Jesucristo Principio y Fin, Alfa y Omega”.
Transcripción
Jesucristo Principio y Fin, Alfa y Omega”.
Jesucristo Principio y Fin, Alfa y Omega (Transcripción de la homilía pronunciada por Mons. Munilla en la Vigilia de Inicio del Año Nuevo 2013, organizada por la Adoración Nocturna de San Sebastián en la Iglesia de los jesuitas de la capital donostiarra) Queridos hermanos, hemos escuchado el Evangelio que corresponde al inicio del año: “Le pusieron por nombre Jesús” (Lc 2, 16) En ese ‘nombre’ está contenida nuestra esperanza, porque el nombre de Jesús significa ‘Dios salva’. Y por lo tanto, tenemos esperanza porque el camino de nuestra vida, que a veces puede parecer un camino que no tiene salida, un laberinto, sin embargo tiene una meta: ¡tenemos una salvación! Jesús es nuestra salvación; y tiene un rostro que en estos días se refleja en el rostro de un niño. Nuestra Madre Iglesia ha querido que sintamos la maternidad y la paternidad de Dios desde el comienzo del año; que la sintamos reflejada en el rostro de María. La que es Madre de Dios —Santa María Madre de Dios, ésta es la festividad de principio de año— es también Madre nuestra. Tenemos esperanza porque tenemos Madre y esa Madre nos ha dado a Jesús, el Salvador. Pues bien, queridos hermanos, el inicio del año, de un nuevo año; el final de un año que ya concluye, que ya ha llegado a su término, nos permiten reflexionar sobre lo que algunos han venido a llamar la Teología de la Historia. Teología de la Historia La Teología de la Historia quiere decir que en la historia humana está aconteciendo la Historia de la Salvación. No existe una historia profana y una historia sagrada, como a veces podemos pensar. En realidad, historia sólo hay una. Y la historia sagrada está aconteciendo en lo que llamamos la historia profana. No hay más que una historia: la que está aconteciendo a través de toda la concatenación de hechos, que suponemos y lo son ciertamente, hechos sujetos a las causalidades humanas. Pero más allá de esos acontecimientos humanos, Dios está desplegando su Historia de Salvación. Permitidme, en esta noche que nos abre a un año nuevo, hacer una descripción de esa Teología de la Historia, sirviéndome de un autor conocido por todos nosotros, que fue Chesterton: un converso al catolicismo, que tuvo que vivir su fe en continua respuesta a quienes se la cuestionaban; como hoy en día nos ocurre. Chesterton es una apologeta que proclama y defiende su fe, en medio de un mundo escéptico como fue el XX. Y en nuestro momento, en el siglo XXI, estamos necesitados de proclamar la Historia de la Salvación en diálogo, a veces en confrontación, a veces en una confrontación dura también —por qué no decirlo—, con un mundo que tiende a negar la presencia de Dios en esta historia. El mundo sin Dios es un absurdo Pues bien, Él nos dice que la historia de la salvación comienza con la Creación. Sin el Creador, el universo es algo así como una inmensa inundación de agua, saliendo de ningún sitio. Es un absurdo. El mundo es un absurdo sin Dios. Lo cierto es que el hombre mira a su alrededor y ve un mundo ordenado según leyes, y una ‘arquitectura’ que se construye a sí misma, sin ayuda de manos visibles, según un plan determinado. Y por lo tanto, en este mundo, en esta creación, percibimos un dibujo trazado ‘en el aire’, por un dedo invisible pero que lo está escribiendo. Un mundo que no se explica por sí mismo; que responde a un diseño de una voluntad personal, porque en esta obra es donde el artista se expresa. Y en este mundo somos capaces de reconocer a Alguien que ha colocado bosques, valles fértiles, pensando en nosotros; incluso que ‘ha encendido’ el sol, ‘preparando calor’ para los que vivimos en medio de la frialdad. Descubrimos pues la mano de Dios en este mundo y no sólo eso. La Historia de la Salvación, además del momento de la creación, tiene otro segundo momento determinante que es la Encarnación. Nadie habría imaginado la posibilidad de que el Dios, creador del mundo, hubiese podido venir hasta nosotros; hubiese inscrito su nombre en medio de nuestros empadronamientos; hubiese hablado con los funcionarios romanos, con los recaudadores de impuestos. Pero la mano del Dios que había moldeado las estrellas se convirtió, de repente, en la manecita de un Niño que gimotea en una cuna. Y con esa Encarnación viene la revelación de Dios. Esa Encarnación es la Revelación: Dios nos habla. Dios se comunica, nos transmite la clave del sentido de la existencia: ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Qué sentido tienen la muerte, el sufrimiento y el amor? La mayor de las pobrezas que puede tener el hombre es no encontrar sentido a su existencia. La llave de la Fe Pues bien, los primeros cristianos eran las personas que poseían una ‘llave’. Dicha llave era la clave del “sentido”, que les diferenciaba de los paganos. Dios les había otorgado en Jesucristo una llave lo suficientemente compleja para introducirse en una cerradura compleja —la de la vida— y entreabrirla; y a su vez lo suficientemente simple, como para poder utilizarla sin ser un sabio o un ilustrado, sino alguien muy sencillo. Es la llave de la Fe la que nos da la clave de comprensión de la existencia; la que consigue abrir la puerta. Una puerta que está cerrada para nosotros. La clave de esa llave, la llave de la Fe, que se nos ha transmitido por la Revelación, requiere que la guardemos intacta. Si la llave se deforma deja de abrir la cerradura; deja de abrir la puerta. Por eso, el Credo cristiano, sirviéndose para ello de los dogmas de Fe, se empeña en conservar intacta la forma de la llave. El dogma de la Iglesia, en contra de lo que muchos suponen, no limita el pensamiento. En todo caso, la Fe, el Credo, los dogmas de la Iglesia, limitan el pensamiento de la misma manera que el axioma del sistema solar limita la Física. No detienen el pensamiento, más bien lo encarrilan, lo estimulan, le proporcionan una base firme para que piense conforme a verdad. Esa llave que abre la puerta del sentido de la vida, la Iglesia la conserva y nos la entrega a cada uno de nosotros. Es verdad también que nosotros estamos siendo cuestionados a lo largo de toda la existencia por la historia de la Iglesia. Esta Historia de la Salvación ha sido muy turbulenta. Bueno es que lo recordemos en estos momentos en los que también vivimos una situación complicada. Es bueno recordar la historia para relativizar las dificultades del momento presente. “Cielo y tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” El Cristianismo, se dice, ha muerto por lo menos cinco veces en Europa pero ha resucitado otras tantas. Pareció morir en el tiempo de los arrianos; pareció morir en el tiempo de los albigenses, pareció morir en medio de los humanistas escépticos, en medio de Voltaire o por el influjo de Darwin. Cinco revoluciones que ‘arrojaron la Fe a los perros’; y en cada uno de los cinco casos no fue la Fe la que pereció sino perecieron ‘los perros’. “Cielo y tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt, 24, 35)….Y hay que decir que en la historia de la Iglesia se ha vivido esta Fe confrontada con las herejías que nacían del seno de la Iglesia y con los enemigos externos de la Iglesia. La civilización romana que parecía dominarlo todo, que parecía que iba a ser inexpugnable tuvo su fin. Pero el fin de Roma y la llegada de los bárbaros no fue el fin del Cristianismo ni mucho menos. Y después del Imperio Romano, después de su caída, vino un momento en que la religión tejió una malla con el sistema feudal; parecía una conjunción que era inseparable y sin embargo, terminó el feudalismo, terminó la Edad Media y la Iglesia perduró en el radiante Renacimiento. Se creyó, posteriormente, que la religión perecería en medio del Siglo de las Luces y no digamos nada, en el terremoto de la Revolución Francesa; y no fue así. Por eso, se equivocan quienes piensan que los días del Cristianismo están contados o que la historia puede acabar con esta Historia de Salvación. El don de Jesucristo vivo, que habita en su Iglesia, tiene la capacidad de regenerarla en medio de sus crisis y de hacerla resurgir de forma siempre nueva. Decía Chesterton, en una de sus reflexiones, que para entender lo que es la Iglesia, lo que es Cristo viviendo en su Iglesia, quizá sería bueno hacer la siguiente comparación: imaginémonos lo que sería que Platón o Aristóteles o los grandes músicos como Mozart o Beethoven pudiesen llegar a ser contemporáneos nuestros; porque cada uno de ellos vivió en una corta etapa de la historia y terminó. Platón nos comunicó una verdad, pero Platón no volvió a hablar. Y Mozart escribió sus obras, pero allí concluyeron. Imaginémonos lo que sería que mañana pudiésemos desayunar con Platón o con Mozart y que nos fueran a comunicar obras nuevas que hubiesen escrito… ¡Qué grado de atención no seríamos capaces de prestar en tal circunstancia! La historia de la Iglesia camina hacia una meta Pues bien, eso que en la historia es imposible, sin embargo, si es posible en la historia de Cristo, en su Iglesia. Porque el Señor sigue inspirándola; sigue haciendo surgir y brotar brotes fecundos. Sigue inspirando a sus santos, a sus místicos. La sigue gobernando; la sigue guiando. La historia de la Iglesia camina hacia una meta, en la que tenemos plena seguridad y conciencia de que el ‘vino bueno’ ha sido guardado para el final. Sabemos que Cristo va a reinar al final de la historia; que antes de que llegue glorioso en la Parusía, reinará en la Tierra; de forma que su reinado antecederá y preparará su llegada final. Esta Fe que tenemos en el reinado de Jesucristo hace que nuestra visión de la historia sea verdaderamente esperanzada. Queridos hermanos, el Espíritu está presente en la vida de la Iglesia y a través de la Iglesia en la vida del mundo. Y es fecundo; es eficaz; es incansable; es el motor de la historia. Hagamos este acto de Fe: de que esta historia, que a veces parece sin rumbo fijo, sin embargo, esta historia tiene un timonel que la conduce y tiene un motor que la impulsa. Vamos a creer firmemente; a hacer este acto de Fe: en que el Espíritu Santo es el motor de esta historia y María, nuestra Madre, ha sido encomendada por el Señor de la historia, Jesucristo, para que Ella capitanee este momento de la historia hacia la meta final. Su Hijo Jesucristo ha querido poner en sus manos ese liderazgo, en medio de su Iglesia. De esta Iglesia Madre que le tiene a Ella como modelo, como imagen de la vocación que la Iglesia ha recibido; “María, Madre de la Iglesia, que has recibido la encomienda de tu Hijo de cuidar de nosotros, de cuidar de tu Iglesia, guíanos como rumbo fijo. Tú que eres Estrella de los mares no permitas que perdamos el rumbo, que nos perdamos en la noche. Tú que eres Esposa del Espíritu Santo encomiéndanos a todos nosotros para que nos dejemos mover por sus impulsos y por sus inspiraciones.”