Prólogo al libro de De la Vega - Los Mundos Posibles de la Escuela
Transcripción
Prólogo al libro de De la Vega - Los Mundos Posibles de la Escuela
PRÓLOGO LA ESCRITURA COMO REBELIÓN ANTE LA HEGEMONÍA DE LA NORMALIDAD En un ya conocido y largamente comentado texto Michel Foucault señala que: “La genealogía es gris, meticulosa y pacientemente documental. Trabaja con pergaminos embrollados, borrosos, varias veces reescritos (…) De ahí la necesidad, para la genealogía, de una indispensable cautela: localizar la singularidad de los acontecimientos, fuera de toda finalidad monótona; atisbarlos donde menos se los espera, y en lo que pasa por no tener historia –los sentimientos, el amor, la conciencia, los instintos- captar su retorno, no para trazar la curva lenta de una evolución, sino para reconocer las diferentes escenas en las que han representado distintos papeles; definir incluso el punto de su ausencia, el momento en el que no han sucedido” 1. La extensión de esta cita se justifica por su propio valor, pero además porque abre los sentidos y engalana este nuevo libro de Eduardo de la Vega. En efecto, el texto que hoy llega a nuestras manos ha salido airoso de su propia complejidad laberíntica y, además, de sus más que prometedores planteos iniciales. No cabe duda de la tarea ciclópea que consiste en vérselas de frente con un problema álgido cuyo pasado configura por sí mismo el peso y la gravedad de su presente. Debería haber dicho: los problemas, los infinitos problemas, las encrucijadas de problemas que la educación especial nos plantea. Aún así el problema de este libro es, a mi juicio, la búsqueda a veces desesperada por la singularidad de un cierto tipo de individuo que parece estar perdido, omitido o suprimido, en las telarañas de los conceptos, las instituciones, las reformas educativas, el desprecio, el temor y, porqué no, también en el remolino de la indiferencia y el olvido. Lo diré de otro modo: frente a los infinitos y aparentemente refinados aparatos de control y normalización, de regulación y visibilidad-invisibilidad, de exclusión e inclusión, de sujeción y aprisionamiento, hay siempre una repetición que incomoda y una diferencia que asusta. La repetición insistente es la de las instituciones. La diferencia, que convulsiona, es la del individuo (pensado y “ejecutado”) como anormal. La repetición que promete dejar de serla es la del disciplinamiento. La diferencia, que siempre indicaría una relación y no una esencia, es la del individuo juzgado sin causa aparente, sacrificado, excluido, integrado, incluido y vuelto a apartar. Tengo la sensación de haberme anticipado muy rápidamente al corazón de este libro, y me arrepiento por ello. No todo puede leerse tan rápido, no 1 Michel Foucault. Nietzasche, la genealogía y la historia. Valencia: Pre-textos, 1988, pp. 11-12. todo puede escribirse tan sencillo, no todo es tan banal. Aquí se pone en juego un orden de discurso y unos argumentos de poder que merecen, por lo menos, paciencia (como quería Michel Foucault) y deconstrucción (como quería Jacques Derrida). Paciencia para comprender un presente educativo, con respecto a la normalidad y la anormalidad, que sólo puede verse a través de sus fisuras más secretas y más oscuras. Deconstrucción de la propia hegemonía naturalizada en una ficción de cuerpo normal, de lenguaje normal, de comportamiento normal, de aprendizaje normal, que se ha venido hilvanando para nada ingenuamente. Por ello quisiera decir que el texto de De la Vega es una arqueología y una genealogía de la Educación Especial; y es, además o a la vez, un ejercicio intelectual que estábamos esperando hace tiempo para poder pensar de otros modos nuestras relaciones con la alteridad en cuestión. Lo estábamos esperando, y lo celebramos enfáticamente, al menos aquellas y aquellos que no nos conformamos con las aparentes transformaciones en este campo, con sus rostros maquillados y sus gestos políticamente correctos. Lo estábamos esperando, y sentimos gratitud por su escritura, al menos aquellas y aquellos que venimos penando y produciendo prácticas y discursos que ponen en tela de juicio la idea de la normal, la estrategia de lo correctivo, la evanescencia y la fosforescencia de ciertos anuncios novedosos de la inclusión que pretenden “que aquí no ha pasado nada”. Sí que ha pasado. Lo intuimos. Lo hemos indagado. Nos lo han dicho, de maneras diferentes, las personas presas (literal y metafóricamente) de la fuerza gravitacional de la normalidad. Sí que ha pasado. Lo experimentamos. Se ha vuelto experiencia el relato que, tímido, viene a contarnos acerca de las formas violentas, desmedidas y desmesuradas, por encausar inútilmente cuerpos, mentes, lenguas, que no se desvían de ningún camino. El camino es, por ello, el problema. O la falta de caminos. Es que el sendero fue y es (¿será?) demasiado estrecho, demasiado abismado, en exceso desértico. El libro traza un movimiento desde la figura de los locos y su encierro hacia la de la escuela integradora y la “parodia” multicultural. En ese trazado que, reitero, no se trata apenas de un despliegue de linealidad temporal e institucional, lo apenas visible, o lo que no hemos sido capaz de ver, se revela como rizoma, es decir, como una multiplicidad que no se deja gobernar ni ordenar. Eduardo de la Vega sabe cómo sostener las tensiones y las encrucijadas entre las épocas y sus formalizaciones institucionales, dando a cada fragmento un carácter a la vez conclusivo y necesariamente provisorio. Porque producir un texto de este tipo no constituye, en estos tiempos, sentar en el banquillo de los acusados a los “racionales-irracionales” de otras épocas que sometían y juzgaban (y encerraban y escondían y mataban) a los locos, los degenerados, los defectuosos, los corregibles incorregibles, los delincuentes, los atrasados, los retrasados, en fin, a los anormales etc.; tampoco es el describir esas relaciones como ingenuas y sólo pertenecientes a una edad sombría del pensamiento y la práctica científicas; ni es, mucho menos, la de sobrevolar por un conjunto de ideas que culminarán de modo más “progresista” y por fuerza más “liberador” del individuo anormal. La tentación por una historia de la educación especial (en tanto propedéutica de ideas equivocadas a ideas correctas sobre la normalidad y la anormalidad) está al alcance de la mano, pero también se escurre como agua entre los dedos. Esa tentación nos ha hecho caer en la trampa de los sucesivos recambios de nombrar al sujeto (sin que el sujeto “estuviera ahí”), de llamarlo sin “llamarlo”; en la trampa de la iteración de axiologías, clasificaciones, etiquetamientos, agrupaciones sin grupos, des-agrupaciones de grupos, sin que en nada mediara la experiencia singular; en la trampa de reemplazar la “anacrónica” educación especial por la “novedosa y triunfante” atención a la diversidad; en la trampa de confundir el tema de la anormalidad con los sujetos así concebidos (y allí no dejarlos salir hacia los bordes o sentirse seres cualesquieras, seres como cualquiera); en la trampa, al fin, de pensar que toda experiencia, que todo padecimiento y sufrimiento del individuo no es otra cosa que aquello que compone su propia y autoreferida anormalidad. No me sirvo del término “trampa” por acaso. Sé que es una palabra dicha y escrita por De la Vega y no sólo en este libro. Su desconfianza, su recelo, su capacidad de dudar, a la que me pliego con hermandad desde hace tiempo, no es azarosa ni apenas una cuestión metodológica. Hay algo más. Siempre hay algo más. Hace ya varios años tuve el atrevimiento de escribir, no sin cierta soberbia, lo siguiente: “Es un hecho que la educación especial, sus instituciones totalitarias y los sujetos que son forzados a incluirse en esa forma particular de pedagogía, no forman parte de las agendas políticas, sociales y académicas de aquellos que están vinculadas con otros movimientos sociales, culturales y pedagógicos -por ejemplo de raza, clase, género, sexualidad, etnía-. Existe, por lo general, una profunda desconfianza frente a la teorización en este territorio. La educación especial es considerada un problema menor, que trata de personas que tuvieron la desgracia de adquirir algún tipo de deficiencia, sus familias y los profesionales –especialistas- que trabajan con ellos. Más aún, los sujetos con deficiencia raras veces son vistos como perteneciendo a una nación, siendo ciudadanos y sujetos políticos, articulándose en movimientos sociales, poseedores de sexualidad, religión, etnia, generación, clase social, etc.” 2 Y quizá la densidad de este texto encuentre hoy en el libro de Eduardo de la Vega, al menos, un conjunto de intuiciones, sentidos y concepciones que posibiliten volver a pensar si algo de todo ello ha cambiado. En ello y en nosotros. Hacía falta un estudio que se concentrara particularmente en este aspecto. Y este libro lo hace muy bien. Realizar esta arqueología y genealogía supone al menos un conjunto de virtudes que no pueden ser apenas anunciadas y/o enunciadas como propósitos iniciales, sino que tienen que reflejarse cabalmente en los procesos de escritura; dicho de otro modo: es allí, en la escritura misma, donde tienen que notarse. Jacques Derrida decía que deconstruir una cosa, sea ésta una idea, un concepto, un discurso, una imagen, es “agarrársela” con algo que no simplemente se niega, sino que por el contrario se lo afirma, 2 Carlos Skliar. Discursos y prácticas sobre la deficiencia y la normalidad. Las exclusiones del lenguaje, cuerpo y de la mente. En Pablo Gentili (Org.) Ciudadania y Educación. La formación ética como práctica de la libertad. Editora Santillana, Buenos Aires, 1999, p. 116-131. se dice que sí. Digo esto porque tengo la sensación que este libro puede ser leído, quizá de un modo fugaz y superfluo, como un rechazo a la educación especial, como una suerte de agravio a las prácticas y los discursos específicos de este campo de la educación. Sin embargo, y ésa puede ser la primer virtud del libro, me parece que De la Vega afirma la educación especial, le dice que sí, pero de una manera muy diferente a la de jugar al juego de “estoy de acuerdo / no estoy de acuerdo”, o “está bien / está mal”, etc. Afirmar la educación especial no quiere decir estar de acuerdo con ella, sino evitar eludirse de su trama compleja al rechazarla sin más. Es típico de estos tiempos ver que la educación especial sea denostada, caricaturizada, vituperada, despreciada y etiquetada como anacrónica. Por eso a muchos les ha resultado tarea por demás fácil intercambiarla por nuevos nombres disciplinares y omitiendo por completo una historia crítica profunda y veraz. El procedimiento ha sido tan falaz como efectivo: infantilizando la educación especial se ha hecho borrón y cuenta nueva y de ello ya no se habla. Sin embargo, hay que tener coraje, sensibilidad e lucidez suficientes como para hacer exactamente lo contrario: darle valor positivo, dar positividad a la educación especial y que ése en realidad sea el punto de partida para ponerla de pies a cabeza; para revisar y revisitar institución por institución; para discutir formación tras formación, práctica tras práctica, prédica y más prédica. En relación a esto último, la segunda virtud presente en la escritura de este libro (y ya que de genealogía se trata es justo reconocer aquí a Nietzsche), es que asume para sí aquella sutil para contundente distinción que hiciera el filósofo alemán entre los “moralistas” y los “predicadores de la moral”. Como se sabe la distinción entre estas dos nociones que parecen asemejarse (Moralist y Moral – Prediguer) está en que mientras el moralista va en busca de lo humano, explora lo humano, hace de lo humano una travesía en sí, el predicador de la moral lo único que quiere es homologarnos, a todos, a alguna forma de normalidad. Sería hasta sencillo buscar un parangón con respecto a la voz que expresa Eduardo de la Vega en su libro. Su tarea es claramente la del moralista, no la del predicador de la moral. Su escritura no nos dice lo que está bien y está mal, lo que debe hacerse o dejar de hacerse, lo que es correcto o incorrecto. Su texto no toma distancia de lo que critica, no se ausenta a sí mismo, no se golpea el pecho anunciando con énfasis el fin de viejos tiempos y presagiando algo nuevos y promisorio que vendrá. Ya hemos visto como en la historia de la educación especial (pero no de la genealogía) muchos comienzan por la figura del salvaje de Aveyron, mostrando con altanería los supuestos errores de las prácticas correctivas de su médico Jean Gaspar de Itard, y confirmar así la hipótesis que buscaban: en la educación especial no hay otra cosa que segregacionismo y salvacionismo, mezclados con unas pinceladas de violencia y coerción. De la Vega también busca los orígenes, partiendo del encierro de los locos como punto de partida para su análisis. Pero no se mofa de ello. No lo describe como un proceso irracional. Por el contrario (y será justo aquí donde los predicadores de la moral y los moralistas se separan definitivamente) intenta buscar las pequeñas razones, las razones mínimas, las casi no-razones siempre opacadas por la Gran Razón de la ciencia, para escribir, bellamente enraizado en Foucault: “Rechazo ontológico y moral: la locura era una especie de no-ser, una animalidad antinatural y una libertad absoluta; pero era también, y esencialmente, una falta moral. Paradoja de la locura: era, al mismo tiempo, error moral, elección culpable como naturalidad de una bestialidad inocente”. 3 Con total certeza este último párrafo abre este prólogo a la tercera virtud del libro: su complejidad teórica o, dicho de otra manera, el hacer teoría de algo tan aparentemente banal como lo es la educación especial. Pero no sólo de hacer teoría como ejercicio intelectual, sino bajo la forma de una responsabilidad, que no es lo mismo. Y la cuarta virtud, sumada a su capacidad genealógica y deconstructiva, la no predicación de la moral y la implacable teorización, es la de cerrar su libro por el lugar más ambiguo de los tiempos que corren: el de la integración educativa o inclusión (que, para no alentar más neologismos apenas menciono como sinónimos, aún sabiendo que la literatura “especializada” los distingue). Concluir por ese sitio puede llamar a engaños. Puede que se crea que ahí está la solución a los intensos e inmensos problemas planteados en este texto. Puede que se piense, además, que la integración/inclusión es la salida a siglos de sujeción al par normalidad/anormalidad. Puede que uno se imagine, inclusive, que la integración/inclusión es la respuesta afirmativa a una pregunta negativa. No es esto lo que se encontrará. Afortunadamente. Haciendo un repaso a ciertos acontecimientos políticos, culturales e institucionales de nuestro continente con respecto a este tema, uno de los hallazgos y sutilezas que debo subrayar es que la integración/inclusión trajo, como su propia paradoja, una discapacitación de la pobreza o, mejor dicho, la pérdida del sujeto de la educación especial, producto aquí de la aplicación sistemática de estrategias neoliberales. La sospecha que la integración/inclusión es la desembocadura que encontró la política excluyente neoliberal para expiar sus pecados no es nueva ni está alejada de la realidad. No es la única explicación de porqué hay un discurso actual hegemónico sobre la integración, pero sugiere un relato fascinante por su propio carácter paradojal. La idea no es compleja: si es imposible soportar la situación de amenaza de una enorme masa de excluidos, entonces es estratégicamente conveniente prometer la inclusión. Pero ello hace funcionar un aparato demasiado obvio: el mismo sistema (político, cultural, educativo) que excluye, incluye. Lo que no puede traer mejora alguna. A no ser el entendimiento, ya planteado por Foucault en los ’60 del siglo XX, que exclusión e inclusión forman parte de un mismo proceso de disciplinamiento y necesidad de normalización. Me honra, al fin y al cabo, presentarles este libro. Me honra invitarles a la lectura. Siento gratitud por Eduardo de la Vega al haberme confiado su manuscrito y permitirme mirarlo con seriedad y alegría al mismo tiempo. Me parece que en medio de la vorágine por cambiar, por transformar, por mutar, éste es un libro para detenerse, para mirar lo que no se ha visto o se ha visto apenas. En fin, para dotar de sentido a todo aquello que parece, hoy, ser maltratado, despreciado y dejado a un lado. Quizá a la educación 3 Eduardo de la Vega, en este libro. especial también sufra de aquello que ella misma protagonizó en primera persona: exclusión y abandono. Extraña paradoja. Carlos Skliar