El inconveniente es que con frecuencia se transformaron en practicantes casi religiosos, talmúdicos. Y esta tendencia es a veces seductora, porque nos deja tranquilos con un modo único de pensamiento —como sucede con cualquier doctrina basada en la fe que elimina las interrogaciones—. La única manera de contrarrestar este indudable peligro reside en aceptar el diálogo con diferentes modelos y no encerrarse en una sola parroquia. Debemos debatir con las diferentes teorías psicoterapéuticas, así como con la psiquiatría, la antropología, la sociología, la política, etc. Innegablemente, el psicoanálisis privilegia la singularidad del sujeto, y esta posición ha generado una polémica acerca de hasta qué punto puede ser adecuado o no para generar un modelo más amplio de la salud mental. Yo creo que ofrece múltiples aproximaciones, y a los que practicamos el psicoanálisis esto nos aparta del lugar, a Hugo Lerner 2/10 [email protected] veces incómodo y perturbador, de sentirnos abroquelados en el consultorio creyendo que lo que hacemos es escaso y exiguo, porque no podemos atender nada más que a un paciente por hora analítica. Hay una frase que siempre me ha gustado y que se cita con frecuencia: Salvar a una persona es salvar al mundo. La menciono en el sentido de que el psicoanálisis puede permitir pasar de lo singular a lo general. Si comprendemos netamente la metáfora, cabe deducir que a partir de cierto “movimiento psicoanalítico” —que no es una idea megalomaníaca— podemos posicionarnos como agentes de la salud y transmitir un psicoanálisis abierto, capaz de ayudar a gran cantidad de gente en la medida de nuestras posibilidades y de las posibilidades de otros agentes de la salud beneficiados por los hallazgos psicoanalíticos. Los psicoanalistas no debemos creernos portadores de la verdad única que todo lo explica, a riesgo de convertir nuestra disciplina en un dogma que lleve al encierro, con una dinámica y una estructuración semejantes a las de las prácticas religiosas, con rituales y guiños propios. Es justamente lo que ocurre en muchas instituciones psicoanalíticas. Recuerdo una anécdota que contaba Pichon Rivière: señalaba que cuando iba a una reunión social en la que había personas que se analizaban, observando a los concurrentes podía vislumbrar con quién se estaba analizando cada uno. Obviamente, en esto estaban en juego las identificaciones, pero también la repetición de señales y consignas que indicaban la pertenencia al microgrupo. Quisiera vincular mi planteo con la libertad creativa en el pensar psicoanalítico y postular que debemos alejarnos de toda tentación de establecer pautas “religiosas” rígidas, sagradas y ritualizadas. Como dice Steiner (1974), ser “nostalgiosos del Absoluto” nos llevará a encerrarnos en nuestra disciplina y a una repetición esterilizante. Una persona dogmática no interroga nada porque le genera temor. Creo que, por el contrario, un psicoanalista nunca debe tener temor a preguntar. No debe obturar rápidamente en la clínica lo que el paciente dice con un “interpretazo” (como me gusta llamarlo) derivado de una teoría a la cual adscribe con idolatría. Si uno es dogmático, cae fácilmente en “interpretazos”, mientras que si no lo es, podrá obrar con paciencia y tolerancia frente a la expectación, sin estacionarse en lo ya “sabido y no pensado” (Bollas, 1987). Hay entre los psicoanalistas una diferencia que para mí resulta central: una enorme mayoría de los colegas continúa con enfoques, teorías, especulaciones como si nada hubiese cambiado en cien años; por otro lado, felizmente, muchos otros circulan, luchan, se interrogan. Estos últimos han ido instalando en sus agendas, o intentan hacerlo, un ensanchamiento del campo de aplicación del psicoanálisis, con la esperanza de que esas intentonas no estén condenadas a la derrota. No pocos de los máximos teóricos del psicoanálisis se han agrupado en una suerte de unión en defensa de los intereses comunes para dar respuesta a las problemáticas que la práctica nos plantea. Breve repaso de las ideas fundantes de Freud Estoy convencido de que todo aquel que se interese por el campo del psicoanálisis debe realizar, mínimamente, una lectura adecuada de los fundamentos de la teoría freudiana. No afirmo que ahí está todo dicho ni hago mío un radicalismo según el cual el psicoanálisis terminó en 1939. No Hugo Lerner 3/10 [email protected] estoy sugiriendo ser fundamentalista, pero sí profundizar los fundamentos. Y dentro de estos y para entender la clínica contemporánea, privilegio la importancia de adquirir un conocimiento que genere un “espacio de pensamiento” lo más vasto posible sobre las nociones freudianas de narcisismo, yo, duelo, etc. En la obra de Freud, ubicamos por primera vez el término “narcisismo” en “Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci”, de 1910, como parte de un intento de explicar la homosexualidad. En sus “Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia paranoides)”, Freud (1911) describe el narcisismo como una etapa intermedia entre el autoerotismo y el amor objetal. Ya en Tótem y tabú (1912) se pronuncia acerca de las tendencias narcisistas en la “omnipotencia del pensamiento” de los pueblos primitivos. Pero fue en “Introducción del narcisismo” (1914) donde desplegó este concepto en toda su profundidad. Introducir el concepto de “narcisismo” implicó reintroducir el yo en la teoría psicoanalítica. Anteriormente cuando Freud hablaba de yo lo hacía tomándolo como sinónimo de sujeto. A partir de este escrito nace el yo como una instancia psíquica que es consecuencia de las identificaciones. Simultáneamente, esta noción genera una ruptura con el dualismo entre las pulsiones sexuales y las de autoconservación. Al plantear que existe una investidura sexual en el yo, la libido sexual y la libido del yo son reagrupadas como “pulsiones de vida”. Deberemos aguardar a 1920 para que, en Más allá del principio de placer, emerja un nuevo dualismo: pulsiones de vida (Eros) y pulsiones de muerte. Freud funda con el narcisismo una nueva metapsicología, una categorización más ajustada del punto de vista económico, que lo llevará a la creación de una nueva tópica (yo, ello y superyó), la que se plasmará con fuerza en El yo y el ello (1923) y en su nueva teoría de las pulsiones. Por lo tanto, se convulsiona toda la estructura teórica mantenida hasta ese momento. Desde la clínica se revela el delirio en la psicosis, la perversión, la introversión en los sueños y en el dormir, la reacción ante el dolor, la hipocondría, que ya no es la erotización de la piel y los órganos externos del cuerpo, sino también la de los órganos internos. Freud abarca con el término narcisismo tres manifestaciones: a) un tipo de elección objetal; b) un modo de relación objetal; y c) la autoestima. Empleará dicho concepto en cuatro escenarios distintos: 1) una perversión sexual; 2) un estadio del desarrollo sexual libidinal normal; 3) una característica de la esquizofrenia, en la cual la libido se replegaría del mundo externo y recaería sobre el sujeto; y 4) un tipo de elección del objeto amoroso en la cual este representa aquello que el sujeto es o desearía ser. El estudio del narcisismo lo lleva a reconocer la existencia de una fase de la evolución psicosexual intermedia entre el autoerotismo y el amor por el objeto. Freud distingue luego dos tipos diferentes de narcisismo. Uno es el narcisismo primario, estado que no se puede observar de forma directa, y cuya hipótesis se plantea por un razonamiento deductivo. Representa el momento de completud absoluta que el niño experimenta en el seno materno. Este estadio sería previo al yo. Es el período en el cual, a partir del desvalimiento originario con el que nacen los seres humanos, se constituyen los factores estructurantes del proceso primario: narcisismo primario, autoerotismo, odio primario, angustia primaria y funcionamiento del principio de placer-displacer.2 2 La noción de que existe un narcisismo primario previo a la constitución del yo ha sido rechazada por muchos autores. Hugo Lerner 4/10 [email protected] Para que se implante el narcisismo secundario, que se relaciona con la investidura del yo, es necesario que se produzca un movimiento de repliegue de las investiduras objetales. A este pasaje del autoerotismo al narcisismo Freud lo denomina “un nuevo acto psíquico”. Tenemos, pues, un narcisismo que encierra al sujeto en el desvalimiento primario y un narcisismo necesario ligado a la autoestima, al ideal del yo. En El yo y el ello Freud plantea –ya lo había hecho antes- la existencia de un ideal del yo. El niño sale del narcisismo primario (del yo ideal propio de la omnipotencia narcisista infantil) cuando coteja su yo con un ideal que proviene del exterior y que desde allí le es impuesto. Se desprende de esto que el niño va quedando sometido a las exigencias del mundo familiar y social que lo rodea (tema que retomarán con fuerza Aulagnier y Castoriadis). Su madre le habla, pero el niño percibe que también se orienta a otros objetos. Advierte que ella tiene deseos que no lo toman en cuenta y que él no es todo para ella; esta es la herida infligida al narcisismo primario del niño. A partir de aquí el objetivo será hacerse amar por el otro, complacerlo para recobrar su amor, pero esto sólo se tramita satisfaciendo las exigencias del ideal del yo. En Freud este concepto designa las representaciones de los contextos culturales y sociales cuya agencia mediadora es la familia. Para Freud, el desarrollo del yo —el cual es ante todo, recordémoslo, un yo corporal— radica en apartarse del narcisismo primario. Mientras que con el narcisismo primario el otro era uno mismo, ahora uno solamente se puede experimentar a través del otro. Estamos en el terreno de la especularidad, al que tanta importancia le ha adjudicado Winnicott (1971). Algunas consideraciones En las investiduras narcisistas se proyecta sobre el objeto una imagen de uno mismo, de lo que se ha sido, de lo que se quería ser o de lo que fueron las figuras idealizadas. Se niega tanto el vínculo como su alteridad para defender la vulnerable representación del yo. El alboroto narcisista se presenta como un riesgo de fragmentación, de la pérdida de vitalidad, de la disminución del valor del yo y de la posibilidad de un funcionamiento inarmónico, desvitalizado. Aquí hallamos problemas en la organización de la autoestima, la hipocondría, los trastornos del sueño, la ausencia de proyectos, la crisis de ideales, que pueden desembocar en patologías más graves. No obstante, no se debe creer que en todos estos síntomas y cuadros clínicos existe una unificación clínica en el narcisismo, y mucho menos una elucidación conceptual única para cuadros disímiles tanto desde el punto de vista descriptivo como de su constitución metapsicológica. En nuestra cultura actual se han generado nuevas formas de producción de subjetividad. El narcisismo también adquiere rasgos de la época. Son muchos los que describen un sujeto que transita un nuevo tiempo histórico, sin encadenamientos con el pasado, como si la historia, la ideología y el sujeto no ocupasen un espacio. Aparece sin miramientos a la singularidad de las subjetividades y a veces también sin relación con las diferencias de clase, de generación y de género. Hugo Lerner 5/10 [email protected] La cultura contemporánea brinda modelos de cómo se debe ser, de cómo pensar, cómo conducirse y cómo desear. Es indispensable debatir estos discursos. Debemos también considerar que cuando un sujeto está expuesto a situaciones traumáticas no tramitables, habrá resultados destructivos, salvo que, mediante elaboraciones individuales y colectivas, esas situaciones consigan ser simbolizadas. Una persona es una subjetividad encarnada y socializada. Un compuesto de ideologías y prácticas empapa al niño desde el nacimiento. Lo histórico-social no es una simple fuerza exterior, sino una base productiva que constituye a los sujetos (Hornstein, 2013). Lo que conserva unida a una sociedad son sus ideologías y prácticas sociales, que incluyen reglas, valores, enunciados, instrumentos, formas y técnicas para enfrentar las cosas y para crearlas. Lo social convierte la materia prima humana en sujeto social (Castoriadis, 1998). El sujeto que sobreviene da un sentido a su pasado y a su porvenir escogiendo un proyecto identificatorio y una interpretación de su historia reelaborada sin finalizar. Está abierto a su historia, no solamente la del pasado sino también la actual. El sujeto está instalado entre la repetición y la creación (Hornstein, 2008). Sin anticipación del futuro, no hay proyecto. En todo esto entra en juego cómo ha sido narcisizado un sujeto y cómo se ha construido su ideal del yo. Estamos en el territorio de los ideales, por consiguiente dentro del campo del narcisismo. Las patologías narcisistas ¿Qué son las patologías narcisistas? ¿Han cambiado? ¿Hay cuadros clínicos nuevos? Un tema disparador: frecuentemente se habla de fallas tempranas en la estructuración psíquica, concepto que, según se postula, sería la causa presente en diferentes cuadros clínicos (especialmente en los de la patología narcisista). De inmediato se tiende a sospechar que si algo ha fallado, si se ha generado una falta, es porque algo no se ha constituido. En general, la falla en la estructuración se refiere al yo, reflexión ineludible si se piensa en los quiebres de la narcisización temprana. Cuando se piensa que algo no se ha constituido y se ha producido una falta, no se debe pensar solamente en la castración; corresponde especular con la posibilidad de un trastorno en la narcisización temprana, en la forma en que ha sido investido el bebé en los comienzos de su desarrollo. Esta temática se aprecia claramente cuando se recorre la obra de Winnicott, Piera Aulagnier, Green, Kohut, etc. Por lo tanto, si hubo falta, si hubo perturbaciones en la estructuración psíquica, tendremos que suponer que hubo disociación y no solo represión; de ahí que, Hugo Lerner 6/10 [email protected] obviamente, sea un error imaginar que podremos reparar estas problemáticas buceando solo en el inconsciente. Se que este es un tema controvertido y complejo. Muchos piensan que el psicoanálisis solo se ocupa de descomponer y traer a la conciencia lo reprimido, de recordar y reelaborar. Cuando nos enfrentamos con las patologías narcisistas, se impone recurrir a conceptos como creación o edición de algo nuevo —lo que no ha sido editado y representado—, y entonces corresponde pensar que el psiquismo no funciona solamente por pura repetición. Las situaciones deficitarias remiten a escenarios de trastornos tempranos en la narcisización y, por ende, en la construcción yoica (ya que cuando hablamos de yo hablamos de narcisismo y viceversa). Si no existe un yo bien constituido, debe suponerse que ese sujeto no se ha narcisizado bien, que algo no se ha podido instalar en él o no ha podido ser representado. Cuando Green (1990) plantea que en las patologías graves el analista debe “prestar su pensamiento”, se refiere a que ante la ausencia de representación y de simbolización, el analista deberá poner lo que “falta” —podrá ser la palabra o, como postuló Winnicott, la actitud—. Green sostiene que en los pacientes fronterizos las representaciones inconscientes no se encuentran unidas entre si, sino como conjuntos de representaciones, como un “archipiélago” sin puentes que unan los islotes. Aquí es donde “prestar el pensamiento” quizá signifique construir puentes entre esas islas. La palabra, la actitud del analista permitirán que se liguen esas representaciones aisladas. En ese vínculo nuevo que se ha dado con el analista hay una construcción, surge algo del orden de la creación que posibilita editar y representar algo que no fue editado o representado en ningún momento del desarrollo temprano. Como ya dije, frecuentemente la falla se relaciona con la ausencia o déficit en la narcisización, cuyo resultado será un yo con diferentes alteraciones, hasta llegar en algunos cuadros a la fragmentación. En resumen: aunque resulte obvio, las patologías narcisistas tienen que ver con las problemáticas que hacen al yo. La nosografía sobre el narcisismo debe partir de las relaciones que mantiene el yo con el sentimiento de sí. El más claro intento de realizar una nosografía del narcisismo es el llevado a cabo por Hornstein (2000) a partir de las relaciones del yo con el sentimiento de sí. Este autor postula cuatro escenarios: 1. Afectación del sentimiento de sí, como la vemos en los llamados casos fronterizos, en la paranoia y en la esquizofrenia. 2. Afectación del sentimiento de estima de sí, que se muestra deficitario en la depresión y la melancolía. 3. Falta de discriminación yo-no yo y del objeto histórico y el actual, tal como puede observarse en las relaciones narcisistas. 4. Desinvestimiento narcisista, que sería el causante de la clínica del vacío. El primero de estos escenarios tiene que ver con la disolución y fragmentación del yo, como se ve patentemente en la esquizofrenia; en la paranoia, donde si bien encontramos un yo que se afianza, lo hace imaginando un perseguidor y con angustia de Hugo Lerner 7/10 [email protected] fragmentación; y, por último, en las organizaciones fronterizas, donde hay un yo poroso, con límites difusos. En estas tres patologías, la complicación reside en la consistencia del yo. La problemática no pasa por tener o no tener (como en los casos de angustia de castración) sino por ser o no ser (angustia de fragmentación). En la segunda situación, la de las depresiones, lo central ya no es la consistencia del yo sino que lo que está convulsionado es el valor del yo, el modo en que ese sujeto se mira a sí mismo. Aquí vale agregar que Freud concluyó que ese sentimiento de autoestima es un compuesto, ya que proviene tanto de una historia infantil de narcisización como del presente, de los logros y los vínculos vigentes. La tercera situación, que Freud describió como el tipo de elección narcisista, se refiere a algo ligado al pasado, a “lo que yo fui”. Son las elecciones del objeto relacionadas con un duelo no elaborado y que se reavivan en las relaciones narcisistas. Por último, el cuarto escenario se vincula con la persona que fue parte de uno. ¿Qué le sucede a un sujeto cuando, ante la pérdida del objeto, pierde además el valor del yo? Se puede inferir que ese objeto no era solo una forma transaccional de realizar el deseo, sino que desempeñaba una función narcisista en cuanto columna de la autoestima de ese sujeto. Al perder al objeto, se produce una fisura en el interior del sujeto, en el superyó y en el yo. Queda una sensación de vacío. De más está aclarar que esta es una síntesis y que en muchos casos clínicos se da una combinación de las características descriptas. A modo de conclusión Cuando reflexionamos acerca del narcisismo, no pensamos exclusivamente en personas que necesitan a los objetos, a los otros, para ser y para seguir siendo. Todos precisamos de la realidad actual y de los otros significativos para ser. En algún escrito anterior (Lerner, 2011) hablé, aunque parezca contradictorio, del “narcisismo intersubjetivo” para referirme a la necesidad que siempre tenemos del otro a fin de que nuestro narcisismo se encuentre más o menos en equilibrio. La cuestión es cuánto hay en cada uno de la mirada de los otros (o de muchos otros actuales) y cuánto de las miradas históricas constituyentes de la subjetividad y que han sostenido y sostienen la identidad actual del individuo, aunque esas miradas ya hayan disminuido en importancia o estén ausentes. En la estructuración del narcisismo, en su constitución, necesitamos al otro; o sea que el narcisismo de cada uno se construye en intersubjetividad, en relaciones vinculares. A modo de ejemplo: si en algunas situaciones, esas miradas que han narcisizado fuertemente al yo, que lo invisten vigorosamente, se retiran y se pierden, el superyó no “querrá” mucho a ese yo que ya tiene poca valía y que seguramente se habrá alejado del Hugo Lerner 8/10 [email protected] ideal del yo que tuvo toda la vida. A partir de esto podemos entender que disminuya la autoestima. Para reflexionar sobre el narcisismo hay que apartarse a menudo del modelo de la repetición como única explicación y tomar en cuenta cómo se inviste la actualidad y cómo el futuro. Si en un proceso psicoanalítico solo se examina el pasado y se habla únicamente de lo que se repite sin considerar la situación actual y el futuro, no habrá posibilidad de cura. El investimiento narcisista de la actualidad y del futuro es indispensable; la transferencia surgida en el presente del tratamiento es sin duda un elemento central en la terapia, aunque no el único. Que se establezca un vínculo transferencial y que se invista una situación nueva —el vínculo con el analista— puede permitir o no que se tramiten la viscosidad y el pegoteo de las situaciones de narcisización temprana que fueron mal elaboradas. Al sujeto le cuesta desprenderse de los objetos pasados y presentes que lo tienen atrapado. En última instancia, la terapia analítica es una posibilidad narcisizante entre otras que da la vida. Hay otras: las relaciones de pareja, las amistades, las situaciones contextuales o sociales también pueden dar resultados narcisizantes. El psicoanálisis no es lo único que permite elaborar los cuadros en los que el narcisismo se encuentra convulsionado. Me refiero a todas aquellas otra situaciones en las cuales interviene la intersubjetividad, el vínculo productor de subjetividad y de transformación. BIBLIOGRAFÍA Aulagnier, P. (1977): La violencia de la interpretación, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1988. ______ (1991): “Nacimiento de un cuerpo, origen de una historia”, en Hornstein, L. (comp.), Cuerpo, Historia, Interpretación, Paidós, Buenos Aires. Bollas, C. (1987): The shadow of the object: Psychoanalysis of the unthought known, Free Association Books. Castoriadis, C. (1986): El psicoanálisis, proyecto y elucidación, Nueva Visión, Buenos Aires, 1998. ________ (1998): Hecho y por hacer. Pensar la imaginación, Eudeba, Buenos Aires. Freud, S. (1914): “Introducción del narcisismo”, Obras completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1979, vol. XIV. ________ (1917) [1915]: “Duelo y melancolía”, Obras completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1979, vol. 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Médico Psiquiatra y Psicoanalista. Vicepresidente de la Fundación de Estudios Psicoanalíticos (FUNDEP). Miembro Titular de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (APDEBA). Miembro Pleno de la Asociación Psicoanalítica Internacional. Autor y Compilador de los libros: “Psicoanálisis, cambios y permanencias” (2003, Libros del Zorzal). Co-autor de “Adolescencias: Trayectorias Turbulentas” (2006, Ed. Paidós) “Organizaciones FronterizasFronteras del Psicoanálisis” (2007, Ed. Lugar). “Los Sufrimientos. 10 Psicoanalístas-10 Enfoques” (2013, Ed. Psicolibro) Co-autor de “Adolescencias Contemporáneas. Un desafío para el psicoanálisis.” (2015, Ed. Psicolibro) Email: [email protected] Hugo Lerner 10/10 [email protected]