MOREIRA A TRAVÉS DE TARRUELA QUE ESPERA A GATICA. En
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MOREIRA A TRAVÉS DE TARRUELA QUE ESPERA A GATICA. En
MOREIRA A TRAVÉS DE TARRUELA QUE ESPERA A GATICA. Dedicado a Andrés Gauna, faviano consumado, por un acto de generosidad inusual, y que solo otro faviano valora en su magnitud, que escapa a lo material. Gauna, como Favio, lamentablemente, son seres en extinción. -“Con este sol...” En mayo del 93, en el número 15 de “El amante”, Rodrigo Tarruella publicó una nota memorable, una página lúcida y breve que es una de las mejores de su vida y, a no dudarlo, una de las más grandes de la crítica argentina de los últimos 20 años. Y además, es una de las razones que justifica la existencia de la revista. La nota en cuestión se llamó “Esperando al mono (desde Moreira)”. Expresaba la ansiedad por el estreno inminente de “Gatica, el mono”; para calmarla, Tarruela optaba por rememorar a “Juan Moreira”, a festejar el recuerdo de ese film capital, regalándolos unos pasajes reveladores, insuperables en concisión y claridad, sobre el cine de Leonardo Favio. Para encarar hoy, en 2007, un análisis de esta obra fundamental del cine argentino, y de paso rendir homenaje al crítico y maestro, pediremos a Tarruela que nos sirva de guía. Empieza diciendo: “Se acerca el King Kong peronista... Cada personaje del establishment vaciará sus estupideces habituales y lugares comunes. Mientras tanto, la obra de Favio sigue escribiéndose, inscribiéndose y resistiendo en la zigzagueante memoria de los argentinos, un pueblo atacado por el temible virus de la amnesia.” Tarruella comienza su nota con los tapones de punta. Advierte (anticipa o vaticina) sobre la infertilidad de los comentarios que se harán sobre el film, señala la incapacidad constitutiva de la crítica en general para aproximarse a la obra de Favio. El cine del director mendocino es el resistir de la memoria en un país que se rehúsa a hacerlo; entre la estolidez del comentario vacío y la desmemoria, se teje el entramado de una obra que expresa, como ninguna otra, el imaginario popular argentino. “Favio trabaja con sueños, mitos y leyendas... Los hechos históricos son utilizados, conformados y transpasados por la subjetividad, los intereses del director-autor. Moreira, como el dependiente, es/son la apoteosis de la puesta en escena, una escritura, una manera de ver el mundo”. Para ser exactos, digamos que el cine de Favio describe dos tipos de personajes: los desclasados y los héroes populares. Los primeros son los que no pertenecen al sistema, para ellos está vedado el paraíso capitalista. Polín va de reformatorio en reformatorio (“Crónica de un niño solo”), Aniceto vende por monedas su preciado gallo de riña (“El romance del Aniceto y la Francisca”), Fernández como un buitre anhela la muerte de don Vila para “salvarse” con su ferretería (“El dependiente”), los aspirantes a artistas se hunden en la delincuencia (“Soñar, soñar”). Los lúmpenes de Favio tienen un destino prefijado, por su propia condición están condenados de antemano. Polín termina “cazado” por un policía, se pierde en la noche por un paredón que no augura nada bueno, mientras nos pide ayuda con su mirada en el inolvidable plano de cierre del film (diferencia sustancial con “Los cuatrocientos golpes” de Truffaut, con la cual siempre se la compara, donde el niño Antoine Doinel llegaba al mar y miraba a cámara, “liberado”). Aniceto es asesinado por querer salvar a su preciado Cenizo de la angurria del italiano. Fernández se suicida y asesina a la señorita Plasini cuando comprende que su vida ha pasado de una dependencia a otra. Los soñadores interpretados por Pagliaro y Monzón se convierten, finalmente, en artistas exitosos entre los muros de la prisión. Los héroes favianos no la pasan nada bien. Juan Moreira es condenado ala ilegalidad por su sentido ético y su sed de justicia, Nazareno Cruz carga con una maldición de nacimiento que le impide el amor, Gatica (como gran parte de los boxeadores cinematográficos) tiene el estigma de la zoncera y el infortunio. Pero, a diferencia de los desclasados, los héroes superan la muerte para convertirse en mitos. Moreira, herido de muerte, se pone de pie, revolea el poncho y el facón y queda congelado, como una estampa, para la posteridad. Nazareno termina con su amada en el paraíso, mientras se escuchan las súplicas del demonio, que quiere ser bueno. Gatica queda flotando entre banderas argentinas, tirando besos a la multitud que lo aclama. Perón (en “Perón, sinfonía de un sentimiento”) asciende una escalera “celestial” entre un mar embravecido, que lo lleva a la trascendencia. “Azar, necesidades y desgracias determinan los bandos y bandeadas de nuestros héroes solitarios, y fugitivos. Ráfagas de leyenda que huye.” Moreira es bravucón porque no tolera la injusticia; ni la traición personal de Sardetti ni la desvergonzada altivez de un guapo de la capital (“¿Tendrá miedo de insolarse el homenajeado?”). A la insolencia responde con violencia (“¿Quién era el que maté? / -Un mitrista/ -Que viva Alsina entonces”). Favio nos muestra la conversión del bandido en leyenda: una vieja relata las hazañas y pesares del héroe a un grupo de oyentes, mientras les señala dibujos que ilustran su vidas; un payador en un fogón recita versos que mentan sus proezas. Todo el film puede ser visto como gigantesco racconto de la población. “Juan Moreira” comienza con la exhumación del cadáver y la sublevación del gentío que no tolera más atropellos, que sigue el ejemplo del héroe. Por corte directo pasamos de la revuelta popular al rostro de Moreira y el inicio de la historia. El flashback no pertenece a un personaje en particular, el recuerdo es impersonal, pertenece al pueblo, a su imaginario. “Tiempo. El barro de la sueñera faviana. Asma, reformatorio, Mendoza, otras formas de vivir el tiempo. Las cadencias de un film –su montaje- son equivalentes de ritmos respiratorios, como la sintaxis poética. Un ritmo de eternidad y larguísimas tomas provincianas. Esa cosa lenta y presagiosa como decía Desanzo, uno de sus iluminadores.” El cine de Favio es decididamente contemplativo. Se toma su tiempo para recorrer los ambientes iluminados por velas o faroles. La narración se detiene donde Favio decide con justeza que es necesario que así sea. Es un maestro de la elipsis. El asesinato de Sardetti es resuelto en planos detalles de las heridas que manan la sangre, de ahí pasa a un plano general de la pampa y el graznido de un ave metaforiza el grito del canalla ajusticiado. La ida a las tolderías es resuelto en tres tomas y el recitado del cacique, de tono martinfierrista. Cuando Moreira pregunta a la muerte si no hay una oportunidad, esta le responde llevando un clavel a su rostro y con un verso que se transforma en el canto de Flor en la escena siguiente, en pleno partido de truco. Tres ejemplos magistrales del completo dominio que detenta Favio sobre el ritmo cinematográfico. “Favio no es un soñador porteño, como Santiago, sino argentino... Fuego. Metáforas primigenias del deambular humano nocturno...Velas, entierros, velorios, fogones, adoraciones.” La luz de montones de velas da al partido de truco la entidad ritual que requiere, y encuentra su simetría en el velorio del niño. La luz mortecina de los faroles da expresión a los boliches y los fogones otorgan luminosidad tenue a los compadres mateando. Cruces incendiadas en la llanura la enlutan de funestos augurios. Amaneceres y ocasos en la pampa que se repiten, rítmicamente, creando una rima visual. El sol radiante entristece a Moreira, que había imaginado su muerte de noche. Se filtra por la pequeña ventanita de su última morada, la inunda y agiganta la tragedia. Favio crea una sinfonía de luz que expresa visualmente los estados anímicos del film. “Un cuchillero sacro. Moreira fue imaginada en largos segmentos como iconografía sacra cristiana...Los íconos de Moreira se emparentan con los del georgiano Paradjanov (Los caballos de fuego) y algunos éxtasis de Tarkovski.” Tarruella fue el único en observar lo que resulta evidente una vez expuesto, que Favio narra su film como una metáfora cristológica. En el texto de inicia advierte que lo que se desarrollará ante nuestros ojos es la “vida, pasión y muerte de Juan Moreira”. Su mujer es mostrada en la exhumación ( que simbólicamente es una resurrección, la gente grita ¡Viva Juan Moreira!) como si de una sufriente María se tratara. Moreira es colgado en el cepo y es lícito ver en esta imagen la de una crucifixión. Es entregado a la policía por la delación de su compadre Segundo Irazabal, que oficia de Judas, mientras Marañón “se lava las manos” como Pilatos. “Saltando la pared alegórica: Moreira incluye una secuencia-trampa para nuestro Ulises mendocino. Cada vez que aparece la “muerte alegórica” es un desafío para cualquier director. Alba Mujica recitando, con una flor, resulta en los papeles lo que hay que evitar, la cursilería kitsch en estado puro. Sin embargo, Favio sale indemne y resulta. El cine es el arte de la puesta en escena. No eran las manzanas sino Cézane. Comparar con los seguimientosde la Nacha para pósters del comercial soñado por Subiela.” La representación de la muerte como un clisé fue llevado al summun por Ingmar Bergman en “El séptimo sello”, como señalamos oportunamente. El recurso es una alegoría por ser endiabladamente convencional. Favio, sin duda cita a la muerte ajedrecista de Bergman en la truquera y neblinosa Alba Mujica. Alfred Hitchcock señalaba que preguntarle sobre el contenido de sus films era como cuestionar a Cézane si las manzanas que pintaba eran dulces o ácidas. Lo importante en el cine (y en cualquier arte) es la manera en que se expresan los contenidos, y no éstos en sí mismos. Favio carga a su muerte de un aura fantástica, un eco lejano y un acento criollo que la justifican como el ensueño de un gaucho afiebrado. La muerte del hijo trae consigo el resquemor de la duda: nunca sabremos si la pesadilla con la muerte de Juan Moreira ocurrió en realidad o solamente fue un delirio de la fiebre. Subiela, en “El lado oscuro del corazón” disfraza a Nacha Guevara de muerte impostada y superficial y, comparándola con la muerte de Favio, demuestra con su error el rasgo capital de la puesta en escena en el cine. Marca la diferencia rotunda entre el poeta y el mero escribiente. En “Gatica, el mono”, la muerte se vuelve a hacer presente, fantasmática, entre los flashes impúdicos que retratan el cuerpo inerme del boxeador. Favio tiende siempre a la expresividad. Los ambientes reflejan emociones. La riña de gallos prefigura el duelo a facón de Moreira, la pelea con su compadre Julián Andrade ocurre en una tormenta, en la fiesta con los doctores estallan fuegos artificiales. Cuando Moreira “se hace el lindo” con una mujer, se oye que un gallo cacarea, cuando los secuaces mitristas se preparan para el ataque en la fiesta con equilibrista y payaso en la calle, se escuchan gruñidos de perros, los gritos de una mujer espantada ante el crimen en la pulpería funden con el cotorreo de un ave. Los contrapicados con que encuadra a Moreira lo ensalzan en momentos capitales (la muerte de Sardetti, el enfrentamiento final). Las tomas cenitales ( visión superior desde una vertical exacta) marcan momentos significantes que se desprenden de la horizontalidad de la narración: el plano de apertura del film (la exhumación del cadáver), el acercamiento de Moreira al payador que lo insulta con su canto, el círculo de gente alrededor de los duelistas, la pulpería a la que arriba la gente de la capital, el héroe agazapado en la pieza donde es cercado por la partida. Sus personajes no hablan “como en la vida”, se animan al lirismo. Moreira pide perdón a su mujer “por esta soledad que ahora se viene”, dice a los concurrentes al boliche “no les regalé esta muerte porque no me afecta; qué cosa grande es la tierra y la tengo bajo mis pies”, reflexiona: “yo pa’ vivir no he nacido, yo nací pa’ andar durando.” . El cacique recita: “quedese en mi toldería/ que en medio de esta pobreza/ no faltará con certeza/ un toldo pa’ cobijarse/ ni un trago con que mamarse/ para olvidar la tristeza.” Y la muerte: “debajo de un pino verde/ junto al cristalino arroyo/ dormía una hermosa niña/ que entre los labios tenía/ un clavel como no hay dos./ Sigilosa me acerqué,/ como me suelo acercar,/ y no alcanzó a despertar/ cuando la flor le robé.” Juan Moreira se enfrenta solo a la numerosa partida policial. La música asciende despacito hasta que inunda la pantalla de exaltación y poesía. Favio se apropia de la música, original o preexistente. El “soleado” de Nazareno, los cánticos de Moreira, la orquestación de Perón o la “tanguera” de Gatica expresan la epopeya, acompañan con acierto la gestación del mito. Moreira sale con su facón y su trabuco a enfrentar a la cuadrilla y el tumulto informe se funde en su escapada (improbable) a un exterior que es todo sol. Intenta subir un paredón (que evoca los finales de Crónica y El romance) y es alcanzado por la bayoneta ladina de Chirino. Justicia poética: Favio hace que el milico infame muera y Moreira, con su último suspiro, se ponga de pie y con un gesto de coraje, quede eternizado en la imagen congelada. Moreira, así trasciende las restricciones espacio-temporales y se proyecta a la posteridad. Como Nazareno (que culmina retozando en el paraíso), como Gatica (que “flota” tirando besos a su público) o como Perón, que sube una “escalera celestial” hacia la trascendencia, Moreira (también como el Che o Cristo) tiene un destino mítico que Favio le asigna desde las claves receladoras de su puesta en escena. Juan Moreira es una de las películas argentinas más exitosas al momento de su estreno (dos millones y medio de personas) y una obra maestra de Leonardo Favio y un film imprescindible del cine argentino. Tarruella terminaba su nota diciendo, con justeza: “Las películas del único genio que dio el cine argentino no pertenecen a los expertos. Como todo Borges, puede ser visto –también- como anónimo sueño colectivo de un pueblo o tribu, personalizado. O sea, su leyenda.” De ARCADIA SALTEÑA de Claudio Huck