Subsidio nº 233 - Domingo XXXII del Tiempo Ordinario (C)
Transcripción
Subsidio nº 233 - Domingo XXXII del Tiempo Ordinario (C)
Domingo XXXII del Tiempo Ordinario Nº 232 - DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo C - 6 de noviembre de 2016 No es Dios de muertos, sino de vivos 2Mac 7, 1-2. 9-14 · Sal 16 · 2Tes 2, 16 – 3, 15 · Lc 20, 27-38 1. «Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará». El martirio de los siete hermanos del que se informa en la primera lectura, contiene también el primer testimonio seguro de la fe en la resurrección. Los hermanos son cruelmente torturados -son azotados sin piedad, se les arranca la lengua, la piel y las extremidades-, pero, ante el asombro de los que los torturan, ellos soportan todo esto aludiendo a la resurrección, en la que esperan recuperar su integridad corporal. Dios les ha dado una «esperanza» que nadie puede quitarles, mientras que los miembros que han recibido del cielo y que les han sido arrancados, podrán recuperarlos en el más allá. Se nos presenta aquí un ideal ciertamente heroico que nos muestra concretamente lo que Pablo quiere decir con estas palabras: «Una tribulación pasajera y liviana produce un inmenso e incalculable tesoro de gloria» (2 Co 4,17), algo que en modo alguno vale sólo para el martirio cruento, sino para todo tipo de tribulación terrenal que, por muy pesada que sea, es ligera como una pluma en comparación con lo prometido. 2. «Dios no es un Dios de muertos». Por eso puede Jesús en el evangelio liquidar de un plumazo la estúpida casuística de los saduceos a propósito de la mujer casada siete veces. La resurrección de los muertos será sin duda una resurrección corporal, pero como los que sean juzgados dignos de la vida futura ya no morirán, el matrimonio y la procreación tampoco tendrán ya ningún sentido en ella -lo que en modo alguno quiere decir que no se podrá ya distinguir entre hombre y mujer-; los transfigurados en Dios poseerán una forma totalmente distinta de fecundidad. Pues la fecundidad pertenece a la imagen de Dios en el hombre, pero esta fecundidad no tendrá ya nada que ver con la mortalidad, sino con la vitalidad que participa de la fecundidad viviente de Dios. Si Dios es presentado como Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, es decir como Dios de vivos, entonces los que viven en Dios son también fecundos con Dios: en la tierra en su pueblo temporal, en el cielo con este mismo pueblo, de una manera que sólo Dios y sus ángeles conocen. 3. «Hermanos, rezad por nosotros». En la segunda lectura se nos promete -como a los hermanos mártires de la primera- «consuelo permanente y una gran esperanza»; pero se nos promete además, ya en la tierra, una comprensión de la fecundidad espiritual. Esta procede de Cristo y la Antigua Alianza todavía no la conoce. Los hombres que «esperan» firmemente la vuelta de Cristo y la resurrección, los hombres cuyo corazón ama a Dios y reciben de Dios «la fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas», pueden ya desde ahora mediante su oración de intercesión participar en la fecundidad de Dios; el apóstol cuenta con esta oración «para que la palabra de Dios siga su avance glorioso» y poder así poner coto al poder «de los hombres perversos y malvados». La oración cristiana es como una esclusa abierta por la que las aguas de la gracia celeste pueden derramarse sobre el mundo. (H. U. von Balthasar) Domingo XXXII del Tiempo Ordinario Nuestro Señor y maestro, en la respuesta que dio a los saduceos, que niegan la resurrección, y que además afrentaban a Dios violando la ley, confirma la realidad de la resurrección y depone en favor de Dios, diciéndoles: Estáis muy equivocados, por no comprender las Escrituras ni el poder de Dios. Y acerca de la resurrección —dice—de los muertos, ¿no habéis leído lo que dice Dios: «Yo soy el Dios de Abrahán, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob?» Y añadió: No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos. Con estas palabras manifestó que el que habló a Moisés desde la zarza y declaró ser el Dios de los padres, es el Dios de los vivos. Y ¿quién es el Dios de los vivos sino el único Dios, por encima del cual no existe otro Dios? Es el mismo Dios anunciado por el profeta Daniel, cuando al decirle Ciro, el persa: ¿Por qué no adoras a Bel?, le respondió: Yo adoro al Señor, mi Dios, que es el Dios vivo. Así que el Dios vivo adorado por los profetas es el Dios de los vivos, y lo es también su Palabra, que habló a Moisés, que refutó a los saduceos, que nos hizo el don de la resurrección, mostrando a los que estaban ciegos estas dos verdades fundamentales: la resurrección y Dios. Si Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, y, no obstante, es llamado Dios de los padres que ya murieron, es indudable que están vivos para Dios y no perecieron: son hijos de Dios, porque participan de la resurrección. Y la resurrección es nuestro Señor en persona, como él mismo afirmó: Yo soy la resurrección y la vida. Y los padres son sus hijos; ya lo dijo el profeta: A cambio de tus padres tendrás hijos. Así pues, el mismo Cristo es juntamente con el Padre el Dios de los vivos, que habló a Moisés y se manifestó a los padres. Esto es lo que, enseñando, decía a los judíos: Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día: lo vio y se llenó de alegría. ¿Cómo así? Abrahán creyó a Dios y le fue computado como justicia. Creyó, en primer lugar, que él es el Creador del cielo y de la tierra, el único Dios, y, en segundo lugar, que multiplicaría su linaje como las estrellas del cielo. Es el mismo vocabulario de Pablo: Como lumbreras del mundo. Con razón, pues, abandonando toda su parentela terrena, seguía al Verbo de Dios, peregrinando con el Verbo, para morar con el Verbo. Con razón los apóstoles, descendientes de Abrahán, dejando la barca y al padre, seguían al Verbo de Dios. Con razón también nosotros, abrazando la misma fe que Abrahán, cargando con la cruz —como cargó Isaac con la leña— lo seguimos. Efectivamente, en Abrahán aprendió y se acostumbró el hombre a seguir al Verbo de Dios. De hecho, Abrahán, secundando, en conformidad con su fe, el mandato del Verbo de Dios, consintió ofrecer en sacrificio a Dios su unigénito y amado hijo, para que también Dios tuviese a bien consentir en el sacrificio de su Hijo unigénito en favor de toda su posteridad, es decir, por nuestra redención. Por eso Abrahán, profeta como era, viendo en espíritu el día de la venida del Señor y la economía de la pasión, por la cual él mismo y todos los que creyeran como él comenzarían a estrenar la salvación, se llenó de intensa alegría. SAN IRENEO DE LYON, Tratado contra las herejías, libro 4, 5,2-5,4 Domingo XXXII del Tiempo Ordinario (C) MONICIÓN DE ENTRADA Hermanos: celebramos hoy el domingo treinta y dos del Tiempo Ordinario. Nos acercamos al final del Año Litúrgico, y la Palabra de Dios nos ayuda a contemplar las realidades últimas de nuestra fe. La liturgia de hoy afirma con gozo que no nacemos para morir, sino que nacemos para vivir, porque la muerte nos abre a la vida verdadera y eterna. Creemos en el Dios de la Vida, y con Él queremos encontrarnos a través de esta celebración, orando con fe. ACTO PENITENCIAL (Fórmula 3ª) — Tú, nuestra esperanza en medio de la tribulación y la angustia: Señor, ten piedad. R. Señor, ten piedad. — Tú, promesa de resurrección para quien espera en ti: Cristo, ten piedad. R. Cristo, ten piedad. — Tú, vida abundante para quien vive en la fe y en el amor: Señor, ten piedad. R. Señor, ten piedad. MONICIÓN A LAS LECTURAS Conforme nos acercamos al final del Año Litúrgico la Palabra de Dios nos invita a meditar sobre nuestro futuro, sobre las realidades últimas y definitivas, más allá del horizonte de la muerte física. Pero esto no quiere decir que nos evadimos del presente, sino justo lo contrario: pensar en esas realidades nos ayuda a vivir de manera cada vez más auténtica nuestra vida, porque sabemos hacia dónde caminamos. Dejémonos iluminar por la Palabra de Dios para poder vivir en plenitud la comunión con el Señor. ORACIÓN DE LOS FIELES Hermanos: vivimos en la esperanza de compartir con Cristo el gozo de la resurrección, por la cual la muerte ha sido vencida y la vida triunfa. Elevemos al Señor nuestra oración en la esperanza del encuentro con Él en la gloria y pidámosle que haga crecer nuestra fe en la vida del cielo. Oremos juntos diciendo: ¡Ven, Señor Jesús!. Domingo XXXII del Tiempo Ordinario (C) Lector: • Asiste a tu Iglesia para que sea fiel en el anuncio de la salvación al mundo. Que tu Palabra se vea siempre reforzada por el testimonio de los gestos concretos de amor de los cristianos. Oremos. • Ilumina a los gobernantes de las naciones para que persigan proyectos de paz. Que la guerra no lleve más al mundo la violencia y la muerte. Oremos. • Ayuda a quien defiende la vida, amenazada por formas tan diversas. Haz que sea defendida desde su inicio hasta su pleno cumplimiento en Dios. Oremos. • Conforta nuestros corazones y dales una fe limpia, que sea mantenerse en medio de las dificultades. Que la esperanza de la resurrección nos prepare a vivir con gozo el momento de nuestra muerte. Oremos. • Acoge a todos los difuntos en tu Reino. Tú que eres el Dios de los vivos concede a la humanidad redimida por ti gozar los frutos de tu resurrección. Oremos. Sacerdote: Dios todopoderoso, concédenos vivir en cada momento teniendo presentes las cosas del cielo. Haz que la fe en la resurrección de tu Hijo nos infunda la esperanza de llegar a la patria bienaventurada del cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. MONICIÓN AL PADRENUESTRO El amor del padre nos ha creado para que nuestra vida acabe disuelta en la nada, sino para la resurrección. Acerquémonos a Él con plena confianza y, obedientes a la enseñanza del Señor Jesús digamos juntos: Padre nuestro... ORIENTACIONES PARA LA CELEBRACIÓN • • • • • Ornamentos de color verde. Se dice “Gloria”. Se dice “Credo”. Se utiliza uno de los Prefacios Dominicales. Proponemos el Prefacio Dominical, VI. En la Plegaria Eucarística se puede decir el embolismo propio del domingo. No se permiten las misas de difuntos, excepto la misa exequial. Domingo XXXII del Tiempo Ordinario (C)