Bruselas, de Dansaert a Saint-Géry - E

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Bruselas, de Dansaert a Saint-Géry - E
Bruselas, de Dansaert a Saint-Géry
La Petite Claudine [01-12-06]
Hace dos años viví en Bruselas cinco meses y no me gustó.
Fué una visita muy poco afortunada: compartía estudio con un matrimonio de artistas que
se hacía pedazos, una amazona lituana de dos por dos que quería ser Amelie y un grupo de
músicos experimentales que se estrenaban como directores de un gran festival. Asistí a la
fiesta de fin de año más decadente de toda mi vida, y una tiene un pasado. Durante la
cena, había dos menores viendo los teletubbies y eso fue lo menos raro. En cuanto los
llevaron al sobre y nos comimos las uvas (que en bruselas es prenderle fuego a un papelito
con todo lo que quieres enterrar y saltar sobre las cenizas), bajamos a un sótano decorado a
las Mil y una noches y todo el mundo se puso a comer hongos alucinógenos con la
esperanza de librarse de su pareja y follarse a la de otro, preferiblemente un colega y pasar
el resto de las vacaciones haciendo terapia grupal. Fue como estar un peli de esas en que
los protagonistas de M.a.s.h. se reúnen en una casa de campo a llorar porque se han
convertido en sus padres. The Horror, the Horror.
Además, hacía un frío negro, húmedo y pringoso, como julio en barcelona pero en frío, una
cosa fatal. Bruselas fué construída en una isla sobre el Sena, hoy Place St-Géry, y luego
se fue extendiendo para dar fonda a la ruta comercial entre Brujas y Colonia. Se fue
extendiendo sobre el río, no sé si me entienden. Su nombre, que proviene de la palabra
holandesa Broekzele, significa casa de una habitación construída sobre el pantano y se lo
han puesto ellos solos. Caminar por Bruselas en invierno es clavarte la mitad de los
adoquines con los que taparon el río y nadar en un charco de barro tratando de evitar la otra
mitad. Vas tieso como un palo, tratando de moverte lo menos posible dentro de la ropa
encharcada, chocándote con otros náufragos que hacen lo mismo que tú y se cagan en
sus muelas. Dicen que fue un invierno malo. P'aberse matao. A los dos meses de estar allí
un grupo de científicos anunciaron lo que el resto de Bélgica ya sospechaba, que la polución
de París era arrastrada lejos de francia por un dios amante del queso y la nouvelle vague
hasta llegar a las montañas y entonces rebotaba un poco hasta quedar sobre nuestras
cabezas.
Estos días, sin embargo, hace sol y la calle de mi apartamento huele a arroz con leche.
Ayer volvía a casa tarde comiéndome un falafel cuando un caballero con aire de destripar
jovencitas me dijo bonne appetite y yo le dije merci y no pasó nada más. Mi barrio preferido
-que es la parte alta de Molenbeek- ha mejorado notablemente. Es como quien dice un
lavapies o rabal de bruselas; el siglo pasado se industrializó de tal forma alrededor del canal
que lo llamaban el pequeño Manchester, después se fue al carajo y ahora es un barrio de
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inmigrantes. A los belgas les gusta decir que hace cinco años era un agujero, y la parte
detrás del canal lo sigue siendo. Del lado de la rue Antoine Dansaert, que es la calle que
va hasta la bolsa, cuatro listos han comprado las casas vacías, han tirado cuatro tabiques y
las venden como lofts. El distrito Dansaert, hasta la plaza de Saint-Géry se ha convertido
en el refugio de los nuevos diseñadores. Y no veas.
Si entramos de espaldas al canal, están Alice y LeBonheur, dos tiendas de coleccionistas
(de comics, muñecos, libros raros sobre pornografía y camisetas con grabados de los
héroes locales) que tienen escaparates muy graciosos y a veces un poco autistas. Justo
enfrente estaba mi bar favorito haciendo esquina, el Walvis, pero lo acaban de cerrar por
un quítame allá esa especulación inmobiliaria y me dicen que no volverá. Tenía tartas y wifi
gratis. Hay muchas panaderías árabes donde se puede uno comer una crepe, que no es la
crepe francesa sino una especie de filloa de carnaval grasienta y deliciosa que a mí me
gusta mucho y me sienta fatal. Después hay tiendas y más tiendas; ropa de primera y
segunda mano, muebles, tejidos, sombreros, joyas,
paraguas... aquellas zorras
afortunadas que tengan tiempo y dinero para gastar harán bien en consultar Virgin Airlines
y esta guía (en inglés y en PDF).
Estos días, el mercado de viandas es mercado navideño pero porque en el norte ya es
navidad. Un poco más adelante, hay un minúsculo Chinatown con dos supermercados
asiáticos que son como la planta baja del Corte Inglés y venden bolsas de Shitake de
cinco kilos.
Hay dos sitios que me gustan especialmente para comer y beber. El primero es Pataya, un
tailandés a mitad de Antoine Dansaert que sirve la mejor ensalada de Papaya que he
comido jamás, aunque es para valientes: tiene tres tipos de picante distinto y encima, ajo.
Al final de la calle a la derecha y de nuevo a la derecha (doblando una tienda de diseño
muy bauhaus que hace esquina) hay varias cervecerías que me gustan, especialmente
Greenwitch. Julian dice que me gusta porque me recuerda al Barbieri aunque todavía no sé
por qué lo dice. Hay una mezcla curiosa de parejas recién hechas, mujeres con poca tela
y viejitos jugando al ajedrez.
Vía LPC ... que está de lo más National G.
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