Mito y Política - Cultura Política
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Mito y Política - Cultura Política
ESTRATEGIAS DE LA PERSUASIÓN Mito y Propaganda polìtica Adrián Huici Módenes SEGUNDA PARTE CAPITULO III Mito y Política 1. Amistades Peligrosas En los capítulos precedentes hemos apuntado a vuelapluma al vínculo entre la política y el mito o, más bien, la posibilidad del mito de ser utilizado como elemento de persuasión dentro de la propaganda política. Esta posibilidad es, en realidad, un hecho ampliamente constatado a la largo de toda la historia de la humanidad y, muy especialmente, en los siglos XIX y XX, en los que se convirtió muchas veces en un factor determinante en la consolidación de doctrinas y movimientos políticos, a menudo de signo diametralmente opuesto, lo cual demuestra que el mito puede mantenerse al margen de valoraciones éticas, que deben aplicarse, aquí sí con rigor, a quienes los utilizan y a los fines a los que los destinan. En cierto modo, y siguiendo con la reflexión anterior, casi se podría decir que los mitos utilizados en política no son tales, en el sentido antropológico o psicológico del término y, si lo son, sufren tal proceso de desnaturalización al formar parte de vastos procesos propagandísticos en los que sólo interesan como elementos de choque, en virtud de su impacto emocional, que aveces resulta difícil reconocerlos como tales. Desde este punto de vista, la palabras de Cassirer en El mito del estado: Siempre se ha descrito al mito como resultado de una actividad inconsciente y como un producto libre de la imaginación. Pero aquí no encontramos con un mito elaborado de acuerdo con un plan. Los nuevos mitos políticos (...) son cosas artificiales, fabricadas por artífices muy expertos ny habilidosos (...) como consecuencia de ello, los mitos pueden ser manufacturados en el mismo sentido y según los mismos métodos que cualquier otra arma moderna, igual que ametralladoras y cañones. (1968: 333-4) Evidentemente, cuando Cassirer escribe esto piensa en la Alemania nazi, que él como judío padeció en carne propia obligado a exiliarse en U.S.A., que es sin duda el ejemplo más acabado de estas prácticas a las que, como otras tantas, el nacionalsocialismo llevó al extremo de la perversión. Inclusive, el lenguaje de la Alemania nazi se había contaminado de este extremismo y así, como dice García Pelayo, la palabra total aparecía constantemente asociada a los conceptos básicos del sistema: Una palabra común, pero a la que durante aquellos años se la carga de un sentido casi mágico, comienza a circular (...): la palabra "total" y sus compuestos como "guerra total", "movilización total", "Estado total", "hombre total", "revolución total". Y, aunque menos difundida, comenzó a circular con carga mágica la palabra "profundo ". Vocablos cuya significación conviene tener en cuenta para la comprensión general del mito. (1980: 96) También Cassirer indica que la creación y manipulación de mitos políticos en la Alemania nazi comenzó por la manipulación del lenguaje, que es junto al mito, una de las formas simbólicas configuradoras del mundo. El proceso puede sintetizarse del siguiente modo: primero el lenguaje, luego la apelación a viejos mitos y la creación de otros nuevos y, por último, como consecuencia casi matemática de lo anterior, los hechos: la conquista del poder, la transformación de Alemania en un mar de camisas pardas y la guerra. Dice Cassirer: El verdadero rearme empezó con la aparición y auge de los mitos políticos. El rearme militar posterior era sólo una complicidad posterior al hecho: pero el hecho era un hecho consumado mucho antes. El rearme militar era solamente la consecuencia del rearme mental producido por los mitos políticos, (ob. cit.: 334) En las páginas que vienen intentaremos ver las causas, los métodos y las consecuencias que ese "rearme mental" es capaz de producir en cualquier sociedad, no importa cuáles sean sus características socio-económicas o mentales. El mito es un fenómeno universal que toca del mismo modo a individuos o grupos humanos. De allí su poder y de allí también el interés que suscitó en propagandistas de todo signo ideológico y también en los encargados de crear mensajes publicitarios comerciales. 1.1. Una relación compleja. Los vínculos entre mito y política no son simples ni responden a una sola, o a unas pocas circunstancias o causas. Tampoco la manifestación del mito en el hecho político es unívoca o inequívoca, como hemos dicho antes, si algo lo caracteriza es la ambigüedad, la doblez, la multivocidad, atributos con los que, por otra parte y para complicar más el tema, se adorna también lo político, y la política. En este punto, y antes de continuar, debemos hacer una aclaración terminológica: entre lo político y la política hacemos aquí la distinción que indica Georges Burdeau. Para este autor, lo político es un término filosófico que entra en el universo de las esencias, por encima, por tanto, de toda contingencia. Lo político responde a la necesidad que tiene toda sociedad de establecer una estructura asociada a un orden y a unos valores indispensables; se lo podría definir como el contenido del pensamiento del grupo cuando éste toma conciencia de la realidad histórica. De allí que afirma Burdeau: Si la politique est ainsi le reflet d'une image que la sacíete se fait d'elle-méme, on concoit aisément qu'il soit solidaire des symboles et des mythes qui soutiennent cette représentation. ¡I s'inscrit dans le quadre des affabulations par lesquelles les sociétés protégent leur cohesión, s'expliquent leur structure et imaginent leur destín. (1979: 21) Como puede verse, en la propia definición de lo político es posible detectar el componente mítico, de la misma forma que cualquier aproximación al mito delata inequívocamente la presencia en él de lo político. La política, por contra, es una actividad y la mayoría de las veces cargada de tintes peyorativos parecidos a los que también se adjudican a sus oficiantes, los gobernantes. Sin embargo, su función es la de guardar la disciplina y la cohesión del grupo y, por tanto, su perdurabilidad. Por otra parte, la política es la manifestación fáctica del poder: C'est a diré que la politique est l'activité qui consiste á definir le Pouvoir et á en exercer les prérogatives. En ce sens on doit la considérer comme une fonction sacíale (...) et comme une fonction nécessaire puisque, sans elle, le groupe se dissoudrait dans l'anarchie des comportements individuéis, (ob. cit: 22) Decíamos que la relación mito-política es compleja y eso se traduce inclusive en el modo cómo aquél interviene en ésta; por lo tanto, de una parte debemos decir que, al estar el mito presente en toda producción humana, lo estará también aquí. Y, además, su presencia es constante, sean o no conscientes de ello los grupos sociales. Sobre esta omnipresencia del mito en lo político, dice Sergio Labourdette: Estamos inmersos en los mitos. Nos acompañan en la vida cotidiana y, en consecuencia en la política. Y lo más sorprendente es que no somos conscientes de esta situación la mayor parte de las veces (...) Nuestra fe política, nuestra acción y discursos políticos. Nuestros liderazgos políticos. ¿No son acaso también obra mítica? El mito es irrenunciable de nuestra vida. (1987: 11-12) Manuel García Pelayo dice que se podrían distinguir distintos tipos de culturas por su mayor o menor inmersión en la consciencia mítica pero que, en ningún caso, ni siquiera en las sociedades más racionalistas, se podría hablar de ausencia de mitos. Para este autor, y en líneas muy generales, se podría hablar de culturas políticas plenamente míticas, que son aquéllas en que sólo tiene validez el ámbito de lo sagrado y donde lo real es únicamente aquello que funciona como proyección de una instancia superior; y de culturas en las que la tensión, u oposición, entre mito y razón es evidente y en la que, igualmente, son perceptibles rasgos y actitudes míticas, como podría ser, por ejemplo, la idea de carisma. Y concluye García Pelayo con una cita de Gotesky que nos permitirá avanzar en esta búsqueda de elementos en común que expliquen la causa de esta relación: Toda cultura crea y valora sus propios mitos, no porque sea incapaz de distinguir entre verdad y falsedad, sino porque su función es mantener y conservar una cultura contra la desintegración y la destrucción. Sirven para sostener a los hombres frente a la derrota, la frustración, la decepción, y para conservar las instituciones y el proceso institucional. (1980: 18-19) Por lo tanto, podemos decir que, en primer lugar, el mito , al igual que la política (tal como la define Burdeau) constituye un elemento de cohesión social que define la identidad del grupo frente al otro o a los otros y marca con claridad cuáles deben ser los roles de los individuos, tanto en sus relaciones interpersonales como con el propio grupo. Sobre todo si nos situamos en el nivel de los pueblos primitivos, los mitos son siempre los mitos de la tribu y constituyen, en cieña medida, el modo cómo la sociedad se explica a sí misma a la vez que justifica y da fundamen tos sólidos e incuestionables al orden establecido y a las normas que emanan de éste. Los mitos, dice Burdeau: ... ne décrivent pas une réalité objective, ils agencent une structure psychique qui sous-entend le reél pour diré á la sacíete ce qu 'elle est et, eventuellement, ou elle va. Etant ainsi unfondement de I' identité du groupe et un facteur de sa cohesión, les mythes revétent tous, peu ou prou, une valorationpolitique. (ob. cit.:122) El mito en su función social implica la adhesión a unos determinados valores, la explicación a todas las grandes preguntas y la instauración de unos determinados usos y costumbres que son adoptados como naturales y obligatorios. En estos casos el individuo "participa" del mito, y que, más que conocerlo, lo vive más allá de cualquier consideración de tipo racional. Así, se puede decir que esa unidad grupal establecida por el mito se transforma en una verdadera comunión, con una solidez social capaz, como dice García Pelayo, de pervivir en el tiempo porque se trata de una unidad fundada en la identificación de cada uno de los miembros de la comunidad en el mito. Este hecho implica no sólo el que se confiera una fuerte identidad al grupo sino que esta se trasfunde a sus integrantes. Existen inclusive, siempre siguiendo a este autor, ejemplos de pueblos sin organización estatal constituidos sobre la única base de la participación mítica ... cuyos miembros viven un "nosotros" distinto de "los otros", en virtud de su común participación o identificación en mitos etiológicos, carísmáticos o de promesas ciertas de futuro. (1980: 24) Desde este punto de vista es fácil de entender cómo se puede transformar cualquier sentimiento de apego al suelo patrio en nacionalismo extremo. Se trata, simplemente, de estimular ciertas imágenes o mitos, tales como la idea de sacralidad de la propia tierra frente a la impureza de los otros, la necesidad de "ser fuertes y mantenerse unidos" y aderezarlo todo con alguna de esas "promesas ciertas de futuro" como podría ser el caso de la conquista del espacio vital, que el destino ha querido que forme parte del Reich porque siendo éste un Herrenvolk (un pueblo de señores), éstos deben ejercer su derecho a enseñorearse sobre los otros; o más cercanos a nosotros, los casos del gran Israel, la gran Serbia, etc. 1.2. Mito y poder. Las inevitables connotaciones políticas del mito social nos deben llevar a examinar el problema del poder. Para empezar, debemos indicar que el mito es, precisamente, una fuente de poder que emana de la propia fuerza de sus convicciones y de su fe, porque, como afirma Labourdette: ...su carácter peculiar le concede el privilegio de actuar con la fuerza de lo querido y de lo verdadero, sin importar qué definición de la verdad y de la realidad se sostenga, ya sea ésta sagrada o científica, señalamos su presencia rotunda y, a menudo, subterránea en la sociedad, (ob. cit.: 23) El poder puede aparecer bajo dos aspectos distintos: desde un plano histórico y desde otro conceptual. Según Burdeau, el primero está representado por un hombre o un grupo, el segundo hace referencia a una fuerza organizadora de la vida social. Ambos planos, en realidad, se imbrican porque los hombres ejercen ese ejercicio y de las que se sirven para ofrecer a la sociedad bajo su rriando la "representación" de una finalidad social, una determinada imagen del futuro. Esto, naturalmente, nos reenvía una vez más al terreno del mito: al igual que el poder, el mito ofrece una idea (sólo que, en este caso, la idea no aparece bajo la forma de conceptos sino como imágenes y dramatizaciones que la encarnan y concretan) de lo que es y será la sociedad e, igualmente, nos encontramos con el individuo en el poder que, en principio, no es más que el mediador entre el concepto y la imagen que se ofrece, entre la idea y la promesa. Y decimos "en principio" porque aquí aparece, tal vez no del todo consciente en un primer momento, pero deliberada después, la manipulación del mito que se transforma en servidor del poder, o del hombre que lo ejerce. El individuo, al que podemos llamar político, se arroga la función que en realidad cumple el mito y el poder. Esa función se basa, según Burdeau, en el hecho de que existe en cada comunidad humana, que ha alcanzado la formulación de una autoidentidad más o menos definida, una representación del orden bajo el cual desea vivir. No se trata de una representación gratuita sino de una verdadera idea motriz que implica el movimiento hacia una cierta imagen del futuro que forma parte de la imagen que la sociedad tiene de sí: Cette idee porte done en elle une énergie latente tendue vers sa réalisation. Cette énergie c 'est le pouvoir. II est la puissance en qui s 'incarne le dynamisme de I 'idee car elle ne va pas sans associer, á la representaron dufutur escompté, la discipline nécessaire á sa réalisation. (ob. cit.: 93) Muy a menudo esa energía que promete la realización de la idea, del futuro que le está reservado, se concreta, a nivel mitológico en representaciones de la imaginación colectiva como, por ejemplo, el mesianismo, que ofrecerá la imagen del Reino pronto a instaurarse como un nuevo paraíso en el que la sociedad resolverá sus contradicciones. En estos casos, no importa cuál sea la forma que asuma dicho Reino o nueva Edad de Oro: tanto puede ser la sociedad sin clases ni patronos de la imaginería socialista utópica y también marxista, mal que le pese a las pretensiones científicas del propio Marx, o el mundo de la pura abundancia material, o la instauración en la tierra del poder de Dios, etc. Volveremos sobre esta cuestión aunque debemos adelantar, para no incurrir en contradicción con lo que venimos diciendo, que la encarnación del poder mítico (en otros términos, la energía social orientada al futuro y a una autorrepresen-tación satisfactoria) en imágenes mesiánicas o utópicas es propia de los tiempos de crisis, cuando las convulsiones sociales y políticas ya no pueden resolverse ni apaciguarse con la imagen del orden conocido. Con todo, insistimos en que el poder, al igual que el mito, es un hecho que reposa en lo colectivo, es decir, que no sólo es generado por el grupo sino que, además, éste lo siente como una necesidad: sin su presencia, sin su ejercicio, la unidad del grupo peligra. Se puede afirmar, por ello, que es un fenómeno de la consciencia colectiva que, por lo demás, escapa a cualquier tipo de razón individual. Y si el poder emana de la sociedad, mientras ésta crea en sí misma, creerá también en el poder. Al igual que las sociedades arcaicas respecto al mito, que producido por el "sueño colectivo" (si concedemos credibilidad a la afirmación de que los mitos son los sueños que sueñan los pueblos), funciona como la argamaza que mantiene los vínculos grupales, cuando se deja de creer o se pone en duda la legitimidad del poder (del poder como concepto, no como ejercicio individual) todas las instituciones se tambalean. Tal vez desde este punto de vista se pueda entender mejor por qué los atenienses condenaron a la cicuta a su mejor pensador: Sócrates es la razón cuestionando al mito y, por tanto, una determinada concepción del poder y de las imágenes de sociedad y de futuro que éste ofrecía. Existe otro aspecto en el tema del poder y de lo político que nos interesa destacar aquí porque ofrece otras claves para la comprensión de la presencia del mito en ellos. Nos referimos en primer lugar al hecho de que, a pesar de su naturaleza conceptual o abstracta, el poder se manifiesta en el ejercicio de una o más personas y ello da como resultante distintas formas de relación entre ambos. Concretamente, se puede hablar, por una parte, de "poder personal", que se refiere, desde un punto de vista institucional, a la cantidad de poder que una persona concentra y ejerce. Sin embargo, en muchas ocasiones se da el caso contrario, esto es lo que Roger Gérard Schwartzenberg llama la "personalización del poder" que, frente a la naturaleza institucional del caso anterior, aparece corno fenómeno propio de la psicología colectiva. Dice el autor citado: Un personaje simboliza la nación, el Estado o el partido. Representa el poder del grupo que se encama en él. Así se afirma el "poder de frente", el poder dotado de un rostro -y a veces de una máscara-, el poder representado por un detentador reconocible y visible para todos. (1978:10) No siempre el poder real coincide con la figura de este representante de la personalización del poder que, entonces con más razón que nunca, se convierte en una máscara, en pura imagen, en una apariencia: Nada más que la luminaria suplente, sobre la cual se concentran los proyectores y la mirada del público. Mientras que el poder real se ejerce en otra parte. Lejos de la imagen fabulosa proyectada por el poder oficial. (ibidem) La personalización del poder, pese a ser un fenómeno que se produce bajo cualquier tipo de régimen político, debe entenderse como un retroceso de la democracia, si entendemos como democracia al proceso por el cual se ha sustituido la cara del poder, propia de las monarquías o de las dictaduras, por el anonimato y la abstracción. De este hecho nos interesa destacar la circunstancia de que conecta directamente con el mito y con los elementos que lo configuran: en efecto, hablamos de un fenómeno propio de la psique colectiva, de la operación simbólica que implica esa representación del poder en un individuo y del hecho de que la imagen (la apariencia) ocupa aquí el primer plano independientemente de que dicha imagen esté sustentada o no por algún tipo de realidad sustancial. Volveremos sobre el tema de la imagen, porque, y lo repetiremos cuanto sea necesario, el mito, tal como lo percibe el hombre, o cristaliza sus categorías abstractas en historias concretas, en imágenes, imágenes que, como el mito, el individuo percibe y procesa mucho más desde lo emotivo que desde lo racional. Por otra parte, el poder personalizado se encarna o, sería mejor decir, produce distintos tipos de líderes, según su historia y sus circunstancias personales. Se puede distinguir así al héroe, al líder encantador y al hombre común. En los dos primeros casos se puede hablar de otro fenómeno que suele ir asociado a estas figuras, fenómeno de índole psicológica, sobre el que volveremos también pero que queremos apuntar desde ahora: el carisma. De momento, sólo diremos acerca del carisma y de la aparición del poder con "rostro", que la presencia de estos fenómenos en la sociedad -seguimos aquí como en todo lo que venimos diciendo a Schwartzenberg- está en relación directa con su nivel cultural. Y aquí cultura debe entenderse no sólo como acceso a una educación y a una formación intelectual más o menos sólida, sino principalmente a la "cultura política". La democracia requiere de los ciudadanos un mínimo de instrucción y de capacidad de abstracción que les permita distinguir, por ejemplo, entre una realidad y la imagen que se le quiere imponer, entre las personas concretas y lo que simbolizan. El ejemplo que utiliza Schwartzenberg es muy bueno también para nosotros, que podemos extenderlo al mito en general. Dice este autor que fue la carencia cultural del pueblo francés en 1848 la que permitió que Luis Bonaparte fuese alzado al poder y que éste se jactase de ello con la frase "El nombre de Bonaparte es en sí mismo todo un programa". En efecto, sólo la incultura de las gentes las llevó a ver en un individuo mediocre la personificación o la encarnación de Napoleón. Pero, para que Luis Bonaparte pudiese pronunciar esa frase, se tuvo que dar un proceso de mitificación previo: evidentemente el acceso de Napoleón a la categoría de mito nacional, símbolo del poderío y la gloria de Francia, figura en la que una nación entera proyectaba sus sueños y deseos a la vez que se libraba momentáneamente de las frustraciones cotidianas. Naturalmente, debemos decir que el mito comenzó a forjarlo el propio Napoleón durante su propia vida, no sólo por lo espectacular de sus éxitos, especialmente en el campo de las armas, sino también debido a una campaña de autoglorificación a gran escala, sólo comparable a la realizada por Julio César, lo cual lo convierte en uno de los grandes predecesores de la propaganda moderna. La medida del éxito de esta propaganda que podríamos llamar "mitificante" la encontramos en dos datos: el primero, el hecho de que los franceses mantuvieran en sus mentes solamente el recuerdo de los triunfos y el esplendor a los que llegó Francia bajo el emperador, olvidando que, objetivamente, la época de Napoleón fue una dictadura tan cruel como lo pudo ser cualquier otra, o que, por ejemplo, en los últimos tiempos, los jóvenes se automutilaban para evitar el reclutamiento. El segundo dato al que nos referíamos es el que, ya en este siglo, los franceses optaron por entregar nuevamente las riendas de su destino a otro militar, a otro héroe carismático, el general De Gaulle quien, dejando apañe sus legítimos méritos como líder de la lucha de los franceses contra la ocupación nazi, no vaciló en echar mano de toda la parafernalia propagandística para, por una parte, hacer pensar a su pueblo que los grandes días de gloria podrían volver y que, obviamente, ello ocurriría bajo su égida, y por la otra, crearse una imagen en la que su persona se identificaba directamente con la esencia de la nación. Como decíamos, esa identificación será tanto más intensa cuanto menor sea la cultura política de la población: a mayor miseria cultural, también mayor receptividad a la personalización. Por tanto: ... la cultura política debe entenderse también, no en su sentido habitual, sino en el sentido en el que la entienden los funcionalistas: como un conjunto de actitudes políticas, predisposiciones, propensiones subyacentes a reaccionar de cierta manera frente a ciertas situaciones políticas, (ob. cit.: 199) Estas actitudes de las que habla el autor, y que son las que desencadenan determinados comportamientos se componen de distintos elementos: cognitivos, afectivos y evaluativos, es decir, la razón o el saber, las emociones y las creencias. Vale decir que la cultura política es una amalgama de lo que se sabe, lo que se siente y lo que se cree: Los componentes cognitivos son entonces los conocimientos, aquello que se sabe, o se cree saber. Los componentes afectivos son los sentimientos de atracción o repulsión, de simpatía o antipatía, que juegan más allá del juicio racional: es sobre estos resortes que se funda el poder personal. En fin, los componentes evaluativos (o normativos) son los valores, las creencias, las ideologías, (ibidem) La naturaleza de la cultura política será más o menos secularizada según cuál de sus tres componentes prevalezca, entendiéndose por cultura secularizada aquella en que el individuo obra políticamente regido por la razón, el análisis, la actitud crítica que rechaza la aceptación sin filtros de cualquier hecho o circunstancia. Si en lugar del componente cognitivo prevalecen los otros dos, estamos ante una cultura débilmente secularizada que, "constituye -dice Schwartzenberg- el mejor terreno para el florecimiento del poder personalizado." (ibidem), y -agregamos nosotros- para la instauración y dominio del mito en el terreno de la política, sea como actitud general de las gentes o como elemento persuasivo. También debemos indicar -y lamentamos tener que insistir en ello- que la norma general es que en la mayoría de las culturas contemporáneas, aun en aquellas que han alcanzado altos grados de desarrollo científico y tecnológico, prevalezcan las actitudes emocionales y propias más de las creencias en las que, parafraseando a Ortega y Gasset, se está que de las ideas que se tienen. Hemos hablado ya del elector racional como un constructo teórico, como una simple ilusión que se desvanece ante la realidad del individuo que, en sus actitudes cotidianas tanto como en su conducta política, se guía más por impulsos inconscientes, deseos, atavismos, etc., que por el análisis concienzudo y el procesamiento de la información previamente recibida. El poder personalizado, en tanto que hecho irracional, se aproxima de tal modo a la actitud mítica que casi se podría decir que cumple con sus mismas funciones. Veamos: dice Schwartzenberg que, en primer lugar, la personalización del poder puede funcionar como factor aglutinante de la nación que puede sentirse unida en la figura del gobernante que pasa a ser un factor de integración, como lo son los grandes mitos sociales que mantienen, mientras se cree en ellos, la cohesión del grupo. Contribuye a esta función unificadora el prestigio que emana del poder personalizado y que no es únicamente un factor de vanidad personal sino que: Puede servir a la unificación de una nación que accede a la independencia y que está a la búsqueda de su identidad y unidad nacionales: (...) En este estado [el pueblo] se identifica de buena gana con un jefe prestigioso, con un héroe fundador que ya es testigo de la identidad y unidad nacionales. Sobre todo, frente al exterior, (ob. cit.: 210) El prestigio que emana del poder redunda en su propio beneficio porque se conviene en un estabilizador y da garantía de duración, puesto que dicho prestigio lo pone a salvo de críticas y cuestionamientos. Una hiperbolización del prestigio es el culto a la personalidad, donde al "prestigio" natural del jefe se agrega una acción a gran escala de autoglorificación: sólo así se pueden explicar los largos mandatos de Stalin, Mao, y otros. El prestigio, además, cumple con una función movilizadora: El poder como "vedette" es movilizador, así como es integrador y estabilizador (...) Encuadradas y guiadas por él las masas aceptan mejor la disciplina y las restricciones necesarias al progreso común. Sobre todo en un país en vías de desarollo. En consecuencia este poder personalizado posee una fuerte capacidad de movilización, (ob. cit.: 211) Por otra parte, el poder personalizado puede servir como modelo a imitar. Un jefe carismático puede hacer las veces de patrón de conducta para los comportamientos de las masas. Al igual que se suele imitar a las estrellas de cine, a las que se copia su manera de vestirse, moverse, etc., también el líder político puede transformarse en arquetipo ideal, receptor de todas las proyecciones de su pueblo y referente con el cual identificarse. Todas estas funciones que Schwartzenberg atribuye al poder personal son también funciones que caracterizan al mito, en un sentido antropológico amplio. Como veremos más adelante con todo detalle, además de su ya comentada capacidad unificadora, también se asocia a él la idea de prestigio. En / este caso se trata del que Eliade (1979) llama "prestigio de los orígenes". Con ello se refiere a los hechos realizados por dioses y héroes fundacionales que, realizados en el "tiempo del comienzo" permanecen como modelos, como arquetipos, que deben ser imitados. También el mito puede ser un desencadenante de movimientos sociales y, por supuesto, en él suelen apoyarse las sociedades, primitivas o no, para darse su propia identidad. Como es natural, por más que estos hechos suelen ser el pan de cada día en la vida política de los pueblos, ello no significa que deban aceptarse sin más, es decir, sin crítica. Para empezar, el poder personalizado acaba por dar las espaldas a la realidad y por inventarse un universo artificial. En estos casos, el gobernante se coloca por encima de las instituciones del estado que, por constituir un "simple" dispositivo para "convertir las exigencias sociales en demandas políticas" carecen del atractivo o de la fascinación que la personalización del poder implica. Pero el obviar estas instituciones o estructuras implica el corte del flujo de comunicación entre el estado y la sociedad: ...esas estructuras criticadas son también y, sobre todo, estructuras de comunicación. Para transmitir indicaciones indispensables sobre el país, sus aspiraciones y necesidades. Sin ellas, el poder es como sordo y ciego, (ob. cit.: 233) Lógicamente el poder personalizado suele acabar en abuso de poder y por tanto en los excesos de la megalomanía, la que, unida a la desinformación de la que hemos hablado, suele producir el síndrome de la soledad, esto es, el gobernante aislado del mundo real, en ese universo artificial ya mencionado. Y todo ello, al producir como "efecto colateral" el rechazo de toda crítica o de cualquier comentario desfavorable, suele conducir casi fatalmente al ejercicio de la violencia y la represión. Sin embargo, lo que más nos interesa destacar de los efectos de esta forma de ejercer el poder es lo que Schwartzenberg llama la "des-razón". Si antiguamente, dice este autor, la propaganda no desdeñaba totalmente las apelaciones al juicio y al raciocinio de los electores, hablando de doctrinas, programas, etc.: Hoy la persuasión difunde imágenes más que ideas. Reduce la lucha política a una rivalidad entre personas (...) El poder personalizado juega sistemáticamente a lo más fácil. Lleva el debate público a formas elementales o paródicas, directamente asimilables sin esfuerzo. Deja al poco gusto del público por la reflexión el manejo de conceptos abstractos y el examen de argumentos puramente lógicos, (ob. cit.:229) El poder "vedette" busca más la seducción que la convicción por la argumentación lógico-racional y antepone la imaginería a él asociada a la ideología. Muchas veces el excesivo hincapié de los políticos en estas prácticas esconde carencias tales como falta de programas o de proyectos concretos. 2. El reino de las maravillas. Nos hemos detenido en el apartado anterior porque, además de aparecer las conexiones entre mito y poder, creemos que ha quedado de manifiesto que, por un lado, con demasiada frecuencia, el poder acaba derivando a unas formas de personalización que, por otra parte, demuestran que tanto su ejercicio como las relaciones que se establecen entre éste y la sociedad no se caracterizan precisamente por hallarse presididas por la "diosa razón" sino más bien al contrario. La conclusión a la que nos conduce esta constatación es inequívoca y, seguramente, desoladora, si la tendencia que rige la práctica del poder conduce a formas irracionales, lo mismo puede decirse de lo político. Y, en efecto, la mayoría de los teóricos apuntan en esta dirección. Por otra parte, el aspecto (o la esencia) irracional, emotiva y dramatizante de lo político es lo que abre las puertas a la aparición del mito y de las mitologías. Para Georges Burdeau, las causas de esta irracionalidad hay que buscarlas en la propia esencia de lo político. En primer lugar, este autor afirma que el ^ hecho político "en sí" no existe, es decir que no hay hechos intrínsecamente políticos sino que, por el contrario, su politización depende de la mirada que sobre ellos se posa. Los hechos en sí mismos son neutros, pero en cuanto se interpreta que esa circunstancia se relaciona, o se debe relacionar, con el poder, porque lo compromete, sea como causante o como instancia que debe obrar sobre ellos, y porque, por lo mismo compromete y afecta al grupo, entonces, adquiere significación política. ,sl El ejemplo de Burdeau no puede ser más claro e instructivo: el hambre e» • un hecho neutro si lo mantenemos en los límites de la biología; tan sólo se trata de una fase más en el proceso de combustión y de generación de energf¿ de los seres vivos. Baste con que se hable de la responsabilidad del gobierno," la sociedad, el país o el resto del planeta respecto al hambre que padece el África Negra para que ese hecho biológico nuestro se convierta en un hecho político. ... Debe quedar claro, por tanto, que lo político es un caso de hermenéutica, de una cierta interpretación de los hechos o, en otras palabras, que lo político depende del sujeto. Esa mirada subjetiva, dice Burdeau, es la que constituye el punto de partida de lo que él llama el "encantamiento" de la política«__ término con el que designa el elemento irracional y fabuloso que lo compone y, naturalmente, la presencia en él de los mitos. A partir de esta premisa, Burdeau se dedica a aportar pruebas, desde distintas perspectivas, de la irracionalidad de lo político y de su parentesco con lo maravilloso y con lo mítico. Para empezar, hace una afirmación tan' curiosa como, posiblemente, verdadera. Dice este autor que la máxima finalidad de la política es asegurar la supervivencia del grupo y, mientras cumpla con esta misión, poco importa lo ilógicos que puedan ser los medios que utilice. Este hecho equipara la política al amor que, del mismo modo, cumple con la misión de garantizar la supervivencia de la especie sin reparar demasiado en la irracionalidad de sus medios: Dans les deux cas, politique et amour, nous observons l'intolérance de la vie á l'égard de l'altention réfléchie et, dans les deux cas également, ce sont des fonctions vitales qui sont en cause. Or les fonctions vitales sont pudiques á l'égard de I'intelligence ... (ob. cit.: 58) Por tanto, el ceremonial, los ritos y la magia verbal que rodea al mundo de lo político tendría como función el distraer al hombre y evitar que se interrogue sobre la verdadera naturaleza de ambas funciones. Así: ...cessant d'étre l'individu qui pense et revele le mensonge, nous participons aux rythmes de l'espéce oú le vrai et le faux n'ont plus de sens, abolis qu' ils sont par les lois impératives de la survie du groupe. (ibidem) Si lo político se relaciona y responde al deseo colectivo de conservación, nada más natural entonces que pensar en el mito como un concepto que forma parte de lo político. Ahora bien, la conservación del ser colectivo es una necesidad social y las necesidades no se demuestran ni se enseñan a partir de silogismos, las necesidades se imponen más allá de cualquier prurito racional. Y se imponen porque los hombres son capaces de creer en ellas. Precisamente, para propagar y consolidar esa creencia es para lo que se apela a las fórmulas de encantamiento. La sociedad puede tolerar los procedimientos racionales y hasta a los "tecnócratas" con la condición de que no atenten contra las creencias, porque son éstas las que aseguran la supervivencia. Ante esta circunstancia, se entiende que Burdeau hable de "mistificación necesaria de la función política" porque, sigue diciendo, la pantalla de símbolos y de sobresignificación con que la mente colectiva oculta la realidad responde a esa función vital de la que ha hablado. Existe, por tanto, una connivencia que lleva a los individuos a aceptar las cosas según se las presentan sus creencias más que conforme a su realidad última. De lo contrario, el aparato político entero se hundiría: C 'est bien pourquoi, tel le poisson se dérobant derriére le brouillard qu 'U secrete, la politique refu.se de révéler son vrai visage et cache sa trivialité trop humaine derriére un appareil magique qui fait, de la fonction qu 'elle remplit, une entrepise digne de respect. (ob. cit.: 54) Aunque, en líneas generales, se puede estar de acuerdo con estas afirmaciones, es preciso hacer alguna aclaración porque, precisamente, cuando hablemos del mito como instrumento de manipulación deliberada por parte de intereses políticos de grupos o personas y no de la comunidad, insistiremos, como lo hemos dicho ya anteriormente, en que el mito puede ser utilizado como pantalla que oculta la realidad, o ciertas realidades, a la sociedad. Si tomáramos al pie de la letra lo dicho por Burdeau, no deberíamos censurar tal actitud puesto que parece ser el sostén mismo de la política y, por eso mismo, de la sociedad. Sin embargo existe una gran diferencia entre unas creencias, adornadas de todos los símbolos y ceremonias que se quiera, que un determinado colectivo ha convenido adoptar a partir de un consenso que, como el del lenguaje seguramente será implícito e inconsciente, y la deliberada (y racional) utilización de esas creencias y del potencial que encierran por su carácter emotivo y comunitario, por parte de un individuo, o un grupo de personas, con fines exclusivamente personales, aunque de labios afuera esgriman las grandes palabras de "bien común", "destino manifiesto de nuestro pueblo", etc. En este último caso nos encontramos, como muy bien decía Cassirer, con mitos que son como "ametralladoras y cañones". Lo que es innegable es que, como dice Burdeau, no se puede gobernar ni mantener la cohesión social únicamente por medio de la razón. Entre otras causas porque la política nunca puede solucionar por completo los problemas de la sociedad. En todo caso, lo que hace tanto la política como el ejercicio del poder es regularlos de manera tal que la sociedad pueda convivir con ellos. De allí, entonces, no sólo la falta de razón del universo político sino también la necesidad del mito y de las creencias que suscitan el pacto de aceptación y cuya presencia se justifica fundamentalmente por esa incapacidad de la razón para resolver problemas, incapacidad -dice Burdeau- con que la sociedad debe convivir. Pero no se trata únicamente de la cuestión, al fin y al cabo pragmática de_ resolver problemas. Y el propio Burdeau lo reconoce y lo dice con toda claridad: aún en el supuesto de que la razón fuese capaz de acabar con todos los problemas y resolver las necesidades primarias de la sociedad, aún así, los mitos, la magia o la imaginación seguirían siendo necesarios por la simple razón de que, como hemos dicho ya muchas veces, el mito es una instancia psicológica indisociable del ser humano. No podemos prescindir de los mitos, como tampoco se puede prescindir de los sueños y, es evidente, tampoco de la razón. Lo contrario no sólo implica la mutilación de un aspecto fundamental de la persona sino que, además, constituye un peligro. Burdeau: Assurément les masses peuvent, pendant un certain temps, se laisser manipuler par des techniciens bien intentionnés et sürs de l'exactitude de leurs calculs. Mais, á la longue, ce mode de gouvernement exclusivement fondé sur la rationalité des décisions prises finit par dissoudre les liens sociaux qui sont faits d'atientes, de croyances ou de répugnances partagées (...) Lorsque la politique aura logé, nourrí, instruit et soigné les gens, U luí faudra encoré empécher qu 'ils se suicident et, á cette fin, leur donner des revés, (ob. cit.: 70-71) Queda claro, por tanto, que uno de los elementos comunes que asocian mito y política es su carácter de irracional, lo cual significa aproximarlos al universo del sueño, de la imaginación y de la preponderancia de las emociones y de la intuición como forma de aprehensión del mundo, por encima de la razón. También la constatación de la naturaleza irracional de la política y su componente mítico ha dado lugar a que se formulasen teorías o propuestas políticas concretas cuyas consecuencias van mucho más allá del deseo de mantener la cohesión de grupo. Me refiero, concretamente, al antiintelectua-lismo que muchos han postulado a partir de lo indicado arriba y de las críticas formuladas a la razón a partir de los filósofos alemanes del período romántico, especialmente Schelling. El caso más notorio, a este respecto, es el de Georges Sorel, quien en sus Reflexiones sobre la violencia reivindica este tipo de actitudes con estas palabras: Los hombres que han recibido una educación primaria tienen, por lo general, la superstición del libro (...) Combatir esos prejuicios no es cosa fácil, pero es una obra muy útil [porque] no queremos que le suceda al proletariado lo que a los germanos que conquistaron el Imperio Romano, les dio vergüenza de su barbarie y se pusieron a tomar lecciones de los retóricos de la decadencia latina; y menguado provecho sacaron de haberse querido civilizar. (1976: 90) Son estas palabras muy fuertes que, además, remiten de inmediato a Nietzsche y su teoría del superhombre, regido únicamente por la voluntad de poderío y el desprecio por todo lo débil. Sorel parece reivindicar aquí al gigante rubio del que hablaba Nietszche para acabar con la decadencia de un mundo de borregos. También habla el francés de la energía creadora del! ! bárbaro que, primero con la violencia destruirá las viejas estructuras para crear un mundo de hombres libres de toda enfermedad social, propia de las democracias burguesas, a partir de su voluntad y poder creador. El paralelismo con Nietzsche se hace particularmente evidente en las últimas líneas del texto citado, el que se refiere a los bárbaros. Porque, según el alemán, aunque el superhombre contaba con la voluntad y el poderío suficiente como para enseñorearse en un mundo de esclavos que escudan su debilidad en la invención de la moral, no logró su objetivo porque fue domesticado al sucumbir al brillo de la civilización y a los abalorios de la razón. Para no ser injustos ni reduccionistas, es preciso contextualizar éstas y otras aseveraciones y, sobre todo, no equipararlas a quienes, como los nazis, supieron sacar buen provecho de ellas. En primer lugar, puesto que los hemos mencionado, los filósofos románticos, quienes evidentemente se oponen a la Ilustración y reivindican el mito (desdeñado por los Enciclopedistas) como fuente última y máximo referente de la cultura. El arte, la poesía y la historia derivan del mito que no es sino la manifestación del espíritu. De ahí que aparezcan obras como la Filosofía de la mito. logia de Schelling que plantea la cultura humana como una vuelta a las fuentes del mito, negando por tanto la proyección histórica hacia el futuro y reivindicando la emoción sobre la razón. La obra de Schelling, si bien a nivel filosófico fue pronto superada por el sistema hegeliano, tuvo su pervivencia en el desarrollo de la teoría política que entronizó al mito, en su sentido más negativo, en el siglo XX. Sin embargo, un pensador como Cassirer nos previene contra la extracción de conclusiones apresuradas: Sería un error -dice- y no le haría justicia al espíritu romántico, el atri buirle la responsabilidad de este desarrollo posterior. Según muchos autores [el Romanticismo] fue quien produjo el concepto de "estado totalitario" y quien preparó todas las formas posteriores de imperialismo agresivo. Pero (...) la idea "totalitaria" de los autores románticos era, por su origen y signi ficación, una idea cultural y no política. (1968: 217-8) " Según Cassirer, la intención de los escritores románticos, era más la de poetizar que la de politizar y, en palabras de Schlegel, por ejemplo, el ideal romántico era el de inundar el mundo del espíritu de la poesía. Sin ninguna ingenuidad, Cassirer no deja de ver el nacionalismo explícito de los románticos alemanes, pero insiste en matizar: No cabe duda de que los poetas y filósofos románticos fueron patriotas fervientes, y muchos de ellos nacionalistas intransigentes. Pero su nacionalismo no era de tipo imperialista. Ansiaban conservar y no conquistar. Trataron, con todo el esfuerzo de su capacidad espiritual, la peculiaridad del carácter germánico, pero jamás intentaron imponerlo por la fuerza a otros pueblos, (ibidem) La misma precisión se puede hacer con Nietzsche e indicar que su concepto de voluntad de poder y de hombre superior no apuntaba tanto al sometimiento de la humanidad al estado de esclavitud y servidumbre, ni tampoco a la imposición de la fuerza por encima de cualquier otra circunstancia humana, sino que más bien se podría entender como repulsa de la decadencia y corrupción a la que había llegado la sociedad finisecular y a la necesidad de una renovación de las viejas estructuras. En cuanto a Sorel, el propio I. Berlín, en el prólogo a la edición española de las Reflexiones ... indica que este autor es, cuanto menos, ambiguo, y, muchas veces, contradictorio. Sus teorías acerca de la violencia y la voluntad creadora, como el caso je Nietzsche, no preconizan un baño de sangre generalizado. Sin embargo, es cierto que su pensamiento y su lenguaje, preconizando permanentemente la lucha contra los intelectuales (judíos, profesores, etc.), profiriendo un desprecio radical por la democracia y una exaltación ambigua de la violencia y el nacionalismo, brindaron magníficas herramientas al fascismo europeo de los años 20 y 30. 2.1. La búsqueda del sentido. De entre las numerosas definiciones que se han dado, y que se darán, del hombre (homo sapiens, homo faber, homo religiosus, etc.), la de Cassirer, que habla de homo symbolicus es, posiblemente, la que mejor explica la presencia de lo irracional en el mito y en la política y la que, a nuestro entender, proporciona la justificación más sólida a la actividad en la que los hombres de todos los tiempos y lugares, conscientemente o no, mayores empeños han puesto y por lo que, a menudo, no han vacilado en sacrificar sus vidas: se trata del sentido. Los hombres somos a la vez buscadores y dadores de sentido porque padecemos lo que se podría llamar horror absurdis. No soportamos lo absurdo por lo que tiene de ausencia o negación del sentido, y cuando hablamos de esta palabra no nos referimos únicamente al sentido dado a la propia vida, sino al universo entero. Si sentido se opone al absurdo, luego implica una cierta idea de orden (absurdo es ab-ordo, es decir, fuera de, sin orden). Una vida absurda, sin sentido es una vida "sin ton ni son", es decir, un caos (negación radical del orden), en la que no se adivina finalidad alguna, en la que no hay una relación causal entre acontecimientos, lo que permitiría establecer una teleología. Esa ausencia de relaciones es, por tanto, ausencia de relato (en su sentido etimológico), es decir, ausencia de hechos encadenados y orientados con arreglo a un fin, en los dos sentidos del término, es decir, conclusión y clausura pero también objetivo, finalidad. Eso es genéricamente un relato y también una vida: acciones que, convenientemente vinculadas entre sí, borran el caos y establecen el cosmos, es decir, el sentido. Así lo dice Frank Kermode en un lúcido libro dedicado a este tema: El sentido de un final, ...al tratar de "hallar sentido" al mundo, persiste siempre en nosotros la necesidad, más intensa que nunca, de satisfacer, a causa de un escepticismo acumulado, de experimentar esa concordancia entre principio, medio y final que es la esencia de nuestras ficciones explicativas, en particular cuando pertenecen a tradiciones culturales que tratan el tiempo histórico como pn'. mordialmente rectilíneo y no cíclico. (1983: 43) Quiere ello decir, que para encontrar y dar sentido es preciso "construir" una historia, un relato (una ficción, en el ejemplo de Kermode1 en la que el comienzo sea un "génesis" y el final un apocalipsis. Por eso, porque no podemos vivir sin la atribución del sentido al universo es por lo que no podemos sustraernos a la fascinación del relato por excelencia, el mito. Por eso también, por lo que tiene de relato explicativo (metarrelato de legitimación hemos dicho que es la expresión de Lyotard) es por lo que el discurso político nos afecta tan vitalmente. El universo político, por ser como ya hemos visto, un producto de la psique, una proyección del sujeto sobre un mundo neutro, no solamente no responde a la razón en tanto que son los sentimientos, los deseos y las fobias los que lo informan, sino que es un universo simbólico. El grupo, dice Burdeau, construye su universo político con signos y símbolos, los cuales cumplen la función de cubrir lo que Levi-Strauss llama el "déficit significativo", esto es: que el universo nunca significa demasiado. De allí que el hombre se vea llevado a atribuir un sentido a unos fenómenos que, aislados de la idea que de ellos se pueda formar, carezcan totalmente de él: C'est ce sens qui les relie les uns aux autres, qui les noue en systéme, en ensemble signifiant. Seulement, ees signes ne sont pas elabores a partir d'une reflexión rationnelle puisqu 'ils ont précisément pour objet d'ajouter un sens á ce que l'observation enregistre. lis naissent d'un agencement de croyances, de légendes et de mythes qui ont, tout á la fois, une valeur explicative et le role d'un langage. (ob. cit.: 36-7) Se explica así la potencia del mito político como agente social en cualquiera de las funciones que se le puedan atribuir: cohesión del grupo, factor de conservación o de movilización, fundamento explicativo del mundo y del hombre, etc. Se entiende también que, inevitablemente, los hombres políticos de todas las épocas, los propagandistas, pero también los publicistas, hayan recurrido a esta instancia con el fin de potenciar el elemento persuasivo (y manipulador) de sus discursos. Máxime si, además, tenemos presente que el relato, el mito, afecta no sólo a la comunidad sino también al hombre en su intimidad como es lógico si pensamos que, al igual que los sueños, es un producto de la psique, del inconsciente. 1 Sobre esta cuestión, este autor hace un interesantísimo análisis de la pautación del tiempo como forma de “dar sentido”. Enrique Lynch en La lección de Scheherazade (1988). Barcelona. Anagrama. Jesús González Requena ha realizado importantes análisis de la narrativi-dad, en general, y de los relatos y mitos en particular en relación con el discurso de los mass media2 y, entre otros muchos, del publicitario: ... el relato -nos dice este autor- [el mito] se descubre como un escenario dotado de un plano simbólico en el que el sujeto, a través de una determinada metáfora espacial el desplazamiento, el viaje- y de una determinada metáfora dramática -el conflicto, la lucha-, elabora sus conflictos interiores y (...) accede a determinadas iluminaciones. (1988:115) A partir de esta visión de mito, relato y política, que son "las imágenes que la sociedad se da de sí misma", se comprende que, como respuesta del individuo y del grupo a la necesidad de explicar y de explicarse, ésta se postule más allá de la razón. Nuevamente Burdeau: D'óu l'infinie varíete des mythes, des symboles, des interdits et des tabous qui, tous créations sociales, ont une valeur explicative jouant, dans la mentalité collective, le role, pour la pensée individuelle, qui incombe au raisonnement. (ob.cit.: 34) Este autor llega a afirmar que si el hombre solamente contemplase su sociedad a partir de la razón, ni siquiera encontraría un motivo lo suficientemente sólido como para, por ejemplo, justificar la obediencia a la ley. Solamente se obedece la ley a partir de las creencias, a partir de las justificaciones emanadas de la consciencia colectiva, que puede argumentar que aquélla ha sido dictada por los dioses, encontrada en las entrañas de las aves o instituidas por un héroe fundador ab origine. Poco importa, dice Burdeau, que en el plano individual se crea o no: ...l'explication que la société se donne á elle-méme lie chacun en tant qu' il est membre du groupe. Primitivement elle fut une croyance; elle est devenue une convention que l'on ne saurait discuter puisque, par hypothése, elle n'est pas tributaire d'un entere de rationalité. (ob.cit.: 40) 2 Al respecto véase también su sugestivo trabajo El espectáculo informativo (1987). Madrid. Akal.