La cartografía náutica del estrecho de Gibraltar
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La cartografía náutica del estrecho de Gibraltar
LA CARTOGRAFÍA NÁUTICA DEL ESTRECHO DE GIBRALTAR HASTA 1805 José María CANO TRIGO Cartógrafo Introducción En el mes de abril del pasado año 2001 se iniciaron por la Comisión de His toria Militar (CEHISMI) un ciclo para el estudio histórico de Trafalgar que culmi nará en el año 2005 con la conmemoración de la tristemente célebre batalla. El almirante director del Instituto de Historia y Cultura Naval me pidió que hablase en él de Cartografía. Le propuse que, puesto que yo no era historiador y que, referente al tema de la batalla de Trafalgar lo que más me intrigaba, quizás por mi especialidad, des pués de los distintos historiadores del tema que he leído es, que ninguno de ellos detalla el lugar en que se desarrolló. Comprendo que setenta y dos barcos peleando -cuarenta de la escuadra combinada y treinta y dos ingleses- ocupan mucho espacio en la mar, pero son casi sesenta millas desde Tarifa, como dicen algunos historiadores, o frente al cabo, o a la vista de Cádiz, como dicen otros que los veían luchar. Son muchas millas y la lucha fue un cuerpo a cuerpo, un buque a buque, y no es para ocupar tanto espacio en la mar que es muy extensa. Si creo posible que desde toda la costa de Vejer, Conil, El Puerco, La Barro sa, Sancti Petri y hasta más allá de Cádiz verían llegar barcos desarbolados, sin mástiles o ardiendo debido al terrible temporal de levante que se desató luego. Gran prueba de ello la tenemos en el agradecimiento de los ingleses al trato que se dispensó a sus heridos y náufragos después de la batalla en todas nuestras costas. A la vista de todo esto, le propuse hablar un poco del Estrecho, lugar de tantísima importancia geográfica, de Trafalgar con sus peligros por supuesto y de la primera cartografía española del Mediterráneo y del Estrecho desde la antigüe dad; de la primera cartografía fiable, digamos de calidad, que ya existía en 1805 gracias a los trabajos de Vicente Tofiño y sus fundamentos y orígenes gracias a la creación de la Real Compañía de Guardias Marinas primero y del Observatorio Astronómico, dependiente de la misma, que fundara Jorge Juan, donde se forma ron tantos oficiales que dieron origen a nuestras mejores expediciones científicas 53 de finales del xvm y principios de XIX. Y que, gracias a haberse creado la Direc ción de Hidrografía en aquellos años, se pudo continuar, a pesar del comienzo de nuestra decadencia, con la obra que habían desarrollado algunos de ellos que desgraciadamente murieron en Trafalgar, como Dionisio Alcalá Galiano con 44 años y Cosme de Churruca, con 45, cuando su labor pudo haber continuado siendo extraordinariamente vital para la cartografía mundial. No olvidemos que Alcalá Galiano, en esa época, ya había trabajado en la exploración de los canales de Juan de Fuca entre la isla de Vancouver y el conti nente; en el Estrecho de Magallanes a las órdenes de Antonio de Córdoba, y había efectuado observaciones astronómicas para situar todas las islas del mar Egeo y del Jónico. Y Cosme de Churruca había efectuado los trabajos de gran parte de las veinte cartas para el Atlas Marítimo de América de Norte situando todas las Antillas de Barlovento y de Sotavento al mando de aquellas dos divisiones de bergantines que partieron del puerto de Cádiz en 1792. El Estrecho. La unión de dos continentes y de dos mares El sur de la península Ibérica es, sin lugar a dudas, una de las zonas más privilegiadas de Europa. Al sur de la llanura del Guadalquivir y acaparando a la vez los últimos relieves de la cordillera subética que bajan hasta el extremo sur y que los geólogos sostienen ser arcos de la misma elipse tectónica que se extiende al otro lado del Estrecho. Es ésta la zona más meridional de Europa ya que el paralelo que tangentea Tarifa deja por encima de él, no solo la península Ibérica, sino las islas de Córcega y Cerdeña, la península italiana, incluida la isla de Sicilia, Grecia y hasta la penínsu la turca. Es la que contempla el fluir terrible de las corrientes marinas hacia el Medi terráneo, tres mil kilómetros cúbicos al año con una velocidad de dos a tres millas por hora, aproximadamente la velocidad de una persona caminando, única comu nicación natural de dicho mar con el Océano. El mar origen de la civilización de la que aún vive el mundo se une al Atlán tico de los misterios, al "mar tenebroso" de aquellos pueblos que hartos de nave gar por el Mediterráneo, al desconocer las mareas, se encontraban con otro mas amplio mar "que respiraba". Hoy día se estima por algunos historiadores y por arqueólogos que estudian restos encontrados en las proximidades de nuestras costas, que los fenicios, cono cedores de estas corrientes, empleaban métodos para aprovecharlas, navegando con una vela sumergida, a manera de ancla de capa, sin remos ni aparejo, cuando regresaban de las Casitérides llevando el estaño necesario para convertir su cobre en bronce. 54 Esta zona del océano es la más frecuentada del mundo. Hace pocos días hemos visto publicado en la prensa el resumen del Control de Tráfico Marítimo desde la torre de Tarifa-Tráfico correspondiente al año 2001. Ochenta y dos mil buques cruzaron el Estrecho durante este último año. Es también la zona en la que más observaciones y estudios se han llevado a cabo en los últimos siglos. Ya en 1706, el italiano Marsili, considerado como uno de los fundadores de la oceanografía moderna, obtuvo datos de profundidades, tem peraturas y salinidad entre el Bosforo y las costas de España. Los capitanes de navio españoles Vicente Tofiño entre 1783 y 1786, con sus trabajos para el Atlas Marítimo de España y José Luyando en 1820 y el teniente de navio Vicente Sánchez Cerquero en 1825. Son los autores de las primeras cartas náuticas específicas del Estrecho. Carpenter en 1870 después de la toma de datos del Porcupine, Nielsen y Nalsen con posterioridad; los oceanógrafos daneses a partir de las expediciones del Thor en 1808 y 1810 y del Daña en 1930; Los portugueses con dAlbacora en 1927; el capitán de fragata español José Montojo entre 1872 y 1875, el cientí fico español Rafael de Buen con las observaciones del buque oceanógrafo espa ñol Xauen en 1930, etc. Los límites del Estrecho, según disposición del Bureau Hydrographique International (1923) están definidos, por el oeste con una línea que une el cabo de Trafalgar con el de Espartel, y por su parte oriental por otra línea que une punta Europa con punta Almina. La configuración de su fondo submarino, todo él de piedra, coral y cascajo, sólo con arena en las proximidades de las costas, tiene sus mayores profundida des en su parte más estrecha, en su boca oriental, en el trozo de costa entre punta Cires y los acantilados que desde Tarifa corren hacia levante: aproximadamente 8,5 millas, poco más de 14 kilómetros. Allí se encuentran los fondos de hasta 952 metros, que son los mayores de todo el Estrecho. Por el contrario, en la boca occidental es donde aparece una loma submarina que es la que retiene a las aguas profundas y frías atlánticas dejando sólo pasar a las aguas superficiales, más cálidas, que abastecen continuamente al Mediterrá neo de esa falta de agua que el exceso de evaporación quita al mismo, que Romanoski calcula en 115 millones de metros cúbicos por segundo y que los po cos ríos que a él desembocan y los aportes del Mar Negro se consideran insufi cientes. Esta loma, que algunos geógrafos denominan como una gigantesca bomba y que es la encargada de mantener el nivel mediterráneo, nos permite atravesar el Estrecho, navegando norte-sur desde lo más oriental de la ensenada donde se encuentran las ruinas de la ciudad romana de Bolonia, recalando en el extremo oriental de la bahía de Tánger, en punta Malabata, sin haber encontrado 300 me55 tros de fondo. Y desde la torre de la Peña, a poniente de Tarifa, navegando al SW hasta el centro del Estrecho, unas 8 millas y desde allí al SE, recalando en el río de las Ostras, de la costa de Marruecos, sin alcanzar los 300 metros de fondo. Y por el meridiano de cabo Plata hacia el sur, llegando en la costa de África al río del Judío sin encontrar más de 400 metros. La enorme corriente de entrada hacia el Mediterráneo, de unos 200 a 300 metros de profundidad, no impide la existencia de otra corriente profunda en sen tido contrario para difundir en el océano el exceso de agua más cargada de sal debida a la gran evaporación interior. Se calcula que el agua oceánica lleva un 36 por mil de sales y las mediterráneas pasan del 38 debido al exceso de evaporación que las hacen más pesadas y que bajándolas a las profundidades son llevadas por esta corriente de salida. En un artículo muy completo de los estudios efectuados por el entonces ca pitán de fragata Bustamante Bringas, publicados en la Revista General de Mari na de marzo de 1977, expone cómo la cantidad de agua que entra y sale por el Estrecho varía con la marea y las estaciones del año y publica unas tablas muy completas sobre estos estudios. Como sabemos, una de las consecuencias de la falta de mareas en el Mediterráneo está producida por esta barrera existente en la boca oeste del Estrecho, que las hacen disminuir progresivamente en todo este mar, pues en la bahía de Algeciras sólo alcanza ya 1,2 metros y en el interior del Mediterráneo, salvo un par de excepciones, se miden en centímetros, 30 ó 40 o bien insignificantes. El cabo de Trafalgar. Sus peligros Constituye el extremo norte de la embocadura occidental del Estrecho y está formado por una pequeña península escarpada sobre la que está edifica do el faro, unida a tierra por un istmo de arena, llano, que al venir navegando en ambos sentidos aproximándonos a él, le dan aspecto de isla. Desde el mis mo cabo y en dirección sudoeste arrancan una serie de bajos peligrosos de roca, que se adentran en la mar hasta más de milla y media, conocidos con los nombres de piedra de las Ánimas, la piedra Phare, el bajo Piles y La Aceitera, este último el más peligroso de todos y el más distante de la costa, pues sobre él se sondan 1,2 metros en la máxima bajamar y está formado por una serie de piedras orientadas en dirección paralela a la costa, hacia el noroeste con va rias cabezas sobre las que se sondan poco más de dos metros en bajamar. Constituye un verdadero cementerio de buques. Sobre estos bajos se producen los célebres «hileros» y corrientes de revesa, originadas por la contracorriente en superficie que origina toda co so rriente de agua cuando tropieza con la barrera de la costa y que pueden com portar grave peligro para las embarcaciones de poco porte en zonas donde, como ésta, existen bajos cerca de la costa o reinan fuertes vientos como aquí sucede. Son muchas las embarcaciones que, conociendo esta costa, se aven turan a pasarla por el canal existente entre la primera de las piedras citadas y la costa. De ahí el célebre refrán de «en Trafalgar, o muy a tierra o muy a la mar». En un bonito artículo publicado en nuestra Revista de Marina el año 1986, el capitán de navio Blanco Núñez, al describir La Aceitera, decía que «se portó mal con nosotros y con los franceses -responsables- al no haber sabido estrellar los navios de Nelson cuando fue necesario». El Mediterráneo El Mediterráneo es el mar más humano, es un mar «educador», como dice el geógrafo francés Pierre Deffontaines, donde el hombre aprendió la navegación costera y la navegación de altura en pequeños ensayos, ya que las altas costas que lo rodean permitían corregir las recaladas y así también estu diar las corrientes. Nuestras costas contemplan pues esta unión del mar origen de la cultura clásica con el Atlántico de los misterios cuyo desvelamiento -con la empresa española del Descubrimiento- constituye el inicio de la historia moderna. Quizás esto haya sido el motivo del establecimiento aquí de tantos pueblos como han ido pasando por nuestra historia y que han ido dejándonos sedimentos de lengua, leyes, cultura y arte, que de todo nos hemos beneficiado. Todos venían del Mediterráneo. Traían productos para cambiar pero difun dían civilización, modos de vida, costumbres, objetos,... Las religiones permanecían las locales pues las que traían se parecían mu cho. Variaban los cultos, pero los dioses eran los mismos. Este trasiego de pueblos que venían hasta acá y que no era realizado en ninguna otra parte del mundo, nos dio a los habitantes de esta región una superio ridad sobre los demás. El Mediterráneo y su cultura se adelantó por el movimiento que en él reinaba, dice Deffontaines, y así se convirtió en la tierra más humanizada mientras otros países continuaban siendo «el país de los bárbaros». 57 (. \KO IKAKl.GAR La primera cartografía española del Mediterráneo y del Estrecho Desde el siglo XIV ya tenemos perfectamente documentada las cartas traza das por los cartógrafos mallorquines que dibujaban sobre piel magníficos ejempla res con una increíble perfección a pesar de la falta de aparatos apropiados para obtener situaciones precisas y poder efectuar observaciones de confianza de sol y estrellas. La escuela de cartografía de Mallorca nos ha legado y hoy se conservan en museos de todo el mundo estos primeros ejemplares de la cartografía medieval de los siglos xiv al xvn. El almirante Guillen Tato, académico de la Historia que fue director de este Museo Naval de Madrid y de aquel Instituto Histórico de Marina, antecesor de este Instituto de Historia y Cultura Naval, publicó en el año 1943 un peque ño libro que tituló Europa aprendió a navegar en libros españoles. En él se relacionan los libros de navegación españoles publicados en los siglos XVI al xvil que se conservan en este Museo Naval de Madrid y que constituyen la colección más importante del mundo, siendo algunos de ellos los únicos que se conservan. Hace relación también de las traducciones que de los mismos se hicie- 58 ron en otros países y de ellas incluso se conservan ejemplares únicos en este Museo. En uno de estos libros, titulado Espejo de Navegantes escrito por Alonso de Chaves, cosmógrafo y piloto mayor en el año 1525, habla de la «carta de marear», como el la llama, y dice de ella que «es el segundo instrumento, después de la brújula, necesario para la navegación», y dice más adelante que «sirve para saber lo que hemos andado y lo que nos queda por andar hasta llegar al lugar que que remos, y nos muestra la distancia que hay de un lugar a otro y la situación y posición que todos los lugares marinos y terrestres tienen entre sí» y hasta explica en su obra el procedimiento para construirla, descendiendo a detalles como el de «escribir con pluma delgada todos los nombres de los cabos, ríos y puertos»... y «diferenciando la letra escribiendo las cosas principales y más notorias con letra más grande o de colorado». Luego enseña a navegar con ella, llevando el rumbo y la distancia con el compás y observando cada dos o tres días la altura del sol al mediodía o mirando la declinación que el sol tiene ese día. Explica también «cómo conocer las leguas que anda la nao en que va», el viento, las corrientes, etc. No obstante, en épocas anteriores, debió existir cartografía de acuerdo con los conocimientos geográficos de la época. Es fácil pensar que la armada del primer almirante de Castilla Ramón Bonifaz, «gran sabidor de las cosas de la mar», bajando desde el Cantábrico con una flota de dieciocho naves, para subir río arriba el Guadalquivir, participando en la con quista de Sevilla, alguna mala carta náutica habría de llevar. Era el año 1248 y la primera Escuadra española que se regía por ordenanzas castrenses. Una verda dera Marina de guerra. En la obra del capitán de navio Ricardo Cerezo, titulada La cartografía náutica española en los siglos XIV, Xl'yxn publicada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas en el año 1994, figura relación detalladísima de todas las cartas náuticas españolas desde la de Angélico Dulcert de 1339 que se con serva en la Biblioteca Nacional de París, las de los Cresques -Abrahan y Jafudalos Soler, Gabriel de Valseca, los Oliva, etc. Acabamos de celebrar el quinto centenario de la carta que trazara Juan de la Cosa en El Puerto de Santa María en el año 1500. Se me ocurrió calcular pacientemente, como si ello fuera posible, la escala o escalas en las que la dibujaría (un disparate quizás propio de un viejo cartógrafo que lleva ya más de cincuenta años manejando cartografía), y trazar luego, con las Tablas de latitudes crecientes del Bureau Hydrográfico Internacional, y en proyección Mercator, tomando como paralelo medio el Trópico de Cáncer, la misma zona representada, en material transparente, para poder hacer comparaciones y estudios. 59 La más curiosa de todas, que el Mediterráneo, el Estrecho y las situaciones de los cuatro archipiélagos de las Azores, Madeira, Canarias y las Cabo Verde, son de una exactitud que asombran. Las primeras escuelas de navegación España, junto con Portugal, habían sido los países más adelantados en la navegación. Los primeros en editar libros de náutica y los primeros en crear es cuelas: Sagres y Sevilla. Pero así como Portugal pretendía llegar a las islas de las Especies navegan do hacia levante, bojeando por el sur las costas de África, España lo conseguiría navegando hacia poniente, aventurándose por el Atlántico. Los portugueses en 1488 logran doblar el cabo de las Tormentas, al que llaman de Buena Esperanza, con Bartolomé Díaz, y los españoles, cuatro años más tarde encontrarían, mejor dicho tropezarían con un continente nuevo en su ruta hacia las especies, aunque en realidad, hasta el año 1521, ventinueve años después del Descubrimiento, no llegaría España a los archipiélagos del sureste de Asia, navegando siempre hacia el Oeste, después de descubrir el paso hacia el Pacífico y atravesarlo. Serían sólo dos naves de las cinco que salieron de Sanlúcar en agosto de 1519 al mando de Magallanes. Sólo quedaban ya la Trinidad y la Victoria al mando de Juan Sebastián de Elcano. Ya Magallanes había muerto. Diez años antes habían llegado los portu gueses bojeando también el Indico, y habían mantenido en riguroso silencio el descubrimiento de aquellas islas. Poco había progresado la navegación en un siglo. Si bien el problema de la latitud estaba resuelto desde antiguo por la altura del Sol o de las estrellas, el de la longitud no se resolvería hasta la segunda mitad del siglo xvm. La técnica para la longitud era imprecisa. Había tres problemas: Se navega ba con brújula, pero sin cartas de isógonas, o sea sin saber la diferencia entre el Norte de aguja y el verdadero. Las cartas náuticas de aquella época dejaban mucho que desear, y por último la estimación del camino recorrido por el buque, la estima, era siempre errónea en la navegación a vela: no había correderas preci sas, sólo se calculaba a ojo y las corrientes jugaban malas pasadas. Se habían establecido métodos. El más usado el de las distancias lunares, deduciendo la hora por la posición de la luna en el firmamento con relación a las estrellas que observamos y traduciendo por el Almanaque Náutico del observato rio que editó las efemérides. Hasta el descubrimiento de los cronómetros marinos no se resuelve el pro blema, que pasaría a ser fácil: Se ponían en hora en el meridiano de partida, se 60 compararía con la hora local observada cada día de la navegación y reduciendo la diferencia de tiempo a arco nos daría la diferencia en longitud. La primera cartografía de calidad En los primeros años del siglo xvm, concretamente en el año 1717, a impul sos de José Patino, Felipe V crea en Cádiz la Real Compañía de las Guardiamarinas. Su situación, un poco diseminada, ocupaba la parte del viejo barrio del Pópulo, detrás de las Casas Consistoriales y del hospital de la Misericordia, subiendo la calle de San Juan de Dios, hacia el acantilado que daba al mar, en la zona conoci da por «El Monturrio» y donde se alzaba el viejo castillo de la Villa, conocido entonces como Castillo Viejo o de la Pólvora. Años después, en 1749, Jorge Juan fue nombrado alférez de la Compañía de Guardiamarinas. Acababa de regresar de la expedición para la medición del arco de meridiano en el Ecuador con Antonio de Ulloa. Dos años después, ya Jorge Juan capitán de navio, es nombrado capitán de la Compañía de la que Antonio de Ulloa era teniente y José de Mazarredo alférez. Entre los profesores de aquella época figuran científicos de prestigio como Vicente Tofiño y el célebre académico francés Luis Godin. Es entonces, cuando en uno de los torreones del Castillo, conocido ya en aquellos años como el Castillo de los Guardiamarinas se crea lo que llegaría a ser el Observatorio de Cádiz, anexo a la Academia. La propuesta de Jorge Juan para la creación del Observatorio es de fe cha 26 de diciembre de 1749, en la que se pide al ministro una serie de instru mentos necesarios para empezar a efectuar observaciones. Pero hasta 1753 no se instala en el torreón el cuadrante mural adquirido en Londres por el mismo Jorge Juan, con lo que se inician unos trabajos destinados, en primer lugar, a precisar la posición del edificio que llegaría a ser el origen de longitu des de las nuevas cartas náuticas españolas, con lo que el naciente observatorio creado como gabinete experimental, llegaba a tener fines geodésicos, cartográficos e hidrográficos. El edificio no podía ser mejor ni más bien situado. Con unas paredes de dos varas de espesor resistiría el peso de los aparatos que allí se instalaran. Y en cuanto a las condiciones meteorológicas, Cádiz es la provincia más meridional de Europa y con mayor número de días de cielo despejado al año. El recién creado observatorio pretendía ser un centro de la categoría de los dos grandes observatorios existentes en Europa, el de París y el Greenwich, am bos con la preocupación por el conocimiento de nuestro sistema solar y sus fenó menos particulares, pero distintos los dos. El de París nace de la Real Academia 61 de las Ciencias de París y supeditado a ella, regida desde su creación por los Cassini y cuya misión principal era el mapa de Francia, para lo que se estaba midiendo un arco de meridiano a través de todo el territorio nacional, operación que duraría casi cien años. El de Greenwich por el contrario, desde su fundación, vinculado a la resolución de problemas náuticos, principalmente a la determina ción de la longitud en la mar y al magnetismo terrestre. El de Cádiz, quizás por nacer en el seno de un organismo militar para la formación de oficiales, inicia su andadura con dos misiones fundamentales: la astronomía de precisión y la astronomía náutica. Los primeros trabajos de observación Tenemos referencias de las primeras observaciones: Las de Jorge Juan y Luis Godin para la inmersión del tercer satélite de Júpiter el 18 de abril de 1753, y del primer satélite del mismo planeta los días 23 y 30 del citado mes de abril del mismo año de 1753. Precisamente, consta en los anales de la Asamblea Amistosa Literaria que creara Jorge Juan en Cádiz, una conferencia leída por Luis Godín titulada: «Ex tracto de algunas observaciones astronómicas hechas en el Observatorio de Guardiamarinas en 1753». Ese mismo año de 1753, Tofiño observa el eclipse de sol que se produce el día 26 de octubre desde el Observatorio, mientras Luis Godín, con dos alféreces de fragata y tres guardiamarinas se desplaza a Trujillo, en Cáceres, lugar idóneo para la observación de dicho eclipse. El paso del cometa Halley, entre el 6 de abril y el 21 de mayo de 1759 es observado por Luis Godín. El 1 de abril de 1764, Vicente Tofiño observa un eclipse anular de Sol que a su vez era observado en el Observatorio Real de París por Cassini y que junto al célebre astrónomo sueco Wargentin sirve para calcular muy aproximadamente la diferencia de longitud del Observatorio de Cádiz con el de París. El 3 de junio de 1769, Vicente Tofiño y Gerardo Henay observan en Cádiz el tránsito de Venus por el disco solar, observación que se estaba llevando a cabo en todos los observatorios de Europa y en la Baja California por una expedición de científicos españoles y franceses que más tarde citaremos y que se considera como la primera expedición científica internacional después de la de la medición del arco de meridiano en el virreinato del Perú. El 5 de noviembre de 1789, Tofíño volvería a observar el tránsito de Venus por el disco solar, fenómeno éste que sólo se verifica un par de veces en algunos siglos y que servía para medir la paralage solar que es la relación entre el radio de la Tierra y la distancia que nos separa del Sol. Creo que los últimos fueron en 1874 y 1882 y ya no se producirá hasta este siglo XXI, durante los años 2004 y 2012, aunque ya existen sistemas más modernos para medir distancias en el Sistema Solar gracias a los satélites. Los trabajos sistemáticos de Vicente Tofiño y José Várela para posicionar el edificio, que como hemos dicho, iba a ser el origen de longitudes para las cartas náuticas españolas, trabajos efectuados en los años 1773 a 1776, se llevan a cabo después del traslado de la Compañía de Guardiamarinas a la Isla de León, tenien do que recorrer Tofiño, a caballo por el arrecife que une las dos ciudades -como nos dice en sus memorias- todas las noches para ir a observar y regresar a dar sus clases durante el día a la academia. 63 Todos estos trabajos de observación se imprimen en la misma academia desde 1757 y su presencia empieza a ser notada en círculos científicos del resto de Europa. A mediados de este siglo XVIII se empezó a ver la necesidad del tipo de oficial científico que fuese capaz con sus conocimientos de renovar la cartografía existente, lo mismo de las costas de la península que las de las indias todavía sin terminar de explorar en aquellos tiempos. En 1783 Mazarredo propone la creación de un curso de estudios sublimes que seleccionase oficiales voluntarios para arrostrar este empeño con un extenso curso de trigonometría y un conocimiento mas perfecto de la navegación astronómica, del empleo de los cronómetros marinos, así como de las variaciones de la aguja determinadas por la observación del azimut. Con estos conocimientos el oficial quedaría capacitado para la construcción de las cartas náuticas. Las primeras ediciones científicas Una de las primeras expediciones científicas que ya hemos citado es la del año 1769 a la Baja California para la observación del tránsito de Venus por el disco solar. Al igual que la célebre expedición de la Academia de las Ciencias de París y la Armada española para medir el arco de meridiano en las proximidades del Ecuador en los años 1736 a 1744, en las que participaron Jorge Juan y Antonio de Ulloa con los franceses Godin, Bouguer y La Condamine, también en ésta, el lugar más idóneo para la observación era en territorio perteneciente a la Corona de España y Francia se ve obligada a solicitar permiso del Rey de España. Fue una expedición fructífera por sus resultados pero desgraciada debido a la epidemia que padecieron y que produjo la muerte de once de los diecisiete expedicionarios, entre ellos del abate francés y conocido astrónomo Chappe D'Auteroche y el capitán de fragata español Salvador de Medina. A continuación viene la obra cumbre de la cartografía de la época: Los tra bajos para el Atlas Marítimo de España. En el mes de mayo de 1783, estando precisamente dirigiendo Tofiño un curso de astronomía para oficiales en el Observatorio de Cádiz se le designa para la comisión que había de efectuar estos trabajos y que se ha considerado como un curso práctico en el que desarrollaron sus conocimientos todos los oficiales que habían participado en los cursos del Observatorio y que habían sido formados por Jorge Juan, Godín, Tofiño y Várela Los trabajos para el Atlas Marítimo de España duran cinco años. Estudiando 64 las memorias redactadas día a día por el alférez de fragata Julián Ortiz Canelas, vemos la cantidad de oficiales que van pasando por ellos: Dionisio Alcalá Galiano, José de Espinosa, Alejandro Malaspina, los otros dos hermanos Ortiz Canelas, Vargas Ponce, Salvador Fidalgo, Felipe Bauza y muchos otros que en los años siguientes irían dirigiendo expediciones hidrográficas por todos los lugares del Globo. Tofiño, por orden de Antonio Várela había comenzado los trabajos con la vieja fragata Santa María Magdalena, trasladándose a Cartagena para empe zar desde allí completando su dotación y añadiendo a la comisión un pequeño bergantín, el Vivo capaz de navegar por zonas donde la fragata no le estaba per mitido por su calado. Los trabajos desde 1783 hasta 1786 le ocupan las costas de la península en el Mediterráneo, las Baleares y toda la costa de África desde Oran, Argel y Ma rruecos hasta el estrecho de Gibraltar. Se publica en ese año de 1786 la primera parte del Atlas que comprende dichas costas en doce cartas, cuatro láminas de vistas de costa y el derrotero que las describe. Este derrotero va precedido de una amplia exposición de más de veinte pági nas en las que Vicente Tofiño expone los progresos de la Geografía desde la más remota antigüedad. A continuación dedica siete páginas donde expone los méto dos que se han seguido para el trazado de las cartas de la colección y curiosamen te, para «dar una muestra de como están ejecutadas estas cartas -dice- especifi caremos el plano de Algeciras y la del Estrecho». Expone a continuación los trabajos, «habiendo recorrido la costa desde Cádiz hasta cabo Trafalgar que se colocó -dice- observando en él la latitud y con segurísimas marcaciones continuadas por tierra desde el mismo Cádiz». Efectiva mente, mientras carenaba la fragata en el Trocadero, el 23 de septiembre de 1784 salen caminando por tierra Vicente Tofiño, Bernardo de Orta, Francisco Cátala y Julián Ortiz Canelas, haciendo observaciones en Sancti Petri, cabo Roche, Vejer, Torre Meca hasta el cabo de Trafalgar. Allí miden una base en la playa y con un falucho que alquilan sondan los bajos de la Aceitera, el Marrajote y la Lajita. En ocho ocasiones, durante los cinco años que duran los trabajos, recorre Tofiño las costas del Estrecho, por tierra o navegando con la fragata o con el bergantín, con buenos y malos tiempos, en una y otra dirección, y en todas ellas hace anotaciones interesantísimas para las navegaciones a vela que aparecen recogidas en sus memorias. No quiero entretenerme mucho en estas curiosas anotaciones pero tampoco quiero dejar de citar algunas de ellas porque precisamente es del estrecho de Gibraltar de lo que queremos tratar en este ciclo. La primera vez que lo atraviesa es con la vieja fragata Santa María Mag dalena para trasladarse a Cartagena y empezar allí sus trabajos. Es una travesía muy mala, pues la fragata hacía 72 pulgadas de agua en veinticuatro horas. La 65 segunda vez que pasan el Estrecho es al regreso de Cartagena después de haber levantado el trozo de costa hasta el cabo de Palos, las islas Pitiusas y las Baleares. «Viene llevando la estima con sumo cuidado» y al entrar en el Estrecho ya notan la corriente de entrada en el Mediterráneo a la que achacan su error. Para levantar el plano de la bahía de Algeciras aprovechan otra de las carenas de la fragata. Ya habían logrado cambiar la vieja Santa Magdalena por la Santa Lucía, forrada en cobre. Y se trasladan todos en el pequeño bergantín. Malos tiempos de levante otra vez en el Estrecho. Después de efectuar un reconoci miento de toda la bahía, escogen el trozo de costa entre el fuerte de San Felipe y Punta Mala para medir una buena base y empezar los trabajos. Consiguen del gobernador del Campo de Gibraltar, alojarse en el hospital de Sangre, pues en el bergantín estaban demasiado incómodos y desembarcan los teodolitos, grafómetros, agujas azimutales y relojes. Desde allí trabajan la parte oriental de la bahía y se trasladan luego a la ciudad de Algeciras para la parte occidental de la misma. Se alojan «en casa de Doña María Carvajal, que tuvo la bondad de cedernos parte de sus habitaciones» dicen las memorias. Eran Vicente Tofiño, Miguel Gastón, Dionisio Alcalá Galiano, Alejandro Belmonte y Julián Ortiz Canelas. Los trabajos duran tres meses. Sondan toda la bahía con el Serení (embar cación de reglamento a bordo en aquellos tiempos, mayor que el chinchorro y menor que el bote). Datos curiosos de esta parte de los trabajos. Aparece en ellos Alejandro Malaspina, veintidós años más joven que Tofiño y que ingresa en la Academia de Guardiamarinas con veinte años cuando ya Tofiño era capitán de Fragata y direc tor de la misma. Es precisamente Malaspina, junto con Cátala, los que «con un falucho de ventas», dicen las memorias, sondan el bajo de La Perla en la boca de la Bahía. Más datos curiosos: El 24 de marzo de 1785, en plenos trabajos de la Bahía, anotan en las memorias: «Hoy no trabajamos. Es Jueves Santo», pero continúan los trabajos el viernes, sábado, domingo... El 24 de abril, lunes, salen a sondar a las cinco de la madrugada, «después de haber oído Misa», anotan en las memorias. En cuanto a datos de interés para el Derrotero que van redactando anotan: «En el fondeadero, con vientos del SE. entra mucha mar y ha habido muchas pérdidas de embarcaciones» «El fondo disminuye muy rápidamente y hace garrear las anclas». «En el fondeadero hay muchos ratones -dice- y así nunca estará de más el frecuente reconocimiento de los cables». Continúan los trabajos para el Atlas Marítimo. En los años 1787 y 1788 se trabajan las costas del Cantábrico, Galicia, Por66 tugal y las islas Terceras o de los Azores «que no estaban bien conocidas -dicen las memorias- y tan necesarias son para el regreso de ambas Indias». Esta segunda parte del Atlas lleva además dos cartas de las costas occiden tales de África desde el cabo San Vicente a las islas de Cabo Verde iniciadas por Várela en el año 1776 junto con los franceses y terminadas por Vicente Tofiño en esta ocasión. Está compuesta por veinticinco cartas y seis láminas de vistas de costa y va precedida de una magnífica alegoría dibujada por Antonio Rafael Mengs, pintor de cámara de Carlos III y grabada por Manuel Salvador Carmona. Vemos, leyendo con detenimiento todos los acaecimientos diarios en las me morias de estos trabajos, los oficiales que parten de ella para integrarse en otras expediciones que se le han encomendado. Para las dos expediciones al estrecho de Magallanes al mando de Antonio de Córdoba y que incluyen como astrónomos y cartógrafos a Dionisio Alcalá Galiano, Alejandro Belmonte y Joaquín Camacho, en la Santa María de la Cabeza en el primero de los viajes, 1785 a 1786, y Cosme de Churruca y Ciríaco de Ceballos en el segundo de los viajes, en los años 1788 y 1789, con la Santa Casilda y la Santa Eulalia. Resultado de ambas expediciones: Una carta del extremo sur de Améri ca, otra del estrecho de Magallanes y doce planos de ensenadas, fondeaderos y puertos de refugio en el interior de aquellas más de cuatrocientas terribles millas de tan difícil navegación en el interior del Estrecho. Alejandro Malaspina también recibe la orden de interrumpir sus trabajos a las órdenes de Tofiño para realizar el viaje alrededor del mundo con la fragata Astrea que tanta experiencia le daría para su posterior viaje científico junto con José de Bustamante a las costas de América del Sur en el Atlántico, todas las costas del Pacífico hasta Alaska, Filipinas, Nueva Zelanda y Australia con las corbetas Descubierta y Atrevida desde 1789 hasta 1794. Fruto de esta célebre expedición los doscientos cuarenta documentos que dieron lugar a más de veinte cartas que cubren toda la zona cartografiada en su recorrido. Más de seis mil documentos se han catalogado de esta expedición que nada más partir de Cádiz, en su primera escala en el Río de la Plata ya envía para España la primera carta de aquella zona, los resultados de las observaciones efectuadas en los dos obser vatorios instalados en Montevideo y Buenos Aires que incluían el eclipse de Luna del día dos de noviembre de aquel año, un herbario de quinientas plantas, cincuen ta especies de aves «no vistas hasta ahora por inteligentes», como dicen las me morias, peces disecados, muestras de minerales, etc. Continuando con las expediciones, en el año 1792, dos divisiones de bergan tines parten del puerto de Cádiz para los trabajos de lo que iba a ser el «Atlas Marítimo de América del Norte». La primera división, compuesta por los bergantines Descubridor y Vigilante al mando de Cosme de Churruca y Elorza, daría como resultado el trazado de las 67 cartas de las islas Trinidad de Barlovento, Tobago, Granada, Granadilla, San Vi cente, Martinica, Dominica, Guadalupe, etc. Todas las islas Antillas de Barlovento y Antillas de Sotavento hasta recalar en Puerto Rico y La Española. La segunda división, compuesta por los bergantines Empresa y Alerta y al mando de Joaquín Francisco Fidalgo, iría trabajando toda la costa de Tierra Firme, la costa norte de América del Sur, la actual Venezuela, hasta llegar a la entonces Nueva Andalucía y Cumaná, junto con las islas más próximas a ellas, isla Marga rita, Tortuga, Curazao, etc., hasta llegar al istmo de Panamá. En total treinta y cuatro cartas que se fueron publicando a su llegada a Espa ña, trabajadas por aquel entusiasta grupo de hombres en aquellos frágiles bergan tines, que aprovechaban al máximo cuando el tiempo lo permitía, pues había «una estación funesta -es frase de Cosme de Churruca- en que la humedad continua, el excesivo calor y la falta de brisa tienen a la atmósfera en una fermentación continua y en corrupción el aire que se respira». Cosme de Churruca regresaría en 1795, sin haber terminado su comisión, para pasar a limpio los borradores de los trabajos verificados en las islas y ocupar se del grabado de las planchas originales para su publicación, revisión de los cál culos y redacción de los Derroteros que recomendaban la navegación por aque llas islas, sus derrotas, sus tiempos de huracanes y de bonanza, los bajos explora dos y la forma de navegar libre de ellos. En marzo de 1796 estaba en Madrid encargado de lo que iba a ser el Depósito Hidrográfico, aún en gestación, siendo sustituido precisamente por el que sería su primer director, José de Espinosa, nombrado en agosto del siguiente año de 1797. En los comienzos del siglo XIX, España había publicado dos magníficas car tas para las navegaciones por el Mediterráneo que incluían desde la península Ibérica hasta el Adriático, pero para completar esta obra faltaba una tercera carta que incluyera las islas del Jónico y del Egeo así como las costas finales de este mar en el próximo oriente. Entre diciembre de 1802 y octubre de 1803, Dionisio Alcalá Galiano, con la fragata Santa María Soledad recorre todas las islas y costas de aquella zona del Mediterráneo efectuando observaciones astronómicas en cada una de ellas y tra zando a su regreso cuatro cartas que completan así la cartografía de este mar. Transcurridos estos primeros años del siglo XIX, dos acontecimientos históri cos vendrían a producir la decadencia de nuestra patria: La batalla de Trafalgar en 1805 y la invasión de la península Ibérica por los ejércitos de Napoleón en 1808. En Trafalgar mueren, entre otros, Cosme de Churruca al mando del San Juan Nepomuceno, con 45 años, Dionisio Alcalá Galiano al mando del Bahama, con 44 años, y tantos otros marinos científicos tan decisivos para nuestra Armada, cuya vida transcurrió, como dice uno de sus biógrafos, entre el batir de los caño nes y las mediciones de los astros. 68 Pero afortunadamente, en los últimos años del siglo anterior había nacido el Depósito Hidrográfico y se habían salvado algunos de los marinos científicos de la talla de José de Espinosa y Felipe Bauza entre otros y al producirse la invasión de la península Ibérica pudo continuarse con la labor cartográfica que tan brillante mente se había llevado a cabo en el siglo anterior. Al llegar el año 1805, habían transcurrido solamente ocho años desde la creación de la Dirección de Hidrografía, se habían publicado ya sesenta y siete cartas, que eran: Las 37 del Atlas Marítimo de España. Las cuatro cartas del Estrecho de Magallanes. Una carta con dos planos del extremo sur de América, trabajadas por los ingenieros militares y el piloto de la Armada José de Moraleda: El puerto de Valdivia y la rada de San Juan Bautista en la isla de Juan Fernández de Tierra. Las ocho primeras cartas de la expedición de Malaspina y Bustamante. Las dos cartas de la exploración de los canales de Juan de Fuca en la isla de Vancouver. Dos cartas generales que cubrían todo el Atlántico: Desde el Ecuador a los 52° N y desde el Ecuador a los 60° S. Las dos hojas del Mediterráneo: Desde la península Ibérica hasta las islas de Córcega y Cerdeña y desde estas hasta el Adriático. La carta del golfo de Gascuña con los canales de La Mancha y Bristol. Y una carta grabada en París, en cuatro hojas que abarca las costas del Pacífico desde la boca del río Esmeraldas hasta Tumaco y parte del interior de la cordillera de los Andes, con las ciudades de Quito, Cuenca, Loja, Jaén de Bracamoros, etc., así como los principales caminos para atravesar la región y los cauces de los ríos que dan origen al Amazonas, trazada por Pedro Vicente Maldonado, gobernador de la provincia de Esmeraldas, que se relacionó con los marinos españoles y los académicos franceses en los años que duraron los traba jos para la medición del arco de meridiano en el Ecuador, que al final regresa con La Condamine por el Amazonas hasta su desembocadura y que viene a España a ofrecer su obra geográfica sobre aquella región perfectamente conocida y estu diada por él, dedicada al rey Felipe V fechada en 1750. Todo esto no pasa desapercibido al resto de Europa y es lo que le hace decir a Juan Bautista Delambre, el eminente astrónomo francés, secretario de la Aca demia de las Ciencias de París y del Instituto de Francia, que había dirigido la comisión geodésica que midió el arco de meridiano entre Dunkerque y Montjuich, en su obra Resumen histórico sobre los progresos de las ciencias matemáti cas, publicada en París en 1810: "Esto es España, donde por el celo de sus gober nantes la Geografía ha hecho los mayores progresos hasta 1789".