El sexismo en lo implícito
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El sexismo en lo implícito
El sexismo en lo implícito 1. Buenos días, Quiero agradecer públicamente al Instituto Aragonés de la Mujer la posibilidad que nos ha brindado de estar estos dos días de jornadas sobre lengua y género, a la Facultad de Filosofía y Letras –en particular a nuestro vicedecano, José Luis Corral- por su colaboración a la hora de organizar todos los detalles de la misma, y al grupo de investigación Sylex, al que pertenezco, por confiar en mí para la presentación de esta sesión. Gracias, también, a todos ustedes, por venir a compartir con nosotros este espacio de reflexión sobre un tema que nos atañe a todos. Espero que mi intervención les sirva para observar el fenómeno del sexismo en las lenguas desde otros puntos de vista. El tema que vengo a presentarles, tal y como aparece en el título de la ponencia, es el sexismo en lo implícito. No es, en absoluto fácil abordar este asunto en apenas 45 minutos, pues supongo que se espera de mi que deje al menos claro qué se entiende por sexismo, qué es esto de lo implícito y qué tiene que ver con el uso de las lenguas. Para afrontar el reto, mi propósito es seguir el siguiente orden en mi exposición: 2. En primer lugar trataré de introducir el ámbito de “Lo implícito”, atendiendo, aunque sea brevemente, no sólo a qué es, sino sobre todo a para qué sirve y a cómo funciona. Para ello, aludiré en mi exposición a ejemplos concretos de información implícita, llegando así a los denominados estereotipos sexistas. En segundo lugar, trataré de relacionar este ámbito de “lo implícito” con el proceso de comunicación lingüística y les daré una justificación de por qué creo yo que es relevante el tema que aquí nos ocupa. De este modo llegaremos a la parte más importante y extensa de mi intervención, la que he denominado “Generando información implícita”. Presentaré algunas nociones fundamentales sobre el modo en el que las lenguas intervienen en nuestro conocimiento implícito y entraremos a comentar ejemplos concretos de sexismo implícito. Para terminar, el último apartado tiene que ver con nuestra responsabilidad como hablantes concienciados con esta realidad. 1 3. Comencemos, pues, por el principio. Vamos a entender por “conocimiento implícito” un conjunto de conocimientos y creencias que poseemos de manera consciente o inconsciente y que utilizamos constantemente para entender el mundo que nos rodea. También, claro está, para entender los enunciados lingüísticos. Es la llave que nos ayuda a relacionarnos con los demás y a entender lo que vemos, olemos, sentimos y oímos. Eso no quiere decir que todos estos supuestos sean verdaderos. Algunos lo son, y otros no lo son. Los antiguos creían que la tierra era plana, y al llegar a un sitio tan bello como Finisterre interpretaban que la tierra se terminaba ahí. Una vez conocido que la tierra es redonda, denominar a un lugar como “el fin de la tierra” sólo puede tener un sentido metafórico. En cualquier caso, sean verdaderos o no nuestros supuestos, lo importante ahora es que nos permiten interpretar los hechos. Y es que ni el mundo fenomenológico, ese que nos aparece por los sentidos, ni los enunciados lingüísticos tienen sentido alguno si no los relacionamos con ese conjunto de información que poseemos. Pensemos en un enunciado tan banal y habitual en estos días como el de 4 “¡Qué frío! ¿verdad?” Para entender este sencillo enunciado, aun cuando nuestro interlocutor sólo quiera saber si estamos o no de acuerdo con él, es evidente que recurrimos, al menos, a la información del mundo siguiente: 1. La temperatura ambiente del planeta tierra oscila (no es fija) 2. La temperatura corporal humana es sensible a los cambios térmicos externos (hasta el punto de que puede morir por congelación) 3. Nuestro sistema sensitivo nos advierte de la temperatura exterior, inconsciente (piel de gallina, temblores..) y conscientemente (sabemos que tenemos frío) 4. La sensación térmica es subjetiva, dentro de unos límites compartidos Este sencillo ejemplo nos hace caer en la cuenta, pues, de que para entender cualquier enunciado ponemos en marcha determinada información previa sobre cómo es el mundo. Esta información no la hacemos explícita, sino que funciona en un nivel implícito, consciente o inconscientemente. 2 5. Veamos ahora un ejemplo bastante repetido que muestra muy bien lo que queremos transmitir. Pensemos en una expresión como “ser capaz de”. En principio, que alguien “sea capaz de algo” no es ni bueno ni malo. Va a depender de qué sea capaz. Así, una oración como Es capaz de quedarse toda la mañana sin hacer nada Se interpreta como una característica negativa, en el sentido de que “se deja llevar”. La razón está en que quedarse sin hacer nada toda la mañana es interpretado como algo negativo Por el contrario, en una oración como es capaz de conseguir lo que se proponga, se interpreta como algo positivo, en el sentido de que consigue algo interesante y difícil. La razón también está en el sintagma que acompaña a ser capaz de, pues conseguir las cosas que nos propusimos es algo bueno. Consideremos ahora las siguientes oraciones: ese chico es capaz de acostarse con cualquiera frente a esa chica es capaz de acostarse con cualquiera. Muchos de ustedes, seguramente los más sinceros, estarán de acuerdo conmigo en que estas dos oraciones no se suelen interpretar igual. Mal que nos pese, porque nos pesa, que un chico sea capaz de acostarse con cualquiera todavía hoy lo interpretamos así, a bote pronto, como una característica positiva. El chico es capaz de conseguir a la pareja sexual que desee. Por el contrario, también a bote pronto, nuestro inconsciente nos lleva a considerar la segunda oración en principio como algo no tan positivo. Esa chica se deja llevar. En esta ocasión, la razón no está en el complemento de la expresión “ser capaz de”, sino en su sujeto. Lo que nos lleva al siguiente punto: 6. Porque la verdad es que, mal que nos pese, porque afortunadamente nos pesa, todos tenemos en mayor o menor medida la losa de los estereotipos sexistas. En un intento de simplificar, he tratado de reducirlos a cuatro ámbitos: 1. Obligación de cuidar a los demás, realizar labores domésticas y salvaguardar el ámbito de la familia tradicional 2. Dependencia económica, física o moral: infantilización, sumisión, obediencia. Falta de capacidad de liderazgo 3. Invisibilidad: parece que las mujeres no somos relevantes en el mundo científico, cultural o profesional. Inferioridad intelectual. Poca disposición a la técnica. 3 4. Obligación (y deseo irrefrenable) de ajustarse a un físico determinado, frivolización. Todos estos estereotipos funcionan en la gran parte de los casos en nuestra sociedad de manera inconsciente. Quiero decir con ello, que quiero pensar que todos los que estamos hoy aquí rechazamos de plano cada uno de los estereotipos anteriores. Sin embargo, el drama está en que los tenemos inconscientemente tan interiorizados que los utilizamos para entender el mundo que nos rodea y, por supuesto, sus enunciados. Si volvemos a nuestro ejemplo anterior, podemos decir que una expresión como “esa chica (o ese chico) es capaz de acostarse con cualquiera” no es, en sí misma, ni positiva ni negativa, sino ambigua. En ambos casos se podría interpretar tanto de un modo como del otro. Seguramente, a aquellos que con rubor se han descubierto interpretando de distinta manera las dos oraciones, lo que les ha pasado es que su inconsciente ha utilizado un estereotipo sexista para desambiguar una expresión ambigua. En el momento en el que uno usa su pensamiento consciente, niega el estereotipo y rápidamente puede interpretar el último enunciado como positivo ¿por qué no?: Esa chica es capaz de acostarse con cualquiera, tal es su simpatía y belleza. Tengo que decir, que aquellos de ustedes que no hayan aceptado que exista una diferencia en la interpretación de las dos oraciones, seguramente se deba a que son personas especialmente sensibles con el tema y a que estamos en un contexto en el que estamos hablando de forma específica del sexismo en el lenguaje. En cualquier caso, enhorabuena por sentirse un poco más libres de los estereotipos dominantes hoy en nuestra sociedad, pero no bajen la guardia, porque cuando menos se lo esperen se descubrirán víctimas de estos mismos estereotipos. Desgraciadamente, no creo que hoy por hoy haya nadie que se libre de ellos. 7. Una vez introducido nuestro objeto de estudio, consideremos cuál es la razón por la que puede resultar interesante analizarlo y hablar de ello en público. Una posibilidad podría ser considerar que, a pesar de que lo implícito es menos dañino que el sexismo explícito, este último está prácticamente erradicado de nuestras modernas sociedades. Desgraciadamente, no es el caso. Quizá sea cierto que a determinados sectores de la sociedad ya no nos interpelan con mensajes sexistas explícitos, al menos no como hace tan sólo una década. Pero la verdad es que estamos lejos de haberlo erradicado. Y no me refiero sólo a lo de “mujer tendrías que 4 ser”, dicho de una conductora, que explicita claramente el estereotipo número 3, según el cual tenemos cierta incapacidad para realizar determinadas acciones, como la de conducir un coche. Tampoco me refiero sólo a lo de “la mujer con la pata quebrada en casa” que cada vez se oye menos, afortunadamente, y que hace explícito el estereotipo 1, por el que nuestro ámbito más natural es el doméstico, sino que me refiero a mensajes explícitos nuevos, asociados a la publicidad y el marketing. 8. Especialmente dañinos a este respecto son, claro está, los mensajes explícitos que dirigen a nuestras hijas. En un Anuncio de muñecas Bratz se oía una voz en off que aseguraba “Lo importante es participar y estar guapa”, donde tenemos un claro ejemplo de estereotipo sexista del tipo 4. 9. En el siguiente anuncio, recogido de la revista de adolescentes Loka, fíjense en lo que aparece escrito en la carta que lleva la chica en la mano: Si no te gusto así puedo cambiar absolutamente “Todo” lo que quieras. El mensaje se explica aun más si siguen leyendo y descubren que venden varias fragancias de desodorante para que la chica se ponga la que le guste al chico en cuestión. Obviamente estamos ante un estereotipo sexista del tipo 2 muy explícito, por el que se refuerza el mensaje de que las mujeres debemos ser sumisas y moldearnos al gusto de nuestras parejas masculinas. Quizá quepa hacer aquí una breve reflexión. En nuestra sociedad actual, este tipo de mensajes dirigidos a mujeres adultas seguramente no prosperarían. Los ataques explícitos se interpretan conscientemente y por ello las mujeres adultas tienen ahora sí la tendencia general a rechazarlos, igual que rechazamos los estereotipos sexistas cuando los vemos escritos en una diapositiva. Ahora bien, al dirigir estos ataques explícitos a niñas y adolescentes, es posible que la reacción de estas sea distinta. No en vano en esa época de la vida se están buscando referentes para construir la propia identidad. Es, por esto, que la aparición de este tipo de mensajes explícitos dirigidos a niñas y adolescentes sea tan peligrosa. Pero, volviendo a lo que nos preocupaba, digamos que la ausencia de mensajes explícitos sexistas no es la razón por la que consideremos importante hablar de lo implícito. La razón es otra. 5 10. Para entenderla bien, tenemos que volver a describir esa información acerca del mundo que usamos para interpretar lo que percibimos por los sentidos, incluidos los enunciados lingüísticos. Dicha información, almacenada en alguna parte de nuestra memoria a largo plazo, aparece organizada en supuestos jerarquizados, de tal modo que unos supuestos los consideramos más seguros que otros. La jerarquía tiene que ver, sobre todo, con el modo en el que ha llegado ese supuesto a nuestro conocimiento. Simplificando conscientemente mucho las cosas, podríamos decir que lo que más seguro tenemos es aquello que sabemos como fruto de nuestra experiencia personal, dejando en segundo lugar aquello que sabemos porque nos lo han comunicado otros. Y también dependerá de cómo haya sido nuestra experiencia (más o menos fuerte) o del grado de veracidad del que nos lo haya contado. En cualquier caso, no todos los supuestos tienen la misma fuerza. 11. Por otro lado, es importante saber que dicho conjunto de creencias no es inmóvil. La experiencia y por supuesto, los enunciados a los que estamos expuestos, interactúan con dicha información para reforzarla, debilitarla o incluso sustituirla. Y aquí también hay una jerarquía: la experiencia tiene más poder para sustituir o cambiar presupuestos previos que lo comunicado. Y, dentro de lo comunicado, es más fuerte lo implícito (por la eventual falta de consciencia) que lo explícito. Y esta es la razón por la que consideramos relevante hablar de lo implícito hoy aquí: por su poder con respecto a nuestros supuestos, a nuestras creencias. Pero, sin quererlo, hemos dado un salto demasiado grande en nuestra argumentación. Hasta el momento lo único que habíamos dicho era que lo implícito parte de los conocimientos de una persona y sirve para interpretar los enunciados. ¿Cómo es posible, entonces, comunicar lo implícito? Pues es posible porque las lenguas cuentan con distintos mecanismos para generar conocimiento implícito. Es decir, para comunicar afirmaciones sin pronunciarlas. El caso más sencillo de todos es el de las presuposiciones. 12. Información IMPLÍCITA asociada a determinadas expresiones lingüísticas y que constituye un requisito sine qua non para que el enunciado tenga sentido. Así, por ejemplo, si yo digo “mi 6 tío está enfermo” yo no he tenido que decir que “yo tengo un tío”. No es necesario decirlo expresamente, porque lo he comunicado de todos modos. Nótese que si yo no tuviera ningún tío, la oración “mi tío está enfermo” sería absurda, un sinsentido. Pues bien, recapitulando hasta aquí, resulta que existe un mecanismo para generar de modo inmediato información implícita, que todo interlocutor va a recibir, aunque no sea de forma consciente. Dicha inconsciencia (por parte del receptor) hace que esta información comunicada sea más poderosa a la hora de modificar, sustituir o reforzar los supuestos preexistentes. Así, en el ejemplo anterior, si yo creía que el hablante no tenía familia y le escucho decir que su tío está enfermo, rápidamente y de forma consciente o inconsciente, voy a sustituir mi supuesto: a partir de ahora, ya sé que sí tiene familia. Por el contrario, si yo ya creía que tenía un tío, dicha oración va a reforzar este supuesto. Así, vamos a estudiar el sexismo en lo implícito porque cuando nos comunican (o comunicamos nosotros sin querer) supuestos sexistas de manera implícita, dicha comunicación va a reforzar el sexismo imperante en nuestra sociedad, ralentizando el proceso de igualdad. Acabo de decir que nosotros podemos comunicar supuestos sexistas y este es un punto importante en el que me deseo detener. Porque puede parecer que los mensajes sexistas nos los comunican los otros, los que no están concienciados con la falacia de los estereotipos sexistas, y que nosotros y nosotras, los que nos paramos a reflexionar sobre estos hechos, no somos más que pobres receptores de discurso sexista que nos tenemos que preparar para encararlo. Lamento decirles que nada más lejos de la realidad, pues todos y todas somos generadores de discurso implícito sexista. A continuación les presentaré un conjunto de ejemplos y en algunos de ellos podremos comprobar cómo personas poco sospechosas de irreflexivas o despreocupadas por el tema generan este tipo de supuestos, incluso cuando tratan de no hacerlo. Tampoco querría yo que cundiera aquí el desánimo ni el pesimismo. Creo que es importante ser conscientes de esto, pero recuerden que he reservado un último apartado en el que hablaré brevemente de cómo podemos actuar. 13. Comencemos ya con la ejemplificación que les traigo. Un generador de presuposiciones es, por ejemplo, la palabra también. En concreto, conlleva la existencia de otra afirmación anterior y 7 más obvia. Así, imaginemos que existen dos grupos de individuos: el grupo A y el grupo B y alguien dice algo así como Los del grupo B también vienen. Creo que estarán de acuerdo conmigo que esto conlleva que el hecho de que los del grupo A vienen es obvio, conocido y evidente. De hecho, si no sabemos nada acerca de estos dos grupos, y alguien dice “el grupo B también viene”, consciente o inconscientemente obtendremos también la información de que “el grupo A viene y eso ya deberíamos saberlo de antes”. Si antes intuíamos que el grupo A venía, la frase “el grupo B también viene” habrá reforzado de forma clara nuestro supuesto. 14. Con esta reflexión en la cabeza, consideremos el siguiente ejemplo. En 2008, el tercer premio Mujer y Publicidad “Crea igualdad” fue otorgado al anuncio de detergente para lavadoras Punto Matic, por su llamamiento explícito a la corresponsabilidad en el hogar. Desgraciadamente, el slogan de la campaña incluía una presuposición de marcado carácter sexista: Ellos también pueden presupone que ellas, es decir, nosotras, las mujeres, es obvio, conocido y evidente que podemos manejar una lavadora. Esto es, se trata de un estereotipo sexista del primer tipo, que incide en la obligación de la mujer de dedicarse a las labores domésticas. Desde que apareció el anuncio, y antes incluso de que fuera premiado, vengo yo diciendo en mis clases y fuera de ellas la evidente presuposición sexista que encierra tan desafortunado eslogan. Muchos me han contestado, sin embargo, que es que las cosas son así, y que por tanto hay que partir de ahí. Ante eso, dos matizaciones: (1) en realidad no son así. Las mujeres no podemos poner la lavadora por el hecho de ser mujeres. Hay muchas jóvenes que jamás han puesto una, sin menoscabo de su feminidad. Y (2) aunque así fuera, utilizar un mensaje implícito para comunicar tal hecho de desigualdad no es, en cualquier caso, un buen camino para conseguir la tan buscada igualdad real. Si queremos hablar de cómo son las cosas en el mundo que nos ha tocado vivir, debemos hacerlo de forma explícita, a modo de denuncia, y no de forma implícita, pues lo implícito perpetua el statu quo confundiendo que algo sea real con que algo sea natural. Nótese, además, en este primer ejemplo, como los estereotipos sexistas son comunicados por personas que están tratando de manera fehaciente de trabajar por la igualdad. Hace falta, pues, un verdadero esfuerzo y preparación para no hacerlo. 8 15. Pasemos a otro ejemplo. Ahora partimos de la palabra pero. Esta conjunción se utiliza para relacionar dos elementos que necesariamente han de ser contradictorios entre sí. De este modo, un enunciado como “Es rico pero honrado” transmite la presuposición de que los ricos no suelen ser honrados. De hecho, si nuestra información acerca de cómo es el mundo no considera que los ricos suelan ser gente poco honrada, lo normal es que nos sintamos incómodos con la frase que tienen en la diapositiva. El choque de lo implícito comunicado y sus supuestos es lo que les hace reaccionar. 16. Cristina Fernández, Presidenta de Argentina, en declaraciones en una entrevista, recogidas por gran parte de la prensa nacional e internacional dijo: Esta presidenta puede ser mujer, pero no se va a dejar presionar, lo que presupone, necesariamente, que las mujeres por lo general nos dejamos presionar, esto es, una vez más el estereotipo sexista número 2, que incide en nuestra falta de liderazgo y nuestra tendencia a la sumisión y a la obediencia. Nótese que al transmitir este tipo de presuposiciones: que es obvio que las mujeres podemos poner la lavadora, o que por lo general las mujeres nos dejamos presionar, difícilmente va a operar el consciente (de ahí que haya tanta reticencia a considerar que existe realmente la referencia sexista), por lo que la consecuencia es que estos supuestos transmitidos van a poder reforzar de una manera importante los estereotipos sexistas que todos y todas tenemos. 17. Más casos. Las palabras hasta o incluso Introducen un argumento mucho más fuerte que los anteriores, por lo inesperado: nótese que una oración como Hasta / Incluso mi enemigo me animó en esa ocasión, lo que hace es dar un argumento fuerte (que fuera mi enemigo el que llegara a animarme), para la conclusión de que hubo muchos elementos o personas que me animaron (si lo hizo mi enemigo, imagínate el resto). Esto mismo explica la rareza de una oración como ???Hasta / incluso mis fans me animaron, puesto que lo normal es que los fans animen. Nótese que esta última oración la interpretaríamos como irónica. Consideramos, pues, que lo que viene introducido por hasta o incluso es lo menos esperado, lo más difícil. 9 18. Para ver que esto de las presuposiciones sexistas ocurren en todo ámbito, les he traído aquí ejemplos de lo más diverso. En esta ocasión es una frase extraída del Discurso del Método, de Descartes, quien en un momento determinado afirma que quiere que le entiendan hasta las mujeres. Obvia decir que considerar que lo más difícil es conseguir que las mujeres entiendan la filosofía redunda en el estereotipo sexista tercero. Aquel que considera que somos inferiores desde el punto de vista intelectual. 19. Pero cambiemos absolutamente de ámbito, de registro y de siglo. En la descripción de los Oscar de 2006, el abc.es decía (sólo leo lo resaltado en negrita): “Incluso los hombres (...) se transforman en cajas registradoras una vez caminen por la alfombra roja, revelen las marcas y sonrían a la cámara”, nótese que en esta ocasión lo que se considera raro es que los hombres se dejen llevar por la frivolidad de la alfombra roja. Es raro en los hombres, no lo es, claro en las mujeres, por lo que se incide en el estereotipo sexista 4, que nos presenta necesariamente ligadas a la frivolización y al mundo de los sentidos. 20. Similar es el caso de la expresión aunque sea, que introduce un fuerte argumento en contra, para decir que va a ser superado. Así, una oración como Te queremos, aunque seas un desastre, comunica que “ser un desastre es un argumento en contra, que consiguen superar, para quererlo”. Nótese lo raro que quedaría que alguien dijera: ???Te queremos, aunque seas un amor, dado que ser un amor no es un argumento en contra para quererlo, salvo que se interprete como irónico. 21. Volviendo de nuevo al ámbito de las mujeres políticas, La senadora Jaroslava Moserová se presentó a las elecciones de la presidencia de la República Checa. En www.radio.cz se le pregunta si su intención es simplemente debilitar a los favoritos, a lo que ella contesta: No se debe menospreciar a ninguno de los candidatos, aunque sea mujer. Lo que está transmitiendo es, claro está, que ser mujer es un evidente argumento en contra para ser un candidato aceptable, por lo que retomamos el estereotipo sexista 3, que no nos considera importantes en el mundo profesional (incluido el político). 10 22. Los ejemplos son abundantes. Pensemos ahora en las oraciones introducidas por pronombre interrogativo. Este tipo de oraciones dan por verdadero el resto de la pregunta, al centrarse en el pronombre. Esta presuposición es la que ha dado origen a los famosos juegos del lenguaje del tipo de ¿De qué color son las mangas de los chalecos rusos?, donde la gracia está en que la gente se pone a pensar en cuál es el color, sin ser conscientes de que obviamente los chalecos no tienen mangas (la presuposición de que el resto es verdadero es tan fuerte, que cuesta darse cuenta); o en ¿Quién mató a Caín?, pregunta a la que la mayoría contestamos raudos ¡Abel! Porque no consideramos la posibilidad de que no haya un asesino conocido de Caín. Esto mismo es lo que explica por qué es tan peligroso para un adolescente contestar a los progenitores cuando le preguntan ¿Por qué llegaste tarde anoche?. En el momento en que conteste, habrá aceptado la presuposición, que casi queda inadvertida, de que efectivamente llegó tarde. 23. En este contexto, huelga explicar la pregunta que aparece en una entrevista a Nuria Cobo. Al preguntar Por qué las mujeres pierden la cabeza por unos zapatos, comunica que efectivamente las mujeres vamos perdiendo la cabeza por los zapatos, lo que nos remite una vez más al estereotipo sexista 4, que nos relaciona con la frivolidad. Nótese que en este ejemplo, como en los demás, lo único que nos queda es negar la mayor. Si somos capaces de parar la presuposición (lo que advierto que no siempre es fácil), se ha de hacer explícito nuestro rechazo a la presuposición. A algunas mujeres les pasa eso de que pierden la cabeza por unos zapatos; pero a otras no. Exactamente igual que les ocurre a ellos. 24. Un último ejemplo es suficiente antes de hablar de otros asuntos. En un anuncio publicitario de Philips, en el que varias manos iban destapando cajas, la única voz femenina en off dice: Veo tecnología que hace que no me sienta tan torpe. Obviamente, para que algo te haga sentir menos torpe, debes sentirte torpe previamente, por lo que volvemos al ya habitual estereotipo Sexista número 3, según el cual tenemos poca propensión a la técnica. 11 25. Hasta aquí lo implícito producido a partir de presuposiciones. Pero existen otras muchas formas de construir supuestos implícitos. Veamos, antes de acabar, algunas de ellas. Así, por ejemplo, en ocasiones lo implícito surge por motivos argumentativos. Si recordamos un poco la lógica clásica, sabrán que para llegar a una conclusión, del tipo “Sócrates es mortal”, hacen falta dos premisas, como “Todos los hombres son mortales” y “Sócrates es un hombre”, por ejemplo. Pues bien, la argumentación coloquial es un generador de conocimiento implícito porque de forma explícita sólo presentan una premisa y una conclusión. Para que la argumentación tenga algún sentido, la premisa que falta la recoge el interlocutor de forma implícita. Nótense las ventajas de este procedimiento frente al clásico: al no hacer explícita una de las dos premisas y obligar al interlocutor a rellenar huecos, le está obligando a hacer suya la verdad de dicho supuesto. Es, de este modo, una forma mucho más potente de comunicar determinados mensajes. 26. Un ejemplo lo tenemos en el siguiente fragmento de una telenovela. Dice uno de los personajes:¿Quién es el marido? Yo ¿no?. Pues entonces se hará lo que yo diga. Evidentemente aquí sólo se nos ha presentado una premisa (del tipo “yo soy el marido”) y una conclusión lógica (“pues entonces se hará lo que yo diga”). Para enlazar la premisa a la conclusión, es necesario aceptar, por tanto, que los maridos tienen derecho a mandar, y las mujeres la obligación de obedecer, lo que nos lleva una vez más al estereotipo sexista 2 27. Más ejemplos de mecanismos generadores de lo implícito: Miguel Ángel Rodríguez, en unas declaraciones bien conocidas dijo: La constitución ha cumplido 18 años, la edad en que las mujeres se ponen de largo y los ciudadanos acuden a votar Nótese como explicita sin ningún rubor el estereotipo sexista número cuatro, que nos relaciona a las mujeres con la frivolidad, las fiestas de puesta de largo, etc. No obstante, eso no es lo que hizo famoso el comentario. Por lo que se le recuerda es por su mensaje implícito: al contraponer a las mujeres con los ciudadanos, parece indicar que el supuesto uso genérico de estos últimos no nos acaba de incluir. 12 Volvemos, pues, al Estereotipo sexista 3, que redunda en nuestra invisibilidad. 28. Un último ejemplo del mismo tipo: El slogan de la consejería de mujer e igualdad de la comunidad de Madrid del año pasado decía: La conciliación de la vida familiar y profesional de nuestras mujeres es posible. Nótese que, en este caso, al hablar de la conciliación de las mujeres, e invisibilizar (por no nombrarlo) la conciliación de la vida familiar y laborar de ellos, los hombres, volvemos al estereotipo sexista número 1. Creo que con estos ejemplos aportados puede ser suficiente. Creo que ha quedado claro cómo se genera la información implícita, lo fácil que es transmitir un estereotipo sexista y lo difícil y necesario que resulta descubrirlos y cancelarlos. Avancemos ahora nuestra reflexión un poco más allá, retomando el tema de la sesión que nos precede. 29. ¿Tiene esto de lo implícito sexista algo que ver con el género gramatical? Si esta pregunta se interpreta como si tiene algo que ver lo que venimos hablando con el género que aparece asociado a determinadas palabras, sean éstas sustantivos, adjetivos, o cualquier otra palabra que en la lengua que sea tenga variación de género, tengo que responder que no. El género de las palabras es una marca gramatical que no implica, per se, ninguna presuposición implícita, ni sexista ni de ningún otro tipo. El género es un clasificador en el caso de los nombres, arbitrario, hasta el punto de que lo que es femenino en una lengua es masculino en otra y viceversa. En cuanto al género de otras palabras, como el adjetivo, únicamente se trata de una marca de concordancia, aspecto este incuestionablemente lingüístico, como el caso gramatical, por ejemplo. De este modo, rechazo tajantemente que el hecho de que cocina sea femenino y salón sea masculino, pongamos por caso, sean ejemplos del sexismo en el lenguaje. No lo son, en el sentido de que la razón por la que uno es femenino y el otro es masculino no tiene que ver con la vida de las personas, sino con la vida de las palabras. De ahí que tampoco nos debamos sentir aliviados porque últimamente se hayan puesto de moda comer en los offices (en masculino), o porque alguien prefiera denominar sala (en femenino) a la estancia principal de su casa. 13 Hasta ahí lo que corresponde al género en las palabras. 30. Ahora bien, si lo que se me pregunta es si todo esto de lo implícito sexista tiene que ver con el género de las expresiones referenciales sexuadas, ahí mi respuesta es otra. Y es que cuando ya no hablamos de palabras de una lengua, sino de expresiones para indicar una realidad de ahí fuera, es evidente que en ese momento las referencias genéricas cobran importancia en tanto en cuanto nos ayudan a encontrar al referente adecuado. Pero no nos precipitemos y vayamos poco a poco. Una de las primeras presuposiciones que les he mostrado hoy hacía referencia a la conocida Generalización Existencial, según la cual, cuando usamos una expresión referencial nos comprometemos con la existencia del referente. Esto es, que cuando alguien dice que “mi tío está enfermo” se compromete con la existencia de “su tío”, lo que nos lleva, ahora sí, a que tiene un tío. Pues bien, si le damos la vuelta a la generalización existencial, podríamos decir que con aquello que no se nombra no hay un compromiso de que exista. Y ahí ya podemos hablar de la importancia del género gramatical de las expresiones referenciales en la visibilidad de las mujeres. En este sentido, creo que es importante que las expresiones lingüísticas hagan visibles a los referentes femeninos. Así, por ejemplo, consideremos el uso del masculino genérico. Es fácilmente demostrable que cuando utilizamos un masculino singular, lo habitual es que nos estemos comprometiendo con la existencia de un referente masculino y singular. Así, si hablas de lo que te ha dicho “el médico de cabecera”, mi interpretación, consciente o no, es que se trata de un referente masculino. Algunas personas afirman que no, que cuando oyen hablar de “el médico de cabecera” (y no lo conocen, claro) interpretan un referente asexuado, como si dichos referentes humanos existieran; y aun hay otros que afirman que cuando escuchan “el médico de cabecera” interpretan que se trata de una mujer. Difícil de creer. El problema está en que todas esas afirmaciones se basan en una introspección, en una reflexión sobre lo que les pasa cuando escuchan tal o cual expresión. En ese sentido, es difícil discutir, pues si mi introspección y la suya no coinciden ¿quién podrá tener razón?. 31 Un modo más razonable de dilucidar lo que ocurre es con pruebas, en este caso de ámbito lingüístico. Utilicemos expresiones que se 14 desambigüen con el género del referente, del tipo de “ser capaz de acostarse con cualquiera”. En estos casos, se puede comprobar si el masculino singular remite a un referente asexuado (en cuyo caso, aparecerá la ambigüedad absoluta), un referente femenino (con el estereotipo sexista asociado, qué se le va a hacer), o un referente masculino (con la idea positiva de la que hablábamos al principio). Les insto a que hagan ustedes la prueba, con una expresión como “un español” (un español es capaz de acostarse con cualquiera) frente a lo que sucedería con “una española”. 32 Todo parece indicar, que el masculino singular, en principio, se compromete con la existencia de referentes masculinos, como no podría ser de otra manera. Es por esto que parece recomendable usar una expresión referencial femenina para comprometerse de la existencia de referentes femeninos. Es decir, que si la persona que te ha juzgado esta mañana era una mujer, lo suyo es que te refieras a ella con una expresión referencial en femenino: “la juez”. Nótese que digo la juez y no la jueza. Mi elección no es debida a que desprecie el neologismo, sino al hecho de que, por un lado no es en absoluto necesario (la juez remite al mismo referente femenino que la jueza) y a que, por otro lado, creo que hoy en día la terminada en a no ha triunfado sobre la terminada en consonante: hay diversidad al respecto y por ende tengo libertad para elegir no duplicar las palabras existentes en mi lengua. El día que la duplicidad haya ganado la partida, me rendiré, como tantas otras veces he hecho, pero sin considerar que hayamos ganado en la lucha por la igualdad. Será, para mí, un reajuste lingüístico promovido seguramente por un fenómeno de analogía. Hay otro tipo de genéricos que admiten una discusión un tanto mayor: los plurales. No me estoy refiriendo aquí a los plurales de los adjetivos que concuerdan con expresiones referenciales bien definidas. Esto es, en una oración como Los hombres y las mujeres están satisfechos, el acto de referencialidad está promovido por las expresiones referenciales “los hombres” y “las mujeres” respectivamente, por lo que no es en absoluto necesario incluir la doble referencia en el adjetivo. La concordancia es un asunto de la lengua, no del referente y por ello no añade información ni ventajas hacerlo. Que no se me entienda mal. A los hablantes que gustan de hacer estos dobletes, no tengo nada que decirles. Bien sé que la lengua es nuestra y que con ella podemos jugar como gustemos. Lo que 15 quiero decir, simplemente, es que no colaboran con la identificación de la referencia, que ya está hecha, y que por tanto, a efectos de la visibilidad de las mujeres ya no aportan gran cosa. Dejando a un lado los adjetivos en concordancia, pasemos a las expresiones referenciales plurales. Dicen los que están en contra de distinguir los géneros de las expresiones referenciales, que un masculino en plural incluye tanto a ellos como a ellas. Creo sinceramente que a veces sí, pero otras muchas veces no. Así, por ejemplo, si se me acerca alguien y me dice “Tenéis que venir todos”, esa segunda persona del plural del verbo está desambiguando el referente de “todos”. Quiero decir que, para que el enunciado tenga sentido, o me está diciendo que yo soy del sexo masculino (espero que no), o está utilizando el “todos” como genérico. Así lo entiendo yo sin problemas, y por ello, quizá no sea necesario que añada nada más. Sin embargo, los casos en los que el contexto aclara la posible ambigüedad no son tan comunes como pudiera parecer en un principio y el uso del masculino plural en muchas ocasiones lo que logra es, efectivamente, invisibilizarnos. Como muestra, un botón. 33. En el desafortunado eslogan de este cartel conmemorativo del cuarenta aniversario de la universidad nacional de Rosario, se lee: 40 años formando hombres pensantes. Tras leerlo, a muchos de nosotros nos ha dado la impresión de que se trataba de una universidad exclusivamente masculina. En suma. Soy consciente de lo complicado que resulta, en la lengua oral (no diría lo mismo para el lenguaje administrativo, por ejemplo), ser fieles a nosotros mismos y ser paritarios al hablar. Les lanzo, sin embargo, un reto que yo creo que no es tan difícil de cumplir y que es absolutamente necesario. Asegúrense, en sus conversaciones privadas y en sus relaciones laborales, que cuando se refieran a una mujer todo el mundo que les escuche sepa que, efectivamente, están hablando de una mujer. Sepan que si lo hacen nos estarán dando a nosotras un lugar en el mundo. 34. Y así llegamos a la última parte de esta intervención, en la que mi propósito es que reflexionemos acerca de qué podemos hacer para conseguir el objetivo. Objetivo que no es otro que acabar con los estereotipos de género, estos mitos que todos compartimos y que 16 conllevan desigualdad, irracionalidad, injusticia y, no nos olvidemos, violencia y muerte. Hemos avanzado mucho, muchísimo en pocos años. Mi vida apenas tiene que ver con la vida de mi madre, pero tengo el propósito firme de que mi hija, dentro de treinta años, pueda afirmar estas mismas palabras y que su vida tenga, en este ámbito, también poco que ver con la nuestra. Y eso, lo sabemos, está en nuestras manos. ¿Qué podemos hacer? 35. En primer lugar, creo que el primer paso es la introspección, la reflexión. Si se van de estas jornadas reconociendo que sobre ustedes pesan los estereotipos sexistas, me doy por satisfecha. Hay que estar pendientes de nuestras propias interpretaciones de los hechos, de los enunciados; atentos a nuestros propias palabras. En segundo lugar, les insto a que estén atentos a los mensajes explícitos de carácter sexista que todavía hoy aparecen en los medios de comunicación, en los libros de texto, en la publicidad, en todas partes. Estén atentos y denúncielos. Por nuestras hijas. Porque en su búsqueda de referentes para crear una identidad, no se crean esos mitos que las hacen más pequeñas y menos libres. Tenemos que conseguir que esos mensajes explícitos no queden impunes, que las leyes protejan a nuestras menores de estos ataques absolutamente premeditados y conscientes. 36. Un poco más difícil, pero también posible: estemos atentos a los mensajes implícitos y cancelémoslos. Los creativos que fueron capaces de crear un spot tan interesante como el de Punto Matic, fallaron en el eslogan. Quizá, si alguien se lo hubiera advertido, lo habrían sustituido por uno mucho más bonito, sin presuposiciones sexistas, como el de Todos podemos. Lo mejor que podemos hacer con el sexismo implícito es negarlo de forma explícita. Sacar los fantasmas a la luz y decirles que no son reales. La presidenta Fernández, quizá habría podido decir algo como: Esta presidenta es mujer, y puede que eso os haga pensar, por los estereotipos sexistas imperantes, que podríais presionarla, pero no va a ser el caso. La consejería de igualdad y mujer de la comunidad de Madrid simplemente tenía que evitar la reducción del problema, con lo que podría haber utilizado simplemente un eslogan como el de La conciliación de la vida familiar y profesional es posible. La Universidad Nacional de Rosario sin duda habría cambiado en el suyo ‘hombres’ por ‘personas’. 17 Aquí me gustaría hacer una precisión que considero importante. Como ya he repetido en varias ocasiones, los mensajes sexistas implícitos los generamos habitualmente de forma inconsciente, es fruto de una cultura dominante y nadie está libre de hacerlo en un momento determinado. De este modo, cuando descubramos que detrás del discurso ajeno hay un implícito sexista, debemos hacérselo ver, sin hacer que se sienta por ello culpable de nada. Acabar con los estereotipos es labor de todos y como una bola de nieve, cuantos más seamos sensibles al problema, más sensibilidad habrá en la sociedad. Les he pedido reflexión con sus propios supuestos, valentía para denunciar los ataques explícitos, mano izquierda para hacer visibles los ataques implícitos, y aun me voy a atrever a pedirles algo más: que sean creativos y que se atreva a crear mensajes implícitos con carga ideológica igualitaria. Hemos aprendido lo valiosa que es la comunicación implícita para cambiar los supuestos de los demás. Utilicémosla. No es tan complicado como parece. Consiste en partir del mundo que nos gustaría tener, en lugar de partir del que nos han dicho que existe. Un ejemplo de esto es reivindicar a nivel laboral los derechos de los varones para su conciliación laboral. 37-38. El tiempo se termina y es momento de pasar al debate. Muchas gracias por su atención y suerte. 18