revista libertador o`higgins
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Revista Libertador O’Higgins Órgano del Instituto O’Higginiano de Chile Edición conmemorativa del Bicentenario Santiago de Chile 2010 REVISTA LIBERTADOR O’HIGGINS ÓRGANO DEL INSTITUTO O’HIGGINIANO DE CHILE Edición conmemorativa del Bicentenario SANTIAGO DE CHILE 2010 REVISTA LIBERTADOR O’HIGGINS Fundada el 20 de agosto de 1953 CONSEJO DE REDACCIÓN Washington Carrasco Fernández Presidente Jorge Ibáñez Vergara Director-Editor Directores Jorge Iturriaga Moreira Juan Guillermo Toro Dávila Hosmán Pérez Sepúlveda Yerko Torrejón Koscina Omar Letelier Ramírez INSTITUTO O’HIGGINIANO DE CHILE Dirección : Londres 25 Santiago - Chile Fono : 02 - 632 5145 Fono–Fax : 02 - 632 2172 Página Web : www.institutoohigginiano.cl E–mail : [email protected] Registrada en el International Serial Standard Number bajo el código ISSN 0716-4211 de la International Serials Data System. Programa Mundial de Información (UNISIST) de UNESCO, Paris, Francia. Información iconográfica: Sello utilizado por el Libertador Bernardo O’Higgins en documentos oficiales emanados de su autoridad directorial, Museo Histórico Nacional, Santiago de Chile, propiedad del Instituto O’Higginiano de Chile. Diagramación e impresión: EDITORIAL ATENAS LTDA. [email protected] INSTITUTO O’HIGGINIANO DE CHILE FUNDADO EL 20 DE AGOSTO DE 1953 PRESIDENTE HONORARIO Excmo. Presidente de la República Señor Sebastián Piñera Echenique EX PRESIDENTES NACIONALES DEL INSTITUTO Don Humberto Aguirre Doolan Don Julio Heise González Don René Echeverría Zerga Don Orlando Urbina Herrera Don Washington Carrasco Fernández CONSEJEROS HONORARIOS Presidente del Senado Don Jorge Pizarro Soto Presidente de la Corte Suprema Don Milton Iván Juica Arancibia Presidenta de la Cámara de Diputados Sra. Alejandra Sepúlveda Orbenes CONSEJEROS EMÉRITOS Don Juan de Dios Carmona Peralta (†) Don Hernán García Valenzuela (†) CONSEJO DIRECTIVO NACIONAL Presidente Don Pedro Aguirre Charlin Vicepresidente Don Jorge Ibáñez Vergara Vicepresidente Don Jorge Iturriaga Moreira Consejero Secretario General Don Juan Carlos Escala Castro Tesorero Nacional Don Rodolfo Pereira Albornoz Consejeros Don Washington Carrasco Fernández Don Fernando Otayza Carrazola Don Guillermo Toro Dávila Don Natalio Sauma Hananías Don Hosmán Pérez Sepúlveda Don Jorge Vidal Stuardo Don Omar Letelier Ramírez Don Miguel Luis Alfonso Doren Don Yerko Torrejón Koscina Don Marcelo Alberto Elissalde Martel Presidenta de Damas O’Higginianas Srta. Norma Salas Carrasco INFORMACIÓN ICONOGRÁFICA Sello utilizado por el Libertador don Bernardo O’Higgins en documentos oficiales emanados de su autoridad directorial. E dición conmemorativa del B icentenario Índice 11 Editorial 13 VISIÓN DE DON AMBROSIO O’HIGGINS Jorge Ibáñez Vergara 61 LOS ANTEPASADOS MATERNOS DEL LIBERTADOR O’HIGGINS Juan Guillermo Muñoz Correa 87 TRAS LA HUELLA DE BERNARDO RIQUELME EN INGLATERRA (1795-1799) Roberto Arancibia Clavel 119 O’Higgins Y MIRANDA Miguel Castillo Didier 129 INFLUENCIA DEL MAESTRO SOBRE EL DISCÍPULO: EL PAPEL DE MIRANDA Y O’HIGGINS EN LA SINGULARIDAD DEL CASO CHILENO Y DE SU GOBERNABILIDAD Christian Ghymers 165 MIRANDA Y O’HIGGINS Sergio Martínez Baeza 171 LOS REVOLUCIONARIOS DE LONDRES Y CÁDIZ Germán Arciniegas 175 DON BERNARDO O’HIGGINS: APELLIDO Y LEGITIMACIÓN Jorge Ibáñez Vergara 199 SAN MARTÍN SIN MITOS: BREVE BIOGRAFÍA DEL AMIGO DE O’Higgins, CRUCIAL EN LA LIBERACIÓN DE TRES PAÍSES Yerko Torrejón Koscina 237 LA VERDAD SOBRE LA BATALLA DE CHACABUCO Luis Valencia Avaria 251 VOCACIÓN AMERICANISTA DEL LIBERTADOR DON BERNARDO O’HIGGINS Julio Heise González 263 O’HIGGINS Y EL IDEÓLOGO DE LA INDEPENDENCIA DE CHILE Fernando Otayza Carrazola 7 R evista L ibertador O’ higgins 277 O’Higgins Y LA INDEPENDENCIA AMERICANA Cristián Guerrero Lira 285 EL PARLAMENTARIO BERNARDO O’HIGGINS Juan de Dios Carmona Peralta 299 O’HIGGINS, EL PRIMER CIUDADANO DE CHILE Miguel Cruchaga Tocornal 303 EL LIBERTADOR O’HIGGINS ORGANIZADOR DE LA REPÚBLICA Julio Heise González 311 INFLUENCIAS DE LAS IDEAS FRANCESAS EN LA EMANCIPACIÓN HISPANO-AMERICANA Omar Letelier Ramírez 329 O’HIGGINS Y EL ORDENAMIENTO CONSTITUCIONAL CHILENO Jaime Antonio Etchepare Jensen 345 JOSÉ IGNACIO ZENTENO DEL POZO. MINISTRO DE GUERRA Y MARINA DE BERNARDO O’HIGGINS Hosmán Pérez Sepúlveda 355 BERNARDO O’HIGGINS, LORD COCHRANE Y “EL MAR DE CHILE” Jorge Iturriaga Moreira 361 O’HIGGINS Y LA EXPEDICIÓN LIBERTADORA DEL PERÚ Washington Carrasco Fernández 369 O’HIGGINS Y EL PODER NAVAL Francisco Le Dantec Gallardo 373 EMPRESAS DE CORSO EN EL GOBIERNO DE O’HIGGINS Mario Cárdenas Gueudinot 381 LA EXPEDICIÓN LIBERTADORA DEL PERÚ Andrés Medina Aravena 391 LA VIDA MILITAR DE BERNARDO O’Higgins RIQUELME Juan Carlos Escala Castro 407 LORD COCHRANE Y LA ARMADA DE CHILE Cdte. Gustavo Jordán A. 419 BERNARDO O’HIGGINS FORJADOR DEL PODERÍO MARÍTIMO DE CHILE Enrique Larrañaga Martín 8 E dición conmemorativa del B icentenario 427 EL PENSAMIENTO POLÍTICO DEL LIBERTADOR: PERSPECTIVA Y VIGENCIA Jaime Antonio Etchepare Jensen 443 EL PENSAMIENTO GEOPOLÍTICO DEL LIBERTADOR O’HIGGINS Agustín Toro Dávila 455 PROYECCIÓN GEOPOLÍTICA Y ESTRATÉGICA DE BERNARDO O’HIGGINS Juan Carlos Vega Manríquez 473 LAS RELACIONES EXTERIORES DEL GOBIERNO DE DON BERNARDO O’HIGGINS Mario Barros Van Buren 479 O’HIGGINS Y EL CAMBIO DE ESTRUCTURA SOCIAL Y POLíTICA DE CHILE Fernando Figueroa Villán 493 EL SENTIDO CONTINENTAL DE LA ACCIÓN LIBERTADORA DE BERNARDO O’HIGGINS Germán Sepúlveda Durán 513 PROYECCIÓN HISTÓRICA DE BERNARDO O’HIGGINSEN CHILE Y EL PERÚ Percy Cayo Córdova 527 LA MUJER EN LA VIDA DEL LIBERTADOR DON BERNARDO O’HIGGINS RIQUELME Graciela Toro de Zañartu 545 EL LIBERTADOR GENERAL BERNARDO O’HIGGINS A TRAVÉS DE LA HISTORIA Humberto Aguirre Doolan 569 EL ESTRECHO DE MAGALLANES, CONCEPCIÓN GEOPOLÍTICA DEL LIBERTADOR O’HIGGINS Juan Guillermo Toro Dávila 573 LA FIGURA DE O’HIGGINS COMO SÍMBOLO DEL BICENTENARIO Waldo Zauritz Sepúlveda 9 E dición conmemorativa del B icentenario EDITORIAL El Instituto O´Higginiano de Chile ha querido contribuir a las celebraciones del Bicentenario editando este volumen de la Revista Libertador O’Higgins, que reúne una selección de trabajos publicados en sus últimos 24 números. Esta selección procura un ordenamiento cronológico de los principales hechos considerados en los ensayos escritos en torno a la figura del Padre de la Patria. La Comisión designada para la realizar esta tarea, de acuerdo a un esquema previamente aprobado, ha debido sortear las dificultades propias de la preparación de una antología, seleccionando, entre numerosos y excelentes trabajos de colaboradores frecuentes de la revista, los que componen esta publicación. En esta labor se ha tenido presente la vigencia de los valores encarnados en la figura del Libertador y su valioso legado como ciudadano, militar, gobernante, estadista y prócer americano. Tanto la personalidad de O´Higgins como la de los demás próceres de la Independencia, que giran en torno a su figura, son estudiados en estos ensayos objetiva y desapasionadamente, como constructores de la Independencia o colaboradores de la gran empresa que nos llevó a la creación de un estado republicano, modelo en la emancipación de América. El celebrar, a través de este número conmemorativo de la Revista El Libertador O’Higgins, el segundo Bicentenario de nuestra independencia cumplimos, en pequeña parte, con el reconocimiento que señaló don Simon Bolívar, en carta a O’Higgins: “V.E., colocado al frente de Chile, está llamado por una suerte afortunada a sellar con su nombre la libertad eterna y la salud de América. Es V.E. el hombre a quien esa bella nación deberá en su más remota posteridad, no solamente su creación política, sino su estabilidad social y su reposo doméstico”. Consejo de Redacción 11 E dición conmemorativa del B icentenario VISIÓN DE DON AMBROSIO O’HIGGINS Jorge Ibáñez Vergara 1. Los ORÍGENES El origen y los primeros años de don Ambrosio son tan difícilmente, pesquisables como la etapa similar en la vida de su hijo. Don Ricardo Donoso, a quien se considera con legitimidad como el más competente investigador de la vida y obra del aventajado irlandés, hace una afirmación incontrovertible: “Hay una gran oscuridad sobre el origen, la fecha de nacimiento, la juventud de don Ambrosio O’Higgins, y lo poco que sabemos de su vida nos ha sido referido por él mismo”1. Lo “referido por él mismo” se reduce, sin duda, al Memorial que don Ambrosio presentó al Consejo de Indias, el año 1761, solicitando su naturalización española. Allí proporciona informaciones sobre el lugar de su nacimiento, sus padres, religión, año en que llegó a Cádiz y fecha de su primer viaje a América: “MEMORIAL. SEÑOR: Don Ambrosio Higgins, vecino de la ciudad de Cádiz, y natural de la Villa de Villenarry, Diócesis Elphininse, en el reino de Irlanda, puesto a los reales pies de Vuestra Majestad, dice: es hijo legítimo de don Carlos Higgins y doña Margarita Higgins, naturales de dicha Villa, y que así el suplicante como sus padres y demás descendientes, han sido y son cristianos católicos romanos, sin mezcla de raíz infecta,...”2. De acuerdo al estudio genealógico encargado a Chichester Fortescue, para la obtención del título de Barón, el año 1788, Villenary o Vallenary sería un lugar del Condado de Sligo. Pero Barros Arana agrega que “hay en el Condado de Sligo más de cuarenta lugares cuyos nombres comienzan por la radical Balli o Bally, que hemos hallado Ballingari, Ballinamore, pero no Ballinary”3. El General O’Connor, en una conversación sostenida en Potosí, el año 1825, con el General Miller, proporcionó a éste algunos antecedentes sobre el origen del Virrey. El General Miller, a su vez, vació estas informaciones en una declaración firmada que entregó a Vicuña Mackenna. En ella sostiene que don Ambrosio nació en la aldea de Summerhill, Condado de Meath. 1 Ricardo Donoso: El Marqués de Osorno. Ed. Publicaciones de la U. de Chile, 1941, p. 146. 2 Archivo General de Indias, Sevilla. Expedientes. Años 1761 a 1762. Estante 138, Cajón 3°, legajo Publicado por primera vez en la Revista Chilena de Historia y Geografía N° 31 de 1918, p. 81. 3 Diego Barros Arana: Historia General de Chile. Rafael Jover, 1884-1902. Tomo VI, Parte quinta, Capítulo XVI, p. 6. 13 R evista L ibertador O’ higgins Don Francisco Antonio Encina simplifica el problema: “Lo poco que conocemos a este respecto proviene de él mismo; y se reduce a saber que nació en la Villa de Ballenary (Irlanda) hacia 1720...”4. Nuestro historiador no intenta dilucidar si la Villa de Ballenary corresponde al Condado de Sligo o al Condado de Meath. Vicuña Mackenna no encontró datos suficientes sobre don Ambrosio en el Archivo de don Bernando “porque alguien los recibió para escribir la vida de éste”5. Este “alguien” fue, con toda certeza, John Thomas, quien efectivamente escribió una biografía del Virrey, hasta ahora inédita. En la biblioteca de don Luis Valencia Avaria, rematada el año 1991, se mantenía un ejemplar en copia fotográfica6. Veintitrés años después de la muerte del Virrey, en el inicio de su exilio limeño, don Bernardo pidió a John Thomas, amigo de intimidad de don Ambrosio, como lo sería después de nuestro prócer, informaciones sobre su “venerado padre”. Parte del legajo informativo de Thomas, incompleto y referido a los Proyectos del Virrey O’Higgins, se encontraba entre los antecedentes del Archivo que Vicuña Mackenna trajo a Chile desde Perú, mal clasificado y absurdamente titulado como “Apuntes de don José Tomas sobre navegación de los ríos en el Perú”. El documento fue redescubierto por don Carlos Vicuña Mackenna y publicado en la Revista Chilena de Historia y Geografía7. En general, los autores usan indistintamente la información del propio don Ambrosio, contenida en el Memorial aludido, en que declara ser natural de la Villa de Ballenary (Villenarry según el documento), Diócesis Elphininse; la versión de Chichester Fortescue que menciona la Villa de Ballenary, del Condado de Sligo y la de los Generales O’Connor y Miller, que indica como lugar de su nacimiento la Aldea de Summerhill, Condado (le Meath). 2. EL LINAJE Las estimaciones sobre el linaje, la condición social y los orígenes de don Ambrosio son diversas, variadas y aún opuestas. Encina atribuye el origen de estas versiones controvertidas a la “prodigiosa ascensión”, de simple ingeniero delineador a Virrey, que “era por sí solo estímulo para forjar fantasías sobre su origen, su niñez y su mocedad”8. Vicuña Mackenna, según Donoso, seducido por la atrayente personalidad del Mandatario Colonial, “en dos páginas de aquella obra (El Ostracismo de O’Higgins) acumuló tal cantidad de inexactitudes, reunió tan desautorizadas consejas, 4 Francisco A. Encina: Historia de Chile. Ed. Ercilla, 1983, Tomo 8, p. 52. 5 Benjamín Vicuña Mackenna: Vida del Capitán General don Bernardo O’Higgins. Ed. del Pacífico, 1976, p. 51. 6 Luis Valencia Avaria: Catálogo de remate de su biblioteca, 1991. 7 John Thomas: Los Proyectos del Virrey O’Higgins. Revista Chilena de Historia y Geografía Nº15, 1914, pp. 128-149. 8 Francisco A. Encina: Historia... Tomo 8, p. 51. 14 E dición conmemorativa del B icentenario que podemos considerarlo con razón como el más autorizado fomentador de la leyenda”9. Y cita al efecto un párrafo clave de la obra mencionada: “El año 1773 había llegado a Chile un militar ya entrado en años, de nación irlandés y que venía a servir en aquel país con el título “capitán delineador” de las fortalezas de Valdivia. Este ingeniero era don Ambrosio O’Higgins, o Higgins, como se firmaba entonces. Contaba en esa época con 53 años de edad y su vida anterior era tan desconocida, que hoy mismo pasa en cierto modo como un misterio. Pero sábese si, con evidencia, que había nacido en la Aldea de Summerhill, Condado de Meath, en Irlanda; que su niñez fue tan pobre y destituida hasta obligarle a servir de postillón a la vieja condesa de Bective, señora feudal, de Summerhill; que muy joven todavía pasó a España y bajo la protección de un pariente clérigo, que más tarde fue uno de los confesores de Carlos III, hizo algunos estudios en Cádiz y trabajó con mediana suerte en el comercio; que ya en una edad madura pasó al Perú, donde, según una tradición perfectamente autorizada, ejerció el oficio de buhonero, y pagó como extranjero, su tributo a la Inquisición, siendo encerrado en sus sótanos por sospecha de secta, aunque él siempre fue un católico acendrado; que después de algunos años se dirigió a Concepción con ciertas especulaciones que terminaron mal; y que por último tomó servicio en las armas reales como oficial científico, el año 1773, época de que data su primer despacho auténtico”10. Sin embargo, Vicuña Mackenna pareció tener, posteriormente, el año 1861, algunas dudas sobre estas afirmaciones hechas en el “Ostracismo de O’Higgins”. En una obra posterior plantea los mismos hechos en términos de inseguridad: “El origen, la familia, la infancia, la juventud de don Ambrosio O’Higgins es todavía una duda de la historia y la biografía porque en este hombre singular todo lo que no es extraordinario es un misterio calculado a dar mayor realce a su imponente figura. Algunos le suponen hijo de un aldeano, otros de la ilustre casa de Ballenary, otros aseguran que su primer ejercicio fue el de postillón de una antigua marquesa (en el Ostracismo era la Condesa de Bective), otros, alumno del Colegio de Cádiz, donde le puso en su niñez un tío eclesiásticos”11. Las dudas sobre el linaje de don Ambrosio se plantean, pues, entre dos extremos posibles: su familia estaba constituida por pobres aldeanos o pertenecía a la nobleza, al integrar una ilustre casa nobiliario, aun cuando sus padres estuvieran empobrecidos. El origen rústico toma forma con la relación del General O’Connor, escrita el año 1849, en Tarija y repetida después por el historiador peruano José Antonio Lavalle: Los padres de don Ambrosio habrían sido labradores en la heredad de la condesa de Bective; el joven Ambrosio tenía a su cargo el acarreo de leña para la cocina de su patrona, ascendiendo después a postillón, con la responsabilidad de llevar la correspondencia desde la Aldea de Summerhill al castillo de la condesa. Lavalle rectificó posteriormente esta versión pero la fuerza de la leyenda siguió su curso hasta nuestros días. Barros Arana concilia estas diferentes estimaciones: 9 Ricardo Donoso: El Marqués... p. 3. 10Benjamín Vicuña Mackenna: Vida del.... pp. 51 y 52. 11 Benjamín Vicuña Mackenna: Historia de Santiago. Imprenta de El Mercurio, Valparaíso, 1869, Tomo II, p. 271. 15 R evista L ibertador O’ higgins “Don Ambrosio era el hijo menor de una familia de modesta fortuna, pero que creía descender de la más alta aristocracia del país y que se decía empobrecida y decaída en su antigua grandeza por las persecuciones políticas y religiosas”. Luego debilita la leyenda de la juventud ignara, que habría empleado en servicios de postillón: “En su niñez hizo buenos estudios i adquirió el hábito de la lectura. Por más que sus detractores se hayan empeñado en presentarlo como un aventurero oscuro i ordinario, elevado repentinamente casi sin méritos propios, es lo cierto que poseía buenos conocimientos clásicos, que traducía y entendía corrientemente el latín, i que si probablemente no era ingeniero perfecto, había adquirido la preparación para serlo”12. John Thomas, en carta que envió a don Bernardo O’Higgins el año 1824, proporcionándole informaciones sobre su padre, señalaba que era “el ingeniero práctico más hábil que hubiera llegado jamás a la América Española” y que “tenía vastos conocimientos científicos”13. Don Miguel Luis Amunátegui descarta, en cambio, el presunto origen noble: “No llevando un nombre ilustre se había impuesto a las familias aristocráticas cuya escrupulosidad en punto a nobleza ya se sabe cuan exagerada era”14. Carlos Vicuña Mackenna acentúa todavía más la contradicción entre la juventud pobre y desasistido que se le atribuye y la excelente preparación intelectual que poseía: “Además de las nociones concernientes a su profesión de ingeniero, de las excelentes dotes literarias que se revelan en los escritos hechos en su lengua natal, don Ambrosio sabía el griego y el latín. La amplitud de su mira y la forma que resolvía los problemas generales de buen gobierno, revelan que también había hecho bastante provisión de ideas por medio de la lectura, ya que sería necesario suponerle un genio de extraordinario poder para que, sin preparación alguna, hubiera llegado a tales resultados”15. Don Casimiro Albano, cuya “Memoria del Exemo. Señor don Bernando O’Higgins” fue descalificada por Vicuña Mackenna, nos ha dejado numerosas noticias interesantes tanto del Virrey como de su hijo. Refiriéndose a don Ambrosio señala “que es preciso no equivocarse y confesar que al noble irlandés le adornaban talentos y conocimientos nada comunes, debidos a su constante aplicación al estudio y experiencia. Poseía profundamente las matemáticas, varios idiomas, y entre ellos la lengua griega de un modo tan perfecto que asombró al doctor Unanue, tenido entonces como el primer literato de Sur América”16. 12Diego Barros Arana: Historia..., Tomo IV, Parte quinta, Capítulo XVI, pp. 6-7. 13John Thomas: Proyectos... pp. 135-136. 14Miguel Luis Amunátegui: La Dictadura de O’Higgins. 3 Ed. Rafael Jover, 1882, p. 27. 15Carlos Vicuña Mackenna: El origen de don Ambrosio O’Higgins y sus primeros años en América. Revista Chilena de Historia y Geografía Nº21, 1916, p. 128. 16Casimiro Albano: Memoria del Excmo. Señor don Bernando O’Higgins, Capitán General de la República de Chile, Brigadier en la de Buenos Aires, Gran Mariscal en la del Perú y Socio Protector de la Sociedad de Agricultura, Imprenta de la Opinión, 1884, p. 140. 16 E dición conmemorativa del B icentenario Don Vicente Carvallo y Goyeneche, a pesar de su enconada malquerencia con don Ambrosio, debió reconocer que era “hombre de instruida educación”17. El dominio de dos idiomas, como el latín y el griego, además del francés; disciplinas como las matemáticas y la geografía, en que también se le consideraba experto, pueden dominarse o conocerse aceptablemente sólo mediante estudios sistemáticos, que suponen una educación superior bien asentada. Y ella debió desarrollarse sólo en la mocedad, etapa de su vida en que se le ha dado el carácter subalterno de postillón. La relación hecha por don Ambrosio en el Memorial de 1761 no menciona ninguna posible conexión con la nobleza de su país de origen. En otra declaración hecha el año 1756, en Lima, por “Antonio Higgins”, citada por Luis Valencia Avaria, señalando que se trata de don Ambrosio, tampoco hay mención a sus ancestros nobiliarios18. El propio don Bernardo omito esa referencia al proporcionar una información del navegante La Perouse, donde se afirma que su padre “había nacido en el seno de una familia perseguida en Inglaterra a causa de su religión y de sus viejos lazos de fidelidad a la Casa de los Estuardos”19. El padre ni el hijo, en las oportunidades propicias, aluden a este origen noble. Ello puede ser comprensible en don Bernardo, quien, como gobernante, había suprimido los títulos nobiliarios; pero no lo es necesariamente en un hombre de la sagacidad política de su padre, que conocía de sobra la importancia y proyección de estos abolengos en la sociedad colonial. Sin embargo, ya en el año 1769 aparece el intento de una pequeña variación a la forma usual como escribía su nombre. Con motivo del levantamiento de los indios de la Frontera, solicitó que se le enviara a la zona del conflicto y en el petitorio se identifica como “Ambrosio de Higgins, comisario de guerra y del ejército de este Reino”20. El mismo año, anota Carlos Vicuña Mackenna, en un poder de Ambrosio Higgins, ingeniero delineador de los Ejércitos y plazas de su Magestad, “a pesar de aparecer en el encabezamiento el nombre Higgins, la firma tiene el apellido en su integridad: O’Higgins”21. Don Ernesto de la Cruz, en el “Epistolario de don Bernardo O’Higgins”, se refiere a este mismo asunto: “Hemos tenido a la vista más de trescientos autógrafos de don Ambrosio y en todos se lee Higgins. Últimamente el eruditísimo paleógrafo, don Tomás Thayer Ojeda, de la Biblioteca Nacional, nos ha señalado uno en que aparece la firma O’Higgins; pero 17Vicente Carvallo y Goyeneche: Descripción histórico-geográfica del Reino de Chile. Colección de historiadores de Chile y documentos relativos a la historia nacional, Imprenta de la Librería del Mercurio, Tomo 1, 1873, p. 434. 18Luis Valencia Avaria: Bernardo O’Higgins, buen genio de América. Ed. Universitaria, 1980, p. 18. 19Patricio Estellé Méndez: Epistolário de don Bernardo O’Higgins con autoridades y corresponsales ingleses (1871-1831). Revista Historia Nº11, 1972-73 del Instituto de Historia de la Universidad Católica de Chile, p. 445. 20Ricardo Donoso: El Marqués... p. 94. 21Carlos Vicuña Mackenna: Origen de don Ambrosio..., p. 143. 17 R evista L ibertador O’ higgins la O es pequeñísima, vergonzante. El documento a que nos referimos es un poder entregado ante el escribano Santibáñez, el 16 de agosto de 1769”22. Las inquietudes de don Ambrosio para acreditar su origen noble comienzan cuando parece afianzada su condición militar. El año 1784, en su Hoja de Servicios extendida en Concepción por el Sargento Mayor, don Domingo Álvarez y Ramírez, hay otra aproximación hacia el objetivo tan levemente insinuado varios años antes: “El Brigadier de Caballería don Ambrosio Higgins de Ballenary, Comandante del Cuerpo de Dragones de Chile, su edad de 52 años, su país Irlanda, su calidad noble, su salud mediana, sus servicios y circunstancias los que expresa”23. El Sargento Mayor, subalterno devoto e incondicional, elaboró la Hoja de Servicios según los términos que quiso don Ambrosio, restándole a lo menos diez años de su edad efectiva y atribuyéndole “calidad noble”. Progresiva y metódicamente siguen estos afanes, colocando cada vez mayor énfasis en el propósito previsto. El año 1788 pudo lograr un árbol genealógico elaborado por el Rey de Armas de Ulster, Sir Chichester Fortescue, que lo ligaba a la nobleza. Ese mismo año y después que recibió el trabajo de Fortescue, don Ambrosio comienza a agregar al apellido Higgins, en todas sus firmas, la fórmula “de Ballenary”, que ya había hecho emplear cuatro años antes en su Hoja de Servicios. Estaba, así, a medio camino de la nobleza. Después de asumir como Gobernador y Presidente de Chile, encargó a don Demetrio O’Higgins, residente en Madrid, miembro, entonces, de los Guardias de Corps, que gestionara la rehabilitación del título de Barón de Ballenary, que había pertenecido, según Fortescue, a uno de sus abuelos irlandeses. La gestión de don Demetrio resultó exitosa, ya que la merced fue concedida por Real Decreto. Este importante servicio de don Demetrio elevó el aprecio que en adelante le tuvo el ya poderoso Presidente de Chile, quien lo traería al Perú pocos años después nombrándolo, por resolución de la Corte, Intendente de Huamanga, luego de destinatario a algunas actividades militares y administrativas en Lima. En la solicitud de don Demetrio a las Cortes, el 17 de enero de 1795, “en virtud, de especial encargo de mi tío”, sólo acompañó el árbol genealógico, en copia, “firmado y sellado por Chichester Fortescue, Caballero de la ilustre Orden de San Patricio y Rey de Armas de Ultonia y toda Irlanda, autorizado por el Lord Teniente General, Gobernador y Virrey de dicho Reino, Hugo Buchingham y por Fray Juan Tomás Troy, Arzobispo Católico de Dublín, Primado y Metropolitano de Irlanda, y corroborado todo por vuestro Embajador en la Corte de Londres, Marqués del Campo, y por vuestro Secretario y de la interpretación de lenguas don Felipe Samaniego”. El solicitante se excusa de no acompañar otros documentos, “por faltar los libros parroquiales y los archivos de las Iglesias, por no permitirlos el Gobierno 22Ernesto de la Cruz: Epistolario de O’Higgins. Imprenta Universitaria, Santiago, 1916, Tomo I, p. 13 23Manuscritos de Medina, Vol. 326. 18 E dición conmemorativa del B icentenario protestante, como es notorio, y en la consideración asimismo de los dilatados méritos que tiene contraídos el exponente en el real Servicio”24. Los árboles genealógicos confeccionados por los Reyes de Armas tenían una dudosa validez. Muchos de estos instrumentos sólo eran el resultado de un trabajo de imaginación, que se estimulaba por el pago de honorarios elevados. Como puede apreciarse en el caso de don Ambrosio, su expediente de nobleza no tiene más elementos probatorios que la certificación de Chichester Fortescue y la mediación de un poder no acreditado, haciéndose plena fe en el mérito de la solicitud de don Demetrio O’Higgins como representante de su “tío”. Un valioso estudio de don Luis Lira Montt nos aproxima al conocimiento de los mecanismos usados para la obtención de estos documentos y las exageraciones de los árboles genealógicos. La genealogía de las familias Cortés y Lastra enviada a Chile el año 1791 es un caso típico: “El desaprensivo Rey de Armas, de quien emanan (dichas genealogías), asegura allí que el origen y nobleza de los Cortés deriva del romano Silio Cortés, cuyos descendientes llegaron a Zaragoza veinticinco años antes de nuestro redentor; y que el origen del linaje De la Lastra viene de uno de, los tres Reyes Magos que pasaron a Belén a la adoración de Nuestro Señor”25. A pesar de este descrédito y de los pocos elementos probatorios en que se sustentaba la petición del reconocimiento nobiliario, ella fue acogida plenamente, regenerando el título nobiliario con la indiscutida aprobación de la Corona española: “Habiéndome hecho constar en debida forma el Teniente General de mis Reales Ejércitos, don Ambrosio O’Higgins, lo antiguo e ilustre de su familia, como descendiente que es legítimo de Juan Duff O’Higgins, Barón de Ballenary, en el Condado de Sligo, en el Reino de Irlanda, de la distinguida Casa de O’Neil en el mismo Reino, enlazada con la de O’Connor, de la real de Bailintober, en esa atención, y a la de sus dilatados méritos e importantes servicios que ha hecho en la carrera de las Armas, y continúa haciendo en los empleos de Gobernador y Capitán General del Reino de Chile, y Presidente de su real Audiencia, he venido en concederle la merced del propio título de Barón de Ballenary en estos mis reinos, para sí, sus hijos, herederos y sucesores legítimos”26. “Desde entonces, dice Ricardo Donoso, don Ambrosio y toda la familia antepuso la ‘O’ a su apellido”27. A pesar de que don Ambrosio después de los 60 años tuvo un efectivo interés por estos títulos nobiliarios, nos parece acertado el siguiente comentario de don Ricardo Donoso. “Tengo para mí que Higgins, como hombre inteligente, se reía para sus adentros de todas esas majaderías, pues ningún título más preclaro podía ostentar que sus dilatados servicios a la Corona, pero no dejaba sin duda de comprender la importancia 24Ricardo Donoso: El Marqués... p. 278. 25Luis Lira Montt: El Fuero Nobiliario de Indias. Boletín de la Academia Chilena de Historia Nº89, pp. 49-50. 26Ricardo Donoso: El Marqués... pp. 278 y 279. 27Ricardo Donoso: El Marqués... p. 278. 19 R evista L ibertador O’ higgins que tenía, ante los ojos del mundo ignaro y de unos señorones que reverenciaban mucho esas fruslerías, el decorar su personalidad con una placa de esa especie”28. 3. LA EDAD Don Ambrosio nunca declaró su edad. En los documentos donde puede parecer necesaria la consignación de este dato, lo omite cuidadosamente. Y la única vez que alude a ella, recurre a una suerte de acertijo: “Hallarme en el último tercio de mi vida”29. Don Benjamín Vicuña Mackenna afirma que don Ambrosio nació en el año 1720. “En el año 1773 había llegado a Chile un militar ya entrado en años... Contaba en aquella época cincuenta y tres años de edad”30. Barros Arana cree también que nació en el año 1720: “Nacido en 1720, en el lugar de Ballinary”. Y anota una importante información que no hace más que acentuar la sospecha de que el silencio sobre su edad es deliberado: “En el Archivo de Simancas, encontramos una Hoja de Servicios del Brigadier O’Higgins fechada en Concepción el 31 de diciembre de 1787; pero aunque es un documento útil para la biografía de este personaje, no contiene más que una reseña muy rápida y sumaria. En este documento se ha dejado en blanco la edad que entonces tenía O’Higgins, que era 67 años, probablemente para que en la Corte no se le creyera en cierto modo inútil por la ancianidad”31. Encina señala, en dos ocasiones, que nació en 1720: “Ingeniero Delineador al servicio de España en 1761 cuando ya contaba 41 años”. “Lo poco que conocemos a este respecto proviene de él mismo; y se reduce a saber que nació en la Villa de Ballenary (Irlanda) alrededor de 1720”32. Gustavo Opazo dice que “Había nacido en la Villa de Ballenary en 1722”33. Valencia Avaria utilizaba un mecanismo indirecto para fijar esta fecha: Al nacimiento de don Bernardo, año 1778, don Ambrosio “bordeaba los sesenta años”. Habría nacido, entonces, alrededor de 1718. En otro acápite señala que llegó a América el año 1756, a los 36 años, fijando, así, el nacimiento en el año 172034. John Thomas aporta una referencia valiosa por ser contemporáneo, amigo y confidente de don Ambrosio: “Cuando el Virrey hubo decidido este viaje (desde Lima al Cuzco el año 1800), ochenta inviernos habían pasado ya sobre su venerable cabeza”. Por consiguiente, si don Ambrosio tenía ochenta años cumplidos, el año 1800, debió haber nacido el año 172035. 28Ricardo Donoso: El Marqués... pp. 277-278. 29Ricardo Donoso: El Marqués... p. 413. 30Benjamín Vicuña Mackenna: Vida del..., p. 5. 31Diego Barros Arana: Historia..., Tomo IV, Parte quinta, Capítulo XVI, p. 10. 32Francisco A. Encina: Historia..., Tomo 8, pp. 51 y 52. 33Gustavo Opazo: Don Ambrosio O’Higgins Intimo. Boletín de la Academia Chilena de la Historia Nº23, 1942, p. 7. 34Luis Valencia Avaria: Bernardo O’Higgins..., pp. 12 y 17. 35John Thomas: Los Proyectos..., p. 136. 20 E dición conmemorativa del B icentenario Don Carlos Vicuña Mackenna puntualiza que: “Don Ambrosio O’Higgins, descendiente de una noble familia arruinada por las guerras religiosas, nació en Irlanda, en el Condado de Sligo el año 1722”. En una nota referida a esta afirmación y que sin duda le sirve de fundamento para la determinación del año de nacimiento indicado, dice: “Diferentes fechas se han fijado para el nacimiento de O’Higgins y hasta su Hoja de Servicios, en la cual hay probablemente un error de copia, le da diez años menos; tenemos sin embargo un testimonio fehaciente: John Thomas, en su biografía inédita del Virrey, que se refiere sólo a sus últimos años, dice que tenía ochenta años en 1802”36. Carlos Vicuña cita mal a Thomas. De ningún modo don Ambrosio podía tener 80 años en 1802, ya que había fallecido un año antes. Thomas sólo señaló que “ochenta inviernos habían pasado ya sobre su venerable cabeza” cuando decidió hacer el viaje de Lima al Cuzco, un año antes de su muerte, acaecida a principios de 1801. Si seguimos a Thomas, en su exacto testimonio, sólo podemos concluir que, según lo plantea, el nacimiento ocurrió el año 1720. Ricardo Donoso reconoce que “Hay una gran oscuridad sobre el origen, la fecha de nacimento...”; pero agrega que “Hay motivos para creer que nació: en Irlanda, en 1720”37. Don Ambrosio mantuvo celosamente el secreto de la fecha de su nacimiento. En el Memoria presentado al Consejo de Indias el año 1761, que proporciona los datos relativos a sus padres, lugar de nacimiento y religión, omite toda referencia a su edad. En una declaración hecha en Luna el año 1757, que Valencia Avaria atribuye a don Ambrosio, tampoco hay datos relativos a la fecha de su nacimiento. En cambio, en la Hoja de Servicios, extendida el 31 de diciembre de 1784, por el Sargento Mayor don Domingo Álvarez, se precisa, como hemos visto, un dato hasta entonces desconocido: “Su edad 52 años”. La fijación de esta edad lo hace nacer, entonces, en 1732. Don Ambrosio no podía caer en una inadvertencia o cometer un error en la data que contiene el documento, a menos que así lo deseara. Si fue un error del copista o del otorgante del documento, don Ambrosio no hizo el menor amago de rectificación. Opazo ofrece otra explicación, siguiendo a Barros Arana: “Se cree que se quitó diez años, para no aparecer con tanta edad ante el Consejo de Indias y ser considerado un militar sin energías”38. El 11 de noviembre de 1794, diez años después, al proponer a su sobrino Tomás O’Higgins y Welch para llenar una vacante en el empleo de Teniente en el Cuerpo de Dragones de la Frontera, expresa: “Me obliga a esta solicitud hallarme en el último tercio de mi vida”. 36Carlos Vicuña Mackenna: Origen de don Ambrosio..., p. 127. 37Ricardo Donoso: El Marqués... p. 46. 38Gustavo Opazo: Don Ambrosio O’Higgins Intimo, p. 7. 21 R evista L ibertador O’ higgins Estas palabras, que han dado origen a numerosas especulaciones, son de una vaguedad extrema y por completo inútiles para la determinación de su edad. En cualquier caso no miente: se halla en el último tercio de su vida, entre los 60 y los 90 años39. El médico limeño encargado de embalsamar su cadáver, ajustándose a los rituales funerarios establecidos para la muerte de los Virreyes, después de colgar el cuerpo, vaciar las vísceras y examinarlas, estampó en su informe el siguiente testimonio: “el corazón era de dilatadas proporciones y la edad del fallecido sería de unos ochenta y cinco años”40. 4. LLEGADA A ESPAÑA Es éste otro de los tantos aspectos oscuros en la vida de don Ambrosio. En las dos páginas donde Vicuña Mackenna “acumuló inexactitudes y desautorizadas consejas”, según Donoso, se sostiene “que sábese, con evidencia, que muy joven todavía pasó a España y bajo la protección de un pariente clérigo, que más tarde fue uno de los confesores de Carlos III, hizo algunos estudios en Cádiz y trabajó con mediana suerte en el comercio…41. En este párrafo sólo es advertible, a primera vista como inexactitud probada muchos años después que don Benjamín publicara el “Ostracismo de O’Higgins”, la referencia al pariente clérigo, que ha sido desvirtuada por las prolijas investigaciones de don Carlos Vicuña Mackenna. Don Aurelio González Santis sostiene que “Don Ambrosio, buscando una oportunidad llegó a Cádiz en 1749”42. Carlos Miró Quezada, sin citar su fuente de consulta, da a conocer una versión que contraría todos los juicios más o menos autorizados que conocemos sobre los orígenes del Virrey: “Al cumplir los diez años fue enviado a Cádiz, al lado de un tío suyo, sacerdote jesuita, que lo hizo educar en el Colegio de la Compañía de ese lugar”43. En el memorial ya citado, del año 1761, don Ambrosio inicia su estilo de decir, cuando quiere, las cosas a medias. En él declara estar, ”viviendo en dicha ciudad de Cádiz desde el año mil setecientos cincuenta y uno (1751)”, lo que no significa, necesariamente que haya vivido en España desde el año indicado. Su llegada a la Península, a Madrid por ejemplo, pudo ocurrir mucho antes. La declaración hecha en Lima el año 1756, ante el Tribunal del Consulado, por don Antonio O’Higgins, que sería el mismo don Ambrosio, mencionada por Valencia Avaria, contiene una versión diferente: “Ambrosio O’Higgins, que era el citado, declaró que residía en Cádiz más tiempo de veinte años”44. 39Ricardo Donoso: El Marqués...p. 413. 40Gustavo Opazo: Don Ambrosio O’Higgins Intimo, p. 41. 41Benjamín Vicuña Mackenna: Vida del..., p. 52. 42Aurelio González Santis: El Gobernador Ambrosio O’Higgins. Ed. Salesiana, 1980, p, 5. 43Carlos Miró Quezada: De Santa Rosa a la Perricholi. Talleres P.L. Villanueva S.A., Lima, Perú, 1958, p.154. 44Luis Valencia Avaria: Berizardo O’Higgins..., p. 18. 22 E dición conmemorativa del B icentenario Si la información dada en el Memorial del año 1761, en que declara haber llegado a Cádiz en 1751, es verdadera, tal hecho ocurrió cuando ya tenía 31 años de edad. De acuerdo con la declaración de Lima, el año 1756, habría residido en Cádiz “más tiempo de veinte años”. En este caso, su edad, a la época de su llegada allí, fue de 16 años. Naturalmente, y en el supuesto de que don “Ambrosio” y don “Antonio” sean una misma persona, se falsea una de las dos declaraciones. Las discrepancias entre los autores existen desde la primera época en que comenzó a estudiarse la juventud de don Ambrosio y no hay razón para suponer que ellas estén terminadas, a menos que aparezcan pruebas históricas irredargüibles que diriman las cuestiones relativas a esta etapa de su vida. La opinión mayoritaria y más autorizada, a la que nos sumamos, fija el año 1720 como fecha en que el aventajado irlandés nació y 1751 como el año en que habría llegado a España. 5. EL ITINERARIO AMERICANO DE DON AMBROSIO En el Memorial del año 1761 don Ambrosio declara que vivió en Cádíz desde 1751 a 1756, “en cuyo año pasó a la América Española, en donde se mantuvo hasta junio de 1760”. Don Benjamín Vicuña Mackenna, que no conoció el Memorial citado, señala que “En el año 1773 había llegado a Chile un militar ya entrado en años, de nación irlandés, y que venía a servir en aquel país con el título de Capitán delineador de la fortaleza de Valdivia”45. Don Benjamín yerra en el año y en el grado militar con que se le contrató como ingeniero delineador. Ignora igualmente la primera residencia del irlandés en América, desde 1756 hasta el año 1760. A la fecha señalada por el autor citado, 1773, don Ambrosio ya era Teniente Coronel y Comandante de Caballería, después de haber iniciado la carrera administrativa y militar efectiva a fines de 1763, en el rango de Subteniente, el más bajo de la clase de Ingenieros, ingresando por primera vez al Continente americano el año 1756. Todo parece indicar que la declaración de don Ambrosio, en el Memorial, en cuanto al año 1756 “en que pasó a la América Española”, es verídica. Carlos Vicuña Mackenna, refiriéndose a una versión del navegante inglés Vancouver, da una fecha distinta para la llegada de don Ambrosio a nuestro Continente: “Otra información que da Vancouver es la época de la llegada a América de don Ambrosio, que sería el año de 1771. Tenemos entre tanto la comprobación de que ya estaba en Chile en noviembre de 1764”46. 45Benjamín Vicuña Mackenna: Vida del... p. 51. 46Carlos Vicuña Mackenna: Origen de don Ambrosio..., p. 152. 23 R evista L ibertador O’ higgins Sin embargo, como está suficientemente probado, llegó por segunda vez a América en agosto de 1763, por Buenos Aires, y el 13 de diciembre de ese mismo año a Santiago. Otorgamos categoría de verdad a la declaración del propio don Ambrosio respecto de su “paso a la América Española”, dando por confirmada la fecha que indica, 1756, porque es también una versión que aparece sostenida con mayores pruebas documentales. Donoso agrega “que en mayo de 1757 don Ambrosio se hallaba en Buenos Aires, pues el 8 de ese mes aparece recibiendo la suma de trescientos cincuenta pesos, de manos de don Domingo de Basabilbaso, para pagarlos a don Juan Albano Pereira en Santiago de Chile”. En carta de 26 de mayo, prosigue nuestro autor, escribía Basabilbaso a don Patricio Martín: “Don Ambrosio Higgins, dependiente de la Casa de don Jacinto Butler, que se conducía en Dho. Navío, se vino por tierra a ésta, en donde le di providencia para que pasase a Chile”47. Si encontramos vaguedades sobre la fecha de su llegada a América, mucho más imprecisas son las huellas de su itinerario entre Argentina, Chile y Perú, antes de 1763, época en que regresa con un destino definido a nuestro país, acompañando al ingeniero Juan Garland. Sólo a partir de ese año las investigaciones se facilitan, por la sujeción a la carrera militar y administrativa, que culminarará en el solio del Virreynato más importante de las colonias españolas. Utilizando las pruebas documentales existentes se logra, sin embargo, un trazado bastante aceptable de sus desplazamientos en América, antes de 1763. El 8 de mayo de 1757, como hemos visto, recibe $ 350 del Oidor Domingo Basabilbaso, para entregarlos a don Juan Albano, en Santiago de Chile. Es de toda evidencia que don Ambrosio ha debido ocupar un tiempo prudente en Buenos Aires para el establecimiento de relaciones de confianza, como la indicada. No podían escapar, tampoco, a la despierta inteligencia que unánimemente se le reconoce, las peligrosas consecuencias de la alteración de los datos proporcionados a las autoridades españolas, relativos a su llegada a Cádiz y su paso a América, lo que refuerza la afirmación de Barros Arana en el sentido de que don Ambrosio llegó efectivamente a América el año 1756, fecha en la cual coinciden Encina, Donoso, Eyzaguirre y otros. Valencia Avaria sostiene que: “Llegó a América por primera vez en el año 1756 y con 36 años de edad: ‘Aventuraba independizarse en el comercio, pero en Lima, al año siguiente, le sorprendió una corrida a los comerciantes extranjeros’”48. El Oidor don José Tagle y Bracho resolvió que siete comerciantes extranjeros, incluido don Ambrosio, debían volver a Cádiz. Pero el Procurador, según lo consignado por Valencia Avaria, denunció después que “don Ambrosio Higgins, 47Ricardo Donoso: El Marqués... p. 46. 48Luis Valencia Avaria: Bernardo O’Higgins..., p.17. 24 E dición conmemorativa del B icentenario inglés, que vino de Capitán de Gallinas (segundo repostero) ha pocos días se embarcó para Panamá en el Navío San josé...49. Indudablemente don Ambrosio había llegado a Lima por vía marítima después de hacer la travesía terrestre hasta Valparaíso desde Buenos Aires, pasando por Santiago como lo señala la carta de Basabilbaso a don Patricio Martín, en Cádiz: “le di providencia para que pasase a Chile, que tiene bastante duda que lo pueda lograr, por haber una Serranía que llaman Cordillera...” (26 de mayo de 1757 )50. La versión recogida por Valencia Avaria sobre el embarque a Panamá, el año 1757, es dudosa, ya que también existe prueba documental de que en mayo de 1759 Higgins se encontraba recibiendo un poder de Juan Albailo en Valparaíso, antecedente que constituye otro hito de su primer andar americano. La publicación hecha por don Horacio Aránguiz en el Boletín de la Academia Chilena de la Historia, reproduciendo siete cartas inéditas del irlandés dirigidas al comerciante vasco, en Santiago, don Salvador Trucíos, permite conocer con precisión la fecha y recorrido de su regreso a España el año 175951. La segunda de estas cartas, I’ecliada el 16 de julio de 1760, da término a muchas afirmaciones meramente conjeturales sobre esta etapa de la vida de don Ambrosio: “Querido amigo y muy señor mío, el día de embarcarme en el Callao, dejé ahí escrita una cartita para ud. fechada veintiocho de noviembre pasado, ( 1759) luego después de arribada a Paita, le escribí otra y mi última fue desde Portobello, el 20 de enero de este año (1760). Ahora particípale de mi feliz llegada a ésta mi deseada Cádiz, la semana pasada, desde La Habana”52. 6. INGRESO AL SERVICIO IMPERIAL En mayo de 1763, de regreso a América, desembarca en Buenos Aires con quienes constituirá el círculo de amigos que le serían sorprendentemente fieles, leales y devotos hasta el fin de sus días. Don Juan Garland hace de cabeza de grupo como ingeniero designado. Don Tomás Delphin y don Lorenzo Arrau, que integran el grupo de viajeros, no traen designación oficial alguna. Higgins viene comprometido como ayudante de Garland, para ocupar el cargo de Ingeniero Delineador, asimilado al grado de Subteniente53. La nota enviada al Gobernador, el 26 de enero de 1762, es explícita en cuanto al origen de este cargo y constituye una novedad administrativa y advierte que ella no debe constituir precedente: “A instancia de don Juan Garland, ingeniero en Segundo destinado a servir en ese Reino, se ha dignado el Rey conceder por gracia particular, y sin que sirva de exemplar, quinientos pesos para un delineador mediante ser sólo en él, y se le ha librado la 49Luis Valencia Avaria: Bernardo O’Higgins..., p.18. 50Ricardo Donoso: El Marqués... p. 46. 51Horacio Aránguiz: El Itinerario ignorado de don Ambrosio O’Higgins. Boletín de la Academia Chilena de la Historia Nº199, pp. 122 a 129. 52Horacio Aránguiz: Ob. cit., p. 122 y ss. 53Gustavo Opazo: Dopi Ambrosio O’Higgins Intimo, p. 12. 25 R evista L ibertador O’ higgins cédula correspondiente que presentará a U.S. lo que de orden de S.M. le participo a fin de que, disponga se le satisfagan por esas Caxas, siempre que mantenga el dicho delineador”54. La contratación de un delineador dependía de Garland, que ejerció sus atribuciones convirtiendo a Higgins en funcionario de la Corona. Hay también otra versión recogida por Opazo, sin referencia bibliográfica, indicando que Higgins “el 21 de noviembre de 1761 obtuvo el nombramiento de ‘Ingeniero delineador’ con la destinación de pasar a Chile en la Comitiva del Coronel Garland”55. En la Hoja de Servicios de Higgins, extendida el año de 1784, se da como fecha inicial de su designación el 20 de noviembre de 1761. En la Relación de méritos y servicios que se encuentra en los Manuscritos de J.T. Medina, se menciona una fecha distinta para la Real Cédula, pero muy próxima a la ya citada: “Que aunque parece ser que se origina el nombramiento de Higgins en vista de Real Cédula de fecha 16 de enero de 1762, pasó a servir en el Reino de Chile en calidad de delineador, acompañando al Teniente Coronel de Ingenieros don Juan Garland”56. Las dudas que pudieran existir acerca del origen del nombramiento de Higgins desaparecen, en buena medida, como se verá, al conocer la comunicación del Gobernador de Chile, el 1º de julio de 1766, al bailío Fray Julián de Arriaga: “Habiendo venido a este Reino el año 1763 el Ingeniero en Segundo don Juan Garland, trajo en su compañía nombrado de delineador a don Ambrosio Higgins, en virtud de la facultad que S.M. le concedió y reconociendo su juiciosa conducta se le aprobó a dicho Garland, y para el goce del sueldo de quinientos pesos anuales que se le asignaron...”57. 7. EL COMERCIANTE EXTRANJERO El experimentado dependiente de la Casa Butler Joyes y Cía., advirtió muy rápidamente que la fórmula ideal para hacer fortuna en América, era ejercer las actividades comerciales al amparo de influencias administrativas o militares. Los ejemplos exitosos de esta asociación, tolerada sin objeciones por la Corona, eran muy evidentes en toda la geografía colonial y en los distintos niveles jerárquicos de su administración. Su primer viaje a América, mirado con rigor mercantil, fue evidentemente provechoso. Llevó de regreso a España una cartera de clientes que cubría un amplio territorio comercial: Argentina, Chile y Perú quedaban unidos por una red de conexiones personales que representaban mercado y clientela segura. Bástenos señalar el compromiso de adquirir, por cuenta del vasco Salvador de 54Ricardo Donoso: El Marqués…, p. 55. Capitanía General, Vol. 724, Hoja 20. 55Gustavo Opazo: Don Ambrosio O’Higgins Intimo, p. 12. 56J.T. Medina: Biblioteca Hispano Americana, 11, p. 597. 57Manuscritos de Medina, Vol. 192, Capitanía General, Vol. 795, 26 E dición conmemorativa del B icentenario Trucíos, 15 mil pesos en mercaderías y otro contrato similar con Juan Albano Pereira, por $12.000. Es también probable que haya interesado en negocios parecidos a don Diego de Armida. En Perú, según la denuncia del Procurador, como consecuencia de la “corrida” de los comerciantes que no contaban con licencia, los resultados no podían ser más halagüeños para el irlandés: “Don Ambrosio Higgins, inglés, que vino de Capitán de Gallinas, ha pocos días se embarcó para Panamá en el navío San José, sin licencia de este superior Gobierno, acompañándole don Juan de Miramón, francés, que vino por Buenos Aires y recibió por endoso más de 100.000 pesos del mismo Navío San Martín, y entre estos dos embarcaron en él, a nombre de españoles, más de 200.000 pesos que produjo su comercio”58. El manejo de estas elevadas cantidades de dinero, ridiculiza en buena medida la historia del “falte” o buhonero desamparado que, supuestamente, recorría Lima y sus alrededores, en un comercio de menudeo. El crédito y la confianza que suponían estas importantes intermediaciones comerciales, hace descartable la imagen del comerciante fallido o del condenado a los calabozos de la Inquisición limeña. El cumplimiento de la generosa legislación de extranjería española, respecto de los irlandeses e ingleses católicos, era bastante irregular en América, por ignorancia funcionaria. Higgins ya lo había probado en Lima y, después, cuando ejercía las funciones de Gobernador de Chile, debió instruir a más de un empleado sobre la correcta aplicación de estas normas de excepción. Barros Arana recuerda que “tuvo que luchar en Chile y en el Perú con las dificultades que le creaba su nacionalidad. Siendo Presidente de Chile se vio en el caso de comunicar al Subdelegado de Coquimbo, el 10 de diciembre de 1795, las cédulas reales que amparaban a los irlandeses para favorecer a uno o varios individuos de esa nacionalidad que se hallaban en ese Distrito”59. Don Ambrosio siempre evitó referirse a su nacionalidad, como lo hizo con su edad, cuando debía individualizarse. “Si había un hombre, dice don Miguel Luis Amunátegui, llamado por sus antecedentes a manifestar simpatías a los extranjeros, era don Ambrosio O’Higgíns”. Sin embargo, como apunta el autor citado, “Era particularmente notable la excesiva desconfianza que el irlandés Presidente-Gobernador de Chile mostraba a todos los que no eran legítimos y añejos españoles”60. 8. LOS ALTIBAJOS ADMINISTRATIVOS La destinación de un ingeniero, como don Juan Garland, a la Capitanía General de Chile correspondió a una de las tantas decisiones administrativas 58Luis Valencia Avaria: Bernardo O’Higgins..., p. 18. 59Diego Barros Arana: Historia..., Tomo VI, Parte quinta, p. 9. 60Miguel Luis Amunátegui: Los precursores de la Independencia de Chile. Ed. Imprenta la República, 1870, Tomo 1, pp. 295 y 296. 27 R evista L ibertador O’ higgins programadas por la Corona, para reforzar las defensas de los puntos claves del litoral americano expuestos a las agresiones inglesas, en caso de guerra. Nada sabemos sobre el surgimiento de la amistad de Garland con Higgins. Opazo avanza una opinión harto discutible: “Seguramente fueron condiscípulos en más de un estudio, pues no se explica de otra manera esta amistad, que no pudo nacer de estos cortos años de estada en Cádiz. En la lejana y querida Irlanda estrecháronse estos vínculos de amistad, que se prolongaron larga y sólidamente por toda la vida”61. El interés de Garland en Higgins se entiende por ser connacional suyo y apreciar su experiencia sobre el lugar de su nueva destinación. Parece evidente que una vez instruido sobre las nuevas tareas que se le encomendaban, Garland señaló la necesidad de que se le designara un ayudante como delineador, con la explícita intención de contratar en ese cargo a don Ambrosio. Las actividades de Garland en España eran exclusivamente profesionales, pero las facultades de persuasión de Higgins lo hicieron invertir sus caudales “en un valioso cargamento de mercaderías, que transportó a Chile”62. Este antecedente abona la idea de una estrecha amistad y una más grande confianza entre ambos. Reunidos en Santiago, y habiéndose puesto a disposición del Gobernador, Garland e Higgins recibieron la orden de viajar sin dilación a Valdivia, creando a don Ambrosio un serio contratiempo. Las mercaderías enviadas al comerciante Trucíos no fueron aceptadas por éste, aduciendo que tenían un valor muy elevado. Sin saber la fecha de su retorno a Santiago, Higgins decide, sólo en la víspera de zarpar a Valdivia desde Valparaíso, el 6 de enero de 1764, en la fragata “La Begoña”, encomendar a don Diego de Armida la liquidación de estas mercaderías. Según Opazo, “Esta negociación le reportó a O’Higgins una fuerte utilidad que dejó perplejo al astuto Trucíos”63. En marzo, la comitiva de Garland, integrada por Higgins, Delfín y Arrau, regresó a Santiago. Higgins, con rango de Subteniente, como Ingeniero Delineador, procuraba manejar alternativamente las funciones administrativas a que estaba obligado y sus asuntos mercantiles pendientes. Ese mismo año, 1764, comenzó a elaborar el proyecto de construir las llamadas casetas, casillas, casuchas, casamatas o refugios, en los tramos estratégicamente elegidos y de más necesidad, en el camino cordillerano a Mendoza. Acompañando a Garland, integra el séquito de Guill y Gonzaga en su viaje a Concepción. Desde allí los ingenieros proyectan una nueva excursión a Valdivia para continuar los estudios sobre las fortificaciones. En abril del año siguiente están en Santiago, preparando el informe sobre el traslado de la ciudad de Concepción a un sitio más adecuado. Es entonces cuando se le encarga la ejecución de las obras en la ruta trasandina, que inicia a fines de ese año. 61Gustavo Opazo: Don Ambrosio O’Higgins Intimo, p. 11. 62Gustavo Opazo: Don Ambrosio O’Higgins Intimo, p. 13. 63Gustavo Opazo: Don Ambrosio O’Higgins Intimo, p. 13. 28 E dición conmemorativa del B icentenario La Corona había previsto, como una necesidad estratégica para el resguardo de las Colonias, el mejoramiento de su red de comunicaciones. Chile aparecía notoriamente vulnerable frente a un eventual conflicto bélico con Inglaterra, enemigo siempre potencial. La habilitación de los refugios cordilleranos, según el proyecto de Higgins, hacía viable en toda época el tránsito entre Chile y Argentina. Seis casamatas, distribuidas a lo largo de la ruta andina, podían superar las consecuencias de los bloqueos frecuentes producidos por las nevazones y los temporales, sirviendo de refugios abastecidos a los viajeros y correos. Y aun cuando Higgins no dio término al proyecto completo, en esta primera etapa, su pronóstico sobre la utilidad de estas construcciones resultó exacto. No olvidará, en el Memorial que prepara al efecto, la detallada referencia a estas obras, su importancia y, obviamente, al mérito personal de haberlas propuesto y ejecutado. El aislamiento, los rigores del clima, las penurias de las incomodidades, trabajando con presidiarios puestos al servicio de las obras, sólo daban tiempo, en las horas de descanso, a la reflexión sobre un futuro impredecible. Sus meditaciones, en las noches inclementes sobre los Andes, han podido llevarlo a examinar, una y otra vez, sus expectativas en el nuevo mundo. Ellas eran, desde luego, completamente nulas si las dejaba entregadas a la simple providencia. Las actividades comerciales sólo podían representar esperanzas de fortuna, ejercidas con regularidad. La alianza de las tareas mercantiles con un cargo público era buena; pero su empleo subalterno, sin una residencia estable, no permitía el desarrollo armónico de ambas funciones, una de las cuales, la mercantil, requería una atención preferente y continua. Solamente gracias a la diligencia, corrección y habilidad comercial de don Diego de Armida, tanto él como Garland habían logrado utilidades significativas que, en todo caso, no representaban un caudal garantizador del buen pasar futuro. Tenía ya cuarenta y cinco años y se encontraba en el escalón más bajo de la rama los Ingenieros, como Ingeniero Delineador, en el grado de Subteniente Los tramos jerárquicos que seguían eran los de Ingeniero Extraordinario, Teniente; Ingeniero Ordinario, Capitán; Ingeniero en Segundo, Teniente Coronel; Ingeniero en Jefe, Coronel64. Su amigo Garland, con todos sus talentos y méritos, había permanecido 16 años en el grado de Capitán y después de 23 años de empleo se hallaba en el grado de Teniente Coronel. En el desempeño de una carrera administrativa destacada podría igualar, entonces, la jerarquía de su amigo a los 68 años de edad, si los vivía. Y no era esa, definitivamente, la suerte que anhelaba. Es posible que a estos oscuros cálculos, se sumara una enfermedad real, como consecuencia de la dureza climática, que contrajo en las alturas cordilleranas. El 1º de julio de 1766, el Gobernador informa al bailío Fray Julián de Arriaga: 64Capitanía General. Vol. 723, Nº 20. 29 R evista L ibertador O’ higgins “que habiéndole sobrevenido (a Higgins) con este motivo un fuerte afecto de pecho, originado en la sequedad de aquel paraje, en que subsistió más de cuatro meses, fue de dictamen el protomédico del Reino, peligraba su vida en él y que convenía pasase su curación a España, con cuyo motivo me pidió licencia por término de dos años y para ejecutarlo con retención de su empleo y le negué esto porque se elija aquí otro, por la falta que hará a las obras, concediéndole que en caso de sanar y regresando le atendería en proporción a su mérito”65. Los viajes a Valdivia, su asistencia al Parlamento de Nacimiento y los estudios para el traslado de la devastada ciudad de Concepción, acompañando a Garland, enriquecieron notablemente los conocimientos de Higgins sobre Chile, su territorio y su gente, lo que demostraría en sus escritos elaborados en España, dos de los cuales son conocidos. Por otra parte, el trabajo junto a un ingeniero tan calificado como Garland, le permitió el aprendizaje, en la práctica, de conocimientos en tareas de ingeniería y construcción. En el mes de mayo inició su viaje a la Península llegando a Buenos Aires el 24 de julio de 1766, donde encuentra a su amigo don Juan Albano Pereyra, expulsado de Chile por su condición de extranjero. Cumple algunos encargos de Arillida y el 2 de noviembre se embarca rumbo a España. Como se recordará, el permiso que se le concedió por el Gobernador Guill y Gonzaga fue “sin goce de sueldo” y sin la conservación de la titularidad del cargo que desempeñaba. Así, los gastos de su viaje fueron costeados con sus ahorros y las utilidades de su comercio. Los márgenes de la ganancia han debido ser de algún valor significativo, en particular la negociación de las especies primitivamente destinadas a don Salvador Trucíos, para permitir el pago de su pasaje y su mantención durante dos años en España. Todo induce a pensar que consumió buena parte de los dineros ganados en sus afanes comerciales en América, aun cuando había sido “restituido con inexpresable amor” a su antiguo sitio en la casa de los señores Butler Joyes y Cía. No obstante, el trabajo en esta firma debió ser muy irregular por sus viajes o residencia frecuente en Madrid. Existe, además, una opinión generalizada para estimar que, más importante que el restablecimiento de su salud era, para Higgins, reubicarse administrativamente en la Península. Pero sus esfuerzos terminaban en repetidos fracasos. La confianza en los resultados de la mediación de su compatriota Ricardo Wall, irlandés, ex Ministro de Carlos III, debió desaparecer tan pronto como reparó en que la dedicación puesta en sus peticiones no tenía la intensidad necesaria o que la influencia del ex Ministro era nimia. Decidió, entonces, enfrentar directa y personalmente un pronunciamiento oficial acerca de sus pretensiones. En junio de 1767 y ante la imposibilidad de obtener una audiencia con el bailío Fray Julián de Arriaga, presentó un memorial solicitando se le otorgara un corregimiento, mencionado entre los posibles los de Guanta, Jauja, Tarma o Chucuito. Representó en el Memorial sus servicios a la Corona, en especial la construcción de las casillas, en los Andes; su experiencia y conocimiento sobre el territorio americano, señalando que había caminado en él más de 2.500 leguas, además de otros argumentos menores. 65Manuscritos de J. T Medina, Vol. 192, Capitanía General, Vol. 795. 30 E dición conmemorativa del B icentenario Esta gestión fue negativa, aunque se le sugiere el retorno a Chile, sin ascenso ni ayuda económica y sin otra posibilidad que la de recurrir al Presidente de este reino. Al mes siguiente insiste. Donoso transcribe esta segunda solicitud, en que requiere algunos de los cargos citados u otro cualquiera en la frontera del Perú. Como se ve, Higgins no advertía ni remotamente alguna posibilidad de mejorar su suerte sirviendo en Chile. La solicitud no hace más que impetrar, sin nuevos argumentos, una reconsideración de la petición primitiva, señalando la alternativa de un cargo en el Perú. “Yo, señor excelentísimo, siempre estuve y estoy pronto a sacrificar mi vida en Cualquier destino que se me dé, creyendo que los servicios hechos hasta aquí, tuviesen algún lugar en la real atención, tomé la determinación de venir a introducir mi instancia, que me ha constituido en el mayor conflicto, pues cuando esperaba algún alivio con que disimular sus costos, trabajos e intereses, después de los de un largo viaje y navegación, se me mande volver a mi destino sin otro ascenso, ayuda de costa ni esperanza de acomodo que la remota de la que se le proporcione a aquel Presidente. Este, señor Excelentísimo, no puede darme alguno que sufrague los empeños que tengo contraídos en servicio de S.M. mediante lo cual y que mi pretensión en nada es incompatible a la continuación de mi actual servicio, antes sí de mucha utilidad su logro, espero de la piedad de S.M. se me destine en uno de los empleos que señalo en el citado Memorial u otro cualesquiera de frontera del Reino del Perú, y la V.E. coadyuve a ello para que pueda seguir mi carrera en el real servicio sin apartarme de la en que hoy me hallo”66. La resolución del Consejo fue similar a la ya adoptada frente a las pretensiones iniciales del postulante. “NO HA LUGAR a los empleos que pide; en los que tocan a su profesión, se encargue al Presidente le atienda y proponga”67. Ambas resoluciones eran, en verdad, concordantes con el objeto confesado por Higgins para viajar a España y la notificación que en su oportunidad le hiciera Guill y Gonzaga, al concederle el permiso que había solicitado el año 1766. Higgins no se resignó a este fracaso y prosiguió, tenaz y esperanzadamente, sin dar muestras de desaliento, en las antesalas de algunos influyentes personajes madrileños, hasta que, por fin, recibió el encargo de evacuar un informe sobre Chile. Era la oportunidad esperada para dar una muestra de su real capacidad y conocimiento sobre esta parte de América. El encargo del trabajo indicado pudo ser, para las autoridades españolas, un simple pretexto destinado a terminar con las porfías del irlandés, y su majadera insistencia. Pocos hombres de la época, en Chile, podían tener la pretensión de abordar un trabajo de naturaleza semejante. Sin apuntes, con poquísima o ninguna bibliografía que consultar, el empeño requería una amplia cultura, sentido de observación sobresaliente, vasta experiencia y un acertado juicio político. En brevísimo tiempo probó que reunía tales condiciones con exceso. El 2 de septiembre presentó su informe bajo el título de “Descripción del Reyno de Chile, sus productos, comercio y habitantes; reflexiones sobre su estado actual con algunas proposiciones relativas a la 66Ricardo Donoso: El Marqués... p. 82. 67J.T. Medina: Biblioteca Hispano-Americana, II, p. 599. 31 R evista L ibertador O’ higgins reducción de los indios infieles y adelantamiento de aquellos Dominios de su Majestad”68. El desarrollo de esta “Descripción” es revelador de una indubitable y selecta formación educacional, que avala cuanto se ha dicho de la excelente preparación que pudo recibir en su juventud. Naturalmente no todo el contenido del informe es el resultado de sus personales observaciones. Don Ricardo Donoso cree que las referencias geográficas fueron tomadas de los cartógrafos y geógrafos de los siglos XVII y XVIII, lo que no disminuye su mérito. Es además una concluyente, objetiva y excepcional prueba de sus aptitudes funcionarias, muy superiores a la evidenciada por la mayor parte de los españoles destinados al servicio imperial en América. Este informe ha debido llamar la atención de sus primeros lectores, llegando probablemente a conocimiento de algunos jerarcas madrileños. Sin embargo, las resoluciones ya conocidas no variaron de manera sustancial, aun cuando la nota que, el 22 de noviembre de 1767, despachó el bailío Fray Julián de Arriaga al Presidente de Chile, contiene, como se apreciará, algunos beneficios no considerados anteriormente. Al concederle permiso, el Gobernador y Presidente de Chile se reservaba la facultad de recontratarlo o no, “según su mérito”. Junto con rechazarle “la retención del empleo” le había negado, también, el derecho a gozar de algún beneficio económico, mientras durara el permiso: “En carta del 1º de julio de 1766 hizo U.S. presente con testimonio haber concedido licencia a don Ambrosio Higgins, delineador del Ingeniero en Segundo, don Juan Garland, destinado a ese Reino para que pudiese regresar a éste a recuperarse de los accidentes que contrajo en la Comisión de dirigir la fábrica de las casas de la Cordillera para facilitar en todos tiempos su tránsito, y mediante a hallarse ya restablecido de su quebrantada salud ha resuelto el Rey que vuelva a ese paraje en primera proporcionada ocasión para servir a las órdenes de LJ.S. con su antigua asignación de quinientos pesos al año hasta que U.S. le dé otro destino, y proponga el sueldo que le parezca debido; y manda S.M. que al referido don Ambrosio Higgins se le abone por esas cajas su haber correspondiente a los expresados quinientos pesos anuales por todo el tiempo del intermedio desde que le cesó el goce de ellos para usar de la citada licencia, hasta el día en que sin culpable retardo se presente en esa ciudad a continuar su mérito en el real servicio”69. No ha sido mucho consuelo para don Ambrosio el conocimiento de esta comunicación oficial. Después de dos años debía volver a Chile, sin ninguna de las destinaciones apetecidas y sin ascenso en la clase de ingenieros. Pero, al menos, no llegaría a solicitar un cargo, ya que se disponía retornarlo a sus antiguas labores, recibiendo la gracia simultánea del derecho a percibir, a su llegada a Chile, a lo menos $ 1.000 por la asignación del cargo de delineador correspondiente a sus dos años de permanencia en España. Había ganado algo más. Su primer nombramiento se debía a la decisión de su amigo Juan 68Ambrosio O’Higgins: “Descripción del Reyno de Chile, sus productos, comercio y habitantes; reflexiones sobre su estado actual, con algunas proposiciones relativas a la reducción de los indios infieles y adelantamiento de aquellos Dominios de su majestad”, reproducido en El Marqués de Osorno, pp. 430 a 444. Copia fotográfica en el Archivo Nacional. 69Capitanía General. Vol. 694, Pieza 2ª. 32 E dición conmemorativa del B icentenario Garland. En cambio esta redesignación emanaba directamente de don Julián de Arriaga. Además, se sugería al Capitán General darle otro “destino y sueldo que le parezca debido”. Para la consideración de los funcionarios del Reyno, este cambio implicaba, como única explicación posible, que el irlandés había logrado asirse a buenas aldabas en la Corte, colocándose a la sombra protectora de un poderoso. Resignado forzadamente a seguir intentando suerte en su antiguo destino, prepara el regreso y elabora un complemento informativo de su “Descripción del Reyno de Chile”. Se trata de un trabajo cartográfico sobre el país y las tierras australes, con indicación de las propiedades y misiones de los jesuitas ya expulsados de España y sus Colonias, realizado con la pretensión de una mejor calificación de su competencia y aptitudes, incluso en materias especializadas como la Geografía y la Cartografía. A su regreso a Chile, en abril de 1769, ejercía la Presidencia, interinamente, el Oidor Juan de Balmaceda, por fallecimiento del Presidente Guill y Gonzaga, ante quien se le acreditaba por la Corona. Para satisfacer la orden recibida, Balmaceda procedió a nombrarlo Comisario de guerra. Pero el pago de las asignaciones atrasadas tardó bastante en hacerse efectivo. La idea, de proseguir la construcción de las casillas en la Cordillera adquirió para él un nuevo interés. Mientras desarrollaba un programa centrado en la continuación de estas obras, se mantuvo atento a los acontecimientos políticos. Con audacia y buenas razones, sin respetar ningún conducto regular, aludiendo a su informe sobre Chile, se dirige al Ministro Campomanes, abundando en sugerencias y recomendando al Mapa Geográfico de Mr. D’Auville, como el menos defectuoso para el conocimiento de la América Meridional70. Inicia de esta manera un sistema de comunicación directa con los jerarcas administrativos y políticos de España, colocando su nombre en el conocimiento de los niveles decisorios de la Corona, en relación a Chile. 9. LA CARRERA MILITAR Mientras hacía los preparativos para reiniciar las construcciones en el camino a Mendoza se produjo un alzamiento de los indígenas en la Frontera. De inmediato, con intuición y habilidad política notables, vio la oportunidad del cambio propicio para su anhelante deseo de prosperidad militar. Los dos documentos, cuyo texto transcribimos, marcan definitivamente el comienzo de su carrera militar y administrativa, única en la historia colonial de América: “Don Ambrosio Higgins, Comisario de Guerra y del Ejército de este Reino, puesto a la obediencia de U.S. con mayor veneración, dice que por noticias que parece tiene V.S. de haberse sublevado los indios de las fronteras del Bío-Bío y cordilleras inmediatas, cometiendo hostilidades e invadiendo con atrevimiento aquellos Estados de S.M. se ha servido su notorio celo librar sin pérdida de tiempo las más acertadas 70Carlos Morla Vicuña: Estudio Histórico sobre el descubrimiento y conquista de la Patagonia y de la Tierra del Fuego. Leipzig, 1903, p. 32. 33 R evista L ibertador O’ higgins providencias para su defensa, mandando como en el día lo ha ejecutado salgan luego de esta ciudad los oficiales que en ella se hallan de dotación de aquellas plazas a sus respectivos destinos, y aunque V.S. tenía determinado que el suplicante pasase a dirigir la construcción de las últimas casas que en este verano se debían levantar en la Sierra Nevada, le parece más propio de su obligación y amor al Soberano en estas circunstancias que si V.S. es servido le despache o señale puesto en dicho Ejército y expedición que al presente se ha resuelto para el socorro de dicha frontera, donde por el conocimiento anterior que le asiste con el motivo de haber acompañado al señor antecesor de V.S. y el haber transitado las tierras de los indios puede considerarse de más atención su persona y pronta voluntad la cual sin reparar en trabajos ni peligros ofrece muy rendidamente a la disposición de V.S. para que le ocupe en lo que juzgare útil al servicio de su Majestad, por tanto a V.S. pide y suplica rendidamente se sirva señalarle puesto y ocupación en que pueda acreditar su inclinación y aplicación al real servicio que es gracia que espera alcanzar de la poderosa mano de U.S. Ambrosio Higgins”71. La resolución favorable, recaída en esta solicitud, tiene como fecha el 11 de diciembre de 1769 y es del tenor siguiente: “Sin embargo, de tener destinado al suplicante, para la dirección de las casas que se restan construir en la Sierra Nevada, para facilitar en la estación de invierno la comunicación con las Provincias de la otra banda de dicha sierra: en las presentes circunstancias pasará en diligencia a la frontera de este Reino, donde continuará su mérito en el real servicio, en calidad de Capitán de Dragones, bajo las órdenes del Maestre de Campo General del Ejército de este Reino de que se le expedirá título, Balmaceda - Ugarte”72. Higgins era hombre de finezas y gratitudes. A mediados de 1769 se conoció en Santiago la designación del brigadier Francisco Javier de Morales como Presidente y Gobernador de Chile. Poco antes de la asunción del mando de su nuevo superior, envía a Balmaceda desde la frontera una carta de reconocimiento por las distinciones que le confiriera, solicitándole al mismo tiempo permiso para retornar a Santiago con el objeto de reponer su salud quebrantada. Previamente, había tenido la buena inteligencia de pedir a su amigo Basabilbaso que lo afianzara cuanto pudiera ante el nuevo Gobernador, que procedía de Buenos Aires. Sin embargo, más eficaz como padrino resultó ser don Juan José de Vértiz, Mariscal de Campo en Buenos Aires, a quien agradece, el 15 de marzo de 1770, las recomendaciones hechas al nuevo Capitán General por “cuya fineza le viviré a U.S. siempre reconocido...”. El Gobernador Francisco Javier de Morales había dado respuesta a una carta de Higgins, expresándole “tener encargo particular de Vértiz para atenderlo”. Su primer mando en la Frontera fue afortunado, encontrando, como era de esperar, un decidido respaldo del nuevo Capitán General. Su desempeño le valió una calurosa recomendación, fundada en sus merecimientos, para ascenderle a Teniente Coronel. 71Ricardo Donoso: El Marqués.... p. 94. 72Ricardo Donoso: El Marqués.... p. 94 34 E dición conmemorativa del B icentenario Tan pronto como conoció esta proposición, utilizando conexiones que no conocemos, pidió ayuda al Gobernador de las Provincias del Río de la Plata, para los apoyos necesarios ante la Corte con el fin de afianzar su ascenso. Autorizado para trasladarse a Santiago, después de la celebración del Parlamento de Negrete al cual asistió acompañando al Capitán General de Morales, reinicia los preparativos para concluir finalmente el proyecto de las seis casas de protección en la Sierra Nevada. Concluye esta tarea en el verano de 1772 y, en agosto de ese mismo año, el Marqués de Grimaldi hacía llegar las congratulaciones del Rey al Gobernador de Morales y aprobada las sugerencias del “Capitán de Caballos, don Ambrosio Higgins”. La estrella del tenaz funcionario comenzaba a brillar. En el mes de marzo de 1771 se instruye al Virrey del Perú “para que coloque a don Ambrosio Higgins con la graduación y sueldo que le parezca, puesto en el destino que crea más conveniente”. Preocupado de que la facultad conferida al Virrey para “colocarlo” en una graduación y sueldo justo, no se ejerciera debidamente en proporción a sus méritos, quiso viajar a Lima con la manifiesta intención de asegurar sus pretensiones. Probablemente aconsejado por el propio Capitán General, que alababa generosamente sus virtudes, aceleró la construcción de los tres refugios que aún faltaban para completar el proyecto, postergando la idea de este viaje y aportando un antecedente más para la favorable resolución del Virrey73. Luego, obtuvo una licencia de seis meses y una recomendación del Gobernador para el Virrey del Perú, reiterándole que sus antecedentes lo hacían “acreedor a que la justificación de V.E. le tenga presente en los referidos asuntos de su acomodo”. Morales, guiado por alguna sutil insinuación del propio Higgins, informa al Virrey que encomendó a don Ambrosio darle amplios detalles sobre la situación del Reino en la Frontera y el Parlamento recién celebrado, “cuyas particularidades y circunstancias de todo lo ocurrido en dicha Junta encargo a este Oficial exponga a V.E. muy por menor”74. Además, si le creemos a Carvallo y Goyeneche, habría conseguido muy buenas recomendaciones de don Baltasar Sematnat, poco después Maestre de Campo y Gobernador de Concepción, para el Virrey Amat y don Antonio Amat, parientes suyos75. Higgins conoció ahora las interioridades del palacio Virreinal en Lima. Gran impresión debió causarle el lujo y la solemnidad principesca de Amat. Como buscador de fortuna, por tantos años, mucho más ha golpeado su sensibilidad la comprobación fehaciente del éxito económico de los altos funcionarios. La riqueza del Virrey era impresionante y no menor la fortuna de su Asesor, don José Perfecto Salas. 73Ricardo Donoso: El Marqués.... p. 103. 74Manuscritos de J.T. Medina, Vol. 193, Capitanía General, Vol. 794. 75Ricardo Donoso: El Marqués.... p. 120. 35 R evista L ibertador O’ higgins Sus entrevistas con el Virrey Amat produjeron un resultado parcialmente satisfactorio. Higgins siempre deseó servir primero en España y, con interés secundario, en Perú. Así lo expresó durante sus gestiones en la Península y lo reiteró a Besabilbaso, poco antes que asumiera Francisco Javier de Morales como Gobernador de Chile. Sin embargo, paradójicamente, la misma insistencia en poner de relevancia sus méritos legítimos, profundizaba su afincamiento en Chile. Cuanto más destacaba su labor o demostraba sus conocimientos, sugiriendo soluciones a los problemas del Reino o formulando notables y modernas apreciaciones políticas, más necesaria parecía a los jerarcas madrileños su permanencia en este territorio. Debió, pues, regresar directamente a Concepción, con un ascenso que estaba lejos de satisfacer sus pretensiones y que hace decir a Donoso: “Con atribulado corazón tomó el camino del obscuro y triste rincón que le había deparado el destino”76. El despacho correspondiente se le expidió el 18 de noviembre de 1773 y por él se le concede “el empleo de Capitán Comandante del Cuerpo de Caballería Reglada de la Frontera del Reino de Chile, con grado y sueldo de Teniente Coronel de Caballería”. Su primera misión importante, en el nuevo cargo, fue lograr el apaciguamiento de los naturales, que consintieron en nombrar “Embajadores” ante la Capitanía General. Realizó luego una inspección y evacuó el consiguiente informe sobre el estado de las Plazas Fuertes de la Frontera. El nuevo Capitán General de Chile, don Agustín de Jáuregui, había asumido el mando mientras Higgins permanecía en Lima. Del mismo modo que sus antecesores, apreció rápidamente las virtudes del Teniente Coronel y su competencia militar y funcionaria. En brevísimo tiempo destaca ante la Corona, en términos elogiosos, los trabajos de Higgins, llamando la atención sobre la conveniencia de concederle un ascenso. Para afianzar su crédito con el Gobernador Jáuregui viajó a Santiago, donde permaneció brevemente. Jáuregui, como ya era tradicional en todos los nuevos Gobernadores, preparaba el Parlamento con los indígenas. El lugar elegido fue Tapihue, cerca de Yumbel. Higgins colaboró con gran actividad y, eficacia en la celebración de esta reunión, dejando a Jáuregui “vivamente satisfecho”. Pero si Jáuregui estaba satisfecho no ocurría lo mismo con don Ambrosio, quien seguía abrigando la esperanza de otra destinación fuera de Chile. 10. INICIO DE LAS RESPONSABILIDADES POLÍTICAS El 20 de marzo de 1776 don Ambrosio fue designado Gobernador Interino de Concepción, reemplazando a don Baltasar Sematnat, que viajó con permiso al Perú. Aunque transitoriamente, se había convertido, al cabo de 13 años de servicios, en el segundo hombre en el mando del Reino de Chile. No le causó, en apariencia, mayor entusiasmo asumir por primera vez una jefatura administrativa 76Ricardo Donoso: El Marqués.... p. 105. 36 E dición conmemorativa del B icentenario y política de tanta importancia. El reconocimiento de sus méritos no era, desde luego, concordante con su jerarquía efectiva en el ejército. El 21 de marzo de 1776 solicitaba, con mayor razón que nunca, su ascenso merecido a Coronel. El Capitán General no mezquino los elogios, apoyando lealmente esta petición. Pero don Julián de Arriaga había muerto y era necesario actualizar sus méritos ante el nuevo Ministro, José de Gálvez. Preparó, entonces, un memorial, cuya última parte estaba destinada, como lo había hecho en otras ocasiones, a destacar sus trabajos y a legitimar sus protestas por mejores destinaciones. Este memorial está fechado el 20 de febrero de 1777, en Los Atigeles, y en él vuelve a aparecer, como una fijación irrenunciable de sus pensamientos, el anhelo de pasar a España. Ahora pedía que se le permitiera participar en la guerra contra los portugueses, bajo las órdenes de su admirado Comandante General, don Pedro Ceballos, y se le concediera luego el “real permiso de seguir desde Buenos Aires a España a continuar allá su mérito, favor que tendrá en la memoria perfectamente mi reconocimiento y si consigo el honor de presentarme a V.S., y siendo en esta vida lo que más deseo, expondré entonces algunas de las circunstancias de los motivos para desear salir de este país, sin embargo de las muchas satisfacciones que merezco a este Caballero Presidente, uno de los Jefes excelentes, que me favorece como V.S.I., por los mismos oficios, con la más distinguida confianza”77. En este memorial no menciona ninguna de las peticiones insatisfechas. Le pareció innecesario, ya que cambiaba de proposición y deseaba dejar el país. Era una manera de decir que, si no se consideraban suficientes los méritos y trabajos hechos en Chile en favor de la Corona, esperaba lograr esos títulos en otro campo de servicio en España. Al analizar esta última carta al Ministro Gálvez, la especulación salta de nuevo, si se quiere penetrar en el verdadero sentido de sus palabras. ¿Cuáles son “las circunstancias de los motivos” para desear salir de este país? ¿De qué naturaleza son ellas que no puedan señalarse en un documento oficial? Tiene enemigos, ¿pero quién no los tiene cuando se llega a las alturas? Esos “motivos para salir del país”, que sólo podían ser dados a conocer personalmente “si consigo el honor de presentarme a V.S.I.”, no tienen las características de un problema político ni burocrático. ¿Quería eludir, yéndose del país, un compromiso matrimonial inadecuado? La procedencia de un traslado por razones sentimentales era de muy difícil justificación; pero la habilidad del recurso utilizado por don Ambrosio consistía en que la revelación de los fundamentos sería hecha sólo “si consigo el honor de presentarme ante V.S.I.”, lo que únicamente podía ocurrir después de perfeccionada su destinación a España. Si en algunas de las “circunstancias de los motivos para desear salir del país” no estaba involucrado el matrimonio, es un hecho conocido y cierto que en esta época vivía la vecindad de este problema. Antes de conocer el pronunciamiento sobre su petición de ascenso militar, dos comunicaciones del Ministro Gálvez pusieron una nota amable a su impaciencia. 77Manuscritos de J.T. Medina, Diego Barros Arana. Historia.... Tomo TV, Parte quinta, Capítulo XV 1, pp. 12 y 13 37 R evista L ibertador O’ higgins En mayo de ese año el Ministro había pedido al Capitán General que diera a Higgins, a nombre del Rey, los agradecimientos por sus sobresalientes servicios prestados a la Corona, aprobando, luego, en julio, su conducta militar y administrativa. Poco después de estos halagadores testimonios, viajó a Santiago, con permiso, para restablecer su salud y se reincorporó en sus funciones en el mes de diciembre. Pero en el intertanto, el 7 de septiembre de 1777, dos oficios importantísimos del Ministro Gálvez habían salido con rumbo a Chile. Uno para el Capitán General y otro para Higgins. Del primero se conoce el original, transcrito en la obra de Donoso, y del segundo sólo una traducción al inglés, de John Thomas, el notable personaje que fuera su colaborador en el Perú y que continuara esta amistad, posteriormente, en su hijo. La comunicación que conocemos, gracias a John Thomas, confirma la estrategia implícita en la petición de don Ambrosio para abandonar Chile, forzando un pronunciamiento sobre el ascenso solicitado: “S.M., dice el Ministro Gálvez, ha creído por muchos motivos que no era conveniente separamos del cargo de Comandante de Caballería de la Frontera de ese Reino, que servís al presente, en que habéis prestado útiles y valiosos servicios y en que podréis prestar en lo futuro otros más importantes. S.M., al mismo tiempo, deseando datos una prueba de la satisfacción que le merece vuestra conducta y de cuanto aprecia vuestros servicios, se ha dignado elevaros al rango de Coronel con sueldo entero”78. En el mes de marzo siguiente, 1778, el año del nacimiento de su único hijo, recibió el título de Coronel, mientras se hallaba en la Plaza de Los Ángeles. La nota enviada por el Ministro Gálvez al Capitán General venía acompañada por el real despacho de este importante nombramiento, “para que disponiendo el cumplimiento de lo que en él se manda dirija U.S. al interesado para su satisfacción”. 11. EL GALÁN PONDERADO A la época de recibir esta halagüeña noticia de su ascenso a Coronel, don Ambrosio ya tenía 58 años. En septiembre de 1777 había obtenido permiso para trasladarse a Santiago con el pretexto de reponer su salud y con el reservado propósito de afianzar sus relaciones con el Presidente Jáuregui, de reciente nombramiento. Su exitosa actividad como reemplazante de Sematnat lo había obligado a un desplazamiento continuo entre Concepción, Los Ángeles y Chillán. Así, en sus primeras visitas a Chillán pudo conocer a la familia Riquelme, de ancestros nobiliarios, regularmente acomodada, con dos hijas casaderas, muy jóvenes, siendo una de ellas particularmente atractiva. Don Bernardo O’Higgins es quien deja constancia de estas ocurrencias, en los trámites que inició en Chillán para obtener la legitimación: “cuando este señor 78Diego Barros Arana: Historia..... Tomo VI, Parte quinta, Capítulo XVI, p. 13. 38 E dición conmemorativa del B icentenario era Maestre de Campo General de este reino y Comandante de las Plazas y Tropas de la Frontera, siempre que pasaba por esta ciudad a los asuntos del Real Servicio alojaba y posaba en casa de mis abuelos, como vecinos distinguidos y de los de mayor representación del lugar”79. Don Ambrosio, aunque interino, era la primera autoridad de la Provincia de Concepción, la mitad administrativa de Chile. Su paso, su llegada o su permanencia en Chillán, estaban revestidos por las formalidades ordinarias que se observaban con las autoridades, no exentas de regulaciones protocolares y amenizadas por reuniones sociales, que el maduro irlandés no despreciaba. Al conocer a la más joven de las hijas de don Simón Riquelme, se removieron en él, agitada y descontroladamente, sus antiguas y ahora desequilibradas pasiones de galán. Toda la vida del irlandés parece un modelo de juicioso equilibrio, de completo dominio y control sobre sus impulsos y sentimientos. En todas las direcciones posibles en que se quiera examinar su existencia, se hallará siempre su carácter calculador, de impecable ponderación en sus actos sociales. Según se aproximaba a la meta que se había fijado, con razón, para sus méritos indisputables, mayor era la vulnerabilidad que ofrecía a sus enemigos en constante vigilia, y mucho más cuidadosas, naturalmente, las precauciones que regían su conducta. Un desliz pequeño e insignificante podía ser manejado, como sospechaba, por el sinnúmero de sus desafectos, con malicia y felonía, perturbando su inigualada y rápida ascensión. A la edad de 58 años la soltería de don Ambrosio no significaba insensibilidad y mucho menos indiferencia ante los encantos de las bellezas coloniales. El pelambre institución colonial ejercitada con pocas sobre los lances amorosos del maduro irlandés menudeaban y habían colmado su imagen de hombre galante, cortesano, además de particularmente cuidadoso en el mantenimiento del secreto en sus episodios de alcoba. Los relatos picarescos sobre sus aventuras corrían, sin embargo, de boca en boca, incluyendo el comentario sobre las sanciones que aplicaba a los murmuradores. Estas informaciones, como otras semejantes, proceden, aunque levemente deformadas, de Vicente Carvallo y Goyeneche80. En esta materia no podía estar ajena la filosa pluma del enconado enemigo de don Ambrosio, afirmando que había obtenido los ascensos y distinciones “desde su Gabinete y sin dejar el dulce trato de las señoras que es más suave que el de los enemigos”81. La escasa iconografía de don Ambrosio nos muestra imágenes tan diversas que es imposible hallar una remota semejanza entre ellas. Donoso cree que el retrato que más se aproxima al modelo es el que se conserva en el Museo de Lima y que reproduce en las primeras páginas de “El marqués de Osorno”. 79Archivo Nacional de Chile. Fondos varios, Vol. 556. Archivo de don Bernardo O’Higgins. Ed. Nascimento, 1946, Tomo 1, pp. 48-49. Hugo Rodolfo E. Ramírez Rivera: Algunas piezas fundamentales para el estudio de la vida del Libertador don Bernardo O’Higgins. “Revista Libertador O’Higgins”, Nº2, 1986, p. 215. 80Vicente Carvallo y Goyeneche: ob. cit., p. 405. 81Vicente Carvallo y Goyeneche: ob. cit., p. 435. 39 R evista L ibertador O’ higgins Durante algunos años la imagen más difundida del Virrey fue una acuarela que poseyó don Demetrio O’Higgins y que Vicuña Mackenna hizo grabar en París, con un perfil consolar a todas luces idealizado. Se conoce un tercer retrato, también hecho en Lima, sin mérito artístico alguno. Existe, sin embargo, una prolija información sobre el físico del Virrey, debida a la pluma, muy desacreditada en otros aspectos, de don José Rodríguez Ballesteros. “Don Ambrosio O’Higgins y Ballenar, natural de Irlanda, cuerpo mediano, pero grueso, cara redonda, nariz regular, ojos pardos, pobladas de cejas, rostro colorado, por lo que en Chile lo nombraron el camarón, amable, político, cortesano, pero recto y justiciero, constante en sus amistades, de fibra, ánimo, disposición y grande emprendedor de obras en beneficio público, celoso realista y muy amante de los soberanos españoles”82. 12. DOÑA MARÍA ISABEL, SEÑORA PRINCIPAL Al caminar sus relaciones con D. Ambrosio, María Isabel tenía 19 años, en el esplendor de la juventud, acentuado por la gracia de las bellezas criollas. Ella, sin quererlo, se transforma en la fascinación que abate todas las barreras y contenciones de don Ambrosio, llevándolo a descuidar los temores, y la sistemática elusión de los riesgos y peligros en sus aventuras galantes. Los hechos demuestran, también, que don Ambrosio olvidó por completo, aunque de modo transitorio, el real servicio, subyugado por la gracia de la joven Riquelme y desarticulado en su compostura, al extremo de jugar su destino funcionario, de tan celoso cultivo, en una incontrolada pasión amorosa. Doña María Isabel ha sido uniformemente elogiada en su belleza. El retrato que se conserva, hecho por el mulato Gil, no revela, en cambio, el menor asomo de tal hermosura, para los cánones estéticos actuales. La carencia de atributos que muestra doña Isabel en la figura de este retrato puede explicarse por los sufrimientos derivados de sus desilusiones amorosas y las desventuras económicas, además de la edad. Sus 61 años han debido borrar, por cierto, gran parte las bondades físicas que la adornaron en su Juventud. Sin embargo, el juicio de María Graham, siempre muy objetivo, adquiere un valor especial, por ser ella una observadora válida y reconocidamente acertada en su relato: “Doña Isabel, dice, representa mucho menos edad de la que tiene y aunque de baja estatura, es muy hermosa”83. Quien primero señala la edad de doña Isabel a la época en que pudo conocer a don Ambrosio, es el hijo que progenitaron. Don Bernardo, en la presentación que elevara al Alcalde de Vecinos del Ilustre Cabildo de San Bartolomé de Chillán, el año 1806, solicitando que se tomaran declaraciones sobre sus padres, como 82José Rodríguez Ballesteros: Historia de la Revolución y Guerra de la Independencia del Perú. Archivo Nacional, Fondo Antiguo, Vol, 104, pp. 191 a 195. 83María Grahm: Diario de mi residencia en Chile. Ed. Francisco de Aguirre, 1972, p. 119. 40 E dición conmemorativa del B icentenario trámite para impetrar de la Real piedad del Soberano la gracia de su legitimación, pide que los testigos declaren “si conocieron, vieron y trataron en aquel tiempo a doña Isabel Riquelme, niña de 13 a 14 años de edad”84. Probablemente, a partir de este documento, se han derivado después las fijaciones caprichosas sobre la edad que doña Isabel tenía al culminar sus relaciones con Higgins. Palma Zúñiga señala que, entonces, tenía 14 años85. Vicuña Mackenna fija su edad en 15 años86. En general, la edad de la joven chillaneja, al conocer a don Ambrosio, se aprecia en un tramo que va de los 14 años hasta los 19 años y seis meses. Sin embargo, en la solicitud presentada por don Bernardo ante el Cabildo de Chillán, que hemos transcrito parcialmente, se advierte un hecho que apreciamos como posible. Según don Bernardo, “cuando este señor era Maestre de Campo General de este Reyno y Comandante de las Plazas Y Tropas de la Frontera, siempre que pasaba por esta ciudad a los asuntos del Real Servicio, se alojaba y posaba en la casa de mis abuelos”. Es, entonces, de natural ocurrencia que don Ambrosio haya estado alojando repetidamente en la casa de la familia Riquelme, de tal modo que el asedio amoroso a doña Isabel pudo ser un proceso bastante más largo que el que se ha supuesto hasta ahora, como un encuentro circunstancial. Parece, así, más probable la existencia de un conocimiento y una relación de más lento y prolongado desarrollo. La edad de doña Isabel podrá seguir siendo motivo de controversia; pero tomando como base la fecha de bautizo de la joven y el nacimiento de don Bernardo, don Sergio Fernández Larraín ha determinado con bastante aproximación que la madre del Libertador tenía a lo menos 20 años al darlo a luz: “Si se considera que doña María Mercedes de Mesa y Ulloa (la madre de Isabel) falleció el 6 de marzo de 1758, cabe presumir que su hija tendría, al menos, algunos días de vida, digamos 15, ya que su madre murió poco después de darla a luz. Por lo demás, consta que Isabel fue bautizada en Chillán, el 19 de agosto de 1759, de más de un año de edad. Sin temor a equivocarnos podemos fijar la fecha del nacimiento de doña Isabel, en torno al 19 de febrero de 1758. Balbontín y Opazo la precisan el día 6 de marzo. En todo caso, la correlación de estas fechas da a doña Isabel diez y nueve años y seis meses de edad, a lo menos, cuando perdió su doncellez en la relación con don Ambrosio O’Higgins, y veinte años y tres meses el día del alumbramiento de don Bernardo”87. Si efectivamente el trato afectivo entre don Ambrosio y doña María Isabel comenzó el año 1776 o principios de 1777, se han ido acentuando en el alto 84Hugo Rodolfo E. Ramírez Rivera: ob. cit., pp. 214-215. Archivo Nacional, Fondos Varios, Vol. 556. Archivo de don Bernardo O’Higgins, Tomo 1, pp. 48-49. 85Luis Palma Zúñiga: O’Higgins, Ciudadano de América. Ed. Universitaria, 1956, p. 9. 86Benjamín Vicuña Mackenna: Vida del.... p. 54. 87Sergio Fernández Larraín: O’Higgins, Ed. Orbe, 1974, p. 17. 41 R evista L ibertador O’ higgins funcionario las preocupaciones por las consecuencias que esta irregular vinculación podía traer a su promisorio ascenso castrense. La relación establecida con una jovencita y la permanente amenaza de un embarazo comprometedor, caen dentro de estas explicaciones que la prudencia y la caballerosidad no autorizaban confiar por escrito. Una manera de dar término, en forma impecable, por fuerza mayor, al romance iniciado, era su destinación a las acciones bélicas en el Atlántico, aunque su objetivo final confesado fuera servir en España. La edad de doña Isabel nos permite medir la responsabilidad de don Ambrosio, mirado como seductor. No es lo mismo el consentimiento de una niña de 14 ó 15 años, que el de una joven de 19 ó 20, necesariamente más reflexiva y conocedora de los previsibles efectos de sus actos. Alivia, aunque no excusa de modo alguno la culpa del conquistador, el conocimiento de estas precisiones. También lo sustraen, en buena medida, de las áreas que lindan con la amoralidad y corrupción en que debería colocarse a don Ambrosio si doña Isabel, a la época en que perdió su doncellez, hubiera sido una niña de 13, 14 ó 15 años. En cada ciudad los vecinos de más rango siempre disponían en sus casas de “piezas de alojados”, con las acomodaciones y alhajamientos necesarios propios de su nivel social. No existiendo posadas o siendo éstas de mala muerte, las autoridades y principales vecinos solían disputarse la recepción de las autoridades en tránsito, para que se hospedaran en sus casas. Don Simón Riquelme, de un carácter más bien abúlico, no rivalizaba en estos privilegios lugareños; pero debía, cuando menos, poner su casa a disposición de la máxima autoridad provincial, para estos requerimientos sociales. Siguiendo esta costumbre, don Ambrosio Higgins posaba y alojaba en ella cada vez que el real servicio lo llevaba a Chillán. Y probablemente, como hombre sin malicia y buena fe, el honrado chillanejo no pudo imaginar que los intereses del militar apuntarían hacia una de sus hijas mayores. La diferencia de edad entre doña Isabel y don Ambrosio era objetivamente tan marcada, que todos los halagos y atenciones dirigidos a la joven sólo podían interpretarse por terceros, y aun por ella misma, como afectos tiernos y paternalmente admirativos. No eran esos, sin embargo, los secretos matices que dominaban las palabras y sentimientos del destacado militar. Doña Isabel descubriría muy luego que estas finezas tenían una intención que sobrepasaba los lindes de la mera cortesía. Junto a ella el duro, arisco y grave Comandante se transformaba en un hombre gentil y rejuvenecido, de fino galanteo y cortesanía. La joven Isabel fue advirtiendo, así, cada vez con mayor certeza, las intenciones que mortificaban con desenfreno al visitante. Sin embargo, un funcionario que había llegado a las altas cumbres del escalafón militar en la proximidad de los sesenta años, perdería gran parte de la credibilidad en su cordura y juicio para el mando, casándose con una mujer desproporcionadamente joven para su edad, como doña Isabel. El casamiento, concebido como posibilidad, habría ofrecido un espectáculo permanentemente desdoroso en el ejercicio de las relaciones sociales del jerarca militar. Una esposa de 19 años podía pasar por hija, por sobrina o nieta y muy difícilmente como consorte. La diferencia de edades a la luz de salones, sería siempre el 42 E dición conmemorativa del B icentenario comentario picaresco y regocijado de los chismes subidos de tono. El efecto negativo de tal matrimonio fluye de la soterrada animadversión que su carrera meteórica alimentaba en los funcionarios y militares del Obispado de Concepción. En su caso, el hecho se magnificaría por su condición siempre descalificada de extranjero, su calidad de hombre público y por el misterio, para muchos indescifrable, de sus poderes ante la Corte Española. Después de abandonar su tierra natal y su familia pasó a España y siguió luego la incierta aventura americana. Había renunciado, en las épocas propicias, a la constitución de un hogar. Y ahora, en los momentos del triunfo tan cuidadosamente preparado, enfrentaba el riesgo de volver a la oscuridad, a cambio de responder al compromiso derivado de un hecho que, siendo de honor, era también de tan ordinaria frecuencia que a nadie podía asombrar. No obstante, en su caso, ello equivalía a cortar las alas de su legítima ambición y volver a una mediana tenebrosa, de la cual se había desprendido gracias a sacrificios innumerables. Se acusa repetidamente a don Ambrosio por haber faltado a su palabra de matrimonio, si la dio, o por no haber cumplido su pleno rol de padre. Pudo, es cierto, renunciar a su condición funcionaria, dedicándose a administrar con éxito sus cuantiosos bienes ya acumulados, para contraer el matrimonio comprometido. Sin embargo, había probado el sabor de los halagos del poder y a estas alturas no erraba en la autocalificación de sus capacidades administrativas y militares, que le garantizaban una segura prosperidad al servicio del Rey. El matrimonio con doña Isabel era, como se mirara, una traba peligrosa en la proyección y planes para alcanzar los tramos superiores de las jerarquías coloniales previstas. 13. EL HIJO Don Ambrosio abandonó Chillán en diciembre de 1777, después de permanecer algunos días en la casa de don Simon Riquelme, durante su viaje de retorno a Concepción, desde Santiago, en el seno de doña Isabel comenzaba a gestarse, entonces, una criatura marcada por la adversidad y que, no obstante, debía alcanzar, como pocas, gloria, gratitud y veneración en la historia de los pueblos que libertó. Las dos comunicaciones venidas de España sobre su ascenso a Coronel, fechadas el 7 de septiembre de 1777, una dirigida al Capitán General don Agustín de Jáuregui y otra a él, mas los despachos del grado, llegaron a Santiago sólo el 30 de enero de 1778, por el lento proceso de las comunicaciones postales con España. Como se comprenderá, por los empeños que en esta promoción le cupo emplear, el Presidente envió rápidamente las noticias a Concepción. La alegría de su nombramiento como Coronel no pudo ser gozada en plenitud. Pero no demora en utilizar, otra vez, el experimentado sistema de manifestar su gratitud, aprovechando cada comunicación a España para fortalecer los conceptos que en la Corte habían logrado acentuar su valía y sobresaliente desempeño funcionario. Entretanto el éxito de Higgins en sus relaciones con los araucanos, su equilibrada política de fuerza y persuasión, ha debido impresionar satisfactoriamente a las 43 R evista L ibertador O’ higgins autoridades españolas de Madrid. La imagen del pueblo araucano, belicoso, libertario, indomable, se había estampado como un símbolo en la mentalidad hispana, gracias a la obra de Ercilla. Mucho más que otros hechos meritorios y los doblones o las “rarezas”, este aspecto de su desempeño tiene una importancia definitiva en la valoración hecha en España sobre sus méritos. En Chillán, en cambio, la familia de don Simón vivía la oculta vergüenza de la deshonra de doña Isabel. El nacimiento del niño y las decisiones sobre su crianza y educación, en cuanto son acatados por doña Isabel y su padre, nos llevan a la conclusión de que se ha establecido entre don Ambrosio y don Simón, o entre éste y algún hombre de confianza del Coronel, como pudo serlo el Teniente Tirapegui, su ayudante, una suerte de pacto con alcances que están delimitados por soluciones advertibles en sucesos posteriores muy concretos. La existencia de un acuerdo de conciliación, que fue respetado celosa y secretamente por las partes, está sostenida por circunstancias que sólo pudieron ocurrir gracias a este consensual asentimiento. En las distintas posibilidades que ofrece el desarrollo de estos hechos hay a lo menos estos propósitos comunes que debieron estudiarse de consuno: evitar que en Chillán se conociera el embarazo de doña Isabel; asegurar el alumbramiento secreto de la criatura que estaba por nacer; separar al niño de la madre y definir, finalmente, las responsabilidades en los cuidados de su crecimiento, sustento y educación. Todos estos puntos de acuerdo tienen el primordial objetivo de salvaguardar el honor de la joven, preservando a la vez, para el futuro, su derecho a constituir un hogar, mediante el ocultamiento del baldón de una maternidad ilegítima. De este modo, con el sacrificio del niño a una definitiva orfandad y bastardía, quedaban protegidos el futuro de la joven madre y el prestigio de la familia. Como contrapartida, se amparaba también la estabilidad y proyección funcionaria del nuevo Coronel. 14. EL PODER El Virrey, don Agustín Jáuregui, aplicando las resoluciones de la Corona, dispuso en 1786 dividir la Capitanía General de Chile en dos Intendencias: la de Santiago, a cargo del Brigadier Benavides, con la Superintendencia sobre todo el Reino, y la de Concepción, nombrando al Brigadier Higgins en el cargo titular de Gobernador Intendente de Concepción. El régimen de Intendencias y el nuevo nombramiento dio a Higgins mayor autonomía en las determinaciones administrativas y fijó geográficamente su área jurisdiccional desde el Maule de la Frontera. A principios de 1787, la debilitada salud del Capitán General Benavides hace sospechar su muerte cercana. No lo ignora, naturalmente, don Ambrosio. Y sabe, además, que ya se mueven las influencias en apoyo de distintos postulantes al reemplazo. 44 E dición conmemorativa del B icentenario Es, por cierto, muy difícil pedir el nombramiento en un cargo que aún no ha vacado y que está, además, servido por un hombre enfermo a quien se deben favores numerosos. Sin embargo, con la confianza asentada en tantos reconocimientos por su desempeño, escribe al Ministro Gálvez destacando, desde la primera línea de su carta, el significado del apoyo que solicita: “Excmo. Señor y mi venerado único protector”. Tenía méritos sobrados para ocupar la presidencia de chile y un “único venerado protector”, de quien dependía su suerte. Pero este protector era, también, el más poderoso jerarca imperial en el manejo de las Colonias. No es su ánimo, como lo dice, desplazar Benavides, “que excede con mucho a sus predecesores en todas las virtudes que deben concurrir a un Gobernador completo”. En su petitorio agregará, sin embargo, que: “aunque en su perjuicio no es regular que yo jamás desee ascenso alguno, sí provido alguno de los inmediatos Virreynatos según se merece y anuncian las noticias públicas en curso, de tantos pretendientes que se presentarán para la Presidencia, no debo omitir hacer presente a V.E. mis cortos servicios”88. La mención al Virreynato, como posible ascenso de Benavides, es un pretexto demasiado irreal; pero al menos permite, utilizando esa falsa presunción, hacer comprensible y legítimos los deseo de Higgins. La intervención del Ministro era tan indispensable como fundamental, ya que, según afirmaba Higgins, no tenía otro protector a quien recurrir en demanda de ayuda: “no tengo más apoyo para completar mi carrera que la protección de V.E.”. Reserva los términos más finamente estudiados y convincentes para el párrafo final: “Repito a V.E. infinitas gracias por las distinguidas expresiones que siempre he merecido en su superior aprecio, Vivo confiado que en esta crítica circunstancia de tener que proveer los puestos altos de estos dominios decidiendo precisamente un magnánimo rasgo de su favor toda la suerte de mi fortuna, no permitirá V.E. quede desairada mi esperanza única, que ciegamente deposito en la noble resolución de V.E. por cuya vida ruego constantemente a Nuestro Señor la prospere por muchos años. Besa las manos de V.E. su más obligado afectísimo, apasionado y rendido servidor”89. El 23 de marzo cuando la enfermedad de Benavides se agravó, envía una segunda carta al Ministro Gálvez, reiterándole su petición de apoyo en la sucesión de la Capitanía General. El 27 de abril muere Benavides y la noticia corre a Concepción con gran velocidad. El 2 de mayo, apenas cinco días después de la defunción, don Ambrosio insiste ante Gálvez: 88J.T. Medina: Manscritos, Vol. 200. 89J.T. Medina: Manuscritos, Vol. 200. 45 R evista L ibertador O’ higgins “Con su muerte queda vacante el empleo de Presidente y Capitán General y si para este cargo tuviere V.E. a bien recomendar a S.M. mi corto mérito, le seré eternamente agradecido. Sobre todo confío en que mientras V.E. se halle (Dios lo guarde) a la parte del ejército y mando de los pueblos de América no quedarán desairados mis servicios y única esperanza que invariablemente he tenido siempre en el favor de V.E...”90. Los aspirantes al cargo eran otros tres militares y funcionarios de acreditado prestigio; pero ninguno alcanzaba a igualar los méritos sobresalientes de Higgins. Don Tomás Álvarez de Acevedo había sido designado por la Audiencia como reemplazante interino del Presidente fallecido. Y, de modo casi simultáneo, el Cabildo lo recomendó para su nombramiento en propiedad. Muy luego aparecieron otros dos pretendientes: don José Antonio Eslava, antiguo Teniente Coronel, y don Francisco de la Mata Linares, Coronel de talento reconocido. Si creyéramos a don Ambrosio que el único protector que le amparaba era el Ministro Gálvez, deberíamos aceptar también que sólo los destacables méritos personales, que indudablemente tenía, hicieron posible su nombramiento como Gobernador y Capitán General del Reino de Chile, Presidente de la Audiencia de Santiago, Superintendente Subdelegado de la Real Hacienda e Intendente de la Provincia de Santiago, designación acordada por el Rey el 10 de agosto de 1787, y luego consignado por decreto del 27 de octubre. El Ministro Gálvez había fallecido inesperadamente el 17 de julio, un mes y veintitrés días antes de aprobarse la nueva designación. Desaparecido su “único protector y apoyo” se habrían esfumado las posibilidades de culminar su carrera en Chile, ocupando la Capitanía General del Reino. Pero, como está señalado, su nombramiento prosperó con aparente facilidad. El nuevo Capitán General era diestro conocedor de los manejos administrativos practicados en España respecto de las Colonias. Desde sus primeras designaciones fue cultivando, además, pacientemente, amigos y protectores, tanto en la Península como en América. Algunos autores sospechan que utilizó parte de sus riquezas en el cultivo de estas simpatías gubernamentales. Don Luis Montt expresa, en efecto, lo siguiente: “Aparte de su indisputable mérito, ¿cuántos doblones costaría al extranjero don Ambrosio Higgins adormecer la suspicacia de la metrópoli, para elevarse de modesto Capitán de Dragones de la Frontera de Chile hasta Virrey del Perú?”91. Don Miguel Luis Amunátegui es todavía más incisivo y mordaz. Después de sostener que “don Ambrosio fue uno de los Presidentes más distinguidos que gobernaron este reino, i uno de los hombres más extraordinarios que aparecieron en los últimos tiempos de la dominación española”, agrega que “siendo pobre, había tenido que proporcionarse dinero para ganarse los favores de una corte venal”. El señor Amunátegui continúa acentuando progresivamente los, tonos negativos que lo aproximan a don Vicente Carvallo: 90J.T. Medina: Manuscritos, Vol. 20,0. 91Luis Montt: Revista Chilena, Tomo VII, p. 295. 46 E dición conmemorativa del B icentenario “Pero si don Ambrosio O’Higgins hubiera contado sólo con su mérito personal, con sus disposiciones para el mando, se habría quedado de sobrestante toda la vida. Necesitábanse en aquellos tiempos otros apoyos para medrar”. “O’Higgins, que conocía la época i la tierra, no lo ignoraba, i por eso se encumbró con tanta rapidez. Ese irlandés sabía como maestro la ciencia del cortesano; parecía que hubiera nacido de algún palaciego, i que se hubiera educado en las antecámaras. A fuerza de las insinuaciones y de obsequios, se proporcionó padrinos en Chile i en Madrid; y empujado por ellos, subió hasta donde quiso. Ese fue el secreto de su elevación”. “Ese fue el talismán que le dio la Presidencia de Chile, el Virreynato del Perú. El oro y la intriga del aspirante abrieron de par en par a su presencia las puertas del poder y los honores. Los manejos encubiertos, más que sus servicios, más que sus brillantes cualidades, le valieron el grado de General, el título de barón, el título de marqués”92. Es preciso reconocer, cuando menos en parte, que don Miguel Luis Amunátegui y don Luis Montt no están descaminados, ya que numerosas piezas históricas prueban que el Ministro Gálvez era uno, entre muchos otros, de los protectores que don Ambrosio mantenía en España. La noticia del fallecimiento del Ministro sólo pudo llegar a Chile al cabo de tres meses, a mediados de septiembre de 1787. A esa fecha le habría sido imposible buscar nuevos apoyos, en reemplazo de su “único protector”. Estas opiniones no están basadas en elementos probatorios específicos; pero los autores citados no se equivocan en sus afirmaciones. Una carta de don Nicolás de la Cruz, dirigida a don Ambrosio el año 1795, revela uno de los mecanismos utilizados por el astuto irlandés para el cultivo de estas amistades protectoras y tutelares, en los más altos niveles de la Corte. Don Nicolás le acusa recibo de “una caja con rarezas” que don Ambrosio envía al señor Príncipe de la Paz y que le sería entregada en Madrid por “el guardián don Demetrio” (Don Demetrio O’Higgins)93. Su correspondencia revela lo que Amunátegui estima como los “manejos encubiertos” de los cuales se valió en esta ocasión, como en otras, para asegurar sus objetivos. Impresionan los nombres y el rango de las personas a quienes agradece su contribución a este nombramiento: Don Manuel de Néstares, Secretario del Consejo; Conde de Floridablanca; Conde de Campones; Duque de San Carlos; Marqués del Campo; Conde de Lacy; don Almérico Pini; a los Directores de Correos y Oficiales de las Secretarías de Estado, a los Ministros de Indias y de Marina, a los miembros del Consejo Supremo de Indias, Areche y Escobedo, a don Juan José de Vértiz y al Marqués de Guirior94. Don Horacio Arangua agrega otro nombre importante a los variados apoyos que don Ambrosio recibió para lograr el nombramiento de Presidente de Chile: 92Miguel Luis Amunátegui: La Dictadura... p.28 93Nicolás de la Cruz: 94Ricardo Donoso: El Marqués.... p.135. 47 R evista L ibertador O’ higgins “La condesa de Balliincoult lo favoreció mucho ante la reina de España...”95. 15. EL VIRREYNATO La labor de don Ambrosio como jerarca superior de la Capitanía General se manifiesta en el ordenamiento presupuestario y en reformas trascendentales de la hacienda pública; en la aplicación de nuevas normas administrativas y de buen gobierno; fiscalización personal de todo el territorio bajo su jurisdicción; medidas para el mejoramiento económico; el estímulo y la producción, el comercio de exportación y la introducción de cultivos de la caña de azúcar, algodón y arroz; obras de progreso como los tajamares del Mapocho, edificios importantes, caminos de Uspallata y Valparaíso, mejoramiento de obras urbanas; fortalecimiento de las defensas mililitares, afianzamientos de la pacificación de la Araucanía, atajo al contrabando y a la penetración de las ideas revolucionarias; creación del Tribunal del Consulado, el tercero en América, después del de Méjico y del Perú; fundación de nuevas ciudades y la apertura de comunicaciones por tierra entre Valdivia y Chiloé; repoblación de Osorno y supresión de las encomiendas. En un alarde de sorprendente vitalidad, para sus mortificados 68 años de edad, había iniciado el mandato superior del reino emprendiendo una fatigosa gira de seis meses y medio por el norte del país, hasta Copiapó. De esta manera podía decir, con autoridad, que conocía bien toda la jurisdicción territorial bajo su mando, mérito que sólo muy parcialmente pudieron señalar sus antecesores. El programa de visitas del nuevo Presidente a los distritos del norte del país se inició el 21 de octubre de 1788. Entre los miembros de la comitiva anotamos a personajes siempre vinculados a la intimidad de don Ambrosio: don Ramón Martínez de Rozas, asesor de visita; capitán don Domingo Tirapegui, amanuense del Presidente; don José María Botarro, ayudante mayor de órdenes y oficial de la Secretaría96. A partir de 1788 don Ambrosio desarrolla todo su talento político, aplicándose con extraordinario éxito funcionario al cuidado de los intereses de la Corona. Fue, sin la menor duda, el más competente de todos los Gobernadores que le precedieron. Esa era la imagen que había logrado conformar ante las autoridades, de la metrópoli. La continua y fluida correspondencia mantenida regularmente, a lo largo de su carrera administrativa, con los Ministros José de Gálvez, Conde de Aranda, Conde de Floridablanca o el Conde del Campo de Alange y otros, revela en términos indubitables la confianza que por sus méritos había ganado. Las inteligentes medidas administrativas, las obras públicas emprendidas, la pacificación lograda en la Frontera, las armónicas relaciones que estableció entre los distintos organismos coloniales vinculados a la marcha política del país, acentuaron su prestigioso desempeño. Estas iniciativas, pudieron ser diversamente juzgadas por el recelo colonial del reino; pero tenían el sostenido e invariable apoyo de Madrid, donde gozaba de las más óptimas consideraciones. 95Guillermo Feliú Cruz: Conservaciones históricas de Cláudio Gay Ed. Andrés Bello, 1965, p. 2. 96Diego Barros Arana: Obra citada, Parte quinta, Capítulo XVI, p. 20. 48 E dición conmemorativa del B icentenario Había llegado a Santiago premunido de una experiencia prolongada para asumir la gobernación. Ahora, sin mandos jerárquicos superiores en Chile que entrabaran sus expansiones renovadoras, proseguía la penúltima etapa de su brillante carrera, con una autoridad robustecida y amplia. Era el mejor conocedor de las situaciones difíciles que planteaba el cuidado de la Frontera. A ello se debe, probablemente por estimarlo innecesario, el retardo, por varios años, del Parlamento con los indígenas, institucionalizado como inicio de cada nuevo mando en la Capitanía General. Había salido desde la Frontera para asumir la Presidencia y Gobernación de Chile, después de un largo tiempo en que el manejo de las cuestiones indias constituyera una de sus preocupaciones diarias. Sólo el año 1792 estimó que debía satisfacer los deseos muy reiteradamente expresados por los naturales, disponiendo la realización del Parlamento de Negrete. Entretanto, la perspicacia del Capitán General miraba con inquietud el desarrollo de los acontecimientos internacionales. Sus corresponsales en España, entre ellos el padre Alejandro García, “su agente confidencial en Madrid”, como lo llama Gustavo Opazo, lo informaban con regularidad de los sucesos políticos de importancia, de tal modo que muchos de sus juicios se amparaban en el conocimiento fundado de las tendencias predominantes en la Península97. Las nuevas ideas se proyectaban principalmente desde Francia y Norteamérica hacia las colonias, intercaladas en el comercio de contrabando. Don Ambrosio fue uno de los primeros en advertir este potencial peligro para la Corona, más fuerte y de mayor penetración y poderío que las armas o el dinero. El problema creado por los barcos no españoles, que algunos autores han llamado los “navíos de la libertad”, dedicados al comercio ilegal en las costas de América y las continuas acechanzas enemigas que derivaban de los conflictos internacionales en que se involucraba la metrópoli, permitieron a don Ambrosio renovar la vigencia de sus opiniones ante la Corte, para el mejor resguardo de los intereses imperiales en América, mientras seguía cultivando, con igual sagacidad que en el pasado, sólidas relaciones de confianza y amistad con numerosos e importantes jerarcas españoles. Todo parecía indicar que la carrera de don Ambrosio concluiría como Capitán General; pero, durante los años que gobernó Chile, su personalidad “en vez de agotarse, no cesó de ascender”98. Encina cree que su nombramiento como Virrey fue un reconocimiento inesperado, al sostener que “No es, pues, extraña la profunda impresión que experimentó al imponerse en Valdivia de la real orden que lo ascendía al Virreynato de Lima en reemplazo de Francisco Gil y Lemos, con $ 65.000 de sueldo”99. Una de sus cartas de agradecimiento repite, sin embargo, el mismo estilo que conocimos en la correspondencia originada en la búsqueda de apoyos para su designación como Gobernador de Chile. La aparente inexistencia de acciones 97Gustavo Opazo: Don Ambrosio O’Higgins Intimo, p. 39. 98Francisco A. Encina: Historia..., Tomo 8, p. 84. 99Francisco A. Encina: Historia.... Tomo 8, p. 96. 49 R evista L ibertador O’ higgins destinadas a promover su nombre para el cargo de Virrey y la creencia en una decisión superior fundada exclusivamente en el mérito, colocan a don Ambrosio en un nivel superlativo de calificación. Revelan, además, un notable e infrecuente sentido de justicia de la Corona que posponía otras pretensiones, amparadas por influencias palaciegas, para reconocer las virtudes de un servidor leal y designarlo Virrey, no obstante su edad avanzada y su condición de extranjero. Con todo, no es posible aceptar, sin beneficio de duda, la idea de que no mediaran, esta vez, los mecanismos utilizados con ocasión de su nombramiento de Gobernador. El conocía suficientemente la altísima consideración y estima que se le tenía en la Corte. No había en América otro funcionario que hubiera logrado tanto respeto por su capacidad y competencia de gobernante. Pero tales antecedentes no eran suficientes, por sí solos, para garantizar un nombramiento de esta categoría. Sus enemigos, la edad y su extranjería, eran elementos favorecedores de las crecientes fuerzas conspirativas en su contra. El paso de algunos Gobernadores de Chile a Virreyes del Perú se había repetido bajo los Borbones. Manso de Velasco, Amat y Jáuregui desempeñaron la Gobernación de Chile antes de asumir el Virreynato del Perú. Estos precedentes carecían, sin embargo, de valor frente a las influencias puestas en juego para designaciones de tan alta importancia y que determinaban la decisión final. Todo nombramiento en un cargo de relevancia en la jerarquía americana originaba una lucha sin cuartel en la Corte española. Don Ambrosio era un postulante con poderosos “favorecedores”, cultivados en la esplendidez de las rarezas que enviaba regularmente a los potentados del imperio. Pero otros candidatos tenían el recurso de la nobleza, el parentesco cortesano y también la influencia del dinero. Un hombre bien informado, como don Nicolás de la Cruz, que seguía con avidez el proceso para el nombramiento del Virrey, vio pocas expectativas favorables para su amigo y así lo dice sin rodeos: “Días pasados corrió que había dado al señor Alvárez el Virreynato de Lima…” “Si no fuera por sus respetos y conexiones seguramente Vuestra Excelencia ocuparía aquel lugar”100. El futuro Conde del Maule se ha llevado, poco después, una buena sorpresa con el resultado final. En carta que remite a su hermano Juan Esteban de la Cruz, dice: “Acaba de nombrar S..M Virrey de, Lima a nuestro don Ambrosio Higgins”101. Sin embargo, en febrero de ese mismo año 1795, al felicitarle por el otorgamiento del título de Barón de Ballenary y al destacar que éste fue logrado gracias a la influencia del Duque de Alcudia, afirma que éste “será el único que podrá obtener el Virreynato del Perú”102. 100 Nicolás de la Cruz: EI Epistolário, p. 44. 101 Nicolás de la Cruz: Epistolario, p. 72. 102 Sergio Martínez Baeza: El Epistolario de don Nicolás de la Cruz (1794-1798). Boletín de la Academia Chilena de la Historia Nº100, 1989, p. 250. 50 E dición conmemorativa del B icentenario Algunos meses antes, don Ambrosio había enviado al Príncipe de la Paz y Duque de Alcudia, el favorito José Godoy, que concentraba en sus manos el poder de la Corona, “una caja con rarezas”103. Las “rarezas” probablemente fueron valiosas piezas de orfebrería. 16. LOS TRABAJOS DEL VIRREY Don Ambrosio había asumido el Virreynato con el beneplácito de la Iglesia, el ejército y la jerarquía imperial. Pero no fue parecida la reacción de los sectores mayoritarios de la aristocracia limeña, que acumularon progresivamente resentimientos inmodificables en su contra. A la condición de extranjero, el antecedente supuesto de sus comienzos mercantiles subalternos en Lima, el desplazamiento de españoles de los cargos elevados que ocupaba, las designaciones recaídas en don Ramón de Rozas, como su Asesor, y en don Demetrio O’Higgins en cargos de confianza, fueron sumándose otros hechos derivados de sus medidas administrativas destinadas a la corrección de los vicios, irregularidades y delitos que caracterizaban a la capital del Virreynato. Este sostenido rechazo no logró minar, en los primeros años, el prestigio alcanzado por don Ambrosio ante la Corte que, además, le confirió el título de Marqués de Osorno, el 27 de enero de l796, después de su nombramiento como Virrey104. El título de Marqués lo nivelaba en el rango a los más encumbrados personajes limeños, blasonados con orgullosas jerarquías nobiliarias. Era notoriamente una medida estratégica de la Corona, que adornaba con un nuevo título su condición virreinal. “En atención a el mérito y servicios de don Ambrosio O’Higgins, Barón de Ballenary, Virrey y Capitán General del Reyno del Perú, contraídos en varios destinos que ha servido en América y especialmente en el tiempo que desempeñó la Capitanía General del Reyno de Chile y Presidencia de la Real Audiencia del mismo, ha venido en hacerle merced del título de Castilla, para sí, sus hijos, herederos y sucesores, con la denominación de Marqués de Osorno, libre de Lanzas y Medias Anatas durante su vida. Tendráse entendido en las Cámaras de Indias y se le expedirán los despachos correspondientes. En Badajoz, a 27 de enero de 1796. El Gobernador del Consejo de Castilla”105. El Virrey inicia, entonces, en los mejores términos y auspiciosamente su mandato. Sin perjuicio de la dictación de los primeros bandos para la aplicación de medidas correctivas, como la referida a las sanciones del delito de contrabando, estudia los variados problemas generales, de solución pendiente. El análisis es riguroso y concluye, a los seis meses, con el Bando de Buen Gobierno, que contiene 47 artículos con normas que van desde el respeto a Dios, la vestidura de las mujeres, regulaciones municipales para el alumbrado público, tránsito de carretas, mulas y caballos, juegos de azar, etc. 103 Nicolás de la Cruz: Epistolario, p. 74. 104 Ricardo Donoso: El Marqués.... pp. 341-342. 105 Ricardo Donoso: El Marqués.... pp. 341-342. 51 R evista L ibertador O’ higgins Una de sus primeras decisiones fue construir el camino entre el puerto de Callao y la capital. Así fundamenta el decreto con que inicia las medidas para llevar a cabo este proyecto: “Lima, 3 de agosto de 1796 Por cuanto desde el día de mi ingreso a esta capital se me ha insinuado repetidamente por varios sujetos amantes del bien público la conveniencia y necesidad de construir un camino desde esta capital al Puerto de Callao, por donde se hace todo su tráfico y comercio, y aún casi todo el del Perú, que revelando a los traficantes de los daños que experimentan por la aspereza del actual suelo, pantanos y otras incomodidades que dificultan, atrasan y encarecen el acarreo diario de cargas, tercios y fardos con perjuicio del abasto y progreso del comercio, cuyo adelantamiento consiste esencialmente en el ahorro de gastos en el transporte y comunicación de efectos”106. Luego el decreto continúa estableciendo las normas para asegurar la construcción de dicha obra, la que no podía ser entorpecida por oposición de los dueños de tierras afectadas por su trazado, la distancia de los materiales precisos o el gasto en que se incurriera. John Thomas destaca, en un documento dirigido a don Bernardo O’Higgins, que se conoce con el título de “Los Proyectos del Virrey O’Higgins”, la preferencia que daba a las vías de comunicación. Así como en Chile la construcción del camino de Santiago a Valparaíso fue su obra vial más importante, el camino de Lima al Callao sería, en el Perú, una de sus realizaciones de adelanto más significativas. La ditirámbica elocuencia de don José Arriz da su testimonio elogioso: “El Virrey O’Higgins manda, y a su voz se rómpen las murallas, se levantan los planos. Ingenieros, arquitectos, albañiles, carpinteros, mil personas se ponen en movimiento. Resuenan los carros a la exploración de la pólvora y corte de las canteras. La atmósfera se ilumina, y purifica con el fuego de los hornos encendidos. Aquí se aprontan las primeras materias; acá se labran; por allá se acarrean, y cual las abejas se derraman y vuelan por los campos a recoger en las cálices hermosos de las flores el meloso licor, que después vacian en las colmenas para su alimento y el de sus compañeras; tal a la salida del astro del día se ve el camino sembrado de hombres, que en el duro cáliz de la tierra van regando el precioso sudor de sus rostros, y recogiendo la miel de sus trabajos para vaciarla después en el seno de sus pobres familias”107. Don Hipólito Unanue le dedica, también, un “Discurso Histórico sobre el nuevo camino del Callao, construido de orden del ilustrísimo señor Marqués de Osorno, Virrey Gobernador y Capitán General del Perú”108. John Thomas da cuenta, además, de otras obras viales consideradas por el Virrey. 106 Manuel de Odriozola: Documentos literarios del Perú. Tomo 1, Imprenta del Estado, Lima, 1874, p. 362. 107 Manuel de Odriozola: ob. cit. Tomo 1, pp. 361-362. 108 Manuel de Odriozola: ob. cit. Tomo 1, pp. 360-361. 52 E dición conmemorativa del B icentenario “Proyectaba una carretera que habría ido por la Quebrada de Viñac a la ciudad del Cuzco y a Huánuco y Tarma por el Valle de Jauja, para volver de allí a Lima a través de la provincia de Canta”109. No todo debía ser elogio para la tarea del Virrey. El resentimiento afloraría en términos irónicos. La siguiente afirmación del historiador peruano José Antonio de Lavalle y Arias de Saavedra revela la mezquindad con que algunos sectores de la opinión limeña miraban la tarea del Virrey: “Puso gran cuidado el Marqués de Osorno en el arreglo de la policía y arreglo de la ciudad. Como había experimentado los inconvenientes del mal piso de las calles cuando las recorría como mercachifle, les hizo poner aceras”110. La guerra con Inglaterra, declarada en 1796, concentraría gran parte de sus preocupaciones en la adopción de medidas destinadas a evitar la penetración del enemigo en las extensas costas e islas del Sur. Dedica también su atención al repoblamiento de Osorno, contribuyendo con recursos personales para la creación de estímulos y nombrando, en diciembre de 1796, a don Juan Mackenna como Superintendente de la ciudad. El desempeño del Virrey transcurre sin alteraciones. Hombres importantes y respetados en Lima son leales colaboradores suyos. La más destacada figura, intelectual y científica del Perú colonial, don Hipólito Unanue, que prolongaría su presencia de hombre público hasta los primeros años de la Independencia, es uno de sus amigos. Las obras públicas, el ordenamiento administrativo, sus medidas para resguardar las costas del Pacífico de las incursiones inglesas, el éxito de la Colonia de Osorno, no fueron, sin embargo, factores eficientes para contrarrestar los estragos de la edad que se ponían de relevancia ante la Corte, con otros aditamentos negativos que propagaban Avilés y los grupos Limeños adversos al Virrey. 17. EL RELEVO A mediados de 1800 se había consumado sigilosamente en Madrid el relevo de don Ambrosio O’Higgins como Virrey del Perú. La sorda confabulación de la aristocracia Limeña en contra del “Virrey Inglés” y los empeños tenaces del Marqués de Avilés, Gobernador de Chile primero y luego Virrey de las Provincias del Río de la Plata, por desplazarlo, habían logrado vencer las astutas y eficaces defensas cultivadas por don Ambrosio en la Corte española. Es lo que sostiene casi uniformemente la literatura histórica sobre la destitución del Virrey y sus causas principales. La remoción se acordó por real decreto de 19 de junio de 1800. Don Ricardo Donoso dice lo siguiente sobre tal documento: 109 John Thomas: Los Proyectos del Virrey O’Higgins, p. 136. 110 Carlos Miró Quezada: ob. cit., p. 160. 53 R evista L ibertador O’ higgins “Cuantos esfuerzos se han hecho en el Archivo de Indias de Sevilla para encontrar el texto del Decreto de 19 de junio, han resultado infructuosos”111. Sin embargo, en el mismo Archivo se halla la real Cédula de nombramiento, en su remplazo, del Marqués de Avilés, fechada el 14 de julio, que parece reiterar las razones en que se fundamentó aquella resolución. “Don Carlos, etc. Por cuanto en consideración a la quebrantada salud que experimenta el Teniente General, de mis reales ejércitos, Marqués de Osorno, a su avanzada edad y hallarse ya en el quinto año de servir los empleos de Virrey, Gobernador y Capitán General del Reino del Perú y Presidente de mi Real Audiencia de Lima, he tenido a bien, por mi real decreto de 19 de junio próximo pasado, relevarle de ellos”112. Para don Ricardo Donoso las justificaciones del relevo son “formalidades diplomáticas de estilo”, ya que, como otros historiadores, cree que la causa real del cambio fue la entrega hecha por el cubano Caro de los planes revolucionarios de Miranda, incluyendo los nombres de los conspiradores, entre los cuales habría estado el hijo bastardo de don Ambrosio. Sin embargo, “las formalidades diplomáticas” son, en este caso, auténticas, bien asentadas y precisas razones para el cambio. La quebrantada salud del Virrey era un hecho conocido en la Corte y corresponde a los achaques propios de sus largos años de mortificaciones en los trabajos en que empeñó su juventud y madurez. La avanzada edad, aunque nadie la conocía con certeza, era inocultable y estaba directamente asociada a los quebrantos de su salud. Y, finalmente, se hallaba en el quinto año de su empleo como Virrey y demás cargos anexos. El hecho de entrar al quinto año ejerciendo el más alto cargo de las Colonias, causa aparentemente injustificada para su relevo, tiene un importante antecedente justificatorio de la resolución de la Corona: desde 1776, los cuatro últimos Virreyes, anteriores a don Ambrosio O’Higgins habían permanecido en sus cargos entre cuatro y seis años, y, con la única excepción de don José Fernando de Abascal, Marqués de la Concordia, todos los Virreyes posteriores al Marqués de Osorno no sobrepasaron los cinco años en el ejercicio del mando113. A la par de su edad avanzada, el Virrey había disminuido sus habilidades en el halago palaciego. Además, nuevos jerarcas formaban sus propias y personales estructuras de poder administrativo en América. A sus cansancios físicos es posible que haya agregado la secreta frustración espiritual del hombre sin reales afectos y ternuras de familia, sólo fiado y confiado en la validez de la amistad, en el respeto y el temor reverencial que infundía su rango. La noticia del “relevo”, expresión que se ha entendido como destitución por la mayoría de los autores, circuló entre los pocos amigos que en España aún se interesaban en su suerte. Por intermedio de ellos, su sobrino don Tomás O’Higgins y Welch, y con mucha certeza el franciscano don Alejandro García, conocieron la 111 Ricardo Donoso: El Marqués..., p. 411. 112 Ricardo Donoso: El Marqués..., p. 408. 113 Manuel de Odriozola: ob. cit. Tomo 11, pp. 17-18. 54 E dición conmemorativa del B icentenario resolución real que significaba la cesación de don Ambrosio en el ejercicio del cargo de Virrey. Veinticinco días después de la destitución, el 14 de julio, es nombrado el nuevo Virrey. Estas medidas constituían noticias de rápida difusión; pero por alguna razón que desconocemos, ambas resoluciones demoraron en cursarse, dando origen a rumores sobre un nuevo destino para el Virrey O’Higgins. Su destitución como Virrey era suavizada por otras expectativas, basadas en el cambio del Virreynato por la Presidencia del Consejo de Indias. Esa posibilidad había llegado a ser tan consistente que el propio don Bernardo sostiene que su padre alcanzó a conocer esta designación, ignorando, en cambio, la desgraciada variación de su suerte, que terminaría con el relevo. En carta que desde Lima envió a Sir John Doyle, don Bernardo O’Higgins afirma que su padre supo antes de fallecer que “se le llevaría a la Presidencia del Consejo de Indias”; “Mi padre vivió lo suficiente para recibir la noticia de su nuevo nombramiento”; “la Providencia Divina le libró de saber que su suerte nuevamente había variado, y que se le removía de esa designación y que debía trasladarse a España en calidad de prisionero”114. La noticia del cambio del Virrey sólo trascendió después de su muerte, al día siguiente del deceso, ocurrido el 18 de marzo de 1801. Don Manuel Arredondo, que estaba ejerciendo como Subrogante desde los primeros días de febrero, no se había percatado del cambio de Virrey hasta la “apertura” del primer pliego de providencia, como lo deja señalado de manera expresa en su informe al Tribunal del Consulado: “Ayer a las doce y cuarto falleció el Exmo. señor Virrey Marqués de Osorno, y abierto en el Real (acuerdo) el primer pliego de providencia se halló nombrado para Virrey interino de este Reino al Exmo. Marqués de Avilés”115. Por su parte, el más interesado personaje en la resolución real, el Marqués de Avilés, sólo tomó conocimiento oficial de su nombramiento a mediados de marzo de 1801, casi coincidentemente con la muerte de D. Ambrosio O’Higgins. A pesar de las muchas y precisas razones conocidas, que habrían determinado la caída del Virrey, repetidamente se menciona como su causa principal la relación del joven Riquelme con D. Francisco Miranda. Don Benjamín Vicuña Mackenna menciona esta circunstancia. entre otras, como motivadora de la medida, aunque no le dé un carácter decisorio: “El hecho fatal fue el de que sus relaciones con Miranda durante su residencia en Londres habían sido denunciadas al Gabinete de Madrid por los espías españoles que acechaban a aquel caudillo. El Ministerio de Indias, en su recelosa política, añadió luego tan extraño descubrimiento a las quejas y acusaciones que venían haciéndose a don Ambrosio O’Higgins, desde que se sentara bajo el dosel de los virreyes”116. 114 Luis Valencia Avaria: Don Bernardo O’Higgins, p. 39. Patricio Estellé: ob. cit., p. 435. 115 Ricardo Donoso: El Marqués.... p.410. 116 Benjamín Vicuña Mackenna: Vida del.... p. 93. 55 R evista L ibertador O’ higgins El origen de este argumento, que circula en numerosas obras, se encuentra en la carta que el Coronel Mackenna envió a D. Bernardo el 20 de febrero de 1811: “desde el momento en que se descubrieron sus relaciones con Miranda y fueron comunicadas al ministerio español por sus espías, Ud. sabe las atroces medidas que se tomaron por esto en contra de su venerado padre”117. El conocimiento de las autoridades españolas sobre los contactos de Miranda y su discípulo chileno, una de las supuestas causas ocultas de la destitución de su padre, se atribuye a la delación del cubano Caro que, por varios años, participó en las actividades revolucionarias hizo la dirección del Precursor. La inclusión del nombre de don Bernardo en el grupo de los conjurados por la liberación de las Colonias que el traidor Caro habría entregado a las autoridades españolas, no está probada documentalmente. El supuesto histórico atenúa su mérito discutible al revisar el itinerario seguido por Caro, hasta la consumición de su traición y luego se debilita, todavía más, perdiendo toda consistencia, frente a la comprobación indubitada de no existir hechos de hostigamiento, vigilancia policial, seguimiento de actividades, normas policiales diligentemente aplicadas a los sospechosos de herejía revolucionaria, que afectaran al joven amigo de Miranda. Don Bernardo pudo regresar a España, salir y retornar de nuevo a su territorio, después del desastre marítimo provocado por la escuadra inglesa en el convoy de barcos españoles que lo traía a América. La asociación de su nombre al del Virrey no era posible, ya que nunca usó, ni pretendió hacerlo, el apellido O’Higgins mientras estuvo en Europa. El vínculo de sangre, o la relación ilegítima podía ser sospechada, incluso divulgada, como uno de los muchos secretos del Virrey, por don Nicolás de la Cruz, u otros pocos conocedores de su filiación. El único documento probatorio de tal parentesco se hallaba en el libro de Bautizos de la Parroquia de Talca y, eventualmente, en copia mantenida en el Archivo de don Nicolás. Sin prueba alguna del vínculo familiar, sin haberse incoado ni la más pequeña investigación sumaria, inculpándole de conspiración contra la Corona, es descabellado suponer que tal hecho incomprobado sirviera de fundamento para remover de su cargo al más importante funcionario de la Corona en América. Una leve sospecha de los servicios policiales habría centrado su interés en la vigilancia del joven americano. En tal caso se habría investigado también a los visitantes criollos que frecuentaban la casa de don Nicolás, tales como don José Cortés Madariaga, don Juan Pablo Fretes, que oficiaba de Capellán en el Regimiento de Cádiz, o el Capitán Florencio Terrada. Para los servicios policiales y de inteligencia españoles la sospecha sobre la permanencia en Cádiz de un cómplice de Miranda, de tanta importancia como para aparecer en su listado de conspiradores, habría desatado medidas de investigación inmediatas, en que el apresamiento y el interrogatorio exhaustivo eran trámites indispensables. Sin embargo, nada, de esto ocurrió durante su residencia en España, por tres años, después de su regreso de Londres. Valencia Avaria hace, con acierto, el siguiente comentario: 117 Carlos Vicuña Mackenna: O’Higgins y Mackena íntimos..., p. 15. Revista Chilena de Historia y Geografía Nº20, 1915. 56 E dición conmemorativa del B icentenario “No se adoptó medida alguna de orden policial contra Bernardo en Cádiz, pese a que se perseguía sañudamente a los prosélitos del venezolano”118. La clave para dilucidar el problema que plantea esta inseguridad histórica está en los pasos del cubano Pedro Caro. A principios de 1799 el cubano aún se encontraba en Trinidad, desde donde fue deportado a Inglaterra. Su llegada a Londres ocurrió en noviembre de 1799, cuando ya D. Bernardo había retornado a Cádiz, en abril de ese mismo año119. Caro no conoció, pues, al joven chileno y lo podía medir, para el caso de haber oído su nombre, la intensidad de sus relaciones con Miranda. Aun sabiendo de su existencia, carecía de antecedentes precisos que asociaran al joven Riquelme con el Virrey del Perú, hecho que pudo ignorar el propio Miranda. Don Bernardo conoció, en cambio, la condición de Caro como agente de Miranda. El protegido del Precursor, por tantos años, aparece en Hamburgo en mayo de 1800, pretendiendo comprar el perdón de la Corona española, mediante la abjuración de su vida revolucionaria. Es, dice Mariano Picón Salas, “uno de esos seres untuosos, resbaladizos” que va “a confiar sus secretos y a mendigar dinero a José de Ocáriz, Ministro residente de España en Hamburgo”120. El 31 de mayo de 1800 se consuma la traición de Caro, mediante el envío al Ministro de Estado español de “una relación completa de los planes de conspiración para la independencia de América, que preparaban en Londres Miranda y Vargas, y del estado en que se hallaban las negociaciones seguidas con el Gabinete británico”121. Encina precisa aún más estas fechas, que son claves para entender precisamente lo contrario de lo que afirma el autor: “Uno de los ad láteres de Miranda, el cubano Pedro José Caro, lo traicionó, y el 31 de mayo de 1800 puso en manos del gobierno español una relación completa de los planes fraguados en Londres para provocar la insurrección de América... En la lista de los afiliados aparecía el nombre de Bernardo Riquelme, hijo bastardo del marqués de Osorno, Virrey del Perú. El 19 de junio de 1800, un real decreto exoneró de su puesto a Ambrosio O’Higgins”122. Barros Arana, sin embargo, refiriéndose a las razones que motivaron la orden que el Virrey dio al apoderado de don Bernardo para que lo echara de su casa, dice lo siguiente: “Se ha creído, además, ver en esa resolución del Virrey el resultado de una reconvención que le habría dirigido la Corte por las relaciones que su hijo habría mantenido en Londres con Miranda y con los otros hispanoamericanos que 118 Luis Valencia Avaria: Bernardo O’Higgins, p, 39. 119 Williain Spence Roberston: Miranda.... p. 169. 120 Mariano Picón Salas: ob. cit., p. 82. 121 Ricardo Donoso: El Marqués.... p. 407. 122 Francisco A. Encina: Historia.... Tomo 8, p. 87. 57 R evista L ibertador O’ higgins trataban de revolucionar las colonias; pero no hemos podido hallar nada que justifique esta suposición, que por lo demás nos parece inaceptable”123. La distancia temporal de los dos hechos torna inocua, y cuando menos discutible, la afirmación que convierte la delación de Caro en una de las causas determinantes del relevo del Virrey. La confección de un informe del Embajador; su despacho a Madrid en los lentos correos de la época; su tramitación interna en la burocracia imperial; el indispensable análisis de los servicios policiales; un informe final a la autoridad superior; el tiempo requerido para las consultas y la elección del reemplazante, para un cargo en que debían jugarse las más poderosas influencias, comprometen un tiempo muy superior a 19 días, transcurridos entre el 31 de mayo y el 19 de junio de 1800. La información adquirida por el Ministro Ocáriz, como en cualquier otro caso de espionaje, debió seguir un procesamiento de verificación indispensable, particularmente cuando provenía de un delator dudoso, prontuariado como traidor por la propia policía española. El cotejo de la fecha en que Caro dio a conocer los planes de Miranda y la fecha de la resolución real de la destitución de don Ambrosio, descartan por completo toda relación entre ambos hechos. Caro entregó documentación importante, pero incompleta, entre la cual no podía registrarse el nombre de Bernardo Riquelme, que conoció a Miranda probablemente en el mes de octubre de 1798, meses después que Caro abandonó Londres. Las informaciones entregadas por el cubano al Ministro español fueron hechas, además, con reserva y cautela, terminando por rechazar una entrevista con los agentes peninsulares. Don Bernardo ignoró absolutamente la traición de Caro, a quien debió conocer sólo por referencias de Miranda, ya que lo menciona junto a Bejarano en las “Memorias útiles para la historia de la Revolución Americana”. En cambio, no lo incluye entre las centellas lanzadas hacia América, para su liberación, por el Precursor124. 18. MUERTE DEL VIRREY El “insulto” padecido en la salud de don Ambrosio fue “una hemorragia, causada por la rotura de una arteria inmediata a la úlcera que tenía en la cabeza...”125. El 2 de febrero permitió que lo sacramentaran, acto que fue repetido el 15 del mismo mes. El 14 de marzo, presintiendo la cercanía de su muerte, procedió a otorgar su testamento. Donoso transcribe el siguiente comentario de un testigo que no individualiza: “Su fatiga era fuerte y tan continua, que en treinta y ocho días de enfermedad apenas ha podido dormir. Sus piernas, muslos y manos hinchadas, la úlcera en la cabeza muy extendida y el esputo teñido”126. 123 Diego Barros Arana: Historia.... Tomo VII, 2ª Ed., pp. 391 y 392. 124 Archivo de don Bernardo O’Higgins. Tomo 1, p. 29. Ernesto de la Cruz: ob. cit., p. 30. 125 Ricardo Donoso: El Marqués p. 411. 126 Ricardo Donoso: El Marqués p. 409. 58 E dición conmemorativa del B icentenario Ramón de Rozas, su asesor en Lima, el mejor calificado en la confianza de don Ambrosio y por quien el Virrey revelaba una gran amistad, dice en una carta que dirige a sus hijas, en Santiago: “Escribí a ustedes la noche del día en que murió el señor Virrey. No se lo que diría entonces, porque la cabeza no podía estar en aquel momento para nada. Creía enfermar por resultas de CUARENTA DIAS DE AFLICCIÓN I MALAS NOCHES...”127. En los 40 días de aflicción y malas noches se fue acentuando el irreversible proceso de decadencia física del enfermo que, a pesar de su extremo debilitamiento, seguía “despachando por sí mismo y firmando cuanto era menester, hasta la noche del 17 de marzo, la víspera de su muerte”128. En Lima, la muerte de D. Ambrosio moviliza todo el aparato ceremonial establecido para el sepelio de un Virrey, sin apartarse del ritual macabro de colgar su cadáver, y hacerle una suerte de autopsia, incluido el levantamiento del acta por el tanatólogo, después de embalsamar el cuerpo, etc. La curiosidad de don José Rodríguez Ballesteros nos ha dejado una información, que coincide con el protocolo del vaciamiento de las vísceras del difunto. Rodríguez sostiene que “Su cuerpo fue embalsamado y a cuantos concurrieron a presenciar la operación les sorprendió la extraordinaria grandeza de su corazón”. Para don Ricardo Donoso esta es una observación que equivale a descubrir un acertado símbolo de la personalidad del Virrey”129. “Al día siguiente, dice Gustavo Opazo, fue colocado, revestido con todos los paramentos de Virrey en el solio del Palacio. En esta situación estuvo tres días, exhibiéndose al público de Lima. Al tercer día, reunidas todas las autoridades en la Sala del Trono, con sus uniformes de gala, en el más profundo silencio, recibieron al Escribano Real, que venía a constatar oficialmente su muerte. “Un gentil hombre abrió de par en par la puerta principal de la Sala y con paso ceremonioso entró por ella el señor escribano don José de Herrera y Sematnat. Dirigiéndose hacia el Trono y acercándose al oído del cadáver le grito por tres veces: ¡Excelentísimo señor Marqués de Osorno!” Después de un rato se volvió al público y dijo: “Señores, no responde. ¡Falleció! ¡Falleció! Así quedó constancia de su fallecimiento, según el ritual de las Cortes, que se aplicaba a los Virreyes”130. Una vez cumplidos estos actos ceremoniales y con la pompa y honores usados en los pocos casos de muerte de Virreyes, se procedió a su entierro a los pies del Altar Mayor de la Catedral de Lima131. 127 Domingo Amunátegui Solar: Don José María de Rozas. Anales de la U. de Chile, p. 91. 128 Ricardo Donoso: El Marqués p. 409. 129 Ricardo Donoso: El Marqués p. 9. 130 Gustavo Opazo: Don Ambrosio O’Higgins Intimo, p 42. 131 Idem. 59 R evista L ibertador O’ higgins 60 E dición conmemorativa del B icentenario LOS ANTEPASADOS MATERNOS DEL LIBERTADOR O’HIGGINS Juan Guillermo Muñoz Correa En el apacible hogar chillanejo, formado por el capitán don Simón Riquelme y doña María Mercedes Meza, nacieron dos hijas: Lucía y María Isabel. La última habría de ser madre del Libertador don Bernardo O’Higgins. Eran aún muy pequeñas cuando, en marzo de 1758, perdieron a su madre, contrayendo su padre segundas nupcias doce años después. ¿Quiénes fueron sus abuelos y los abuelos de éstos? Es la pregunta que se ha tratado de responder en este trabajo, determinando en definitiva los antepasados del Libertador, viendo para cada uno de ellos algunos antecedentes de su vida en el contexto histórico en el que les correspondió vivir. Han sido agrupadas en once líneas agnaticias, fuera de la de O’Higgins, que partiendo del fundador de la familia señalan el miembro de cada generación hasta concluir en la dama que entronca con otra principal. Riquelme y Meza cuentan con seis generaciones, Bravo de Villalba con cuatro, Candia y Lagos con tres, Del Pino, Herrera, Toledo y Robles con dos, y Goycoechea y Opazo con una. La varonía del prócer corresponde a un alto funcionario público, nacido en Irlanda, y la de su madre a un conquistador, como también la de su abuela materna. Muchas son las ramas que se remontan a aquellos pobladores que construyeron el reino de Chile a lo largo del siglo XVI y a las mujeres que los acompañaron en la empresa, no estando ausentes algunas indígenas que vinculan al héroe con la ancestral sangre araucana. La revisión en diversos archivos ha permitido allegar nueva y valiosa información a la ya conocida, quedando siempre algunos vacíos o dudas por resolver, pues a lo largo de los siglos mucha documentación se ha perdido y otra mal clasificada dificulta su acceso. De tres damas no se pudieron establecer sus padres, como de algunos varones sus mujeres, españolas, criollas o indígenas que la historia no ha consignado y cuyos nombres tal vez ya sea imposible conocer o esperan en documentos dormidos su descubrimiento. Los descendientes se desenvolvieron en el ámbito provinciano, sirviendo en la guerra de Arauco y en las milicias, dedicados a las labores agroganaderas, encomenderos y estancieros que combinaban sus actividades económicas con el servicio público en los cargos de corregidores y en los del cabildo. A ellos se agrega uno solo venido a Chile en el siglo XVII, el capitán Bernardo Goycoechea. 61 R evista L ibertador O’ higgins O’HIGGINS1 I. SHEAN DUFF O’HIGGINS Nacido en Sligo, Irlanda, a fines del siglo XV. Fue barón de Ballenary y descendía de la Casa de O’Neil, y su esposa de la de O’Connor. Su hijo: II. ROGER O’HIGGINS Squirre de Balienary. Contrajo matrimonio con Margarel Breham (o Brehon). Sus hijos: 1. Charles (sigue en III) 2. Abuelo (cuyo nombre desconocemos) de Demetrio O’Higgins, alférez del regimiento de Irlanda en España, 1782, y su teniente dos años después. En 1789 pasó al Real Cuerpo de Guardias de Corps, donde permaneció hasta que en 1796 le llamó a su lado el virrey del Perú, tío suyo. Al año siguiente era comandante de la Guardia Virreinal y coronel comandante del regimiento Dragones de la Reina Luisa. Durante doce años, 1799-1811, ocupó el cargo de intendente de Huamanga. El año 1812 viajó a España y allí murió en 1816. Casó con doña Mariana de Echeverría y Santiago de Ulloa, sin descendencia. III. CHARLES O’HIGGINS Squirre de Balienary. Se trasladó con su familia a Summerhili, en el condado de Meath. Contrajo matrimonio con Margaret O’Higgins, hija de Williams O’Higgins de Lancarough Bardwe y de Winifred O’Fallon. Sus hijos: 1. Ambrosio (sigue en IV). 2. Michael, padre de: 1) Thomas, pasó al Perú y más tarde a Cádiz. Falleció el 19 de septiembre de 1800. Se ha seguido en esta filiación el trabajo de don Rafael Reyes Reyes “Linajes del General Bemardo O’Higgins”, publicado en Revista de Estudios Históricos Nº23, quien realizó un exhaustivo estudio historiográfico, compulsando entre otras las obras de Vicuña Mackenna, Donoso, Espejo, Eyzaguirre y Opazo. 2) Ambrose, pasó a América por 1824. En 1840 se le daba por muerto. 1 Se ha seguido en esta filiación el trabajo de don Rafael Reyes Reyes “Linajes del General Bernardo O’Higgins”, publicado en Revista de Estudios Históricos Nº23, quien realizó un exhaustivo estudio historiográfico, compulsando entre otras las obras de Vicuña Mackenna, Donoso, Espejo, Eyzaguirre y Opazo. 62 E dición conmemorativa del B icentenario 3) Charles, con descendencia muy empobrecida en Summerhill, que recibió algunos legados de su tío Ambrosio. 4) Peter, cadete del regimiento de Irlanda, fallecido joven. 3. Thomas, casó con Agnes Welch (o Walsh), padres de: 1) William, militar. 2) Charles, en Chile fue teniente de granaderos y capitán graduado en 1803. 3) Thomas, nació en Irlanda en 1773. Soldado del regimiento de Irlanda. En Chile fue capitán de Dragones de la Frontera en 1795. Luego de una estadía en Lima pasó a España en 1799, volviendo más tarde a Chile. En 1804 fue gobernador interino de las islas y presidió de Juan Fernández, se inclinó por la causa patriota de la Independencia y en 1811 fue ascendido a sargento mayor del ejército y nombrado gobernador de La Serena y puerto de Coquimbo. En 1822, alcalde de Santiago. Por muerte de los demás herederos quedó único de los bienes del virrey, entre los que estaban una hacienda en Cauquenes, otra en Puchacay y la isla Quiriquina que vendió en 1826. Falleció en 1827. Casó en 1807 con doña Josefa de Aldunate Larraín, hija de don Juan Miguel y doña Ana María, sin descendencia. 4) Patrick, subteniente del regimiento de Irlanda, murió en el asalto de Figueras. 4. William, venido a América en 1753, comerciante en Asunción, Paraguay, falleció en 1772. Casó con doña Bernardina Franco Torres, padres de: 1) María Joaquina, casó con Francisco de Avezada, con descendencia. 2) Matías, sacerdote. 3) Lorenzo, casó con doña Juana de Gamarra y Domínguez Yegros. 4) Blas, casó con doña Juana Pabla del Portillo, con descendencia. IV.AMBROSIO O’HIGGINS Nació en la villa de Ballenary, condado de Sligo, diócesis de Elphininse, Irlanda, el año 1722. Pasó a España, donde en 1751 era empleado en una casa comercial de Cádiz. Pasó a América en 1756, estuvo en Asunción, Buenos Aires y Santiago y en 1760 se encontraba en Cádiz, por asuntos comerciales. El 20 de noviembre de 1761 fue designado ingeniero delineador. Volvió a Chile en 1763, donde actuó con don Juan Garland en la fortificación de la plaza de Valdivia. Trabajó en la construcción de refugios cordilleranos y en 1766 volvió a viajar a España, para retornar luego a nuestro país. El año 1785 compró la hacienda Las Canteras, próxima a Los Ángeles, con 16.689 cuadras, y la Isla Quiriquina; al año siguiente la estancia Tembladerillas 63 R evista L ibertador O’ higgins o Pajonales en el corregimiento de Cauquenes, con 1.070 cuadras; y, en remate público, Quinel en el partido de Puchacay. Fue maestre de campo general y gobernador interino de Concepción en 1776, brigadier general en 1783, gobernador intendente de Concepción en 1786, gobernador del reino de Chile de 1788 a 1795, año en que fundó Osorno, y virrey del Perú de 1796 a 1801. Falleció el 18 de marzo de 1801. Desde 1795 fue barón de Ballenary y desde 1796 Marqués de Osorno. Con doña Isabel Riquelme fue padre en 1778 de Bernardo, que sería el Libertador de Chile en el proceso de emancipación de los pueblos americanos de su metrópoli peninsular (ver familia Riquelme de la Barrera). RIQUELME DE LA BARRERA2 I. FRANCISCO RIQUELME DE LA BARRERA Nació en Sevilla en 1550, pasando al reino de Chile a los veinte años, sirviendo en la guerra por más de cuarenta años. Fue vecino fundador de Chillán en 1580, capitán en 1608, alcalde en 1620. Fue administrador de las Bulas de la Santa Cruzada en Chillán, razón por la que aparece efectuando un pago de 292 pesos y seis reales el 26 de marzo de 1623. Falleció antes de 1627. Contrajo matrimonio en Chillán por 1593 con doña Leonor de Toledo, nacida en Angol por 1577, hija legítima de don Alonso de Toledo y de doña Isabel de Alfaro (ver familia Toledo). Sus hijos: 1. Alonso (sigue en II). 2. Francisco, licenciado, cura doctrinero de Malloa en 1661, de la catedral de Concepción y visitador general de ese obispado. Dueño de la estancia de San Antonio de Puchacay. Falleció en Concepción en 1686, bajo disposición testamentaria otorgada el 4 de abril de 1681. Varios tratadistas de esta familia señalan que era pariente del maestre de campo don Gaspar de la Barrera. II. ALONSO RIQUELME DE LA BARRERA TOLEDO Capitán, nacido en Chillán en 1595, heredó allí tierras, dedicadas principalmente a la ganadería. En 1657 Juan de Vilches le debía 350 ovejas y el padre Córdova 2 Para esta familia se recopilaron antecedentes en las colecciones de Real Audiencia, Notarial de Chillán, Capitanía General y archivos parroquiales. En algunos trabajos genealógicos se señala que el fundador era pariente directo del conquistador Gaspar de la Barrera, de la Casa de los Duques de Arcos. En la tercera generación se da un primer entronque con la familia Meza, lo que la hace aparecer dos veces en la genealogía del Libertador. 64 E dición conmemorativa del B icentenario otras cuatrocientas. En esa fecha don Francisco de Pineda Bascuñán le debía 816 pesos. Militó en la guerra de Arauco. Fue alcalde de primer voto en Chillán los años 1640, 1644 y 1650. Después de la destrucción de esa ciudad en 1655 se trasladó a Santiago, donde testó el 30 de enero de 1657, ante Rodrigo Chacón. Dejó por sus albaceas a su hermano Francisco, a don Pedro Lillo, al maestre de campo don Gerónimo Chirinos y a su esposa. Dejó legados de indios al licenciado Francisco Riquelme y a sus hijas Javiera y Andrea y mulatillos a Sebastiana y a Melchora. Contrajo primer matrimonio con doña Melchora Robles, hija legítima de don Alonso de Candia y de doña Catalina de Robles (ver familia Candia), y segundo con doña María de Cabrera, hija de don Miguel Jerónimo Venegas de Toledo y de doña María de Cabrera. Doña María de Cabrera fue tenedora de bienes de su marido. Viuda puso parte de sus bienes a censo. Casó en segundas nupcias con el capitán don Ramón Toro Mazotte. De su primera mujer quedaron seis hijos y dos de la segunda, a los que en su testamento apellida Riquelme de la Barrera, Robles y Cabrera, pero que no aparecen en uso en otros documentos. Ellos fueron: 1. Alonso. Natural de Chillán, 1639, sargento mayor, alcalde de Chillán en 1670, fallecido después de 1680. Casó con doña Paula Gajardo Fernández de Soto, también llamada Paula de Sierra, hija de don Juan y doña Paula, con descendencia. 2. Francisco. Nacido en 1640 y bautizado en 1643, Chillán, capitán agrimensor general 1685. Casó con doña Ana Zavala Camilo, hija de don Antonio y doña Magdalena, de la doctrina de Malloa en Colchagua, con descendencia. 3. Catalina, casó con el capitán Juan de Humaña, con descendencia. 4. Pedro (sigue en III). 5. Melchora, compró unas casas en Santiago el 15 de enero de 1687 en 450 pesos. Falleció antes de 1712. Casó con el capitán Victorino Gallegos de Rubias (hijo de Juan, agraciado con 600 cuadras en Palpal), vecino de Chillán, con descendencia en esa ciudad. 6. Sebastiana, casó con don José Román Centeno, dueño de la estancia Pelequén, con descendencia en Malloa. 7. Javiera, apellidada de Cabrera por su padre. 8. Andrea, dotada el 22.6.1673 con 6.398 pesos en propiedades, esclavos, censos y muebles, casó con don Nicolás Donoso Alarcón, hijo de don Francisco y doña María, quien le dio otros mil pesos en arras. Se adjudicó la estancia de Santa Cruz de Unco con 3.700 cuadras y viñas en remate de los bienes de su marido por corridos de un censo, vendiendo para ello a algunos de sus esclavos. Testó en Santiago el 6.4.1715, con descendencia. 65 R evista L ibertador O’ higgins III. PEDRO RIQUELME DE LA BARRERA ROBLES Nació en Chillán en 1654. Militar reformado toda su vida y capitán en 1724. Dueño de la estancia Palpal, junto al estero de su nombre, a seis leguas de Chillán. Contrajo matrimonio con doña Inés de Mesa Herrera, nacida en Chillán, hija legítima de don Juan de Mesa y de doña Juana de Herrera (ver familia Meza). Sus hijos: 1. Pedro, nacido en Chillán en 1678, capitán en 1718, alcalde de Chillán en 1729, testó dejando por albacea a don José Godoy y falleció el 22 de abril de 1744. Casó con doña Martina Oyarzún y Díaz de Moncada, fallecida en Chillán en 1771, con descendencia. 2. Diego (sigue en IV). 3. Juan, bautizado en Chillán en 1680, capitán en 1722, fallecido el 14 de octubre de 1745. Casó con doña Baltasara Canales de la Cerda Sepúlveda, con descendencia. 4. Gabriel, nace por 1676, capitán en 1721, alcalde de Chillán en 1729, maestre de campo, fallece el 17.3.1757. Casó en primeras nupcias con doña María Rosa Hernández y en segundas con doña Narcisa Fonseca-Lobo Castro, y en terceras con Rafaela Rivas, con descendencia de las dos primeras. 5. María, casó primero con Gaspar de los Reyes y segundo en febrero de 1720 con don Gerónimo de Pietas Garcés, con descendencia. 6. Pablo, capitán en 1725, alcalde de Chillán en 1738, maestre de campo en 1742, es enterrado el 28 de septiembre de 1751. Casó primero con doña Josefa Goycoechea del Pino, nacida en 1703 y fallecida en noviembre de 1743 y segundo con doña Jerónima Canales de la Cerda Fonseca-Lobo, que falleció en marzo de 1756, con descendencia. 7. Francisco, alcalde de vecinos de Chillán en 1727, maestre de campo, casó primero con doña Baltasara Garrido y segundo con doña Margarita Venegas, con descendencia de ambas. 8. Aldonza, casó con el capitán Juan de Elgueta Santa Cruz, hijo de don Juan y doña Juana, alcalde de Chillán en 1719, con descendencia. 9. Pabla, nacida en Chillán en 1685, casó con don Nicolás de la Rosa. IV.DIEGO RIQUELME DE LA BARRERA MEZA Nació en Chillán en 1690, capitán, maestre de campo en 1742, trabajó su estancia de Palpal. Fue regidor de Chillán en 1726, alcalde de moradores en 1740. Falleció el 8 de septiembre de 1750. Contrajo matrimonio con doña Juana Luisa Goycoechea del Pino, hija legítima de Bernardo de Goycoechea y de doña María del Pino (ver familia Goycoechea). Falleció doña Luisa el 4 de junio de 1738, siendo enterrada en la iglesia de la Compañía de Chillán, había nombrado a su marido por albacea. 66 E dición conmemorativa del B icentenario Sus hijos: 1. Simón José (sigue en V). 2. Fernando, bautizado en Chillán en 1725, fue capitán. Casó con doña Teresa Acuña Carrasco, hija legítima de don Carlos y de doña Catalina, con descendencia radicada en Nirivilo, Maute. 3. Rosa, bautizada en 1738, casó el 26.7.1773 con don Pablo Sotomayor Molina. 4. Josefa, bautizada en 1723, casó el 3.10.1742 con don Alejo Zapata Sanhueza. 5. Pastora, bautizada en 1729, casó en Chillán en 1751 con don Gregorio de Acuña Sepúlveda, hijo de don Fernando y doña Narcisa. 6. María Inés, bautizada en 1720, casó con don Lorenzo Rodríguez, fallecido en abril de 1758. 7. Juan Antonio, bautizado en octubre de 1726, regidor de Chillán. 8. Santiago, bautizado en enero de 1738. 9. José María, nacido en 1735, capitán, alcalde de Perquilauquén en 1774, fallecido en Chillán 1.9.1808, casó en 1775 con doña Josefa de Acuña Ulloa. 10. Loreto, nacida en 1737 y fallecida en mayo de 1798, casó con don Francisco Javier Riquelme Hernández, hijo de don Gabriel y doña Rosa. 11. Ignacio Santiago, bautizado en 1733. Fue padre con María de la Jara de: 12) Mariano, que contrae matrimonio en Chillán en 1764 con Magdalena; y con otra dama de: 13) Pedro José, que casó en Chillán el 2 de septiembre de 1760 con Francisca Guzmán Chaves. V. SIMÓN JOSÉ RIQUELME DE LA BARRERA GOYCOECHEA Fue bautizado en Chillán el 7 de noviembre de 1729. Heredó trescientas cuadras en la estancia de Palpal, que deslindaban por el norte con las de don Manuel y por el sur con las de don Apolinario de Puga Figueroa. Remató la recaudación del diezmo de Arauco en 1758. Fue capitán de caballería, alférez real de Chillán en 1758, su regidor en 1771 y alcalde de vecinos en 1780. Falleció en 1801. Contrajo primer matrimonio con doña María Mercedes de Meza Ulloa, fallecida el 6 de marzo de 1758, hija de don José Fermín de Meza y de doña Agustina Ulloa (ver familia Meza). Contrajo segundo matrimonio el 24 de julio de 1770 con doña Manuela Vargas Machuca y del Bao, hija de don Julián y de doña María Rita. Hijos del primero: 67 R evista L ibertador O’ higgins 1. Lucía, casó en Chillán 27.11.1796 con don Gaspar Flores Vivanco, hijo de don Ignacio y doña Eugenia, fallecido 23.12.1807. Sus hijos: 1) Dolores, vecina de Santiago en 1823, 2) Juan, 3) Javiera, fallecida Parral 1848, casó con el capitán Domingo Urrutia Vivanco, ayudante del Libertador, en 1876 general de división, con descendencia. 2. María Isabel (sigue en VI). Del segundo matrimonio: 3. Manuel, bautizado en Chillán en 1772, general de ejército, casó en Los Ángeles 19.4.1813 con doña María del Carmen del Río Mier, fallece en Concepción bajo disposición testamentaria 4.10.1857. Sus hijos: 1) Isabel, 2) José, 3) Mercedes, 4) Ciorinda casó con don José María de la Maza Mier. 4. Gregorio, nacido en 1773, casó con doña Luisa Sepúlveda, su hijo Pedro, nacido en 1796. 5. Petronila, casó con don Tomás García. 6. Estanislao, casó con doña Carmen Stuardo. 7. Francisco Javier, bautizado en Chillán el 28.10.1780, con sucesión unida a Meza. 8. Antonia, casó con don Luis Rodríguez Arriagada, con descendencia. 9. Manuela, casó con don José Ruiz de Berecedo López del Alcázar, sus hijos: 1) Gaspar, 2) Carmen, 3) Mercedes, 4) Ignacio, 5) Antonio y 6) Petronila. 10.Simón, bautizado en Los Ángeles en 1786, se radicó en Curicó en 1818, testó en 1848 y falleció el 5 de julio de 1854. Casó con doña Fermina de Roa y Burgoa, con descendencia. Con doña Rosa de Acuña tuvieron por hijo a 11.Pedro, casó en Chillán en 1797 con doña Juana García de Lamas y San Martín, con descendencia. VI. MARÍA ISABEL RIQUELME MEZA Fue bautizada en Chillán de un año de edad el 19 de agosto de 1759, habiendo ya fallecido su madre. Murió en Lima el 21 de abril de 1839. En 1778 tuvo su primer hijo, Bernardo, con don Ambrosio O’Higgins (ver familia O’Higgins). Contrajo matrimonio el primero de junio de 1780 con don Félix Rodríguez Rojas, viudo de doña María Pascuala Zenteno Zavala, nacido en 1740, hijo legítimo de don Marcos Rodríguez Arambie y de doña Agustina de Rojas Morales de Albornoz, había sido alguacil mayor de Mendoza y se dedicaba a actividades agrarias. Falleció en Chillán en 1782. Fueron padres de doña Rosa, quien acompañó a su hermano Bernardo hasta su muerte, siendo su albacea y tenedora de bienes. Falleció en Lima el 17 de diciembre de 1850. 68 E dición conmemorativa del B icentenario Con don Manuel de Puga y Figueroa fueron padres en 1793 de doña Nieves, casada en Concepción el 31 de mayo de 1808 con don Juan Agustín Borne Anderson, natural de Sterling, hijo de David y Margarita, con descendencia. MEZA3 I. ESTEBAN HERNANDEZ DE CONTRERAS Hay datos de, su presencia en Chile desde 1556, año en que vivía en Santiago. Hay referencias de que se desempeñaba como comerciante. En 1569 cobró veinte pesos en la Caja Real por cierta ropa que había vendido para proveer a los soldados que iban a la guerra de Arauco. En algunas libranzas de pago es anotado como Esteban de Contreras. Tenía solar en la traza de Santiago. Falleció entre 1589 y 1590. Casó con Magdalena Leonor de Mesa, hija del conquistador Juan de Mesa, quien vino a Chile en 1543; en 1565 vivía en Santiago en el solar otorgado por merced que había solicitado al cabildo en el año 1558. Era viuda del herrero Andrés Esteban, quien por 1568 había comprado elementos de fragua. Sus hijos: 1. Andrés (sigue en 11). 2. Bartolomé Esteban nació en 1576, casó con doña Baltasara de los Reyes, con descendencia en Santiago con los apellidos Meza y Contreras. 3. Gerónima casó en 1618 con Pedro Ramiriáñez. 4. Catalina casó en 1592 con Antonio de Guillonda. 5. Leonor casó con Andrés Jiménez Mazuelas. 6. Mariana casó con Lope de Castro. II. ANDRES DE CONTRERAS Fue bautizado en Santiago en 1568, militó en Arauco, capitán, pasó a radicarse a Chillán, donde tuvo solar y casa, ocupando el cargo de alcalde ordinario. Desarrolló actividades agrarias en su estancia de Queupín, de quinientas cuadras de tierra, con vacunos, ovejas y once mil plantas de viña, iglesia, molino y casa 3 De Juan de Meza, Thayer en Fornoción de la Sociedad Chilena y censo de la Población de Chile en los años de 1540 a 1565, señala que pudo ser mestizo, nacido en Indias. Esto no sería raro dado que su llegada a Chile. 1543, es medio siglo posterior al descubrimiento de América. Con seguridad era rnestiza su hija Magdalena, como también Juana Gómez de Yévenes, suegra de II Andrés de Contreras Meza. En la generación VI, en el matrimonio de Fermín el 8.8.1738 se lo dice hijo de José Meza y de Ana Bravo. Puede ser que su padre se llamara Juan José, hermano de otro de nombre Juan, al que se le han atribuido dos matrimonios, uno con Josefa Opazo y otro con Juana Bravo y que éste sólo sea efectivamente esposo de la Opazo y el llamado José lo sea en otras Juan José y que Juana y Ana Bravo sean una sola persona. Llama la atención que entre los supuestos hijos de los dos hermanos casados con Bravo se repiten varios nombres. Sea cual sea la verdad, los abuelos son los mismos, y por lo tanto la filiación se puede continuar igual en ambos casos. Como doña Antonia menciona por padres a José Amador Ulloa Cabrera y a María Palma creemos que son los mismos de la primera esposa de don Fermín, que es la antepasado del Libertador. 69 R evista L ibertador O’ higgins de adobes de cienpies. En 1624 impuso un censo con 286 pesos de principal, sobre sus bienes. Testó el 27 de agosto de 1635, en Chillán, donde falleció. Casó con doña María de Contreras, dueíla de Coipin, dedicada a la crianza de ganado y a la siembra de trigo y maíz. Sabía firmar, falleció en 1646, dejando a algunos de sus hijos aún menores de edad. Era hija legítima de Juan de Contreras. Este Conquistador había nacido en 1529. Luego de una permanencia en Santiago pasó en el año 1561 a la conquista de Cuyo, circunstancia en la que puede haber conocido al que sería su suegro. Fundada la ciudad de Mendoza, fue su escribano público y de cabildo hasta 1578. Llegó a ser regidor en los años 1574 y 1583. Ya había fallecido en 1591. Su venida a Chile puede haberse debido a que habría sido partidario de Pizarro en las revueltas del Perú, y como tal desterrado a España con pérdida de sus bienes. Muchos de ellos consiguieron que se les conmutara la pena a cambio de su venida a Chile, y otros, simplemente se fugaron, viniéndose a nuestro país. Su madre, la mestiza Juana Gómez de Yévenes, era hija de Juan Gómez de Yévenes, quien había nacido en 1508, y venido a Chile en 1540, siendo doce años más tarde vecino de Imperial. Luego de una corta estadía en Santiago se fue a la provincia de Cuyo en 1561, donde tuvo una encomienda de indios desde el año siguiente hasta el de su muerte. Fue regidor del cabildo de San Juan en 1573 y falleció al año siguiente. Juan de Contreras y Juana Gómez también fueron padres de doña Leonor de Contreras que casó con Juan de Lagos Maldonado (ver familia Lagos), pues en un pleito en 1646 es llamado cuñado de doña María de Contreras. De sus hijos: 1. Diego (sigue en 111). 2. María casó con don Diego de Castro-Castilla Gutiérrez, hijo del sevillano don Luis y doña Beatriz, con descendencia. 3. Andrés, en 1646 administraba los bienes de su madre, en 1673 ya había fallecido, con descendencia. 4. Francisco, bautizado en 1621, vecino de Chillán, teniente en 1671 y capitán en 1719. Casó con doña Juana Henríquez, con descendencia. 5. Esteban, tuvo sementeras en Queupín, difunto en 1673. Casó con doña Isabel Godoy-Figueroa Toledo, hija de don Juan Bautista y de doña Beatriz, con descendencia. III. DIEGO DE MESA Y CONTRERAS Nació en Chillán. Fue alférez real, dueño de un molino. Murió en el alzamiento general de los indios en 1655. Casó con doña Ana Ortiz de Valdivia, descendiente de Antonio Ortiz de Valdivia, regidor del cabildo de Chillán, firma como tal el 8 de abril de 1634 y 5 de enero de 1650. 70 E dición conmemorativa del B icentenario Sus hijos: 1. Diego, alférez real de Chillán. Casó con doña Leonor de Villalobos Donoso, hija legítima de don Domingo y doña Inés, con descendencia. 2. Juan (sigue en IV). 3. Bartolomé, capitán, tesorero de Cruzada en Maule. Casó con doña Constanza Opazo Amaya, hija legítima del gallego Domingo Lorenzo y de doña Leonor, dueños de la estancia San José de Lagunillas, con descendencia natural. 4. María, en Chillán en 1663, madrina de Nicolás de Meza Opazo en 1703. IV.JUAN DE MESA VALDIVIA Nacio en Chillán, capitán en 1663. Casó con doña Juana de Herrera Opazo, hija legítima de don Marcos de Herrera Cetina y doña Isabel Opazo (ver familia Herrera). Sus hijos: 1. Inés, casó con don Pedro Riquelme de la Barrera Robles (ver familia Riquelme de la Barrera). 2. Juan (sigue en V). 3. José nació en Chillán. alférez en 1673, capitán en 1693. Casó con doña Ana Bravo De Villalba, los que serían padres de José Fermin Meza Bravo, según su partida matrimonial de ocho de agosto de 1738. V. JUAN DE MESA HERRERA CETINA Fue vecino de San Bartolomé de Gamboa, Chillán, ciudad donde había nacido. Capitán, dueño de tierras en el valle de Perquilauquén. Casó primero con doña Josefa de Opazo Castro, hija legítima de Antonio Lorenzo de Opazo Fernández de Villalobos, bautizado en Name en 1665, corregidor de Maule en 1707, y Josefa de Castro Núfíez de Céspedes. Casó por segunda vez con doña Juana Bravo de Villalba Correa, hija legítima de don Juan Bravo de Villalba y doña Inés Correa (ver familia Bravo de Villalba). Fue enterrada en Chillán, habiendo testado, el 3 de septiembre de 1737. Sus hijos del primero: 1. Josefa, nació en diciembre de 1701, fue bautizada el 3.5.1703 en Unihue. Dueña de tierras en Truquilemu, Name, casó con el capitán don Jacinto de la Vega Montero de Amaya, nacido en Concepción en 1694, hijo de don Alejo y de doña Josefa. Falleció el 6.3.1780, habiendo testado el 28.8.1777, dejando descendencia. 2. Nicolás, bautizado en Unihue el 4.10.1703. Comisario de Maule. En 1740 arrendó la estancia Nibue a los franciscanos, comprándola posteriomente. 71 R evista L ibertador O’ higgins En estas tierras y en La Bodega, tuvo viñas, molino y curtiembre. Testó el 9.4.1775. Casó con doña María Josefa Pinochet de la Vega, hija legítima de don Guillermo, fundador de su familia en Chile, y de doña Ursula, con descendencia. 3. Antonio, bautizado en Unihue 3.5.1703. 4. Tomás, en Chillán en 1787. Del segundo: 5. Lucas, nombre que se repite también entre los hijos de don José y doña Ana Bravo. Nació en Perquilauquén en 1722. Dueño de la estancia Pullaully, en la costa de Maute. Falleció en Cauquenes el 1.6.1772. Casó en Name el 28.3.1751, con doña Manuela Pinochet de la Vega, nacida en Chanco en 1733, y fallecida el 13.8.1768, hija del francés don Guillermo y de doña Ursula, con descendencia. Contrajo segundo matrimonio en Cauquenes el 15.8.1770, con doña Feliciana Navarrete Olmedo, hija de don José y doña Tomasa, sin descendencia. 6. Fermín (sigue en VI). 7. Juan José, nacido en Perquilauquén, casó el 3.12.1742 con doña Agustina de Guzmán Palma, hija de don Juan y de doña Juana, con descendencia. 8. Rosa, casó con don Francisco Troncoso. VI.FERMIN DE MEZA BRAVO DE VILLALBA Nació en Chillán, ciudad de la que fue alcalde. Capitán y maestre de campo. Remató la recaudación de los diezmos del partido de Itata para los años de 1755 en 3.440 pesos y 1756 en 3.550. El obispo de Concepción don José de Toro Zanbrano le fio en una oportunidad una partida de ponchos evaluados en 179 pesos, cantidad que se suma a la parte correspondiente a la cuarta episcopal del diezmo, que por su fallecimiento no alcanzó a pagar don Fermín. Doña Antonia, su viuda, efectuó por esto varios pagos en dinero y en especie, sumados al que por ella hizo su yerno don Simón Riquelme, superaron en mucho lo adeudado, por lo que debió sostener un pleito en el año 1770 con don Mateo de Toro y Zambrano, en cuyo poder paraban los bienes del obispo. Don Fermín también había prestado más de 700 pesos a tres vecinos de Chillán, cuyos pagarés traspasó a don Juan Antonio Hernández, cuya viuda, doña Rosa del Pino, años más tarde exige a la de don Fermín que le pague, pidiendo que entretanto se embarguen unos cuartos que doña Antonia alquilaba en su casa. En este pleito fue representada por el doctor don Ramón Martínez de Rozas, quien consiguió para ella juicio favorable. Contrajo primer matrimonio con doña Agustina de Ulloa, y segundo en Chillán el ocho de agosto de 1738 con doña Antonia de Ulloa, falleciendo en 1756. Fue su padre don José Anwdor de Ulloa y Cabrera, fallecido antes de 1744 y doña María Palma, nacida en Chillán, donde falleció el primero de abril de 1744, habiendo testado dejando por albaceas a su yerno don Alejo Sepúlveda y a don Carlos Sepúlveda. 72 E dición conmemorativa del B icentenario Sus hijos del primero: 1. María Mercedes, casó con don Simón José Riquelme Goycoechea (ver familia Riquelme). 2. Fermina casó en Chillán el 16.12.1767 con don José María Soto Aguilar y Ayarza, hijo de don Fernando y de doña Mercedes. Del segundo: 3. María Manuela, bautizada en Chillán, 12.10.1743, fallecida allí 21.11.1774, casó en Chillán, 8.6.1769, con el maestre de campo don Victorino Sotomayor Molina, hijo de don Carlos y de doña Teresa. 4. Juliana, bautizada en Chillán, 26.6.1744. 5. María Josefa, bautizada en Chillán, 8.9.1745. 6. Juan Manuel, bautizado el 6.10.1747, fallecido antes de 1776. 7. Fermín, bautizado en Chillán, 2.11.1750. 8. María Dorotea, nació en 1.1.1750, bautizada 4.1.1752, fallecida 30.10.1774. GOYCOECHEA4 I. BERNARDO DE GOYCOECHEA Vasco, venido a Chile por 1670. Capitán. Fue regidor en el cabildo de Concepción, trasladando más tarde su vecindad a la ciudad de Chillán. En la elección efectuada en el cabildo de Chillán en enero de 1699, salió elegido de alcalde ordinario de moradores, cargo que debía servir por primera vez. Un grupo de electores objetó que no podía serlo por no haber sido nunca regidor, lo cual era cierto sólo en cuanto al cabildo chillanejo, pues lo había sido en otro cabildo. El pleito se complicó porque el corregidor tomó activo partido por el bando contrario, habiéndose incluso negado el derecho a voto a don Juan de Godoy Figueroa, alcalde anterior, y a don Agustín de Contreras, regidor, fervientes partidarios de Goycoechea. El caso terminó en los estrados de la Real Audiencia, declarando los oidores en junio de 1699 por nula la elección y restituyendo al capitán Bernardo de Goycoechea la vara de alcalde de moradores. Contrajo matrimonio con doña María del Pino Lagos, hija de don Martín del Pino y de doña María de Lagos Contreras (ver familia Del Pino). Sus hijos: 1. Juana Luisa, casó con el capitán Diego Riquelme de la Barrera Meza (ver familia Riquelme de la Barrera). 4 En los documentos que se han tenido a la vista el apellido aparece escrito de diferentes maneras, se ha optado por la forma en que él mismo lo pone en su firma que puede verse en el pleito de 1699 (Real Audiencia, vol. 551 pieza 3). No anteponía el don a su nombre, por lo que no debe haber sido hidalgo. 73 R evista L ibertador O’ higgins 2. Josefa, nació en 1703 y falleció en 1743, casó con el capitán Pa lo Riquelme de la Barrera Meza, hijo de don Pedro y doña Inés, con descendencia. 3. María Josefa, casó con don Diego García Maldonado, que fallece en Chillán en 1734. BRAVO DE VILLALBA5 I. HERNANDO BRAVO DE VILLALBA Hijo del bachiller Alonso González de Villalba, graduado en leyes en la Universidad de Salamanca, y de Teresa Gutiérrez de Peñafiel, y nieto del licenciado Miguel de Villalba. Fue bautizado en Villanueva de La Serena el 11 de agosto de 1527. Pasó a Indias en 1553, Nao de Mondragón. Vino a Chile con la familia de Pedro de Valdivia en 1555 en el navío La Concepción. Fue uno de los primeros abogados que vinieron a este país. Asesor del cabildo de Santiago en 1557 y luego del gobernador don García de Mendoza, corregidor de Santiago en 1563, 1566 y 1567; fiscal de la Real Audiencia de Concepción desde el 5 de julio de 1574, por título dado por el gobernador Bravo de Saravia por fallecimiento del fiscal Navia, hasta el 28 de junio de 1575 en que se suspendió el Tribunal, tenía un sueldo de tres mil pesos anuales. En 1577 fue corregidor de Valdivia; cayó prisionero y pereció a manos de los indios en la destrucción de esa ciudad en 1599. Dio poder para testar ante Peña el 12 de noviembre de 1565. Casó en España por 1550 con doña Leonor de Caravantes y Morales, hija de Cristóbal Ortiz y de doña Catalina de Caravantes, la que era natural de Villanueva de La Serena en Extremadura, que también lo fueron de doña Catalina Ortiz de Caravantes, que casó con el capitán Gaspar de Robles Calderón (ver familia Robles). Cristóbal Ortiz era hijo de Francisco Ortiz y de Leonor González de Gaete y hermano de doña Marina Ortiz de Gaete, la esposa de Pedro de Valdivia, con quien llegó a Chile en 1555. Militó en la conquista de México; en 1556 el cabildo de Santiago escribió a los de La Imperial y Valdivia una carta de recomendación a favor de Ortiz, lo que permite suponer que deseaba avecindarse en alguna de esas ciudades; sin embargo, un año más tarde solicitó un solar en la Cañada de Santiago, linde con el de doña Marina Ortiz de Gaete. Finalmente se radicó en Osorno, donde era alcalde ordinario en 1561 y regidor en 1567. El licenciado Bravo de Villalba contrajo segundo matrimonio con la heroína doña Mencía de los Nidos, viuda de Cristóbal Ruiz de la Rivera, nacida en 5 La segunda generación se entronca con doiia Beatriz, la cual usó su apellido también como Redondo. La filiación la tomamos de Thayer. En la tercera generación no se ha podido establecer la de doña Polonia de la Torre Almonacid. La familia Almonacid la fundó Juan de Almonacid, madrileño, hijo de Juan de Almonacid y de Aldonza Ruiz. Fue uno de los primeros siete soldados que partieron con Valdivia desde el Cuzco, encomendero en Villablanca, regidor en 1565 y tesorero real. Pereció ahogado en 1592. Tuvo doce hijos, de los cuales sólo cinco son conocidos. Abuelo de los cónyuges Alonso Ortega Almonacid y Leonor de la Torre Almonacid. Es evidentemente antepasado del Libertador, pero faltan las pruebas documentales. 74 E dición conmemorativa del B icentenario Cáceres, hija de don Francisco y de doña Beatriz Álvarez Copete, venida a Chile en 1544, en la que no dejó descendencia. Sus hijos: 1. Teresa, bautizada en Villanueva, casó con el capitán Mauricio de Naveda Vásquez, encomendero en Villarrica; hijo de don Juan y doña María, con descendencia. 2. Hernando, bautizado en Villanueva 9.12.1550. Fallecido niño. 3. Alonso, capitán, vecino de Santiago, casó con doña María de Arce, hija del capitán Toribio de Cuevas y de doña Catalina Redondo. Testó ante Toro Mazotte el 15 de marzo de 1600, con descendencia. 4. Fernando (sigue en II). 5. Diego. 6. Juan casó con doña Fabiana de Rojas Pliego, hija del capitán Diego y doña Isabel. Viuda casó con el capitán Antonio Galleguillos Villegas. 7. Manuel, dueño de tierras en Pelarco, Maule, con descendencia legítima. II. FERNANDO (HERNANDO) BRAVO DE VILLALBA Capitán, vecino encomendero de Valdivia, ciudad que abandonó luego de su destrucción. Se avecindó en Maule, donde recibió el 6 de diciembre de 1613 una merced de seiscientas cuadras de tierras en Ruñalón, Estero de los Puercos. En 1622 era vecino de Concepción. Contrajo matrimonio con doña Beatriz Arredondo, hija de Francisco Hernández Redondo (o de la Puente Redondo), nacido en 1521 y venido a Chile con don García de Mendoza, vecino de Valdivia, donde vivía en 1565 y de doña Inés de Guzmán, dos de cuyos hijos murieron a manos de los indios, uno en 1578 y otro en 1581. Sus hijos: 1. Fernando, nacido en Concepción, vecino de Rauquén en 1660, capitán en 1674. Casó con doña Isabel de la Cámara, hija de Antonio Méndez Pinel y de doña Francisca Malo de Molina, con descendencia. 2. Diego, vecino de Rauquén en 1660. casó con doña Magdalena de la Cámara, hermana de doña Isabel. 3. Juan (sigue en III). III. JUAN BRAVO DE VILLALBA ARREDONDO Nació en Concepción, trabajó su estancia de Quequel en Chillán. Murió en la guerra con los indios. Contrajo matrimonio con doña Polonia de la Torre Almonacid, natural de Concepción. 75 R evista L ibertador O’ higgins Sus hijos: 1. Alonso, capitán, vecino de Chillán, dueño de diez mil cuadras en Huechuquito, Perquilauquén. Sirvió cincuenta años en la guerra, asistiendo a poblar los fuertes de Purén, Imperial y Lincopé. Falleció después de 1719. Casó con doña Juana de Contreras Salazar, hija de don Agustín y de doña Marcela, con descendencia. 2. Juan (sigue en IV). 3. Beatriz. 4. Leonor. IV.JUAN BRAVO DE VILLALBA Y DE LA TORRE Nació en 1655, capitán, dueño de tierras en Huechuquito, vecino de Concepción en 1719. Contrajo matrimonio con doña Inés Correa. Sus hijos: 1. Juana, casó con Juan de Mesa Herrera (ver familia Meza). 2. Alvaro, nacido en Chillán, capitán, comisario, dueño de Hucchuquito, en Parral, falleció antes de 1745. Casó con doña Bernardina de Opazo Castro, hija del capitán don Juan y de doña Leonor, con descendencia. 3. Josefa, nacida en 1700 y fallecida en Chillán el 7.8.1729, casó con don José Correa. 4. Isabel, monja trinitaria. DEL PINO6 I. MARTÍN DEL PINO Nació en La Mancha, pasó a Chile donde participó en las guerras de Arauco, estando presente en las campañas de 1600. Capitán, se radicó en la ciudad de Chillán. Sus hijos: 1. Sebastián, heredero de San José de Robles. 2. Juan, con descendencia unida a Bascur. 3. Pedro, con descendencia en Córdoba de Tucumán. 4. Bartolina, casada con Martín de Lagos y Contreras. 5. Martín (sigue en II). 6 Roa en El Reyno de Chile, agrega entre los hijos a Benito, escribano de cabildo en Chillán en 1695. Opazo en Familias del antiguo Obispado de Concepción, no lo consigna, como tampoco a su yerno Martín de Lagos Contreras, cuya esposa falleció en Chillán 14.6.1740. Tampoco anota a Martín, aunque al poner a su hermana Bartolina agrega c.m.c. María de Lagos, por lo que debe tratarse de un error de imprenta. 76 E dición conmemorativa del B icentenario II. MARTÍN DEL PINO Fue vecino de Chillán. Obtuvo una encomienda de indios en 1698. Capitán, sirvió y peleó en el alzamiento indígena de 1655. Contrajo matrimonio con doña María de Lagos Contreras, hija de don Juan de Lagos y de doña Leonor de Contreras (ver familia Lagos). Su hija: 1. María, casó con el capitán Bernardo de Goycoechea (ver familia Goycoechea). CANDIA7 I. JUAN MARTÍN DE CANDIA Nacido en la isla de Candia, en el Mediterráneo oriental, en 1497 o en 1516, según declara en dos ocasiones. Vino con Pedro de Valdivia en 1540 a la conquista de Chile. Vecino de Los Confines en 1548, fundador de La Imperial, encomendero en 1556, en Angol en 1565 y en Chillán desde su fundación en 1580, ciudad de la que fue vecino encomendero y en la que aún residía en 1597. Fue casado, firmaba Martín de Candia. Testigo en La Imperial en 1558 en el proceso a Francisco de Villagra y en 1583 en la información de servicios de Pedro Gómez de las Montañas. Su hijo: II. MIGUEL DE CANDIA En Santiago en 1557, en Valdivia en 1565, encomendero de La Imperial en 1591, sucesor de su padre. Sus hijos: 1. Alonso, capitán, nació por 1572, vivo en 1669, casó con doña María de la Fuente Manrique de Lara, hija de don Alejo y de doña Petronila, con descendencia. 2. Martín, nacido por 1579, puede ser el suegro de Alonso de Herrera Celina, pues su esposa era sobrina de Alonso (ver familia Herrera). 3. Alejandro (sigue en III). III. ALEJANDRO DE CANDIA PROTAEDO Nacido por 1588, por lo que es poco probable que fuera hijo de Juan Martín, nacido por 1514 y por lo tanto hermano de Miguel, que lo era mucho antes de 1557. Capitán, vecino de Concepción en 1619, encomendero de Hualqui en 1629, vivo en 1640. 7 Alejandro de Candia es el que casado con doña Catalina de Robles, fueron padres de Melchora, y no Alonso de Candia, como se ha sostenido por diversos autores que han utilizado la obra de Opazo ya citada, en la que hay un error que es posiblemente de imprenta. Puede haber sido hijo del fundador cuando éste tenía ochenta años, como lo han filiado otros autores, pero es más probable que sea su nieto, según lo sugiere Thayer. 77 R evista L ibertador O’ higgins Contrajo matrimonio con doña Catalina de Robles, natural de Angol, hija del capitán Alonso de Robles, con quien pasó a radicarse en Chillán en 1602, y de doña Catalina Cancino (ver familia Robles). Sus hijos se apellidaron Candia, Creta, Robles y Cancino: 1. Melchora, casó con don Alonso Riquelme de la Barrera (ver familia Riquelme). 2. Catalina, casó con don Martín de Arandia. 3. Agustina, casó con don Gaspar López, con descendencia. 4. Lorenza, casó con don Juan Rubio Veloso, con descendencia. 5. Tomasa, casó con don Manuel Ochoa Gárnica. 6. Francisco. 7. Antonia, casó con don Laureano Vera. HERRERA8 I. ALONSO DE HERRERA Nació por 1584, militó en Chile en las campañas de 1600, capitán en 1640. Contrajo matrimonio con una sobrina del capitán Alonso de Candia (ver familia Candia). II. MARCOS DE HERRERA CETINA CANDIA Nació por 1619, militó en las campañas de 1655. Castellano de Catentoa en 1665, capitán. Tuvo una encomienda de indios. En 1685 era vecino de Chillán. Contrajo matrimonio con doña Isabel de Tronao (u Opazo de Amaya), nacida en Maule, hija de don Domingo Lorenzo y de doña Leonor de Amaya (ver familia Opazo). Sus hijos: 1. Luisa, nació en Chillán, casó con don Francisco Mardones Lagos, hijo de don Pedro y doña Juana, con descendencia. 2. Juana, casó con don Juan de Meza Ortiz de Valdivia (ver familia Meza). 3. Alonso, capitán, en Chillán en 1700. 4. Luciana, casó con don Domingo Gutiérrez de Arce, español, con descendencia. 8 A través de este linaje vuelve a entroncarse con los Candia Protaedo. Lo más probable es que el suegro de Alonso de Herrera sea Martín Candia. 78 E dición conmemorativa del B icentenario LAGOS9 I. GOME DE LAGOS Nacido en Villafranca de Maestrazgo de Santiago por 1523, hijo legítimo del hidalgo Gonzalo de Lagos, vecino de ese lugar, y de Isabel Sánchez. Pasó a Indias en el año 1546, y estaba en Panamá en 1547. Más tarde sirvió en Perú contra Gonzalo Pizarro, hallándose presente en la batalla de Jaquijahuana en 1548, participando también contra Hemández Girón en 1553. Desde Arica vino a Chile en compañía de don García Hurtado en 1557. Participó en la guerra de Arauco, actuó en Purén, Cañete, Lincoya y Mareguano y fue a Chiloé en la expedición de Ruiz de Gamboa. En Concepción fue alguacil mayor en 1558, corregidor en 1565, regidor en 1569 y 1571. Corregidor de Castro en 1568. Vecino de Caflete en 1563 y de La Imperial en 1576. Falleció en un naufragio, viajando a Valparaíso en el mes de julio de 1576. Su hijo: 1. Esteban (sigue en II). II. ESTEBAN DE LAGOS Nacido antes de 1546, probablemente en Jerez de la Frontera. Vino a Chile llamado por su padre. Capitán, participó en la guerra de Arauco. Estante en Santiago en 1574 y en Concepción en 1577. Vecino encomendero y fundador de Chillán en 1580. Fue regidor de su primer cabildo y en otros períodos. El 23 de julio de 1583 recibió merced de tierras en Chillán. Falleció antes de 1608. Casó por 1580 con Ana Maldonado, la que vivía en Chillán en 1614. Se presume que era hija del conquistador Arias Pardo Maldonado, nacido en Ledesma, Salamanca, en 1535, hijo del doctor Buendía. Pasó a Indias en 1550; peleó bajo el estandarte real en la batalla de Pucará contra Hemández Girón. Vino a Chile con don García de Hurtado y después de militar en la guerra de Arauco regresó al Perú por 1559; se embarcó de nuevo para Chile con el gobernador Villagra, quien lo nombró alférez general suyo en 1561. A consecuencia de la guerra quedó herido y paralítico. En 1563 fue nombrado alguacil mayor de la gobernación, y en 1575, corregidor de Villarrica, donde en 1586 aún era vecino y vivía en 1590. Había casado con doña Ana de Sarría, hija natural de Francisco de Villagra, gobernador de Chile y de Bernardina Vásquez de Tobar. 9 En esta familia se ha podido establecer la filiación de Leonor de Contreras c.c. III Juan de Lagos, gracias a que en un pleito sostenido por María de Contreras, c.c. 11 Andrés de Contreras Meza, señala que es cuñada de Lagos. Efectivamente entre los hijos de Juan Contreras y Juana Gómez se anota una Leonor en el libro de Thayer. El padre del fundador sería identificable con el que obtuvo ejecutoria de hidalguía en 1535. Este, a su vez, era hijo de Arias de Lagos, nacido en Medina de las Torres, 1460-90, casado en Villafranca de los Barros 1475-15 10. Pasó a Indias por 1530 y murió en el viaje de vuelta de 40 años, antes de 1535. Sus padres eran Gonzalo de Lagos y María González, nacido el primero en la Puebla de Sancho Pérez y avecindado en Medina de las Torres, donde fue mayordomo de la iglesia mayor, fallecido en la Puebla por 1508. (Datos proporcionados por don Carlos Ruiz, de acuerdo a sus investigaciones realizadas en España). 79 R evista L ibertador O’ higgins Francisco de Villagra nació en Santervas en 1511, hijo natural de Alvaro de Sarría, caballero de San Juan, hijo a su vez de un Villacreces y de Leonor Gómez de Sarría, y de Ana de Villagra, que lo era de Pedro de Villagra y de Isabel Mudarra. Vino a Indias en 1537 y a Chile en la expedición de Pedro de Valdivia en 1540. Fue vecino fundador de la ciudad de Santiago y su regidor en 1541, 1546 y 1547. Teniente General del reino de 1547 a 1549; descubridor de las provincias de Cuyo, 1551; mariscal de los reales ejércitos en 1554 y gobernador de Chile entre 1561 y 1563. Caballero de la Orden de Santiago. Sus hijos: 1. Diego, fallecido antes de 1617. 2. Gonzalo, nació en Chillán por 1586, capitán de Real Ejército. Regidor del cabildo de Chillán en 1621 y 1634, alcalde en 1623. Falleció por 1655. Casó con doña Juana de Marchán y Toledo, nacida en Chillán, hija legítima de don Francisco y de doña Isabel, con descendencia. 3. Pedro. 4. García, con descendencia. 5. Juan (sigue en III). 6. María, casó primero con don Alonso Guerrero Zambrano y segundo con don Agustín Hércules de la Bella. 7. Constanza, nacida en 1594, casó con don Juan López de Aguirre, regidor de Chillán 1614, con descendencia. 8. Inés casó con don Alonso de Herrera. III. JUAN DE LAGOS MALDONADO Bautizado en Chillán en 1585. Capitán soldado Arauco en 1602, recibió merced de tierras en Chillán en 1622, alcalde de Chillán en 1623. Falleció después de 1646. Contrajo matrimonio con doña Leonor de Contreras, hija de Juan de Contreras y de Juana Gómez (tratados en la familia Meza, generación II). Sus hijos: 1. Alejo, alférez en 1655, casado con doña Antonia Ramírez de León y Montaña, con descendencia. 2. Leonor, casada con don Luis Godoy Figueroa y Toledo, hijo de don Juan Bautista y doña Beatriz, con descendencia. 3. Juana, casada con don Pedro Mardones Valdivia, hijo de don Pedro y doña Francisca, con descendencia. 4. Tomás, casado con doña María Escobar, con descendencia. 5. Juan, alférez, con descendencia. 6. Martín, alcalde de Chillán en 1678. 7. María, casada con el capitán Martín del Pino (ver familia Del Pino). 80 E dición conmemorativa del B icentenario TOLEDO10 I. LUIS DE TOLEDO Su padre, Alonso de Toledo, pasó a Indias en 1539, desempeñándose como mercader en la ciudad de Los Reyes, Perú. Fue partidario de Gonzalo Pizarro en las contiendas de ese reino, siendo condenado a la pérdida de sus bienes y destierro, lo que no se llevó a efecto por su muerte. Era hijo de García de Toledo y de Inés de la Fuente. Su madre era doña Leonor de Toledo. Nació por 1517 en Sevilla, desde Perú vino a Chile en 1540 y asistió a las fundaciones de Santiago y La Serena. Fue vecino fundador y encomendero de Concepción, alférez real el año del repueble, 1555; regidor perpetuo del cabildo, que servía en 1569. Reemplazó durante seis meses al licenciado Bravo de Villalba en el cargo de corregidor de Valdivia. En 1561 se encontraba en España, y el 10 de octubre de ese año el rey le hizo merced de escudo de armas. Sostuvo juicio con Julián de Bastidas sobre mejor derecho a la encomienda de Guachumávida, que le había sido otorgada por don García de Mendoza en 1557 y retirada en 1559. Falleció entre 1579 y 1580. Contrajo matrimonio en 1554 con Isabel Mexta Navarrete, hija mestiza de un conquistador y viuda del piloto Francisco Rodríguez de Zamora, del que tuvo un hijo. Sus hijos: 1. Luis, nació en 1555, sargento mayor 1605, alcalde de Chillán en 1613, recibió varias mercedes de tierra. 2. Alonso (sigue en II). 3. Bernardina, casó con el capitán Gómez Bravo de Laguna, cautiva de los indios en 1599, con descendencia. 4. Ana María, muerta en 1599 en el sitio de Chillán a manos de los indios. 5. Aldonza, con igual muerte que la anterior. 6. Catalina, casó en Chillán con Pedro de las Roelas y Sandoval. 7. Agustín, clérigo de órdenes menores en 1598. 8. Isabel, nació por 1572, casó con el capitán Diego Arias. 9. Juan, nació en 1574, capitán, teniente de corregidor en Nancagua, casó con doña María de Sierra Ronquillo Cabrera, hija de don Juan y doña Isabel, con descendencia. 10Según Espejo en Nobiliario de la Capitanía General de Chile, Alonso de Toledo era hijo de García Álvarez de Toledo y de Inés de la Fuente, éste hijo de Alonso de Toledo y de Catalina de Salcedo, éste de Femando Álvares de Toledo, IV señor de Higares, hijo de García Álvarez de Toledo y de Leonor de Guzrnán, hijo de Femando Álvarez de Toledo y de Leonor de Toledo y Ayala, hijo de Hemando Álvarez de Toledo, I señor del castillo de Higares y de Teresa de Toledo, señora de Pinto. 81 R evista L ibertador O’ higgins 10. Leonor, nació en 1576, malherida durante el sitio de Chillán, celebrada por su actuación en el poema El Purén Indómito, junto con sus hermanas. Casó con el capitán José de Castro, sin descendencia. 11. Luis, apellidado Toledo Navarrete, nació en 1578, vecino de Chillán en 1580, corregidor de Maule en 1624, casó con doña Ana Gutiérrez de Miers y Rasura, hija de don Pedro y doña Mencía, con descendencia. 12. Beatriz, casó primero con don Nicolás de Sierra Cabrera, hijo de don Juan y doña Isabel, y segundo en 1605 con don Juan Bautista de Godoy Figueroa, hijo del licenciado Rodrigo y de doña María, con descendencia. Il. ALONSO DE TOLEDO MEXIA Nació en Angol, donde fue encomendero, capitán de las guerras de Arauco, trasladó su vecindad a Chillán. Murió en la guerra antes de 1637. Contrajo matrimonio con doña Isabel de Alfaro, a la que se presume hija de Alonso de Avaro. El conquistador Alonso de Alfaro nació por 1530 y pasó a Chile en 1549 con Valdivia, asistió a las fundaciones de Concepción y La Imperial. Fue al repueble de la primera en 1555, en Concepción en 1571. Hijos del matrimonio Toledo Alfaro: 1. Luis, nació en Concepción en 1577, casó en 1620 con doña Luisa de Castañeda Cabrera, hija de don Antonio y doña Inés, con descendencia. 2. Juan, sacerdote. 3. Leonor, casó con el capitán Francisco Riquelme de la Barrera (ver familia Riquelme). 4. María, casó en Chillán con el capitán Bartolomé Bustos de Lara Florez de Valdés, asturiano, hijo de don Pedro y doña María, con descendencia. ROBLES I. GASPAR DE ROBLES CALDERON Nació en la villa de Priego en 1527. Vino a Chile con Jufré en 1549, vecino fundador de Valdivia, se estableció más tarde en Osorno, siendo regidor del cabildo en 1571. Capitán en 1588, vivía en 1591. Contrajo matrimonio con doña Catalina Ortiz de Caraventes, de Villanueva de La Serena, venida a Chile en 1555 con sus padres y su tía doña Marina Ortiz de Gaete, viuda a la fecha del gobernador Valdivia. En mayo llegó a Coquimbo en el navío La Concepción, era hija de Cristóbal Ortiz y doña Catalina de Caravantes (tratados en la familia Bravo de Villalba). Sus hijos: 1. Catalina, casó con don Rodrigo de Rojas Priego, vecino de Osorno. 82 E dición conmemorativa del B icentenario 2. Cristóbal, capitán, alcalde de Osorno en 1590. 3. Alonso (sigue en II). Posiblemente también lo fueron: 4. Francisca, casó con el capitán Francisco de Castañeda. 5. Mariana. 6. Blas, vivió en Osorno antes de 1599. 7. Miguel, capitán, encomendero de Angol, casó con doña Juana de la Cueva. II. ALONSO DE ROBLES Fue vecino de las ciudades de Angol en 1600 y de Chillán en 1602. Contrajo matrimonio con doña Catalina Cancino, hija de Hernando Alonso Cancino, encomendero de Villarrica en 1562, oficial real de esa ciudad en 1575, participó en la compañía organizada por el gobernador Rodrigo de Quiroga en 1576, en Angol al año siguiente. Su hija: 1. Catalina, casó con don Alejandro de Candia (ver familia Candia). OPAZO I. DOMINGO LORENZO Nació en el puerto de Bayona por 1580, en el reino de Galicia, hijo legítimo de Pedro Lorenzo de Opazo, nacido también en Bayona, y de doña Margarita Fernández Chacón, nacida en Ibeas, de familia gallega. Entró al real servicio en 1595 y vino a Chile en el refuerzo de 1599. En Valdivia fue soldado arcabucero, como tal peleó bajo Francisco del Campo, entre treinta, en 1602 defensor del fuerte de la Trinidad de Valdivia. Militó Arauco y fuertes de Maule. En 1608 fue teniente de corregidor en Maule, en 1625 recibió merced de seiscientas cuadras de tierra en Mataquito y posteriormente otra por mil cuadras en Libún. En 1642 era terrateniente y encomendero en Maule. Una de sus estancias la había comprado a Diego Medel, la que tomó el nombre de Santo Domingo de Name, por su dueño y por el cerro del mismo nombre, tenía capilla. Testó el primero de enero de 1644, apellidando a sus hijos Opazo, Lira, Lorenzo, Fernández Chacón, Tronao, Fernández de Burgeira, y Amaya. Falleció en 1650, siendo enterrado en la capilla de su estancia de Name. Casó con doña Leonor de Amaya, cuya dote fue extendida el 28 de diciembre 1622, la que falleció en Maule, habiendo testado en 1655, y fue enterrada en el convento de San Agustín de Talca. Era hija del capitán Cristóbal de Amaya y 83 R evista L ibertador O’ higgins doña Isabel de Ródenas, la que era natural de Chillán, probablemente hija del escribano público y de cabildo, de esa ciudad, Francisco de Ródenas. Cristóbal de Amaya era natural de la ciudad de Ronda en Andalucía, hijo de Cosme de Platas y de doña Leonor Montero de Amaya. Pasó a Chile en el refuerzo de soldados venidos en los últimos años del siglo XVI. En 1602 era soldado en Concepción. En 1628 estaba en Chillán, trasladándose más tarde a Maule, de cuyo partido fue dos veces corregidor, en 1642 y 1646. Encomendero de indios, testó en 1657 en su estancia de San Cristóbal de Peuflo. De las mercedes de tierra que recibió, trescientas cuadras a orillas de los ríos Reloca y Loanco, en que tenía casa, capilla, y ocho mil plantas de viña; mil cuadras contiguas a las anteriores; doscientas cuadras en Curanipe, a las que agregó otras cuatrocientas compradas a un vecino, ochocientas en Las Cañas y seiscientas en Mingre y otras mercedes de seiscientas y de mil cuadras. Completó sus ricas propiedades agrícolas con la compra de dos títulos, uno de quinientas y otro de seiscientas cuadras, todas ubicadas al sur del río Maule, las que se dividieron entre sus dos hijos varones y siete hijas. Sus hijos, que finalmente optaron por apellidarse Opazo, fueron: 1. Rafael, capitán en 1659, encomendero en 1641, casó con doña Inés de Castro Castilla, sin descendencia legítima. 2. Juan, agustino, prior en Talca en 1650 y en Concepción en 1659. 3. Pedro, religioso de San Juan de Dios, pintor. 4. Antonio, bautizado en Maule en 1625, soldado en Catentoa en 1655, capitán 1663, encomendero en 1656, falleció en 1683. Casó en 1663 con doña Feliciana Fernández de Villalobos y de la Fuente Manrique de Lara, hija de don Pedro y doña Leonor, con descendencia. 5. Domingo, bautizado en Concepción en 1708, corregidor de Hualqui en 1685, dueño estancia Calquimávida, Puchacay. Casó con doña Juana de Lara Mimenza y Quero, hija de don Luis y doña Mariana, con descendencia en Concepción. fue soldado arcabucero, como tal peleó bajo Francisco del Campo, entre treinta, en 1602 defensor del fuerte de la Trinidad de Valdivia. Militó Arauco y fuertes de Maule. En 1608 fue teniente de corregidor en Maule, en 1625 recibió merced de seiscientas cuadras de tierra en Mataquito y posteriormente otra por mil cuadras en Libún. En 1642 era terrateniente y encomendero en Maule. Una de sus estancias la había comprado a Diego Medel, la que tomó el nombre de Santo Domingo de Name, por su dueño y por el cerro del mismo nombre, tenía capilla. Testó el primero de enero de 1644, apellidando a sus hijos Opazo, Lira, Lorenzo, Fernández Chacón, Tronao, Fernández de Burgeira, y Amaya. Falleció en 1650, siendo enterrado en la capilla de su estancia de Name. Casó con doña Leonor de Amaya, cuya dote fue extendida el 28 de diciembre 1622, la que falleció en Maule, habiendo testado en 1655, y fue enterrada en 84 E dición conmemorativa del B icentenario el convento de San Agustín de Talca. Era hija del capitán Cristóbal de Amaya y doña Isabel de Ródenas, la que era natural de Chillán, probablemente hija del escribano público y de cabildo, de esa ciudad, Francisco de Ródenas. Cristóbal de Amaya era natural de la ciudad de Ronda en Andalucía, hijo de Cosme de Platas y de doña Leonor Montero de Ainaya. Pasó a Chile en el refuerzo de soldados venidos en los últimos años del siglo XVI. En 1602 era soldado en Concepción. En 1628 estaba en Chillán, trasladándose más tarde a Maule, de cuyo partido fue dos veces corregidor, en 1642 y 1646. Encomendero de indios, testó en 1657 en su estancia de San Cristóbal de Peuílo. De las mercedes de tierra que recibió, trescientas cuadras a orillas de los ríos Reloca y Loanco, en que tenía casa, capilla, y ocho mil plantas de viña; mil cuadras contiguas a las anteriores; doscientas cuadras en Curanipe, a las que agregó otras cuatrocientas compradas a un vecino, ochocientas en Las Cañas y seiscientas en Mingre y otras mercedes de seiscientas y de mil cuadras. Completó sus ricas propiedades agrícolas con la compra de dos títulos, uno de quinientas y otro de seiscientas cuadras, todas ubicadas al sur del río Maule, las que se dividieron entre sus dos hijos varones y siete hijas. Sus hijos, que finalmente optaron por apellidarse Opazo, fueron: 1. Rafael, capitán en 1659, encomendero en 1641, casó con doña Inés de Castro Castilla, sin descendencia legítima. 2. Juan, agustino, prior en Talca en 1650 y en Concepción en 1659. 3. Pedro, religioso de San Juan de Dios, pintor. 4. Antonio, bautizado en Maule en 1625, soldado en Catentoa en 1655, capitán 1663, encomendero en 1656, falleció en 1683. Casó en 1663 con doña Feliciana Fernández de Villalobos y de la Fuente Manrique de Lara, hija de don Pedro y doña Leonor, con descendencia. 5. Domingo, bautizado en Concepción en 1708, corregidor de Hualqui en 1685, dueño estancia Calquimávida, Puchacay. Casó con doña Juana de Lara Mimenza y Quero, hija de don Luis y doña Mariana, con descendencia en Concepción. 6. Ana, casó con el alférez Andrés de Acuña Oliveira, hijo del portugués don Cristóbal, con descendencia. 7. Isabel, casó con el capitán Marcos de Herrera Cetina (ver familia Herrera). 8. Francisca. 9. Ursula, casó con el capitán Juan de la Cueva, natural del Perú. 10.Constanza, casó con el capitán Bartolomé de Mesa y Ortiz de Valdivia, hijo de don Diego y doña Ana, sin descendencia. 11.Leonor, casó con el alférez Alejo Fernández de Villalobos y de la Fuente, hijo de don Pedro y doña Leonor, con descendencia. 12.Gerónima, casó con el capitán Miguel Méndez de Aro, hijo de don Juan, con descendencia. 13.Bartolina, casó con el capitán Antonio Méndez de Aro, hermano de don Miguel, con descendencia. 85 R evista L ibertador O’ higgins 86 E dición conmemorativa del B icentenario TRAS LA HUELLA DE BERNARDO RIQUELME EN INGLATERRA (1795-1799) Roberto Arancibia Clavel EL NACIMIENTO DE LA IDEA En enero de 1991, por disposición del mando del Ejército, asumí el puesto de Agregado Militar a la Embajada de Chile en el Reino Unido. Mis primeras experiencias en la capital del Reino no fueron muy gratas, un invierno muy duro un idioma diferente y muy difícil de entender al comienzo, una ciudad enorme donde era muy fácil perderse, gran cantidad de gente en todas partes, un ruidoso tráfico y una sensación de no pertenencia al lugar. Caminando por las calles de la histórica ciudad de Londres, entre antiguos y tradicionales edificios, me llamó la atención que en algunos de ellos, empotradas en sus murallas, aparecían de vez en cuando unas placas azules circulares, dentro de las cuales estaban grabados nombres de personas famosas que habían vivido en esos lugares. Entre ellas grandes escritores como Charles Dickens, eminentes políticos como Gladstone y Disraelí; conocidos científicos como Faraday y Newton, y también algunos precursores de la Independencia de los países de la América del Sur, como Francisco de Miranda, Simón Bolívar y José de San Martín. Al ver estos últimos, el recuerdo de don Bernardo O’Higgins vino a mi mente y nació una profunda inquietud de saber dónde había vivido éste en Londres y si existía en alguna parte una placa que lo recordara. Diariamente en mi camino al trabajo, y sintiendo las sensaciones descritas, me vino nuevamente a la mente el recuerdo de don Bernardo. Si en pleno siglo XX, con toda la información que se recibe en Chile a través de la TV y otros medios, con la experiencia de haber visitado Europa otras veces, uno se sentía tan extraño, cómo habría sido para Bernardo en el siglo XVIII. Pensé, qué fuerte tiene que haber sido el impacto para un joven de diecisiete años viniendo de nuestra América colonial, tan ajeno todavía a los adelantos de una Inglaterra pujante en plena Revolución Industrial, el llegar aquí e insertarse en una sociedad totalmente nueva y extraña. Estos dos aspectos creo han sido la motivación del trabajo de investigación histórica que he desarrollado durante mi estadía en Inglaterra y el que me permito entregar, ya que creo contiene algunos antecedentes inéditos y que permitirán completar la biografía de uno de los padres de nuestra querida patria y conseguir, 87 R evista L ibertador O’ higgins por otro lado, la colocación de una placa recordatorio en los lugares en que vivió y estudió en el Reino Unido. LOS ANTECEDENTES CONOCIDOS Con la idea en la mente, inicié la búsqueda de los antecedentes conocidos a la fecha según la bibliografía tradicional. Para ello las obras de Luis Valencia Avaria, de Jaime Eyzaguirre y de Sergio Fernández Larraín fueron de mucha utilidad. En síntesis, estas obras señalan lo siguiente sobre el período de O’Higgins en Inglaterra: - Llegada a Londres desde Cádiz enviado por Nicolás de la Cruz en 1795. - Alojamiento y tutoría en Londres por los relojeros Spencer y Perkins. - Estudios de Historia, Música, Geografía, Francés, Pintura y Esgrima en Richmond, localidad cercana a Londres. - Recibía 1.500 pesos de renta anual, muy recortada por los relojeros. - Pagaba 60 libras de pensión en casa de un señor Eeles, en Richmond. - Recuerdos de un verano en el balneario de Margate y un posible romance con Miss Charlotte Eels, hija de Mr. Eeles. - Regreso a Londres en 1798 y conflicto con Mr. Perkins. - Refugio en casa de don Bernabé Murphy. - Refugio en casa de un señor Morini, capellán de la Legación de Nápoles, calle York 38, durante cinco meses. - Contacto con Francisco de Miranda en la casa de éste, en Great Pulteney Street. - 25 de abril de 1799, abandona Londres destino a Cádiz. Como se puede ver, los antecedentes eran muy insuficientes y me decidí a escribir a Chile a una serie de personas y organismos que podrían aportar algunas novedades sobre el tema. En las cartas enviadas se hace referencia a los aspectos ya citados y agregando que las palabras de Valencia Avaria en su libro “O’Higgins, el Buen Genio de América”, en cuanto a la vida de O’Higgins en Inglaterra, sobre que la investigación más tenaz se estrella aquí con lo irreparable: no hay datos, “las pistas se pierden casi al momento de hallarlas”, constituían un fuerte desafío que había que enfrentar (Carta inicial en Anexo l). Las respuestas a casi todas las cartas se demoraron, pero llegaron. Todas ellas conteniendo algún dato interesante, una pista, un nuevo contacto. Una de las cartas iba dirigida a don Luis Valencia Avaria; después supe que nunca tendría respuesta, porque lamentablemente había fallecido. Con los antecedentes recogidos y las pistas recibidas, comencé la tarea. Visitas a museos, bibliotecas, universidades, centros de estudios, organizaciones, embajadas, contactos con historiadores de la zona, estudio de textos, archivos y memorias, correspondencia activa con Chile y en el Reino Unido, para llegar a un resultado positivo. (Textos, organismos y personas consultadas en Anexo 2.) 88 E dición conmemorativa del B icentenario Sí, han aparecido huellas que permiten completar en parte este oscuro período de la vida de don Bernardo, y que creo son inéditas. Quedan muchos vacíos todavía, pero hay un poco más de luz ahora donde no había nada. Se hace necesario destacar que la búsqueda fue dirigida inicialmente a documentos originales, los que son muy escasos, ya que la mayoría se perdieron, ya sea en los tiempos del propio O’Higgins, por descuido de su secretario e incluso por pérdidas en los archivos posteriores. Don Benjamín Vicuña Mackenna, que tuvo la gran suerte de recibir el archivo de O’Higgins de manos de su hijo Demetrio en el Perú, cuenta lo sucedido con parte de la copiosa documentación. “El archivo del Jeneral conservado Por él y por su hijo. Sufrió serios menoscabos, primeramente por haber perdido en Rancagua la mayor parte de sus papeles relativos a los acontecimientos anteriores a 1814, de los que recobró unos pocos en Lima gracias a las dádivas que le hizo su hermana, mientras ella fué heredera, i particularmente por la confusión que introdujo en él un extranjero especie de secretario que tuvo el Jeneral O’Higgins, durante los veinte años de su destierro, llamado Juán Thomas, hombre notable en cierto sentido, pero excéntrico i versátil. Tuvo aquel caballero, respecto a la Historia de Chile, la, desgraciada manía de verter en inglés sus principales documentos, extraviando por descuido sus originales, así es que nos ha sido necesario traducir algunos de ellos...”1. Parte importante de la documentación, también nos cuenta don Benjamín, fue entregada por el señor Thomas a don Casimiro Albano, quien escribió en 1844 la conocida Memoria de don Bernardo por encargo de la Sociedad de Agricultura, y quien, además, era hijo de don Juan Albano, en casa del cual vivió O’Higgins sus primeros años de vida. También Vicuña Mackenna se refiere a un cuaderno copiador de correspondencia de don Bernardo, que tuvo a la vista y que luego se perdió. “Un cuaderno precioso en que el joven Bernardo acostumbraba a copiar sus cartas, i que da principio en Octubre de 1798, va a abrirnos el corazón i la inteligencia de nuestro joven compatriota i a contarnos en su propio lenguaje sus alegrías y sus cuitas de juventud i. colegio.”... “Esta interesantísima colección, que consta sólo de un par de docenas de cartas dirigidas por don Bernardo al virrei, a su madre i a sus apoderados de Cádiz i Londres, está contenida en un pequeño cuaderno de cién páginas en 4 con tapas de pergamino. Ellas abrazan un período de tres años, desde Octubre de 1798 a Junio de 1801, i están escritas con aquel descuido infantil del estilo i de la forma, propios de la edad, pero por lo mismo respiran todo el perfume del alnw desnuda i casi virginal. La mayor parte fueron escritas en español; pero las que dirijió a los judíos relojeros, en inglés, tienen mejor ortografía y quizás mejor lenguaje, pues en cuatro años i medio que residió en Inglaterra era natural que don Bernardo algo olvidara de su lengua nativa. En jeneral esta correspondencia se resiente con la dificultad con que el Jeneral O’Higgins vertió siempre su pensamiento de palabra o por escrito. Todas estas 1 Vicuña Mackenna, Benjamín: Vida del Capitán General de Chile, don Bernardo O’Higgins Riquelme, Brigadier de la República Argentina y Gran Mariscal del Perú. Santiago de Chile, Rafael Jover Editor, Calle del Puente Núm. 17, 1882, p. 11. 89 R evista L ibertador O’ higgins cartas llevan la firma de Bernardo Riquelme, i la primera que escribió a su padre, como más adelante veremos, tiene la fecha de 28 de Febrero de 1799.”...2 Este cuaderno está desaparecido pero su contenido ha llegado hasta nosotros gracias al propio don Benjamín, que lo usó para escribir sus obras de O’Higgins, y gracias a don Ernesto de la Cruz en su Epistolario de O’Higgins, y al paciente trabajo del archivo de O’Higgins efectuado por una comisión especial, dándole por lo tanto el valor de originales. Fácil se hace entender ahora lo difícil que es encontrar más detalles sobre este oscuro período de la vida de don Bernardo. Así, el camino recorrido ha seguido una serie de fuentes secundarias que han permitido conformar una idea más clara de lo que le sucedió a don Bernardo en esos años en Inglaterra. Fácil es inventar en historia, y es por ello que los hechos que se relatan a continuación, se ha buscado respaldarlos o en obras de destacados autores o en documentación histórica registrada en Londres. LLEGADA DE BERNARDO RIQUELME A LONDRES Y EL PAPEL DE LOS RELOJEROS SPENCER Y PERKINS EN SU INCORPORACIÓN AL COLEGIO No se conoce la fecha exacta de la llegada de Bernardo Riquelme a Londres, y de la firma de sus cartas de la época ya sabemos que durante su estadía en Europa usó el apellido de su madre. Vicuña Mackenna señala 1795 como el año de la llegada. Don Nicolás de la Cruz, como es sabido, fue el apoderado de don Bernardo durante su estadía en Londres, fue a su casa en Cádiz desde donde, partió a Inglaterra. Don Nicolás era yerno de don Juan Albano, casa en la cual, como sabemos, se educó O’Higgins en Chillán, y era un adinerado comerciante. El contacto en Londres de don Nicolás era un señor Romero, quien a su vez contactó a los relojeros judíos Spencer y Perkins para que actuaran de apoderados de don Bernardo durante su estadía en Inglaterra. Estos, o el propio señor Romero, fueron los que contactaron a Bernardo con su colegio y pensión en Richmond. La existencia de estos personajes ha llegado a nosotros a través de las propias cartas del joven a su apoderado en Cádiz. En carta fechada el primero de octubre de 1798 don Bernardo le cuenta a su apoderado en Cádiz los problemas que debe enfrentar en Londres con los relojeros. ...“Le dije que agradecía su atención, pero que no podía absolutamente hacerlo (se refería a un cambio de pensión que le ofrecía Mr. Perkins), y ahí tiene usted que comenzó a maldecirme y a decirme mil indignidades, en una tienda en donde vende pedazos de fierro viejo, que éste es su oficio, y delante de todo el mundo me dijo que me fuese de su casa, que no quería tener más cuidado de mí, y en fin, que el señor Romero le debía una gran cantidad de dinero y que esto era lo bastante para que él no me avanzase dinero alguno...”. En otro trozo de la misma 2 Vicuña Mackenna, Benjamín: El Ostracismo del Jeneral Bernardo O’Higgins. Escrito sobre documentos inéditos y noticias auténticas, Valparaíso, Imprenta y Librería del Mercurio de Santos Tomero, 1860, p. 31. 90 E dición conmemorativa del B icentenario carta decía: “Al día siguiente fui otra vez a casa de Mr. Perkins, y me dijo que escribiese a España, que no quería tener más cuidado de mí, que en primer lugar, no recibía ningún beneficio, y que el señor Romero le debía mucho dinero...”3. Los judíos relojeros Spencer y Perkins no eran cualquiera en el Londres de la época. Su tienda estaba ubicada en el corazón de Londres, en la City, en la calle Snow Hill 44, frente a la iglesia del Santo Sepulcro. Los registros de la época los califican como fabricantes de relojes y como vendedores de piezas y partes de relojes y otros4. Documentos originales que prueben la relación de los Spencer y Perkins con Bernardo, que aparezcan en la documentación de la biblioteca del Guildhall de Londres, no hay; sin embargo, existen grandes posibilidades que hayan sido los mismos, por las razones que se explican a continuación. La biblioteca del Guildhall de Londres es una institución que fue fundada en 1420, y cuyo objetivo es mantener un completo archivo de referencias de todos los aspectos referidos a la City (barrio de Londres donde se desarrollaba la principal actividad comercial y financiera en la época de O’Higgins). En esta institución se han concentrado los estudios e investigaciones sobre todo tipo de actividades comerciales efectuadas por lo más selecto de los historiadores británicos en los diferentes campos. Vale decir, que puede establecerse como fuente confiable. En el campo de los relojes existe una gran cantidad de información, la que se encontró especialmente reunida en la enciclopedia de G.H. Baillie, publicada por primera vez en 1929, y en la Britten, publicada por primera vez en 1894. En estas enciclopedias figuran todos los fabricantes y comerciantes de relojes de Gran Bretaña y especialmente de Londres. Fue en éstas donde aparecen los nombres de Spencer y Perkins como conocidos relojeros justo en la época de O’Higgins en Londres. La información dice que mantuvieron una tienda entre 1765 y 1806, donde fabricaban y reparaban relojes. Los relojes eran de los que daban la hora cada cuarto de hora y cada media hora. Normalmente se trataba de relojes de oro. Además se agrega que vendían herramientas y diferentes materiales. En la misma enciclopedia se encontró un aviso de la tienda donde se ofrecen los materiales. La tienda estaba ubicada en Snow Hill 44, al frente de la iglesia del Santo Sepulcro, en la City de Londres. (En Anexo 3, aviso de la tienda de relojes de la época, de Spencer and Perkins.) Se agrega a lo anterior, según nuestras fuentes, que Spencer and Perkins fueron inventores de un Pedometer (medidor de distancias) que se encuentra en exposición en el museo del Guildhall de Londres. 3 De la Cruz, Emesto: Epistolario de don Bernardo O’Higgins, Capitán General y Director Supremo de Chile, Gran Mariscal del Perú y Brigadier de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Tomo I, 1798-1819, Ed. América, Madrid, 1920, pp. 13-14. 4 Baillie, G.H.: Fellow of the Institute of Physics, Watchmakers and Ciockmakers of the Worid, Wag Press Ltd. Finnel House, 26 Finsbury Square, London, E.C.2, First Edition, 1929-1963, pp. 248, 299, Baillie, G.H., Britten’s Old Ciocks and Walches and their Makers, Courtnay Ilbert, Cecil Clutton, FirsL Edition, 1894-1982 (9ª), Melhuen London Ltd., pp. 327, 565, 609. 91 R evista L ibertador O’ higgins No existen otros relojeros Spencer and Perkins, sólo éstos; figura además el nombre de pila del señor Spencer como Emmanuel, nombre judío, lo que coincide con el origen de los apoderados de don Bernardo. Otro aspecto que permite una relación es el hecho que los relojeros se dedicaban al negocio de exportación, lo que aparece en el aviso de la tienda, por lo que seguramente este fue el nexo por el cual se hicieron conocidos de don Nicolás de la Cruz, el apoderado de Cádiz. La relación que hace el propio Bernardo con respecto a sus visitas al lugar, coincide con un sitio donde se vendían materiales y otros elementos. En consultas hechas al curador del museo del Guildhall, Sir George White, éste responde que no tiene mayores antecedentes sobre estos relojeros, ya que no eran miembros de la Compañía de Fabricantes de Relojes de Londres, la más antigua y de la cual se tienden todos sus registros desde el siglo XVIII. Sin embargo, Sir George considera que Spencer y Perkins fueron prolíficos fabricantes y quizás también revendedores. Agrega que ha encontrado información de una serie de relojes fabricados por ellos, especialmente de mesa. Gentilmente envía las instrucciones del Pedometer (medidor de distancias) inventado por ellos y que fue propiedad de la reina Charlotte, esposa de Jorge III, el cual reinaba en Inglaterra en los tiempos de Bernardo. (Carta e instrucciones en Anexo 4.) Las relaciones del joven Bernardo fueron muy malas con sus apoderados y esto se debió fundamentalmente a problemas referidos a la administración de los dineros que le enviaba su padre a través de don Nicolás de la Cruz. En sus cartas a don Nicolás, a su padre y a los propios apoderados de Londres, queda en evidencia la precaria situación que debe enfrentar a partir de octubre de 1798, cuando sus apoderados se niegan a seguir pagando por sus estudios. La renta anual asignada a Bernardo era de 1.500 pesos fuertes, lo que equivalía en esa época a unas 300 libras esterlinas5. La pensión que debía pagar en el colegio era de sesenta libras, y se sabe por algunas notas al margen de su cuaderno copiador de correspondencia que por concepto sólo de calzado se le descontaban 12 libras, 7 chelines y 6 peniques. Por lo tanto, quedaban disponibles por lo menos 200 libras para otros gastos6. Los relojeros acusaron a Bernardo de haber vendido sus libros para pasarlo bien, cuenta Vicuña Mackenna, a lo que el joven replica en una carta en inglés, indignado: “Si no me encontrase en la situación que me hallo, yo os haría ofrecerme una explicación de esas acusaciones indignas de las palabras i del oído de un caballero”7. A su apoderado en Cádiz le pide auxilio: “Ud. me envió a Londres, Sr. Don Nicolás para que aprendiese i me educase i me hiciese hombre con la ayuda de 5 Clissold, Stephen: Bernardo O’Higgins and the Independence of Chile, Rupen Hart-Davis London, 1968, p. 55; Vicuña Mackenna, Benjamín, La Corona del Héroe. Recopilación de datos y documentos para perpetuar la memoria del Gral. don Bemardo O’Higgins, mandaba a publicar por el ex Ministro de la Guerra Dn. Francisco Echaurren, Santiago, Chile. Imprenta Nacional Calle de La Moneda, Núm. 46, 1872, p. 229. 6 Archivo de don Bernardo O’Higgins, Tomo I, Santiago de Chile, Editorial Nascimento, 1946, p.5 7 Ibídem, p. 7. 92 E dición conmemorativa del B icentenario Ud., i no para pasar bochornos i miserias que con mucha facilidad se podían haber remediado, a lo que yo me veo ya casi acostumbrado, i de esto son testigos en Londres comerciantes de mucho respeto, quienes han sido bastante generosos para hacer una corta suscripción de dos guineas (2 libras y 10 peniques) al mes, al haber sido informados de mi vida ¡país i al verme a tantas leguas de mis padres i amigos, lo cual les es mui raro, pues aquí no creo que hayan conocido otro de Chile que yo…”8. A su padre le escribe desde Cádiz, refiriéndose a sus apoderados de Londres: “...Si en tiempos pasados, mal informado por los correspondientes de Londres, dos judíos relojeros, quienes corrían conmigo, había escrito (se refiere a don Nicolás) que me había exedido en dichos mis gastos, pero después de enterado quienes eran dichos correspondientes, ha variado pues todavía no han dado cuenta de como se ha gastado el dinero que han recibido y de los últimos 3000 pesos no han dado aún recibido, ni se han dado por entendidos, pues ya va para dos años que estoy aquí (Cádiz) i no quieren responder a las cartas que se les escriben. Yo de mi parte no he recibido más que una guinea mensualmente para pagar mis gastos menudos, para lo cual tuve orden de Don Nicolás, i ha habido tiempos que no me han dado ni aún para comer…”9. Finalmente, con fecha 9 de julio de 1801, escribe una última carta a los relojeros, cobrándoles lo que debían y recriminándoles sobre sus iniquidades judaicas10. La calle Snow Hill y la iglesia del Santo Sepulcro existen; el panorama de hoy por supuesto es muy diferente a los tiempos de Bernardo. Una serie de placas en la calle recuerdan los edificios que allí hubo, la mayoría destruidos durante los bombardeos aéreos de la Segunda Guerra Mundial. (En mapa de la época, en Anexo 5, se identifica el lugar de la tienda.) BERNARDO RIQUELME ESTUDIANDO EN RICHMOND, SURREY Richmond, en la época de Bernardo Fue solamente a partir de 1690 que Richmond empezó a transformarse de un pequeño pueblo, en los alrededores del Palacio Real, a una pequeña pero próspera ciudad. El mayor ímpetu se lo entregó el dinero de Londres: ricos comerciantes buscando ya sea inversiones o casas de veraneo comenzaron arrendando casas, las que posteriormente compraron y mejoraron, dándole así otra cara a la naciente ciudad. Entre los dueños de estas casas se contaban comerciantes judíos a quienes se les hacía más fácil encontrar un adecuado lugar en la sociedad, en la relajada atmósfera de Richmond. Estas casas se construyeron a orillas del río Támesis que cruza la ciudad y también sobre una pequeña colina que domina el paisaje circundante. A fines del siglo XVIII el interés se hizo mayor, construyéndose grandes mansiones, muchas de las cuales han 8 Ibídem, pp. 15-16. 9 Ibídem, pp. 15-16. 10Ob. cit., Vicuña Mackenna, 1860, p. 80. 93 R evista L ibertador O’ higgins sobrevivido hasta hoy. La belleza del paisaje, la cercanía de la capital y también la proximidad del Palacio Real de Kew ayudaron mucho en este proceso11. La comunidad católica de Richmond Bernardo Riquelme fue a un colegio católico durante su estadía en la pequeña ciudad, y antes de entrar en detalles con respecto a su educación, es necesario detenerse un instante para recordar cómo era la situación de los católicos en Inglaterra y particularmente en Richmond, ya que ello permitirá constatar la reducida presencia de éstos, lo que limitará nuestra búsqueda. La expresión de la fe católica era prohibida en Inglaterra, y sólo a fines del siglo XVIII se tomaron algunas medidas para remediar esta situación. Recién en 1791 se aprobó una ley a través de la cual fue aceptado que se dijera misa en una capilla, pero, para ello, ésta debía estar debidamente registrada y además no se podía tocar campana. Agregaba la autorización que durante el desarrollo de la misa las puertas debían estar sin seguros de ningún tipo12. Los católicos no estuvieron ajenos a sangrientas persecuciones, y la historia de Inglaterra recuerda vívidamente los incidentes ocurridos en Londres en 1780, en los llamados Gordon Riots, en los cuales entre muertos y heridos se contaron 438 personas, en su mayoría católicas. Los incidentes se iniciaron apoyando la negativa a que se diera cualquier tipo de facilidad a los católicos, y fueron incitados por el duque de Gordon. Un huella de muerte y destrucción quedó como prueba del odio a los papistas. Se quemaron varias capillas católicas que funcionaban en las embajadas y una gran cantidad de casas que habitaban católicos quedaron en ruinas13. La discriminación con éstos siguió por mucho tiempo en Inglaterra; solamente en 1829 pudo haber un miembro del parlamento católico y recién en 1871 los católicos pudieron obtener un título universitario o conseguir un trabajo en la universidad14. La situación descrita hizo que la mantención de registros y archivos católicos fuera muy escasa. Se mantuvieron registros no oficiales de nacimientos, muertes, matrimonios y otros, pero la mayoría de ellos son solamente a partir de 1778 y muy incompletos. En 1837 parte de estos registros se incorporaron al Registro General, pero hay muchos todavía que están en poder de la Iglesia Católica, donde se han consultado15. Según antecedentes recogidos recientemente, se sabe que los católicos tuvieron presencia organizada en Richmond solamente a partir de 1791, vale decir, unos pocos años antes que Bernardo llegara. La historia de la Misión Católica de Richmond, 17911826, editada en 1991, escrita por Mr. Noel Hughes, abunda en detalles sobre la vida de los católicos en Richmond en esos años y ha sido de mucha utilidad para el desarrollo de esta investigación. Asimismo, la oportunidad 11 Cioake, John: Richmond Pasi, A visual history of Richmond, Kew, Petersham and Ham. Historical Publications Ltd. Hong Kong, 1991, pp. 22-61. 12Hughes, Noel: The Richmond Catholic Mission, 1791-1826, Kingston Printers Limited, Richmond on Thames, 1991, p. 9. 13Oxford History of Britain. 14Richardson, John: The Loca Historian’s Encyclopedia, London, 1986. 15Ibídem. 94 E dición conmemorativa del B icentenario de haber conocido al autor ha permitido saber, en forma directa, la gran cantidad de fuentes consultadas por éste, con las que se han logrado reencontrar algunas de las huellas de don Bernardo. Don Bernardo recordando Richmond Que Bernardo vivió en Richmond, ya no cabe la menor duda. Existen testimonios de personas que estuvieron con él, y además cartas que escribió él mismo desde diferentes lugares, en las que recuerda su estadía. Este aspecto es muy importante, ya que permite asegurar su permanencia en el colegio en el mismo lugar. María Graham, por ejemplo, recuerda en su “Diario de mi Residencia en Chile”, una entrevista con don Bernardo el 26 de agosto de 1822, “...El recibimiento del Director, fue de lo más halagador para mí y mi joven amigo De Roos. Su Excelencia había residido varios años en Inglaterra, la mayor parte del tiempo en una academia, en Richmond. Luego inquirió si yo conocía Surrey (condado donde se encuentra Richmond); preguntó con mucho interés por mi tío Sir David Dundas y varios amigos y parientes míos, y muy especialmente por sus viejos maestros de música y otras artes...”16. En cartas de don Bernardo a Sir John Doyle, militar de sólida reputación en Inglaterra, le cuenta... “esperaré unos cuantos meses para tantear si es posible mi ayuda sin que se abandonen las medidas que a mi juicio son la única solución para la regeneración de mi desgraciado país, que es lo único que podrá inducirme a dejar el deleitoso retiro de la vida campestre, que aprendí a gozar en el paisaje de Richmond, y que se torna más precioso para mí a medida que pasan los años... Lima, 2 Octubre 1826”17. La carta que su amigo O’Brien le envía desde Londres, también aporta interesantes antecedentes con respecto a lo que nos preocupa... “I have been lo Richmond where you first recieved your education... Inquired particularly After the preprocter of the college Mr. Eells... London April 1823...”18. ... (“He estado en Richmond donde Usted primero recibió su educación. Pregunté particularmente por el antiguo inspector del colegio Mr. Eells...” ) (sic). También la carta de la señora Eeles, de 1823, recordando el tiempo en que Bernardo vivió bajo su techo y la amistad con su hija Charlotte, aseguran su estadía en el lugar19. Diferentes versiones con respecto al colegio donde estudió Bernardo Existen al menos tres diferentes versiones con respecto al lugar donde desarrolló sus estudios el joven Bernardo. La primera de ellas basada en un artículo escrito en la revista peruana “El Faro Militar”, escrito por el coronel Plascencia, y publicado bajo los auspicios del Supremo Gobierno por una Asociación de Jefes 16Graham, María: Diario de mi residencia en Chile en 1822, Ed. del Pacífico, Santiago de Chile, 1956, p.110. 17Estellé Méndez, Patricio: Epistolario de don Bernardo O’Higgins con autoridades y corresponsales ingleses, 1817-1831, publicado por la revista Historia N°11, 1972-1973, de la Universidad Católica de Chile, p. 433. 18Carta de John O’Brien a don Bernardo O’Higgins, de fecha abril 1823 a la vista, gentileza Archivo Nacional. 19Balbontín, M.; Opazo, Gustavo: Cinco mujeres en la vida de O’Higgins, Ed. Arancibia Hnos. Santiago de Chile, pp. 104 y 105. 95 R evista L ibertador O’ higgins del Ejército en Lima (1846). En ella se asegura que don Bernardo estudió algunos años en el colegio de los jesuitas en Stoneyhurst, en el condado de Lancaster. También Valencia Avaria nos cuenta que don Antonio José de Irisarri le habría oído contar a don Bernardo de sus estudios en ese lugar20. Gracias a los archivos que mantiene la Iglesia Católica en Londres, se pudo avanzar bastante para demostrar que don Bernardo definitivamente no estudió allí. El colegio de los jesuitas de Stoneyhurst efectivamente existía en los tiempos en que Bernardo estudió en Inglaterra. A partir de 1791 se empezó a publicar para la comunidad de Londres y alrededores una guía para los católicos, conocida por el nombre de Laity Directory (Guía para Laicos), en la cual se publicaban informaciones sobre el calendario de misas para las diferentes festividades de la Iglesia, los registros de fallecidos, ya sea sacerdotes o laicos, las capillas donde se desarrollaban las misas, las listas de colegios católicos para varones y señoritas y otras informaciones varias. Los originales de estas guías han sobrevivido hasta hoy, y en ellas figura el colegio de Stoneyhurst. El aviso que anunciaba el colegio es bastante extenso, incluyendo, entre otros detalles, los precios de matrícula, los niveles de estudios, las exigencias del régimen interno, las obligaciones en cuanto a moral y buenas costumbres21. (En Anexo 6, detalle del aviso que es muy interesante para conocer las exigencias escolares de la época). Conocida la existencia del colegio en tiempos de Bernardo, se consiguió el acceso a los archivos con los listados de alumnos. Este archivo se encontró en la Sociedad de Archivos Católicos en Londres, y su director, el padre Holt, muy atentamente accedió a mostrarlos. Y no solamente ello, sino también obsequió una copia de las páginas donde debió haber aparecido Bernardo Riquelme. El colegio fue fundado en 1794, y en su registro de alumnos, en la letra “R” de Riquelme o en la “O” de O’Higgins, definitivamente no figura don Bernardo. (En Anexo 7, listado original de alumnos de Stoneyhurst, letras “R” y “O”, publicado por el propio colegio en 1886.) Como es sabido, los jesuitas tuvieron una activa participación en el movimiento por la independencia de los países sudamericanos. Donoso nos recuerda al respecto... la expulsión de los jesuitas ejerció una influencia más directa en la revolución sudamericana. Los ocho a diez mil religiosos de la Compañía habían sido destinados al nuevo mundo, de los cuales muchos habían nacido en Sudamérica y se refugiaron en Inglaterra, Rusia, Alemania y Estados Pontificios. Echaban de menos su hogar y las comodidades... Fueron los más ardientes propagandistas de la revolución...”22. Quizás esta ha sido la razón para inferir la educación de Bernardo en Stoneyhurst, como asimismo los antecedentes religiosos de su educación anterior en Lima. Otra de las versiones recibidas con respecto a la educación de Bernardo se refiere a su supuesta estadía en Harrow. Esta información es de terceras 20Valencia Avaria, Luis: Bernardo O’Higgins: El buen genio de América, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1980, p. 25. 21The Laity Directoryfor the Church Service, Printed and Published by J. P. Coghlan, Nº37, Duke Sircet, Grosvenor Square, London 1799-1800, pp. 10-12. 22Donoso, Ricardo: El marqués de Osorno don Ambrosio O’Higgins. Publicaciones de la Universidad de Chile, 1941, p. 389. 96 E dición conmemorativa del B icentenario personas y corresponde a lo escrito en su diario de viaje por el cirujano del Cambridge, buque que en 1824 trajo a Chile los primeros cónsules ingleses. John Cunningham, el cirujano, escribió...”El Sr. Houstour ha sido su amigo y le conoció cuando tomó refugio en la costa, después de persecuciones políticas... Me informó que el General fue educado en Harrow, donde seguramente adquirió las primeras nociones de libertad política... Habla el inglés muy bien, aunque tiene un marcado acento extranjero. Es muy afable, de modo muy cortés y muy liberal en sus puntos de vista...”23. Este diario se encuentra actualmente en el Museo Naval de Greenwich bajo el título de “Remarks during a voyage in the Pacific... surgeon R. N. in H. M. S. Cambridge, 1823-1825”. Por las investigaciones desarrolladas, se considera muy poco probable que Bernardo haya estudiado en Harrow. No existe ninguna mención a este lugar en sus cartas ni en sus escritos. En los Laity Directories que se han mencionado no aparece ningún colegio católico en Harrow durante los tiempos de don Bernardo, localidad aproximadamente a unos dieciséis kilómetros de Londres. Sólo en 1805 empieza a aparecer un pequeño colegio que ofrece mezclar las ventajas de la educación pública con la privada en ese lugar24. Es posible, sin embargo, que el lugar se haya mencionado alguna vez, ya que es muy conocido en Inglaterra como asiento universitario, al nivel de Eton y de algunos colegios de Cambridge y Oxford. Pero, como hemos visto anteriormente, estos establecimientos eran sólo para protestantes y estaba vedado su ingreso a los católicos. Las huellas más claras conducen a Richmond, y es en esta ciudad donde hemos encontrado importantes evidencias sobre el colegio de Bernardo. Como hemos visto anteriormente, Richmond, en los tiempos de Bernardo, estaba en pleno desarrollo, transformándose cada vez más en una elegante localidad de vacaciones. En cuanto a los colegios que existían en esa época, sabemos que eran muy pocos y en su mayoría de la Iglesia de Inglaterra. El panorama con respecto a este tema que nos describe Mr. John Cloake en su libro sobre el pasado de Richmond, es muy interesante, el cual, este gentil caballero lo ha ampliado especialmente en la correspondencia y contactos que hemos mantenido durante mi estadía en Londres. En tiempos de Bernardo existían los siguientes colegios de la Iglesia Anglicana: - La Escuela Parroquial de St. Mary, fundada en 1713, ubicada en la calle George esquina con Brcwer’s Lane. - La Escuela de St. John en la calle Clarence. - La Escuela de la Reina en Kew. Había también colegios particulares en Richmond, el más antiguo era la Academia de Richmond, que funcionó a partir de 1764 dirigida por una sucesión de clérigos de la familia Delafosse en una mansión ubicada en la esquina de Little Green y Duke Street. El colegio era anglicano y conforme nos explica Mr. Cloake, Presidente de la Sociedad de Historia Local de Richmond, no sobrevivieron 23Ob. cit., Estellé, 1973, p. 402. 24Laity Directory, 1799 (Guía para Laicos). 97 R evista L ibertador O’ higgins archivos del colegio que se terminó en 1838. Es interesante este antecedente, ya que hay autores que han sostenido que Bernardo estudió en la Academia de Richmond, la que no pudo ser ésta, ya que sabemos que sus estudios los realizó en un colegio católico25. El fragmento de una de sus cartas a su apoderado explica su disgusto cuando los relojeros quieren colocarlo en una escuela protestante, “... le dije que era una contradicción muy grande de lo que me ofrecía por ir a la escuela protestante. Me contestó que no le hablase y que me fuera en hora mala...”26. Otro aspecto que ayuda a desvirtuar el hecho que Bernardo haya ido a esta academia, es que en ese tiempo, fines del siglo XVIII, era de uso común la palabra “academia” para designar un colegio o una escuela, por lo que “el haber estudiado en una academia” puede haberse referido a cualquiera de los colegios existentes en Richmond27. Colegios católicos que se recuerden de esa época, son muy escasos, especialmente por las condiciones especiales que existían todavía en esos tiempos para la gente que profesaba la religión católica, aspecto que ya ha sido comentado. Los colegios católicos de Richmond que se han podido identificar corresponden al colegio para jóvenes, dirigido por el seílor Timothy Eeles, y un colegio para señoritas que era dirigido por las misses Havers y Nicols, el cual funcionaba en la calle Kew Foot. Esta información que nos entrega el seflor Noel Hughes en su libro sobre estos establecimientos en Richmond, justamente en la época de don Bernardo, está basada en documentos originales que corresponden a dos fuentes principales. La primera, es la correspondencia del obispo Douglass, quien fuera el Vicario Apostólico de Londres y sus alrededores, entre 1790 y 1812, y cuyos originales han sobrevivido y se encuentran guardados en los Archivos Diocesanos de Westminster, y tienen directa relación con los colegios católicos mencionados, los cuales no dejaron de tener problemas en esa época. La segunda fuente utilizada por Mr. Hughes corresponde a los Laity Directories, cuyo contenido ya se ha explicado, en el cual figuran los avisos que los colegios colocaban para atraer alumnos28. Esta información también ha sido confirmada por Mr. Cloake de la Sociedad de Historia Local en carta al autor de este trabajo29. El colegio católico del señor Timothy Eeles La fecha en que empezó a funcionar este colegio no la sabemos con certeza, sólo sabemos que el primer aviso publicado para atraer alumnos apareció en el Laity 25Ob. cit., Cloake, 1991, p. 82, con antecedentes ampliados en carta del autor del libro al autor del presente trabajo. 26Ob. cit., Archivo de O’Higgins. Carta dc don Bemardo a don Nicolás de la Cruz, de fecha 1º de octubre de 1798, p. 3. 27Carta de Mr. John Cloake, Presidente de la Sociedad de Historia Local de Richmond, al autor de este trabajo, de fecha 8 de enero de 1992. 28Ob. cit., Hughes, 1991. Diario del obispo Dougíass y Laity Directory, ruentes principales utilizadas. 29Carta de Mr. Cloake confirmando la información de Mr. Hughes, de fecha 8 de enero de 1992. 98 E dición conmemorativa del B icentenario Directory, de 1794. El aviso decía lo siguiente: “Mr. Eeles y sus asistentes, en Tije Vineyard, Richmond, Surry, junto a la capilla, enseña a jóvenes los idiomas latín, griego, inglés y francés; y también a escribirlos, aritmética, contabilidad, geografía, historia, navegación, el uso de los mapa mundi, y cualquiera otra materia útil de matemáticas; por lo cual, incluyendo alimentación, lavado de ropa y alojamiento, no se cobrará más de treinta guineas por año. No se requiere dinero para el ingreso; pero se espera que cada alumno traiga una cuchara de plata y seis toallas, peinetas, escobillas, etc. Dibujo, danza, esgrima y música se pagarán separados. El mayor cuidado se tomará con la religión y la moral de los jóvenes caballeros, quienes, en las horas de recreo, estarán permanentemente controlados por uno de sus maestros. Los jóvenes caballeros comerán con sus maestros. No se permitirán otras mesas”30. (En Anexo 8, original del aviso aparecido en el Laity Directory, de 1794.) El levantamiento de las prohibiciones a los católicos de mantener colegios, lo que podía significar la prisión de por vida a los que fueran descubiertos, permitió que empezaran a abrirse colegios católicos en los alrededores de Londres. Mr. Eeles vio una gran oportunidad en este negocio, ya que existía un mercado inexplotado, especialmente debido a la gran cantidad de franceses que habían llegado huyendo de las persecuciones producto de la Revolución. Estos franceses especialmente eran clérigos y también nobles y comerciantes que huían del peligroso régimen de su país31. El colegio, como dice el aviso transcrito, estaba ubicado en la calle The Vineyard, al lado de la capilla católica que allí existía. La construcción todavía existe y se llama Clarence House. Esta casa fue construida en 1696, por el señor Nathaniel Rawlins, y se cuenta como una de las pocas casas sobrevivientes de ese período. Sabemos que la casa fue vendida por la señora Ross, que la había heredado de su marido en 1805, al reverendo Edward Patterson. Este, a su vez, se la vendió a Mrs. Doughty en 1821, muy conocida en la zona por ser quien hizo construir la iglesia católica más grande en Richmond. Actualmente la casa es ocupada por Mr. R. David Barnfather, y acaba de ser refaccionada. El nombre de Clarence House lo obtuvo después de la visita que, según se dice, hizo a ella el duque de Clarence (futuro rey de Inglaterra con el nombre de Guillermo IV), oportunidad que fue inmediatamente posterior al término del funcionamiento del colegio en el lugar, y así se llama hasta hoy. Se sabe también que el colegio tenía una entrada separada del resto de la casa, lo que permitía mayor independencia en las actividades32. Se sabe que en el colegio funcionaba una capilla, la que era atendida por un sacerdote. De la correspondencia que mantuvo Mr. Ecles con el obispo Dougiass, sabemos que mantener esta capilla produjo una serie de problemas y, como 30Laity Direciory, 1796, p. 12. 31Ob. cit., Hughes, 1991, p. 38. 32Archivos de Richmond. H.C.A./158/M89/6/1041/1042/1046/1047/. Biblioteca. 99 R evista L ibertador O’ higgins veremos, la mayoría de los sacerdotes que trabajaron en ella, al parecer, tuvieron algún tipo de conflicto con Mr. Eeles y su familia. Gracias a la gentileza del padre lan Dickie, curador de los Archivos Diocesanos de Westminster –en los cuales existe una valiosa colección de documentos que permiten seguir muy de cerca la apasionante y a veces muy trágica vida de los católicos en Inglaterra– se tuvo acceso a la correspondencia del obispo Douglass. Esta correspondencia nos permite verificar de primera fuente lo que pasaba en el colegio en los tiempos de Bernardo. A comienzos de 1793 Eeles escribía al obispo solicitándole que retirara de su capilla al padre St. Yves, a quien, después de un juicio, se le habían descubierto irregularidades. Se solicitaba su reemplazo por un sacerdote inglés, al cual se le pagarían treinta libras por año y se le daría comida cuando no tuviera que comer afuera33. (En Anexo 9, originales de las cartas entre Mr. Eeles y el obispo Douglass). El obispo trató de mediar en esta situación y quiso convencer al padre St. Yves que se arreglara por la buena con Mr. Ecles y su familia, con la cual parece que había tenido problemas, según consta en una carta que le envía en la misma época34. A su vez, el obispo le escribe a Mr. Ecles diciéndole que es decisión suya solamente, si quiere deshacerse de St. Yves, y que él no tendría mayor inconveniente en enviarle un sacerdote inglés, siempre y cuando la comunidad católica de Richmond juntara el dinero necesario para cancelarle al sacerdote un salario anual lo más adecuado posible a sus necesidades35. (El obispo Douglass escribió los borradores de estas cartas, en el mismo papel de la carta que le había escrito Mr. Eeles, como puede verificarse en Anexo 9). Mr. Eeles, sintiéndose apoyado por el obispo, le escribió al padre St. Yves prohibiéndole que usara la capilla del colegio36. (Copia del original en Anexo 9a.) Los antecedentes hasta aquí permiten deducir la real existencia de una capilla en el colegio, la que seguramente debe haber sido una de las piezas de la casa que era bastante grande. Además, Mr. Hughes, a la luz de estos antecedentes y otros que agrega en su libro, determina un alejamiento del colegio con la Misión Católica en Richmond. Queda en evidencia que a Mr. Eeles lo que más le interesaba era tener un capellán para el colegio, para así mantener el prestigio de éste, junto con atraer más alumnos. Así es que la proposición del obispo de juntar un fondo para tener un sacerdote inglés en Richmond, no fructificó37. Dos años después, en 1795, Mr. Eeles nuevamente le escribe a su obispo, esta vez quejándose de la mala propaganda que malintencionados hacen sobre su colegio...”se dice que mi colegio debe acabarse, que mis alumnos se están yendo, que éstos son irregulares. Le puedo asegurar a Su Señoría, lo contrario... Pero si estos informes escandalosos se esparcen con impunidad no le puedo decir qué consecuencias pueden tener, pronto puedo ser privado de mi propia 33Diario del obispo W. A. Dougíass. Carta de Ecles, del 2 de febrero de 1793. 34Diario del obispo W. A. Dougíass. Carta de Douglass a St. Yves, del 8 de febrero de 1793. 35Diario del obispo W. A. Dougíass. Carta de Douglass a Mr. Eeles, del 8 de febrero de 1793. 36Ibídem. Carta de Eeles a St. Yves. 37Ob. cit., Hughes, 1991, p. 35. 100 E dición conmemorativa del B icentenario existencia y la de mi familia que puede ser obligada a tener que pedir por su pan. San Pablo le decía a Timoteo, si un hombre no se cuida a sí mismo, y especialmente a aquellos de su propia casa, significa que ha renegado de su fe y eso es peor que ser un infiel’. Puedo decirle que ningún hombre pasa más dolores para vivir que yo, y puedo, si es necesario, entregar pruebas para testificar que mi colegio es conducido con gran cuidado y atención. La religión de los niños es estricta y escrupulosamente atendida. Ellos van regularmente cada mes a sus deberes. El Reverendo Mr. Barnes puede testificar qué tipo de jóvenes ellos son. He escuchado de la intención de Su Señoría de cerrar la pequeña capilla que he construido. Si esto es cierto no estoy menos sorprendido de lo que estoy del resto después que Su Señoría me ha dado su última palabra, que si Mr. Busby y yo podemos llegar a un acuerdo, Su Señoría lo asignaría al colegio... Siento mucho que Su Señoría pueda ser influenciado por alguna persona o grupo de personas cuyas intenciones no son otras que distraer e imponer en su bien conocida buena disposición, el peor de los propósitos que es una respuesta a sus malvados fines...”38. (Copia del original en Anexo 10). De esta carta también pueden sacarse algunas conclusiones interesantes. Después de St. Yves hubo otros capellanes cuyos nombres aparecen en esta carta, como el caso del reverendo Barnes y el padre Busby. El hecho que se refiera a ambos en ésta pudo significar, como aventura Mr. Hughes, que Barnes estaba pronto a irse del colegio. De la capilla que Mr. Eeles asegura haber construido, no hay huella en Clarence House, por lo que puede mantenerse lo dicho anteriormente en el sentido que ella era una de las piezas de la casa. Del tenor de la carta, se deduce que Richmond no era ajeno en esos tiempos a los rumores y comidillas, tan típicos de los pueblos chicos. Puede deducirse también que Mr. Eeles no era un hombre muy popular, ni su señora parece que tampoco, como lo veremos a continuación. Una carta del reverendo Busby a su obispo, fechada en 1796, que se guarda en la correspondencia de este último, nos da más luces de lo que pasaba en el colegio... Su Señoría no podrá imaginarse, pese a todo lo que pueda haber escuchado... Yo he tenido suficiente experiencia en esto, lo que me permite contarle lo que sigue... El trabajo y los problemas que he tenido con los niños yo por ningún motivo los objeto: Yo prefiero la vida activa y soy particularmente aficionado al trabajo. El señor (refiriéndose a Eeles) comprometió su palabra en la última Navidad que todas las obligaciones con respecto a los niños se dejarían a cargo mío, sabiéndose él mismo incompetente ya que nunca recibió una educación liberal y consecuentemente debe ser totalmente ignorante en el método; así no es posible observar el orden y la regularidad (que son tan necesarios cuando hay niños) hasta tres días juntos. Algunas veces los estudios, otras veces las oraciones (a las cuales ni el señor ni la señora asistían ni en la mañana ni en la tarde) hasta las no menos importantes obligaciones de los niños como la comida, almuerzo y desayuno están totalmente descuidadas, de todo lo cual se responsabilizaba a la Sra. Eeles y a sus sirvientes... He prometido a mi conciencia de hacer justicia a los niños y a sus padres: pero entre esta gente esto no es en absoluto posible y como hombre honesto, ha cumplido con doblarme 38Diario del obispo Douglass. Carta de Mr. Eeles a Douglass, 1795. 101 R evista L ibertador O’ higgins la pensión desde que me contrató, pero no puedo quedarme con ellos mientras actúen con tales principios... El hecho de abandonar a Mr. Eeles puede herirlo excesivamente.... y si le sigue dejando todo lo que hay que hacer a Mrs. Eeles no tiene que esperar otra cosa que sus asuntos irán de mal en peor...”39. (Copia del original de la carta en Anexo 11.) Sin embargo, el autor de esta carta, que tan mal deja a la familia Eeles, no había dejado de tener problemas en su destinación anterior como capellán en la localidad de Witham, desde donde fue trasladado a Ciarence House en Richmond. En el mismo archivo del obispo Douglass se encuentra una carta de su antecesor en Witham, que lo acusa...”un mentiroso infame, un borracho, un grosero, un molestoso, un peleador, un fornicador. Se sabe también que en 1797 se le retiraron sus facultades para dar los sacramentos40. Estos testimonios de la época tienen, sin lugar a dudas, los sesgos de rencillas, lo que los hacen muy poco objetivos, pero que obviamente nos entregan algunas luces sobre el colegio que nos interesa y la personalidad de quienes lo tenían a cargo. Además nos permiten asomarnos a la secreta intimidad de las rutinas de éste. El colegio de Mr. Timothy Eeles desapareció en las sombras: la última vez que salió un aviso de éste en el Laity Directory fue en 1799, diciendo... “Mr. Eeles, Richmond, Surry. As usual (Sr. Eeles, Richmond, Surry. Como siempre.)41 Bernardo en el colegio del señor Timothy Eeles De los antecedentes reunidos se puede concluir que Bernardo asistió a clases en este mismo colegio, lo que se puede asegurar por la suma de las siguientes evidencias: - Los únicos colegios católicos en Richmond, en la época de Bernardo, fueron el de las señoritas Havers and Nicols y el de Mr. Eeles, según consta en las Guías para Laicos citadas, y los antecedentes entregados por los Archivos Diocesanos de Westminster, la Sociedad de Archivos Católicos de Mount St. y la Sociedad de Historia Local de Richmond. - No existe ningún antecedente concreto que Bernardo haya estudiado en otro colegio católico, para lo cual se han entregado los antecedentes necesarios, que permiten afirmar que no estudió ni en Harrow ni en Stoneyhurst. - Existe evidencia escrita, en cartas del propio O’Higgins, de su permanencia en Richmond, junto con los testimonios escritos de otras personas, como María Graham y John O’Brien citadas en detalle anteriormente. Las memorias de Albano en este sentido, que datan de 1844, son una evidencia 39Ibídem. Carta del Rvdo. Busby al obispo Douglass. 40Ibídem. Carta del Rvdo. Richard Antrobus quejándose al obispo sobre comportamiento de Busby. Abril de 1794. 41Laity Directory, 1799 (Guía para Laicos), p. 17. 102 E dición conmemorativa del B icentenario más cuando éste se refiere a la Academia de Richmond como el lugar donde estudió Bernardo42. - En carta de Bernardo a su padre, con fecha 28 de febrero de 1799, le cuenta...”le haré a V.E. una corta relación del mediano progreso de mis estudios en este país, cual es el inglés, francés, geografía, historia antigua y moderna, etc., música, dibujo, el manejo de las armas, cuyas dos últimas, sin lisonja las poseo con particularidad...”43. La especificación que hace Bernardo de los ramos que ha estudiado nos sirven para compararlos con los aparecidos en el aviso colocado por Mr. Eeles en el Laity Directory, ya transcrito, y concluir que son prácticamente los mismos. - La carta escrita por John O’Brien es uno de los testimonios más importantes para probar los estudios de Bernardo en el colegio de Mr. Eeles, en ella expresa textualmente... “I have been lo Richmond where you first recieved your education I inquiered particularly after the preprocter of the college Mr. Eells (sic) -he is long since died at the Island of Madeira...”. (En Anexo 12 original de las cartas de O’Brien.) La traducción de este trozo es muy importante, ya que prueba la calidad de director-inspector del colegio de Mr. Eeles. “He estado en Richmond donde usted recibió su educación inicialmente, pregunté especialmente por el antiguo director-inspector Mr. Eeles.” El diccionario entrega el significado de la palabra “proctor” como persona encargada de la disciplina de los alumnos. El prefijo “pre” significa, en este caso, “el ex”. Como sabemos por la correspondencia encontrada, Mr. Eeles no solamente era el inspector sino también tenía a cargo el colegio. Podemos afirmar entonces que Mr. Eeles no solamente era el dueño de casa donde Bernardo recibía su pensión, sino también el director del colegio. - La relación más directa entre la familia Eeles y Bernardo, que se conoce, es una carta que envió la señora Eeles a don Bernardo O’Higgins en ese entonces en el Perú (1823). La carta es citada especialmente por Valencia Avaria y por Balbontín y Opazo, y debería encontrarse en el volumen 651, en el Archivo de O’Higgins. Lamentablemente., no ha sido posible encontrar el original. En esta carta la señora Eeles le comunica a don Bernardo el fallecimiento de su esposo y de su hija, lo que veremos más adelante, y recuerda en una parte de ella lo siguiente...”El coronel O’Brien tuvo la amabilidad de visitarme. Sentí una gran satisfacción por el honor que S.E. me confirió al recordarnos y manifestar que había estado alojado bajo mi techo...”44. Otro trozo de la carta de O’Brien a don Bernardo nos recuerda el traslado de la señora Eeles desde Richmond a Londres,... “sobre Mr. Eeles, éste ha muerto, hace tiempo en la Isla Madeira, su señora esta viviendo 42Albano, Casimiro: Memoria del Excmo. señor don Bernardo O’Higgins, Capitán General en la República de Chile, Brigadier en la de Buenos Aires, Gran Mariscal en la del Perú y Socio Protector en la Sociedad de Agricultura. Imprenta de la Opinión, Santiago de Chile, 1844, p. 5. 43Archivo de O’Higgins, pp. 6 y 7. 44Ob. cit., Balbontín y Opazo, p. 104. 103 R evista L ibertador O’ higgins ahora en Londres, en la calle Crawford 100, está muy vieja, pero lo recuerda a usted muy bien…”. (Copia original de la carta en Anexo 12.) - Otra evidencia de la relación directa entre Bernardo y Mr. Eeles la recuerda Vicuña Mackenna en cartas que él dice haber visto y se refieren a una relación sentimental entre Bernardo y su hija Charlotte... “Habitaba al estudiante de Richtwnd por el año 1798, cuando ya había cumplido 18 de su edad, en la casa de un honrado vecino de aquel pueblo, llamado Mr. Eeles, que recibía huéspedes de distinción, proporcionándoles profesores, además de los que existían en la Academia de aquella ciudad, tan pequeña como culta i pintoresca. En medio de una alegre compañía de jóvenes franteses, alemanes i americanos del Norte, el alumno tenía, al juzgar por una carta del dueño de casa que tenemos a la vista, de fecha 11 de septiembre de 1798, un lugar de preferencia... Comprendido así al parecer el propio padre de la joven cuando en la primera ausencia de su alumno le reconviene porque no le escribía a él directamente, pues ya lo había hecho dos veces a alguien de su familia…”45. - Relaciones de alumnos del colegio u otros detalles de la estadía de Bernardo en él, lamentablemente no existen. El colegio tuvo una vida efímera, como hemos visto, entre 1792 y 1799. Después sabemos que Mr. Eeles falleció en 1810 en las Isla Madeira y que su señora se trasladó a Londres. De todos estos antecedentes podemos decir entonces que el colegio en que estudió Bernardo no estuvo ajeno a una serie de vicisitudes, de las que hemos sido testigos a través de los testimonios escritos de quienes fueron actores principales. Es interesante destacar que el edificio en que funcionó el colegio existe todavía, con el nombre de Clarence House, y actualmente es una casa particular habitada por el señor y la señora Bamfather. Esta casa, después de los tiempos de Mr. Eeles, siguió siendo usada como colegio en otras oportunidades, según nos cuenta el Presidente de la Sociedad de Historia Local de Richmond. Así debe haber sido cuando John O’Brien fue de visita por encargo de don Bernardo en 1823. Hoy, después de casi doscientos años, hemos tenido oportunidad de ingresar nuevamente a este edificio por la gentileza de su actual dueño. (En Anexo 13 se acompaña una serie de fotografías que ilustran en fonna más clara cómo era la casa y su distribución. También se agregan en este anexo interesantes aspectos de la historia de la casa hasta hoy, los sucesivos colegios que en ella hubo, su condición de bodega durante la Segunda Guerra Mundial de la famosa tienda Fortum and Mason, reclamos de la iglesia, avisos de venta y propaganda de corredores de propiedades y la copia del original del libro del pago de contribuciones de 1790, donde a un costado figura el nombre de Eeles, mal escrito. Esto último nos permite deducir que la casa la empezó a arrendar aproximadamente en ese año. En Anexo 14 se acompaña un mapa de Richmond de 1840 y un mapa actual del mismo sector con la ubicación del colegio y algunas vistas de los alrededores que nos permiten imaginar los paseos que don Bernardo tuvo que haber hecho durante sus años escolares). El famoso parque de Richmond está muy cerca, lo 45Ob. cit., Vicuña Mackenna, 1860, p. 32. 104 E dición conmemorativa del B icentenario mismo el centro de la ciudad. La vista desde las cercanías del colegio permite dominar el río Támesis y gran parte parte de la ciudad, ya que el lugar está en el llamado Richmond Hill (colina de...). Otras experiencias de Bernardo en Richmond Nuestra búsqueda de huellas de Bernardo Riquelme en Richmond no terminó aquí. Casimiro Albano, autor de la Memoria sobre Bernardo O’Higgins, su más temprana biografía, sostiene... La aristocracia inglesa tan singular en el mundo por la sencillez de sus maneras, le admitió en su círculo. En suma las amistades del joven a esa fecha eran ya en una extensión extraordinaria, cuando una oportunidad le hizo también participar de la benignidad y conocimiento de Jorje III y su real familia. Mister Builer, director distinguido del jardín botánico del Palacio Real de Keut (sic) (se refiere a Kew), cerca de Richmond, era a un mismo tiempo un respetuoso admirador y paisano del Marqués de Osorno. Este eminente profesor tuvo noticia que el joven O’Higgins, hijo de su noble paisano se hallaba de alumno en la Academia de Richmond y fue a visitarle, en cuya entrevista le invitó para que en los ratos libres de la Academia se fuese a pasear al jardín botánico donde añadiría placer de ver un establecimiento magnífico, adquirir nociones científicas sobre las plantas. El joven O’Higgins como era de esperar, aceptó con gratitud una invitación tan conforme a sus deseos de saber; y con este motivo iba a él con frecuencia... En una de las muchas veces que el Rey Jorge y real farrúlia visitaban aquel establecimiento tuvo lugar la introducción del joven Bernardo a presencia de sus Majestades, que no sólo lo trataron con dulzura sino que fueron complacidos de sus juiciosas y acertadas contestaciones en las cuestiones sobre Hispanoamérica...”. Albano agrega que a raíz de esta presentación, Bernardo siguió asistiendo con regularidad a reuniones sociales que se hacían con motivos piadosos donde asistía la familia real, recibiendo consideraciones especiales del rey Jorge IV y del duque de Sussex...46. No es mi intención decir como Vicuña Mackenna que este relato no es más que un “cuentecillo de canónigo”, por el contrario, en base a esta evidencia se hizo una serie de consultas para verificar lo afirmado por Casimiro Albano. Los resultados son muy escasos pero permiten dar algunas luces. La primera búsqueda se dirigió a Mr. Butler, al que se menciona como director o como profesor en los jardines del palacio de Kew, a unos dos kilómetros al noroeste de Richmond. El rey Jorge III y su esposa la reina Charlotte se fueron a vivir al palacio en 1772, y a partir de 1776 comenzaron a preferir el castillo de Windsor. Sin embargo, las visitas de la pareja real a los Kew Gardens eran muy frecuentes. El jardín botánico estuvo dirigido primero por Lord Bute, que falleció en 1792, y luego por Sir Joseph Banks. Esta información fue entregada por la biblioteca de los Kew Gardens, en la cual se agrega que en los registros de personas relacionadas con los jardines botánicos de Kew no figura nadie de apellido Butler como director. La biblioteca confiesa que sus antecedentes con 46Ob. cit., Albano, 1844. p. 6. 105 R evista L ibertador O’ higgins respecto a este período no están completos, pero de lo que hay seguridad es que Mr. Butler no fue el director en los tiempos de Bernardo47. Un poco antes que llegara don Bernardo a Richmond, Jorge III sufrió el primer ataque de locura en 1788, y fue trasladado desde Windsor a Kew para su convalecencia. Después de esto, la pareja real se alejó de este palacio que les traía malos recuerdos48. Los jardines de Kew en esos años funcionaban en conjunto con los de la casa de Richmond. Las plantas eran coleccionadas en todas partes del mundo y traídas a estos jardines para su cultivo y estudio. Por la cercanía de Richmond y su amistad con el señor Butler, que nos relata Albano, es muy posible que se haya encontrado con el rey en alguno de sus paseos a Kew, ya que el ingreso al público era restringido en esos años. Los Kew se transformaron en un parque nacional recién en 184149. Con respecto a las reuniones sociales a que alude Albano, se hicieron las consultas en la biblioteca de Richmond y en las fuentes bibliográficas que se encontraron de la época. Lamentablemente, no existen mayores antecedentes que nos den más detalles sobre estas reuniones sociales con fines de caridad a las que pudo haber asistido Bernardo50. (En Anexo 15, escenas de los Kew Gardens en tiempos de don Bernardo) TIEMPOS DIFÍCILES PARA BERNARDO DE VUELTA EN LONDRES Conflicto con los relojeros No sabemos exactamente cuándo abandonó don Bernardo sus estudios en Richmond, podemos sólo aventurar, por la fecha de sus cartas, que fue a fines de 1798. A comienzos de octubre, le escribía a su apoderado en Cádiz, ya desde Londres...”Me hallo absolutamente sin la ayuda de un maestro: lo siento mucho, principalmente, que ya comenzaba a tirar retratos. No hay más que tener paciencia, hasta tener órdenes de usted...”51. En marzo de 1799, nuevamente le escribía a don Nicolás a Cádiz, siempre desde Londres... “Usted me envió a Londres, señor don Nicolás, para que aprendiese y me educase y me hiciese hombre con la ayuda de usted, y no para pasar bochornos y miserias que con mucha facilidad se podían haber remediado... Mi situación es tal que en lugar de aprender y adelantar en las varias cosas a que me he aplicado, las comienzo a olvidar por falta de instrucciones, y todo se vuelve distracción y disgusto al verme tan maltratado por aquellos que creo mis mayores amígos”...52. Como vimos en la primera parte de este trabajo, a estas fechas los relojeros habían dejado de pagarle su pensión y educación, por lo que se vio obligado a trasladarse desde 47Carta respuesta de la Biblioteca de los Jardínes Botánicos de Kew al autor, de fecha 22 de Enero de 1992 (Londres). 48pendiente 49pendiente 50pendiente 51Archivo de O’Higgins, p. 6. 52Ibídem, p. 7. 106 E dición conmemorativa del B icentenario Richmond. Sólo recibía una guinea al mes, de parte de los relojeros, por expresas instrucciones de su apoderado de Cádiz, como le cuenta a su padre en carta de enero de 1801...”Yo de mi parte no he recibido más una guinea mensualmente para pagar de mis gastos menudos, para lo cual tuve orden de don Nicolás, y ha habido tiempos que no me han dado ni aún para comer...”53. Su situación debe haber sido muy desesperada, por lo que intuimos del tenor de sus cartas. Sabemos que don Diego Duff y Bernabé Murphy, comerciantes en Londres, alguna ayuda le proporcionaron de acuerdo con lo que le informa a su padre en la misma carta anterior. Pero su tono se hace desesperado cuando le escribe a un amigo de su edad, sobrino del conde de Maule, diciéndole... “a un hombre sin dinero, en Inglaterra ni un perro le mira a la cara”...54. Bernardo alojado en York Street Nº38 en Londres Habiendo dejado el colegio de Richmond, como hemos visto, tuvo Bernardo que buscar alojamiento en Londres. Sabemos que los relojeros no le dieron auxilio y que alojó una noche en casa de Bernabé Murphy, como se lo cuenta a su apoderado en carta de octubre de 1798... Salí y me refugié en casa del Sr. Murphy, a quien conozco bien, donde pasé el día sin decirle nada de lo que me había sucedido (incidente relojeros). Al día siguiente fui otra vez a casa de Mr. Perkins...”55. De una nota que le envía don Bernardo a Francisco de Miranda, el famoso patriota venezolano que conoció en Londres, sabemos que alojaba en una casa ubicada en la calle York Street Nº 38. La nota dice textualmente: “...Querido paisano y señor mío: En respuesta a la nota de vuestra merced debo decirle que con mucho gusto me hallaré con vuestra merced a la hora citada... Su más afectísimo servidor q.b.s.m...Bernardo Riquelme... York Street N!2 38 A M. de Miranda Great Pulteney Street”13. Esta nota, cuyo original se encuentra en el archivo de Miranda, es una fuente de información original para ir tras de esa dirección56. Vicuña Mackenna nos dice...”el desventurado joven se vio obligado entonces a ir a llamar a una puerta ajena i caritativa demandando en ella albergue i sustento, que afortunadamente encontró en la casa del capellán de la legación de Nápoles que según parece era un Sr. Morini, residente en Londres, Calle York Nº38...”57. En conformidad a estos datos se envió una carta al embajador de Italia en el Reino Unido, para inquirir antecedentes sobre la legación de Nápoles a fines del siglo XVIII en Londres. El embajador italiano solicitó información al Archivo Nacional Italiano en Roma, organismo que, a su vez, derivó la petición al Archivo del Stato de Napoli. Este organismo finalmente envió la información al autor de este trabajo. Lamentablemente, los antecedentes enviados no mencionan al capellán Morini ni tampoco la dirección que se buscaba. Supimos, sin embargo, 53Ibídem, p. 16. 54Ob. cit., La corona del héroe, p, 233. 55Archivo de O’Higgins, p. 7. 56Archivo del General Francisco de Miranda, Negociaciones, 1770-1810. Tomo XV, Tipografía Americana. Caracas, 1838, Junta Directiva de la Academia Nacional de la Historia, p. 169. 57Ob. cit., La corona del héroe, p. 233. 107 R evista L ibertador O’ higgins que la capilla católica de la legación funcionaba en la residencia de la legación, la cual se cambió de casa en 1793 en busca de mayor espacio.58 (En Anexo 16, carta respuesta del Archivo di Stato di Napoli.) Después de conocido este antecedente, se inició la búsqueda del capellán Morini en los Archivos Católicos de Londres y en los Diocesanos de Westminster, sin resultados. Sin embargo, buscando en los Laity Directories (Guías para Laicos, publicadas en la época), se encontraron dos antecedentes importantes que dan luces para continuar la investigación. En la Guía para Laicos, de 1805, aparece un señor Morini como director de un colegio católico en el barrio londinense de Hammersmith, y en el mismo documento, pero en los correspondientes a 1796, 1798 y 1799, aparece en la lista de capillas donde se puede ir a misa, una capilla ubicada en York Street Nº 38, Queen Square, Westminster. Investigando esta capilla de York Street Nº38, se pudo averiguar que en el Laity Directory de 1979 aparece anunciada de la siguiente manera: “... N°38 York Street, Queen Square, Westminster.- ‘La necesidad de dar el apoyo suficiente a esta muy útil institución, debido a que la comunidad católica es muy pobre, ha inducido al rev. Mr. Flynn a abrir una academia para la educación de un limitado número de jóvenes caballeros. Los costos son 24 guineas al año y una guinea de entrada. Pensión completa 40 guineas al año’”58. (En Anexo 17, listado de capillas original con el aviso). Con estos antecedentes se buscaron en los Archivos Diocesanos más detalles sobre la capilla. Así, se encontraron libros escritos sobre los católicos en tiempos de don Bernardo, y en ellos se pudo encontrar algunos. Mr. Bernard Ward, canon de Westminister, escribía en 1905...”Ahora cruzamos el Támesis de nuevo, esta vez por el puente de Wevtminster, y nos encontramos en un barrio muy poblado, en el cual por mucho tiempo no había habido una capilla permanente, aunque se habían hecho muchos intentos para instalar una. En 1792, una capilla fue abierta en York Street, Queen Square, la cual duró siete años y fue cerrada en 1799...”59. Por su parte, el mismo autor en una obra de 1909, recuerda... “alrededor de 1792, se hizo un esfuerzo para establecer una capilla en Westminster: se arrendó una casa en York Street, y se arregló una pieza para la celebración de la misa. Continuó allí por varios años hasta que probó no ser permanente...”60. Con todos estos antecedentes se visitó la biblioteca del Guildhall de Londres, en busca de los mapas de la época para ubicar exactamente la dirección. En la sección especial de mapas y planos se tuvo acceso al plano de Londres publicado en 1805 y que recoge todos los detalles de las calles de Londres desde 1796, incluso la numeración de éstas. En este plano se ubicaron 17 calles con el nombre de York Street, pero solamente una con el N° 38, justamente la que corresponde a Queen Square en el barrio de Westminster. Actualmente la calle no existe con el mismo nombre, hoy se llama Petty France. La zona ha sido remodelada y de la 58Laily Directory, 1799 (Guía para Laicos), p. 7. 59Ward, Bemard: Calholic London a Century Ago, London, Catholic Truth Society, 69 Southwark Bridge Road, S.E. 1905, p. 115. 60Ward, Bemard: The Dawn of the Catholic Revival in England, 1781-1803. Longmans Greenand Co. 39 Pater Noster Row, London, New York, Bombay and Calcula, 1909, p. 303. 108 E dición conmemorativa del B icentenario época queda solamente un antiguo pub que data de 1760, llamado Adán y Eva61. (En Anexo 18, copia del plano original con la ubicación de la casa en el N°38.) De nuestra investigación hasta aquí, puede asumirse que don Bernardo vivió en York Street Nº 38, ante la existencia de las siguientes evidencias y coincidencias: - La nota enviada por don Bernardo a Francisco de Miranda, cuyo original se encuentra en el archivo de Miranda, en Venezuela, en la que establece claramente su dirección en York Street N°38. - La existencia de una capilla católica en la misma dirección, y el funcionamiento de una incipiente academia en el lugar. - La posibilidad que el señor Morini, que aparece dirigiendo un colegio en 1805, en el barrio de Hammersmith, haya hecho clases o haya dicho misa en el lugar, o simplemente haya vivido allí como hogar católico. - La no existencia de ninguna otra calle York con el N°38 en la época. Esta información se confirmó en la lista del pago de contribuciones en Westminster, entre 1795-1805, las que se encuentran microfilmadas en la biblioteca de Marylebone en Westminster, Londres. Además en el propio plano de Londres de la época. De estas informaciones podemos deducir que la situación de don Bernardo en Londres no fue feliz en lo absoluto. Vivía, como hemos podido ver, de la buena voluntad de los capellanes que hacían misa en la capilla y, como él mismo recuerda en sus cartas ya citadas, la guinea que recibía apenas le alcanzaba para comer. Sin embargo, el lugar de la capilla estaba bien ubicado y desde allí podía caminar sin problemas a las reuniones que mantenía con Francisco de Miranda, en Great Putieney Street. Sólo tenía que atravesar el Parque St. James y caminar un par de cuadras para llegar a la casa de Miranda. La buena voluntad de comerciantes irlandeses le permitieron sobrevivir, como él lo recuerda poco antes de abandonar Londres: “... y no para pasar bochornos y miserias que con mucha facilidad se podían haber remediado, a lo que me veo ya casi acostumbrado, y de esto son testigos en Londres comerciantes de mucho respeto, quienes han sido bastante generosos para hacer una corta suscripción de dos guineas al mes, al haber sido informados de mi vida y país y al verme a tantas leguas de mis padres y amigos, lo cual les es muy raro, pues aquí no creo que hayan conocido otro de Chile que yo...”. (Carta a su apoderado en Cádiz, del 19 de marzo de 1799.)62. BERNARDO RIQUELME Y FRANCISCO DE MIRANDA EN LONDRES Conocida es la relación que hubo entre don Bernardo y el general Miranda, ampliamente reconocido en los círculos políticos de la época. El detallado archivo que mantenía Miranda, y que ha llegado hasta nosotros, y las menciones continuas a éste de don Bernardo, ha hecho que exista una amplia y variada información sobre este tema. Para los efectos de este trabajo se ha ubicado la calle donde vivía el general Miranda: Great Pulteney Street. Esta calle existe hoy 61Richard Horwood’s Map and The Face of London, 1799-1819, St. Margaret Westminster. London. 62Archivo de O’Higgins, p. 7. 109 R evista L ibertador O’ higgins día en el mismo lugar, en el barrio del Soho en Londres. Las características de la calle han cambiado totalmente y hay nuevos y grandes edificios. De un detallado análisis de la correspondencia de Miranda entre 1798 y 1808, se pudo constatar que Miranda vivió en tres lugares diferentes en la misma calle. En el Nº1, en el N°5 y en el N°13. Asimismo, de esta misma fuente, se pudo establecer que poco antes que don Bernardo viajara de vuelta a Cádiz, Miranda se cambió de casa a Queen Charlotte Street Row N°9, Marylebone New Road63. El documento más importante de este período corresponde a un intento de Memoria que empezó a escribir don Bernardo y que tituló Memorias Útiles para la Historia de la Revolución Sud Americana. Este documento fue publicado en el Epistolario de O’Higgins, de Ernesto de la Cruz, y Vicuña Mackenna se refiere a éste... “en esta frase termina este interesante trozo histórico, que como dijimos, sólo consta de un pliego de letra del General O’Higgins...”64. Don Bernardo nos entrega así interesantes antecedentes de su vida en Londres en compañía del general Miranda. Escribiendo en tercera persona dice... “Eran muy pocos los jóvenes de América que en aquella época se educaban en Inglaterra. El general Miranda se contrae exclusivamente a buscarlos para instruirlos y probarlos en el gusto del dulce fruto del árbol de la libertad. Elige entre ellos a su más predilecto discípulo, a O’Higgins, que para su educación había sido mandado por su padre a una Academia en Inglaterra desde los 14 años de su edad...”. Más adelante continúa, ‘no perdió tiempo Miranda en iniciar a su discípulo en los secretos de los gabinetes de Europa y de Washington con respecto a los asuntos de América... Una librería valiosa era el lugar donde se estudiaba la política de las naciones, dedicando la mayor parte del tiempo en el arte de la guerra. Y en las largas noches de invierno relataba a sus discípulos anécdotas de los héroes de la Revolución Francesa, reflexiones sabias para que ellos recordasen las defecciones que ensangrentaron y sofocaron en la cuna de la libertad de que debía participar el mundo entero. El general Miranda dio a conocer a O’Higgins, a los 17 años de su edad, al Embajador de Rusia, al Encargado de Negocios de Norte América, a la casa poderosa de Turnbull, y varios otros de sus importantes amigos”65. De esta evidencia, llaman la atención los datos que da don Bernardo de su edad, los que, según los antecedentes que se tienen, no estarían correctos. Don Bernardo a los 14 años aún no había llegado a Inglaterra, y se encontraba en el colegio en Lima cuando corría el año 179166. Asimismo, la relación con Miranda se habría iniciado en 1798, año en el cual don Bernardo ya tenía, al menos, 19 años. Antes no pudo haber conocido a Miranda ya que éste se encontraba en Francia. El propio don Bernardo, al hacer su Memoria, reconoce que el contacto con los sudamericanos se efectúa después que Miranda regresa de Francia, lo 63Archivo de Miranda, tomos XV y XVII. 64Ob. cit., Vicuña Mackenna, 1860, p. 49. 65Archivo de O’Higgins, p. 29. 66Que don Bemardo estaba en Lima en 1792, todos los historiadores que se han dedicado al estudio de su vida concuerdan. No hay seguridad si llegó a Londres en 1795 ó 1796. 110 E dición conmemorativa del B icentenario que es a comienzos del año 1798. El archivo de O’Higgins así también lo anota, cuando en 1811 don Bernardo le escribe a Juan Mackenna67. El lugar de reunión con Miranda, para escuchar de sus verdaderas lecciones de historia, era Great Pulteney Street, en los números ya señalados. Con respecto a los contactos que tiene don Bernardo con importantes personajes de la época, hay algunos que pueden comprobarse fácilmente. Por ejemplo, la visita a la poderosa casa Turnbuil. En el archivo de Miranda puede encontrarse una nota sin fecha, en la que Mr. Turnbull invita a comer al general Miranda y en ella le agrega que lleve al caballero de Chile, para poder conversar con él y establecer acaso alguna vinculación comercial. La nota dice lo siguiente... “My Dear Sir... I was sorry at not having been favord with your company yesterday to dinner & as we are engaged to dine from home on Tuesday, I will fully expect to have that Pleasure On Monday, & that you will bring with you the young Gentleman From Chilli- I wish to have some Conversations, that may be useful in all Respects. A Mailfrom New York has arrived this morning, so that I fiatter myself you cannot be kept longer in a State Of Uncertainty- I am always & Sincerely... My Dr. Sr... Yours... J. Turnbull... Saturday68. La firma Turnbull y Forbes Co. era una importante y respetable casa comercial, ubicada en el mismo centro de la City en el Nº 5 de la calle Devonshire Square, Bishopsgate, EC1. Esta información aparece en el Universal British Directory de 1791. Sin embargo, la comida sabemos que se realizó en la casa de Mr. Tumbull, de la cual era asiduo Miranda y que se encontraba ubicada en Broad Strect Nº 42, como consta en una serie de otras invitaciones en el mismo archivo. Que don Bernardo era el único chileno del grupo de sudamericanos, no cabe la menor duda. El propio Miranda lo reconoce en la conocida carta que le escribe cuando parte de vuelta a España... ignorando enteramente su región, no puedo formarse una idea sobre la educación, conocimientos y sentimientos de sus compatriotas; pero por tener menos relaciones con el Viejo Mundo que con las demás provincias, se me ocurre que son ignorantes y fanáticos. En mis largas relaciones con sudamericanos, Ud. es el único con que me he encontrado de allá; no tengo por consiguiente ninguna base para juzgarlos...”69. Otro interesante documento del archivo de Miranda, que comprueba la importancia que éste le da a don Bernardo, es la relación de nombres de algunos comisarios de la América del Sur, venidos a Europa en diferentes épocas, en la que figura en el Nº 1 “... D. Riquelme - de Santiago de Chile”. Esta lista aparece en tres partes diferentes del archivo. Junto a don Bernardo aparecen nombres conocidos en la lucha por la independencia de sus países como Pedro José Caro de Cuba y el canónigo Vitoria de México, entre otros70. Las visitas al embajador de Rusia, conde Michel Woronzow, que nos relata don Bernardo en su intento de Memoria, se realizaron en Harley Street, donde 67Archivo de O’Higgins, pp. 27 y 63 en Memorias útiles a la revolución Sud Americana y Carta a Dn. Juan Mackenna en 1811. 68Archivo de Miranda, MSS. Tomo XXII 69Archivo de O’Higgins, p. 23 70Archivo de Miranda, p. 104, la información también aparece en folios, 121, 202 y 205 111 R evista L ibertador O’ higgins estaba ubicada la embajada, conforme a lo publicado en el London Directory de 1792 y a la correspondencia que sostenía el conde con Miranda71. La entrevista con el duque de Portland, Ministro de Relaciones Exteriores del Reino, que nos relata Albano, se realizó en Whitehall, donde funcionaba ya desde esa época y hasta hoy el Foreign Office72. Don Bernardo también recuerda su presentación al Encargado de Negocios de Estados Unidos en Inglaterra, Mr. Ruphus King. Esta presentación tiene que haberse llevado a efecto en la casa que habitaba Mr. King, sede de su país en Londres. Esta residencia estaba ubicada en la calle Great Cumberiand Place en el N°1, antecedente que fue posible extractar de las invitaciones y cartas que muchas veces mandó Mr. King a Miranda en esa época73. Como hemos visto hasta aquí, pese a los graves problemas económicos que sufría don Bernardo en esos tiempos, gracias a su relación con el general Miranda, tuvo la oportunidad de tener una activa vida en contacto con personajes de alto nivel. Es interesante destacar el importante papel que cumplía Miranda en Inglaterra para la causa americana y el acceso fácil que tenía a las autoridades de la época. Su forma de presentarse nos da una idea de lo que proyectaba. En su correspondencia a Jefes de Estado, Primeros Ministros y otros se titulaba “Comisario y Comandante General en lo Militar de las Provincias, Villas y Ciudades del Continente Hispanoamericano”74. Sabemos que los contactos de Miranda con don Bernardo duraron casi un año y medio y terminaron cuando éste abandonó definitivamente Inglaterra. La famosa carta de Miranda a su pupilo ha sido publicada muchas veces bajo el título de “Consejos de un viejo sudamericano a uno joven, sobre el proyecto de abandonar la Inglaterra para volver a su propio país”75. Esta carta es una demostración de su influencia en el joven Bernardo. Sabemos también, por una nota de puño y letra de Miranda en una carta al, Primer Ministro británico Mr. Pitt, que don Bernardo se ofreció para ser emisario y comunicar a sus compatriotas la decisión de Inglaterra en cuanto a su apoyo a la causa de la independencia americana, cuando ya se aprestaba a abandonar el país75a. Un mapa de Londres actual (en Anexo 19) nos ayudará a recorrer todos los lugares que visitó don Bernardo acompañando al general Miranda. No queda más que reflexionar que este joven chileno debe haber demostrado una especial capacidad, preparación y entusiasmo, para haber sido considerado, como lo fue a su escasa edad, por tan importantes personajes. 71Archivo de Miranda, Tomo VI, p. 272. 72Ob. cit., Albano, 1844. pp. 7 y 8. 73Archivo de Miranda, Tomo VI. Cartas de R. King a Miranda, p. 329. 74Archivo de Miranda, Tomo XV, p. 226. 75 Archivo de O’Higgins, Tomo I, p. 23. 75ª Archivo de Miranda, Tomo XV, p. 351. 75b Ob. cit., Balbontín y Opazo, 1964, pp. 104-105. 112 E dición conmemorativa del B icentenario BERNARDO RIQUELME Y CHARLOTTE EELES Las fuentes históricas de esta relación Existen tres antecedenes históricos que nos permiten afirmar una relación sentimental entre Charlotte Eeles y don Bernardo. El más importante es una carta que la señora Eeles, esposa de Mr. Timothy Eeles, le envía a don Bernardo en 1823. En esta carta, que estaba depositada en el Archivo Nacional y que no hemos podido encontrar su original en inglés, la señora M.J. v. de Eeles le decía a don Bernardo entre otras cosas... “El coronel O’Brien tuvo la amabilidad de visitarme. Sentí una gran satisfacción por el honor que S. E. me confirió al recordarnos y manifestar que había estado alojado bajo mi techo... Esta cortesía tendrá mi gratitud eterna en consideración a ella, me permito suministrarle un retrato breve de todos nosotros, el que se presenta bastante sombrío, muchos acontecimientos me han afectado profundamente... Mi inolvidable esposo falleció a la 1.10 P.M. del día 29 de mayo, pero me queda el consuelo que durante su vida, él logró actos de gran distinción... Esta crisis fue seguida con la muerte de mi más querida hija Charlotte, quien no pudo nunca soportar el rudo golpe; el fallecimiento de su señor padre, agotó su cerebro, y se le declaró en consecuencia una fiebre nerviosa... Ella rechazó todo ofrecimiento de matrimonio y retuvo hasta el último, un gran cariño hacia Ud.... Deseándole toda clase de felicidades, quedo de Su Excelencia su obediente M. J. v. de Eeles. P. D. El coronel O’Brien tomó la pintura de mi hija (Q.E.P.D.).75b Valencia Avaria, con el documento a la vista, recuerda un trozo de la misma carta de modo diferente... “Mi muy respetado esposo falleció en 1810. Su muerte afectó profundamente a Carlota y le causó una fiebre que a los pocos meses, en Octubre, la llevó también al sepulcro. Siempre rechazó todos los ofrecimientos de matrimonio, murió soltera en esta ciudad de Londres y hasta el último momento conservó gran afecto por Ud...”76. El segundo antecedente son las cartas de O’Brien a don Bernardo, a las cuales ya nos hemos referido y que se encuentran en el Anexo 12 del presente trabajo. En estas cartas hay dos menciones a Charlotte que son importantes... “Mr. Eells (sic) he is long since died at the Iland (sic) of Madeira -his wife is now living in London Nº100 Crawford Street. -She is very old -bui remembers you very well- her Daughter Miss Charlotta Eells is also dead very soon after you left this country. She never married. The nwther said it was her last requesi lo be remembered lo you-. She was entered at Richmond hill-. I have sent you by the Ship Sesostros her likeness wich very probably you may remember when you see ii... (Carta fechada en Londres, abril de 1823.) (... Mr. Eells -hace tiempo que murió en la Isla de Madeira –su mujer vive ahora en Londres Nº 100 Crawford Streel. Está muy vieja pero lo recuerda a usted muy bien –su hija Miss Charlotta Eells también murió muy luego después que usted se fue del país –nunca se casó y su madre dice que su última petición fue que usted la recordara y fue enterrada en el cerro de Richmond –le he enviado en el buque Sesostros su retrato que muy probablemente usted recordará cuando lo vea... ) En una segunda carta, fechada el 6 de mayo de 1823, le agrega... “I wrote you a few days back by the ship Sesostros –when I enclosed you in a small case the likeness of your sweet 76Cartas Originales, gentileza Archivo Nacional. 113 R evista L ibertador O’ higgins heart Miss Charlotte Eels (sic)...” (...Le escribí hace pocos días atrás por el buque Sesostros –donde le envío en una pequeña caja el retrato de su enamorada Miss Charlotte Eels... )76. Finalmente, el otro antecedente es un documento al que se refiere Vicuña Mackenna y al cual también nos hemos remitido anterionnente. Se trata de una carta que Vicuña Mackenna dice haber visto en que Mr. Eeles le escribe a don Bernardo recriminándole por no haberle escrito a él, siendo que ya lo había hecho dos veces a alguien de la familia77. Estos antecedentes, que no son del todo congruentes, nos permitieron seguir algunas huellas, a base de los datos consignados en los documentos. El primer intento fue la búsqueda de la tumba de Charlotte y los registros de ella. Según la carta de la señora Eeles, Charlotte fue enterrada en Richmond Hill. Sobre esta base se hicieron las consultas en Richmond acerca de los lugares en los que se sepultaba a la gente. Estos eran el patio de la parroquia y una ampliación de éste en la subida del cerro, que, se deduce, sería el lugar mencionado por la señora Eeles. En la Biblioteca de Referencias de Richmond se encontraron los registros de las tumbas de la parroquia anglicana llamada de Santa Magdalena, donde también se enterraban católicos, ya que éstos no tenían un lugar especial. En estos registros se encontraron seis personas de apellido Eeles, Ann, Elizabeth, Jane, John, Sarah y Thomas. Estas personas fallecieron todas antes de 1788 y nos permiten deducir que pueden haber estado emparentadas con Charlotte y también que el apellido era conocido en la zona. Cuando el espacio se hizo insuficiente en el patio de la parroquia, como hemos dicho, fue necesario extender el lugar para efectuar los entierros. Este lugar existe hasta el día de hoy y se denomina Vineyard Passage. Consiste en una angosta franja de terreno donde se ubicaron las tumbas en tres hileras. Desde 1791 se empezó a enterrar gente en el lugar y hasta aproximadamente 1823. Lamentablemente el tiempo ha borrado las inscripciones de más de treinta y cinco de las tumbas, cualquiera de ellas pudiendo ser la de Charlotte78. (En Anexo 20, copia de los registros de las tumbas de la parroquia de Richmond y plano con la extensión del cementerio). Los archivos completos de los bautizos y entierros de las parroquias anglicanas se encuentran en los archivos de Surrey, en la ciudad de Kingston upon Thames. En visita a este lugar se inspeccionaron, en detalle, todos los archivos correspondientes a las sepultaciones en Richmond, sin encontrar huellas de Charlotte. Se revisó desde el año 1803 hasta el año 1819 y no figura Charlotte. Ante esta situación, y considerando los antecedentes contradictorios que existen entre las versiones de la carta de la señora Eeles, de Opazo y de Valencia Avaria, pueden darse los siguientes casos. Que Charlotte, que murió en Londres, haya sido enterrada en la misma capital. Que haya sido enterrada en Richmond, sin que haya sido registrada su tumba en los archivos anglicanos. Que haya sido 77Ob. cit., Vicuila Mackenna, 1860, p. 32. 78Registro de las twnbas de la parroquia de Richmond, facilitado por la Biblioteca de Richmond, correspondiente a la Parroquia de Santa María Magdalena. 114 E dición conmemorativa del B icentenario sepultada en Richmond y que su tumba corresponda a alguna de las treinta y cinco tumbas cuya inscripción el tiempo ha borrado. Nuestra búsqueda en los pocos registros católicos que han sobrevivido de la época ha sido infructuosa también. Poco sabemos de esta joven que murió teniendo en su recuerdo a este estudiante de Chile. Sólo podemos imaginar, por el paisaje, los paseos que pudieron hacer los enarnorados. El parque de Richmond a escasos diez minutos de la casa donde funcionaba el colegio en la calle The Vineyard, y la Terreza de Richmond, camino hacia el parque donde existía un paseo en pleno Richmond Hill que dominaba la ciudad y con una excelente vista sobre el curso del río Támesis. (En Anexo 21, lugares de paseo de Richmond, seguramente visitados por don Bernardo.) Sabemos que a la muerte de Mr. Eeles, su mujer y Charlotte se trasladaron a Londres a la calle Crawford Nº 100. Esta calle existe todavía con el mismo nombre y el barrio se empezó a desarrollar recién en el año 1770. Todo este sector de Londres, cercano a nuestra Embajada en el Reino Unido, pertenecía a la rica familia Portman y específicamente la calle Crawford alcanzó su pleno desarrollo el año 1820, aproximadamente la misma época en que O’Brien encontró a la señora Ecles en Londres79. (En Anexo 22, mapa de la época con la ubicación de la casa de Mrs. Eeles.) BERNARDO RIQUELME ABANDONA INGLATERRA Es nuevamente Vicuña Mackenna quien nos recuerda exactamente los detalles de la partida de don Bernardo desde Inglaterra, país, como sabemos, al que ya no volvería. “...Su porte era algo menos que mediano, pues su estatura no pasaba de cinco pies y seis pulgadas, medida inglesa...”. Este dato, agrega Vicuña, ‘Vué sacado del pasaporte que fué otorgado a O’Higgins por el Duque de Portland el 25 de Abril de 1799 i que su original tenemos a la vista”80. Fernández Larraín, en el análisis de las once navegaciones de O’Higgins, asegura que partió en dirección a Lisboa desde el puerto de Falmouth81. Este puerto se encuentra a 600 kilómetros aproximadamente de Londres, en la costa sur inglesa y a orillas del Canal de la Mancha. Toda una experiencia de vida dejó atrás don Bernardo al iniciar su regreso al continente. Lo vivido no lo olvidaría nunca. El maravilloso paisaje de Richmond, su relación sentimental con Charlotte, sus amigos del colegio de Timothy Eeles, las villanías de sus apoderados, sus contactos con Miranda, sus visitas a importantes personajes del Londres de la época, la nostalgia del hogar lejano, su hogar temporal en York Street Nº 38, la imponente gran ciudad y a quienes le tendieron la mano, Mr. Murphy y Mr. Duff. Otros desafíos enfrentaría don Bernardo en el futuro próximo y su ansiado regreso a Chile lo vería retrasado casi por dos años. Pero sólo hasta aquí hemos seguido sus huellas... (En Anexo 22a, un mapa de Londres actual, con la indicación de todos los lugares relacionados con su vida 79Atlas de Londres del Times, 1991. 80Ob. cit., Vicuña Mackenna, 1860, p. 54. 81Fernández Larraín, Sergio: O’Higgins, Editorial Orbe, Santiago, Chile, 1974, p. 180. 115 R evista L ibertador O’ higgins en esta histórica ciudad, ayudará al lector a seguir sus huellas cuando visite Londres.) PALABRAS FINALES Después de más de un año, y ante la eminencia de mi partida de Londres de vuelta a Chile, este trabajo se termina. Han sido largas horas dedicadas a seguir las huellas de don Bernardo Riquelme durante su estadía en Londres y en Richmond. Los resultados serán juzgados por los que tengan la paciencia de leer este escrito que cumple con difundir, con la mayor rigurosidad posible, las huellas encontradas. Las huellas siguen siendo difusas, pero estoy seguro que permitirán a otros que visiten estos lugares continuar en esta apasionante tarea. Las relaciones comerciales de Mr. Emmanuelle Spencer y de Mr. Perkins con Nicolás de la Cruz y el señor Romero son un tema interesante. Sabemos, por lo que hemos dicho, que eran conocidos fabricantes de relojes y quizás por allí se pueda encontrar su archivo y saber qué hicieron con las platas que nunca llegaron a manos de don Bernardo. Conocemos ahora dónde estaba el colegio de don Bernardo y algunos detalles de su funcionamiento. Más antecedentes de la familia Eeles pueden estar ocultos en algún oscuro archivo en espera de ser encontrados. Sabemos qué pasaba en York Street N° 38 y es posible que en alguna memoria de la Iglesia Católica, desconocida para nosotros hasta hoy, puedan haber algunas luces del capellán Morini y más antecedentes de la difícil vida de los católicos en Inglaterra. Por los diferentes lugares que hemos podido reconocer a través de las diferentes fuentes consultadas, podemos caminar hoy por Londres y Richmond e imaginar los recorridos que hizo don Bernardo en su época. En Londres, sus visitas a Miranda en Great Pulteney Street, su estadía en el hogar católico de York Street N° 38, sus entrevistas en la embajada rusa en Harley Street, sus contactos con la firma Thurnbull y Forbes en el N° 5 de Devonshire Square, las reuniones en el Ministerio de Relaciones Exteriores en White Hall y sus obligados contactos con los relojeros en Snow Hill N° 44. También pasar por la calle Crawford NI 100 y recordar el lugar del solitario retiro de la señora Eeles. En Richmond, visitar el colegio de Mr. Timothy Eeles en la calle The Vineyard, la actual Clarence House y, desde allí, recorrer el paseo de la terraza en Richmond Hill, luego alcanzar el parque de Richmond y maravillarse con los cientos de ciervos y venados. Bajar el cerro y en sus laderas encontrarse con la extensión del cementerio de la parroquia de Santa María Magdalena y, quizás, encontrar allí la tumba escondida de Charlotte Eeles. Más allá, reconocer el antiguo embarcadero a orillas del Támesis, donde seguramente llegó Bernardo por primera vez y luego continuar al norte y recorrer los Kew Gardens e imaginarse a don Bernardo conversando con el rey. 116 E dición conmemorativa del B icentenario Quizás podremos agregar en el futuro, a nuestro paseo, las casas de Bernabé Murphy y de Diego Duff, ambos irlandeses, que tendieron su mano a don Bernardo durante su estadía en Londres. Un profundo sentimiento de admiración hacia la persona de don Bernardo Riquelme, posteriormente don Bernardo O’Higgins, se despierta al conocer más de cerca su vida. Solo, lejos de sus seres queridos, en un país extraño, con un idioma diferente, lleno de peligros, sin los medios mínimos para subsistir, salió adelante, con voluntad y entereza. Sin lugar a dudas, esta rica y fuerte experiencia que vivió en Inglaterra lo marcó para siempre y le permitió alcanzar ese lugar único que tiene en la Historia de Chile. Los trámites para conseguir la colocación de una placa que recuerde los lugares donde estuvo, se han iniciado. Con fecha 3 de enero de 1992 se escribió al jefe de la Oficina de Investigación de la organización denominada English Heritage. Esta organización es la que autoriza la colocación de las placas; para ello se debe probar que la persona a la que se intenta conmemorar haya efectivamente efectuado una importante contribución a la felicidad y al bienestar de la humanidad y que haya sido tal que merezca ser recordado para siempre. La organización cuenta con un grupo de investigadores e historiadores que estudian, en detalle, las solicitudes. Una vez aceptadas, se debe contar con la autorización de los dueños de la casa para poder instalar la placa. (El modelo de las placas, que son de cerámica, se encuentra en Anexo 23.) Con fecha 9 de enero de 1992 Mr. Victor Belcher, Head of Sijrvey and General Branch of English Heritage, contesta una carta diciendo que su organización está muy interesada para que esta situación se haga efectiva, solicitando a su vez más detalles sobre la vida de don Bernardo. (En Anexo 24, copia de la carta de Mr. Belcher.) Con fecha 3 de febrero de 1992 se envía a Mr. Belcher una completa biografía en inglés de don Bernardo, y algunos de los antecedentes de los dados a conocer en el presente trabajo. En conjunto con lo anterior, se ha estado en contacto con los actuales dueños de Clarence House, en Richmond, lugar donde funcionó el colegio de Mr. Eeles, quienes han sido muy amables y han dado su aprobación a la colocación de una placa en su casa recordando a nuestro héroe si English Heritage así lo acepta. (En Anexo 25, copia de la carta de Mr. Barnfather.) Esta interesante investigación me ha permitido conocer muy de cerca los sistemas de bibliotecas, archivos y museos que tiene el Reino Unido. Estos sistemas, abiertos al público y a los investigadores de todo el mundo, facilitan el trabajo y permiten preservar en excelente forma un patrimonio histórico mundial de incalculable valor. Estos sistemas son dignos de ser imitados para, a su vez, preservar nuestra maravillosa historia. Al terminar este trabajo, sólo resta agradecer a todas las personas e instituciones que se dan a conocer en el Anexo 2, las que, en forma absolutamente desinteresada, entregaron su invaluable ayuda para seguir después de casi doscientos años las huellas de Bernardo Riquelme... 117 R evista L ibertador O’ higgins 118 E dición conmemorativa del B icentenario O’Higgins Y MIRANDA Miguel Castillo Didier1 El joven discípulo de Londres El tema de las relaciones de Miranda con O’Higgins está presentado, en sus líneas esenciales, por los dos grandes historiadores chilenos del siglo XIX. Vicuña Mackenna, en su vida del Capitán General de Chile con el Precursor. Dice del primero: “Fue él alumno del general Miranda, ese faro casi divino por su altura, que brilló entre los dos mundos de la América, cuando sumergida la una en las profundas tinieblas, alzábase la otra en espléndida alborada, reflejando al mediodía luces de redención i de esperanza”. El historiador dedica a Francisco de Miranda dos apartados del capítulo II de su obra. Su semblanza biográfica del Precursor contiene algunos datos que el descubrimiento y publicación de Colombeia han venido a rectificar. Pero lo importante es que el destacado historiador presenta la personalidad y la obra de Miranda en sus verdaderas dimensiones y perspectivas. Al escribir sobre la participación del joven militar caraqueño en la Revolución de la Independencia de Estados Unidos, como soldado español, expresa: “l en esos campamentos de la rebelión angloamericana, asaltaron el pensamiento del joven soldado aquellas magníficas visiones en que contemplaba a su patria alzándose a su vez i rompiendo sus cadenas. Un siglo no ha pasado todavía; aquel primer ensueño es ya un hecho inmenso e indestructible; i la América independiente puede llamarse ahora políticamente el Mundo de Miranda, como llamóse el Mundo de Colón, cuando fue descubierta y conquistada”. La amistad de Miranda con el joven Bernardo Riquelme en Londres es presentada por el historiador, primero como una relación de profesor y alumno y luego como de maestro y discípulo. “En efecto, el Precursor no tardó en descubrir que aquel joven, al parecer oscuro, era hijo de un hombre eminente i que además desempeñaba el empleo más alto en el sistema colonial de España. La activa mente del patriota venezolano comprendió lo que aquel encuentro podía valer para sus planes, i como su adolescente discípulo fuera de una índole afable i de un modesto comporte, tomólo en afección i le prestó desde luego toda su deferencia i casi su amistad”. Vicuña Mackenna describe a continuación la escena en que el joven Riquelme conoció los hechos de Miranda y sus planes independentistas para toda la 1 Universidad de Chile, Facultad de Filosofía y Humanidades. Textos del libro “Grecia y Francisco de Miranda”, pp. 265-274, cuyo autor es el señor Castillo Didier. 119 R evista L ibertador O’ higgins América española, escena que el propio Libertador de Chile recordó en un escrito: “Cuando el patriota caraqueño estuvo persuadido de que su amigo era digno de ser confidente, i cuando había pasado cerca de una año i medio desde su primer conocimiento personal, resolvióse a contarle los azares de su vida revolucionaria, los pasos para lo futuro, descorriendo así delante de los ojos deslumbrados de su entusiasta amigo el panorama de los magníficos destinos de esa América, patria común de una sola familia que llevaba entonces apellidos diferentes. No es fácil imaginarse el gozo de aquella alma expansivo i capaz de las más generosas impresiones. Cuando yo oí, nos dice él mismo en su fragmento citado, aquellas revelaciones i me posesioné del cuadro de aquellas operaciones, me arrojé en los brazos de Miranda bañado en lágrimas i besé sus manos. Y luego añade que, estrechándole aquél con efusión contra su pecho, le dijo estas palabras que copiamos textualmente: “Si hijo mío, la Providencia Divina querrá que se cumplan nuestros votos por la libertad de nuestra patria común. Así está decretado en el libro de los destinos. Mucho secreto, valor i constancia son las égidas que os escudarán de los lazos de los tiranos”. El historiador reproduce después el documento que Miranda entregó a O’Higgins cuando éste en 1799, a los 21 años edad, dejó Londres, escrito que tituló: “Consejos de un viejo sud-americano a un joven compatriota a regresar de Inglaterra a su país”. Copiaremos nosotros también más adelante esas páginas, que debíamos conocer bien todos los chilenos para cobrar más conciencia de la grande y especial deuda que tenemos con el Precursor, no sólo en calidad de latinoamericanos, sino por el hecho de que aquél fue el mentor directo del Libertador de Chile. Veremos cómo el propio O’Higgins afirma esto último en forma expresa. Cuando termina la cita completa de aquellos “Consejos...”, añade Vicuña Mackenna: “Tal fue el pasaporte verdaderamente profético, con que, a la edad de 21 años, el hijo del virrey del Perú. entró en el asta revolución que se tramaba contra la monarquía española en las colonias, i en las que él (aquél) por el espacio de 40 años fue a la vez soldado, caudillo i mártir” Por su parte, Barros Arana, en el tomo XII de su Historia General de Chile se refiere así al encuentro de los dos hombres en Londres. “El famoso General venezolano don Francisco de Miranda que después de una vida llena de sorprendentes y brillantes aventuras, se hallaba en Inglaterra solicitando el apoyo de los ministros de Jorge III, para revolucionar la América española, era el centro y alma de ese movimiento (para independizar al Nuevo Mundo). En torno a él se juntaban algunos americanos de diversas provincias que recibían de aquel impetuoso y tenaz propagandista palabras de aliento y consejo sobre la conducta que debían observar en la revolución que creían cercana, y que por medio de sus relaciones de amistad, propagaban en las colonias las ideas revolucionarias. Don Bernardo O’Higgins fue iniciado en esos proyectos. Presentado a Miranda, y tratado por éste con particular afecto, mereció su confianza, oyó sus consejos y recibió de él un pliego de instrucciones en que estaba trazado el plan de conducta que debía seguir en las emergencias políticas próximas a desarrollarse”. Y comentando los positivos conceptos sobre O’Higgins que estampa Miranda en ese escrito, añade Barros Arana: “Los acontecimientos posteriores revelan 120 E dición conmemorativa del B icentenario que las previsiones de Miranda eran por demás fundadas, y que su confianza en el joven a quien daba esos consejos no iba a ser engañada. O’Higgins, en efecto, por su perseverancia, por su abnegación, por su patriotismo severo e incontrastable, por su heroísmo y por su juicio tranquilo y claro, fue sin disputa el más ilustre a la vez que el más glorioso de los discípulos de Miranda”. Orrego Vicuña ha evocado también la escena de la revelación de los planes del Precursor a su discípulo: “Veíanse O’Higgins y Miranda en casa de éste y allí, al amparo de los libros, debieron franquearse sus almas, sellando entre ellos un pacto de acero que sería ampliamente cumplido. Durante el invierno de 1798 prolongáronse esas entrevistas al amor de la lumbre, y mientras en la chimenea chisporroteaban los leños, el corazón de ambos ardía de esperanza”. En página testimonial ha contado el prócer chileno el deslumbramiento de la primera revelación, cuando Miranda descorrió ante el joven el velo de sus grandes proyectos. “Al oír de labios del Precursor el cuadro de operaciones que traía entre manos, arrojase en sus brazos bañado de lágrimas”. Jaime Eyzaguirre, por su parte, recuerda asimismo esta escena y evoca la cautivante presencia del prócer venezolano. “Desde un principio, Bernardo se ha sentido subyugado por este hombre de ojos fuertes y mentón fino y puntiagudo, que más que maestro, parece jefe, caudillo. Y lo halaga verse distinguido por Miranda ante todos sus compañeros de estudio. Un día el venezolano le habla a solas y le franquea su secreto: todo un admirable plan de libertad de las tierras de América. Su voz es persuasiva. Tiene algo de mística y sacerdotal. Y el alma de Bernardo queda cogida de inmediato como en un puño. Lo que Washington había hecho en las colonias inglesas era preciso realizarlo en los extensos dominios que ahora vegetaban bajo la opresión de la dinastía borbónica”. Y añade: “Miranda, con la ternura propia de un apóstol que ha salvado y conquistado una inteligencia para la más grande de las causas, le estrecha junto a sí”. O’Higgins recuerda a su mentor Posiblemente, al momento de partir a su patria, vía España, O’Higgins era el más joven de los asociados al vasto plan mirandino. En un documento titulado “Nombres de algunos Comisarios de Sudamérica”, figura en el número 13 de la lista: “D... Riquelme, de Santiago de Chile”. Orrego Vicuña destaca en ambos próceres la consecuencia con los principios libertarios: “De pocos hombres –dice, refiriéndose al Precursor– podría afirmarse que supieron ser tan leales a la finalidad de su destino”. Y cuando sigue el curso de los acontecimientos de 1810, el historiador comenta la difusión en Chile, de las noticias relativas a la jornada del 25 de mayo en Buenos Aires. “Cuando la noticia de acontecimientos tan trascendentales llegó a Concepción, el corazón de O’Higgins debió estremecerse de gozo. Palpitaría en sus venas la fiebre de nuevas acciones, y su pensamiento hubo de comulgar con el de Miranda. Muy pronto el discípulo alcanzaría la altura del maestro”. Sobre el carácter de mentor directo de O’Higgins que tuvo el prócer venezolano, las palabras de aquél son precisas. El 1º de septiembre de 1828, escribe desde Montalbán al Almirante Hardy: “A Miranda debí la primera inspiración que me lanzó 121 R evista L ibertador O’ higgins en la carrera de la revolución para salvar a mi patria”. Con expresiones igualmente rotundas, O’Higgins había expresado esa idea al Coronel Juan Mackenna, diecisiete años antes, el 5 de enero de 1811. En carta a su amigo irlandés, le confiaba que había tenido el temor de verse apresado y enviado al Perú, lo que lo había sustraído a la acción por la independencia de su país: “No puedo ocultar a V., sin embargo, cuan doloroso me habría sido el yacer impotente tras las rejas de los calabozos de Lima, sin haber podido hacer un solo esfuerzo por la libertad de mi patria, objeto esencial de mi pensamiento y que forma el primer anhelo de mi alma, desde que en el año de 1799 me lo inspiró el General Miranda. Como tengo la esperanza de abraza a V. muy pronto, reservo para entonces el referirle cómo obtuve la amistad de Miranda, y cómo me hice el resuelto recluta de la doctrina de aquel infatigable apóstol de la independencia de la América española”. En cuanto al concepto que el Libertador de Chile tuvo del Precursor, las palabras que hemos citado son elocuentes al respecto. Se ha dicho, incluso, que quiso escribir una biografía de Miranda, pero que las peripecias de su vida no le dieron la oportunidad de dedicarse a tal empeño. “Nunca olvidó el discípulo a su maestro y en los días de ostracismo, cuando sus ojos fatigados por la obra hecha, que alguna vez debíó parecerle estéril, buceaban en las sombras del recuerdo, la imagen del Precursor volvería muchas veces a la retina de su espíritu. Y hasta intentó escribir su vida, según afirma el doctor Albano, pero diversas circunstancias le malograron el propósito. No importaba. ¿Por ventura no la llevaba escrita en su propio corazón?”, escribe Orrego Vicuña. El historiador Jorge lbáñez valoriza el juicio de O’Higgins sobre Miranda, considerando la época temprana –difícil y turbulenta– en que fue formulado. Escribe al respecto: “La visión de O’Higgins sobre Miranda adquiere, por ello, la categoría de un sorprendente juicio, medular y esencial, anticipando por décadas el marco histórico que valoraría con ponderación al incuestionable padre de la liberación americana”. Y cita lbáñez a continuación estas palabras del Libertador de Chile. “Él fue un hombre de extraordinario talento y, a mi humilde juicio, el llamado a tener el primer lugar en la independencia de América. Miranda fue el primero que se rebeló a la opresión que había en nuestro continente y el que me abrió los ojos a la contemplación del degradante estado de mi patria que me hizo tomar la firme resolución de dedicar mi vida y mí fortuna a la gloriosa tarea de liberarla de duro yugo bajo el cual estuvo sometida por tantos siglos”. En lo tocante a la opinión de los grandes historiadores chilenos sobre el Preculsor, podemos decir que ella ha sido por lo general ajustada a la realidad. Una desafortunada excepción la constituye Encina, quien en su magna obra Bolívar y la Independencia de América Española repite, sin documentación, opiniones negativas hace tiempo superadas y muestra un insistente empeño por disminuir cualquier mérito del Precursor. En las expresiones de Vicuña Mackenna, Barros Arana, Orrego Vicuña, Jaime Eyzaguirre, se refleja sincera admiración por la noble y heroica misión que cumplió el Precursor. Vimos cómo el primero propone que se llame al continente el Mundo de Miranda, como antes se le llamó el Mundo de Colón. Orrego Vicuña, por su parte, a propósito del Pacto de París, de 1797, “dice que la fecha de su firma, el 22 de diciembre, debía ser declarada Día de América Latina” 122 E dición conmemorativa del B icentenario Este autor valoriza la expedición libertador del “Leandro”. Ella no pudo conseguir su objetivo pero tuvo una gran significación moral e histórica. Expresa el historiador: “Pero los tiempos no estaban tan maduros como sus anhelos le hicieron consentir, y los recursos eran muy insuficientes. Derrotado, se reembarcó, tornando al centro de su acción sin abatirse. ¿No es admirable esa fe en el acerado espíritu de lucha, con los atributos de símbolo y modelo sin par?”. Todos los historiadores citados concuerdan en aquello que resume Orrego Vicuña cuando escribe. “Fue decisivo en la vida del Libertador chileno su encuentro con el General Miranda”. Antes de reproducir los “Consejos...”, queríamos hacer una observación acerca de la referencia a las lecturas del joven O’Higgins en Londres que hace Barros Arana. Dice el historiador. “Como recuerdo de su patria, O’Higgins leía y releía esos dos únicos libros referentes a ella que estaban a su alcance. La Araucana, de Ercilla, y la Historia de Chile, del abate Molina. Podemos suponer que el adolescente halló esos libros en la biblioteca mirandina. Allí había dos ediciones de La Araucana, la de 1586, entonces muy escasa, y la “reciente” de 1776; allí estaban el Compendio della storia geográfica, naturale e civile del regno de chíli, 1776, y el saggio sulla storia naturale del chisi, 1782, obras que el Precursor había leído y hasta citado en documentos suyos. La suposición que hacemos puede relacionarse con el hecho, conocido positivamente, de que gracias a la biblioteca mirandina, aprendió Andrés Bello la lengua griega. Y como tendremos oportunidad de exponerlo más adelante, también en el caso del sabio venezolano-chileno, podemos pensar que sus primeros contactos con el Poema del Cid se produjeron en la casa de Miranda y que las ideas iniciales de lo que serían sus pioneros estudios sobre esa obra y sobre la épica castellana surgieron cuando leyó la edición que el Precursor tenía de la Colección de poesías castellanas anteriores al siglo XV de Tomás Antonio Sánchez, 1779. Gonzalo Bulnes dedica bellos capítulos a Miranda y a Nariño en la sección sobre los precursores de su obra 1810: Nacimiento de las repúblicas americanas. A pesar de que no alcanzó a conocer el Archivo antes de escribir su libro, sus juicios sobre Miranda son justicieros. Reconoce que “su gran personalidad está lejos de ser bien conocida todavía y los rasgos de mayor interés de su vida para la historia de este continente, permanecen en la oscuridad”. Lo primero, desafortunadamente, sigue siendo cierto en buena medida; lo segundo ha sido superado con la abundancia documental abrumadora proporcionada por Colombeia, que se empezó a publicar en 1929, el año en que editó la obra Bulnes. El historiador habla sobre la unidad hispanoamericana propiciada tempranamente por el Precursor. “La nueva nación que Miranda concebía era toda la América hispana, desde California hasta el estrecho de Magallanes, formando un solo Estado. Los abrazaba a todos con el nombre de Colombia, en su inmenso amor por la libertad”. El “Pacto de París” lo considera como una fantasía llevada al delirio, pero no creemos que lo hace dando a este término su peor sentido, pues dice de aquel documento: “pliego extraño que es la ilusión, inconmensurable de un gran patriota, de un proscrito, de un aventurero de la libertad que vivía soñando, de un hombre que no pisaba la realidad cuando pensaba en estas patrias libres de Sudamérica ocupando un lugar soberano a la luz del sol en el concierto del 123 R evista L ibertador O’ higgins mundo”. Es lo que ha sucedido con los más nobles sueños concebidos para elevar la condición de la humanidad. Y hermosas son las palabras que dedica Bulnes al sentido de la vida de Miranda y a su trágico final: “Lo que domina en la de Miranda es la perseverancia, la fe blindada contra todas las decepciones, que también es la nota saliente en la carrera de Bolívar. Fue un gran visionario ‘. Su pensamiento vagaba en las alas de la fantasía, contemplando entusiasmado los espacios infinitos de una América ennoblecida por la libertad. A este anhelo lo sacrificó todo, y esto que resulta en la primera parte de su carrera, culmina en el resto de ella y en su fin, cuando cae en La Guaira en 1812, rendido por el destino adverso, y muere tres años (cuatro) después atado a una cadena en una hórrida prisión española”. Los consejos a un joven amigo He aquí el texto de los “Consejos...”: Mi joven amigo: “El ardiente interés que torno en vuestra felicidad me induce a ofrecemos algunas palabras de advertencia al entrar en ese gran mundo en cuyas olas yo he sido arrastrado por tantos años. Conocéis la historia de mi vida, y podéis juzgar si mis consejos merecen o no ser oídos”. “Al manifestaras una confianza hasta aquí ilimitada, os he dado pruebas de que aprecio altamente vuestro honor y vuestra discreción, y al trasmitimos estas reflexiones os demuestro la convicción que abrigo de vuestro buen sentido, porque nada puede ser más insano, y a veces más peligroso que hacer advertencia a un necio”. “Al dejar la Inglaterra, no olvidéis por un solo instante que fuera de este país, no hay en toda la Tierra sino otra nación en la que se pueda hablar de política, fuera del corazón probado de un amigo, y que esa nación es la de los Estados Unidos”. “Elegid, pues, un amigo, pero elegidie con el mayor cuidado, porque si os equivocáis sois perdido. Varias veces os he indicado los nombres de varios sud-americanos en quienes podrías reposar vuestra confianza, si llegarais a encontrarlos en vuestro camino, lo que dudo porque habitáis una zona diferente”. “No teniendo sino muy imperfectas Ideas del país que habitáis, no puedo daros mi opinión sobre la educación conocimientos y carácter de vuestros compatriotas, pero a juzgar por su mayor distancia del Viejo Mundo, los creería los más ignorantes y los más preocupados. En mi larga conexión con Sud-América, sois el único chileno que he tratado, y por consiguiente no conozco más de aquel país que lo que dice su historia, poco publicada, y que la presenta bajo luces tan favorables”. “Por los hechos referidos en esa historia, esperaría mucho de vuestros campesinos, particularmente del Sur, donde, si no me engaño, intentáis establecer vuestra residencia. Sus guerras con sus vecinos deben hacerlos aptos para las 124 E dición conmemorativa del B icentenario armas, mientras que la cercanía de un pueblo libre debe traer a sus espíritus la idea de la libertad y de la independencia”. “Volviendo al punto de vuestros futuros confidentes, desconfiad de todo hombre que haya pasado de la edad de 40 años, a menos que os conste el que sea amigo de la lectura y particularmente de aquellos libros que hayan sido prohibidos por la Inquisición. En los otros, las preocupaciones están demasiado arraigadas para que pueda haber esperanza de que cambien y por que el remedio es peligroso”. “La juventud es la edad de los ardientes y generosos sentimientos. Entre los jóvenes de vuestra edad encontraréis fácilmente muchos, prontos a escuchar y fáciles de convencerse. Pero, por otra parte, la juventud es también la época de las indiscreción y de los actos temerarios: así es que debéis tener estos defectos en los jóvenes, tanto como la timidez y las preocupaciones en los viejos”. “Es también un error creer que todo hombre porque tiene una corona en la cabeza o se sienta en poltrona de un canónigo, es un fanático intolerante y un enemigo decidido de los derechos del hombre. Conozco por experiencia que en esta clase existen los hombres más ilustrados y liberales de SudAmérica; pero la dificultad está en descubrirlos. Ellos saben lo que es la Inquisición y que las menores palabras y hechos son pesados en su balanza, en la que, así como se concede fácilmente indulgencia por los pecados de una conducta irregular, nunca se otorga al liberalismo en las opiniones. “El orgullo y fanatismo de los españoles son invencibles. Ellos os despreciarán por haber nacido en América y os aborrecerán por ser educado en Inglaterra. Manteneos, pues, siempre a larga distancia de ellos”. “Los americanos impacientes y comunicativos os exigirán con avidez la relación de vuestros viajes y aventuras, y de la naturaleza de sus preguntas podréis formaros una regla a fin de descubrir el carácter de las personas que os interpelen. Concediendo la debida indulgencia a su profunda ignorancia, debéis valorizar su carácter, el grado de atención que os presten y la mayor o menor inteligencia que manifiesten en comprendemos, concediéndoles o no vuestra confianza en consecuencia”. “Nos permitáis que jamás se apodere de vuestro ánimo ni el disgusto ni la desesperación, pues si alguna vez dais entrada a estos sentimientos, os pondréis en la impotencia de servir a vuestra patria”. “Al contrario, fortaleced vuestro espíritu con la convicción de que no pasará un solo día, desde que volváis a vuestro país, sin que ocurran sucesos que os llenen de desconsolantes ideas sobre la dignidad y el juicio de los hombres, aumentándose el abatimiento con la dificultad aparente de poner remedio a aquellos males”. “He tratado siempre de imbuirle principalmente este principio en nuestras conversaciones y es uno de aquellos objetos que yo desearía recordamos, no sólo todos los días sino en cada una de sus horas”. “¡Amáis a vuestra patria! Acariciad ese sentimiento constantemente, fortifícadlo por todos los medios posibles, porque sólo a su duración y a su energía deberéis el hacer el bien”. 125 R evista L ibertador O’ higgins “Los obstáculos para servir a vuestro país son tan numerosos, tan formidables, tan invencibles, llegaré a decir que sólo el más ardiente amor por vuestra patria podrá sostenemos en vuestro esfuerzos por su felicidad”. “Respecto del probable destino de vuestro país ya conocéis mis ideas, y aun en el caso de que las ignoréis, no será éste el lugar a propósito para discutirlo”. “Leed este papel todos los días durante vuestra navegación y destruido en seguida. No olvidéis ni la Inquisición, ni sus espías, ni sus sotanas, ni sus suplicios”. Francisco de Miranda Comentando los consejos dados por el Precursor a O’Higgins, escribe Orrego Vicuña “Llama la atención en esta página, el espíritu hondamente realista mostrado por Miranda, y se advierte el afecto casi paternal que lo animaba hacia el joven discípulo. Llevólo éste junto al corazón y, según se cuenta, lo conservó toda su vida pública. A sus directivas se conformó en el tiempo que permaneció en España en contacto secreto con los afiliados a la Gran Reunión, especialmente con los canónigos Cortés de Madariaga y Fretes. Y los principios fueron observados, en lo medular, hasta la hora última”. El Precursor y el Abate Molina Antes de cerrar esta sección, quisiéramos recordar que la obra del Abate Molina fue leída, citada y hasta regalada en ocasión importante por el Precursor. En mayo de 1790, en una exposición presentada al gobierno inglés en la persona del Ministro William Pitt, colocó Miranda diversas notas con el objeto de reforzar sus argumentos a favor de la acogida por parte de Gran Bretaña de su plan independentista. Una de las notas consiste en una cita del libro del Abate Molina, identificado así “Historia naturale del Chile, Bologna, 1782, página 333”. Este es el párrafo que transcribe el Precursor, fragmento que resulta emocionante leer. Con las palabras del sabio sacerdote desterrado, quería el General de la Revolución Francesa hablar de la población de uno de los países de su “amada Colombia”, el más lejano, el cual –no lo dudaba– entraría en la revolución por la independencia. “El hombre goza de todo el vigor que pueden suministrarle las bondades de un clima inalterable. Una tardía muerte viene, en general, a cortar el largo discurrir de sus días. Los de origen europeo son en su mayoría de bella estampa, especialmente las mujeres muchas de las cuales se encuentran dotadas de una singular belleza”. Con esas palabras presentaba Miranda a los chilenos ante las pragmáticas autoridades inglesas, que más de una vez sonreirían ante los argumentos del prócer, como más de una vez desmintieron las esperanzas que habían dado de ayudar a la causa hispanoamericana. En el mismo documento a que nos referimos, Miranda utiliza expresiones de Feijoo para ponderar las cualidades de los habitantes del continente colombiano. “La cultura en todo género de letras 126 E dición conmemorativa del B icentenario humanas, entre los que no son profesores por destino, florece más en la América que en España”. Volviendo al libro del ilustre sacerdote chileno, éste reaparece en los papeles mirandinos en un momento muy importante para la lucha por la libertad de América. En los días de enero de 1806, el Precursor vive agitadas y febriles jornadas en Estados Unidos. Están finalizados los preparativos para el zarpe de su expedición libertadora. El 13 de diciembre de 1805 se ha entrevistado con el Presidente Jefferson, el cual ha mostrado cierta disposición favorable. De hecho las autoridades norteamericanas no han puesto mayores obstáculos a los preparativos de Miranda. Este quiere hacer una especie de constancia autoconstancia de que el mandatario aprueba en cierto modo su actuación. Para eso, le envía un regalo y una carta en la que alude a la entrevista. La edad de oro soñada por los antiguos y el lejano Chile son menciones que hallamos en este texto. Aquella estará presente, pocos días después, en las disertaciones que dirigirá Miranda a los bisoños reclutas de su “ejército sudamericano”. En sus lecciones a los jóvenes soldados no faltan las alusiones a los pueblos antiguos, a la gloria de los griegos, y la visión de una futura grandeza. Biggs nos cuenta algo sobre aquellas conferencias. “Para usar su propio lenguaje –nos dice el marino–, él abomína de la tiranía; detesta a los truhanes; aborrece a los aduladores, odia el engreimiento y se lamenta de la diabólica corrupción de los tiempos modernos. Ama la libertad, admira el candor y la sinceridad, estima a los sabios y sensatos, respeta la humanidad y se deleita en aquella noble y hermosa integridad y buena fe que distinguió la edad de oro de la antigüedad”. El relato de Biggs sobre las enseñanzas de Miranda y sus discursos ante los rudos seres reclutados como marinos de la libertad, no puede dejar de traer a la memoria aquel discurso famoso de Don Quijote ante los cabreros: “¡Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quienes los antiguos pusieron nombres de dorados...!” Pero el visionario Precursor no sólo habla de “Edad dorada” a hombres rudos y rústicos. Tratando de conseguir apoyo y esforzándose por dejar constancia en una carta suya de una opinión del Presidente de Estados Unidos, que pueda servir para sus propósitos, escribe a Jefferson, como decíamos a comienzo de 1806, poco antes de partir. La misiva tiene dos partes. La primera, destinada a hacer llegar un obsequio. ¡Un libro! Un libro sobre un país de América, de la Colombia a la que anhela ver libre. En la segunda parte, se trata de recordar y dejar escrita una actitud del Presidente: el deseo que había expresado en reunión con Miranda de que el empeño libertador tuviera éxito. La idea de la “edad dorada” –que volverá a vivirse en Colombia libre– aparece con elocuencia breve, pero exaltada, y se expresa con los mismos clásicos versos de Virgilio. Conmueve leer este texto y meditar sobre él. ¡Cuánta pasión cuánto amor por la patria americana hay tras esas líneas; cuántos años de esfuerzos! Y observamos detenidamente es verdad que el revolucionario busca apoyo del país a cuya libertad él también contribuyó; pero no deja de hacer constar que “el futuro luminoso de Colombia surgirá por los generosos esfuerzos de sus propios hijos”. Pero releamos ya esta carta a Tomás Jefferson. 127 R evista L ibertador O’ higgins “Nueva York, enero 22,1806. Señor Presidente tengo el honor de enviarle la Historia Natural y Civil de Chile, sobre la cual conversamos en Washington; Usted quizás podrá encontrar más interesantes hechos y más grandes conocimientos en este pequeño volumen, que en aquellos que han sido publicados antes sobre el mismo tema concerniente a este bello país. Si alguna vez la feliz predicción que usted ha hecho sobre el futuro de nuestra querida Colombia se cumple en nuestro día, quiera la Providencia conceder que fue bajo los auspicios de usted y por los generosos esfuerzos de sus propios hijos. Podremos, entonces, en alguna forma contemplar la llegada de aquella edad cuyo retorno invocaba el bardo romano a favor de la raza humana: Última Cumaei venid iam carminis aetas, magnas ab integro saeclorum mascitur ordo. Iam redid et virgo, redeunt Saturnia regna, lam nova progenies caelo demittitur alto. Llegada es ya la postrera edad que anunció la Sibila de Cumas, renace la serie toda de los siglos, ya retorna la Virgen y vuelve el reinado de Saturno, ya desciende del alto cielo una nueva generación. Con mi mayor consideración y profundo respeto, etc. Así, en un libro, escrito por un desterrado chileno en la lengua hermana, la del país que le dio hospitalidad –libro entonces reciente– y en cuatro versos del mayor poeta clásico latino, quiere el Precursor comunicar su fe y su pasión en el destino de América. La majestad de la lengua virgiliano en los proféticos acentos de su IV Egloga quiere referirse sobre la descripción que en italiano hace un escritor criollo de su país, el más remoto de América. Lo antiguo y lo nuevo; lo clásico y lo actual: todo al servicio de la libertad para América. Como en sus anteriores conversaciones con el futuro libertador O’Higgins, siete u ocho años antes, también ahora, en el momento decisivo en que se lanzaba Miranda a desafiar al Imperio español, estuvo presente en Chile. 128 E dición conmemorativa del B icentenario INFLUENCIA DEL MAESTRO SOBRE EL DISCÍPULO: EL PAPEL DE MIRANDA Y O’HIGGINS EN LA SINGULARIDAD DEL CASO CHILENO Y DE SU GOBERNABILIDAD Christian Ghymers1 INTRODUCCIÓN Para lograr plenamente sus metas, el bicentenario de Chile tiene que apuntar a ser también un gran esfuerzo colectivo de entendimiento crítico de su pasado. En Chile, como en los otros países hispanoamericanos, la historia de la emancipación colonial está envuelta en las epopeyas militares que sirvieron para mitificar a unos personajes identificados con la emergencia de los nuevos países y que forman parte de las componentes fundamentales de las culturas e identidades de los países latinoamericanos. Dado este hecho cultural y sociopolítico que pesa tanto en la psicología colectiva de los pueblos latinoamericanos, es sumamente difícil (y arriesgado) destapar el púdico velo que oculta o sesga el análisis del papel más decisivo de los libertadores en las características de gobernabilidad de los países. La presente contribución trata, sin embargo, de abrir un debate sobre esta problemática de las relaciones entre el tipo de gobernabilidad y el ideario político de los próceres, al localizar la atención sobre dos personalidades que según nuestras hipótesis, desempeñaron un papel decisivo en la explicación de la singularidad del caso chileno. Lo interesante en este caso, es que la, mayor parte de los países hispanoamericanos lograron su independencia y se crearon como Estado en forma casi simultánea y a partir de la misma herencia institucional y cultural. Eso confiere un alto grado de comparabilidad entre países, al limitar las posibles explicaciones de la singularidad del caso chileno en relación a los otros países creados a partir de la emancipación. La muestra considerada prescinde de muchos factores que interfieren en comparaciones internacionales cuando los países son de origen y formación mucho más diferentes. 1 Economista, Consejero de la Comisión Europea, en comisión de servicio en la CEPAL, Naciones Unidas. Profesor del Institut Catholique des Hautes Etudes Comerciales (ICHEC) de Bruselas, Miembro de número del Instituto O’Higginiano de Chile. El autor se expresa a título exclusivamente personal y las ideas expresadas no involucran de ninguna manera a las instituciones por las cuales trabaja. 129 R evista L ibertador O’ higgins Nuestra tesis acerca de la existencia de un nexo importante entre los Libertadores y el funcionamiento institucional de un país puede sintetizarse mediante el silogismo siguiente, cuya conclusión tiene un grado de validez directamente proporcional a la de sus premisas: 1. El éxito económico de un país y su desarrollo dependen estrechamente de la calidad de su gobernabilidad, que a su vez depende de su cultura política y de las instituciones básicas que dan cohesión a su sociedad. 2. Los Libertadores contribuyeron profundamente a la formación de las identidades nacionales y de la cultura política, de las cuales emergieron las instituciones básicas de sus países. 3. Por lo tanto, debería existir un nexo indirecto significativo entre los Libertadores y el modo de gobernabilidad o de desarrollo de un país, lo que implica que sea imprescindible analizar más a fondo el pensamiento político y constitucional de estos fundadores. Un índice a priori significativo de la pertinencia de nuestro silogismo, está dado meramente por el hecho de que los próceres han sido y siguen siendo usados con fines políticos en Hispanoamérica. En el caso chileno, llama especialmente la atención el conflicto que se mantiene, incluso hoy día, entre o’higginianos y carrerinos para reivindicar para su héroe el papel de Libertador. El presente trabajo se limita al caso chileno que presenta precisamente el interés de ser diferente de los otros casos latinoamericanos, lo que merece una explicación. Para eso, proponemos poner en evidencia el papel crucial que O’Higgins desempeñó en la construcción de la institucionalidad democrática chilena y relacionar este papel con algunos aspectos del ideario mirandino y de la capacitación que el primero recibió en Londres del precursor de la emancipación latinoamericana. De tal manera tratamos de participar en el proceso de interrogación y reexamen del pasado nacional y latinoamericano que podría útilmente contribuir al progreso de la cohesión social. EL CASO CHILENO: DOS SIGLOS DE PECULIARIDADES, UN RECORRIDO SINGULAR QUE REQUIERE UNA EXPLICACIÓN Chile inició su recorrido independiente partiendo con un atraso importante en comparación con las otras regiones o capitanías. Era el reflejo de su aislamiento geográfico, de sus insuficiencias en materia de infraestructura, de una guerra permanente contra los araucanos, de la ausencia de riqueza concentrada y de centros urbanos o intelectuales mayores, siendo la capital una ciudad con carácter provinciano, casi “rural”. También la expulsión de los 360 jesuitas en 17672 privó a Chile de un importante capital humano propio que no se había podido reconstituir cuando estalló la independencia y los conflictos internos que agravaron su handicap inicial. 2 Sobre los 2.617 jesuitas expulsados de Hispanoamérica se da una proporción mayor en Chile, según Vicens Vives, citado por Jocelyn-Holt en La Independencia de Chile, Planeta, 2ª edición, Santiago 1999, p. 69. 130 E dición conmemorativa del B icentenario Sin embargo, en reacción a estas condiciones adversas se nota, desde el fin del siglo XVIII, la emergencia de una conciencia creciente de la necesidad de una política de desarrollo autónomo. La administración borbónica concibió “al Estado como un agente activo estimulador y creador de riqueza”3. Este “voluntarismo” local para organizar el desarrollo de una región marginal y encaminarla hacia el progreso, se nota, por ejemplo, en los esfuerzos de creación de instituciones básicas propias, como los tribunales consulares que fomentaban las actividades económicas, la Universidad de San Felipe y la Academia San Luis, que dieron a la Capitanía unas herramientas de formación de su identidad. Para dar una idea sintética de la posición relativa de Chile en América Latina, desde el punto de vista de su nivel de desarrollo económico y de su recorrido histórico en dos siglos de independencia, construí tres índices nivel de producción por habitante en Chile, comparado respectivamente América Latina, Europa y las nuevas economías emergentes anglosajonas (EE.UU., Canadá, Australia, Nueva Zelanda)4. Partiendo de los datos reconstruidos por Rolf Lüders y su equipo de la Pontificia Universidad Católica para Chile5, y empalmándolos con los niveles de poder adquisitivo estimados a fines de comparación internacional por Angus Maddison6, dividí el nivel del PIB por habitante en Chile por los niveles del PIB por habitante de las tres regiones de referencia (calculados también por Maddison). Los indicadores sintéticos así obtenidos nos dan la posición de desarrollo relativo de Chile durante los dos siglos observables desde la independencia, como aparecen en el gráfico. El examen del indicador de la posición relativa de Chile en América Latina permite distinguir cuatro grandes períodos en los dos siglos así representados. 1. La emergencia: 1817-1880. Partiendo con un retraso del orden del 25% con respecto al promedio del imperio colonial, Chile logra un despegue espectacular que le permite adelantar al resto de la región a partir de 1840 y acumular un avance del orden del 75% a fines del período. Este despegue corresponde también a una reducción de su retraso respecto a Europa y las economías anglosajonas. Eso resulta de la implementación en Chile de instituciones estables, favorables al desarrollo de los mercados y a la apertura progresiva, con un Estado emprendedor y apoyando a las empresas. 2. La economía de renta y el estancamiento: 1890-1920 La importancia de las rentas mineras (salitre) después de la Guerra del Pacífico se tradujo en el llamado “síndrome holandés”, es decir, una sobre evaluación monetaria. Además, el fenómeno de pérdida de competitividad se vio empeorado 3 Jocelyn-Holt, Alfredo, La Independencia de Chile, ob. cit. pp. 66-67. 4 Christian Ghymers, “Le modèle économique chilien”, mimeo, curso del “Master in Intercultural Management, MIME”, ICHEC, Bruselas, 1997. 5 Para los datos chilenos, usé las series creadas por el equipo de Rolf Lüders y Gert Wagner, Pontificia Universidad Católica, Santiago, 1997. 6 Para la mayoría de los datos internacionales utilizados ver Angus Maddison, “Monitoring the Worid Economy 1820-1992” Development Centre Studies, OECD, 1995. 131 R evista L ibertador O’ higgins por la inflación, resultado del proteccionismo y del intervencionismo creciente que respondía a las dificultades, creando más distorsiones potenciales. Chile no progresa más respecto a la región y empieza a perder terreno en relación a las economías más avanzadas, salvo respecto a Europa, que es afectada por el impacto de la Primera Guerra Mundial. 3. El populismo y la divergencia: 1920-1973 El círculo vicioso del crecimiento insuficiente que induce más intervencionismo, creando más distorsiones y más desequilibrios macroeconómicos lleva a Chile al camino de respuestas políticas aún más radicales. La crisis mundial de los años treinta fomenta el proteccionismo y los experimentos de políticas. En las décadas siguientes diversos intentos de políticas alternativas fracasan o no permiten revertir la caída relativa de la economía chilena. El experimento socialista de la Unidad Popular cierra el proceso, con la posición relativa de Chile alcanzando un nivel inferior a su punto de partida en 1920. Eso atrapa a Chile en una profunda crisis política y social que divide el país y acaba con la democracia y el orden constitucional. 4. La recuperación: 1984-2000 Bajo un régimen militar y después de diez años de ajuste difícil (1974-1983) Y con reformas drásticas y errores, una economía social de mercado, regulada según normas anglosajonas, emerge y permite una espectacular recuperación de los niveles anteriores. LA TESIS DE LA SINGULARIDAD DE LA Emancipación CHILENA Esta digresión macroeconómica permite evaluar el significante despegue de la economía chilena, a partir de su emancipación política en relación al resto de América Latina. Lo interesante en el caso, es que la mayor parte de los países lograron su independencia y se crearon como Estado en forma casi simultánea, a partir de la misma herencia institucional y cultural y siguiendo procesos semejantes. Si bien es obvio, para los historiadores y economistas, que el despegue chileno está relacionado con la temprana y singular estabilidad política que Chile había logrado, las explicaciones de las razones de este doble fenómeno de adelanto son menos obvias, o, por lo menos, escasas. Nuestra tesis consiste en aplicar el silogismo presentado en la introducción: en la medida en que podamos identificar diferencias significativas en los aportes de los próceres Miranda y O’Higgins en relación a los otros próceres, y en la medida en que estos aportes pudieron traducirse en las instituciones chilenas, la tesis de una deuda de Chile hacía el dúo Miranda-O’Higgins, que hubiera orientado desde el inicio las instituciones chilenas en la dirección favorable al desarrollo, tomaría sentido. La independencia de Hispanoamérica se realizó en un contexto de superposición de guerras: una guerra externa para lograr la emancipación de la Madre Patria, y otras internas a la sociedad criolla americana para llegar a 132 E dición conmemorativa del B icentenario una organización institucional sustentable, es decir, fijar los nuevos Estados y sus opciones de gobernabilidad. Además de una guerra de descolonización, la emancipación hispanoamericana fue también una serie de guerras civiles, sobre todo entre liberales y absolutistas, pero también entre caudillos o entre diferentes tendencias para ejercer el poder. Es importante recalcar que la emancipación no se puede reducir a una guerra de “criollos liberales” frente a “españoles realistas”, como lo presenta la versión mítica popular, sino que, en ambos lados del Atlántico, fue sobre todo la lucha entre el deseo emancipador de democracia contra el poder aplastante de la tiranía del régimen absolutista. La Junta de Sevilla y el movimiento de resistencia a la usurpación del trono por Bonaparte fueron dirigidos por el liberalismo peninsular que llamó a los criollos a unirse al movimiento (diciembre de 1808 y enero de 1809). Lo que implicaba una ruptura del régimen político, con la aplicación del concepto de soberanía popular y las elecciones de representantes al Congreso Constituyente de Cádiz y a las Cortes. El trabajo constitucional que produjo el Código Político de 1812 (la Constitución liberal de Cádiz) fue el resultado tanto de peninsulares como de criollos, que juntos defendieron la introducción de principios democráticos fundamentales. A esta lucha entre liberales y absolutistas se agregó, desde 1809, un debate político entre liberales peninsulares y liberales criollos. Los representantes americanos sostenían, con razón, que eran jurídicamente súbditos de Fernando VII y no de los españoles peninsulares, sus reinos estando vinculados a la monarquía y no al gobierno de España, en tanto que la Junta Central, el Consejo de Regencia y las Cortes pretendían gobernar y legislar para ambos lados del Atlántico. La revolución de los criollos americanos fue así una consecuencia de la guerra en España, que ofrecía la ocasión “forzada” de asumir el absoluto control político y económico de sus provincias. Los criollos no podían obedecer a un usurpador extranjero (José Bonaparte), ni a un rey prisionero (Fernando VII), ni tampoco a los españoles en lucha (la Junta Central y el Consejo de Regencia). Esta última opción hubiera significado, en los territorios americanos, reforzar el poder de la clase minoritaria de los funcionarios españoles sobre la aristocracia criolla, y agudizar así el problema de desigualdad entre peninsulares y americanos que daba origen al afán autonomista. Sin embargo, la fórmula generalmente elegida de ruptura con la metrópoli, mediante juntas de gobierno autónomas pero súbditas del rey cautivo, quitaba el poder a los residentes peninsulares, agudizando el conflicto de intereses entre estos dos componentes de la clase dominante. Eso explica que, en varios casos, la guerra de emancipación fue una guerra civil entre estos dos bandos. Además, esta guerra de independencia política tomó distintas orientaciones. Con la autonomía, los ricos criollos de las provincias con mayoría de mestizos, indios, pardos y esclavos enfrentaban el riesgo de perder sus privilegios, al no poder contener las crecientes demandas de participación de otros grupos sociales. Los ejemplos de los excesos de la Revolución Francesa y de las más cercanas experiencias de Coro (1795) y de Haití (1802) ejercen sobre ciertas provincias (México, América Central, Venezuela, Perú y Alto Perú), un efecto de cohesión en los dos bandos por temor al cambio social. En La Paz, en 1809, y sobre todo en México, de 1810 hasta 1815, fue una revolución social y racial de los indios y mestizos en contra de los terratenientes blancos. En otras partes fue 133 R evista L ibertador O’ higgins más bien esta lucha para aprovecharse del poder entre dos facciones de la clase dominante, y no siempre los criollos independentistas fueron liberales, sino que a veces obedecieron a tendencias conservadoras por temor a perder su dominio social. Tanto se trataba de acabar con la explotación colonial, como a oponerse a las opciones políticas tomadas por el régimen español en la península, sea porque ésta volvió al absolutismo (Chile, Venezuela, Río de la Plata, 1814-1820), sea para impedir el cambio social cuando España se volvía liberal y demócrata (1820, México y Centroamérica). En España, esta vuelta en 1820 a la Constitución de 1812 estuvo ligada al rechazo, por parte del Ejército, de las órdenes de marchar a aplastar las revoluciones americanas (Rafael de Riego), quien encabezó la revolución liberal. Pues pertenecía a las fuerzas que el Rey había destinado a reconquistar las colonias americanas. Además, el ejemplo de la revolución liberal de España de 1820 fue seguido por otros países en Europa, donde la lucha era también entre liberales y absolutistas: tanto en Portugal como en Nápoles y Sicilia. La emancipación fue –en un sentido insuficientemente reconocido– igualmente un fenómeno español. Incluso, España lideró durante un breve período el movimiento liberal en Europa, cuando las restauraciones monárquicas se tradujeron en un retroceso de la democracia (Santa Alianza). En Chile, y al contrario de los otros virreinatos o capitanías, la emancipación se caracteriza por la simultaneidad de una epopeya militar y la organización de un Estado moderno con la invención de una nueva gobernabilidad. La independencia colonial coincidió con la construcción republicana. Mediante ensayos propios del ejercicio de una vida civil regular desde los primeros momentos, un aprendizaje progresivo condujo a estructurar una nueva identidad y gobernabilidad en forma más pacífica y civil, antes que los países vecinos, e incluso antes que la mayoría de los países europeos. En el resto de Hispanoamérica la lucha armada opacó otros ámbitos del quehacer social. No hubo el mismo entusiasmo para luchar por darle un curso regular estable a las instituciones políticas y a las actividades económicas. Las arcaicas estructuras sociales no fueron en general alteradas por el proceso de independencia. Así, el fin de los combates militares fue seguido por un largo período de desgobierno, de anarquía y de guerras civiles, dado que las fuerzas desbordadas de las revoluciones emancipadoras no encontraron un cauce institucional adecuado. Ahora bien, la famosa excepción chilena de una estabilidad política rápida y precursora no resultó de una mera casualidad o de una suerte accidental. En Chile, la independencia ocurrió en una sociedad hispano-colonial incluso más atrasada y conoció los mismos tipos de conflictos internos, fue expuesta a los mismos riesgos de anarquía y de caudillismo que en el resto de los países que salían del sistema absolutista. Recorrió las mismas etapas y enfrentó los mismos retos en el mismo tipo de contexto sociocultural y, sin embargo, el método fue diferente y cada una de estas etapas sirvieron de algo para fortalecer el orden republicano. Por lo tanto, la explicación debe encontrarse en este método y en sus orígenes. Chile fue el único caso de intento concreto de una emancipación completa, es decir, que asociaba su autonomía política a reformas socioeconómicas simultáneas. Se trataba de lanzar una organización institucional democrática en plena guerra de independencia, lo que significaba enfrentar una triple guerra: (i) la guerra contra la 134 E dición conmemorativa del B icentenario Madre Patria, y una doble guerra interna, o la “emancipación mental”; con (ii) una guerra en contra de su propio pasado colonial y (iii) otra que oponía los esfuerzos de implementación de las ideas nuevas de una gobernabilidad republicana y racional, a los intereses potentes del nuevo caudillismo local independentista emergido del derrumbe del imperio. Cinco constituciones en plena guerra con una administración decapitada y en quiebra financiera, los conceptos republicanos de soberanía popular, de representatividad, de separación de los tres poderes, de “habeas corpus” firmemente establecidos antes que la gran mayoría de los países latinoamericanos y europeos. Explicar estos adelantos representa una tarea casi imposible en términos científicos o si uno busca pruebas definitivas. Sin embargo –y en la óptica y límites de nuestro silogismo de partida– nos atrevemos a proponer algunas pistas a los historiadores y a los especialistas en ciencias políticas, con muchas reservas y con la intención de lanzar un debate a futuro. Así, una serie de acciones políticas tomadas por las primeras administraciones independientes chilenas, al perfilarse en una dirección más coherente que en los otros países permiten fundamentar la hipótesis del papel decisivo de las opciones tomadas deliberadamente desde el inicio por los fundadores del Estado chileno. Al lograr imponer una orientación más favorable al desarrollo económico desde el inicio, los próceres chilenos actuaron como generadores de una institucionalidad más adaptada al cambio en una sociedad hispano-colonial. Reconociendo que paternidad se reparte en más de un solo prócer y varios colaboradores, si por naturaleza una obra colegiada y sucesiva, sostenemos la posición de que el más determinante, tanto por su ideario como por la continuidad de sus acciones concretas en momentos oportunos, fue Bernardo O’Higgins. EL PAPEL DE O’HIGGINS EN LA FORMACIÓN DE LA INSTITUCIONALIDAD CHILENA 1) La emancipación O’higginiana o la imprescindible asociación de la independencia política con una democracia republicana Desde el inicio efectivo en 1810 del movimiento autonomista en Chile, O’Higgins se manifestó como uno de los muy escasos protagonistas de una independencia absoluta y revolucionaria. Eso significa que, para O’Higgins, independencia absoluta y democracia republicana eran las dos caras de la misma medalla. Una no podía ser útil sin la otra. Esta doble dimensión de la emancipación o’higginiana era un legado directo de su maestro Miranda (ver sección 4) que fue el primero en manifestar “de manera explícita esa doble necesidad de alcanzar tanto la independencia política como la emancipación mental”7. Esta necesidad de asociar la independencia política del Reino de Chile a la de la metrópoli con un cambio radical del régimen político interno para sustituir el absolutismo por una república democrática, es una característica fundamental del aporte del Padre de la Patria 7 Bohórquez, Carmen, “La tradición republicana: Desde los planes monárquicos hasta la consolidación del ideal y la práctica republicana en Iberoamérica”, publicado en: El pensamiento social y político iberoamericano del siglo XIX. Edición de Arturo Andrés Roig. Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía, 22. Editorial Trotta / Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid, 2000, pp. 65-86. 135 R evista L ibertador O’ higgins chilena. Si bien hubo en Chile un precursor de esta postura, Juan Antonio de Rojas en 1780, esta estrategia era compartida al principio por muy escasas personas en Chile y se diferenciaba claramente de las de los otros patriotas. El movimiento autonomista del 18 de septiembre carecía de plan político... Los principales actores de la Junta del 18 septiembre de 1810 y la gran mayoría de los partidarios de la autonomía en 1810-11 apuntaban a una mera autonomía administrativa, al reconocer al Rey Fernando VII como soberano legítimo8, y aprovechando su alejamiento (considerado progresivamente como durable) del poder. Si bien es cierto que esta corriente patriótica era significativa en 1810, el grupo carecía de ideas políticas y planes estructurados y no aspiraba a otra revolución que a suplantar la burocracia peninsular para hacer prevalecer sus intereses de clase: “mayor poder político, supresión de impuestos, desaparición de los privilegios de que gozaban los peninsulares, libertad de comercio y otras medidas tendientes a lograr que los recursos se queden y reproduzcan en Améríca... “9. Como lo expuesto por Alberto Edwards Vives, Chile no tenía burguesía en el sentido europeo sino que “un tipo de excepción, una especie de accidente social... una aristocracia mixta, burguesa por su formación, debida al triunfo del dinero... pero por cuyas venas corría también la sangre de algunas de las viejas familias feudales... empapadas en sentimientos de superioridad y jerarquía... El origen étnico (vascos y navarros) y la formación de nuestra antigua clase dirigente explican de sobra sus características... su especial idiosincrasia en que se mezcla el buen sentido burgués con la soberbia aristocrática, la vigorosa cohesión de sus familias... hicieron de ella un grupo social... único en la confusa historia del primer siglo de la América española independiente...”10. En Chile, la vida política estaba exclusivamente en manos de una fracción muy limitada de la población. Según Heise, el número de habitantes políticamente activos estuvo “limitado a una élite que en todo el país llegó a 150.000 almas”11, y la lucha por la emancipación resultó de un movimiento puramente aristocrático. La mayoría estadística de la población no participó en la oposición al gobierno del Virrey y del Gobernador, y la emancipación no tuvo un carácter social. Sólo el grupo social dominante y los intelectuales, incluyendo el clero, fueron protagonistas efectivos de una guerra interna a la clase dominante, la aristocracia criolla dueña de la fortuna y de la tierra que quería apoderarse de la administración ocupada 8 El hecho de reconocer al Rey preso como soberano no era un criterio para distinguir a los realistas de los patriotas, dado que los patriotas lo hicieron por razones tácticas para no provocar la represión por parte del Virrey de Lima, mientras la gran mayoría de los otros lo hacía por inercia colonial y monarquista. Paulatinamente, al tomar conciencia de las ventajas de la autonomía y del libre comercio, este reconocimiento de un soberano ficticio se volvió una excusa muy cómoda para los intereses de los criollos (argumento de la “máscara de Fernando”). 9 Bohórquez, Carmen, “La tradición republicana”, ob. cit 10Edwards Vives, Alberto. La Fronda aristocrática en Chile, Editorial Universitaria, Santiago, (1925), 1993, pp. 33-39. 11 Incluyendo a mujeres y niños, sobre un millón de habitantes; Heise, Julio, Años de formación y aprendizaje políticos 1810-1833, Editorial Universitaria, Santiago, 1978, p. 110. 136 E dición conmemorativa del B icentenario por los funcionarios peninsulares residentes. Por esta razón, el movimiento “de 1810 tuvo todos los caracteres de una fronda aristocrática”12. y ...excepto en un muy reducido número de personas que planteaban una verdadera revolución... Este grupo social dominante que se volvía opositor se componía de tres tendencias: 1) la mayoría eran reformadores moderados, perteneciendo a las familias tradicionales y poderosas; 2) un grupo reducido más liberal quería reformas administrativas más explícitas a favor de sus intereses directos, pero sin sentido doctrinario preciso; 3) una pequeña docena de criollos revolucionarios13 que aspiraban, como O’Higgins, a terminar en forma absoluta con el régimen español para construir un nuevo régimen político. Todos habían estado en Europa o puesto en contacto con el Viejo Mundo y las ideas de la Ilustración. ...cuyas tendencias principales son representadas por los tres mayores autores de la revolución chilena... Del grupo reducido de los radicales, tres fueron sin duda los más influyentes: Camilo Henríquez, el ideólogo radical y primer periodista, por su incansable acción verdaderamente revolucionaria y pedagógica, fundada en una potente combinación de republicanismo moderno y de principios cristianos; José Miguel Carrera, el militar, por su empuje de caudillo impaciente para imponer por la fuerza la separación respecto a España, y Bernardo O’Higgíns, el estadista pragmático, por su ideal republicano estructurado y su visión política a futuro, basada en su educación y formación en Londres. Estos tres grandes personajes constituyen, sin duda, los autores principales de la revolución chilena y representan los tres componentes políticos relevantes 12La Fronda aristocrática, ob. cit., p. 51. 13José Antonio de Rojas (1743-1816), quien ya en 1780 había fomentado una tentativa emancipadora de inspiración francesa, republicana, conocida como la “Conspiración de los tres Antonios”. Juan Martínez de Rozas (1759-1813) funcionario del régimen español, ligado a O’Higgins y a Belgrano (Buenos Aires), logró en 1808 introducir a los criollos en el gobierno colonial e hizo que el Cabildo tuviera derecho a desconocer la autoridad del Consejo de Regencia, encabezó el movimiento autonomista de Concepción y el bando radical en Santiago, fue considerado (erróneamente) como autor anónimo del “catecismo político cristiano” de agosto 1810, integró la Primera Junta del 18 de septiembre como vocal, asumió como Presidente cuando falleció Toro y Zambrano en febrero 1811 y lideró el bando radical en el primer Congreso. Bernardo Vera y Pintado (1780-1827), argentino, abogado doctorado en la Universidad de San Felipe, ligado a los revolucionarios de las Provincias de la Plata, conspiraba en Santiago para fomentar una verdadera independencia, fue arrestado en forma preventiva en julio 1810. Juan Pablo Fretes, religioso, discípulo de Miranda, y con el cual O’Higgins mantenía correspondencia secreta entre 1805 y 1810, cuando el canónigo radicaba en Buenos Aires. Pedro Ramón Arriagada de Chillán, discípulo de O’Higgins, arrestado en 1809 por sus ideas, así como Rosario Acuña, religioso también del sur, ambos miembros del círculo conspirador organizado por O’Higgins desde 1805. Felipe Gómez de Vidaurre, jesuita expulsado de Chile en 1767 y que volvió a Chile con un grupo de otros cinco miembros de su disuelta congregación, podría ser el autor del “catecismo político cristiano” exhortando a la formación de juntas de independencia. Javier Caldera, otro jesuita expulsado y que había llegado a Chile, también posible autor del catecismo. Camilo Henríquez (1769-1825), Fray de la Orden de la Buena Muerte, republicano liberal, participó en la junta revolucionaria de Quito de 1809, regresó a Chile a fines de 1810 para abogar por la independencia absoluta de Chile, publicando el 6 de enero 1811 la primera proclama llamando al pueblo a la independencia de la Corona española. José Miguel Carrera (1785-1821), quien regresó también del extranjero (España) para ayudar a la emancipación completa de Chile. Llegó el 25 de julio y de inmediato actuó para tomar el liderazgo del partido separatista. 137 R evista L ibertador O’ higgins que se unieron al principio: el idealismo radical de Fray Camilo, el caudillismo del militar Carrera y el republicanismo democrático de O’Higgins. ...que se unieron al comienzo, logrando impulsar un cambio de régimen... El examen de las acciones ulteriores de estos tres actores de peso y de sus pensamientos políticos, muestra claramente la oposición fundamental entre el caudillismo de Carrera y el republicanismo democrático de los otros dos. Camilo Henríquez denunció en su diario que Carrera optaba por “someterse al interés conservador y retrógrado de los contrarrevolucionarios”14. Sin embargo, al principio, esta oposición entre dos concepciones de la emancipación y del Estado, no impidió la cooperación entre estos tres personajes. Al contrario, hubo durante un breve momento una complementariedad entre ellos, que permitió enfrentar al inmovilismo de los criollos cuya cultura seguía dominada por tres siglos de estructuras coloniales. Mientras O’Higgins impulsaba el separatismo y la construcción institucional (al influir sobre Martínez de Rozas y las familias dominantes) con el apoyo de la propaganda amplificada por la autoridad clerical de Fray Camilo, Carrera organizaba su primer golpe de estado el 4 de septiembre 1811. Esta iniciativa correspondía a un consenso general de los radicales y lo beneficiaba el apoyo directo del bando “rocista” del sur y de los “ochocientos”15 en Santiago, permitía saltar el bloqueo conservador organizado por la oligarquía en el primer Congreso. Antes, es decir, durante los dos primeros meses (del 4 de julio, fecha de la apertura del Congreso, al 4 de septiembre), el grupo patriótico separatista de Martínez de Rozas y O’Higgins no había podido legislar en el sentido de romper con el pasado colonial, pues el Congreso se encontraba paralizado por la mayoría más cauta de la oligarquía conservadora. El proyecto de constitución no había podido ser elaborado16. Con el golpe del 4 de septiembre, el Congreso y la administración son depurados y se nombra una nueva Junta, a la cual los Carrera no son convidados. Así empieza, de septiembre a diciembre 1811, una verdadera política de cambios institucíonales y las autoridades actúan con una clara voluntad de independencia y de progreso, como lo ilustran las decisiones siguientes17: - Redactar actas de las sesiones, publicarlas (Manuel de Salas, secretario del Congreso) y dar carácter público a los debates; 14Citado por Rodríguez Mendoza, E. Edición de la Universidad de Chile, Santiago, 1951, p. 270. Después, durante la “Patria Vieja” por idealismo revolucionario, Henríquez estará más cerca de Carrera que de O’Higgins. En su exilio en Buenos Aires, Henríquez optó por el bando de Carrera. Incluso redactó un increíble texto que entregó en secreto a José Miguel Carrera sobre el fracaso de la revolución chilena, donde profesa ideas monárquicas y antiparlamentarias que contradicen tanto su obra anterior como posterior cuando O’Higgins lo llamó a su servicio en Chile. Sin embargo, su acción al lado de O’Higgins hasta su caída, demuestra su ideal republicano y representativo. Ver comentarios de Silva Castro, Raúl, en Escritos políticos de Camilo Henríquez, edición Universidad de Chile, Santiago, 1960, p. 191. 15Nombre del bando de “los Larraín” que era el conjunto de familias aristocráticas que controlaban la capital. Lo integraban también extranjeros radicados y apacentados como Juan Mackenna y Antonio de Irisarri. 16El 14 de agosto un reglamento del ejecutivo había sido proclamado, ver Galdames, Luis, p. 199. 17Estas decisiones son a menudo –en la hagiografía popular– atribuidas a Carrera, quien no había participado en el gobierno antes del 15 de noviembre 1811, sino que había organizado el primer golpe en contra de la Primera Junta. 138 E dición conmemorativa del B icentenario - Comisionar a cinco diputados para que redacten un proyecto de constitución; - Abolir los derechos parroquiales y los envíos de fondos para el sostenimiento de la Real Inquisición de Lima; - Limitar la influencia del clero en materia política; - Prohibir las inhumaciones en las iglesias y establecer un cementerio general en las ciudades; - Crear un medio de expresión de los ciudadanos dirigido al Congreso para suplir la falta de prensa; - Prohibir la venta de cargos públicos; - Lanzamiento de un plan educacional; - Acordar el acceso de los indígenas a los colegios nacionales; - Comunicar mensualmente el presupuesto de los servicios públicos y obligar a los funcionarios a rendir cuentas (Manifiesto de la Junta del 15 de octubre); - Encargar un proyecto de ordenanza para crear juzgados de paz; - Decretar el servicio militar, fundar una fábrica de armas y comprar las armas existentes; - Levantar un censo general de la población; - Abolir la esclavitud (prohibir la introducción de nuevos esclavos y proclamar la “libertad de vientre”); - Recibir la primera imprenta importada de EE.UU., y - Reanudar el acercamiento con las provincias de La Plata. ... pero llevando a un conflicto por la toma del poder… Sin embargo, apenas emprendidos estos verdaderos cambios institucionales, la profunda diferencia de concepción y método entre el caudillo y los dos demócratas, empieza a entorpecer el proceso emancipador. José Miguel Carrera, cuyo golpe no le había dado más poder que el militar, no pudo soportar el desprecio personal de quedar excluido del gobierno que llevaba a cabo el proceso de cambios18. En particular, no soportaba el dominio de la familia Larraín en Santiago, ni de Martínez de Rozas en Concepción, además de tener concepciones políticas diferentes a las de O’Higgins. Valiéndose del prestigio de su familia y el apoyo que eso le daba en los círculos conservadores y españoles19, dio el 15 de noviembre de 1811 un segundo golpe de estado –puramente militar y no político– para apoderarse de la presidencia del Ejecutivo, seguido un mes y medio después de un tercer golpe a fin de concentrar en sus manos la totalidad de los poderes, 18Galdames, Luis, Historia de Chile, La Evolución Constitucional 1810-1925, Universidad de Chile, Santiago, 1926, p. 310. 19Galdames, Luis, ob. cit. p. 320. 139 R evista L ibertador O’ higgins cerrando el Congreso y preparando la guerra civil con la Provincia de Concepción, para someter al bando de Martínez de Rozas a su dictadura total. O’Higgins, que seguía solicitado por Carrera para que participara en su gobierno, desaprobó esta dictadura y tomó distancia al renunciar sin romper con él. El proyecto de constitución, reclamado por la Junta formada el 5 de septiembre de 1811 en un oficio del 19 del mismo mes, no pudo ver la luz. La comisión a cargo había sido formada el 13 de noviembre, dos días antes del segundo golpe y tres semanas antes de ser disuelto el Congreso20. ...entre el caudillismo personal de Carrera... ¿Qué había pasado? Aunque este terreno sigue minado hasta hoy día por las pasiones y las peleas entre familias chilenas, el observador ajeno no puede resistir en hacer observar que la profunda diferencia de concepción política y de método fue sobre todo una excusa para el afán de poder del caudillo Carrera. Como lo explica Jocelyn-Holt, “Carrera no fue revolucionario; más bien hizo uso de un lenguaje revolucionario. Su manejo fue altamente manipulador, en ningún momento, por ejemplo, intentó asegurar la completa independencia de Chile... Carrera fue a lo sumo un caudillo militar que aprovechó una coyuntura favorable a su personalismo político... La radícalizacíón de Carrera... no era el fruto de un proyecto radical propiamente tal sino de un esfuerzo por legitimar un poder militar creciente”21. Los argumentos para justificar su dictadura eran la prioridad que debía darse a la lucha por la independencia absoluta y la inutilidad de un Congreso en Chile, dado que los pueblos de habla española adolecían de práctica en el ejercicio de los derechos ciudadanos. Como consideraba que la independencia podía solamente conseguirse en los campos de batalla, y que el modo de gobernar o el régimen político era una preocupación posterior al establecimiento de la soberanía, decretó que un poder dictatorial era la forma más segura de consolidar a la independencia, lo que implicaba reducir previamente a los enemigos internos. Si bien es cierto que este argumento tenía sentido para el primer golpe, cuando los conservadores y reaccionarios impedían el cambio, eso ya no valía en noviembre o diciembre del 1811 cuando las reformas radicales caminaban a un ritmo creciente. Además, la guerra civil que él prepara muy activamente22 era abiertamente en contra del bando patriota de Concepción y no en contra de los reaccionarios. “Los realistas se habían hecho más de una vez la ilusión de contar con el caudillo patriota para el restablecimiento del régimen caído; por eso lo toleraron y hasta lo halagaron”23. Carrera, incluso, acogió como una buena noticia para Chile la sublevación realista de Valdivia24 y estos contrarrevolucionarios, le hicieron una oferta de alianza y sumisión en contra de Concepción25. Al contrario, O’Higgins actuaba en busca de 20Galdames, Luis, ob. cit. p. 200. Juan Egaña, uno de sus miembros, empezó su trabajo jurídico y preparó los textos que sirvieron más tarde a partir del año 1813. 21Jocelyn-Holt, Alfredo, La Independencia de Chile, ob. cit., pp. 174-175 y 182. 22Envío de las tropas a Talca, retiro de las canoas de los ríos limítrofes, controles del tráfico desde Concepción, etc.; ver Galdames, Luis, ob. cit. p. e Iglesias, Augusto pp. 133, 135. 23Opinión de Galdames, ob. cit., p. 320, compartida por otros historiadores, por ejemplo ver Jocelyn-Holt, ob. cit., p. 169 y pp. 174-175. 24Barros Arana, Diego, Historia General de Chile, Santiago, 1887, T. VIII, pp. 544 a 553. 25Le ofrecen la presidencia interina del Reino de Chile, Iglesias, Augusto, p. 135. 140 E dición conmemorativa del B icentenario una conciliación para proponer, el 12 de enero 1812, un Proyecto de Convención Provisional26 que las tres provincias hubieran debido ratificar, y que ofrecía una salida favorable a la independencia del país (de hecho este texto aparece como la primera prociamación de independencia de Chile, como “una especie de reino autónomo”27, antes del Reglamento Constitucional provisorio de Carrera). ...y la voluntad de implementar Instituciones educativas desde el principio... Para O’Higgins y Henríquez la emancipación exigía avanzar en los dos frentes al mismo tiempo si quería ser irreversible y legítima, por lo que había que empezar lo antes posible el imprescindible aprendizaje democrático. Sabían que no bastaba con vencer a los ejércitos del Rey, sino que era necesario vencer a la sociedad vieja y crear una nueva, cuya legitimidad tenía que venir del pueblo, de manera que se pudiera sustituir la autoridad de un Estado republicano a la autoridad violenta del absolutismo. Sin esta construcción republicana no sería posible preservar la sociabilidad americana, evitar la anarquía, y crear una nueva identidad cultural; ambos presentían que requería un tiempo de preparación, pero lo creían factible, al contrario de Carrera. Veamos de más cerca, en el propio estilo de los tres actores, como fundamentaron sus posiciones respectivas. Camilo Henríquez, en su proclama del 6 de enero 1811, expresa: “Qué dicha para el género humano si en vez de perder el tiempo en cuestiones oscuras e inútiles, hubieran los eclesiásticos leído en aquel gran fílósofo los derechos del hombre y la necesidad de separar los tres poderes: legislativo, gubernativo y judicial, para conservar la libertad de los pueblos”28. O’Higgins, en su carta a Juan Mackenna del 5 de enero 1811, insistía sobre la necesidad de elegir un Congreso legislativo: “me parece indudable que el Primer Congreso de Chile va a dar muestra de la más pueril ignorancia y a hacerse reo de toda clase de insensateces. Tales consecuencias son inevitables en nuestra actual situación, careciendo como carecemos de toda clase de conocimientos y experiencias. Pero es preciso comenzar alguna vez, y mientras más pronto sea, mayores ventajas obtendremos”. Carrera, en su manifiesto para justificar su dictadura del 2 de diciembre 1811, dice “Chile donde nunca llegaron publicistas ni autores de derecho,... no pudo tener las nociones políticas indispensables en la mutación de un sistema radicado desde trescientos años... se adelantó a instalar Congreso, Asamblea que sólo puede principiar cuando llegue el tiempo de... una independencia absoluta”. Y hablando del poder legislativo chileno, “un cuerpo nulo desde el plan de su instalación no podía corresponder en sus obras sino con vicios intolerables. Los pueblos eligieron diputados antes de contar el número de sus habitantes y antes de saber el de los que les correspondía... todos empezaban cerca del mediodía y duraban muy poco tiempo, que gastado en injurias personales y articulaciones 26Galdames, Luis, ob. cit., pp. 300-305. 27Galdames, Luis, ob. cit., p. 326. 28Proclama de Quirino Lemáchez, seudónimo de Camilo Henríquez, 6 de enero 1811, en Silva Castro, Raúl Escritos políticos de Camilo Henríquez, Universidad de Chile, 1960, p. 49. 141 R evista L ibertador O’ higgins indecentes, mejor hubiera sido evitarlas... Si es de riesgo en los estados la división de la soberanía por las competencias que motiva la diversidad de pensamientos y sistema en la restricción de jurisdicciones, ¿cuántos males traería a la capital de Chile el Cuerpo Legislativo en los términos que se halla expuesto?... estaba en peligro la seguridad del Reino. Sus provincias iban infelices e inocentemente a su ruina”29. ...ilustrando la oposición fundamental entre dos modos de gobernabilidad: los principios democráticos de corte anglosajón y el típico caudillismo latinoamericano... La posición política que traduce este texto de Carrera se encuentra claramente confirmada por las acciones repetidas del caudillo, que van a dividir sistemáticamente a los patriotas desde fines de 1811 hasta provocar el desastre de la Patria Vieja y la reconquista española30. En ella se puede ya distinguir una división que sigue vigente hoy en día y que trasciende al caso chileno: se trata de la oposición entre dos modos de gobernabilidad y de institucionalidad política, la democracia republicana anglosajona y el caudillismo latinoamericano. Partiendo de un diagnóstico común a los tres: el peso de las estructuras coloniales y la falta de educación del pueblo, O’Higgins y Henríquez proponen asociar la independencia inmediatamente a la construcción institucional democrática, mientras Carrera prefiere la concentración de los poderes en manos militares en nombre del pueblo, pero sin mecanismo legal de contrapoderes. Esta última línea es la orientación que dominó en América Latina, excepto en Chile, donde la tendencia o’higginiana ganó y logró insertar las raíces de una institucionalidad moderna de tipo anglosajón en una cultura colonial latina y rural. En cuanto a las diferencias entre Henríquez y O’Higgins consisten en una diferencia entre el idealismo y el pragmatismo: el primero defendía principios puros, sin compromisos; el segundo trataba de gobernar abriendo un camino práctico en una sociedad atrasada y en plena guerra, lo que imponía una dosis de autoritarismo personal contrario a los principios ideales. ...que en el solo caso de Chile se resolvió a favor del aprendizaje democrático... Esta orientación diferente del resto de la región que O’Higgins fue capaz de dar a Chile desde el inicio, y en la que se combinaban ideario y tenacidad, introdujo una diferencia esencial entre Chile y el resto de América Latina. En los otros países la emancipación se hizo según el mismo tipo de pauta: el caudillismo propiciado por José Miguel Carrera. La importancia de esta diferencia proviene del efecto de la orientación dada al inicio del proceso, tal como la diferencia en el ángulo de lanzamiento de un cohete se traduce en una creciente diferencia en el recorrido, que se vuelve muy difícil de corregir después. En los otros 29Iglesias, Augusto, “José Miguel Carrera”, ob. cit., pp. 128 y 129. 30Es revelador que los realistas españoles no respetaron la cláusula secreta del Tratado de Lircay y dieron ocasión a Carrera de “fugarse, calculando precisamente que su actuación traería perturbaciones de importancia” en los rangos patriotas. Ver Galdames, Luis, ob. cit., p. 366. 142 E dición conmemorativa del B icentenario países, el caudillismo hizo que la organización del Estado fuera generalmente postergada hasta después de la guerra de emancipación y/o sin clara orientación republicana democrática, de manera que la nueva cultura política no marcó una ruptura suficiente con la cultura y el pasado colonial y gremial. En Chile, merced a la orientación impulsada por O’Higgins, los conceptos nuevos se identificaron más con la emancipación que en otros países: las bases ideológicas y culturales se impusieron por la práctica desde el inicio, impulsando un adelanto en el aprendizaje. ...logrando así un anclaje legalista de la cultura política chilena... Este adelanto consiste, primero, en sustituir la supremacía del derecho a la fuerza de la conquista y la superioridad de la razón a la fanática intolerancia. Se nota en la adopción precoz de referentes jurídicos y constitucionales, y en que la clase política es desde el principio “aculturada” para darle legitimidad al poder y usar los mecanismos legales creados. Los propios errores autoritarios de O’Higgins fueron utilizados por la oposición, esto es, la oligarquía colonial, para reforzar desde el principio el uso de los contrapoderes creados por el aprendizaje democrático. Eso llevó, en Chile, al contrario de los otros países, a una sustitución de las instituciones coloniales por nuevas estructuras –y no solamente a la destrucción– protegiendo así a la sociedad de la anarquía. Eso fue muy importante en esta etapa germinal de una cultura institucional a partir de un contexto social desorientado y maleable. La independencia provocó una orfandad que daba a los dirigentes nuevos un impacto orientador considerable. Este fenómeno común a todos los nuevos países de América Latina explica el alto riesgo de caer en el caudillismo como reacción a la anarquía, pero también explica la importancia del impacto del primer Director.Supremo y de su “autoritarismo legal” para emprender un proceso democrático y una búsqueda de fórmulas de gobernabilidad en el respeto de la juridicidad. Sólo O’Higgins logró encauzar las fuerzas liberadas por la independencia y canalizar las resistencias coloniales mediante un autoritarismo ubicado en un marco democrático. Este proceso de aprendizaje se extiende durante un período más amplio que los 6 años del régimen de O’Higgins, y abarca su abdicación, los 8 gobiernos y 5 constituciones entre 1823 y 1830, así como a Portales y su Constitución de 1833, como queda demostrado por Julio Heise31 y Jocelynt-Holt32. Llama la atención que a pesar de la caída de O’Higgins en 1823 y de las numerosas dificultades del momento, el proceso de intentos para organizar institucionalmente al país sigue en el mismo espíritu cívico y de pleno respeto a la juridicidad implementado por el primer Director Supremo. De 1823 a 1830 se suceden 8 gobiernos y presidentes, lo que llevó a los historiadores chilenos tradicionales a calificar erróneamente33 de “anarquía política” esta fase de inestabilidad. Este período difícil constituye más bien una extensión de los ensayos iniciados por O’Higgins de búsqueda de un régimen jurídico apropiado a la realidad chilena. A pesar del contexto inestable, la 31Heise, Julio, Años de formación y aprendizaje políticos 1810-1833, Editorial Universitaria, Santiago, 1978. 32Jocelynt-Holt, Alfredo, ob. cit., capítulo VIII. 33Vea Heise, Julio, así como Jocelynt-Holt, Alfredo. 143 R evista L ibertador O’ higgins clase política chilena siguió en forma pacífica y con un excepcional espíritu cívico el respeto de la juridicidad impulsado por O’Higgins y muestra un tenaz propósito de legitimar los cambios de gobierno: “la trayectoria ensayístico-constitucional de los últimos años había ido asentando el principio de legalidad como criterio relevante”34. En definitiva, la mayor victoria de O’Higgins fue más bien su renuncia al poder y la forma con la cual la negoció de manera de asegurar la regularidad y continuidad jurídica de la república. ...que explica el éxito ulterior de la emergencia de Diego Portales con una fórmula de Estado legal autoritario superior a los partidos y a los prestigios personales. Es extraño que muchos historiadores consideren el aporte portaliano como un fenómeno resultante sea del azar o del genio individual, sea de una “reacción colonial” de restauración de un orden secular casi-monarquista35, cuando parece claro que se trata de una estabilización institucional “derivado del esfuerzo ensayístico anterior36, en la línea directa del intento o’higginiano de fundar un Estado moderno, republicano y anticaudillo sobre principios de corte anglosajón. Si bien es cierto que la síntesis portaliana al ser netamente conservadora y durablemente autoritaria redujo fuertemente el ideario progresista y democrático o’higginiano y de los “pipiolos”37, principios motores de una gobernabilidad fundada en la ley y el aprendizaje progresivo fueron similares. Cuando se dice que Portales fue el verdadero padre del Estado chileno y de su gobernalidad se comete una injusticia al no asociar más a los dos personajes que cierren el episodio histórico 1810-1830 de la creación del Estado de derecho y de la república. La Constitución del 1833 no era tan diferente de los principios que implantó O’Higgins, y la famosa frase de Portales “queremos ser los ingleses de América del Sur” es una confesión indirecta de su deuda con el aporte o’higginiano. 2) El orden constitucional o’higginiano o la paradoja del autoritarismo legal educador El papel político del Director Supremo debe analizarse en su contexto de guerra como un proceso dinámico de “andar a tientas” mediante constituciones provisorias... La particularidad del caso chileno resulta probablemente de una combinación de muchos factores y actores, incluyendo parte de la herencia hispano-colonial en un entorno peculiar. Sin embargo, la tarea constitucional de O’Higgins nos parece fundamental tanto por haber logrado organizar simultáneamente la independencia militar y la independencia política, como por haber encontrado una manera original de “imponer” unos principios básicos de la democracia en una sociedad atrasada. 34Jocelynt-Holt, Alfredo, ob. cit., p. 278. 35Edwards, Alberto, ob. cit., pp. 62-63 36Jocelynt-Holt, Alfredo, ob. cit., p. 288. 37Calificativo despectivo que designaba, a partir de 1823, al grupo político radical progresista formado de jóvenes idealistas inspirados por el ideario revolucionario francés, y opositor a los conservadores llamados “pelucones”. 144 E dición conmemorativa del B icentenario Su peculiar mezcla de autoritarismo y de legalismo, incentivó el aprendizaje democrático al canalizar los conflictos políticos internos hacia el uso institucional de principios democráticos y modernistas, a pesar de la falta de cultura política, del alejamiento y retraso chileno y de las tentaciones del caudillaje. La paradoja está en que el aporte democrático o’higginiano radica más en su talento político de combinar un cierto autoritarismo benevolente con el juego de contrapoderes que en la calidad teórica de sus constituciones o incluso en ciertos de sus actos, pertenecen todavía al mundo de la Ilustración despótica. Sin embargo fue su método el más exitoso en comparación con los otros países. Los principios fundamentales implementados por O’Higgins lograron proteger a los chilenos del caudillaje y de la anarquía, mientras los empujaban en una vía de progreso institucional. Por lo tanto, no se pueden juzgar sus aportes sólo en el puro contenido de los principios constitucionales utilizados provisoriamente. Aunque estos eran embrionarios, y conscientemente incompletos y transitorios, contenían las ideas fundamentales necesarias para avanzar paso a paso y fomentar el progreso. Por lo tanto conviene enfocar el proceso dinámico y evaluar los aportes o’higginianos en función del contexto político y de los riesgos del momento, tal como el estadista lo concebía, “también es necesario, a la vez, obrar con arreglo a las circunstancias”38. En su Manifiesto de agosto 182039, explicita con gran lucidez el método de hacer camino al andar: “Un pueblo naciente no debe establecer desde un principio un gobierno demasiado perfecto; su constitución, sus leyes deben ser provisionales, reservándose la facultad de examinarlas para la época de tranquilidad, y de mudar y modificar cuando la república se halle sólidamente establecida, los nuevos reglamentos que quizás sólo son buenos para formarla”. ...que instituyeron un autoritarismo fuerte permitiendo a Chile ser el único país lanzado en el aprendizaje republicano... Todos los próceres latinoamericanos se enfrentaron a la anarquía política que sucedió al régimen colonial y casi todos llegaron a la conclusión de que la única fórmula política posible era volver a la monarquía o a una forma de dictadura o de república vitalicias40. O’Higgins es una de las más claras excepciones. Él abrió un camino propio que fue el republicanismo democrático mediante un ejecutivo fuerte pero provisorio y dentro de un marco de control legal. Todos los países latinoamericanos cayeron en el caudillismo salvo Chile, que merced a O’Higgins y a su heredero indirecto Portales, logró emprender con una firmeza sin vacilación un ejercicio práctico de educación institucional y republicana. La constante de su actitud fue siempre la de evitar la anarquía sin caer en la tiranía ni en el dominio del corporativismo. “Ya que hemos conseguido vencer y destruir a los tiranos, sólo me ocupo en preparar aquellas medidas que aseguren la libertad de los chilenos, sin 38Como lo cuenta un testigo, el General de la Cruz, citado por Feliú Cruz, Guillermo, El Pensamiento político de O’Higgins, Imprenta Universitaria, Santiago de Chile, 1954, p. 27. 39Manifiesto del Capitán General de Ejército don Bernardo O’Higgins a los Pueblos que dirige reproducido en Feliú Cruz, Guillermo, El Pensamiento político..., pp. 43-51. 40Bohórquez, Carmen, La tradición republicana, ob. cit. 145 R evista L ibertador O’ higgins introducir la licencia, en que escoltaron otros estados nacientes”41. Para impedir estos riesgos que estallaban en los países vecinos, O’Higgins impuso un ejecutivo fuerte pero compensado al “circunscribir útilmente la autoridad dentro de ciertos y seguros límites, que sean otras tantas garantías de los derechos civiles y den al poder público todas las facilidades de hacer el bien sin poder dañar jamás”42. Una de las pruebas más convincentes e indiscutibles –pero insuficientemente conocida–43 de la preocupación por una construcción democrática de parte del primer Director Supremo, es su “Plan de hacienda y administración pública”, empezado en junio 1817 y aprobado por decreto del 2 de septiembre 181744. Con este acto jurídico fundamental, O’Higgins –que recibió unos meses antes los plenos poderes dictatoriales por votos populares– abandona por iniciativa propia el poder judicial y establece el “Habeas Corpus”, proclamando el derecho de los individuos a ser juzgados sólo por los tribunales de justicia unifica todas las recetas fiscales, reglamenta los organismos de control de estos ingresos y establece el Tribunal de Cuentas con autoridad sin excepción sobre las cuentas públicas, decreta la inamovilidad de los funcionarios públicos y delínea las funciones de las autoridades políticas y administrativas. Eyzaguirre lo califica de “primer ensayo (de nuestra historia republicana) de un código de régimen interior, de un estatuto administrativo, y hasta de una constitución política”45. Fue elaborado en menos de un mes, en junio de 1817, principalmente por el Ministro-Contador de la Tesorería General, Rafael Correa de Saa, bajo la dirección de Hipólito. de Villegas, y revisado por el jurista Egaña y el fiscal Argomedo. Fue sometido a San Martín, quien consultó a Bernardo Vera y a Tomás Guido en Buenos Aires, y su rápida aprobación final indica la importancia que se le daba en la naciente república. También cabe resaltar el parágrafo introductor que fundamenta este acto sobre lo que hoy en día es calificado de “good govemance”: O’Higgins hace en tres frases un nexo explícito entre su elección por los votos del pueblo (democracia), la obligación en contraparte de buscar la prosperidad (desarrollo), lo que requiere la mejor administración del erario mediante el mayor alivio del contribuyente (transparencia y sustentabilidad fiscal). Este simple parágrafo testimonia del alto grado de conciencia que tenía de que la construcción de la democracia pasa por una fiscalidad transparente y moderada mediante unas instituciones básicas. No existen otros casos de tal prioridad, dada en plena guerra a los principios democráticos y a la construcción institucional sólo unos meses después de hacerse cargo del poder ejecutivo. Por lo tanto la acusación de dictador indica sobre todo que la acción del Prócer, al demoler privilegios e intereses de ciertos grupos y al enfrentar el 41Decreto del 18 de mayo 1818 que nombraba a la comisión redactora del proyecto de constitución provisoria, citado por Orrego Vicuña, El Espíritu constitucional de la administración O’Higgins, p. 34, Santiago, 1924. 42O’Higgins, Bernardo, convocatoria del Gobierno para la Convención Preparatoria del Congreso de 1822, citado por Guillermo Feliú Cruz, ob. cit., p. 54. 43Se publica por primera vez en 1951 en el T. VIII del Archivo, Eyzaguirre calificándolo en su introducción de “documento de extraordinaria importancia”. Ni Barros Arana, ni Galdames, ni Lastarria se refieren a esta pieza constitucional que estaba disponible en el Archivo Nacional. 44Archivo de don Bernardo O’Higgins, T. VIII, pp. 388-432. 45Eyzaguirre, Jaime, Historia Constitucional de Chile, Editorial Universitaria, Santiago 1966, p. 63. 146 E dición conmemorativa del B icentenario idealismo exaltado de unos y otros, molestó al punto de crear una confusión entre autoritarismo legal justificado por las circunstancias y tiranía. ...que logró encauzar la fronda aristocrática para que consolidara el estado de derecho... Cabe recordar que el mando personal y omnipotente que recibió el Primer Director Supremo en febrero de 1817 correspondía a la voluntad de la aristocracia chilena46 y de la clientela que ella controlaba, por temor a la anarquía y a las conspiraciones de los Carrera47. O’Higgins había mostrado que representaba a la tendencia más respetuosa del consenso nacional y de fórmulas negociadas y representativas. Sin embargo, el apoyo prestado a O’Higgins estaba condicionado a la situación de guerra y al contenido de su política. A pesar de que O’Higgins se desprendió muy rápidamente y en forma espontánea de parte de sus poderes personales, la oligarquía quiso apoderarse de prerrogativas del ejecutivo y recuperar el poder que le parecía constituía su legítima herencia de la colonia, apenas se alejaba la amenaza realista. Antes de la victoria de Maipú y de la eliminación de los hermanos Carrera en abril de 1818, el poder otorgado por la oligarquía a O’Higgins por razones militares, había también servido para lanzar profundas reformas sociales, tales como la abolición de los títulos de nobleza, de los mayorazgos, las promociones sociales al mérito, el pluralismo religioso y el sometimiento del clero a sanas reglas cívicas, implantación de escuelas ajenas a la influencia eclesiástica, contribuciones fiscales directas, el apoyo solidario a los otros pueblos americanos, etc... Pasados los temores, “el elemento tradicional sintióse incómodo con el régimen”48 que no controlaba y que no servía a sus intereses directos. Su panamericanismo, los nexos con argentinos, el peso de la Logia Lautarina, la eliminación de conspiradores aristocráticos, el enfrentamiento con la iglesia reaccionaria, etc., le parecieron a la clase dominante como hechos dictatoriales, dado que se imponía a los que consideraban que gobernar era un derecho natural de su clase social. Sin embargo, este grupo reaccionario que hubiera perdido mucho más en caso de volver bajo el dominio español tenía interés en tomar en cuenta las nuevas instituciones creadas con su apoyo. Por lo tanto, la solución más adecuada consistía en buscar un camino legal para recuperar y ampliar su poder oligárquico: pocos días después de Maipú, un Cabildo abierto exigía una constitución para reducir el poder del brazo del héroe que dejaba de ser imprescindible y se volvía contrario a sus planes. Sin embargo, cabe reconocer que esta clase alta demostró una marcada tendencia a la moderación y al orden, a pesar de estar molesta por las reformas sociales. Desde el principio –con la sola excepción de los Carrera– adoptó una actitud legalista, en contraste neto con la turbulencia de casi todos los hermanos hispanoamericanos que seguían con una tendencia al desdén por la ley y a la impaciencia frente a las contrariedades de la autoridad. 46El bando de la familia Larraín. 47Jocelyn-Holt, Alfredo, ob. cit., p. 252. 48Feliú Cruz, Guillermo, ob. cit., p. 30. 147 R evista L ibertador O’ higgins Dado que O’Higgins respondió parcial y progresivamente a sus demandas, la oligarquía fue atraída por el juego democrático y asimiló los principios del nuevo sistema para poder usarlo en su beneficio. Así partió el original camino chileno de aprendizaje dirigido por el Ejecutivo (y que seguirá con los sucesores de O’Higgins y los distintos sistemas intentados) mediante el cual, la aristocracia –que captaba las ventajas y desventajas de los diferentes sistemas de gobierno– demostró una capacidad de absorción de los cambios. Como lo demuestra Julio Heise49, esta capacidad desempeñó un papel significativo en la singular estabilidad política chilena: “la aristocracia chilena, sin darse clara cuenta, estructuró lo que la ciencia política contemporánea denomina Estado de Derecho”. ...sin caer en la trampa del asambleísmo controlado por la aristocracia... O’Higgins no estaba dispuesto a caer en la trampa de la oligarquía que pensaba controlar las asambleas como ocurrió con el primer Congreso Nacional. Aunque convencido de la importancia del carácter representativo que debía tener el poder legislativo y constitucional, sus experiencias de la falta de cultura política de los chilenos, llevaron al Prócer a desconfiar del espíritu gremíal y del poder de las corporaciones que vulneraba el principio democrático de la soberanía popular. En particular, los consejos de Miranda comprobados en vivo con su experiencia de la Patria Vieja, le habían permitido tomar plena conciencia, antes que otros, de que el asambleísmo o el Cabildo no bastaban para garantizar la representatividad y la emancipación del espíritu de cuerpo de las corporaciones. La Colonia había producido una sociedad sencilla, sin otra estructura política que la sumisión a la Corona y el juego de las corporaciones. La representación popular y la ciudadanía eran conceptos desconocidos por los criollos, quienes sobre todo se preocupaban de sus intereses gremiales. Tal como había anunciado Miranda dos décadas antes, la única respuesta que podía generar la sociedad hispano-colonial a la acefalía era el fortalecimiento de la municipalidad o Cabildo, lo que exigía un marco constitucional más amplio. Si bien es cierto que este asambleísmo era una etapa necesaria y permitía el aprendizaje de ciertas expresiones democráticas, no bastaba para que emergiera de ello un orden institucional estable. Al contrario, la falta de marco general y de constitución conllevaba riesgos de confusión de poder y de luchas anárquicas. Este tipo de asambleísmo municipal espontáneo tendía a fomentar conflictos con el ejecutivo nacional, sea por razones locales, sea por interés sectorial o de facción. De hecho, fue lo que pasó en toda Hispanoamérica, donde las primeras asambleas legislativas fueron muy poderosas y se atribuyeron prerrogativas propiamente ejecutivas. Para superar la anarquía, la típica salida era que la asamblea delegara el poder a un caudillo. La superioridad de O’Higgins estuvo en que –una vez investido por el asambleísmo de este poder dictatorial, como todos los otros libertadores– lo usó para imponer modalidades nuevas formadoras de una conciencia nacional, y de ejercerlo mientras el pueblo llegaba a adquirir la aptitud para gobernarse. 49Heise, Julio, Años de Formación y Aprendizaje Políticos 1810/1833, Editorial Universitaria, Santiago, 1978, ver Tercera Parte, Capítulo 11, p. 121. 148 E dición conmemorativa del B icentenario Así le fue posible escaparse del patriciado y del corporativismo tradicional. El caso más visible fue su rechazo al procedimiento de aprobación del proyecto de constitución provisoria de 1818. La comisión de juristas que lo había elaborado proponía legitimarlo mediante la aprobación de la “Junta de Corporaciones de Santiago”. O’Higgins lo rechazó y por decreto decidió someter el proyecto a una consulta popular individual. ...para ganar el tiempo que consideraba necesario para asegurar el cambio social en una sociedad colonial que no reunía las condiciones de ejercicio de una plena democracia... Varios historiadores consideran que O’Higgins fue antiparlamentario o que cambió de opinión en materia de representatividad, al darse cuenta de la falta de cultura política de sus ciudadanos. Un examen cronológico lleva, sin embargo, a constatar la importancia permanente que el prócer daba al carácter representativo que debía tener el poder legislativo y constitucional una vez que las condiciones lo permitieran. La evolución del pensamiento del Prócer en materia de representatividad merece un examen más detallado. Ya vimos que desde los primeros momentos del movimiento autonomista, O’Higgins influyó decisivamente en la orientación de la primera Junta de Gobierno para que decidiera la convocatoria del primer Congreso representativo que sabía de antemano sería arriesgado. También al inicio del trabajo del primer Congreso, cuando se planteó la necesidad de elegir una Junta Ejecutiva de Gobierno, O’Higgins defendió una elección directa, mientras la mayoría conservadora proponía una elección indirecta. El mismo sentido de la representatividad se manifiesta cuando Carrera le ofrece integrar la Junta de Gobierno del 4 de noviembre de 1811, y el diputado de Concepción exige el respaldo previo de su circunscripción. Durante la caída hacia el caudillismo dictatorial de Carrera, O’Higgins intenta una conciliación entre la Junta de Carrera y Martínez de Rozas mediante un Proyecto de Convención Provisional, fechado el 12 de enero de 1812 y que constituye el esbozo de un reglamento constitucional50. Aparecen allí las bases democráticas del ideario o’higginiano: soberanía popular, representatividad, contrapoderes “para precaver los abusos del despotismo y la arbitrariedad y para el mejor acierto de las resoluciones importantes”. En conformidad con estos principios y el respeto de la representatividad, O’Higgins renuncia como miembro de la Junta nombrada por Carrera, cuando éste disuelve el Congreso: “desde mi ingreso en el Congreso había movido y sostenido incesantemente una decisión por el sistema representativo, conforme a la voluntad de mi provincia, y que no pudiendo el pueblo de Santiago tener derecho para elegir representante al gobierno general, por otras provincias, no me conformaba con esta convención ilegal y suplicaba se me eximiese de tal representación”51. 50Galdames, Historia Constitucional, p. 300. 51O’Higgins, Bernardo, Oficio al Presidente de la Junta Provincial de Concepción del 21 de noviembre 1811, Archivo de Don Bemardo O’Higgins, T. 1, Santiago, 1946, pp. 154-157. 149 R evista L ibertador O’ higgins También en otro oficio de noviembre 1813, dirigido a la Junta52, sigue convencido de la necesidad de convocar a un Congreso Nacional una vez vencido el enemigo. En 1814, escribe a Mackenna que aprueba la idea de convocar a los diputados del Congreso clausurado por Carrera53. En el Acta de la proclamación de la Independencia de Chile, en 1818, justifica el plebiscito de ratificación diciendo: “no permitiendo las actuales circunstancias de la guerra la convocación de un Congreso Nacional que sancione el voto público, hemos mandado abrir un Gran Registro...54”. “El mismo argumento se repite en el Manifiesto a las Naciones el mismo año, y no es extraño que después de Maipú, el Cabildo abierto de Santiago del 17 de abril 1818, que pide el fin de la dictadura, entre en el juego y exija del Director una Constitución mediante un Congreso. Además de pedir un congreso constituyente, exigía también nombrar los ministros, en una confusión reveladora del riesgo de desgobierno. El Director Supremo consideraba que las condiciones para que un Congreso fuera representativo no estaban dadas todavía, dado que las pobladas provincias del sur seguían en manos de los realistas. Sin embargo, contestó a las preocupaciones de la ciudadanía con una rendición de cuentas y la limitación de sus poderes, ofreciendo un proceso prudente de democratización en dos etapas: un mes después nombraba una comisión legisladora de siete expertos, para proponer una constitución provisoria, mientras se organizaran con calma los censos necesarios a la convocatoria de un cuerpo constituyente que fuera representativo y por lo tanto legítimo, para recuperar el mando presidencial y establecer la constitución definitiva. Cuando el proyecto de constitución estuvo listo, el 8 de agosto de 1818, O’Higgins se opuso a someterlo, como lo proponía la comisión legisladora, a las corporaciones, proponiendo, por el contrario, que fuera sometido a plebiscito popular o a una votación general. Aunque esta votación por parte de un pueblo, que en un 85% era campesino, y cuya mayoría era analfabeta, se tradujo en una aprobación unánime, la misma marcó una ruptura con la cultura corporativista colonial en beneficio de la formación de una conciencia nacional. A pesar de estas posiciones claras, varios historiadores opinan que O’Higgins era antiparlamentario, confundiendo sus temores a repetir los errores de la Patria Vieja o de los países vecinos, con una actitud de poder personal. Si bien es cierto que O’Higgins se resistía a someterse a ciertas exigencias del Cabildo y de la oligarquía, eso no implica una oposición al principio representativo, sino una oposición razonable a las estructuras coloniales y al asambleísmo, cuando sólo una oligarquía las domina. 3) La llamada “dictadura de O’Higgins” o la paradoja del “éxíto de un fracaso” Paradójicamente, la llamada dictadura de O’Higgins, así como la famosa renuncia de 1823, se transformaron en una victoria del proceso democrático. 52O’Higgins, Bernardo, Oficio a la Junta Gubernativa del 29 de noviembre 1813, Archivo de Don Bemardo O’Higgins, T. 1, Santiago, 1946, pp. 313-314. 53De la Cruz, Ernesto, Epistolario de O’Higgins, Santiago 1916, carta 12, p. 45. 54Valencia, Luis, Anales de la República, T. 1, Santiago, 1951, pp. 13-14. 150 E dición conmemorativa del B icentenario Y así como el triunfo ex pos de su método para impulsar una robusta tradición legalista, éste fue respetado por todos los gobernantes que le siguieron. El indiscutible autoritarismo del régimen de O’Higgins... La calificación de dictadura para la administración de O’Higgins, no corresponde al concepto corriente de un poder impuesto por la violencia sobre el orden legal. Sin embargo, su despotismo o “autoritarismo educador” fue real y plantea un problema de fondo a la filosofía política, dado que fue exitoso. Si bien es cierto que el poder personal del Director Supremo era excesivo con respecto a un régimen democrático moderno, correspondía a un proceso temporal y legal resultante del consenso logrado en un contexto de guerra, cuando la independencia no estaba afianzada, y cuya meta era una república representativa55. Si bien es cierto que el comando militar le había concedido esta facultad autoritaria, el Prócer ejerció el poder como un simple mandato del Ejército y careció de contornos cesáreos. Ahora bien, la separación de los tres poderes no estaba conforme con una verdadera democracia, siempre el déspota se autoimpuso los contrapoderes que permitieron las correcciones. Si bien es cierto que esta concentración de poder personal era peligrosa y llevó inevitablemente a ciertos errores, siempre el diálogo y la legalidad acabaron por ser respetados y echaron raíces, como lo comprueba la renuncia y la continuidad jurídica de 1823. Como lo expresa Jocelyn-Holt, “es una dictadura ilegal que anticipa una constitucionalidad republicana aún por perfeccionar, no obstante utilizar medios de gobierno que la retrotraen a un autoritarismo progresista dieciochesco”56. ¿Fue eso pura suerte debido a la sola benevolencia y calidad humana del personaje? En cuyo caso sería peligroso y engañoso referirse al ejemplo chileno que hubiera resultado de un superhombre, es decir, de un accidente de la historia. O bien ¿se trataría de una forma de equilibrio institucional dinámico cuyo valor trasciende las contingencias chilenas? Nuestro análisis tiende más bien a concluir en favor de esta segunda interpretación; una dinámica institucional de construcción progresiva del estado de derecho mediante un ejecutivo fuerte pero con contrapeso. En todo caso, el tema de la dictadura de O’Higgins merece mayor análisis y nuevos enfoques. Sobre todo, necesita encontrar una explicación de sus orígenes a fin de disipar la duda acerca del carácter de nuestra pregunta sobre el valor de extrapolación del caso chileno. ...fue resistido no por el pueblo sino por la aristocracia y la Iglesia porque imponía el cambio social y amenazaba a sus privilegios... Además del carácter legal de su despotismo, cabe señalar que varios factores sociohistóricos explican el sesgo analítico que llevó a muchos historiadores a calificar peyorativamente su autoritarismo de dictadura. Por sus orígenes sociales (hijo natural), su formación europea, su tolerancia filosófica y su reformismo social, O’Higgins tenía poca aceptación por parte de la oligarquía y de la Iglesia Católica. Sus tentativas de modernizar a Chile lo convirtieron en un elemento 55Ver análisis de Jocelyn-Holt, Alfredo, La Independencia de Chile, ob. cit. pp. 250-258. 56Jocelyn-Holt, ob. cit., p. 256. 151 R evista L ibertador O’ higgins ajeno a la clase alta que lo consideró dictador. Después de su destierro no tuvo el apoyo familiar y social local para defender su memoria en Chile, dejando que se desarrollaran leyendas sesgadas. Llama especialmente la atención del observador extranjero el desequilibrio de criterios que subsisten en la hagiografía y memoria colectiva chilena en cuanto a la evaluación de los papeles respectivos de O’Higgins y de Carrera, incluso hoy en día. En particular, el nivel de “exigencia” que muchos de los historiadores chilenos57 aplican a posteriori a O’Higgins, frente a la complacencia que tienen por Carrera en materia de conducta política y patriótica, revela un sesgo sorprendente. Es un sesgo inexplicable presentar en términos peyorativos el autoritarismo legal del primero, cuando los mismos consideran como heroísmo la dictadura ilegal del segundo. El primero sostuvo lealmente todas las juntas de gobierno legalmente constituidas, y después como Director Supremo actuó en forma poco común en el marco constitucional y respetó generalmente a los poderes legislativo y jurídico58, el segundo, en cambio, conspiró contra todas las juntas o gobiernos que no estaban bajo su mando directo y violó sistemáticamente los poderes legislativo y judicial. El primero, promotor de la representatividad popular, queda manchado por haber postergado elecciones y por su intervención en ellas, en tanto que los cuatro golpes sucesivos del segundo pasan por idealismo cívico. La preocupación panamericanista y las alianzas con Argentina y San Martín del primero, fueron criticadas como falta de patriotismo, en tanto que las atrocidades, las montoneras y las repetidas conspiraciones del segundo en contra de las autoridades legítimas de los independentistas no son reconocidas o son absueltas. Como lo subraya Julio Heise, “en los seis años de gobierno, jamás pasó por la mente de O’Híggíns la idea de aprovechar su inmensa popularidad o la fuerza armada incondicionalmente a sus órdenes, para acrecentar indebidamente sus atribuciones”59. Su republicanismo fue sin falla. El testigo perspicaz que fue la viajera Mary Graham comenta en 1822: “...el Director Supremo, quien podía haberse hecho señor absoluto si hubiera tenido un rastro de ambición. Es curioso que un soldado afortunado como O’Higgins, tenga la sensatez de ver el peligro del poder absoluto, y el buen sentido de evitarlo; él, sin embargo, posee ambas cualidades y disuelto el Senado, ha convocado una asamblea deliberante con el objeto de formar una constitución permanente”60. ...sin respetar la división de los poderes... La Constitución Provisoria de 1818 no constituía una democracia, sino una transición hacia una república democrática mediante un proceso de fiscalización de las facultades casi omnímodas del Director Supremo, circunscribiendo estos 57Hay muchas excepciones, una notable es Jocelyn-Holt, ob. cit., pp. 173-175. 58Aunque respetuoso del Poder Judicial, el gobierno de O’Higgins cometió indiscutibles errores al intervenir arbitrariamente en materia de justicia en algunos casos precisos: en asuntos de deudas contratadas por los Carrera en Argentina. En ausencia de O’Higgins, Hilarión de la Quintana dio órdenes arbitrarias para cobrar estos pagos con los bienes de la familia en Chile; también O’Higgins en persona ordenó desterrar a Mendoza, al Presbítero Eyzaguirre que había mandado a expulsar de la Catedral a la señora Manuela de Prieto por razones de vestimenta inadecuada. Ver Orrego Vicuña, ob. cit., pp. 93-97. 59Heise, Julio, Años... pp. 118-119. 60Graham, María, Diario de mi residencia en Chile en 1822. Ed. del Pacífico, Santiago 1956, p. 54. 152 E dición conmemorativa del B icentenario poderes dentro de la legalidad. La guerra en curso mantenía la justificación del autoritarismo del jefe del Ejecutivo, quien nombraba los miembros del Senado, y su firma era necesaria para las sentencias del Tribunal Supremo. Sin embargo, este texto de 1818 marcaba un avance objetivo respecto a los ensayos anteriores. La razón principal está en que deslindaba las atribuciones de cada uno de los poderes y organizaba un contrapoder conservador que los hechos demostraron ser efectivo. El Senado tenía la expresa misión de controlar al Director Supremo –concepto nuevo en la región– y su acuerdo era necesario para todas las decisiones importantes o legislativas, especialmente presupuestarias y fiscales. Fueron numerosos los casos de conflicto entre O’Higgins y el Senado conservador61, este último imponiendo serios frenos en las iniciativas modernizadoras del Ejecutivo. Sin embargo, el poderoso Director Supremo respetó las atribuciones del Senado y sus observaciones fueron acatadas por el Ejecutivo, incluso en materia militar y a pesar de sentirse a diario angustiado por problemas de toda especie. La Constitución rigió así desde su promulgación, el 22 de octubre de 1818 hasta el 7 de mayo de 1822, fecha de la convocatoria a elección constituyente en respuesta al debate democrático naciente. Una prueba concreta y anecdótica fue cuando el Senado negó a O’Higgins los recursos para comprar la extraordinaria biblioteca de Miranda en Londres, que la viuda del Prócer le había ofrecido comprar en prioridad. O’Higgins se inclinó ¿Acaso un dictador hubiera acatado este tipo de vejación? Considerando la dificultad de la gestión pública en Chile en este período y recordando que, en los mismos años, tanto el resto de Hispanoamérica como el continente europeo (a excepción de Inglaterra) vivían en la anarquía, esta experiencia política es verdaderamente ejemplar. O’Higgins estaba convencido de que sin juridicidad se produce el caos y que las leyes deben impedir todo abuso de poder. Él instituyó así un efectivo estado de derecho que ancló el respeto de las leyes como base de la nueva cultura nacional. ...y sobre todo cayendo en el error clásico del despotismo de ser juez y parte... Cuando las condiciones lo permitieron, y como el Senado se encontraba de hecho fuera de servicio (dos de sus miembros estaban fuera y los suplentes no fueron llamados) a partir de abril 1822, O’Higgins, que pensaba disolverlo, llamó, por decreto del 7 de mayo de 1822, a elecciones para escoger una asamblea popular. El Senado protestó, dado que era a ese cuerpo al que le correspondía dictar tal decreto, pero no tuvo efecto su protesta y se disolvió. El hecho notorio era que “la opinión nacional había ido tomando Incremento y despertándose en todas partes un Interés que antes no se conocía, por todo cuanto se relacionase con la cosa pública”62. 61Ver Orrego Vicuña, Eugenio, El Espíritu constitucional... ob. cit., pp. 56-71, y Roldán, Alcíbiades, Los desacuerdos entre O’Higgins y el Senado Conservador, Anales de la Universidad de Chile, 1892. 62Orrego Vicuña, Eugenio, El Espirítu constitucional... ob. cit., p. 128. 153 R evista L ibertador O’ higgins Sin embargo, en consecuencia de la creciente hostilidad de la clase alta y del clero, las gestiones e influencia del Ministro Rodríguez Aldea llevaron a ejecutar el decreto de O’Higgins no con la organización de un voto popular, sino mediante la designación, por parte del gobierno, de los miembros de una Convención Preparatoria como asamblea constituyente. Bajo la funesta influencia de su ministro Rodríguez Aldea, O’Higgins “dirigió esquelas a todos los intendentes y gobernadores indicando los nombres de las personas que deseaba fuesen elegidas”63. El Director Supremo mismo reconoció en su discurso en la apertura del nuevo cuerpo legislativo “que la honorable convención no revestía todo el carácter de representación nacional... Quizás mis cortos alcances y mi inexperiencia...64. Este error típico de un poder excesivamente centralizado se confirmó cuando la asamblea provisoria designada por el Director Supremo se autodeclaró legislativa y constituyente. Además, no fue un secreto que Rodríguez Aldea fue el principal redactor de la nueva Constitución, incorporando elementos de la constitución liberal española de 1812 y otros de la de 1818. Aunque la nueva Constitución, promulgada el 30 de octubre de 1822 constituía también un progreso en la organización de la república y en los derechos fundamentales, pecaba por falta de legitimidad o de respeto a la soberanía popular. Se notaba una contradicción entre sus principios y las posibilidades que mantenía el ejecutivo de controlar el Poder Legislativo a través del Senado, “compuesto de siete miembros elegidos por la cámara de diputados más los ex Directores Supremos, los ministros de estado, los obispos, delegados del ejército, de los tribunales de justicia, de las universidades, del vecindario de Santiago y de agricultores y comerciantes cuyo capital no era inferior a treinta mil pesos”65, así como de sus atribuciones durante el receso de la cámara, la que sesionaba solamente tres meses cada dos años. ...pero se transformó en un éxito instítucional que consagró la entrada de Chile en el reducida club de las democracias... Este error, combinado con el hecho de que la oligarquía ligada al clero no aceptaba ya al Director Supremo, más la impopularidad del Ministro Rodríguez Aldea, y el “castigo de Dios” (por la tolerancia religiosa del Director), como fue presentado el terremoto de Valparaíso del 19 de noviembre de 1822, llevó a la caída de O’Higgins. Concepción rechazó la Constitución y organizó, por primera vez en Chile, elecciones populares con inclusión aun de los analfabetos66. Sin embargo, el desarrollo de esta fase del enfrentamiento ilustra, una vez más, tanto la ausencia de intenciones dictatoriales del Prócer, como sus logros en los progresos del aprendizaje republicano. Su renuncia constituye una prueba de la superioridad de las instituciones chilenas en América Latina. Además de respetar la voluntad popular y de no optar por la vía de la represión violenta, O’Higgins comprobó su devoción por la juridicidad e impuso la continuidad en el orden legal, salvando una vez más a Chile del caudillismo. 63Orrego Vicuña, Eugenio, ob. cit., p. 131. 64Galdames, Luis, ob. cit., p. 534. 65Galdames, Luis, ob. cit., p. 542. 66Galdames, Luis, ob. cit., p. 559. 154 E dición conmemorativa del B icentenario Su renuncia al poder fue un acto único en la historia latinoamericana que revela la verdadera superioridad del fundador del Estado chileno. En su renuncia al poder, el Primer Capitán General de la República de Chile tuvo la grandeza –hasta hoy día insuperada– de adelantar una solicitud de perdón por sus eventuales errores: “sí las desgracias que me echáis en rostro han sido, no el efecto preciso de la época en que me ha tocado ejercer la suma del poder, sino el deshago de mis malas pasiones, esas desgracias no pueden purgarse sino con mi sangre”67. Estas palabras del héroe que facilitaron la reconciliación nacional consagraron el nacimiento de una conciencia nacional y la entrada de Chile en la democracia. LA INFLUENCIA DE MIRANDA A pesar de que el nexo entre Francisco de Miranda y Bernardo O’Higgins sea un hecho explícitamente reconocido por todos los historiadores chilenos y comprobado por varios documentos y testimonios, la importancia del padre espiritual del Padre de la Patria chilena sigue generalmente subvaluada. Se limita éste a un papel indirecto en su lejana juventud, cuando Miranda despertó la vocación para la lucha emancipadora del estudiante Riquelme, tal como lo cuenta el mismo discípulo. En esta interpretación más bien anecdótica, las referencias al contenido filosófico y político del legado del maestro son muy pobres, y la relación psicológica entre los dos no fue suficientemente recalcada. Consideramos que lo que Chile debe a O’Higgins, este último lo debe directamente a Miranda, convirtiéndose el caraqueño en el Prócer del Libertador de Chile, y por tanto en un contribuidor significativo de la identidad chilena. El camino nuevo y dinámico que abrió el Padre de la Patria chilena es el resultado de la visionaria síntesis del precursor de la identidad latinoamericana. O’Higgins fue el único discípulo de Miranda que logró implementar en parte el ideario político forjado por el más universal de los latinoamericanos. Como lo expresa Barros Arana: “fue sin disputa el más ilustre a la vez que el más glorioso de los discípulos de Míranda”68. Nuestra hipótesis es que Miranda constituye la “pieza explicativa” que falta para entender gran parte tanto del ideario político de O’Higgins, como de sus actitudes decisivas. En consecuencia, Miranda habría desempeñado un papel indirecto –pero clave– en la singular estabilización política de Chile. La excepción de América Latina que confirmaría la regla de que las opciones caudillescas antimirandina tomadas por el resto de la región estuvieron equivocadas. Aunque las ideas de O’Higgins pertenecen al ideario común a muchos próceres y a la corriente más genérica de la Ilustración europea, la tesis de la filiación directa con la síntesis de Miranda, se argumenta tanto sobre la alta similitud de las iniciativas del discípulo con las enseñanzas y experiencias del maestro, como sobre la deducción de que el impacto psicológico del profesor fue mayor sobre el hijo ilegítimo del Virrey por razones contingentes. Casi todos los libertadores estuvieron en contacto con Miranda, y todos conocieron su “lectura” de la Ilustración adaptada a Hispanoamérica. En este sentido, Miranda y la 67Vicuña Mackenna, Vida del Capitán General Don Bernardo O’Higgins, p. 401. 68Barros Arana, Diego, Historia General de Chile, Santiago 1890, T. XI, p. 647. 155 R evista L ibertador O’ higgins emancipación hispanoamericana están muy ligados. Sin embargo, pocos pudieron seguir sus principios y sólo O’Higgins intentó aplicarlos de manera coherente y suficientemente completa. Reconociendo que nuestros principales argumentos son más bien deductivos, cabe observar una convergencia de razones y presunciones que apuntan a dar un paso decisivo al aporte mirandino a Chile, y que se estructuran en tres componentes ligados entre sí. Primero, el aspecto psicológico: el joven Bernardo Riquelme, en su búsqueda frustrada del padre que no tuvo debido al propio sistema colonial, encontró en la cuna de la revolución industrial a un padre espiritual en un momento muy difícil de su vida y de su estadía en Londres. El fascinante intelectual, el experimentado diplomático y el romántico aventurero de 48 años, irrumpió en el proceso maleable de descubrimiento del mundo moderno del adolescente abandonado de 19 ó 20 años, que carecía de afectos y rol social69. El magistral profesor le entregó no solamente la quintaesencia de sus conocimientos universales y experiencias políticas, un ideal de vida, una misión histórica una lectura visionaria del mundo, sino que le permitió cerrar el círculo lógico de su destino personal, logrando así sentar ideas filosóficas sobre potentes motivaciones personales, dándole aquellas tremendas fuerzas psicológicas del que descubre un significado a su vida: su estatuto inferior de hijo ilegítimo era también una consecuencia individual de la hipocresía del régimen colonial español que discriminaba entre criollos y funcionarios del Rey, impidiendo a su padre reconocerle. Estas razones personales, debidamente transformadas por el aporte filosófico del más europeo de los latinoamericanos, explican la determinación en obrar por el progreso social y renegar para siempre del absolutismo, la intolerancia inquisitorial y los privilegios sociales del nacimiento. Además, siguiendo el análisis psicohistórico de Jaime Eyzaguirre70 y Diana Veneros71, parece probable que el inconsciente de Bernardo O’Higgins reemplazó a su padre real, Ambrosio, por este padre simbólico Miranda, y asoció también a su madre con la Patria, ambas humilladas por un mismo agresor, el régimen español. Los sentimientos agresivos hacia el padre fueron inconscientemente derivados en contra de la autoridad del sistema colonial y realista adhiriendo a la misma causa noble a la que representaba su padre simbólico Miranda. “Toda la agresividad reprimida fue vaciada contra aquel sistema, cuya erosión y aniquilamiento equivalía, simbólicamente a la destrucción del padre” y “conseguía redimir el honor de la madre y limpiar el trauma de sus orígenes oscuros”72. 69Miranda inicia su segunda estadía londinense en enero 1798, y sus relaciones con Riquelme no pueden ser fechadas con exactitud. Sin embargo, dado que fueron estrechas, parecería que cundieron un tiempo significativo y continuo hasta la salida del joven a Cádiz y a su tierra en abril del 1799, mandado por Miranda así como a otros miembros de la Logia de Lautaro, para preparar en el terreno las revoluciones. Archivo del General Miranda, ob. cit. tomo XV, p. 351. 70Eyzaguirre, O’Higgins, Santiago, 1946. 71Veneros, Diana, Motivos y factores tras la gesta de independencia de Chile, comunicación en el seminario “Francisco de Miranda y Bernardo O’Higgins en la emancipación Hispanoamericana”, Santiago, 2002, publicado en este mismo número de la Revista del Instituto O’Higginiano de Chile. 72Veneros, Diana, ob. cit. 156 E dición conmemorativa del B icentenario Por otra parte, Miranda –cuya red de informadores cubría el imperio– hubiera podido saber de los orígenes del hijo oculto del Virrey del régimen que combatía, explicando el especial esfuerzo de dedicación que el maestro tuvo hacia este discípulo estratégico. Es aún más plausible que el joven se abrió a Miranda de sus problemas y orígenes. A todo lo anterior se agrega un punto personal común entre los dos personajes. Miranda también había sufrido en su juventud –y resultó marcado– por el abuso de poder de la sociedad colonial: su padre tuvo que abandonar su rango y comercio a raíz del celo de los “mantuanos”, la aristocracia local de Caracas, que recibió el apoyo del rey y del sistema español. Este aspecto podría haber facilitado los nexos entre estas dos víctimas del régimen español. Segundo, la coincidencia de los idearios políticos de los dos próceres. Tomando en cuenta el contexto psicológico peculiar mencionado se vuelve difícil negar el papel decisivo de Miranda sobre O’Higgins, cuando todos los componentes esenciales del pensamiento político y de la acción en el terreno del Libertador chileno se conforman al ideario mirandino, del republicanismo al federalismo panamericano, del odio al caudillismo al temor a la anarquía, de la tolerancia religiosa a los derechos humanos, del estado educador al liberalismo económico, como, lo recordaremos más abajo. Toma especial relevancia el hecho de que O’Higgins manifestó principios muy adelantados para el contexto chileno, e incluso actuó como si tuviera una amplia experiencia política. Es significativo que los historiadores chilenos no expliquen estos rasgos, sino por referencia a su genio político y a una vaga educación en Inglaterra. Por ejemplo, llama la atención la contradicción entre el hecho de que los historiadores chilenos digan que O’Higgins no leía mucho, pero que no expliquen de dónde venían sus muy avanzadas ideas políticas. O esta otra contradicción: decir que O’Higgins era muy influenciable por su entorno directo73, o que era débil de carácter, o dócil74, mientras se le reconoce al mismo tiempo la fuerza75 y continuidad de sus principios. Esta hipótesis de un “ligenio espontáneo” parece muy débil frente al peso obvio del legado mirandino. Especialmente sí se quiere explicar esta capacidad peculiar de O’Higgins para buscar un sutil “centrismo político”, lo que presupone una gran experiencia política que no tenía O’Higgins, y que le permitió evitar los extremos dogmáticos. Es más plausible relacionar esta facultad con la lucidez madura fuera de lo común del girondino Miranda que quería el cambio sin violencia, y pensar que el joven estudiante supo sacar un máximo provecho de las lecciones de moderación y las advertencias que su Maestro le había dado en base a su propia experiencia vivida de las ilusiones y riesgos en ambos lados. Tercero, la filiación de ciertas frases o palabras claves. Hasta las formas de enunciar ciertos principios que se encuentren bajo la pluma de O’Higgins fueron enunciadas en forma similar por Miranda. Por ejemplo, en la convocatoria a 73Por ejemplo Orrego, ob. cit. p., 20 comparándole a Bolívar diciendo que O’Higgins le era inferior “por ese desgraciado sometimiento de su voluntad casi siempre gobernada por otros”. 74“En el carácter de O’Higgins había más cera que acero”. Vicuña Mackenna, en El Ostracismo de O’Higgins, p. 332. 75“Una vez decidido, no retrocedía”, dice el General José María de la Cruz. 157 R evista L ibertador O’ higgins elecciones para designar a la Asamblea Constitucional de 1822, cuando explicita la necesidad de un ejecutivo fuerte pero controlado, O’Higgins usa la expresión de otorgar “al poder público todas las facilidades de hacer el bien sin poder dañar jamás”76, que Miranda había desarrollado en términos similares en varias oportunidades, como por ejemplo, en 1793 ante sus compañeros de cárcel bajo la dictadura de Robespierre, como lo testifica un observador presente, “el gobierno todo poderoso para hacer el bien queda casi sin fuerza para dañar”77. También, la famosa frase de la batalla del Roble, “vivir con honor o morir con gloria”, parece tener filiación de inspiración en el final de una importante proclama de Miranda de 1801: “Por la Patria el vivir es agradable y el morir glorioso”. Otro ejemplo es la respuesta que el Director Supremo hizo a María Graham que le preguntaba ¿a qué cree que debe el inmenso valor que tuvo para hacer de Chile todo lo que hizo? Cualquiera que ame a su Patria puede hacerlo. Miranda le había dicho “El alpha y el omega de mis consejo es: ¡ame a su patria”78. Llama también la atención que en sus diferentes proclamas e instrucciones a sus compatriotas, Miranda siempre resaltó como prioritaria la necesidad de llamar a una asamblea o congreso constituyente representativo, así como la apertura de los puertos y la supresión de todos los monopolios estatales79. ¿Cómo pensar que fue sólo casualidad genial que O’Higgins lograra convencer, vía Martínez de Rozas, a la primera Junta de 1810 de tomar como primeras medidas simultáneas llamar a un Congreso Constituyente y abrir los puertos? Cabe recalcar la importancia que estas orientaciones tuvieron sobre Chile. En particular, “La razón fundamental del éxito económico chileno radica en que se permitió y se aprovechó una apertura comercial hacia afuera. Desde el decreto de libre comercio de 1811 y después de 1817, los gobiernos estimularon sistemáticamente el comercio exterior tanto extranjeros como nacionales”80. De manera sintética, a continuación enumeramos −sin ser exhaustivo− los principios esenciales que caracterizaron la singularidad del aporte o’higginiano, y cuya relación con Miranda parece más directa que cualquier otra. Si bien es cierto que muchas de estas ideas se encontraron también presentes en otros casos, la singularidad del caso chileno está en haber sido implementadas todas al mismo tiempo por una sola persona, sin grandes desvíos, al contrario del resto de América Latina. Por lo tanto, la hipótesis de la paternidad de Miranda parece imponerse por carencia de otra explicación realista. 1. O’Higgins por Decreto del 3 de junio de 1818 creó la nacionalidad chilena, fundándola en unos principios básicos que son los mismos que había establecido Miranda al crear la identidad hispanoamericana: rechazo legal de los derechos españoles, creación de una nueva nacionalidad por el hecho de nacer en el suelo americano, tanto para los indios o mestizos como para los colonos criollos, sin tolerar ninguna discriminación, y con 76Citado por Orrego Vicuña, Eugenio, “El espíritu constitucional de la administración O’Higgins”, ob. cit., p. 130. 77Testimonio del ciudadano Champagneux, compañero de cárcel de Miranda en 1793 y 1794, citado en francés en el Archivo del General Miranda, edición Dávila, T. XlV, p. 367. 78Archivo de don Bernardo O’Higgins, T. 1, p. 22. 79Ver, por ejemplo, la Memoria del 29 de abril 1803, Archivo del General Miranda, T. XVI, ob. cit. p. 292. 80Jocelyn-Holt, ob. cit., p. 299. 158 E dición conmemorativa del B icentenario la posibilidad de adquirirla mediante adhesión voluntaria. Estos principios que nos parecen obvios eran revolucionarios para la época, y llama la atención que tanto Miranda −para toda América− como O’Higgins para el territorio chileno pero en referencia “al sistema de la América” fueron respectivamente los primeros en proponerlo en forma jurídica concreta. La “desidentificación”81 tanto política como cultural respecto a la “madre patria”, es decir esta asociación necesaria entre la independencia política y la emancipación mental, así como la simultaneidad de la ruptura con la metrópoli y la propuesta de un modelo alternativo de gobierno, caracterizan a muy pocos próceres82, dentro de los cuales a O’Higgins y Miranda, que comparten la misma argumentación de la ilegitimidad de la autoridad colonial española y de la necesidad de reemplazar las estructuras coloniales con reformas “sistémicas”. 2. El republicanismo democrático precoz e indefectible en un mundo monárquico. Aunque las primeras versiones de las constituciones federales de Miranda tenían algo de monarquía a fin de poder contar con el apoyo de los ingleses83, las siguientes, así como su ideario en general, son claramente republicanas. El juramento instituido por Miranda en la asociación de conspiradores, bautizada “Logia de Lautaro” y creada con su ayudante Riquelme en 1798, abarcaba la promesa de trabajar por la independencia absoluta de Hispanoamérica, así como una profesión de fe en el dogma republicano representativo84. Sería difícil entender cómo el terrateniente del sur de Chile, educado en el contexto de la monarquía inglesa, hubiera podido adquirir una determinación republicana tan precoz, tan fuerte y tan constante sin el traspaso directo de conocimientos y experiencias vividas por Miranda a través de tantos países y regímenes. 3. Esta técnica de las logias políticas de Lautaro, iniciada en Londres para combatir al absolutismo, serán implementadas en Mendoza y en Chile con la participación directa de O’Higgins. 4. El panamericanismo visionario, ligando el éxito y la durabilidad de la emancipación chilena a la solidaridad e integración con los países hispanoamericanos, que fue el aporte mayor de Miranda85, y que se traspasó a O’Higgins a través de su alianza con las provincias de La Plata y la expedición libertadora al Perú, basado en la idea de países confederados (subsidiaridad del poder federal). 5. La estrategia militar del Ejército Libertador, atribuida a San Martín, tiene una clara filiación con los planes militares de Miranda en su época de Londres: necesidad de pasar los Andes y de asegurar un gobierno estable en Chile, 81Expresión de Bohórquez, Carmen, La tradición republicana, ob. cit. 82Bohórquez, Carmen, La tradición republicana, ob. cit. 83Bohórquez, Carmen, Francisco de Miranda..., ob. cit. 84Mitre, Bartolomé, Historia de Beigrano y de la Independencia Argentina, Buenos Aires, 1876, T. II, p. 46. 85Ver Bohórquez, Carmen, Francisco de Miranda, Precursor de las independencias de América Latina, Universidad Católica Andrés Bello, Caracas, 2001. También, Ghymers Christian, Miranda visionnaire: I’intégration régionale dimension indissociable de I’émancipation latino-américaine, en Grisanti y Ghymers, Francisco de Miranda, I’Europe et I’intégration latino-américaine, ed. Versant Sud, Louvain-La-Neuve, 2001. 159 R evista L ibertador O’ higgins que sirviera luego como cabeza de puente para liberar al Perú, controlando previamente al Pacífico mediante una armada importada. Es difícil imaginar que O’Higgins, el más estrecho colaborador militar de San Martín, no influyera en este sentido sobre el que era también su más íntimo confidente y fiel amigo. 6. La importancia del Cabildo, única institución colonial disponible para lanzar el movimiento revolucionario, a condición de volverlo representativo y de enmarcarlo en un sistema constitucional que deslindara bien las atribuciones del Ejecutivo y del Legislativo. Miranda había previsto con una década de anticipación que la emancipación se aceleraría con la acefalía del imperio que resultaría del expansionismo de Napoleón. En este contexto, Miranda preconizaba, inspirado por la experiencia holandesa, que había que encauzar el movimiento de reacción municipal en una constitución federal a fin de evitar el caos y la anarquía del asambleísmo espontáneo: “temo que un movimiento convulsivo en la Metrópoli produzca sacudidas anárquicas en las colonias, o que el abominable sistema francés se introduzca entre nosotros si no tomamos las medidas adecuadas”86. Para asegurar la representatividad, Miranda proponía en su “Bosquejo de Gobierno Provisorio” del 2 de mayo de 1801, “sustituir a las autoridades españolas por los Cabildos, a los que se agregarían un tercio escogido entre los indios y la gente de color de la provincia”87 estos siendo dispensados de la condición “censataria” de ser dueños de tierra cultivada. En 1808, Miranda envió a los diversos cabildos americanos su plan mejorado de constitución federal88. 7. La dificultad fundamental de encontrar el nivel óptimo de representatividad democrática, que preocupó a O’Higgins desde el principio de su gobierno, sin lograr una solución, lo que le fue fatal. Miranda había formulado el dilema de la democracia representativa: “sí la representación es demasiado amplia, caemos en las inconveniencias del ignorante y precipitamos las pasiones de los vulgares, si la representación es demasiado estrecha, caemos en algo peor, las malas prácticas del soborno y de la corrupción”89. Para Miranda, todos los habitantes tenían los mismos derechos, sin embargo el voto seguía siendo “censatario”, con la sutileza de que los indios casados serían dueños por derecho de la cuota de tierra necesaria. 8. La preeminencia de las virtudes de la razón, el orden como fuente de bienestar y la fe en el progreso ilimitado del hombre, son preceptos comunes a los hombres de la Ilustración, sin embargo fueron llevados por Miranda y O’Higgins a un grado de importancia mayor para hombres de terreno y de acción. Persuadidos de que sólo la razón puede conducir a la humanidad hacia el progreso, Miranda y O’Higgins van “a rechazar toda vía en la cual no sea posible establecer un principio conductor de la acción. De allí que sus (Miranda) propuestas políticas giren en torno a la noción 86Carta del 24 de marzo de 1798, de Miranda al Presidente de EE.UU., John Adams, Archivo del General Miranda, ob. cit. T. XV, p. 228 (traducida del francés). 87Archivo del General Miranda, T. XVI, ob. cit., p. 151 (en francés). 88Archivo del General Miranda, T. XVI, ob. cit., p. 154-159. 89Citado por Antepara, que cita Bohórquez, Carmen, en Francisco de Miranda... ; ob. cit., p. 308. 160 E dición conmemorativa del B icentenario de “libertad racional”, queriendo significar con ello una libertad subordinada al orden, única garantía de bienestar permanente y de progreso constante en una sociedad. Concomitantemente, rechazará toda manifestación de anarquía, a la que considera expresión máxima de la irracionalidad, lo que se traducirá en su empeño por lograr “un cambio sin convulsiones” esto es, una revolución sin violencia90. Esta doble dificultad consciente de lograr un cambio de régimen político sin violencia, y de no pasar de una tiranía a otra con el caudillismo y el riesgo jacobino se manifiesta claramente en O’Higgins, que teme igualmente a la anarquía por falta de un poder ejecutivo fuerte, y un igual rechazo del caudillismo o populismo, lo que abrió un espacio a una dialéctica concreta de aprendizaje democrático. La fórmula de la proclamación de 1801 a los pueblos del Continente Colombiano de Miranda: “no buscamos sustituir una tiranía antigua por otra tiranía nueva... ni dejar establecer sobre la ruina de un despotismo extranjero el reino de otro despotismo no menos odioso, el de la licencia y anarquía”91, traducía su experiencia trágica de la Revolución Francesa, y a partir de ella Miranda aconseja al joven chileno y le advierte del riesgo de jacobinismo que amenazaría a Hispanoamérica con un mal peor al régimen español, en caso de no prevenir “las funestas consecuencias que los principios revolucionarios franceses provocan casi por todos partes...”92. El hecho de haber sido advertido por un testimonio directo de tales experiencias, vividas en carne propia, permite entender la especial cautela que mostró O’Higgins y que lo llevó a erradicar al caudillismo carrerino de Chile. 9. La importancia de una constitución escrita para fundamentar un nuevo pacto social en reemplazo de la obediencia al monarca y de la fuerza militar. Para evitar la anarquía y las divisiones territoriales, era necesario construir un consenso a partir de principios jurídicos que fundaran un ejecutivo fuerte en mano de pocas personas, en la línea de Rousseau. Ambos personajes opinaban también que “la fuerza del poder ejecutivo tiene que ser proporcional a la libertad de los ciudadanos”93. Miranda fue el autor del primer proyecto de constitución escrita para Hispanoamérica. Su texto de 1790 aparece un año después de la constitución de EE.UU. y es anterior a la primera constitución francesa (1791). Tanto Miranda como O’Higgins se enmarcan en la preocupación de aplicar la recomendación de Montesquieu de “que todo proyecto constitucional para la América meridional debe estar adaptado a las condiciones naturales del continente, así como a las necesidades y costumbres de sus habitantes”94. 10. En el mismo plano, la juridicidad de ambos próceres es notoria: la emancipación pasa por la fuerza de la ley y la construcción institucional, 90Bohórquez, Carmen, La tradición republicana, ob. cit. 91Archivo del General Miranda, T. XVI, ob. cit., p. 119. 92Carta de Miranda a Pitt del 21 de mayo de 1798, traducida del francés en Salcedo-Bastardo, J.L., América Espera, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1982, n. 100, p. 225. Hay varias otras advertencias en las cartas de Miranda para prevenir el riesgo de una contaminación de Hispanoamérica por el “el abominable sistema francés”. 93Archivo del General Miranda, ob. cit., T. XIV, p. 392 (en francés). 94Bohórquez, Carmen, La tradición prepublicana, ob. cit. 161 R evista L ibertador O’ higgins que a la vez fundamenta la estabilidad y credibilidad del Estado, bases de la prosperidad económica y de la formación de una identidad nacional. 11. La necesidad de la separación de los poderes. A pesar del hecho de que O’Higgins lo aplicara en forma muy parcial invocando las circunstancias de guerra, su meta fue siempre la de llegar a un sistema representativo con un Ejecutivo controlado por la autonomía de los otros dos poderes. Miranda, que consideraba a Montesquieu como el más grande filósofo político, se caracterizó por una clara concepción de las condiciones de una democracia: “dos condiciones son esenciales para la independencia absoluta de los poderes: la primera que la fuente de donde emanen sea una (el pueblo); la segunda que velen continuamente los unos sobre los otros”95. 12. La importancia de legitimar a la revolución chilena mediante un Congreso nacional representativo y constituyente, impulsado por O’Higgins a través de Martínez de Rozas a principio de 1811, y de lanzar un proceso de aprendizaje republicano a pesar de la falta de cultura política. Miranda señalaba en sus diversos textos la necesidad de convocar una asamblea representativa o un congreso provisorio96, que se encargara de formar un gobierno. 13. La misma importancia dada por O’Higgins a la apertura de los puertos al comercio externo. El hecho de otorgar, como lo hace Miranda, el mismo grado de prioridad a la soberanía popular y a la libertad de los intercambios97 –los dos principios fundamentales del liberalismo moderno– indica un entendimiento de las fuerzas que regían al mundo occidental nuevo de la democracia y de la revolución industrial, lo que supone un grado de preparación y discusión previas que O’Higgins había tenido con Miranda. 14. La importancia dada a la educación popular para conseguir una democracia, y en particular la introducción en Chile del sistema preconizado por Lancaster, amigo de Miranda en Londres. O’Higgins manifestó además la misma concepción ilustrada de la sociedad: sin la “luz” aportada por la educación y la cultura, el pueblo no es capaz de discernir lo que le conviene mejor y su ignorancia lo expone a los peligros de la anarquía o del caudillismo. 15. La abolición de la Inquisición, la tolerancia religiosa, la separación de la Iglesia y del Estado y la resistencia a las influencias externas que venían a través del clero católico –medidas fuertes de graves dificultades políticas y diplomáticas para el Director Supremo– corresponden estrictamente a las recomendaciones de Miranda. Este paralelismo no puede ser explicado por un católico ferviente como O’Higgins, sin referirse a la influencia liberal de Miranda. La estrecha simbiosis entre religión y Estado en el mundo hispánico constituía un obstáculo mayor a la emancipación. Las 95Archivo del General Miranda, T. XIV, ob. cit., p. 390 (en francés). 96Archivo del General Miranda, T. XVI, ob. cit., p. 119-120, también p. 152. 97Por ejemplo, Acta de París, 22 diciembre de 1797, Archivo del General Miranda, T. XV, ob. cit., p. 201. 162 E dición conmemorativa del B icentenario constituciones de Miranda separaban la Iglesia del Estado, sin embargo dada su importancia para la identidad latinoamericana, la religión católica era reconocida como religión nacional, pero se establecía simultáneamente la libertad de conciencia, la prohibición de la Inquisición y la elección del clero católico por los fieles, con una jerarquía fijada por un concilio provincial, sin interferencias de Roma98. Toda la actitud de O’Higgins se enmarca estrictamente en este sendero coherente y pragmático, manifestando un activismo sin comparación con otros católicos. 16. La abolición de la esclavitud, la igualdad de todos los habitantes sin distinción de razas o clases, la supresión de las penas corporales, los derechos humanos, la promoción al mérito, son también decisiones de O’Higgins comunes con las prescripciones básicas de Miranda99. 17. El Servicio Militar Obligatorio decidido en Chile en 1811, figuraba también en las proclamas de Miranda de 1801. 18. En el plano geopolítico, O’Higgins siguió también la idea de Miranda de formar una alianza trilateral entre las democracias inglesa, norteamericana e hispanoamericana liberada, con libre comercio y cooperación militar entre ellas. Ambos fueron admiradores del sistema británico y buscaron el acercamiento con Inglaterra. Además, en esta línea O’Higgins tenía la explícita preocupación de abrir Chile a los extranjeros y viceversa. Él personalmente atrajo a Chile a varios profesionales, especialmente anglosajones. 19. En el plano económico, O’Higgins manifiesta un afán de progreso que lo lleva a un intervencionismo estatal donde se mezclan ideas ilustradas y modernismo adelantado. Este voluntarismo que otorga al Estado y a las instituciones una clara responsabilidad en materia de desarrollo (art. 13 de la Constitución de 1818, “el gobierno tiene la obligación de aliviar la miseria de los desgraciados y proporcionarles...”) se encuentra también en Miranda, cuya meta es crear y organizar instituciones básicas que garanticen los bienes colectivos esenciales a un ejercicio de la libertad que lleve al progreso económico y social100. En ambos se notan las influencias de Bentham, de los fisiócratas y de Adam Smith. 20. El pragmatismo, típico de una visión de largo plazo de los jefes que saben medir la importancia relativa de los principios frente al contexto del terreno. Aunque ambos próceres fueron utopistas en el sentido original de intentar hacer posible una sociedad que no existía aún, nunca fueron irrealistas; sin embargo ambos fueron ingenuos. 21. Finalmente, cabe mencionar el famoso texto de los consejos que Miranda entrega a O’Higgins bajo el título “Consejo de un viejo sudamericano a 98Archivo del General Miranda, T. XVI, ob. cit., pp. 153 y 159. 99Ver por ejemplo la Proclamación a los pueblos del Continente Colombiano, en Archivo del General Miranda, T. XVI, ob. cit. pp. 108-120, y las constituciones pp. 151-159. 100 Ver Ghymers, Christian, Miranda visionnaire: I’intégration régionale dimension indissociable de I’émancipation latino-américaíne, ob. cit. 163 R evista L ibertador O’ higgins un joven que abandona Inglaterra para regresar a su patria”101. El tono indica explícitamente la relación de “una confíanza hasta aquí ilimitada” y de profundo aprecio que les unía. Se comprueba también que tuvieron intensas y repetidas discusiones (“he tratado siempre... en nuestras conversaciones..., conocéís la historía de mí vida “... ) en materia filosófica y política y sobre la emancipación. Por otra parte, se sabe que O’Higgins reconoció siempre que debía a Miranda su vocación, incluso tuvo el proyecto de escribir una biografía de su maestro. CONCLUSIÓN El ideario y las acciones políticas de O’Higgins manifiesta un alto número de coincidencias con las enseñanzas y experiencias del precursor de la emancipación latinoamericana. Si muchos de estos elementos son parcialmente comunes con las ideas de Ilustración y con otros libertadores, la coherencia y la similitud del enfoque global de su acción con la vía trazada por Miranda hace difícil encontrar una explicación alternativa mejor que la filiación directa con el caraqueño. Los efectos de la relación privilegiada de maestro a discípulo, amplificados por los del estatuto y frustraciones del hijo ilegítimo del Virrey actuaron significativamente en el destino colectivo de Chile. El beneficiario fue la emancipación chilena que resultó ser más completa. Este nexo de filiación intelectual con Miranda permitió un “traspaso de tecnología política aplicada” que desempeñó un papel clave en orientar directamente a Chile en la vía de una construcción institucional más robusta, garante de un mejor estado de derecho, y que redujo significativamente la anarquía y del caudillismo. Aunque O’Higgins no logró sus metas sociales y democráticas progresistas, y que algunos de sus aportes esenciales fueron recuperados por Portales y aprovechados por la corriente más conservadora, se instaló en Chile un círculo virtuoso de aprendizaje político creando una institucionalidad estable cuyos efectos económicos fueron altamente positivos. El dúo Miranda-O’Higgins podría así ser el eslabón faltante de una explicación de la singular estabilidad chilena –la excepción que confirma el trágico fracaso de la emancipación latinoamericana– así como de su mayor apertura a la cultura anglosajón dominante del mundo moderno. Reconocer una deuda con Miranda no hace ninguna sombra al Padre de la Patria chilena, al contrario. La capacidad de comprensión e interpretación de las lecciones del maestro constituye ya un mérito sin precedente. Lograr aplicarlas en el contexto chileno es otro mérito glorioso. Eso permite evaluar con más realismo las calidades visionarias y las fuerzas intrínsecas de la única persona que fue capaz de implementar una parte del mensaje emancipador del más grande y más moderno de los latinoamericanos, dando a Chile una ventaja comparativa sistémica en la región y para enfrentarse a la globalización actual: “History matters” como dicen los economistas contemporáneos. 101 Archivo de don Bernardo O’Higgins, T. 1, p. 22. 164 E dición conmemorativa del B icentenario MIRANDA Y O’HIGGINS Sergio Martínez Baeza1 El gran venezolano, precursor de la independencia americana, Francisco de Miranda, nació en Caracas el 28 de marzo de 1750. Nuestro máximo prócer, Bernardo O’Higgins Riquelme, nació en Chillán el 20 de agosto de 1778. Al conocerse ambos en Londres, en 1798, Miranda era un hombre de 48 años, ha viajado mucho y tenido una existencia muy rica en experiencias. Ha servido en el ejército español por diez años, antes de pasar a la Luisiana, las Bahamas y Jamaica, para seguir después a Londres. Abandona la capital inglesa en 1785 y recorre Francia, Italia, Prusia, Austria, Suecia, Rusia, Turquía, Grecia. Hace amistad con grandes personajes y participa en la Revolución Francesa, alcanzando el rango de General de ese país. Regresa a Londres en 1798. El joven Riquelme, que aún no usa el apellido de su padre, ha llegado a Cádiz en 1794, a la casa de don Nicolás de la Cruz y Bahamonde, futuro Conde de Maule, y seguido el año siguiente a Londres. Ha permanecido en Richmond y en el balneario de Margate, viviendo en situación de estrechez, y ha regresado a la capital inglesa ese mismo año de 1798, como interno en un colegio para pobres situado en la Cork Street Nº38, muy próxima a la que ocupa el ilustre venezolano en Great Pultney Street, cruzando el parque de St. James. Durante los últimos cinco meses de su permanencia en Inglaterra llegará a estrechar una enriquecedora amistad con el General Miranda, que marcará el resto de su existencia. Pero, debemos recapitular. Del análisis de esta correspondencia, queda claro que Bernardo Riquelme, nuestro Padre de la Patria, había llegado a Cádiz a mediados de 1794, como huésped de don Nicolás, que era el apoderado y hombre de confianza de su, progenitor. 1 Licenciado en derecho y abogado por la Universidad de Chile. Doctorado en derecho histórico en las Universidades de Sevilla y de Madrid. Graduado en el curso superior de la Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos. Profesor de Historia del derecho en la Universidad de Chile. Presidente de la Sociedad de Historia y Geografía. Miembro de Número de la Sociedad Chilena de la Historia del Instituto de Chile. Presidente del Instituto de Conmemoración Histórica y Director del Archivo de Don Bernardo O’Higgins. Publicaciones: “Teoría de la Ley en los Códigos Latinoamericanos” (1956), “Crónica de la Expedición Libertadora del Perú” (1961), “La Presidencia en el Derecho Patrio Chileno” (1964) “Antecedentes de la Paz con España” (1973), “Bello, Infante y el Derecho Romano” (1965), “Epistolario de don Nicolás de la Cruz, Primero Conde de Maule” (1994), etc. 165 R evista L ibertador O’ higgins El 30 de enero de 1795, dice De la Cruz a O’Higgins: “Estoy decidido a enviar a don Bernardo Riquelme, en el primer convoy a Londres, a un colegio de católicos donde se enseñan las lenguas, las ciencias y la escritura, a contar y llevar libros de comercio, para que se perfeccione en el latín, aprenda el inglés y, si no le adaptasen las ciencias, a lo mejor a saber llevar los libros de una casa. Así, sujeto a un colegio, podrá aprovechar los años más peligrosos de su edad y, después, ya formado, estará más apto para cualquiera carrera” 2 . En marzo del mismo año, vuelve sobre el tema y le dice: “Ya tengo hablado el barco para que se traslade a Londres nuestro don Bernardo Riquelme y es la fragata nombrada La Reina, una de las mejores, que saldrá dentro de veinte días, parece que en convoy. Será el primer chillanejo y aún chileno que ha ido a estudiar a Londres. Dios quiera que sepa aprovecharse” 3. En noviembre, escribe don Nicolás a su hermana doña Bartolina, casada con don Juan Albano Pereira, que ha sido en Talca una verdadera madre para el joven Riquelme: “A Bernardito lo mandé por abril del presente año a estudiar a un colegio de católicos de Londres y allí sigue. Tomé este partido porque no se corrompiera en este país, viéndole un poco inclinado a la libertad”4. Como puede verse, ya nuestro prócer mostraba los primeros síntomas de su vocación emancipadora, aun antes de su relación con Miranda en Londres y aun antes de cumplir los 17 años. Al año siguiente, 1796, ya nombrado Ambrosio O’Higgins Virrey del Perú, don Nicolás de la Cruz le informa sobre su hijo: “De don Bernardo estoy recibiendo elogios de apoderado, sobre su aplicación, conducta, etc...5. Sabido es que Bernardo habrá de permanecer cerca de tres años en Inglaterra. Allí vivió en el pequeño pueblito de Richmond, a la orilla derecha del Támesis, recostado en los faldeos de una colina. Allí, el joven Bernardo se incorpora a una academia local en la que ha sido matriculado por los apoderados de su padre. En esta academia de Richmond, el joven Bernardo estudió francés, geografía, historia, música y pintura, alcanzando una formación nada común para la sociedad colonial en la que habrá de desenvolverse. Es conveniente destacar que no fue desagradecido con su progenitor y así él mismo lo expresa: “Debo a la liberalidad del mejor de los padres una buena educación, principios morales sólidos y la convicción de la importancia primordial que tienen el trabajo y la honradez en el mérito del hombre”6. En el verano de 1798 pasó sus vacaciones en el balneario de Margate, en la desembocadura del Támesis. Alcanzaba ya los 20 años y debe enfrentar días muy difíciles de privaciones, porque sus apoderados de Londres recortan doble comisión de su renta anual de 1.500 pesos, asignada por su padre, cargando además cantidades exorbitantes por concepto de vestuario, alimentación y 2 Sergio Martínez Baeza, “Epistolario de don Nicolás de la Cruz y Bahamonde, primer Conde de Matile”. Publicación del Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, Biblioteca Nacional, Santiago, 1994. 3 Ibídem. 4 Ibídem. 5 Ibídem. 6 Ibídem. 166 E dición conmemorativa del B icentenario alojamiento. Poco después se traslada a Londres y llega a vivir allí al colegio de York Street N° 38. Es, sin embargo, en este triste momento de soledad y estrechez, que el joven tendrá ocasión de conocer al noble precursor de la independencia americana, al ilustre caraqueño Francisco de Miranda, quien ha llegado a comienzos de ese mismo año a la capital inglesa, procedente de Francia, y se ha instalado en las cercanías, en una casa de calle Great Pultney Street, gracias a la ayuda de su amigo, el rico comerciante John Turbull, que le ha asignado una renta de 50 libras. Lo que sí sabemos es que Miranda aquilató el generoso espíritu del joven Riquelme y le dio las pautas para desenvolver una acción más valedera, una fórmula que no habría de olvidar: le enseñó a amar la libertad y a vivir para ella y para su Patria. Así se lo expresa: “Esta idea he tratado siempre de hacer entrar en su ánimo y desearía que la tuviera siempre presente. Ud. ama a su patria. Cultive constantemente este sentimiento, fortifíquelo con todos los medios posibles, pues sólo con la estabilidad y firmeza de su patriotismo estará en condiciones de hacer el bien. Los obstáculos para que pueda ser útil a su patria son tan numerosos, tan formidables, tan invencibles, que nada, salvo el más ardiente amor por su patria, podrá sostenerlo en los esfuerzos que haga en favor de su bienestar. El alfa y omega de mi consejo es éste: ame a su patria”7. Miranda señala al joven Riquelme entre los “Comisarios de la América del Sur, venidos a Europa en diferentes empresas”, que ha estado siempre dispuesto a entrevistarse con él y al que ve ya marcado con el espíritu de lucha para la obtención de la libertad de su pueblo. Cuando, en marzo de 1799, el General Miranda se vio en la necesidad de hacer ciertas advertencias al Ministro inglés Mr. William Pitt, le dice: “Don Bernardo Riquelme, natural de Santiago de Chile, se ha ofrecido para llevar noticias a sus compatriotas, pero, no habiéndose recibido todavía ninguna buena nueva, él partirá de Londres dentro de poco, hacia su país natal”8. El tono general demuestra que entre ambos se ha establecido una relación de verdadera amistad. El Precursor Miranda confía en su joven interlocutor y aprecia en él su buen sentido. Por eso, está seguro de no perder su tiempo, conforme a su opinión de que “nada es más insano y, a veces, más peligroso que dar consejos a un necio”. Le advierte que no conoce Chile, del que sólo tiene una imperfecta noción obtenida de la Historia Civil y Natural del Reino de Chile del abate don Juan Ignacio Molina, recién publicada, la que ha estudiado atentamente en el “Diccionario” de Alcedo. Es evidente que su joven discípulo, al llegar a Chile, buscará gente, amigos y conocidos con quien tratar. Miranda le recomienda: “Elegid con el mayor cuidado, porque, si os equivocáis, sois perdido. Las guías para esa elección son de una 7 Tomás Polanco Alcántara. “Francisco de Miranda, ¿Ulises, don Juan o don Quijote?”, Caracas, 1997. 8 Luis Valencia Avaria. Bernardo O’Higgins. El buen genio de América. Editorial Universitaria, Santiago,1980 167 R evista L ibertador O’ higgins gran cautela. Anota que, salvo en los Estados Unidos, en ningún otro sitio se puede hablar de política con quien no sea un amigo probado. Pero, ¿cómo distinguir a tal amigo? “Una primera característica –le dice– debe ser la edad. En las personas mayores de cuarenta años las preocupaciones están demasiado arraigadas, salvo que se trate de individuos amigos de las lecturas y, particularmente, de los libros prohibidos”9. Respecto de los jóvenes, le dice que “habrá muchos prontos a escuchar y fáciles de convencer, porque la juventud es la edad de generosos sentimientos, aunque, por desgracia, también lo es de la indiscreción y de los actos temerarios”10. Miranda le señala, además, que “no todos los nobles y clérigos americanos son, necesariamente, fanáticos intolerantes y enemigos de los derechos del hombre. Su experiencia le dice que en Sudamérica existen hombres ilustrados y liberales, que no será fácil descubrir porque viven atemorizados por las fuerzas de la Inquisición, la que puede perdonar cualquier pecado que no sea el liberalismo en las opiniones”11. También le hace ver que “debe tener cuidado ante los españoles, que ven a América como una posesión propia y a Inglaterra como el enemigo natural de España. Un joven americano formado en Inglaterra, tendrá que ser, forzosamente, una persona inaceptable en el medio hispánico”. Por eso le aconseja: “Mantenéos a larga distancia de ellos”12. Bernardo regresa a Cádiz en 1799, llevando un documento de Miranda que atesora como su más preciada posesión. La copia de este documento no figura en el archivo de Miranda, aunque su paternidad es indudable. Son los consejos del Precursor a su joven amigo para su formación como un decidido republicano. El 3 de abril de 1800, el joven Riquelme embarca hacia América en la fragata Confianza, la que es apresada por los ingleses. Desembarcado en Gibraltar, logra regresar a Cádiz por la ruta de Algeciras y llega, otra vez, a casa de don Nicolás de la Cruz. Allí contrae la fiebre amarilla, que lo lleva a las puertas de la muerte. Pero, lo que es mucho más grave para él, allí también conoce el texto de la carta de su padre a don Nicolás, con instrucciones de echarlo de su casa, por ser incapaz de seguir carrera alguna y por ser ingrato a los favores recibidos, lo que lo sume en la confusión y en el dolor. Algunos autores creen que la Corona ha descubierto una conspiración fraguada en Londres para sublevar a América y que en ella aparece involucrado el hijo natural del Virrey O’Higgins. Sin duda, ello ha podido influir en la decisión de separar a este digno funcionario de su alto cargo y puede haber apresurado su muerte, acaecida en Lima el 18 de mayo de 1801. Otros estiman que el término de su mandato y la muerte del Virrey nada tienen que ver con las actividades de Bernardo en Londres. En lo personal, me inclino a pensar que los servicios 9 Tomás Polanco Alcántara, ob. cit. 10Ibídem. 11 Ibídem. 12Ibídem. 168 E dición conmemorativa del B icentenario secretos de la Corona debieron investigar muy detenidamente a un joven chileno que iba a estudiar a Inglaterra y que, con toda seguridad, debieron conocer su calidad de hijo del Virrey O’Higgins. Por esos días, don Bernardo firma algunos papeles referidos a la sucesión de su padre y, por primera vez, estampa en ellos su nueva firma “Bernardo O’Higgins de Riquelme”, asumiendo la identidad con que haría su entrada en la historia nacional y continental. El joven O’Higgins embarca, nuevamente, hacia su patria en la fragata Aurora y llega a Valparaíso el 6 de septiembre de 1802. Tiene 24 años, sus compatriotas, impacientes y comunicativos, le interrogan con avidez, mientras él recuerda el sabio consejo de Miranda: “tratad con indulgencia a los ignorantes, y en todos debéis valorizar su carácter, el grado de atención que os presten y su mayor o menor inteligencia”13. Bernardo O’Higgins tendrá siempre presente, en su vida de militar y estadista al servicio de Chile, las palabras de Miranda. Así nos lo dice en 1811: “La libertad de mi patria es objeto esencial de mí pensamiento y el primer anhelo de mi alma, desde que en 1798 me lo inspirara el general Miranda. Soy un resuelto recluta de su doctrina”14. Para siempre ha quedado grabado con fuego en su corazón el mandato de Miranda: “Amad a vuestra patria, acariciad ese sentimiento constantemente, fortificado con todos los medíos posibles. No permitáis que jamás se apodere de vuestro ánimo ni el disgusto ni la desesperación”15. Aún hoy vibra el eco de ese mandato que el gran Francisco de Miranda entregó a su joven amigo Bernardo: “El alfa y omega de mí consejo es éste: ame Ud. a su Patria”16. En este fundamental aspecto de su existencia, el Libertador General Bernardo O’Higgins Riquelme jamás defraudó a su maestro de Londres. Para terminar, cabe recordar que después de la muerte de Miranda, el 14 de julio de 1816, en la prisión militar del Arsenal de La Carraca, en Cádiz, sus hijos quisieron que la espléndida biblioteca del Precursor pasase a poder de Chile. Así lo ofrecieron en nota de 9 de enero de 1820 al agente chileno en Londres, Antonio José de Irisarri, por un precio muy razonable de entre 4 y 5 mil libras esterlinas. Bernardo O’Higgins, a la sazón Director Supremo de Chile, recomendó con entusiasmo esta adquisición al Senado Conservador, el cual terminó por rechazarla, alegando que la nación debía enfrentar otros desafíos prioritarios más urgentes. El sabio don Andrés Bello, que frecuentaba esta biblioteca en sus tiempos de Londres, nos ha dejado un testimonio que recoge Barros Arana. “Chile perdió así –nos dice– la oportunidad de adquirir una de las más ricas colecciones 13Ibídem. 14Luis Valencia Avaria, ob cit. 15Ibídem. 16Ibídem. 169 R evista L ibertador O’ higgins que, por entonces, podía formar un particular, por la variedad de materias que contenía y por la discreta elección de los libros y de las ediciones”17. Durante el desarrollo de este seminario, no limitado exclusivamente a historiadores, que ha sido convocado por el Instituto O’Higginiano de Chile y la Asociación Internacional Andrés Bello, se verán aspectos de la vida y obra del Precursor Miranda y del Libertador O’Higgins, de su ideario e incidencia en la historia política de su tiempo, de sus aportes a la cultura y a la formación de una identidad continental y nacional, también de la proyección de su influencia a nuestro hoy y mañana, dentro del proceso de globalización que vive la humanidad. 17Sergio Martínez Baeza. El Libro en Chile, Ed. Lord Cochrane S.A., Santiago, 1982. 170 E dición conmemorativa del B icentenario LOS REVOLUCIONARIOS DE LONDRES Y CÁDIZ Germán Arciniegas Bernardo O’Higgins hace en Londres el juramento de Simón Bolívar en el Aventino. Entonces se llamaba Riquelme, el apellido de su madre. Don Ambrosio, ya Virrey en Lima, cuidaba el secreto de su aventura en Chillán, pero a distancia buscaba para el hijo de aquel amor prohibido la educación que habría de llevarlo a ser el Libertador de, Chile y Perú. De los grandes en la epopeya emancipadora, ninguno tiene una infancia más cercana a la novela romántica y realista, bordeando el hambre y la miseria. Son capítulos en que se suceden el drama y la esperanza: encrucijadas de Londres, Logias de Cádiz, peligros de muerte en la nave española que atacaron los ingleses. El comienzo es brutal. Quien debería pagar la pensión ordenada por Don Ambrosio dejaba sin un chelín a Bernardo, el estudiante, y éste escribía al Virrey: “Amantísimo padre de mi alma y mi mayor favorecedor: Espero que V.E. exéuse este término de que me sirvo en forma tan libre, que me es dudoso si debo o no hacer uso de él... Aunque he escrito a V.E. en diferentes ocasiones, jamás la fortuna me ha favorecido con una respuesta... No piense que me quejo, porque en primer lugar sería en mi tomarme demasiada libertad sin derecho alguno, y, en segundo, se que V.E. ha tomado hasta aquí todos los requisitos para mi educación...”. Veintiún años tiene el que escribe esas líneas, y lo hace en una Europa impregnada de fermentos revolucionarios. Allá, por primera vez se cruzan con el hervidero de la Ilustración (que va a llevar la toma de la Bastilla) las realizaciones inesperadas de la emancipación americana. Si en Francia le bajan la cabeza al Rey Luis XVI, al otro lado del Atlántico Inglaterra pierde sus colonias. El Londres de Francisco de Miranda es un Londres a donde van llegando suramericanos independentistas y ha sido el primer escenario de Benjamin Franklin. De Londres partió Tomas Paine para convertirse en uno de los Caudillos de Filadelfia. De regreso de América explicó lo de, los Derechos del Hombre, exaltando la imaginación de los franceses... Ahora ¿le llegará el turno a la América Española? Para un suramericano, hijo no reconocido del Virrey del Perú, el corazón de Londres está en cierta casa de Grafton Street –la de Miranda– que describe así Uslar Pietri: “Los visitantes son muy variados: políticos ingleses, viajeros de Estados Unidos, revolucionarios de Francia, criollos de México, de Lima, de Santiago o de Buenos Aires, abates y fracmasones, españoles afrancesados, conspiradores italianos, oficiales rusos, gentes del imperio otomano, mercaderes, músicos, escritores y bellas y desenvueltas mujeres... La casa era espaciosa y amoblada 171 R evista L ibertador O’ higgins con gusto. Había un busto de Apolo, uno de Homero y otro de Sócrates, el dios solar de la armonía y la belleza, el fabuloso creador del lenguaje poético y el filósofo vagabundo dedicado al estudio del hombre que era el estudio de la verdad. Había recuerdos de viajes y campañas. Porcelanas de Meissen y de Sevres, esmaltes rusos, grabados de Roma, armas, una flauta sobre un atril y una numerosa biblioteca...”. De todas las revoluciones del setecientos la que alentaba el venezolano era la más ambiciosa y radical: la Independencia total del Continente. Hasta ese momento sólo la habían logrado trece pequeñas colonias inglesas. El querría llevar la emancipación a todo el territorio del Nuevo Mundo. O’Higgins, el estudiante sin cobre, el hijo ignorado del Virrey del Perú, jura en la casa de Grafton Street llevar a Chile ese mensaje. Consagrará su vida a lograrlo, como otros lo han hecho en la misma casa. Con esa consigna marcha a Cádiz. Luis Valencia Avaria, en su obra sobre el Libertador chileno, complementa el juramento de O’Higgins con la estrategia registrada en el Archivo particular de Miranda: “Los meses de diciembre a febrero son los mejores para cruzar el Cabo de Hornos. Para la expedición del Pacífico –una parte de la expedición total– se necesitan ocho navíos y ocho mil hombres. En la Costa de Chile, el puerto de Valdivia y el de Talcahuano son cómodos pero mal fortificados; la batería de Valparaíso es fácilmente dominable. Los caballos de Chile andan comúnmente, sin fatigarse, más de cuatro leguas por hora. Son sumamente duros, no han menester de herraduras y los jinetes del país son los más fuertes acaso del mundo entero”. El caraqueño, llevando hasta el Cabo de Hornos, es más atrevido en sus proyectos que Napoleón cuando planeaba la campaña de Egipto, cercanísimo a Italia. Pensaba hasta en los caballos sin herradura para los jinetes más fuertes del mundo. O’Higgins oyó estas cosas con embeleso, y así las llevó a la tertulia de Cádiz como lo habían hecho Narifío de Bogotá, y Caro de La Habana, Juan Ascanio de Huamanga y Lardizábal de Potosí, Pablo de Olavide de Lima, el Canónigo Victoria de México... Toda América estaba en la mente de Miranda y toda América se proyectaba en ese momento en el estudiante que aguantaba hambres en Londres... La Gran Reunión Americana “estableció” su cuartel general en las mismas Columnas de Hércules y de allí partieron las centellas que vinieron a despedazar el trono de la tiranía en la América del Sur. Sobre todo esto ha escrito un libro esencial Luis Valencia Avaria. Su biografía de O’Higgins1. Pero Miranda, además, movió con O’Higgins a otro chileno, el Canónigo José Cortés de Madariaga. La suerte quiso que los dos hijos de la colonia austral vinieran a ser las fuerzas combinadas de la Revolución. Una cosa es la revolución montada sobre charlas de café o tertulias en las Logias en Londres y Cádiz, v otra llevarla a las capitales de la Colonia y proceder a levantar ejércitos del pueblo para enfrentarlos a los del Rey. O’Higgins regresa a América. La vida lo ha destinado a ser un hacendado rico que de la noche a la mañana puede llevar el nombre de su padre y disfrutar de la cuantiosa herencia que le dejó como si valiera tanto como el nombre. Cortés de Madariaga queda encaminado a figurar entre los Canónigos que recen y canten en latín las oraciones del Coro en alguna iglesia. Se encaminaba a Santiago, pero la suerte 1 Se refiere a Bernardo O’Higgins. El Buen Genio de América (N. del D.). 172 E dición conmemorativa del B icentenario lo desvió hacia Caracas. Pequeiío cambio de Catedrales... Los dos comisionados de Miranda ¿irían a enterrarse para siempre en negocios diferentes al que les había asignado el Precursor en Londres? Miranda sí no pensaba sino en la Independencia. Había tenido la audacia de lanzarse sólo a la liberación de Caracas. Se fue a Nueva York en busca de dinero y mercenarios, y de allí salió en una nave en que lo más importante estaba en una imprentita para editar proclamas en alta mar, y una bandera. La bandera de amarillo, azul y rojo la desplegó en Puerto Príncipe de Haití. Todos sabemos de su fracaso después de tomar a Coro, de Venezuela, y su regreso a Londres... a donde llegarían a buscarlo, años después, Simón Bolivar y Andrés Bello. Lo que se agitó apasionadamente en la casa de Miranda en Londres o en los escondrijos de Cádiz, parecía la insurgencia dormida y derrotada. Los tres personajes: –Miranda, O’Higgins y Cortés de Madariaga– habrían quedado muertos para la Historia de la Independencia si no ocurre, como chispa providencial, la audacia de Napoleón colocando a José Bonaparte en el trono de España. Siguieron al atropello la reacción increíble del pueblo de Madrid, la formación de las Cortes en Cádiz y, más que todo, la infelicidad del Rey Carlos y el Príncipe Fernando, cuyas claudicaciones en Bayona han quedado como una de las escenas más tristes en la Historia Universal de las Monarquías. La reacción en las colonias americanas fue de indignación. Cada capital hizo algo como el 3 de mayo de Madrid. La voz Independencia resonó al mismo tiempo en la capital de España y en La Paz, Quito, Caracas, Buenos Aires, Santiago. Fue un grito que sacó a O’Higgins de los trabajos del campo y a Cortés de Madariaga del Coro de la Catedral de Caracas. Es notable que estos dos chilenos hubieran sido como la base en América del triangulo que mágicamente había montado la imaginación de Miranda en su morada de Inglaterra. Lo de O’Higgins se desarrolló en el campo de la guerra. Su destino le llevó de los ejércitos a la magistratura. Lo de Cortés de Madariaga queda en un plano menos visible. Había entrado al servicio eclesiástico donde no había ambiente para cumplir la misión encomendada por Miranda. Como por milagro tocó a su puerta la Revolución. Al producirse los incidentes que condujeron al Cabildo abierto de Caracas en abril de 1810, los de la agitación insurgente conocían quien era su Canónigo, y no se equivocaron en la escogencia, lo que el eclesiástico dijo en voz herida en la Asamblea superó a todas las esperanzas. Era la pasión contenida de quien venía madurando por años los coloquios de Londres y Cádiz. Por la boca del chileno se oyó salir, en voz muy alta, el discurso guardado de los americanos rebeldes. Si O’Higgins hubiera estado en la Asamblea de Caracas, oyéndolo habría llorado de emoción. Nadie en Venezuela ha olvidado la escena del balcón en la plaza cuando el Gobernador Emparán se dirige al pueblo con arrogancia esperando obtener un resonante respaldo multitudinario, y pregunta: ¿Queréis que siga llevando vuestra representación como Gobernador? Y la inesperada y fabulosa intervención de Cortés de Madariaga: estaba detrás del Gobernador y movió el dedo para que el pueblo prorrumpiera en ese NO que todavía resuena después de 176 años. Se abría la nueva etapa en la vida americana, con suerte no del todo feliz ni para O’Higgins, ni para el Canónigo, ni para Miranda. A todos tocaron papeles difíciles en tiempos tempestuosos, y morirían en la soledad, O’Higgins muere 173 R evista L ibertador O’ higgins desterrado en el Perú. Cortés de Madariaga tiene, un final que resume en pocas palabras Arias Argaez: “¿Cuándo y dónde dejó de existir el célebre tribuno? ¿Qué enfermedad lo llevó a la tumba? ¿Cómo fueron sus últimos momentos? Interrogantes son estos que no han tenido respuesta precisa y satisfactoria. Únicamente se sabe que murió en el distrito de Río Hacha en el año de 1816; pero se ignora si expiró a la sombra de uno de esos árboles gigantescos de nuestras selvas tropicales o bajo el techo pajizo de uno de aquellos buenos pescadores que solían socorrerlo...”. O’Higgins desterrado, Madariaga abandonado, Miranda en La Carraca de Cádiz prisionero... A O’Higgins todos lo recuerdan como el Libertador de Chile y Perú. Miranda, entregado en la más triste noche que haya conocido La Carraca, se recordará cada vez con mayor justicia como el Gran Precursor Americano. Cortés de Madariaga, nada. Apenas si le han dedicado tres o cuatro libros unos generosos historiadores colombianos o venezolanos que pocas personas han leido. Y hay que ver que Miranda puso todas sus ilusiones de americano en los dos chilenos que iban a desatar por punta y punta la Revolución en Sur de América. Lo de Cortés de Madariaga fue sensacional. Movió con un dedo al pueblo de Caracas en el momento decisivo del 19 de abril y fue el verbo de la Revolución desatada.. Luego llevó a Santa Fe de Bogotá el mensaje de unión Federal, sellando antes que el propio Bolívar la unión de Cundinamarca y de Venezuela. El primer tratado internacional de Colombia fue ése que firmaron, el 28 de mayo de 1811 el chileno Embajador de Caracas y Jorge Tadeo Lozano de Alianza y Federación entre Cundinamarca y Venezuela. Miranda era entonces la gran figura de Venezuela. Había regresado de Londres y ejercía la Dictadura como General en jefe de la primera guerra. Lo de Londres se había trasladado a la capital cuna del Libertador, y así, en tierra americana se probaría la empresa emancipidora. Miranda reanudaba en Caracas sus diálogos de Grafton Street con el levita del verbo incendiario, y veía a lo lejos, como en sueños, a O’Higgins formando en Chile los ejércitos que habrían de pelear en Chacabuco. Miranda había dicho a O’Higgins: acérquese al pueblo y vencerá. Usted encontrará en los campesinos sureños buenos soldados. “La proximidad a un pueblo libre debe haberlos llevado a la idea de Libertad e Independencia”. A Cortés de Madariaga lo despachó con su Proyecto de Tratado a Bogotá. Y así, con dos chilenos, el venezolano ató por punta y punta el lazo de la Primera Independencia desde Caracas. BIBLIOGRAFÍA Cruz, Ernesto de la: Epistolario de Don Bernardo O’Higgins. Imprenta Universitaria, Santiago, 1916, Tomo I. Valencia Avaria, Luis: Bernardo O’Higgins. El Buen Genio de América. Editorial Universitaria, Santiago, 1980. 174 E dición conmemorativa del B icentenario DON BERNARDO O’HIGGINS: APELLIDO Y LEGITIMACIÓN Jorge Ibáñez Vergara1 EL APELLIDO El apellido de don Ambrosio Higgins, que se transformó en O’Higgins después de 1794, y que don Bernardo comenzó a usar luego de su regreso a Chile, se registró como “Higinz” en el libro de bautismos de la parroquia de Talca, el año 1783. A pesar de que el sacramento fue practicado sub conditíone, el contenido y fundamento del acta, redactada en forma inusual, que difiere notablemente de las demás asentadas en el libro, precisa que su nombre es Bernardo Higins y que su padre es don Ambrosio Higinz. Todas las versiones transcritas conocidas adolecen de numerosos errores. Tales errores no desnaturalizan el contenido esencial del documento; pero tememos que ellos vayan acrecentándose peligrosamente con nuevas inexactitudes formales. En una obra de tanta autoridad, como la del Archivo O’Higgins, se registran 20 errores, que van desde alteraciones de la puntuación, omisión de palabras, palabras alteradas, como el apellido Higinz, convertido en O’Higgins2. La copia del acta, que hemos hecho, es la siguiente: “Don Pedro Pablo de la Carrera, Cura y Vicario de la Villa y Doctrina de San Agustín de Talca, Certifico y doy fe, la necesaria en derecho, que el día veinte del mes de enero de mil setecientos, ochenta y tres años, en la Iglesia Parroquial de esta Villa de Talca, puse óleo y chrisma, y bauticé sub condicione, a un niño llamado Bernardo Higinz, que nació en el Obispado de la Concepción, el día veinte de el mes de Agosto de mil setecientos, setenta, y ocho años, hijo natural del Maestre de Campo General de este Reino de Chile, y Coronel de los reales ejércitos de S. Mi don Ambrosio Higinz, soltero y de una señora Principal de aquel Obispado, también soltera, que por su crédito no 1 Estudió Derecho en la Universidad de Chile. Durante varios años se desempeñó en el Ministerio del Interior, como Jefe de distintos Departamentos de esa Secretaría de Estado. Director General de Correos y Telégrafos. Consejero de LAN Chile. Diputado entre 1965 y 1973. Desde 1970 a 1971, Presidente de la Cámara de Diputados. Integró, como Consejero, el primer Consejo Nacional de Televisión. Se desempeñó como Presidente del Directorio de la Empresa de Obras Sanitarias del Maule (ESSAM) y como Consejero de Ciren-Corfo. Vicepresidente Nacional del Instituto O’Higginiano de Chile. Ha cumplido igualmente funciones directivas de carácter político. Autor de varios ensayos históricos, entre los que se destacan “Visión de don Ambrosio O’Higgins” y “Don Nicolás de la Cruz, el Conde de Maule”, editado, este último, por la Universidad de Talca. 2 Archivo O’Higgins. Tomo 1, pp. 1 y 2. 175 R evista L ibertador O’ higgins ha expresado aquí su nombre. El cual niño Bernardo Higinz está a cargo de don Juan de Alvano Pereira, vecino de esta villa de Talca, quien me expresa habérselo remitido su padre, el referido don Ambrosio Higinz, para que cuide de su crianza, educación y doctrina correspondiente, como consta de sus cartas, que para este fin le tiene escritas, y existen en su poder, bajo de su firma, encargándole asimismo que ordene estos asuntos de modo que en cualquier tiempo pueda constar sea su hijo. Y lo baptisé sub condicione por no haberse podido averiguar si estaría baptisado cuando lo traxeron; o si sabría baptisar el que lo baptisaría, ni quiénes serían sus padrinos de agua para poder tomar razón de ellos si estaría baptisado. Padrinos de óleo y chrisma, y de esta baptismo condicionado fueron el mesmo don Juan de Albano Pereira, que lo tiene a su cargo, y su esposa doña Bartolina de la Cruz; y para que conste di ésta en estos términos, de pedimento verbal del referido don Juan de Albano Pereira, en esta villa de Talca, a veinte y tres de Enero de mil setecientos ochenta y tres años, y lo anoté en este libro para que sirva de Partida de que doy fe. (Fdo.) Don Pedro Pablo de la Carrera (rúbrica) Bernardo Higgins, español”3. En página aparte damos a conocer, por primera vez en un trabajo histórico, el texto facsimilar de este documento que se mantuvo ignorado hasta 1876. Durante sus primeros años, hasta el bautizo en Talca, y posteriormente hasta 1788, las preocupaciones por el uso del nombre son inexistentes. Las primeras dudas nacen al registrarlo como interno en el Colegio de la Propaganda Fide, en Chillán, no obstante que la amistad de don Ambrosio con los franciscanos pudo alterar las reglas aplicadas a los registros escolares. Pero luego, en Lima, indispensablemente, el problema del apellido debió abordarse de nuevo. Los certificados de estudio y sus calificaciones, necesarios para la determinación de los niveles escolares a que sería incorporado en la capital del Virreinato, debieron ser extendidos a nombre de Bernardo Riquelme por el Rector del Colegio de los Naturales. Además de las gestiones personales que hizo don Ambrosio para encargar, en Lima, la educación de su hijo a don Ignacio Blaque y al sacerdote, Agustín Doria, las instrucciones detalladas, entre ellas la que se refieren al nombre con que debía ser registrado en los colegios limeños, se transmitieron a los nuevos apoderados por don Tomás Delfín. Sin embargo, el mantenimiento del apellido Riquelme, con el que entonces don Bernardo fuera conocido en Perú, España e Inglaterra, correspondió enteramente a una decisión de don Ambrosio. El apellido Higgins, o Higinz, en el nombre de un niño en Chile, habría servido como desencadenante eficaz para llegar, también, a la identidad del padre, circunstancia que don Ambrosio evitó de modo particularmente cuidadoso. El apellido Riquelme que don Bernardo usó hasta la edad de veinticuatro años ha originado entre nuestros autores los más variados juicios críticos, que no excluyen las censuras agresivas al comportamiento paternal de don Ambrosio. Cronológicamente, don Juan Bello inicia estos comentarios: 3 Libro V de Bautismos, fs. 24. Parroquia de San Agustín de Talca. 176 E dición conmemorativa del B icentenario “Sus prendas morales, sus servicios, nada habría sido suficiente a borrar esa mancha de su nacimiento, ese apodo agregado siempre a su ilustre apellido, que había movido a su padre a negárselo en su postrera voluntad”4. Barros Arana hace un comentario benévolo, suavizando el problema del apellido con la generosidad económica expresada por don Ambrosio y, simultáneamente, incurre en el error de suponer que don Bernardo fue el legatario de los únicos bienes que había dejado en Chile: a hacienda Las Canteras y una casa en Santiago. La casa mencionada no aparece en el legado y el Virrey legó otras dos estancias y la isla Quiriquina a sus sobrinos. “Su padre había muerto entonces, y si no le había reconocido legalmente autorizándolo para llevar su nombre, le legaba con dominio pleno y absoluto los bienes que había dejado en Chile, la extensa hacienda de Las Canteras, en la Isla de la Laja, abundantemente poblada de ganado, y una casa en Santiago”5. Don, Miguel Luis Amunátegui comienza el tono censurador, que después seguirán otros autores: “Es cierto, don Ambrosio daba a su hijo ciencia y bienes; pero quedaba todavía una cosa que le rehusaba con orgullo, y que el joven podía reclamar con justicia. Era ese noble apellido O’Higgins, que el ilustre marqués negaba tenazmente al hijo de su amor. “En la misma cláusula del testamento en que le legaba una fortuna, le significaba con toda claridad que le prohibía llevar ese apellido, llamándose Bernardo Riquelme”. Seguidamente, el señor Amunátegui alza violentamente el diapasón del enjuiciamiento moral: “Sin duda el mercachifle ennoblecido, el barón de fresca data, el titulado de Castilla por el oro y por la intriga, no creía a su bastardo digno de heredar un nombre tan decorado como el suyo; i en eso por cierto se equivocaba grandemente el virrey, que echando al olvido la humildad de sus principios, tomaba ínfulas de rancio aristócrata. Ese joven iba a hacer por la ilustración de su apellido mucho más que lo que había hecho su altanero padre”6. Blanco Cuartín usa más tinta gruesa en el alegato: “Don Bernardo no tuvo cuna bendecida por el sacerdote. Fruto de la liviandad de un viejo magnate y de la inocencia de una encantadora y tierna niña, de noble estirpe, su aparición en la vida fue el cartel difamatorio de sus padres. Creyólo así sin duda el orgulloso don Ambrosio, cuando no permitió ni a la hora de su muerte, que es hora de humildad y reparación, que llevase su hijo otro nombre que el de Bernardo Riquelme. La nobleza y el alto rango del autor de sus días, lejos de protegerlo, lo lanzaba indefenso y desvalido a todas las contrariedades y maledicencias del mundo. El gran señor le renegaba cobarde y desnaturalizado; hacía con él algo peor de lo que 4 BELLO, Juan: Don Bernardo O’Higgins. Colección de biografías y retratos de hombres célebres de Chile. Ed. Narciso Desmadryi, 1854, p. 19. 5 BARROS ARANA, Diego: Historia de Chile. Tomo VIll. Ed. Rafael Jover, 1884-1902, p. 392. 6 AMUNATEGUI, Miguel Luis: La Dictadura de O’Higgins. Imprenta, Litografía y Enc. Barcelona, 1914, pp. 31-32. 177 R evista L ibertador O’ higgins ejecutan los que arrojan a la inclusa el fruto vedado de sus amores: le exponía a las risas y a las humillaciones de la sociedad”7. Don Francisco Antonio Encina repite casi textualmente lo dicho por Barros Arana: “Su padre había muerto y aunque no lo reconoció legalmente como hijo, le había legado sus bienes en Chile”8. Luego agregará en juicio más categórico: “El padre, a la sazón Virrey de Lima, había tendido entre él y su hijo un muro infranqueable. No sólo le negó el apellido sino que rehuyó la comunicación directa”9. Don Sergio Fernández Larraín dice, por su parte: “El legar a su hijo la rica hacienda Las Canteras con sus ganados, don Ambrosio le vedaba terminantemente que ostentara el apellido O’Higgins, debiendo llamarse Bernardo Riquelme a secas”10. A su vez, Edmundo Correas afirma: “Inútilmente escribe a su orgulloso padre, que es Virrey del Perú y le ha prohibido usar su apellido”11. Todo este agavillamiento antologal de opiniones que critican, en algunos casos acerbamente, la conducta de don Ambrosio, se repite en otros autores, con terminología semejante: Don Ambrosio NEGÓ a su hijo el uso del apellido O’Higgins; NO LE AUTORIZÓ su uso o, más categóricamente, LE PROHIBIÓ USARLO. La condena tiene todas las trazas de un juicio irreflexivo y manifiestamente exagerado. La separación del niño Bernardo de su familia materna y su deambular solitario en Chile, Perú y Europa, obedeció en buena medida a los resguardos tomados en los momentos claves de la carrera funcionaria de don Ambrosio. Esta actitud fue mantenida por el adusto mandatario hasta su fallecimiento. Meses antes de morir, aún manifestaba a don Tomás Delfín su recelosa preocupación por el secreto de su paternidad: “Le propuso consultar el asunto con el doctor don Buenaventura de la Mar, a lo que contestó que don Buenaventura daría a entender a sus amigos que tenía un hijo natural, y que no quería que se supiese hasta en tanto que se viese en su testamento después de muerto”12. 7 BLANCO CUARTÍN, Manuel: El General O’Higgins. Revista Chilena de Historia y Geografía, N° 21, 1916, p. 175. 8 ENCINA, Francisco A.: Historia de Chile. Tomo 12, Ed. Ercilla, p. 51. 9 ENCINA, Francisco A.: Historia de Chile. Tomo 12, p. 48. 10FERNÁNDEZ LARRAÍN, Sergio: O’Higgins, Ed. Orbe, 1974, p. 22. 11 CORREAS, Edmundo: San Martín y O’Higgins. P. 151. Biblioteca del Congreso Nacional. Homenaje a Guillermo Feliú Cruz. Editorial Andrés Bello, 1973. 12SILVA CASTRO, Raúl: Piezas para la legitimación de O’Higgins. Homenaje de la Universidad de Chile a don Domingo Amunátegui Solar. Imprenta Universitaria, 1935, p. 91. 178 E dición conmemorativa del B icentenario Don Ramón de Rozas, su Asesor en el Virreynato, el padre Doria y, principalmente, don José Gorbea, estos dos últimos designados albaceas, pudieron participar en la confección del testamento. Es posible, también, que don Ambrosio escribiera su texto, como sospechamos, muchísimo tiempo antes de la fecha en que aparece extendiéndolo. La circunstancia de haber incluido entre los legatarios y herederos universales a don Tomás O’Higgins, hijo de su hermano Miguel, que había muerto de fiebre amarilla el año anterior, es un elemento que avala esta posibilidad. El testamento tiene un sólo ítem que se refiere al legado de don Bernardo: “Ítem.- Mando que a don Bernardo Riquelme, luego que llegue de Europa, se le entregue la estancia de Las Canteras, existente en la provincia de Concepción de Chile, con 3.000 cabezas de ganado, de todas edades, para que la haya y la tenga, en virtud de esta disposición, como suya propia, encargándole procure conservarla i perpetuarla en su familia”13. La identidad del legatario, como Bernardo Riquelme, no creó problemas de ninguna naturaleza para la entrega del legado. Gorbea, que manejó todos los aspectos procesales de la sucesión, no objetó tampoco, inicialmente, las pretensiones del joven para ser llamado Bernardo O’Higgins. Don Ambrosio tomó la decisión de reconocerlo efectivamente como hijo natural, al aceptar el contenido del acta bautismal de Talca. Así lo indica Delfín, cuando revela las aprensiones del Virrey ante la sugestión de encargar su testamento a don Buenaventura de la Mar. Hemos señalado que el acta del bautismo de Talca, en su contenido extrasacramental, es por completo ajena al afán inmodificable de don Ambrosio para mantener su paternidad en completa reserva. El acta de bautismo planteaba, entonces, además de esta contradicción, un problema de filiación atípico. El registro y control de la familia –matrimonios, nacimientos, defunciones– estaba regulado por la iglesia. Las actas bautismales tenían mérito de partidas de nacimiento y eran requeridas como únicos documentos oficiales probatorios de filiación. El Acta de Bautismo de don Bernardo difiere de las demás registradas en la parroquia de Talca, por don Pedro Pablo de la Carrera. En ella se identifica a don Ambrosio como padre, con su nombre y títulos, y se deja explícitamente establecida la condición de hijo suyo que tiene el bautizado, todo ello a requerimiento de un mandatario que acredita su calidad de tal, mediante carta que para este efecto “le tiene escrita”. La costumbre, convertida en poderosa fuente de derecho, determinaba que los hijos tenidos fuera de matrimonio llevaran el apellido de la madre, modalidad no observada en el caso del acta talquina, y que hace más destacaba la tácita aceptación de don Ambrosio a su contenido, que dejaba en evidencia un secreto cubierto con muy celosas precauciones. En todo caso, no puede formularse a don Ambrosio, a la luz del sistema de filiación vigente, el cargo de haberse negado a reconocerlo como hijo. La fe de bautismo, y la tácita aceptación de sus términos, 13AMUNATEGUI SOLAR, Domingo: Don José María de Rozas. Anales de la Universidad de Chile, 1910, pp. 488-490. 179 R evista L ibertador O’ higgins son pruebas irrefutables de tal reconocimiento, constituyendo el uso del apellido una cuestión eminentemente adjetiva, originada en los resguardos paternales para la seguridad de su próspera carrera funcionaria. No obstante, la actitud de don Ambrosio frente al apellido con que se conoció a su hijo hasta los 24 años, se ha calificado también con los más diversos y contradictorios juicios. El 28 de febrero de 1799, desde Londres, a poco más de treinta días de regresar a Cádiz, y a pesar de que el Virrey no había dado respuesta a sus cartas anteriores, el joven tomó la decisión de calificar inequívocamente a don Ambrosio como “padre”: “Amantísimo padre de mi alma y único favorecedor: Espero que Vuestra Excelencia excuse este término tan libre de que me sirvo, aunque me es dudoso si debo hacer o no uso de él para con Vuestra Excelencia; pero de los dos me inclino a aquel que la naturaleza (hasta aquí mi única maestra) me enseña...”14. El término “tan libre” de que don Bernardo se sirve es el de “padre”. Pero ¿cuál es el otro término que ha usado para dirigirse a don Ambrosio? No parece ser el de “único favorecedor”. Más bien creemos que, en una transpolación mental, hace referencia a otro término usado en sus cartas anteriores, tal como el de “Excelencia”. El joven previó que el trato de “amantísimo padre”, ensayado por primera vez, podía originar una reacción negativa del Virrey. Adoptó, entonces, el resguardo de expresar que si no le pareciera procedente el uso de este vocativo, le instruyera sobre el particular: “y si diferentes instrucciones tuviera, las obedecería”15. El Virrey no dio instrucciones en contrario para el cambio del título de “padre” que ahora le daba su, hijo y a partir de esta carta, toda la correspondencia dirigida a don Ambrosio llevaría de encabezamiento, como una necesidad ilimitada de pertenencia a la sangre paterna, palabras como “amantísimo padre de mi alma” o “amado padre mío”. El silencio de don Ambrosio para determinar un cambio en el tratamiento de “padre” constituyó una autorización, en el juicio del joven, para seguir llamándolo como “la naturaleza” le enseñaba. Con todo, este paso trascendental dado en las relaciones de padre e hijo y el acatamiento del vínculo expresado en el vocablo “padre”, fue manejado con delicada ponderación por don Bernardo, al extremo de no hacer el menor intento de usar el apellido O’Higgins. Hay, pues, en don Ambrosio un indesmentible reconocimiento y aceptación a la calidad y trato de padre que le da don Bernardo, hecho marginal al uso del apellido, cuyo cambio por el de Riquelme fue políticamente necesario en las consideraciones del Virrey. Pero esta conducta del alto funcionario colonial debe analizarse en el contexto social de la época, enmarcado en los hábitos y costumbres del medio colonial y en el modo generalizado del trato que se daba a los incontables hijos que se progenitaban fuera del matrimonio. 14VICUÑA MACKENNA, Benjamín: Vida del... pp. 65-66. Archivo de don Bernardo O’Higgins. Tomo 1, p. 6. 15VICUÑA MACKENNA, Benjamín: Ob. cit., p. 6. 180 E dición conmemorativa del B icentenario Don Francisco Antonio Encina se refiere a ello: “Aunque la familia avanzaba en su constitución, siempre son muy numerosos los hijos naturales. Apenas hay testamento en que no se enumere alguno. Por lo común se les dejaba un corto legado”16. Esa era la costumbre autorizada y sancionada por los hábitos implantados en la estructura social, hasta muy avanzado el siglo XIX. A personajes influyentes siempre se les atribuyó un número importante de hijos naturales. En la familia del prócer, este fue un hecho frecuente y repetido, no escapando a este destino su propia hermana, Nievecita, después de enviudar. Se destaca de modo anormal al único hijo conocido de don Bernardo, don Demetrio, a quien se atribuyeron, después de su muerte, alrededor de doscientos hijos naturales. “Su capacidad amatoria tenía toda la exuberancia hereditaria de su línea paterna” dice don Gustavo Opazo, olvidando o confundiendo manifiestamente esa capacidad con la reducida vida amorosa del padre y el abuelo17. No obstante, puede sostenerse que las afirmaciones comentadas, en el sentido de que don Ambrosio “le negó”, “prohibió”, “vedó”, etc., a su hijo el uso del apellido Higgins, primero, O’Higgins, después, al ser elevado a rango nobiliario de Barón, constituyen verdades a medias. Si don Ambrosio conoció el acta de bautismo, que en copia le habría enviado don Juan Albano, como lo sostiene Delfín, sin hacer el menor amago de rechazo ni intento de rectificarlo, debería entenderse que aceptó la individualización del niño con su apellido, reconociendo también su paternidad. Debió, además, acceder al conocimiento de la fe bautismal en el curso de las gestiones para comprarle una capitanía o una tenencia, en España, y en las informaciones que recibió sobre las causas de su fracaso. Don Pedro Pablo de la Carrera es preciso en el registro de varios antecedentes claves de la filiación, uno de los cuales está referido a este punto. En el acta se expresa que el padrino, don Juan Albano, conserva en su poder una carta de don Ambrosio “que para este efecto le tiene escrita, encargándole asimismo que ordene estos asuntos, de modo que en cualquier tiempo pueda constar el ser su hijo”18. La identidad del joven comenzó a definirse bajo el nombre de Bernardo Riquelme, como una necesidad compulsiva de don Ambrosio para el ocultamiento de la paternidad, en el Colegio de los franciscanos en Chillán y posteriormente en los Colegios de Los Estudios y de San Carlos, en Lima. Con este nombre se registrará en su viaje a Cádiz y así se inscribirá en los colegios ingleses. El pasaporte o salvoconducto que le otorgaron las autoridades inglesas para su retorno a España fue igualmente extendido a este nombre, que mantuvo sin alteraciones hasta su regreso a Chile. No quiso el virrey tener mayores ataduras sentimentales y creyó satisfacer suficientemente una obligación moral, asegurando a su hijo, además de una 16ENCINA, Francisco A.: Historia... Tomo I, p. 182. 17OPAZO, Gustavo: El Nieto del Virrey. Vida de don Demetrio O’Higgins. Pág. 99. Revista Chilena de Historia y Geografía, N° 78, 1933. 18Archivo de don Bernardo O’Higgins. Tomo I, pp. 1 y 2. Parroquia San Agustín de Talca. Foja 24 del Libro V de Bautismos. 181 R evista L ibertador O’ higgins educación calificada, “lo mejor que tenía de su fortuna”, como lo señalara el albacea, don José Gorbea19. Los autores alineados en la crítica a don Ambrosio olvidan, además, un hecho importante, en este caso, para las mediciones morales. El propio don Bernardo, en el testamento que extendió en Lima, ignora la existencia de Demetrio, no lo reconoce como hijo y señala en forma expresa que no tiene descendientes legítimos. No deja, tampoco, disposición testamentaria que favorezca a don Demetrio en alguna porción de sus bienes, en forma de legado. La heredera única es su hermana, doña Rosa, y, aunque le diera instrucciones secretas, como afirma don Jaime Eyzaguirre, para beneficiar a su hijo en el futuro, la compulsa entre las actitudes de ambos como padres debía desmejorar a don Bernardo en el enjuiciamiento histórico, comparativamente con don Ambrosio20. Sin embargo, encontramos autores que, con desconocimiento de aquellos elementos históricos que son indubitados, construyen, en el otro extremo, verdaderas fantasías sobre la materia que estudiamos. Don Ricardo Cox dice a este respecto: “Es el único descendiente (don Bernardo) reconocido del Virrey, personaje superior en rango a todo otro en Chile, es su heredero, siendo legatarios los demás”21. Por su parte, don Enrique Campos Menéndez afirma lo siguiente: “El hecho es que al morir hizo al joven heredero universal de sus bienes y lo rehabilitó civilmente, dándole el patriciado de su apellido”22. De acuerdo a los términos del testamento, don Bernardo es uno de los varios legatarios en la herencia del Virrey; no es heredero parcial ni universal, no fue rehabilitado civilmente y don Ambrosio nunca le dio el patriciado de su apellido. No faltan, por cierto, quienes analizan este importante aspecto de la vida de nuestro prócer y su padre, con objetividad y, algunos lo hacen muy tempranamente, como el general José María de la Cruz: “No obstante el reconocimiento tácito y público que había hecho de su hijo, la herencia que le dejó por su testamento la hizo bajo la cláusula de legado, nombrándole con el apelativo de la madre...”23. Don Hugo Rodolfo E. Ramírez Rivera hace también un comentario ponderado: “En cuanto a los referentes a su ilustre hijo, comienzan estos con la Fe de Bautismo del Prócer, por la cual consta que don Ambrosio nunca rehuyó la verdad de su paternidad, sino que la estampó desde un comienzo en documentos oficiales”24. 19Archivo de don Bernardo O’Higgins. Tomo I, p. 37. 20EYZAGUIRRE, Jaime: Correspondencia de Don Demetrio O’Higgins con doña Rosario Puga y doña Isabel Vidaurre. Boletín de la Academia Chilena de la Historia, N° 32, p. 40. Bernardo O’Higgins: Testamento. Rev. Chilena de Historia y Geografía, N° 11, 1913, pp. 234-243. 21COX, Ricardo: Carrera, O’Higgins y San Martín. Edimpres Ltda., 1979, p. 13. 22CAMPOS MENÉNDEZ, Enrique: Bernardo O’Higgins, Ed. Emece, 1942, p. 27. 23DE LA CRUZ, José María: Recuerdos de don Bernardo O’Higgins. Ed. Andrés Bello, 1960, p. 19. 24RAMÍREZ RIVERA, Rodolfo E.: Algunas piezas fundamentales para el estudio de la vida del Libertador don Bernardo O’Higgins. Revista Libertador O’Higgins, N°2, 1986, p. 200. 182 E dición conmemorativa del B icentenario No obstante imponerse de que en el testamento se le menciona como “Bernardo Riquelme”, escribe a los albaceas firmando como Bernardo O’Higgins y Riquelme. Pero no hay duda que soporta la ilegitimidad, en un secreto padecimiento. Meses después del intercambio epistolar con Gorbea, el año 1805, acuciado por esta mortificación, resuelve iniciar las gestiones administrativas y judiciales para obtener el rescripto de legitimación, aunque para ello deba afrontar la vergüenza de comenzar reconociendo, ante las autoridades de Chillán y Concepción, su origen bastardo. En el sentimiento generalizado de quienes fueron sus conocidos y parientes, la condición de heredero de las Canteras era simplemente la consecuencia de su calidad de hijo reconocido del Virrey. Pero ello no pareció suficiente para la satisfacción del conflicto que en la intimidad corroía su ánimo. El agravio de Gorbea, al llamarlo “Bernardo Riquelme”, después de haberle enviado comunicaciones a nombre de Bernardo O’Higgins; la posible preocupación originada en el conocimiento de las gestiones de don Tomás O’Higgins para obtener el reconocimiento de los títulos de Barón y Marqués, como parte de la herencia, o el simple afán de normalizar una situación ambigua y molesta, lo empujaron a dar este paso que sólo pudo servir para una divulgación innecesaria y lesiva de un hecho oprobioso, que sus enemigos aprovecharían para descalificarlo socialmente cuando su figuración pública comienza a ser notoria. LA LEGITIMACIÓN A principios de 1806 don Bernardo presentó el siguiente escrito ante el Alcalde de Vecinos del Ilustre Cabildo de San Bartolomé de Chillán, su sucesor en el cargo que ejerciera brevemente el año 1805. “Señor Alcalde de Primer Votó: Don Bernardo O’Higgins de Riquelme, oriundo de esta Ciudad de San Bartolomé de Chillán, Provincia de la Concepción de este Reino de Chile, y residente en ella, en la mejor forma que haya lugar en derecho ante V.M. parezco y digo que: Soy hijo natural del Excmo. Sr. Don Ambrosio O’Higgins, Barón de Balienar y Marqués de Osorno, Teniente General de los Reales Ejércitos de su Majestad, que fue Virrey, Gobernador y Capitán General del Reino del Perú y Chile y Presidente de aquella Real Audiencia, ya difunto, y de Doña Isabel Riquelme y Mesa, vecina y de las principales familias de esta ciudad, concebido y nacido en estado de soltería y bajo de Contrato Esponsalicio. Y como para impetrar de la Real Piedad de nuestro Soberano (que Dios guarde) la gracia de mi legitimación y demás que haya lugar, sea necesario patentizar este suceso y las circunstancias previas y consecuentes a mi nacimiento y que hasta ahora se han reservado por la pública honestidad y pundonor de la Señora mi Madre y por más que delicada circunspección del Excmo, Señor mi padre, V.M. se ha de servir admitirme Información de Testigos sobre el asunto, y que los que presentaré bajo la solemnidad del juramento declaren conforme el interrogatorio, lo siguiente: Primeramente: expongan si conocieron, comunicaron y trataron al Excmo. Sr. Don Ambrosio O’Higgins, ya difunto, y si vieron o tienen noticia de que cuando este señor era Maestre de Campo General de este Reino y Comandante de las Plazas y Tropas de la Frontera, siempre que pasaba por esta Ciudad a los 183 R evista L ibertador O’ higgins asuntos del Real Servicio alojaba y posaba en casa de mis abuelos como vecinos distinguidos y de los de mayor representación del lugar. Segundo: digan si conocieron, vieron y trataron en aquel tiempo a doña Isabel Riquelme, niña de trece años de edad, viviendo al lado de y abrigo de sus padres con honestidad, decoro y recogimiento correspondiente a su calidad, edad y crianza; y si saben, entienden o tienen noticia de que este caballero la estimaba con tan honesta afición que cuando la solicitó para su esposa, pidiéndola a sus padres y prometiéndola bajo su palabra de honor que, sin pérdida de tiempo imploraría del Rey nuestro Señor la debida Licencia para casarse, con respecto a ser ambos iguales y sin impedimento alguno para realizarlo, y si seducida de la indeficiencia que conceptúo de la energía de tan repetidas promesas, aceptó el Contrato Esponsalicio a buena fe y fui yo el creído efecto de su imaginado futuro matrimonio naciendo el día veinte de Agosto de mil setecientos setenta y ocho”25. Este escrito ha llegado a nosotros, lamentablemente, sin fecha. Pero, por los fundamentos que le sirven de sustentación, debe considerarse como anterior a los escritos presentados en Concepción, en abril y julio del mismo año, en que pide se disponga el requerimiento de un informe a don Juan Martínez de Rozas y se le tome declaración a don Tomás Delfín. La importancia del documento transcrito, reside en la precisión del propósito que persigue con este trámite. De las expresiones textuales del escrito, debe concluirse en que, a principios de 1806, don Bernardo aún no había solicitado el mencionado rescripto de legitimación y que sólo tenía, entonces, el carácter de un mero proyecto, mientras acumulaba los elementos de prueba indispensables para respaldar la correspondiente petición. Así lo dice de modo expreso el escrito presentado, señalando que, para solicitar la gracia de la legitimación, es indispensable probar los hechos y las circunstancias previas y consecuentes del nacimiento. Este trámite precisa y da coherencia a los que siguieron en Concepción y permite observar la secuencia normal de estas gestiones judiciales que preocuparon a don Bernardo el año 1806. En el escrito que posteriormente presentó en el mes de abril, del mismo año, ante el Gobernador Intendente de Concepción, don Luis de Alava, sostiene que tiene “instancia pendiente en los Reales Consejos para impetrar de la piedad del Soberano Real Rescripto de legitimación”. Barros Arana y Silva Castro, que evidentemente no conocieron la petición hecha ante el Alcalde de Chillán, creen que la solicitud dirigida a Luis de Alava corresponde a la primera gestión realizada por don Bernardo en Chile, el año 1806, para “reforzar” la petición que habría presentado ante el Soberano26. El texto de este escrito, en su versión original, que proporciona Raúl Silva Castro, es el que sigue: 25Archivo de don Bernardo O’Higgins. Tomo I, pp. 48-49. Archivo Nacional de Chile, Fondo Varios. Vol. 556, sin folio. RAMÍREZ RIVERA, Rodolfo E.: Ob. citada, pp. 214-215. 26FELIÚ CRUZ, Guillermo: Conversaciones históricas..., p. 293. SILVA CASTRO, Raúl: Ob. cit., p. 85. 184 E dición conmemorativa del B icentenario “Señor Gobernador Intendente: Don Bernardo O’Higgins de Riquelme, vecino de la Ciudad de San Bartolomé de Chillán, parezco ante V.S. en la mejor forma de derecho y digo: que tengo instancia pendiente en los reales consejos para impetrar de la piedad del soberano real rescripto de Legitimación; y habiendo llegado a mi noticia que el señor Teniente Letrado doctor don Juan Martínez de Rozas, sabe particularmente, a más de lo que la fama pública, varias circunstancias relativas a mi filiación, por tanto: A U.S. pido y suplico sirva proveer y mandar que certifique ó informe menuda y prolijamente, con citación del caballero síndico procurador general lo que supiere en la materia y que hecho se me entregue el expediente para los efectos que me convengan, que es justicia y en lo necesario, etc., etc. “Fdo. Bernardo O’Higgins”27. En el segundo escrito, presentado en julio de 1806, ante el mismo Gobernador Intendente de Concepción, menciona de nuevo que tiene “instancia pendiente ante los Reales Consejos”: “Señor Gobernador Intendente. Don Bernardo O’Higgins de Riquelme, vecino de la ciudad de San Bartolomé de Chillán y su actual Procurador General, parezco ante Usía en la mejor forma de derecho y digo: Que para adelantar la prueba en la instancia que tengo pendiente en los Reales Consejos a fin de impetrar de la piedad del Soberano Rescripto de legitimación, pedí que se mandara al Señor Teniente Letrado Doctor Don Juan Martínez de Rozas que certificara o informara, prolija y circunstanciada, lo que supiese en orden a mi filiación con citación del personero público, y habiéndose servido Usía acceder a mi solicitud verificó su Información el veintiocho de Abril próximo pasado. En él asegura que soy hijo natural, como es notorio en toda la Provincia, del finado Excelentísimo Señor Don Ambrosio Higgins, varón de Balienari, Marqués de Osorno y Virrey que fue del Perú, y de doña lsabel Riquelme de la Barrera, habido en estado de soltería, lo que oyó de boca del mismo Señor mi padre que me reconocía por tal, y cita al Teniente Coronel del Ejército don Tomás Delfín, que puede saber lo propio, con motivo de la estrecha amistad y confianza que tuvieron. En cuya atención a Usía pido y suplico se sirva mandar que dicho Teniente coronel don Tomás Delfín declare menuda y circunstanciadamente cuanto sepa y le conste en la materia, y lo que sobre ella le hubiese confiado el referido Señor, mi padre, con citación del caballero síndico Procurador General de ciudad y que hecho se me den testimonios por triplicado del Expediente para el fin señalado en lo principal que es justicia y en lo necesario, etcétera. Bernardo O’Higgins”28. Una lectura rápida de ambos textos, con ignorancia del escrito presentado en Chillán, puede conducir, como ha ocurrido con los autores que sostienen el inicio de estas gestiones en Lima o en España, a una interpretación errónea, estimando las expresiones “instancia pendiente” como un trámite iniciado y no concluido. Frente a la existencia del documento chillanejo, la anterior interpretación pierde todo su mérito, ya que pocos meses antes el propio don Bernardo pide que se le reciba “información de testigos” para solicitar su legitimación. Las dos solicitudes de Concepción están destinadas, también, a patentizar las mismas circunstancias que las señaladas en el escrito presentado en Chillán. La “instancia pendiente” puede corresponder, por tanto, a una solicitud aún no 27SILVA CASTRO, Raúl: Ob. cit., p. 86. FELIÚ CRUZ, Guillermo: Conversaciones históricas de Claudio Gay, p. 293, Ed. Andrés Bello, 1965. 28SILVA CASTRO, Raúl: Ob. cit., p. 88. 185 R evista L ibertador O’ higgins presentada ante los Reales, Consejos en espera de asegurar, mediante elementos probatorios diversos, los hechos previos y consecuentes de su nacimiento, así como la condición de hijo que desea legitimar. Es difícil suponer, y mucho menos aceptar, un procedimiento tan poco ortodoxo, consistente en la presentación de un escrito pidiendo la legitimación, sin pruebas y ofreciendo su acompañamiento posterior. No hay, aquí, plazos fatales ni prescripción que pudiera justificar la presentación de una solicitud de esta naturaleza, sin allegar simultáneamente las pruebas suficientes para una resolución favorable. “Tener pendiente” en los Reales Consejos, por su única y personal voluntad, una solicitud de esta naturaleza sobrepasa la realidad administrativa. Un petitorio incompleto o con pruebas insuficientes, estaba destinado al rechazo inmediato o al archivo. Inexplicablemente, los dos escritos presentados ante el Gobernador Intendente de Concepción difieren en la forma como se solicita configurar la prueba. A Martínez de Rozas se le pide que “certifique” o “informe” al tenor de lo solicitado; en tanto que Delfín debe “declarar sobre los mismos hechos. De este modo, Martínez de Rozas elabora un “informe” escrito que eleva al Gobernador Intendente de Concepción y Delfín presta “declaración” ante el Escribano Público don José Montalva. Ambas maneras de dar testimonio no ofrecen, en verdad, diferencias sustantivas en su finalidad; pero es de toda evidencia que hay una mayor facilidad en la preparación de un “informe” que en la prestación de declaración oral ante una autoridad o un Ministro de Fe. Don Juan Martínez de Rozas escribe su informe y refiere aquello que don Ambrosio le confiara sobre su hijo y relata la singular conversación sostenida con Albano, en Talca, en su trayecto a Concepción el año 1787, como antecedentes útiles a la prueba requerida: “Señor Gobernador Intendente. En el mes de Abril del año pasado de mil setecientos ochenta y siete, vine a servir la Asesoría de esta Intendencia, hallándose de Gobernador Intendente el Brigadier Don Ambrosio Higgins de Vallenar que después fue Presidente y Capitán General del Reino, Marqués de Osorno y Virrey del Perú. En mi tránsito de la capital de Santiago a esta ciudad de la Concepción, pasé por la villa de San Agustín de Talca, y me alojé en casa de don Juan Albano Pereira, vecino de ella. Allí estuve tres días y en el último, que debía seguir mi viaje me llamó a su cuarto y presentándome un niño que era don Bernardo Higgins, me dijo las siguientes o equivalentes palabras: “Lo llamo a usted para hacerle saber que este niño que se llama Bernardo es hijo natural del Gobernador Intendente de Concepción don Ambrosio Higgins y que él mismo me lo ha entregado como hijo natural suyo para que lo críe y tenga en casa; ya yo soy viejo y también lo es su padre, y quiero que usted lo sepa y entienda para que en todos tiempos pueda dar testimonio de esta verdad”, Yo le agradecí la confianza, me despedí y seguí mi viaje. Llegado a esta ciudad, alojé y viví en casa del mismo Gobernador Intendente don Ambrosio Higgins hasta que fue trasladado a la Presidencia y Capitanía General del Reino, y con este motivo le debí particular favor, amistad y confianza como todos lo saben y la conservé mientras se mantuvo en la capital alojando siempre en su Palacio en los diferentes viajes que hice. Con este motivo y ocasión me habló muchas y repetidas veces del niño Don Bernardo que tenía en poder de don Juan Albano, me dijo que era hijo natural suyo y de Doña Isabel Riquelme, vecina de la 186 E dición conmemorativa del B icentenario ciudad de Chillán, habido en tiempo que era soltera, siéndolo también el mismo don Ambrosio que nunca se casó. Yo le comuniqué la declaración que me había hecho Don Juan Albano, y en otras ocasiones me habló igualmente del pensamiento que tenía de mandarlo a España para ponerlo en una casa de comercio o para hacerlo dar estudios, como después lo mandó. El Teniente Coronel de Ejército don Tomás Delfín, con quien tenía igual amistad y confianza y por cuya mano lo remitió a Lima para trasladarlo a la Península, (sic por península) creo que puede tener las mismas noticias individuales que he dado sobre la filiación de dicho don Bernardo Higgins, que además es sabida y notoria en toda la Provincia. Y es cuanto puedo informar en virtud de lo mandado en decreto de 26 del corriente. Concepción de Chile y Abril veinte y ocho de mil ochocientos seis. Doctor Juan Martínez de Rozas”29. Poco después don Tomás Delfín concurre hasta el escribano don José Montalva, y declara según lo pedido por don Bernardo, excediendo con toda evidencia el marco propuesto por el solicitante. Esta declaración, aceptada sin reservas por muchos autores, es la que ha originado numerosos errores en los estudios de la juventud de nuestro prócer. Pero es, al mismo tiempo, tanto como la fe de bautismo talquina, uno de los más valiosos documentos fidedignos que nos aproximan al conocimiento de estos primeros años de su existencia: “En el propio día, mes y año, lo notifiqué el decreto antecedente al Teniente Coronel don Tomás Delfín, de quien resibí juramento que lo hiso en la forma de estilo por Dios nuestro Señor, vajo la palabra de onor, poniendo la mano en su espada, so cargo del cual prometió desir verdad de lo que supiere y le fuere preguntado, y siéndolo al tenor del escrito presentado por Don Bernardo Higgins, dijo que conosió con intimidad y confianza al finado señor Marquez de Osorno desde el año de mil setecientos sesenta hasta el de su fallecimiento en cuyo tiempo fue servido de distinguirle en varios asuntos que estimava por reservados entre otras cosas y hallándose gravemente enfermo en esta ciudad lo solisitó al señor declarante para comunicarle un asunto en que se interesava, y llegado la ora de tran (sic) de hello, comensó con desirle al señor que declara que tenía un hijo natural nombrado Don Bernardo, que en aquel entonses tendría tres años de hedad, y que lo había hecho remitir resién nacido de la ciudad de Chillán en la qual nació a la de Talca y que lo había puesto al cuidado de Don Juan Albano de aquel comercio, y para mayor sigilo havía ordenado que le bautisasen la criatura con agua en Chillán, y que vajo de condición reciviese agua y óleo en Talca, todo lo que se verificó conforme lo havía mandado añadiendo que el finado Teniente don Domingo Tirapegui, el sargento Salazar y el cavo Quinteros fueron los encargados para llevar aquel niño a aquel destino de Talca, lo que efectuaron fielmente, según constava de la contestación del predicho Albano, y la fee de bautismo que havía sacado de la iglesia parroquial de Talca. Tratando del nasimiento del niño Bernardo le comunicó al señor que declara, bajo de mucha reserva, que lo huvo en doña Isabel Riquelme de la Barrera, añadiendo que nunca había habido hijo natural habido en mejores términos dándole a entender que le había dado palabra de casamiento; y luego siguió disiendo que sentía el agravio que había hecho a una señorita de tanto mérito, como igualmente por ser de una familia muy ilustre y distinción de este país; de allí se adelantó a decirle de que su actual enfermedad, unida a su edad, le hacía temer que su hijo quedase en desamparo, porque y aunque tenía mucha confianza en la amistad y honradez de Don Juan Albano, veya por otra parte que era muy enfermizo con el adictamento de ser más ansiano que él mismo. Por cuyo motivo, como por la mayor confianza que dijo tener en el señor que declara lo instó que le diese su palabra 29SILVA CASTRO, Raúl: Ob. cit., p. 87. 187 R evista L ibertador O’ higgins de admitir a su cuidado aquel niño en el caso de que él fallesiese, y que lo educara según se lo dijese en sus comunicados y testamento que determinaba entonces hacer, lo que no se efectuó por haberse mejorado perfectamente de aquella indisposición. Al poco tiempo después se le ofreció al que declara pasar de esta ciudad a, la de Lima, con la idea de regresar por la vía de Valparaíso y venirse por Santiago y de Santiago a Talca y Talca a esta ciudad. Entonces se acordó de lo que le había dicho anteriormente, diciéndole que celebraba mucho que pasase por Talca que escribiría a Don Juán de Albano para que le manifestase el niño Bernardo su hijo, encargándole que lo reparase y que le diese una razón imparcial del niño, y de lo que podía prometer, añadiendo de que le avisaría a Albano, que era su resolución y deseo de dejar al niño al cuidado del señor que declara como persona de menor edad, en el caso de faltar el mismo Albano, con cuyo encargo cumplió de la misma manera en circunstansias de que en aquel entonces sólo el señor Alvano y el señor declarante heran los savedores de quienes eran padre y madre de aquel niño con motivo del profundo sigilo que quiso guardar su padre en aquella materia. A los pocos años después le comunicó al señor declarante haber sabido que en Talca se decía que Don Bernardo era hijo suyo, y que para silenciar aquellos rumores (sic) había resuelto haserio traer a Chillán y encargar su educación a los Reverendos Padres Fray Francisco Xavier Ramíres y el Reverendo Padre Fray Blas Alonso, el primero Guardián del Colegio de los Misioneros de Propaganda Fide y Rector del Colegio de Naturales de aquella ciudad, y el segundo Presidente de aquel Colegio y Vicerrector de los Naturales, todo lo que se efectuó y se cuidó de la educación del niño por el término de algunos años. Después de sesado el Rectorado y Presidencia de aquellos Reverendos resolvió sacar su hijo Bernardo del colegio de Chillán y remitirlo a Lima, y habiéndoselo comunicado al señor que declara le ordenó que escribiese al dicho reverendo Padre Ramírez y al Reverendo Padre Fray Bias, diciéndoles que entregasen el niño a la persona de mayor confianza que mandase por él, y de lo que quedaban prevenidos por él mismo, y que esta entrega se hiciese a deshoras para que no se sintiese por sus parientes paternos (sic por maternos) y que extraviando caminos y trasnochando, viniese a poder del señor que declara para el efecto de embarcarlo para la ciudad de Lima, recomendándolo al finado don Ignacio Blaque para que en la escuela conocida por la de los Estudios de Lima se adelantase hasta en tanto que fuese tiempo de ponerlo en el Colegio de San Carlos de aquella ciudad. Todo se efectuó con el sigilo que había prevenido, y a más el mismo señor Marquéz escribió al referido don Juan Ignacio Blaque que lo atendiese como su hijo, lo que resultó que fue atendido y puesto en aquellos estudios en que tuvo sus adelantamientos. A los pocos años después le comunicó al señor que declara que quería remitir aquel niño a España para que siguiese sus estudios con mejor asiento en algunos colegios de aquel Reino, cuyo pensamiento llevó a efecto, y el referido Blaque lo embarcó de su orden, recomendándolo a Don Nicolás de la Cruz, del comercio de Cádiz, a donde llegó felizmente; después le comunicaba al señor que declara siempre las noticias que tenía del mismo señor de Cruz y del niño, y le manifestó muchas cartas que había tenido de ambos, haciéndole en muchas ocasiones conversación del niño y de sus muchos deseos de verlo acomodado antes de morirse. Hallándose enfermo el señor Marqués de Osorno en la ciudad de Lima, y siendo entonces Virrey del Perú, le comunicó al señor que declara sus deseos de hacer su Testamento diciéndole varios puntos de sus disposiciones y dándole permiso para que consultase las materias con un Letrado de su confianza, de lo que se hizo cargo el señor que declara, y le propuso consultar el asunto con el Doctor Don Buena Ventura de la Mar, a lo que contestó que Don Buena Ventura daría a entender a sus amigos que tenía un hijo natural, y que no quería que se supiese hasta en tanto que se viese en su Testamento después de muerto. A esto le (ilegible) el señor que declara 188 E dición conmemorativa del B icentenario que respecto de sentirse tan debilitado que le parecía muy conveniente que arreglase sus asuntos, recomendándole por sus Albaceas al señor Marqués de Selada de la Fuente y al señor Conde de San Isidro que heran amigos muy finos suyos, de lo que se comprasió y que por lo que tocaba la consulta que no tenía necesidad de consultar a persona alguna porque por sí mismo y de su propia letra extendería el Testamento, que se lo traería para que lo adicionase o reformase del modo que mejor le pareciese; y tratando en hello de su hijo Don Bernardo, que entonces había llamado de España, le propuso el señor que declara que le correspondía dejarle la mayor parte de su caudal a excepción tan sólo de algunos legados y obras pías que había meditado. La resulta fue de que mejoró de aquella disposición, (sic) y que aconsejó al señor declarante de que hiciese. su viaje a esta ciudad y que volviese con la brevedad posible, y que a la vueltá le tendría los apuntes para que hiciese su testamento. A más de esto conociendo el señor que declara la confianza y amistad que siempre tuvo el Marqués de Osorno con el Reverendo Padre Agustín de Doria del oratorio de San Felipe de Neri de Lima le comunicó el señor que declara al dicho padre cuanto hay expuesto en esta declaración, advirtiéndole que tuviese todo presente porque en el caso de que le repitiese la misma enfermedad a su excelencia había de ser llamado para asistirle tanto en el transe de su muerte como para tomar sus consejos en aquellas materias. Últimamente a la vuelta de Lima el señor que declara se encontró con la noticia del fallecimiento del señor Marquez, y ha visto que había deferido las materias que habían tratado hasta que no pudo tenerlas presentes. Y es cuanto al presente el señor que declara a excepción de que por algunas preguntas que le hiciesen, se le diese margen para más esclarecimientos y que esta es la verdad so cargo del juramento que a hecho bajo la palabra de honor, en que se afirmó y ratificó, siéndole leída su declaración dijo ser de edad de sesenta y seis años y la firmó. De que doy fe. Tomás Deiphin. Ante mí, José Montalva, Escrivano público30. Si, como hemos anotado, el propósito que guió a don Bernardo para realizar estas gestiones, relativas a su legitimación, no era sólo eliminar el complejo social que le mortificaba, es necesario buscar otras razones que lo llevaron a dar este paso de difícil ejecución. Las legitimaciones tenían aparejado el nacimiento de derechos sucesorios. En el caso de don Bernardo, habiendo recibido “lo mejor de los bienes de don Ambrosio” y “encontrándose en pacífica posesión de ellos”, en auge y rápida prosperidad, debe descartarse la persecución de algún beneficio económico. Sin embargo, el joven, reconocido socialmente como Bernardo O’Higgins, rico y poderoso estanciero, no había tenido hasta entonces el rechazo social que solían producir las bastardías. Por otra parte, el hecho de obtener un reconocimiento como hijo legitimado de don Ambrosio, en virtud de un Rescripto Real, no modificaba su calidad de hijo nacido fuera de matrimonio. Su origen mantendría siempre el vulnerable matiz del nacimiento irregular. Por lo demás, las legitimaciones estaban desacreditadas, no sólo por las tarifas establecidas para su obtención, sino que por las licencias y vicios que se toleraban en el procedimiento. Don Bernardo no requería, virtualmente, más reconocimiento que el que se le daba por las autoridades y el medio social de Chillán, Los Ángeles y Concepción, donde se desarrollaron sus actividades regulares hasta 1811. Tiene razón, en buena parte, don Fidel Araneda cuando dice: 30SILVA CASTRO, Raúl: Ob. cit., pp. 88 y 91. 189 R evista L ibertador O’ higgins “Como terrateniente ya podía usar el apellido paterno y todos los sureños le profesaban respeto y simpatías”31. El mismo año 1806 don Tomás O’Higgins Welch, el único heredero universal vivo de don Ambrosio, habría reclamado los títulos nobiliarios de su tío. Este hecho pudo ser conocido por don Bernardo, temiendo que, de prosperar tal petición, la normalidad con que hasta entonces había llevado con pleno acatamiento el apellido O’Higgins, sufriera inevitables cuestionamientos en el comentario social. Para la creencia generalizada en Chillán, Los Ángeles y Concepción, don Bernardo había sido reconocido por su padre o había logrado la legitimación. El hecho, entonces, de que un sobrino ostentara los títulos nobiliarios del difunto Virrey, y no su hijo, daría origen a inevitables comentarios que, por cierto, apuntarían a su bastardía. En tales circunstancias don Bernardo pudo verse forzado a reclamar su mejor derecho, para lo cual era indispensable pasar por la legitimación. Habría sido un problema de permanentes e incómodas explicaciones justificar el hecho de que don Tomás O’Higgins pasara a convertirse en Barón de Balienary o Marqués de Osorno, títulos que naturalmente debían recaer en el hijo antes que en cualquier otro heredero. Don Bernardo parece haber creído que de la legitimación podía derivarse el aprovechamiento de los títulos nobiliarios del Virrey. En el primero de los documentos conocidos sobre los trámites de la legitimación, el escrito presentado al Alcalde de Chillán, don Bernardo señala que impetrará esta gracia de la legitimación “y demás a que haya lugar”. En lo “demás a que haya lugar” podían estar, con toda razón jurídica, los títulos de Barón y Marqués. Estas palabras son evidentemente inductivas a la creencia de que el petitorio de la legitimación podía incluir, como creemos, los títulos nobiliarios conferidos a don Ambrosio. Sin embargo, las gestiones que habría realizado don Tomás O’Higgins Welch para reclamar en su beneficio los títulos de su tío, estaban fundamentadas en una legalidad incuestionable. Tenía, por parentesco y por voluntad del testador, a un mismo tiempo, la calidad de legatario y único heredero universal de sus bienes. Gustavo Opazo indica que don Tomás O’Higgins Weich, en carta dirigida al ex albacea del Virrey, don José Gorbea y Vadillo, el año 1806, le pedía que solicitara a su apoderado en la Corte, “testimonio de aquellos instrumentos que contemple necesarios y precisos para tomar posesión de los títulos de su finado tío, con respeto de ser su único heredero y más inmediato sucesor”32. Estas u otras razones, que movieron a don Bernardo en la toma de una decisión con tantas implicancias inconfortables, debieron ser muy poderosas, como para revelar por escrito y de manera repetida su ilegitimidad ante el Alcalde de Chillán y luego ante el Gobernador Intendente de Concepción, don Luis de Alava, con quien había mantenido una reciente controversia. No fueron trámites reservados. Por el contrario, el encadenamiento administrativo, era una fuente segura del comentario múltiple, inevitablemente producido en cada tramo de 31ARANEDA BRAVO, Fidel: Imagen del Prócer Bernardo O’Higgins. Homenaje al Bicentenario del Libertador Bernardo O’Higgins. Biblioteca del Congreso Nacional, 1978, p. 29. 32OPAZO, Gustavo: Don Ambrosio O’Higgins Íntimo. Boletín de la Academia Chilena de la Historia, Nº23, 1942, p. 35. 190 E dición conmemorativa del B icentenario estas gestiones. Para mantener oculta o al menos inadvertida su ilegitimidad, dicho mecanismo constituía el medio menos apropiado. Pero era también, el único camino para atajar de modo categórico la malicia hiriente que se escurría a sus espaldas. No podía imaginar, entonces, que aún lograda la legitimación en los mejores términos posibles, las responsabilidades públicas y revolucionarias que te esperaban originarían en sus enemigos la ruindad de descalificarlo por su nacimiento y filiación irregular. Mientras en los primeros años de su residencia en Chile, su ilegitimidad se comentaba raramente en los corrillos sociales, cuando asumió el compromiso político de construir una nación, el vilipendio sería tan duradero y sostenido que lo perseguiría hasta el exilio y más allá de la muerte. Don Bernardo era considerado y respetado por su educación, sus apreciables condiciones personales y riqueza. Los ocho años de su experiencia europea le infundieron un carácter razonador y frío, pero amable y cordial, definido por contemporáneos como circunspecto, y que comenzó aplicando a sus negocios y relaciones con sus amigos y conocidos. Estaba, pues, en condiciones de superar las consecuencias que este trámite podía acarrearle como demérito social, ya que no era predecible el papel preponderante que jugaría en la historia de una nueva nacionalidad que esperaba el momento de emerger del coloniaje. Aparentemente, el trámite de la legitimación carecía de sentido, a menos que temiera el surgimiento de situaciones incómodas, como las que podrían derivar de una posible concesión de los títulos nobiliarios del Virrey, su padre, a uno de sus sobrinos. En la necesidad de testificar satisfactoriamente en favor del hijo de don Ambrosio, Delfín recurre a todos los resquicios de su memoria, para recordar ordenadamente hechos ocurridos más de veinte años atrás. Entre ellos aparece el bautismo realizado en la parroquia de Talca. La declaración revela la existencia del acta levantada por don Pedro Pablo de la Carrera, e incita a don Bernardo para encaminar sus pasos hacia el conocimiento de la inscripción bautismal. La sorpresa del joven debió ser mayúscula al constatar que su viejo y secreto anhelo tenía, en este documento, un testimonio irrefutable, y suficiente por sí solo, para satisfacer en plenitud un trámite de legitimación o para estimarlo innecesario. A no mediar la declaración de Delfín, don Bernardo no habría obtenido en Chillán ni en Concepción informaciones sobre el bautizo en Talca, ordenado por su padre. Y aun conociendo el hecho mismo del acto sacramental, le habría sido difícil suponer que en el acta respectiva su nombre apareciera como “Bernardo Higgins” y se consignara en ella la identidad y títulos de su padre. Estos registros y anotaciones de bautizos dejaban constancias muy sucintas del nombre de los. padres, cuando constituían matrimonio, el nombre la madre, cuando era soltera, muy raramente el nombre del padre, en los casos de hijos naturales, pudiendo omitirse tanto el nombre del padre y de la madre, en el mismo caso anterior, dando a la criatura un apellido cualquiera. En cada página podían anotarse hasta cuatro bautizos. Pero en este caso las referencias hechas por don Pedro Pablo de la Carrera ocuparon la página entera, consignando numerosas informaciones completamente impropias en un acta bautismal y alterando, con la individualización del padre y el silenciamiento del nombre de la madre, la costumbre observada para estos registros. 191 R evista L ibertador O’ higgins No está, pues, desacertado don Luis Valencia Avaria cuando supone que D. Bernardo, al conocer la copia del acta asentada en el libro bautismal de la parroquia de Talca, pudo suspender o dar por terminadas las gestiones de legitimación33. Sin duda de tanto o mayor mérito que las declaraciones de Delfín y Martínez de Rozas era, como elemento probatorio para los fines de la legitimación, el acta de su fe de bautismo. La incorporación de copia de este documento a una posible solicitud de legitimación debió ser considerada como una prueba esencial. La presentación de una solicitud comprensiva de la legitimación y los títulos nobiliarios podía entrabar los trámites que don Tomás O’Higgins Weich había iniciado, probablemente con información al propio don Bernardo. Cabe admitir, también, que don Tomás, en conocimiento del Acta de Bautismo que probaba la filiación de su primo, se haya desistido de la pretensión de heredar los títulos nobiliarios del tío. En todo caso, estas gestiones de don Tomás hacen excepción a la conducta de amistad y buena relación con su primo, que después observó por varios años. Don Bernardo era inclinado a guardar y archivar documentos, incluso aquellos que podían traerle recuerdos ingratos, como el cuaderno copiador de sus cartas juveniles. Parece natural, entonces, que hubiera guardado como un documento precioso la copia del Acta Bautismal. Pero don Benjamín Vicuña Mackenna no halló tal documento, ni referencia alguna a él, en los “10 cajones” que componían la carga de “dos carros” en que se guardaba el Archivo del Prócer y que le fueron entregados por su hijo Demetrio34. Nuestro historiador no pudo determinar con exactitud la fecha en que don Bernardo nació y que se precisa en el documento parroquias aludido. Sólo señaló que tal nacimiento Don Bernardo realizó, efectivamente, los trámites administrativos y judiciales preliminares que hemos conocido con el fin de obtener su legitimación. Sin embargo, la presentación de la solicitud ante la Corte, el eventual término y el resultado de estas gestiones tienen referencias autorales apreciablemente distintas. Entre los contemporáneos del prócer estaba bastante generalizada la idea, de que éste realizó con éxito el procedimiento establecido para impetrar dicha gracia. El párrafo final de la notable declaración de don Isidro Peña, español que viajó junto con don Bernardo desde Cádiz a Valparaíso, el año 1802, y que reproduce Claudio Gay, indica lo siguiente: “El señor don Nicolás de la Cruz, apoderado de don Ambrosio O’Higgins, se presentó al Rey de España en 1804, pidiendo la legitimación de don Bernardo, la que obtuvo, tomando desde entonces el apellido O’Higgins, pues antes usaba el de Riquelme, bajo el cual vino en la fragata Aurora”35. El General José María de la Cruz, agrega más datos: 33VALENCIA AVARIA, Luis: Bemardo O’Higgins. Buen genio de América, Ed. Universitaria, 1980, p. 45. 34VICUÑA MACKENNA, Benjamín: Vida del Capitán General don Bemardo O’Higgins. Ed. del Pacífico, 1976, p. 41. 35FELIU CRUZ. Guillermo: Correcciciones históricas... pp. 303-304. 192 E dición conmemorativa del B icentenario “Se dirigió a España para comprobar su origen y descendencia y que se le reconociese como hijo del Virrey y que se le autorizase para llevar su apelativo. Esto lo alcanzó, mas no la herencia de los títulos”36. La opinión de Isidro Peña y del General de la Cruz es particularmente demostrativa de la creencia predominante entre los contemporáneos de don Bernardo sobre su legitimación. Historiadores de la talla de don Miguel Luis Amunátegui adhieren a tales estimaciones, aunque varían en la oportunidad y el procedimiento seguido: “Don Bernardo no se conformó con el agravio que el Virrey le infería en su testamento. Estaba precisamente en España de vuelta ya de Inglaterra para su patria, cuando supo la muerte del ilustre y altivo Marqués, y sin tardanza entabló reclamación ante la corte por el apellido i los títulos de su padre. Se le concedió que se llamara O’Higgins y no Riquelme, pero no se le permitió que fuera barón ni marqués. Sin desanimarse por una primera tentativa, don Bernardo persistió, cuando un ataque de fiebre amarilla, le puso a la muerte, pero quedó muy quebrantado. La debilidad de su salud y la disminución de sus recursos pecuniarios, le obligaron a desistir de sus reclamaciones i le hicieron regresar a Chile al año 1802”37. Es bastante improbable que, según afirma don Isidro Peña, don Bernardo haya recurrido a su antiguo apoderado en Cádiz, don Nicolás de la Cruz, para presentar ante el Rey de España una solicitud de legitimación. Los vejámenes sufridos en la casa del rico comerciante talquino marcaron un definitivo distanciamiento e incomunicación entre ambos, a pesar del notorio cambio en el trato que recibió después de la muerte de su padre. Los informes negativos sobre la conducta del joven, que don Nicolás hizo llegar al Virrey dos años antes que extendiera su testamento, pudieron influir, según el probable juicio de don Bernardo, en el maltrato recibido en Cádiz y en la renuencia de su padre a dar respuesta a sus cartas. En el archivo del prócer no hay documento alguno que contenga referencias a De la Cruz, salvo las menciones del extraviado cuaderno copiador de su correspondencia de Inglaterra y Cádiz. Y este no menciona a don Bernardo en sus escritos, salvo una brevísima referencia epistolar en que lo nombra como “el Director O’Higgins”38. La frase del General De la Cruz “se dirigió a España para comprobar, etc.”, podría entenderse, naturalmente, como la elevación de su petitorio escrito a la Corona y no como un viaje a España realizado con esa finalidad, a pesar de que el texto literal de la oración contiene la idea de un traslado a la Península, hecho que no se llevó a efecto. Amunátegui propone otra solución, al indicar que don Bernardo inició este trámite de la legitimación en España, antes de viajar a Chile. Y agrega algo completamente nuevo: que obtuvo la legitimación, pero no los títulos nobiliarios; que porfió en su reclamación y que desistió de sus peticiones, luego de enfermar de fiebre amarilla. 36AMUNATEGUI REYES, Miguel Luis: Don Bernardo O’Higgins, Ed. imprenta Universitaria. 1917, p. 19. 37AMUNATEGUI REYES, Miguel Luis: La Dictadura..., pp. 32-33. 38IBAÑEZ VERGARA, Jorge: Don Nicolás de la Cruz, el Conde de Maule. Ed. Universidad de Talca, 1997, p. 262. 193 R evista L ibertador O’ higgins El señor Amunátegui equivoca, en todo caso, la época de estas gestiones supuestas, asegurando que ellas se habrían iniciado y concluido con éxito respecto del uso del nombre, desistiéndose del reclamo de los títulos, después de una segunda tentativa, y luego del ataque de la fiebre amarilla. Los trámites de legitimación, si seguimos a Amunátegui, debieron iniciarse y concluirse en 1800 o antes, ya que la epidemia de fiebre amarilla que afectó a don Bernardo corresponde a la que azotó a Cádiz ese año. El historiador no reparó en que el Virrey vivía, entonces, en buen estado de salud y aún sin los sobresaltos del relevo. Obviamente, cualquiera gestión posible, si alguna existió, sólo pudo ser hecha luego que la muerte del Virrey fue conocida. Y aún si tales trámites se hubieran iniciado después de marzo de 1801, don Bernardo carecía por completo, en España, de antecedentes que probaran su condición de hijo del Virrey muerto. La cláusula testamentaria, a pesar de disponer el más importante legado en su favor, era del todo un insuficiente medio de prueba, aún en copia autorizada del testamento que, como sabemos, sólo conoció en Chile, a su regreso. Únicamente cabía, en tal oportunidad, la prueba testimonial y la fe de bautismo, instrumento de cuya existencia sólo se impuso después de las gestiones de su legitimación iniciadas en Chillán y seguidas, luego, en Concepción. Barros Arana supone, en tanto, que estas gestiones fueron efectivamente iniciadas en Lima. “Cuando don Bernardo O’Higgins entró en posesión de los bienes legados por su padre obteniendo, según se dice, declaración judicial para usar el apellido de éste, solicitó desde Lima el rescripto de legitimación que el Rey podía conceder por la ley 17, part. 4 del Código de las Siete Partidas. (El “rescripto” es la decisión de un Soberano para resolver una consulta o respaldar a una petición.) “Aunque estas leyes establecían reglas para la legitimación, estableciendo que no podían obtenerlas los hijos de padres que tenían impedimentos para contraer matrimonio, ya fuese porque eran casados, ya por ser sacerdotes, en la práctica había mucha relajación, y por Real Cédula de 21 de Diciembre de 1800 se había establecido una tarifa de los derechos que debían pagar los que poseyendo esta doble irregularidad pretendieran ser legitimados. La Legitimación (legislación dice el texto) era, pues, una gracia que se vendía para procurar fondos al tesoro real. La ilegitimidad de don Bernardo O’Higgins, hijo natural de padres solteros, no tenía esas irregularidades. Sin embargo éste, ignoramos por qué causa, no obtuvo el rescripto real que había solicitado”39. No obstante, el propio Barros Arana plantea sus dudas acerca de los trámites de legitimación en España: “Dos individuos altamente colocados, el asesor de la Intendencia doctor Juan Martínez de Rozas, el 26 de Abril, y el teniente coronel don Tomás Delfín, el 21 de Julio, declararon cuanto sabían sobre el nacimiento de don Bernardo y sobre la protección que debió a su padre. Ignoramos si este expediente fue remitido a España; pero sí 39FELIU CRUZ, Guillermo: Conversaciones históricas..., p. 292. 194 E dición conmemorativa del B icentenario sabemos que, por causas que nos son desconocidas, el rescripto de legitimación no fue despachado jamás”40. Sergio Fernández sigue a Amunátegui, sin expresar el lugar en que inició las gestiones. “Don Bernardo nunca se conformó con el agravio. Oportunamente entabló el respectivo reclamo ante la Corte de Madrid, solicitando la autorización para usar el apellido y disfrutar los títulos del Virrey. La Corte accedió a lo primero, pero no le permitió en cambio que se llamara Barón ni Marqués”41. Los autores más recientes, como Valencia Avaria, siguiendo a Barros Arana, desestiman las gestiones españolas y no coinciden en los resultados finales de la gestión: “En los días que fue a Lima a tratar con los albaceas, inició en esa capital un expediente para legitimar su apellido”. “Puede creerse, aunque no lo reclamó expresamente, que el hijo pretendió rescatar tal baronía (la de Balienary) concedida a don Ambrosio “para sí, sus hijos, herederos y sucesores legítimos”. “Se ignora, sin embargo, el resultado de tales diligencias, concluidas en Septiembre de ese año (1806), las que bien pudo no proseguir, por haber conocido el texto de la partida de bautismo extendida en Talca donde constaba ser hijo de Ambrosio O’Higgins”42. El único y débil antecedente que indica la preocupación de don Bernardo por los títulos nobiliarios, aparte de la solicitud de “la gracia de la legitimación y demás que haya lugar” que menciona el escrito presentado en Chillán el año 1806, es la carta que ese mismo año envía a don José de la Cruz, apoderado de su primo Tomás O’Higgins, en la liquidación de la herencia del Virrey. En ella aparece firmado como Bernardo O’HIGGINS DE BALLENAR, en un propósito muy evidente de vincular su nombre a la baronía de don Ambrosio43. Valencia Avaria acierta en la idea de un posible desistimiento o abandono de las gestiones de la legitimación “por haber conocido el texto de la partida de bautismo extendida en Talca”; pero cae en error y confusión al referirse a los títulos nobiliarios44. Los escritos conocidos para la constitución de pruebas destinadas a la legitimación no hacen, en efecto, una referencia explícita al reclamo de los títulos nobiliarios, cuestión que no sería otra cosa que una derivación del beneficio principal. En tal caso se habría rescatado no sólo la Baronía de Balienary, como señala Valencia Avaria, sino que, con más razón, el Marquesado de Osorno. La cédula real que concedió la baronía a don Ambrosio, señala que la merced del título es “para sí, sus hijos, herederos y sucesores legítimos”, mientras 40BARROS ARANA, Diego: Historia... Tomo XI, p. 685. 41FERNÁNDEZ LARRAÍN, Sergio: O’Higgins, p. 22. 42VALENCIA AVARIA, Luis: Bernardo O’Higgíns..., p. 45. 43Archivo de don Bernardo O’Higgins, Tomo 1, pp. 45-46. 44VALENCIA AVARIA, Luis: Bernardo O’Higgins..., p. 45. 195 R evista L ibertador O’ higgins que el marquesado de Osorno se le extendió “para sí, sus hijos, herederos y sucesores”. Sin embargo, no puede ignorarse, como lo señala Valencia Avaría, que la ley de recopilación “declara que las legitimaciones no se extienden a hidalguía”45, circunstancia que habría tornado inocua toda pretensión de don Bernardo sobre los títulos nobiliarios de su padre. Nuestras conclusiones difieren de la generalidad de las opiniones dadas a conocer precedentemente. Las afirmaciones, como las del General De la Cruz y de Amunátegui, que respaldan la iniciación de los trámites de la legitimación en España o a través de don Nicolás De la Cruz, después de su regreso a Chile, como lo señala don Isidro Peña, o aquellas que sostienen su inicio en Lima, como Barros Arana y Valencia Avaria, durante su viaje el año 1803, destinado a lograr la entrega de su legado, no pasan de ser especulaciones, tentativas débiles en la búsqueda de una explicación satisfactoria, que se derivan del desconocimiento y el análisis superficial de los documentos referidos a tema. Don Bernardo careció de pruebas en qué sustentar la solicitud de legitimación, durante su residencia española. El testamento de su padre, que lo beneficiaba en calidad legatario, era ineficiente como acreditivo de su Parentesco. Tal instrumento, además, sólo fue conocido por don Bernardo a su regreso a Chile. Por otra parte el objetivo primordial del viaje a Lima fue conseguir la entrega del legado que lo beneficiaba como “Bernardo Riquelme” y en cuyo trámite se procuró el apoyo de don Tomás Delfín, uno de los dos deponentes conocidos en los trámites judiciales efectivamente realizados el año 1806. Las relaciones de don Bernardo con don Nicolás De la Cruz fueron inexistentes desde su retorno a Chile y la brecha separadora de esas relaciones, definitivamente insalvable. Si la solicitud del Rescripto Real se hubiera presentado en alguna de las ocasiones supuestas, salta a la vista la inconsecuencia de una solicitud sin pruebas concluyentes de respaldo, las que sólo se obtendrían varios años después. Las conjeturas de los autores que no tuvieron acceso a los documentos que dejan constancia de las gestiones judiciales realizadas en Chillán y Concepción, pueden justificarse en este desconocimiento. Pero a partir de la publicación de la solicitud presentada por don Bernardo ante el Alcalde de Chillán y las dos siguientes ante el Intendente de Concepción, relativas al rescripto de legitimación, las conclusiones deben ser otras. El estudio de Raúl Silva Castro, “Piezas para la legitimación de O’Higgins”, al desconocer la existencia del escrito presentado por don Bernardo en Chillán, no hace más que apoyar la idea, bastante peregrina, de una posible solicitud ante la Corte de Madrid, pendiente por falta de pruebas. El documento dirigido al Alcalde de Chillán nos parece de la mayor importancia, ya que en él radica, a nuestro juicio, la principalísima aclaración de que a esa fecha, en los meses iniciales de 1806, aún no había hecho petición alguna a las Cortes. 45VALENCIA AVARIA, Luis: Ob. cit., p. 45. 196 E dición conmemorativa del B icentenario La solicitud presentada en Chillán es, procesalmente, un trámite judicial y administrativo, preparatorio de una petición pendiente de su presentación por falta de apoyo documental. Así, los términos “instancia pendiente” empleados en los dos escritos hechos en Concepción, adquieren con toda propiedad la denotación de solicitud, trámite o gestión por iniciarse. Aun así, la terminología usada en las dos peticiones cursadas en Concepción pudo tener el propósito deliberado de inducir a la creencia de que la solicitud pertinente ya se encontraba tramitándose en España, haciendo más justificable la prueba testimonial solicitada. Sin embargo, la intención probable de usar este recurso ha confundido también a algunos de nuestros autores. 197 R evista L ibertador O’ higgins 198 E dición conmemorativa del B icentenario SAN MARTÍN SIN MITOS: BREVE BIOGRAFÍA DEL AMIGO DE O’Higgins, CRUCIAL EN LA LIBERACIÓN DE TRES PAÍSES Yerko Torrejón Koscina 1 INTRODUCCIÓN El presente trabajo reseña la vida del General José de San Martín, incorporando todos aquellos hechos que el autor estima relevantes para aproximarse a un conocimiento básico del militar más importante en la lucha independentista de América del Sur. Se recoge información de biógrafos, publicaciones y fuentes ya conocidas y presenta en forma cronológica, sintetizada y tan despojada del tentador incienso como puede ser posible frente a un personaje de su estatura histórica. No se pretende presentar novedades para eruditos, sino ofrecer una visión lo más completa posible, pero breve y fácil de seguir, de manera, que sirva al lector como punto de partida hacia conocimientos más detallados y profundos. UNA FAMILIA DE SOLDADOS SE GESTA EN YAPEYÚ José Francisco de San Martín Matorras nació el 25 de febrero de 1778 en Yapeyú, pueblo situado en la hoy argentina de Corrientes. En aquella época, el centro poblacional jesuita Nuestra Señora de los Reyes Magos de Yapeyú, con unos 800 habitantes, era capital del departamento de Yapeyú de la provincia de Misiones, integrante del Virreynato del Río de la Plata. El río Uruguay, limítrofe hoy, cruzaba esa provincia, que comprendía por el oriente parte del actual estado de Río Grande, en el Brasil. Diez años antes, los jesuitas habían sido expulsados de América y los indígenas guaraníes educados por ellos habían quedado desprotegidos de los bandeirantes, bandidos del imperio portugués que venían a cazarlos para venderlos como esclavos. El padre de José Francisco, Capitán del Ejército Español don Juan de San Martín y Gómez, natural de Villa de Cervatos en el reino de León, había sido destinado a esa localidad como Teniente Gobernador. Provisto de armas y tropas y con jurisdicción sobre los vecinos pueblos de La Cruz, San Borja y Santo Tomé, debía afirmar la soberanía 1 Yerko Torrejón Koscina, Ingeniero Civil de Minas, Consejero Nacional Tesorero del instituto O’Higginiano de Chile, actual Director de la Junta Directiva de la Universidad Mayor de Santiago, ex rector de la Universidad Católica del Norte, ex presidente de la Junta Directiva de la Universidad de Antofagasta, ex rector de la Universidad de Magallanes. 199 R evista L ibertador O’ higgins española frente a las pretensiones portuguesas, proteger a los indígenas de los bandeirantes y completar la expulsión de los jesuitas, regularizando la vida de la localidad con los padres dominicos que habían reemplazado a aquellos. Para cumplir la misión, tres años atrás se había trasladado con su esposa, doña Gregoria Matorras del Ser, sus dos hijos varones y su hija María Helena. En Yapeyú nacieron Justo Rufino y, finalmente, José Francisco. Anotemos ya que todos los varones de esta familia fueron soldados profesionales: Manuel Tadeo, Coronel de Infantería muerto en 1851; Juan Fermín, Comandante de Húsares de Luzón, muerto en Manila en 1822, y José Francisco, General de Ejército en tres países. En Yapeyú, lugar apacible, con rica vegetación, ganado y coloridas aves, transcurrieron los primeros cinco años de la vida de José Francisco, al cuidado de su madre y de Juana Cristaldo, su niñera india que lo cuidó con cariño y diligencia, permitiéndole disfrutar plenamente de esos años en que, escondiéndose en barracones, establos y bodegas, ya mostraba cuanto era atraído por armas, monturas y caballos. Los dominicos habían reemplazado a los jesuitas expulsados, por lo que el padre dominico Francisco de la Pera, el mismo que anotara su partida de nacimiento, llevaba la educación de los hijos del Gobernador. LA FAMILIA SAN MARTÍN MATORRAS SE TRASLADA A BUENOS AIRES Los años en Yapeyú fueron los mejores en la carrera del padre de San Martín, tanto por su posición de Gobernador como por sus notables realizaciones y aportes al progreso local. El aprecio que ganó en su mandato se reconoce en los escritos en que los vecinos, indios, mestizos y españoles deploraron públicamente las órdenes del Virrey Vértiz para que se hiciera cargo de la instrucción de oficiales voluntarios españoles en Buenos Aires. Aunque los historiadores no coinciden en el dato preciso, la familia San Martín Matorras debe haber pasado al menos un año en Buenos Aires. Allí José Francisco asistió a una escuela primaria en letras y pudo sentir cuán respetada era su familia, emparentado por su madre Con la acaudalada e importante familia de Jerónimo Matorras, hijo del conquistador del Chaco y primo de doña Gregoria. También pudo sentir el cariño y respeto de los vecinos hacia su padre, a quien hasta el Virrey privilegiaba con su atención en las grandes conmemoraciones religiosas o patrióticas. LA FAMILIA SAN MARTÍN MATORRAS DE VUELTA A ESPAÑA Cuando se produce el desplazamiento del Virrey Vértíz, don Juan de San Martín, por los lazos de amistad que tenía con él, junto con otros oficiales españoles considerados “excedentes de los cuadros rioplatenses”, se embarcó en la fragata “Santa Balbina” de vuelta con toda su familia a España, desembarcando en marzo de 1784 en Cádiz y partiendo a establecerse en Madrid para conseguir alguna destinación. Allí deambuló un año y medio haciendo antesalas en las oficinas de la burocracia sin ningún apoyo palaciego, confiado en su hoja de servicios y en la comprensión de las autoridades para obtener lo que merecía por su desempeño en ultramar. Volver a América era su anhelo y el de doña Gregoria, pero estaban 200 E dición conmemorativa del B icentenario dispuestos a aceptar cualquier cosa, mas sólo recibieron apatía, indiferencia y reiteradas negativas de invisibles oficinistas. Finalmente, buscó entre los apellidos poderosos hasta que alguno, por sacarse de encima este “excedente”, firmó su retiro sin ascenso alguno, obligándolo a salir de Madrid para ir como ayudante supernumerario a Málaga. Los ESTUDIOS EN MADRID Y MÁLAGA En Málaga, mamá Gregoria estuvo yendo con sus hijos a la Escuela de las Temporalidades, que funcionaba en el disuelto colegio de los jesuitas, para que allí completaran sus estudios de ortografía, gramática, aritmética y otras disciplinas. Posiblemente, durante el penoso peregrinar de su padre por las oficinas madrileñas, el futuro General San Martín, con 6 años y un mes al llegar a España, habrá ido al Seminario de Nobles de Madrid u otro colegio por dos años, y después en Málaga, a la escuela de Temporalidades entre los 8 y los 11 años 4 meses y 25 días, edad a la que ingresó como cadete el Regimiento de Infantería Murcia, según se desprende de la fecha registrada en su hoja de servicios al ejército español: 21 de julio de 1789. Vicuña Mackenna ubica el viaje de los San Martín Matorras a España en 1786 año en que José Francisco habría entrado con 8 años de edad al Seminario de Nobles de Madrid, donde dice que permaneció sólo dos años, quedando un año y medio sin dato educacional. Mitre coincide con Vicuña Mackenna, explayándose sobre el Seminario de Nobles, al que sindica como “una institución esencialmente aristocrática, cuyo objetivo declarado era la educación de la nobleza del reino”. Busaniche señala 1783 como el año en que la familia San Martín Matorras deja el continente americano e indica que José Francisco estuvo 3 años en un colegio, lo que dejaría un vacío de 3 años sin educación formal hasta completar los 11 años de edad en que, todos coinciden, entró al Regimiento de Infantería Murcia para iniciar su carrera militar. De todos esos datos discrepantes, se han adoptado los de Agustín Pérez Pardella, más actuales, precisos y concordantes con las fechas y con la realidad económico-social del padre de San Martín. Estos primeros once años tienen que haber influido decisivamente en el sentirse americano que fue cristalizando en el alma de José Francisco hasta llevarlo de vuelta a América a trabajar por su liberación. CADETE EN EL REGIMIENTO DE INFANTERÍA “MURCIA” En Málaga, don Juan de San Martín volcó su tiempo y su dinero a la educación de sus hijos. A los mayores ya los tenía encaminados como cadetes en el regimiento de Infantería “Sangriento”, de Soria, y lo mismo pensaba para José Francisco, pero este le había tomado cariño a un uniforme blanco, con cuello y botamangas azules, botones de plata, bandoleras blancas cruzadas y fuerte cartuchera con las armas reales. Un llamativo cordón de plata distinguía a, los cadetes. El uniforme era el del “Leal” de Infantería de Murcia, donde servían varios distinguidos oficiales que habían estado en el Río de la Plata y ese era realmente el atractivo que entusiasmaba al menor y más callado de los San Martín. Años más tarde aquel uniforme sería el del Regimiento de Granaderos de a Caballo, 201 R evista L ibertador O’ higgins obra de San Martín, su columna vertebral en la liberación de Argentina, Chile y Perú. A pesar del costo de la educación militar en el Murcia, “seis reales de vellón por día para alimentos y correspondientes asistencias”, los padres de San Martín vieron que la inscripción era posible porque ya no era obligatorio el título nobiliario para ingresar ni el aspirante heredaba la jerarquía militar de su padre. Su hijo cumplía los nuevos requisitos de “ser hijo de capitán cuando menos y tener cinco años de estudio y aprendizaje”, y los señores “Jueces y Justicia” agregaron el certificado de limpieza de sangre para demostrar que el aspirante era “sin mezcla de judíos ni moros ni penitenciarios por el Santo Oficio”, según la constancia que figuraba en la escuela local de las Temporalidades, por lo que hicieron el sacrificio económico y cumplieron la aspiración de José Francisco. Con poco más de 11 años, el cadete había ingresado a las aulas del Murcia con algunas nociones de francés y latín, comenzando a sobresalir en esgrima, equitación y aritmética. Junto con sus compañeros tuvo acceso al conocimiento de las más famosas campañas de grandes militares: César, el Marqués de Santa Cruz, con sus temibles once volúmenes de reflexiones militares, por supuesto, nada atractiva para los entusiastas cadetes; y las inevitables y pomposas publicaciones técnicas de las guerras de Federico el Grande, en veintiséis planos que comprendían las batallas campales y grandes acciones ocurridas en las tres guerras de Silesia. Pero los cadetes se entretenían más con la loca campaña de Marco Antonio en Egipto junto a Cleopatra y discutían fuera de programa en los recreos sobre las causas que movieron a Aníbal a seguir de largo ante Roma, habiendo estado a sus puertas. BAUTISMO DE FUEGO EN África La primera destinación del cadete José Francisco fue en 1791, a Melilla, África, en la guerra contra los moros. Allí, durante cuarenta y nueve días, supo lo que era estar en guardia en terreno enemigo, con el arma apuntada, viviendo la tensión del ataque posible en cualquier minuto. Posteriormente fue trasladado a Mazalquivir, todavía sin entrar en acción, y después pasó con su batallón a reforzar la guarnición de Orán, cerca de Zama y de las ruinas de Cartago, escenarios asociados a grandes guerreros de la antigüedad: Julio César, Catón, Escipión y Aníbal. Allí, el 25 de junio de 1891, en los escombros de Orán, destruida por un terremoto, tuvo su bautismo de fuego. En esa acción mandaba la artillería española el joven teniente Luis Daoíz, de cuyo papel histórico se sabría más tarde. A los 13 años de edad, San Martín se vio, durante treinta y tres días, sometido al insomnio, hambre, balas, llamas y arremetidas de los moros, “sosteniendo la plaza hasta hallarse convertida en un montón de ruinas”. Sus superiores dejaron constancia de su desempeño y, aunque lo vieron muy joven, accedieron a su pedido de pasar a la compañía de granaderos para luchar junto a hombres hechos en y para la lucha hasta que Madrid firmó la paz con Argel. San Martín, todavía cadete, callado, estudioso y reservado, había vivido la derrota española en África y fue testigo de la entrega de la guarnición a los moros 202 E dición conmemorativa del B icentenario después de 200 años de dominación cristiana. Muchos de sus compañeros murieron o quedaron mutilados, pero él, siempre con los comentarios sobre la vida de Aníbal y planos de sus batallas en su equipaje, pudo regresar entero al Murcia en Málaga, donde la superioridad, por su desempeño en África, le reemplazó el cordón de plata, fusil y bayoneta de cadete, por las charreteras y espada de oficial: el 19 de junio de 1793, con poco más de 15 años, recibe despacho de segundo subteniente. GUERRA CONTRA LA FRANCIA REVOLUCIONARIA: UNA GRAN ESCUELA PARA SAN MARTÍN En 1793 se estaba desarrollando la guerra de Carlos IV de España contra la Francia revolucionaria que había guillotinado a Luis XVI. El regimiento Murcia pasa a integrar el ejército de Aragón y luego el de Rosellón, al mando del general Ricardo, para combatir a los franceses. Según Mitre, este general “era el más táctico e inspirado de los generales españoles de aquella época y el que con más heroicidad sostuvo por un tiempo el honor de las armas españolas contra los más hábiles y valerosos generales franceses. En esta escuela aprendió San Martín muchas lecciones que aplicaría después”. Ricardo, tomando la iniciativa de la campaña ante la amenaza de invasión, se adelanta, atraviesa los Pirineos y penetra en el Rosellón cuando nadie le esperaba allí, venciendo en las batallas de Masdeu y Truilles con movimientos atrevidos y bien combinados. No obstante la ventaja inicial, tuvo que replegarse, mostrando también en eso sus dotes de buen general, tanto en la resistencia como en la retirada que siguió más tarde. Estrechado en nueva posición, rechazó triunfante tres ataques generales y once combates parciales a que lo provocó el célebre general Dagobert. En la mayor parte de estos combates se encontró y distinguió San Martín, especialmente en la defensa de Torre Batera, de Cruz del Yerro, ataque a las alturas de San Margal y baterías de Villalonga (octubre de 1793), así como la salida de la Ermita de San Lluc y acometida al reducto artillado de los franceses en Banyls del Mar (noviembre de 1793). San Martín se halló presente en la ofensiva de diciembre en que Ricardo se apoderó del castillo de San Telmo, de Port Vendres y de Colionvre, batiendo una división del enemigo al que llevó hasta las puertas de Perpiñan. También, muerto el General Ricardo, estuvo en la posterior defensa de estas plazas. Su hoja de servicios registra que “estuvo en el ataque que dieron los enemigos en Port Vendres el 3 de mayo de 94, en el que dio a sus baterías el 16, subsistiendo en la defensa hasta la rendición de Colionvre, el 28 del propio mes”. Por las acciones guerreras su hoja de vida registra el ascenso a Primer Subteniente el 28 de julio de 1794 y a Segundo Teniente el 8 de mayo de 1795. Pero, más allá de las presillas merecidamente ganadas, vivir la guerra y observar planes, estrategias, tácticas y acciones de grandes generales, es el activo más valioso que su mente guardará para el futuro. Curiosamente, a San Martín le había tocado vivir otra capitulación española, ahora frente a los franceses. 203 R evista L ibertador O’ higgins GUERRA CONTRA LOS INGLESES EN LA ARMADA ESPAÑOLA La derrota ante los franceses aterrorizó a los españoles, quienes pensaron seriamente en trasladar su trono a las colonias americanas, como más tarde lo hicieron los portugueses. Afortunadamente para la futura independencia americana, la paz concertada con el Directorio y firmada en Basilea en 1795 mantuvo a los Borbones en Europa y devolvió a los soldados españoles a casa. A la paz de Basilea siguió el Tratado de San Alfonso en 1796, alianza entre españoles y franceses. Como estos entran en guerra con los ingleses, España también, lo que lleva a que el Regimiento Murcia de Infantería sea destinado a Valencia a servir en la armada española. A poco de perder a su padre en 1796, el Segundo Teniente San Martín es embarcado en la fragata “Santa Dorotea” donde habrá aprovechado para aprender lo relativo a la navegación y guerra náutica. En sus descansos habrá dedicado largas horas al estudio y análisis de casos concretos de las guerras y batallas que ha vivido, así como a aprender más sobre Roma y Cartago, en especial a partir de la conquista de España por los Barca. Saber más de Aníbal y del Cruce de los Alpes es ahora tema obligado, porque el cartaginés ha sido puesto de moda por las declaraciones de admiración sin reserva que le prodiga el invencible Napoleón Bonaparte. Además, las ideas de la Revolución Francesa cundían en España, mostrando el resplandor de nuevos caminos. El futuro general argentino Manuel Belgrano, en ese tiempo estudiando Derecho en España, recibió el influjo. San Martín anda por los 18 años, edad en que la formación del propio carácter, personalidad y visión del mundo están en plena marcha en cada hombre. El ya era capaz de percatarse que América del Sur podía tener su propio camino, como lo había logrado América del Norte. Seguramente habrá reflexionado mucho, y en su mente habrán reaparecido aquellas imágenes del Yapeyú de su niñez, con sus campos, árboles, flores y papagayos, sus indígenas tímidos y gente amable. Habrá puesto en la balanza todo eso más la consideración y respeto hacia, su familia en Buenos Aires frente al humillante deambular entre la burocracia fría e indiferente de España y la atmósfera asfixiante de Europa y habrá resuelto que su futuro estaba en América, pero su natural prudente y reservado no permitía aún saber su secreto. Trece meses duró la carrera naval de San Martín. El 15 de agosto de 1798 la fragata “Santa Dorotea”, de 958 toneladas y 4.2 cañones, protegiendo la retirada de las naves españolas hacia Alicante, empeñó combate contra el navío inglés “The Lyon”, de 1.374 toneladas y 72 cañones. Tras dos horas de combate reñido pero desigual, la “Santa Dorotea”, tuvo que rendirse. El heroísmo de los marinos y combatientes del Murcia fue reconocido hasta por el rival. Por tercera vez, San Martín volvía a ser desarmado por el destino, ahora personificado en los ingleses. GUERRA DE LAS NARANJAS Y ESA PUÑALADA EN EL PECHO Canjeado por prisioneros, vuelve a casa y, hasta 1801, San Martín pasa un período silencioso en el cuartel y en misiones dentro de España. Su hoja de servicio cita su participación en la campaña contra Portugal desde el 29 de mayo de 1801 hasta la paz. Se trata de la Guerra de las Naranjas, como se llamó a movilizaciones militares recordadas más como, una peligrosa humorada que 204 E dición conmemorativa del B icentenario como una guerra entre portugueses y españoles. (La reina tenía una corona con naranjas). Después de regresar a España, al salir de Valladolid, detectado como portador de la “caja militar” para pagar los gastos, fue víctima de un ardid de un grupo de salteadores para que se retrasara y viajara solo y así poder apoderarse de los 3.350, reales del regimiento. Se defendió, pero fue herido gravemente en el pecho. Cuando fue encontrado moribundo deliraba preguntando por “la caja”. La respuesta la tendría el sumario, pero primero estaba la urgente cirugía. Durante su larga convalecencia fue; investigado el hecho y se le condonó la deuda. Entonces San Martín sólo lamentaba esa puñalada en el pecho que lo anuló para seguir enfrentando a los asaltantes, pero después recordaría siempre el hecho como el más desdichado de su vida por sus frustrantes y sangrientas características. ADIOS AL MURCIA: CÁDIZ, EL CÓLERA Y OTROS EPISODIOS EN SU NUEVO REGIMIENTO El 26 de diciembre de 1802 recibe despachos de Segundo Ayudante y, después de más de trece años de servir en el Regimiento de Infantería de Murcia, lo deja para ir como Ayudante Mayor del Regimiento Batallón de Infantería Ligera de Voluntarios de Campo Mayor, cuando este cuerpo fue asignado a la guarnición de Cádiz. A su regimiento le toca participar en el bloqueo de Gibraltar. En 1804 una epidemia de cólera invadió el sur de Andalucía y alcanzó su mayor virulencia en la provincia y ciudad de Cádiz. Su participación en la campaña para combatirla habrá sido muy meritoria como para quedar consignada en su hoja de vida, a la par con sus acciones de guerra. El 2 de noviembre de ese año se registra su ascenso a Capitán. En 1807 el tratado de Fontainebleu, que repartía Portugal entre España y Francia, sacó a la guarnición de Cádiz de su inacción, llevándola no a batallas, pero sí a vivir en campamentos, Con arreglo al Tratado, 6.000 españoles debían penetrar a Portugal con los franceses. El mando de esta expedición fue confiado al General Solano, a la sazón Capitán General de Andalucía y Gobernador de Cádiz. El Regimiento de San Martín formó parte de esa expedición que se posesionó de Yélvez sin resistencia y sin que se presentara después la ocasión de disparar un solo tiro. Mitre anota que “las guerras entre portugueses y españoles –tan valientes como son– siempre tuvieron algo de cómico, desde la famosa batalla de la guerra de sucesión en que, entre los bagajes de un ejército de 9.000 hombres, se encontraron ¡15.000 guitarras!, hasta aquella ridícula guerra de las naranjas”. LA CHISPA DE LA INDEPENDENCIA SE ENCIENDE EN EsPAÑA Con la paz de Basilea en 1795 y el tratado de San lldefonso en 1796, España, dominada por la espada, era aliada forzosa de los franceses, debiendo hacer frente a todos aquellos que el Primer Cónsul, Napoleón Bonaparte, considerara sus enemigos. De allí arranca el desastre para España y su dinastía gobernante. Además de las batallas de los españoles en tierra y mares europeos, la guerra con los ingleses provoca incursiones de estos en los dominios españoles de ultramar y las invasiones al Río de La Plata en 1806 y 1807. Pero Napoleón no sólo arrastra a España a sus guerras sino, disgustado por el desempeño del rey 205 R evista L ibertador O’ higgins Carlos IV y su Ministro Godoy en el bloqueo continental, decide el cambio de dinastía en la Península. El rey y su hijo Fernando, el Heredero, son invitados a ceder el trono a José Bonaparte, hermano de Napoleón, puesto por este como soberano en Nápoles. Carlos IV, por odio al hijo que en ese momento usurpaba la corona y éste, por miedo, accedieron, pero el pueblo se levantó para impedirlo. Cautivos sus monarcas y fermentado en secreto el odio al extranjero, se produjo el estallido el 2 de mayo de 1808, pero fue reprimido sangrientamente con las bárbaras ejecuciones del Prado y otras que siguieron. Los fugitivos de la represión llegaron a 16 km de Madrid, camino a Extremadura, a la pequeña y desconocida Villa de Móstoles, cuyo alcalde, pobre, rústico, inspirado por el patriotismo, sin nociones siquiera de ortografía, trazó el llamado al alzamiento general de España que decía así: “La Patria está en peligro, Madrid perece víctima de la perfidia francesa: Españoles acudid a salvarla (mayo 2 de 1808). El Alcalde de Móstoles”. El llamado anónimo resonó como un trueno en Europa y fue la primera señal de la caída del Imperio Napoleónico. EN LA REBELIÓN POPULAR DE CÁDIZ El mensaje del anónimo alcalde llegó con rapidez prodigiosa hasta las últimas provincias, en la frontera con Portugal, donde se hallaba el General Solano, cuyo primer impulso fue marchar a Madrid, pero, sofocado el pronunciamiento del 2 de mayo y confirmado en su puesto por los franceses, se situó en Cádiz, sede de su Gobierno. Instalada la Junta de Sevilla, “en nombre del Rey Fernando y la Nación”, instó a Solano a que se pronunciara apoyando la insurrección general, pero éste tuvo una actitud vacilante, emitiendo el 28 de mayo, un bando impreciso en que condenaba la insurrección pero apoyaba el alistamiento nacional. No accedió tampoco a la petición popular de atacar a la escuadra francesa surta en Cádiz. Considerándolo traidor, una muchedumbre atacó el palacio, forzó las puertas y lo asesinó bárbaramente. El subteniente José Ordóñez intentó una heroica defensa, pero fue superado. El Ayudante y Jefe de la Guardia, Capitán José de San Martín, ausente por una misión en León, llegó tarde para hacer algo y él mismo casi perece a manos de la multitud enardecida. Pérez Pardella relata que fue atacado y se defendió hasta que se quebró su espada, huyendo entonces hasta una iglesia, donde la feliz coincidencia de haberse juntado un decidido sacerdote capuchino, un coro de angélicos cantores lanzando un aleluya y un sacristán esparciendo incienso, habrían aplacado a la multitud, logrando ser disuadida de cometer otro bárbaro crimen en la persona de San Martín. Mitre señala que, desde esa tragedia sangrienta, San Martín miró con horror profundo los movimientos desordenados de las multitudes y los gobiernos que se apoyan en ellos. CONTRA EL IMPERIO DE NAPOLEÓN: ARJONILLA, BAILÉN Y EL RETIRO DEL EJÉRCITO ESPAÑOL El alzamiento general de España, precedido por la heroica muerte de su antiguo compañero Luis Daoiz, aquel teniente de Orán, y ahora, por la trágica 206 E dición conmemorativa del B icentenario muerte de su querido general Solano, encuentra a San Martín siempre en las Filas del Voluntarios de Campo Mayor. Ascendido a Ayudante Primero el 27 de junio de 1808 fue destinado al Ejército de Andalucía, que organizaba el general Castaños, incorporándose a la segunda División que comandaba el general Marqués de Coupigni. Se trataba de detener al general francés Dupont, quien avanzaba hacia Sevilla con sus poderosas divisiones asaltando pequeños poblados, robando y sometiendo por humillación o muerte a los pocos y mal organizados patriotas que, con fuerzas infinitamente inferiores, se le oponían. Con el mando, de las guerrillas sobre la línea del río Guadalquivir, San Martín protagoniza la Carga de Arjonilla, que Mitre llama “la primera hazaña y el primer ensayo de mando en Jefe del más grande general del Nuevo Mundo”. Vanguardias españolas incursionaban hacia la zona que había sido ocupada por los franceses. Un grueso destacamento francés de caballería recibió orden de cargar sobre una de esas avanzadas pero, al primer amago, esquivó el combate. Esa vacilación habrá sido una señal para el oficial español quien, con 21 jinetes y una pequeña guerrilla de infantería, los alcanzó por un costado. Superiores en número y no creyendo que con tan cortas fuerzas los acometieran, son sorprendidos por una carga arrolladora, sable en mano, que los pone en fuga, dejando 17 muertos. Refuerzos franceses vienen, aunque tarde, a ayudar a sus vencidos. Los españoles no pierden la calma: toman cuatro prisioneros, arrean los 15 caballos capturados y forman para recibir a golpes de sable a la caballería gala. El oficial español, ligeramente herido, se levanta y agradece al soldado que le salvó la vida, vuelve a montar, da cara al enemigo y pide lucha a muerte. Son veinte jinetes. pálidos, esperando esa fuerza de caballería de una cuadra de ancho por media de fondo que, súbitamente, se detiene: ¿Qué pasó?: Una vanguardia de infantería española y unos cuantos cañonazos frustran las intenciones de la caballería francesa y el oficial español, José de San Martín, autor del espectacular golpe, se repliega a sus posiciones. Cuando el general Coupigni recibe el parte de la acción, pide a ese oficial a su lado como Ayudante de Campo. El pequeño triunfo de Arjonilla fue precursor de la victoria de Bailén, el 18 de julio de 1.808, donde un ejército bisoño derrotó a las aguerridas tropas de Napoleón. San Martín es mencionado con distinción en la orden del día de la batalla de Bailén y, más tarde, con despachos de Teniente Coronel, recibió la Medalla de Oro que allí ganó por su comportamiento y que el Marqués de Coupigni le insta a usar en carta de 28 de septiembre de 1808. Napoleón, sin embargo, midió bien el alcance de esa derrota y, en diciembre del mismos año, llegó a Madrid para dejar afianzado en el trono a su hermano, después de arrasar todo a su paso con un ejército de 300.000 hombres. San Martín continuó en el regimiento Andalucía, participando en la desgraciada batalla de Tudela y sucesivos repliegues de las tropas españolas sobre Cádiz. En 1811 participó en la sangrienta batalla de Albuera, en que españoles, ingleses y portugueses, aliados y bajo el mando del General Beresford, batieron a los franceses. Es en esta batalla en la que San Martín de nuevo herido gravemente, “probando en sí el sable de los coraceros franceses”. 207 R evista L ibertador O’ higgins Tras su recuperación, en el mismo año, como comandante agregado, pasó a formar parte de los restos del regimiento Dragones de Sagunto, escapado del sitio de Badajoz, en el que su jefe, el coronel Menacho, rindió la vida. El emblema de ese regimiento tenía un sol cuyos rayos disipan nubes. Fue el último estandarteespañol bajo el cual combatió: Ese emblema y el blanco-celeste de su primer uniforme del Murcia irían después a la bandera argentina. EN LA HUELLA DE MIRANDA Francisco de Miranda (1750-1816), venezolano (hijo de padre español) vivió tempranamente las consecuencias de haber nacido en América. En aquella época los cargos públicos se otorgaban solamente a los nacidos en España, lo que provocaba gran resentimiento en los criollos hijos de los conquistadores, que se consideraban perjudicados, por sentirse con el mismo derecho. La sociedad criolla, irritada porque su padre, el acaudalado comerciante don Sebastián de Miranda, usara públicamente el bastón de mando de un regimiento de voluntarios que comandó, le exigió pruebas de nobleza para tener derecho a hacerlo. El Rey apoyó a don Sebastián, pero, en represalia, los criollos vedaron la entrada de Francisco a la escuela de cadetes. Con la humillación de este episodio a cuestas, el joven Miranda viajó a España y consiguió el blasón y papeles de nobleza de su familia. Luego, a la usanza de la época, compró una plaza de oficial y se incorporó al ejército español hasta que, destinado en La Habana, fue acusado de contrabandista por las dificultades de una misión en Jamaica, sufrió la persecución de las autoridades españolas y debió interrumpir su carrera militar. Por otra parte, a menudo recibía cartas de sus familiares en Caracas informándole sobre las arbitrariedades y terrible opresión española. En adelante, sería un enemigo de España y ferviente americanista. De La Habana se fue a Norteamérica, donde se relacionó con George Washington, el Marqués de Lafayette, John Adams y otros protagonistas de la liberación y posterior organización del nuevo país. De aquí nació su ideal de ver a los Estados de América del Sur liberados del yugo de España y reemplazado su sistema monárquico absolutista de gobierno por uno republicano, como el que veía desarrollarse en Norteamérica. Ese ideal lo harían realidad los jóvenes americanos hijos de españoles cuyas familias los mandaban a seguir la carrera de las armas u obtener mayor educación en Europa. Los grados académicos y militares que llevarían de vuelta a sus países les darían liderazgo sobre sus compatriotas. Para ellos América Libre era la Patria y no la España absolutista. Había que atraerlos y ganarlos para la causa, pero sin arriesgarlos frente a los espías de una Europa que no aceptaba perder el flujo de las riquezas desde América. De allí la genial idea de miranda de organizar la asociación para la libertad de América como una red de logias o sociedades con el mismo estricto secreto, reglas y rituales que la masonería empleó para sobrevivir en España frente a la Inquisición y terminar con el absolutismo en Francia. La asociación matriz “Gran Reunión Americana” la fundó en Londres, alrededor de 1897 y en ella, a lo largo de su existencia fueron iniciados Bernardo O’Higgins Riquelme de Chile; Carlos María de Alvear, Tomás Guido y Manuel Moreno, de Argentina; Simón Bolívar y Andrés Bello, de Colombia (entonces Venezuela, 208 E dición conmemorativa del B icentenario Nueva Granada y Quito), entre muchos otros de países americanos. Hacia 1808 estaba en pleno funcionamiento en España la “Sociedad de Lautaro o de Caballeros Racionales”, asociación secreta con vinculación a la matriz de Londres. Su logia Nº23 de Cádiz funcionaba en casa del Venerable Maestro, Teniente de Carabineros Carlos de Alvear, asistido por el ex marino José Matías Zapiola. Allí se habían afiliado también José de San Martín, José Miguel Carrera y, en el curso de los años, otros setenta sudamericanos, muchos de los que no se conocieron entre ellos. En los últimos años de su carrera militar en España, San Martín había ido comprometiéndose paulatinamente con la causa americana promovida por la logia hasta que, súbitamente, en 1811, como Teniente Coronel con una carrera brillante y el camino abierto a las mayores jerarquías militares, solicitó su retiro. Entre los motivos, temerariamente, puso por escrito que lo hacía porque “en una reunión de americanos en Cádiz, sabedores de los primeros movimientos acaecidos en Caracas, Buenos Aires, etc., resolvimos regresar cada uno al país de nuestro nacimiento al fin de prestarle nuestros servicios en la lucha que calculábamos se habría de empeñar” Lord Macduff, después Conde de Fife y amigo por el resto de sus días, fue confidente de sus proyectos y sentimientos en esa ocasión. DE VUELTA A BUENOS AIRES, VíA LONDRES La red de Logias de la Sociedad Lautaro o de los Caballeros Racionales, era el órgano político recolectar de talentos, voluntades y recursos para coordinarlos y dirigirlos a obtener la libertad y autodeterminación de los pueblos de América. Las preocupaciones y pretensiones de las cancillerías y servicios secretos de Francia, Inglaterra y Estados Unidos eran también aprovechadas por la logia para allegar medio hacia sus fines. Obtenido su retiro, el 6 de septiembre de 1811, ya estaba resuelto el retorno de San Martín y Alvear a América. El 14 de septiembre van a Londres, donde se integran a los trabajos de la logia en Grafton Street para organizar los planes y la partida. Lord Macduff había gestionado con Sir Charles Stuart los pasaportes. En Grafton Street, sede de la logia y casa de Miranda, San Martín se entrevista con él y con Andrés Bello, además de conversar con su confidente Tomás Guido, deseoso de saber sobre Simón Bolívar, a quien no conocerá sino años más tarde, en el histórico encuentro de Guayaquil. En la matriz de Londres se acuerda la creación de la Logia N° 7 de Buenos Aires, cuyo Venerable Maestro será Alvear. El 7 de enero de 1812, a bordo de la nave “George Canning”, embarcan San Martín, Zapiola, Alvear y su esposa Carmen Quintanilla, entre otros importantes pasajeros. Tres meses después, el 7 de marzo, tras burlar el bloqueo español, la nave fondea frente a Buenos Aires. A esa fecha, la Primera Junta de Gobierno establecida el 25 de mayo de 1810 había terminado reemplazada por el Primer Triunvirato: Bernardo Rivadavia, Chiclana y Juan Martín de Pueyrredón. 209 R evista L ibertador O’ higgins EL REGIMIENTO GRANADEROS A CABALLO Un frío análisis de la situación militar había mostrado a San Martín que la guerra, que para algunos debía concluir en la primera batalla ganada, apenas empezaba y que habría que combatir mucho y por muchos años a través de toda la América. Por su experiencia de soldado, sabía que en las guerras largas no se triunfa sin una sólida organización militar. Había visto que los ejércitos españoles, tantas veces derrotados a pesar de su heroísmo, ahora se habían retemplado con la disciplina inglesa con lo que España, una vez desembarazada de la guerra peninsular, podría enviar a América sus mejores tropas y mejores generales para sojuzgar sus colonias insurrectas. Frente a eso, la revolución militarmente mal organizada, los ejércitos carecían de consistencia, las operaciones no obedecían a ningún plan y no se preparaban los elementos para las grandes empresas que, necesariamente, habría que acometer. En una palabra: no existían una organización ni una política militar. Pero San Martín no se constituyó en un censor ni quiso inmiscuirse en la dirección de la guerra o planes de campaña, sino que se aplicó a la tarea que se había impuesto: Fundar una nueva escuela de táctica, disciplina y moral militar. Esa sería la firme base para todo. Alvear estaría en las gestiones y él en la acción. Dos semanas después de llegados a Londres, Alvear, de familia acaudalada, Venerable Maestro en la naciente logia, con gran influencia sobre la sociedad bonaerense y oído por el Triunvirato, obtuvo la firma del decreto que ordenaba la formación de un cuerpo de caballería, el Regimiento de Granaderos a Caballo. Para ello tuvo que vencer la desconfianza de quienes sospechaban que San Martín era espía español que, en cualquier momento, podría usar contra los criollos las fuerzas bajo su mando. San Martín era responsable único, comprometido su honor en llevar a cabo la empresa en el menor tiempo posible y de la manera más eficaz. Le auxiliaban el Sargento Mayor Carlos de Alvear y el Capitán José Zapiola, pero en los hechos tuvo que partir por entrenarlos a ellos. La formación de los primeros contingentes de este Regimiento, de la que San Martín se ocupó personalmente, hombre por hombre, es la piedra angular en que descansa el resto de su obra. Primero formó los oficiales que serían los monitores de la escuela bajo su dirección. Luego fue agregando hombres probados en las guerras de la revolución, que se hubieran elevado desde la tropa, pero cuidó que no pasaran de tenientes. Al lado de ellos creó un plantel de cadetes que tomó, primero de Yapeyú y luego del seno de las familias expectables de Buenos Aires, arrancándolos casi niños de brazos de sus madres. El mismo San Martín les enseñaba el uso de las armas, en especial el sable largo de los coraceros franceses y el dominio absoluto del caballo. Mitre hace una notable descripción de los criterios de selección, métodos de entrenamiento y técnicas para inculcarles los códigos de ética, moral y conducta militar. No puede desconocerse que la relación maestro-discípulo nacida de aquí debió ser muy poderosa. En reconocimiento, el gobierno le envió los despachos de Coronel del Regimiento Granaderos a Caballo. 210 E dición conmemorativa del B icentenario EL AMOR LLEGA A SU VIDA En 34 años de vida no se le conocieron amores a San Martín hasta que, en los encuentros sociales que le permitían los ratos libres de la preparación del Regimiento Granaderos a Caballo, conoció a la joven María de los Remedios Escalada Quintana, de catorce años de edad, hija del poderoso empresario inmobiliario Antonio José de Escalada. Al promediar el quinto mes de su arribo en la “George Canning”, apadrinado por Carlos Alvear y su esposa Carmen Quintanilla, de rodillas en el altar mayor de la Catedral de Buenos Aires, fue bendecido el matrimonio. Anotemos que, además de la hija que se llevó en matrimonio, San Martín se llevó a sus hermanos menores, Manuel y Mariano, al Regimiento de Granaderos para convertirlos en oficiales. El matrimonio lo vinculaba a lo mejor de la sociedad del país en ciernes, por lo que, vista la diferencia de edades y el carácter reservado y distante atribuido al militar, podría pensarse en un frío cálculo estratégico, pero veamos lo que escribió recordando su primer encuentro: ...“Nunca antes me había sucedido algo semejante, ni recuerdo ningún acontecimiento que produjera en mis sentidos el anonadamiento del esfuerzo de mi razón por controlarlos ni encontré palabras para explicar lo que en aquel momento se dio en mí a través de un desconocido y grato aturdimiento de emociones. Cuando la vi por primera vez no dije nada, tampoco supe qué decir y, tal vez, advertí tarde que cuanto me había sido impedido explicar con palabras salió de mí delatado, tal vez, por alguna exageración de mi mirada, pues cuando ella me dijo lo que no recuerdo que me dijo yo estaba pendiente de sus gestos con más emoción que lucidez... Esto que siento es cosa del alma y de la sangre. Nunca creí que esto podría pasarme a mí de esta manera y como se cuenta que le ha pasado a muchos hombres, y menos con una niña que por su edad, riqueza, delicadeza y distinción no te habría faltado quien le dijera lo que no supe decirle”... Obviamente no es un estratega el que habla, sino la atolondrada víctima de un flechazo fulminante. LA LOGIA DE EXPANDE Y MANIOBRA: CAMBIA EL TRIUNVIRATO No era San Martín un político, pero como militar y hombre de acción orientado a lograr la Independencia, vio que la revolución carecía de planes más eficaces de acción y hasta de propósitos claramente enunciados. En suma, lo político estaba tan mal organizado como lo militar y así lo expresaba con franqueza en las tertulias políticas de la época:... “Hasta hoy, las Provincias Unidas han combatido por una causa que nadie conoce, sin banderas y sin principios declarados que indiquen el origen y las tendencias de la insurrección. Preciso es que nos llamemos independientes para que nos conozcan y nos respeten”. Con esto se situaba entre los que reclamaban las medidas más adelantadas en el sentido de la independencia y de la libertad, incluyendo la convocatoria a un Congreso Constituyente. Pero se consideraba imprudente dejar que las fluctuantes deliberaciones populares decidieran los destinos del país y de América en general, siendo preferible organizar y disciplinar las fuerzas políticas para dar unidad, y dirección al movimiento revolucionario. 211 R evista L ibertador O’ higgins “Un núcleo poderoso de voluntades, una organización metódica de todas las fuerzas políticas que obedeciese a un mecanismo y una dirección inteligente y superior que dominase colectivamente las evoluciones populares y grandes medidas de los gobiernos, preparando sucesivamente entre pocos lo que debía aparecer en público como el resultado de la voluntad de todos”... Ese fue el plan que San Martín concibió y llevó a cabo, con la eficaz ayuda de Alvear y la logia como instrumento. Al comienzo, la logia no pudo tener en su seno al personal del gobierno, pero su influencia se ramificó a toda la sociedad y los hombres más conspicuos de la revolución por su talento, servicios y carácter, se afiliaron a la hermandad secreta. Los clubes y tertulias donde hasta entonces se había elaborado la opinión por discusión o influencias de círculo, se refundieron en ella. El Dr. Bernardo Monteagudo, abogado inteligente, de gran pluma y oratoria, que había promovido con ardor las asociaciones públicas, se transformó en el más activo agente de la logia, llevándole el concurso de toda la juventud que acaudillaba. Más tarde habría más noticias de él. Desde entonces, la influencia misteriosa de la logia empezó a extenderse por todo el país. El 24 de septiembre de 1812, el General Manuel Belgrano derrotó a los españoles en la batalla de Tucumán. No hablaba bien de la capacidad y energía del triunvirato el que este General, si hubiera hecho a la orden de Rivadavia, hubiera evitado la batalla. El 8 de octubre de 1812 más de 300 personas elevaron petición firmada al Cabildo solicitando “bajo la protección de las legiones armadas, la suspensión de la Asamblea y la cesación de los miembros del Triunvirato para que, reasumiendo el Cabildo la autoridad que el pueblo le había delegado el 22 de mayo de 1810, se crease inmediatamente un nuevo Poder Ejecutivo con la precisa condición de convocar una Asamblea verdaderamente nacional que fijase la suerte de las Provincias Unidas, jurando no abandonar su puesto hasta ver cumplidos sus votos”. Desde el día anterior, una multitud se había apostado frente al Cabildo y tropas de la guarnición habían tomado posiciones para que “se respetara la autoridad del Pueblo que había sido convocado a deliberar sobre su destino”. Al mando del Regimiento Granaderos estaban el Coronel San Martín y el Sargento Mayor Alvear. El Regimiento N° 2 iba al mando del coronel Ortiz Ocampo y la artillería a las órdenes del comandante Pinto. El Cabildo accedió a todo, declarando que la Asamblea tendría todo el poder para dictar una Constitución, y nombró a Juan José Paso, Nicolás Rodríguez Peña y Antonio Álvarez Jonte como nuevo Triunvirato para ejercer el Poder Ejecutivo, todo lo cual fue sometido a la sanción popular y aprobado por aclamación. Todo lo anterior estaba previsto: tanto el libreto como los actores del episodio eran de la Logia. Por primera vez San Martín participaba directamente en un movimiento revolucionario con la presión de la presencia de su Regimiento y apurando a los cabildantes: “Que no es posible ya perder un instante, que el fermento adquiere mayores proporciones y es preciso cortarlo de una vez...”. Si se mira bien, este movimiento ordenaba el proceso, llevando a la práctica el principio de Soberanía Popular en la exigencia a convocar a una Asamblea Nacional, rompiendo la supremacía de la capital, estableciendo igualdad de 212 E dición conmemorativa del B icentenario representación y derechos y dando el primer paso para formular la Constitución de las Provincias Unidas. EL COMBATE DE SAN LORENZO A fines de 1812 el escenario bélico se presentaba con el general Belgrano, provisoriamente dominando en el Norte, y el coronel José Rondeau controlando el sitio de Montevideo. Pero la flota española dominaba el mar e internándose río arriba por el Paraná, podía asolar las costas cañoneando y saqueando los pueblos ribereños. Profundizando estas incursiones y apresando los buques de cabotaje, podían debilitar el sitio de Montevideo aprovechando de abastecer de víveres frescos a la plaza, ya escasa de ellos. Para tales fines, organizaron un convoy corso, con una tropa de desembarco al mando del Capitán Juan Antonio Zabala. En respuesta, el Triunvirato dispuso reforzar a 15 las bocas de fuego de Punta Gorda, baterías guarnecidas por 450 hombres y acordó con el Coronel San Martín que éste, con parte de su regimiento Granaderos a Caballo, protegiese las costas occidentales del Paraná, desde Zárate hasta Santa Fe. A fines de enero de 1813 convergían en San Lorenzo, San Martín con 125 granaderos cabalgando y la expedición realista navegando. El viajero inglés William Parish Robertson, que se encontraba casualmente en el lugar, dejó un relato vívido y detallado de las acciones. En síntesis, el 2 de febrero San Martín llegó al monasterio San Carlos, situado en el lugar. La flota había fondeado al frente, porque el cambio de viento impidió que siguiera navegando. Observando que la explanada frente al monasterio era muy apta para su caballería, San Martín, con su gente oculta pero perfectamente instruida para atacar en dos grupos, por los flancos “sin disparar un tiro, fiando sólo de lanzas y sable”, esperó hasta la madrugada siguiente y, cuando los 250 realistas desembarcaron y se ubicaron en la explanada con sus dos cañones, ordenó la carga, él a la cabeza de un grupo, el capitán Justo Germán Bermúdez al mando del otro. En tres minutos, la arremetida puso en fuga al enemigo.... “Los restos escapados del sable de los granaderos lograron reembarcarse dejando en el campo su bandera y abanderado, dos cañones, 50 fusiles, 40 muertos y 14 prisioneros, llevándose varios heridos, entre ellos su propio comandante Zabala, cuyo bizarro comportamiento no había podido impedir la derrota”. Los granaderos tuvieron 14 muertos y 27 heridos, entre ellos el propio San Martín, cuyo caballo resultó muerto en la carga, inmovilizándole aprisionado por la pierna. El granadero Juan Cabral logró zafarle y salvarle la vida a costa de la suya propia. Si bien poco importante en lo militar, el combate de San Lorenzo tuvo repercusiones significativas para la revolución. Pacificó el litoral dando seguridad a sus poblaciones, mantuvo expedita la comunicación con la base del ejército sitiador de Montevideo y privó a esta plaza de víveres frescos con que contaba para prolongar su existencia. Pero, sobre todo, consolidó el liderazgo y prestigio de San Martín como guerrero valiente al ser herido en la carga al frente de los suyos y como formador de oficiales y soldados con la disciplina y mística mostradas en acción por el Regimiento Granaderos. La revolución tenía un nuevo general. 213 R evista L ibertador O’ higgins LA LOGIA: DESDE NUMEN DE IDEALES HACIA INSTRUMENTO DE AMBICIONES POLÍTICAS San Martín y Alvear habían aprendido en las logia de Cádiz y de Londres que los oprimidos sólo pueden conspirar en las sombras del misterio. En Buenos Aires habían hecho de la logia el instrumento de ordenamiento político de una revolución hasta entonces inorgánico y falta de superior conducción. Ordenada la política bajo la disciplina de la logia, San Martín se consagró exclusivamente a la realización de los planes militares contra el enemigo común, dejando a Alvear los asuntos de la logia. Pero el sueño de Alvear, como el de su amigo José Miguel Carrera, de Chile, era la gloria militar y la dictadura. En Cádiz se habían prometido ser árbitros de sus respectivos países y ese año de 1813, dictador de Chile y mandando ejércitos, Carrera era Ideal y Modelo para Alvear. En Chile un motín militar encabezado por un hombre audaz pudo improvisar un dictador apoyado por un ejército revolucionario, pero en las Provincias Unidas eso no era aún posible. Sin embargo, la logia gobernaba al gobierno y tenía una mayoría en la Asamblea restándole tener los mandos militares. Gobernando la logia se gobernaba la revolución y San Martín la había dejado en manos de Alvear. Allí tenía éste el camino para el poder político y los grados, cuando no la gloria militar a que aspiraba. La logia necesitaba un general que descollase por su genio militar, para ponerlo al frente del Ejército del Norte. Con los laureles de Tucumán y Salta, Belgrano se había afiliado, pero siendo el mejor de los generales probados, carecía de la preparación técnica según confesaba: “... Porque Dios ha querido me hallo de General sin saber en qué esfera estoy: no ha sido esta mi carrera y ahora tengo que estudiar para medio desempeñarme”. A fines de 1813, después de las derrotas de Vilcapugio y Apoyhuma, perdido el alto Perú, retrocedía impotente para contener al enemigo y debía ser reemplazado. Hasta entonces se había luchado contra generales mediocres y tropas mal organizadas, pero se empezaban a encontrar con jefes entendidos y ejércitos disciplinados. Los resultados de las batallas ya no dependerían del entusiasmo. La disciplina, la táctica, la estrategia, la calidad de las armas y la inteligencia superior del general serían en adelante indispensables para aspirar a triunfos en campañas ofensivas alejadas de la base de operaciones. Alvear se presentó de candidato para comandar el ejército del Norte y obtuvo el nombramiento, pero, a poco andar, volvió indicando a San Martín para ocupar el puesto. Se ha atribuido a Alvear el plan de apurar con Guillermo Brown la destrucción de las fuerzas navales realistas en Montevideo, asaltar la plaza reducida por la acción naval y apoderarse de los 5.000 cañones y 1.800 fusiles. Luego, combinar con su amigo y compañero Carrera, de Chile, limpiar el Sur de realistas, avanzar sobre Lima y echar al mar al Virrey Abascal. O sea, materializar bajo su nombre la idea de San Martín y, así, América y Europa se harían eco de sus triunfos en todos los periódicos, su patria le prodigaría los grandes y extraordinarios honores ambicionados. Si así era, mejor manejar hilos en Buenos Aires que comandar el Ejército del Norte. 214 E dición conmemorativa del B icentenario El hecho es que el 22 de enero de 1814, el Poder Ejecutivo fue concentrado en una sola persona con el título de Director Supremo, que recayó en don Gervasio Antonio Posadas, tío de Alvear. Este fue nombrado en seguida general en Jefe del Ejército de la Capital y en mayo, un día antes que el almirante Brown batiera a la flota española del Plata, reemplazó al general Rondeau en el mando del ejército sitiador que al fin se apoderó de Montevideo, cosechando la gloria de la caída de esta plaza. EL ALTO PERÚ Y LA GUERRA DEL NORTE: POR AHÍ NO ESTÁ EL CAMINO San Martín partió con una expedición en auxilio del ejército del Norte, con instrucciones para asumir el mando cuando lo creyese conveniente. A través de correspondencia sostenida con Belgrano, existía entre ellos una corriente de mutua simpatía y admiración, pero recién se vinieron a conocer personalmente en Yatasto, donde se abrazaron, jurándose una amistad que nunca se desmentiría. Aunque San Martín se resistió a reemplazarlo en el mando, al cabo lo hizo en diciembre de 1813 por orden expresa del gobierno, y Belgrano se puso a sus órdenes como simple jefe de regimiento, dando el ejemplo de ir a recibir humildemente las lecciones de táctica y disciplina que dictaba el nuevo general. Al encargarse San Martín del Ejército Auxiliar del Norte no traía ningún plan preconcebido. Sin conocimiento de los hombres o del terreno en que debía operar ni del género de guerra que había de emprender, su primera preocupación fue reconcentrar el ejército en Tucumán, para organizarlo bajo un nuevo plan, instruirlo y disciplinario en una nueva escuela militar, teniendo a su mano una masa disponible para obrar según las circunstancias. Posesionado de la situación, comienza a obrar más resueltamente. En las montañas del Alto Perú, Belgrano había nombrado al coronel Juan Antonio Álvarez de Arenales, comandante y gobernador de Cochabamba. En Santa Cruz de la Sierra había nombrado al coronel Ignacio Warnes, subordinándolo en lo militar a Arenales. Ambos habían dado pruebas de su capacidad de mantener vivo el fuego de la insurrección en medio de un ejército fuerte y victorioso sin contar con más recursos que la decisión de poblaciones inermes y campos devastados por la guerra. San Martín les despachó refuerzos e instrucciones de “promover la insurrección de los naturales del Perú y hacer al enemigo la guerra de partidarios”, a cuyo efecto les indicaba cómo hostilizar al enemigo. En Salta, gauchos y partidarios organizados al mando de Martín Güemes, fueron encargados de mantener la rebelión y hostigamiento de desgaste de las tropas españolas. Por el frente y por retaguardia, San Martín promovía la guerra de los partidarios, mientras se hacía fuerte en Tucumán, con la llamativa construcción de un fuerte al que de día ingresaban tropas que salían de noche para ingresar nuevamente al día siguiente, impidiendo saber las fuerzas que efectivamente defendían la plaza. En su nuevo cometido, San Martín cometió la desobediencia de retener en la comisaría del ejército 36.000 pesos en plata y oro provenientes de los caudales del Alto Perú, que el gobierno había ordenado ingresar a la tesorería general. La finalidad de esos fondos fue pagar sueldos atrasados y los gastos de reorganización del ejército: “Yo no había encontrado más que unos tristes 215 R evista L ibertador O’ higgins fragmentos de un ejército derrotado. Un hospital sin medicinas, sin instrumentos, sin ropas, que presenta el espectáculo triste de hombres tirados en el suelo que no pueden ser atendidos del modo que reclama la humanidad y sus propios méritos. Unas tropas desnudas con traje de pordioseros. Una oficialidad que no tiene cómo presentarse en público. Mil clamores de sueldos devengados. Gastos urgentes en la maestranza sin lo que no es posible habilitar nuestro armamento para contener los progresos del enemigo. Estos son los motivos que me han obligado a obedecer y no cumplir la superior orden y representar la absoluta necesidad de aquel dinero para la conservación del ejército...”. El gobierno aprobó la desobediencia, “justificada por la poderosa ley de la necesidad”, pero el Director Supremo le confidenciaba en carta “...si con el obedecimiento quedaba Ud. en apuros, con el desobedecimiento he quedado yo aquí como un cochino”, aludiendo que los fondos eran para pagar cuatro meses adeudados a la tropa. El general empleaba con destreza todos los recursos de la guerra: insurgencia, espionaje, desinformación, etc., pero sus meditaciones le habían ya llevado a otras conclusiones, según la famosa carta personal que escribió el 25 de abril de 1814 a su amigo Nicolás Rodríguez Peña, Presidente del consejo de Estado bajo el Directorio de Posadas: “No se felicite, mi querido amigo, con anticipación de lo que yo pueda hacer en esta; no haré nada y nada me gusta aquí. No conozco los hombres ni el país y todo está tan anarquizado que yo se mejor que nadie lo poco o nada que puedo hacer. Ríase Ud. de esperanzas alegres. La Patria no hará camino por este lado del Norte que no sea una guerra permanente, defensiva y defensiva nada más; para eso bastan los valientes gauchos de Salta con dos escuadrones de buenos veteranos. Pensar en otra cosa es echar en el pozo de Ayrón hombre y dinero. Así es que yo no me moveré ni intentaré expedición alguna. Ya le he dicho a Ud. mi secreto: Un ejército pequeño y bien disciplinado en Mendoza para pasar a Chile y acabar allí con los godos apoyando un gobierno de amigos sólidos, para acabar también con los anarquistas que reinan. Aliando las fuerzas, pasaremos por mar a tomar Lima; ese es el camino y no este, mi amigo. Convénzase usted que hasta que no estemos sobre Lima, la guerra no acabará. Deseo mucho que nombren ustedes alguno más apto que yo para este puesto: Empéñese usted para que venga pronto el reemplazante y asegúrele que yo aceptaré la intendencia de Córdoba. Estoy bastante enfermo y quebrantado; más bien me retiraré a un rincón y me dedicaré a enseñar reclutas para que los aproveche el gobierno en cualquier parte. Lo que yo quisiera que ustedes me dieran cuando me restablezca es el gobierno de Cuyo. Allí podría organizar una pequeña fuerza de caballería para reforzar a Balcarce en Chile cosa que juzgo de gran necesidad si hemos de hacer algo de provecho y le confieso que me gustaría pasar mandando este cuerpo”. GOBIERNO DE CUYO: ¿CARRERA U O’HIGGINS? Pocos días después de esta carta, que sería histórica, San Martín fue atacado de un afección al pecho y tuvo un vómito de sangre. Los contemporáneos han acreditado la tradición de que esta dolencia fue un mero pretexto para cubrir su retirada del ejército del Norte. Lo cierto es que la enfermedad de San Martín 216 E dición conmemorativa del B icentenario –una hematemesis– existía, complicada por otras afecciones: dos heridas casi mortales en el pecho y quizás infección de cólera en Cádiz. Solía consumir opio para atenuar los efectos de ataques que pusieron en peligro varias veces su vida. Padecía también de reumatismo. El enfermo delegó sus funciones en su segundo, al general Francisco Fernández de la Cruz, y elevó su renuncia, retirándose a Saldán, una estancia a 20 km de Córdoba. Aunque Fernández de la Cruz intentó ocultar la desaparición de San Martín en la esperanza que reasumiera, a fines de mayo fue dado a conocer como general en Jefe interino. El 10 de agosto de 1814 San Martín fue nombrado gobernador intendente de Cuyo “a solicitud suya –como decía el despacho llegado a Saldán– con el doble propósito de continuar los distinguidos servicios que tiene hechos al país y el de lograr la ‘reparación de su quebrantada salud en aquella deliciosa temperatura”. Apenas instalado en su gobierno, quiso saber del estado de la revolución en Chile. El coronel Marcos Balcarce, que actuaba en ella, fue su primera fuente de información. Luego llegaron desterrados a Mendoza, lrizarri y Mackenna, a quienes oyó con atención. Todos los anteriores eran enemigos de Carrera, a quien pintaron como “un joven díscolo, sin moral, sin talento político ni militar, en cuyas ineptas manos debía perderse irremediablemente la revolución chilena”. El doctor Passo le agregó que Carrera era “enemigo de la influencia argentina, y que abrigaba odios contra su pueblo y gobierno”. Todos ellos decían que O’Higgins era “el único en quien Chile debía fundar sus esperanzas, porque era un hombre modesto, amigo de los argentinos, alma buena y generosa y espíritu esforzado”. Desde entonces Carrera quedó ante su conciencia y O’Higgins fue su hombre en perspectiva. En septiembre de 1814 la Junta de Chile informaba al gobernador de Cuyo de la invasión de Osorio y le pedía con insistencia un cuerpo de tropas para engrosar su ejército, previniéndole que la situación era angustiosa. Pocos días después la revolución chilena sucumbía y, el 9 de octubre, llegaba a Mendoza la noticia del desastre de Rancagua. San Martín inició entonces el sistema de prestaciones de auxilio que se proponía implantar en su provincia, estimulando los sentimientos de humanidad del vecindario como más adelante estimularía su patriotismo para exigirle el sacrificio de sus bienes y de sus personas al servicio de la causa de la libertad. El pueblo respondió generosamente remitiendo víveres en abundancia, y gran número de mulas de silla para auxiliar a los emigrados, a la vez que en la ciudad se disponían alojamientos para recibirlos. Primero llegó O’Higgins, siendo saludado afectuosamente por San Martín, quien le recomendó interpusiera su autoridad a fin de contener excesos y depredaciones que estaban cometiendo grupos de soldados dispersos y mujeres que vociferaban contra los Carrera, a quienes culpaban de su desgracia, acusádole de traer entre sus cargas un millón de pesos extraídos del tesoro público de Chile. Desde antes de su encuentro y por la pretensión de actuar “a nombre del supremo Gobierno de Chile”, San Martín percibió que Carrera pretendía menoscabar su autoridad en el territorio de su jurisdicción, erigiendo una autoridad 217 R evista L ibertador O’ higgins extraña, independiente de él. Dando crédito a la denuncia de que Carrera ocultaba caudales públicos entre las cargas que conducía, ordenó su registro en el paso de la cordillera, conforme a los reglamentos de la aduana terrestre de Cuyo. Carrera se negó diciendo que “antes quemaría todas las cargas”, y el guardia, sin fuerzas ante ese ejército, hubo de dejarle pasar sin registro. San Martín, creyendo llegado el caso de hacerse respetar, comunicó a Carrera que “no dejaría impune tal atentado contra las leyes del país y la autoridad de su gobierno, y que, en consecuencia, el ayudante mayor de plaza estaba encargado de ejecutar el registro prevenido”. Carrera, frente a esta voluntad decidida, accedió con dignidad, señalando que lo hacía “para acallar la indigna voz de ocultar caudales públicos”. San Martín resultó humillado al no encontrarse nada y su hospitalidad perdió mucho de su mérito por el celo mostrado aun ante la desgracia. Sin embargo, Carrera perdió en seguida esta ventaja, al dirigirle un oficio lleno de recriminaciones quejándose de que, al pisar suelo argentino su autoridad y empleo habían sido atropellados, pidiendo en seguida se le dijese en qué condición se le recibía y terminaba diciendo “que creía que no debía entenderse sino con el gobierno supremo de las Provincias Unidas”. San Martín le respondió que “lo reconocía como Jefe de las tropas chilenas que conducía, pero bajo la autoridad de la provincia y con sujeción a sus leyes, sin permitir que nadie se atraviese a recomendarle sus deberes”. Carrera continuó afectando desconocer la autoridad de San Martín, pero la emigración chilena había introducido en Mendoza perturbaciones que afectaban la tranquilidad pública. Los conflictos entre la policía y la tropa que no reconocía más autoridad que su caudillo eran frecuentes y los odios entre o’higginistas y carrerinos recrudecieron, acudiendo ambos bandos a San Martín en demanda de justicia y castigo, el uno contra el otro, acusándose recíprocamente de traidores a la patria. Aconsejado por el doctor Passo y el Coronel Balcarce, San Martín ofició a Carrera, manifestándole que “su seguridad personal y la tranquilidad pública hacía necesario su alejamiento a la ciudad de San Luis, a la espera de las órdenes del gobierno”. Carrera insistió en su actitud, respondiendo “que primero será descuartizarme que dejar yo de sostener los derechos de mi patria”. Pero San Martín había hecho un plan para dar el golpe mortal a Carrera. Ayudado por O’Higgins, Mackenna, Alcázar, Freire y otros oficiales desafectos a Carrera, llamó a su lado a la mitad de los emigrados chilenos con cuya cooperación pudo contar, reconcentró en Mendoza a los Auxiliares de Las Heras y reunió a las milicias de los alrededores. Cuando se sintió fuerte, circunvaló el cuartel de Carrera, puso al frente dos piezas de artillería y Carrera debió resignarse a ser extrañado a San Luis, de donde pasó a Buenos Aires, seguido poco después por sus desarmadas tropas, de las que San Martín dijo que “no quería emplear soldados que servían mejor a su caudillo que a su patria”. Luego hizo recoger por medio de una comisión de chilenos los dineros públicos que se habían salvado en su retirada, declarando que “los caudales sacados de Chile por don José Miguel Carrera no podían ser de propiedad suya o de su familia y que, al depositarlos en las arcas de la provincia era con el objeto de hacerlos servir más tarde en beneficio de aquel país”. 218 E dición conmemorativa del B icentenario En ese choque del 30 de octubre de 1814 se quebró el destino de Carrera, el Ejército de los Andes tuvo el primer aporte chileno y, lo más importante, San Martín y O’Higgins sellaron para siempre una amistad que sería crucial para la independencia de América meridional. EL EJÉRCITO DE LOS ANDES El 10 de enero de 1815, Posadas era reemplazado por Carlos María Alvear como Director Supremo. Él y Carrera habían militado juntos en España y allí habían soñado ser los dominadores en sus respectivos países. Ahora, de nuevo juntos en Buenos Aires, ayudado por esta amistad y el recelo de Alvear por San Martín, Carrera pudo abrigar esperanzas de reconquistar su poder perdido en Chile. Pero, dando por causa el mal estado de su salud, el 20 de enero San Martín solicitó licencia para separarse de su gobierno y Alvear se apresuró a concedérsela, nombrando inmediatamente a su sucesor, coronel Gregorio Pardiel. Sin embargo, este no pudo asumir, porque los habitantes de Mendoza convocados por carteles manuscritos a sostenerse sin indicar el objeto, se agolparon en la plaza el 15 de febrero donde declararon protestar contra el nombramiento que se había hecho en la capital. Se inició así la llamada revolución municipal de Cuyo que, junto con la sublevación del ejército del Norte, terminó por derribar a Alvear, quien fue reemplazado por Rondeau a menos de tres meses de haberse elevado a Director. San Martín quedó ungido como gobernador por el propio cabildo de Mendoza, ratificado por los de San Juan y San Luis. Mitre describe detalladamente el proceso en que se adivina su mano para quedar poderoso e inexpugnable en ese cargo, indispensable para materializar su plan de ir por mar a Lima. Aun antes que Juan Martín de Pueyrredón llegara a Director Supremo, en mayo de 1816, y con él consiguiera el respaldo definitivo, San Martín fue extrayendo metódicamente los recursos de los habitantes de Cuyo para ir armando el Ejército de los Andes: Secuestro de bienes de los prófugos, subasta de tierras públicas, contribución extraordinaria de guerra pagadera por cuotas mensuales, apropiación del fondo de redención de cautivos de los frailes mercenarios, donaciones gratuitas en especie y dinero, apropiación de los diezmos, gravamen con un peso por barril de vino y dos por uno de aguardiente, declaración de propiedad pública de las herencias de españoles muertos sin testar, etc. También se estableció un impuesto general y uniforme para todos los habitantes sobre una declaración de capital. Había trabajo gratuito de hombres y mujeres, y préstamo de animales y carretas cuando era necesario. El Ejército de los Andes se preparó siguiendo una minuciosa planificación que consideraba desde los caballos con sus forrajes, monturas y provisión de herraduras, hasta el rancho de los soldados, pasando por los uniformes, afilado de sables, puesta a punto de fusiles y provisiones de balas. El Fraile Luis Beltrán quedó registrado como el Arquímedes de la revolución por su trabajo en la maestranza productora de armas, en que se dice llegó a fundir hasta las campanas de las iglesias para sus fines. Al regimiento Auxiliares del coronel Gregorio de Las Heras se sumaron tropas conseguidas antes, esgrimiendo la amenaza de invasión española desde Chile y, finalmente, los Granaderos. Pero San Martín también se ocupó en armar una red de espionaje para tener planos 219 R evista L ibertador O’ higgins de los pasos e informaciones de la situación en Chile, así como para desorientar y desinformar a Osorio y Marcó del Pont sobres sus reales, planes en la llamada guerra de zapa. Con Manuel Rodríguez, caudillo de la guerrilla chilena dando golpes de mano a distintas alturas del país, logró el objetivo de que los españoles dispersaran sus fuerzas al sur, debilitándose en el centro. Otro detalle de la amplitud de los medios utilizados fue la fundación de la logia de Mendoza por San Martín, donde ingresaron los principales jefes del ejército, los emigrados chilenos encabezados por O’Higgins y los más notables vecinos de Cuyo. También las campañas de su esposa, doña Remedios, promoviendo con su ejemplo el trabajo y donaciones de joyas de las mujeres apuntaban al objetivo. La bandera del Ejército fue una de sus contribuciones. El año 1816 fue propicio para San Martín: con Pueyrredón como Director Supremo desde mayo, llegó el respaldo definitivo a su plan; con la declaración de la Independencia el 9 de julio, la expedición a Chile sería la de un país soberano ya desligado de Fernando VII, luchando contra él. Con el nacimiento de su hija, Mercedes Tomasa, el 24 de agosto en Mendoza, se sellaban sus vínculos con esa tierra. El informe definitivo al Departamento de Guerra Sobre la constitución del Ejército de los Andes señala que, en las nueve cuadras de galpones de El Plumerillo, sumaban 14 Jefes, 195 oficiales y 3.778 combatientes, de los cuales 742 eran Granaderos de a Caballo. La lista de alimentos, vestuario, víveres frescos, armas y municiones pudo sumar 10.600 mulas y 1.600 caballos. A fines de ese año dejaba su puesto de gobernador y asumía la Jefatura del Ejército de los Andes, así oficialmente bautizado por Pueyrredón: era “la de vámonos”. EL PASO DE Los ANDES Y LA BATALLA DE CHACABUCO El 24 de enero de 1817 salió de Mendoza el último grupo del cuerpo principal de la expedición, que iría por el paso de Los Patos. En la oficialidad, con investidura y sueldo de brigadier general de las Provincias Unidas, ya había partido el general O’Higgins, a cargo de la reserva. Antes, habían salido cuatro expediciones por los pasos frente a Copiapó. San Juan, Curicó y Talca, maniobra con la que se reforzó la desinformación previa logrando que Marcó del Pont perdiera la calma y desperdigara su ejército realista a lo largo de Chile. El Paso de los Andes se ejecutó conforme a lo planeado, constituyéndose en una versión mejorada de aquellos clásicos pasos de Aníbal y Napoleón en Europa y uniéndose a ellos en el tercer lugar como materia afín a ser estudiada por la ciencia militar. La batalla de Chacabuco, en la que culmina el paso, es también, según Mitre, “un modelo clásico de arte militar en que la habilidad debilita al enemigo y lo desmoraliza, la previsión asegura el éxito final y la inteligencia es la que combate en primera línea, interviniendo la fuerza como factor accesorio”. A partir del 4 de febrero, el coronel Las Heras comienza a batir patrullas realistas adelantadas para detenerlos. El choque decisivo se produce el 12 de febrero de 1817 en Chacabuco con la victoria esperada, porque Maroto, con su ejército disperso por las estratagemas, sólo pudo oponer 2.000 hombres al 220 E dición conmemorativa del B icentenario disciplinado ejército de casi 4.000 que había cruzado la cordillera con un plan preciso a ejecutar. Sólo O’Higgins, ansioso por vengar la derrota de Rancagua, se adelantó en una temeraria acometida como queriendo terminar solo la batalla, pero hubo de ser secundado por Soler por el flanco. Con la victoria de Chacabuco quedó expedito el camino a Santiago. Marcó del Pont no tuvo tiempo de huir por Valparaíso y cayó prisionero, pero las fuerzas de Maroto que pudieron salvarse marcharon hacia el Sur, donde iban a oponer seria resistencia. Señalaremos aquí que el no haber continuado la campaña hasta desmantelar al ejército vencido es un error que se cita como inexplicable en un genio militar como San Martín. EL DIRECTOR SUPREMO O’HIGGINS, CLAVE FINAL EN LA LIBERACIÓN DEL PERÚ Dos días después el ejército vencedor de Chacabuco hizo su entrada triunfal en la capital de Chile. San Martín convocó a una asamblea de notables que debían designar electores para nombrar Jefe Supremo del Estado pero, reunida la Asamblea, declaró por aclamación “que la voluntad unánime era nombrar a don José de San Martín gobernador de Chile con omnímoda facultad”, consignando esto en acta de 18 de febrero, San Martín se negó rotundamente a acatar esa designación porque el objetivo fijo en su mente era Lima y no cabía en el plan tomar responsabilidades en los asuntos de Chile. A su pedido, fue nombrado el brigadier O’Higgins, su amigo chileno adicto que le había acompañado en Mendoza desde 1814. El tiempo mostraría que ese nombramiento fue providencial para la causa independentista de Sudamérica. Apenas pasados los festejos e instalado el nuevo gobierno, partía el l4 de marzo a Mendoza y a Buenos Aires, a informar del triunfo y agradecer el apoyo a Pueyrredón pero, sobre todo, a gestionar con él las finanzas para la formación de la escuadra y expedición para ir al Perú, para la que Chile había puesto $200.000 y comprometido otros $100.000. Una entrada triunfal que se le preparó a fines de marzo quedó esperando porque, desoyendo las instrucciones, llegó en la madrugada, cuando todos dormían. No pudo evitar los festejos pero su preocupación era la situación con el imperio portugués sobre la banda Oriental, que podría llevar a una guerra que afectaría su plan de ir a Lima. Además, Pueyrredón enfrentaba una situación delicada. Para precaverse de una anunciada expedición española contra el Río de la Plata, el Directorio habían condescendido a permitir que los portugueses señorearan en Montevideo, error que reconoció al comprobar que Portugal pretendía agregar la banda oriental a la Corona de Brasil “y, si proclamamos emperador al Rey Don Juan, admitirnos por gracia bajo su soberano dominio”. El error provocó una sublevación contra el Directorio, iniciando el camino a una posterior anarquía que, al cabo, retardaría el financiamiento comprometido por las Provincias Unidas en su acuerdo con Chile para el envío del Ejército Libertador al Perú. Pero Pueyrredón aún creía que podría capear el temporal y aseguró a San Martín que tendría la deseada escuadra, cosa que, además, aseguró en carta a O’Higgins. 221 R evista L ibertador O’ higgins Carrera, entre tanto, había empleado su gran capacidad de persuasión para una expedición naval y, en esos días, se hallaba preso en un calabozo del regimiento Granaderos en Buenos Aires. Se había presentado a Pueyrredón para que le ayudara a pagar la nave “Clifton” que había logrado traer de Estados Unidos y este había declinado queriendo negociar por su cuenta, pero Carrera había intentado zarpar en la “Clifton”, fracasando y siendo detenido por conspiración: San Martín lo visitó el 12 de abril en su calabozo, donde el preso rechazó altivamente la mano que le tendió para saludarlo, escuchó el reconocimiento que hizo de sus servicios a la independencia, la explicación que su arresto era una medida puramente política, la reiteración del ofrecimiento de Pueyrredón de enviarlo como diplomático de las Provincias Unidas a Estados Unidos y la advertencia de que aun cuando su presencia en Chile podría producir agitaciones perjudiciales a la causa de la independencia, podía ir porque O’Higgins y él la reprimirían con mano firme. Carrera, al parecer, no concebía que la independencia de su patria pudiera realizarse sin él en el poder: desechó los favores que se le brindaban replicando que, después de la amenaza escuchada ningún hombre racional “se entregaría a poder tan arbitrario sin contar con los medios de resistir tanta violencia”. Fue la última vez que se vieron. Carrera después se fugaría y seguiría conspirando con sus hermanos hasta ser fusilado en Mendoza. San Martín partió para Chile el mismo 18 de abril, llegando a Santiago el 11 de mayo. (Esto que suena tan simple, sólo se podía conseguir marchando a caballo durante semanas). La fe del general pudo haberse avivado con la promesa y carta de Pueyrredón que el mismo llevó a O’Higgins, pero la situación de Chile después de Chacabuco no estaba libre de riesgos. Los españoles derrotados se reconcentraron en el Sur y, comandados por el coronel José Ordóñez, resistían en Talcahuano, donde recibirían refuerzos de Lima para contraatacar. Pueyrredón, acosado por la insurrección, pedía que le mandaran dos mil hombres de su ejército. O’Higgins, producto de una educación de nivel muy superior para la época, comienza a mostrar en ese año de 1817 cuán importante iba a ser la extraordinaria complementación que alcanzó con San Martín. Una de sus primeras medidas como Director Supremo fue crear el Ejército de Chile, en base a los cuadros chilenos organizados en Mendoza, nombrando a San Martín como general en Jefe. Paralelamente creó la Academia Militar. Por otra parte las bajas del Ejército de los Andes se cubrirían con voluntarios de Chile. Ambos ejércitos formaron el “Ejército Unido de los Andes y de Chile”, llegando a fines de 1817 a contar 9.000 combatientes, con tropas y oficiales de ambas nacionalidades, uniformados en la táctica y disciplina de la escuela de San Martín, su generalísimo: Ahí estaba la base del Ejército Libertador, pero su tarea era aún afianzar la independencia de Chile. También de inmediato, en 1817, O’Higgins comienza a gestionar la compra de buques para formar la marina y encarga a José Álvarez Condarco, coronel argentino muy importante y cercano a San Martín, la misión de contratar a Lord Thomas Cochrane para formar una escuadra capaz de oponerse a la española que dominaba el Pacífico. En todo lo anterior avanza exigiendo enormes sacrificios para obtener los recursos de la población chilena, pero no titubea. Las convulsiones internas que 222 E dición conmemorativa del B icentenario afectan a las Provincias Unidas no garantizan que estas se cumplan con los aportes comprometidos para ir al Perú y, mucho más que los apremios de San Martín, es la propia convicción ante la realidad de ver llegar por mar tropas del Perú a reconquistar Chile, la que lo impulsará a exprimir a los chilenos hasta la angustia para enviar la Expedición Libertadora. Esta actitud de O’Higgins será clave para llegar al Perú. CANCHA RAYADA Y MAIPÚ En enero de 1818 llegan a Talcahuano quince buques con 3.400 veteranos españoles al mando de Mariano Osorio, el vencedor de Rancagua, a sumarse con los 1.700 de Ordóñez. El virrey Pezuela jugaba todas sus cartas para recuperar Chile. Puestos en aquella peligrosa situación, O’Higgins y sus ministros firman en Concepción un acta en que se proclama la Independencia de Chile y envía instrucciones para que el 12 de febrero, primer aniversario de la batalla de Chacabuco, en ceremonia pública y solemne, se jure “sostener la presente Independencia absoluta frente a Fernando VII, sus sucesores y cualquier otra nación extraña”. Entre los que juraron ante el Director Delegado Luis de La Cruz, estaba el coronel mayor de los ejércitos de Chile y general en Jefe del Ejército Unido José de San Martín, cuyo retrato decoró el escenario. La situación se consideraba tan delicada que O’Higgins no estuvo presente porque preparaba los movimientos de defensa exigidos por la marcha de Osorio con su ejército a Santiago. San Martín se quedó para organizar las fuerzas de Santiago y Valparaíso y luego marchó a Chimbarongo, donde reconcentró las tropas. Los despliegues y disposiciones de las tropas al mando de San Martín pusieron en tal ventaja al ejército patriota que los españoles se sintieron derrotados antes de entrar en combate. Pero el coronel Ordóñez, aquel teniente camarada suyo cuando el linchamiento de Solano en Cádiz, concibió y realizó lo único que podía variar el resultado de la lucha: un golpe sorpresivo en mitad del campamento al entrar la noche del 19 de marzo con tal éxito, que produjo la desorganización y fuga del ejército patriota. O’Higgins resultó herido y San Martín vio morir a su ayudante al lado suyo. Tal fue el desastre de Cancha Rayada, que sembró tanto pánico en los patriotas chilenos como lo había hecho el desastre de Rancagua. Afortunadamente, el coronel Gregorio de Las Heras pudo mantener el grueso del ejército en una retirada ordenada que permitiría a San Martín rehacerse y armar el plan para el enfrentamiento definitivo. Este se produjo en los llanos de Maipú, partiendo la mañana del domingo 5 de abril de 1818, con la victoria total más importante sobre las armas españolas ampliamente descrita y estudiada como acción de armas con consecuencias definitivas para la libertad de América. Días después de Maipú, el 12 de abril, en El Salto, recibió de su ayudante O’Brien la correspondencia secreta capturada a Osorio y, tras leer en silencio todas las cartas una por una, en un acto de magnanimidad, quemó esas pruebas que hubieran perdido a muchos que estuvieron contra la causa patriota. Al día siguiente salió a Buenos Aires para entrevistarse con Pueyrredón, llegando el 4 de mayo. Al igual que cuando Chacabuco, entró a las 4 de la mañana volviendo 223 R evista L ibertador O’ higgins a dejar preparados arcos de triunfo, bandas y desfiles al vencedor. Sin embargo, otra vez no podía evitar todos los festejos. El 17 de mayo recibió la gratitud y homenaje del Congreso. DESDE CHILE POR MAR AL PERÚ: LA DESOBEDIENCIA DE SAN MARTÍN Pero él no iba a Buenos Aires a los homenajes sino en busca de los 500.000 pesos que faltaban para la expedición al Perú. Tras largas conferencia con Pueyrredón partió el 3 de julio con la promesa de que los tendría. Pero, en agosto, el Director escuchaba reposiciones del francés Le Moyne, que la salvación de la Independencia estaba en coronar un rey borbónico en Río de la Plata. Pueyrredón pensó en el duque de Orleáns y, esperando que la monarquía constitucional arreglaría todo, desahució el préstamo diciendo a San Martín que “no se sacaban de aquí 500.000 pesos aunque se llenen las cárceles de capitalistas”. Ante ese verdadero desahucio al proyecto de ir a Lima, San Martín envió su renuncia. Pueyrredón, para retenerle, le comunicó que podía girar de la tesorería hasta la suma convenida, cosa que hizo con intrincados malabarismos por la falta de fondos. Entre tanto O’Higgins había logrado armar una escuadra partiendo con la “Aguila”, capturada a los españoles y rebautizada “Pueyrredón”, agregando la “Winham”, comprada y rebautizada “Lautaro”. Con estos buques puso fin al bloqueo de Valparaíso, poniendo en fuga a la “Esmeralda” y al “Pezuela”. Con nuevos esfuerzos, se agregaron la “Chacabuco”, el “Araucano” y el “San Martín”. La flota ya armada durante 1818, se puso al mando del teniente coronel de artillería Manuel Blanco Encalada y zarpó como tal el 19 de octubre de 1818, en procura de una flotilla española. De ese zarpe quedó registrada la frase de O’Higgins, mirándolos partir desde Valparaíso: “Cuatro buques dieron a España el continente americano. Esos cuatro buques se lo quitarán”. Poco más o menos así ocurrió, porque la escuadra que salió con cuatro buques capturó a la flotilla española regresando con trece buques. Para coronar esta victoria, el 28 de noviembre de 1818 llegaba el almirante Cochrane a hacerse cargo de la escuadra. Los años 1818 y 1819 fueron de soluciones para Chile y para la América y de complicaciones para la República Argentina. La independencia reconquistada en Chacabuco había sido asegurada en Maipú. La guerra del Sur había terminado felizmente. Cochrane dominaba el mar, produciendo la engañosa sensación de que lo del Perú podía esperar y Argentina se desangraba en guerra con los portugueses y se propagaba el conflicto interno detonado por la tentativa monárquica. San Martín había traído su ejército a Mendoza, tanto para responder al pedido de ayuda del Directorio ante la amenaza de invasión por el Mar del Plata como por presión al gobierno de Chile por los medios para ir a Lima. Cuando Rondeau, que había reemplazado a Pueyrredón vio cundir la sublevación, poco antes de su caída le pidió urgente auxilio para detenerla (noviembre de 1819). Por su parte, O’Higgins le llamaba desde Chile con seguridad halagadora: “La fortuna propicia nos está convidando a dar la última mano a la libertad de América y le proporciona una ocasión y un motivo justo para resistir la orden de su gobierno. Sin la libertad del Perú está usted convencido de que no podemos salvarnos y 224 E dición conmemorativa del B icentenario ahora es el momento de venir a Chile con las tropas de Cuyo, en la seguridad de que a los dos meses estamos en camino para lograr el objeto tan deseado. Véngase, amigo, vuele y se coronará la obra”. San Martín se encontró con dos caminos para su ejército: montonero o pacificador en la patria o libertador de América. Su decisión fue abandonar ese desorden y volver a Chile con su ejército. Es lo que se llamó “la desobediencia de San Martín” “Su posición y la del Ejército de los Andes se hizo anómala: era un general que había desobedecido a un gobierno que había desaparecido. Se encontraba ‘sin patria en cuyo nombre obrar y sin gobierno ante quien justificarse. Si caducaba su mando, caducaba de hecho la jerarquía militar en sus diversos grados y hasta la existencia del ejército mismo como colectividad orgánica. Tal problema lo resolvió poniendo su puesto a disposición de su oficialidad y dejándoles solos para que eligieran nuevo Comandante en Jefe “Sus oficiales le eligieron por unanimidad en lo que ha quedado registrado como El Acta de Rancagua (2 de abril de 1820)”. POR FIN: COMO GENERAL CHILENO A LIBERTAR EL PERÚ Por su parte, Cochrane había introducido el concepto de que la Expedición Libertadora era una operación marítima con una fuerza desembarco, el Ejército Libertador, suscitándose la cuestión de quién estaba al mando, lo que fue resuelto en favor de San Martín: el 6 de mayo de 1820 era nombrado generalísimo de la Expedición al Perú por el voto del pueblo y el Senado chilenos. (O’Higgins, aún como Dictador, aplicaba ya los rudimentos de un sistema democrático que le produjo algunos contratiempos con el financiamiento que San Martín reclamaba). Por fin, el 20 de agosto de 1820 pudo zarpar desde Valparaíso la flota de ocho buques de guerra y dieciséis transportes llevando bajo la bandera chilena al Ejército Libertador del Perú, con 2.313 combatientes argentinos y 1.805 chilenos que, el 7 de septiembre, desembarcan en Paracas, y luego en Pisco iniciando la campaña sobre Lima. Fue esa una campaña sin batallas, con el general Juan Antonio Álvarez de Arenales haciendo el papel más brillante al internarse en la sierra proclamando la independencia y allegando partidarios. Cochrane bloqueaba la fortaleza del Callao e incursionaba en ella, llegando a capturar la nave “Esmeralda” y dineros del Virrey. San Martín escogió el camino de entorpecer con maniobras los abastecimientos a Lima y ganar con proclamas a los peruanos para la causa de la libertad, a la vez que, con entrevistas y conferencias con el Virrey Pezuela primero y La Serna después en Puchauca el 2 de junio, fue logrando el clima para que este último, en los primeros días de julio de 1821, decidiera hacer abandono de Lima con su ejército muy respetable todavía, para combatir desde la sierra en una guerra que continuaría aún por largo tiempo. Así Lima quedó a disposición de San Martín sin disparar un tiro. 225 R evista L ibertador O’ higgins INDEPENDENCIA DEL PERÚ La toma de posesión de Lima por los independientes, el 6 de julio de 1821, aseguró definitivamente la independencia de esa República., Con el avance de Bolívar por el norte, no quedaban en América más tropas españolas que las que resistían a Arenales en las montañas del Perú y en Quito más El Callao, que pronto se rendiría. En los mares sobrevivían tres buques, últimos fantasmales vestigios del antiguo poder marítimo de la metrópoli, aniquilado por Cochrane en el Pacífico. El triunfo definitivo era cuestión de tiempo y esfuerzo combinado de ambos generales. La emancipación de América estaba fuera de cuestión, pero no lo percibían aún así los limeños. Los españoles, que eran los pudientes, estaban en posición delicada: si se negaban a abrazar el partido de San Martín corrían el peligro de ver confiscados sus bienes, y si no, debían temer la venganza del antiguo gobierno que podía reconquistar el poder y castigar su defección. Entre los naturales, si bien muchos confiaban en la bondad de su causa, dudaban de la sinceridad de San Martín o de que tuviese los medios para cumplir sus promesas. Perú no era todavía un país hondamente revolucionado, su gente carecía del espíritu y consistencia que sólo dan la posesión plena de la nacionalidad y la decisión de alcanzar el triunfo a toda costa. San Martín quiso imprimirle ese carácter convocando a una asamblea de notables que, en representación de los habitantes de la capital, expresase si la opinión general se hallaba decidida por la independencia (14 de julio de 1821). La junta, compuesta de notables de Lima designados por el cabildo, respondió a las 24 horas: “La voluntad general está decidida por la independencia del Perú de la dominación española o de cualquiera otra extranjera”. El 28 de julio de 1821, en los solemnes actos de su proclamación y jura, San Martín desplegó por primera vez la bandera del Perú inventada por él en Pisco. PROTECTOR DEL PERÚ: TENTACIÓN MONÁRQUICA Declarada la Independencia se presentó una diputación del Cabildo ofreciéndole el gobierno del Perú. La logia Lautaro, trasplantada al Perú, también le exigió que se pusiese a la cabeza de la administración general del país, único medio de dar apoyo sólido y vigorizar las operaciones militares. El 3 de agosto de 1821 San Martín asumió el mando político y militar con el título de Protector, comenzando aquí un momento discutido de su vida, caracterizado por la inacción. Dice Mitre: “Llamado por primera vez a presidir directamente un gobierno en su complicado mecanismo, en teatro más vasto que el de Cuyo y con múltiples objetivos que dividen su atención y actividad, ya no se basta por si solo y de aquí la necesidad de auxiliares que despojan su obra de su original unidad. San Martín, Protector del Perú, no se agranda y se muestra inferior a su misión. Su genio militar no toma nuevo vuelo; sus planes expectantes y negativos parecen inspirarse en el fatalismo más bien que en la previsión que pone los medios para alcanzar los fines que se buscan... Por eso decíamos que su gloria había llegado a la culminación de los astros que declinan”... “La responsabilidad de San Martín es grave por el estado de inacción en que dejó caer la guerra después de la ocupación de Lima”... 226 E dición conmemorativa del B icentenario Sin embargo, el primer semestre del Protectorado del Perú ha quedado como la base fundamental de la organización política y administrativa que le valió el título de Fundador de la Libertad del Perú. Creó su ejército, organizó la hacienda pública, declaró la libertad de vientre, fundó la biblioteca nacional y, entre otras disposiciones, se dio un “Estatuto Provisional” para gobernar. El acto que decidió fatalmente el destino de Protector y Protectorado fue el plan de monarquizar al Perú, teniendo tratativas para instalar un príncipe de alguna casa europea, inglesa o rusa, lo que le enajenó hasta el apoyo del mismo país libertado y aflojó más los vínculos de la disciplina militar ya relajados. Una que aparecen complicados varios jefes superiores del Ejército de los Andes hizo sentir a San Martín que ya la voluntad de sus antiguos compañeros de armas no le pertenecía o que, al menos, comenzaba a vacilar. Curiosamente, le acompaña en Lima como cercano consejero Bernardo Monteagudo, señalado como partícipe en el fusilamiento de los Carrera y el asesinato de Manuel Rodríguez, antiguo republicano devenido ahora en monarquista. El período del protectorado, además está marcado por sus desavenencias con Cochrane. Básicamente, éste siempre resintió no haber sido el Jefe de la expedición libertadora del Perú y no comprendía la estrategia de San Martín encontrando que su campaña no avanzaba hacia su cometido. No le gustó tampoco la proclamación del Protectorado y discutió que ella significara que la flota entregada a su mando por Chile pasaba a ser del Perú. Reclamaba, además, los pagos por el Perú de los sueldos atrasados de su marinería. San Martín le tenía por filibustero codicioso y quiso reemplazarlo. Finalmente, rompieron relaciones, Cochrane se rebeló, volvió a Chile con la escuadra y después dejó el país. BOLÍVAR Y SAN MARTÍN EN GUAYAQUIL Por esa época, a principios de 1822, San Martín estaba en una posición difícil en Lima pues el General Canterac había derrotado al general Domingo Tristán al sur de Lima y esta ciudad estaba debilitada porque San Martín había pasado 1.600 soldados al lugarteniente de Bolívar, general Antonio José de Sucre, quien con esta tropa había obtenido la victoria de Pichincha, que le dio el dominio de Quito. En tal circunstancia creyó conveniente entrar en acuerdo de unión y amistad con el general Bolívar para que, vuelta de mano, auxiliase al Perú con parte de su ejército y se pusiese un término más corto a la guerra con los españoles. Con tal objeto concertó la famosa entrevista que tuvo lugar en Guayaquil el 26 de julio de 1822. De esa entrevista no obtuvo lo esperado. Se habló de un choque entre los grandes libertadores de América en que San Martín salió derrotado. Su comentario de entonces a sus íntimos fue: “El Libertador no es como pensábamos”. Los pormenores se sabrían andando el tiempo, para grandeza del entonces supuesto perdedor. 227 R evista L ibertador O’ higgins ABDICACIÓN Y RETIRADA DEL PERÚ: EL GRAN SALTO EN LAS TINIEBLAS A su vuelta de Guayaquil supo que un motín, apañado por el Cabildo, había impuesto la renuncia de su ministro Monteagudo, obligándole a salir desterrado, lo que le indicaba cuán complicada se hacía su situación. Riva Agüero, autor del motín, le recibió con los suyos el 20 de agosto con grandes muestras de adhesión, posición equívoca que le afectó aún más. Es así como en Lima, el 20 de septiembre de 1822, San Martín instaló solemnemente el Primer Congreso Constituyente del Perú, después de haber ejercido la dictadura más de un año. Este era el plazo que había fijado a su carrera política en el Perú en carta a O’Higgins. Según la Primera Acta del Congreso, el Protector se despojó de la banda bicolor, investidura del Jefe de Estado, diciendo: “Al deponer la insignia de mando que caracteriza al Jefe Supremo no hago sino cumplir con los deberes y con los votos de mi corazón. Si algo tienen que agradecerme los peruanos, es el ejercicio del supremo poder que el imperio de las circunstancias me hizo obtener. Hoy, que felizmente lo dimito, yo pido al Ser Supremo el acierto, luces y tíno que necesita para hacer la felicidad de sus representantes. ¡Peruanos! Desde este momento queda instalado el Congreso Soberano y el pueblo reasume el poder supremo en todas sus partes”. Acto continuo, y dejando al Congreso seis pliegos cerrados, se retiró acompañándole hasta fuera del salón seis señores diputados. El Congreso le retribuyó con el título de Fundador de la Libertad del Perú, ordenando que “conserve el uso de la banda bicolor de Jefe de Estado, que se le levante una estatua, que goce del sueldo que anteriormente disfrutaba y que, a semejanza de Washington, se le asigne una pensión vitalicia”. Al día siguiente se embarcó en el “Belgrano” a Valparaíso. Uno de los más graves cargos que los contemporáneos hicieron a San Martín por su retirada del Perú es la manera precipitada en que la efectuó al dejar el ejército sin real liderazgo y el gobierno sin rumbo ni coherencia sostenido por ese mismo ejército “mientras él daba un gran salto en las tinieblas”, (Mitre). LA CARTA DE LAFOND Y OTRAS EXPLICACIONES Explicaciones de tal actuación se encontraron en carta personal a Bolívar, hoy famosa. Esta carta, llamada de Lafond por haber aparecido veinte años después de la entrevista en un libro del marino francés de ese apellido, es considerada su testamento político y su texto debe conocerse íntegro: Excmo. Señor Libertador de Colombia, Simón Bolívar. Lima 28 de agosto de 1822. Querido general: Dije a Ud. en mi última del 23 del corriente que, habiendo reasumido el mando supremo de esta República con el fin de separar de él al inepto y débil Torre Tagle, las atenciones que me rodeaban en aquel momento no me permitían escribirle con la extensión que deseaba: ahora al verificarlo, no sólo lo haré con la franqueza de mi carácter sino con la que exigen los grandes 228 E dición conmemorativa del B icentenario intereses de la América. Los resultados de nuestra entrevista no han sido lo que me prometía para la pronta terminación de la guerra. Desgraciadamente yo estoy íntimamente convencido, o que no ha creído sincero mi ofrecimiento de servir bajo sus órdenes con las fuerzas de mi mando o que mi persona le es embarazoso. Las razones que Ud. me expuso de que su delicadeza no le permitiría jamás mandarme y que aún en el caso de que esta dificultad pudiese ser vencida, estaba seguro que el Congreso de Colombia no consentiría su separación de la República, permítame, general, le diga no me parecen plausibles. La primera se refuta por sí misma. En cuanto a la segunda, estoy muy persuadido que la menor manifestación suya sería acogida con unánime aprobación, cuando se trata de finalizar la lucha en que estamos empeñados, con la cooperación de Ud. y del ejército a su mando y que el alto honor de ponerle término refluiría tanto sobre Ud. como sobre la República que preside. No se haga Ud. ilusión, general. Las noticias que tiene de las fuerzas realistas son equivocadas; ellas montan en el Alto y Bajo Perú a más de diez y nueve mil veteranos que pueden reunirse en el espacio de dos meses. El ejército patriota, diezmado por las enfermedades, no podrá poner en línea de batalla sino ocho mil quinientos hombres y, de estos, una gran parte reclutas. La división del general Santa Cruz (cuyas bajas me escribe este general no han sido reemplazadas a pesar de sus reclamaciones) en su dilatada marcha de experimentar una pérdida considerable y nada podrá emprender en la presente campaña. La división de mil cuatrocientos colombianos que Ud. envíe serán necesarias para mantener la división del Callao y el orden en Lima, por consiguiente, sin el apoyo del ejército de su mando, la operación que se prepara por puertos intermedios no podrá conseguir las ventajas que debían esperarse si fuerzas poderosas no llamaran la atención del enemigo por otra parte y así la lucha se prolongará por un tiempo indefinido. Digo indefinido porque estoy íntimamente convencido de que, sean cuales fueren las vicisitudes de la presente guerra, la independencia de América es irrevocable; pero también lo estoy de que su prolongación causará la ruina de sus pueblos y es un deber sagrado para los hombres a quienes están confiados sus destinos evitar la continuación de tamaños males. En fin, general, mi partido está irrevocablemente tomado; para el veinte del mes entrante ha convocado el primer congreso del Perú y, al día siguiente de su instalación, me embarcaré para Chile convencido de que mi presencia es el solo obstáculo que le impide a usted venir al Perú con el ejército a su mando. Para mí hubiera sido el colmo de la felicidad terminar la guerra de la independencia bajo las órdenes de un general a quien la América debe su libertad. El destino lo dispone de otro modo y es preciso conformarse. No dudando que después de mi salida del Perú el gobierno que se establezca reclamará la activa cooperación de Colombia y que usted no podrá negarse a tan justa exigencia, remitiré a usted una nota de todos los jefes cuya conducta militar y privada pueda ser a usted de alguna utilidad su conocimiento. El general Arenales quedará encargado del mando de las fuerzas argentinas. Su honradez, coraje y conocimientos estoy seguro le harán acreedor a que usted le dispense toda consideración. Nada le diré a usted sobre la reunión de Guayaquil a la República de Colombia. Permítame, general, que le diga que no era a nosotros a quienes correspondía decidir. Concluida la guerra de los gobiernos respectivos lo hubieran transado sin 229 R evista L ibertador O’ higgins los inconvenientes que en el día pueden resultar a los intereses de los nuevos estados de América. He hablado a Ud. general, con franqueza pero los sentimientos que exprime esta carta quedarían sepultados en el más profundo silencio; si llegasen a traslucirse, los enemigos de nuestra libertad podrían prevalerse para perjudicarla y los intrigantes y ambiciosos para soplar la discordia. Con el comandante Delgado, dador de esta, remito a usted una escopeta y un par de pistolas juntamente con un caballo de paso que le ofrecí en Guayaquil. Admita usted general esta memoria del primero de sus admiradores. Con estos sentimientos y con los de desearle únicamente sea usted quien tenga la gloria de terminar la guerra de la independencia de la América del Sur, se repite su afectísimo servidor. José de San Martín. En el hondo contenido de esta carta estaría pensando Bolívar al hacer un brindis en el banquete, al asumir como nuevo dictador del Perú en 1823, cuando todos los brindis iban a él: “Por el buen genio de América que trajo al general San Martín con su Ejército Libertador desde los márgenes del Río de la Plata hasta las playas del Perú; por el general O’Higgins, que generosamente lo envió desde Chile...” Más expresiva y resumida es la respuesta a las ansias de entenderlo de su ayudante, amigo y confidente Tomás Guído, ante quien rompe su silencio en la despedida: “Existe una dificultad mayor que no podría vencer sino a costa de la suerte del país y de mi propio crédito. Bolívar y yo no cabemos en el Perú. He penetrado sus miras: he comprendido su disgusto por la gloria que pudiera caberme en la terminación de la campaña. Él no excusaría medios para penetrar el Perú y tal vez no pudiese yo evitar un conflicto dando al mundo un escándalo y los que ganarían serían los maturrangos. ¡Eso no!: Que entre Bolívar al Perú y, si asegura lo que hemos ganado, me daré por muy satisfecho porque de cualquier modo, triunfará la América”. A una comisión de congresistas que fue a “La Magdalena” a rogarle que siguiera al mando, les dijo: “Por rectas que sean las intenciones de un soldado favorecido por la victoria, cuando es elevado a la suprema autoridad al frente de un ejército considérese en la República como un peligro para la libertad”. ¿Los prevenía de las ambiciones que vio en Bolívar, o reflexionaba sobre las tentaciones experimentadas por él como Protector con omnímodos poderes? HACIA EL OCASO EN EUROPA El General San Martín, a su regreso del Perú, permaneció en Chile enfermo durante 56 días, hospedado en la quinta del Conventillo por O’Higgins, también en sus últimos días como Director Supremo. 230 E dición conmemorativa del B icentenario En enero de 1823, con 45 años de edad, cruzó por última vez la cordillera. A poco de llegar murió en Buenos Aires su esposa Remedios, recién de 24 años. Viudo, permaneció en Mendoza con su hija Mercedes, arreglando sus finanzas, hasta que partió con ella a Europa el 4 de mayo, en el navío francés “Le Bayonnais”. Durante ese año viajó con su amigo lord Fife por Escocia y el sur de Europa. A fines de 1824 se instaló en Bruselas con su hija para cuidar de su educación. Su vida allí fue muy sencilla y austera. El general Miller lo describe viviendo en una pensión de arrabal, “obligado a andar a pie todos los días más de una milla para comer a la mesa redonda de un café a que estaba abonado”. En cartas a su amigo y confidente Tomás Guido le cuenta: “Vivo en una casita de campo tres cuadras de la ciudad con mi hermano Justo; ocupo mis mañanas en la cultura de un pequeño jardín y en mi taller de carpintería...”. Hasta Bruselas llegó a presentarle sus respetos y procurar su regreso al Perú, el coronel peruano Juan Manuel lturregui, quien dejó un informe de sus conversaciones que confirman los conceptos de la carta Lafond y las causas que le decidieron a salir del Perú, expresadas más íntimamente a su ayudante, amigo y confidente Tomás Guido. ¿Y CóMO ERA ÉL? Veamos algunas descripciones de quienes lo conocieron: W.G.D. Worthinqton, norteamericano, que conversó con él minutos antes de la batalla de Maipú: “hombre bien proporcionado, ni muy robusto ni tampoco delgado, más bien enjuto; su estatura es de casi seis pies, cutis muy amarillento, pelo negro y recio, ojos también negros, vivos, inquietos y penetrantes, nariz aquileña, el mentón y la boca, cuando sonríe, adquieren un expresión singularmente simpática. Tiene maneras distinguidas y cultas y la réplica tan viva como el pensamiento. Es valiente, desprendido en cuestiones de dinero, sobrio en el comer y beber. Es sencillo y enemigo de la ostentación en el vestir, decididamente retraído y no le tienta la pompa ni el fasto”. El capitán de navío Basilio Hall, que lo conoció al tomar posesión de Lima: “A primera vista había poco que llamara la atención, pero cuando se puso de pie y empezó a hablar, su superioridad fue evidente. Nos recibió muy sencillamente en cubierta, vestido con un sobretodo suelto y gran gorra de pieles... Es hombre hermoso, alto, erguido, bien proporcionado, con nariz aguileña, abundante cabello negro y espesas patillas oscuras que se extienden de oreja a oreja por debajo del mentón; su color era aceitunado oscuro y los ojos, que son grandes, prominentes y penetrantes, negros como azabache, siendo todo su aspecto completamente militar. Es sumamente cortés y sencillo, sin afectación en sus maneras, excesivamente cordial e insinuante y poseído evidentemente de gran bondad de carácter; en suma, nunca he visto persona cuyo trato seductor fuese más irresistible. En la conversación abordaba inmediatamente los tópicos sustanciales, desdeñando perder el tiempo en detalles; escuchaba atentamente y respondía con claridad y elegancia en el lenguaje, mostrando admirables recursos en la argumentación y facilísima abundancia de conocimientos... 231 R evista L ibertador O’ higgins María Graham registró en su Diario sus impresiones al conocerlo en Valparaíso, recién llegado de su abdicación:...”Y junto con el anuncio entró Zenteno, acompañado de un hombre muy alto y de buena figura, sencillamente vestido de negro, a quien me presentó como el General San Martín... Los ojos de San Martín tienen una peculiaridad que había visto una sola vez, en una célebre dama. Son obscuros y bellos pero inquietos; nunca se fijan en un objeto más que un instante, pero en este momento expresan mil cosas. Su rostro es verdaderamente hermoso, animado, inteligente, pero no es franco. Su rápida manera de expresarse suele adolecer de oscuridad; sazona a veces su lenguaje con dichos maliciosos y refranes. Conversa con gran fluidez y discurre sobre cualquier materia... Sus modales son en verdad muy finos, y elegantes su persona y actitudes y no vacilo en creer lo que he oído acerca de que en un salón de baile pocos hay que le aventajen... Su bella figura, sus aires de superioridad y esa suavidad de modales a que debe principalmente la autoridad que durante tanto tiempo ha ejercido le procuran muy positivas ventajas... Comprende el inglés y habla mediocremente el francés y no conozco otra persona con quien pueda pasarse más agradablemente una media hora, pero su falta de sinceridad y de corazón que se revelan aún en un rato de charla cierran las puertas a toda intimidad y, mucho más, a la amistad...”. Otras opiniones menos amables registró la escritora, quizás veraces captando !as secuelas psicológicas de la reciente abdicación o quizás sesgadas por su devota adhesión a Cochrane, definitivamente enemistado con San Martín. SAN MARTÍN OTRA VEZ EN AMÉRICA En diciembre de 1827, elegido presidente de Argentina don Vicente López y Planes, San Martín le escribe ofreciendo sus servicios en la guerra contra el imperio de Brasil. El 21 de noviembre de 1828 se embarcó en el paquebote “The Countess of Chichester” con el nombre de José Matorras, llegando a Río de Janeiro en enero de 1829. De allí viajó al Río de la Plata, pero, al llegar encontró de nuevo a su patria revuelta. Don Vicente López había renunciado, Manuel Dorrego, elegido gobernador de Buenos Aires y firmada la paz con Brasil había sido fusilado por tropas de Lavalle... El 6 de febrero, estando en la rada de Buenos Aires, San Martín no quiso ya desembarcar para no tener que tomar partido en la guerra fratricida. Desembarcó en Montevideo y esperó la próxima salida del paquebote a Falmouth. GRAND BOURG Y EL MARQUÉS DE LAS MARISMAS DE GUADALVIQUIR El 14 de mayo de 1829 embarcó de vuelta a Inglaterra, siguiendo después a Bruselas para ocuparse de su hija. Su vida no era lo retraída que puede suponerse. No sólo era conocido en círculos políticos sino también sociales en la ciudad. En 1830 se produjo la revolución belga para independizarse de Holanda. En Bruselas los patriotas belgas ofrecieron a San Martín el mando del ejército, pero éste se rehusó invocando las leyes de hospitalidad y su calidad de extranjero. Ese mismo 1830, la Revolución en Francia puso fin a la dinastía borbónica e instauró la república de Orleáns, permitiéndole trasladar su residencia a París, 232 E dición conmemorativa del B icentenario como lo deseaba desde un principio. Con su hija Mercedes vivía pobremente en esa época, con distanciadas remesas de sueldos atrasados desde América más los pesos que le quedaban de la venta de la casa donada por el Congreso argentino por la victoria de Maipú. Él y su hija fueron atacados por el cólera en 1831. Entonces creyó que su destino sería ir a morir en un hospital. Por esa época se encontró con Alejandro María de Aguado, amigo y compañero de armas en el ejército español, convertido en Marqués de las Marismas de Guadalquivir, rico y poderoso banquero, quien vino en su auxilio y lo salvó de ir al hospital rescatándolo de sus penurias económicas. En diciembre de 1832 su hija casó con Mariano Balcarce, hijo del general Antonio Balcarce, amigo de San Martín, vencedor de Suipacha, guerrero en la Independencia de Chile. Bajos los auspicios de Aguado, el matrimonio se dirigió a Buenos Aires con un negocio. San Martín no quiso acompañarlos y quedó viviendo solo durante todo 1833. Entonces Aguado le habilitó para adquirir la pequeña residencia de campo en Grand Bourg, a orillas del Sena en abril de 1834. A la otra orilla, el Marqués tenía su Chateau du Petit Bourg, residencia de campo que hizo unir con la de San Martín por medio de un puente. En 1836 volvieron su hija y yerno a vivir con él en Grand Bourg, trayéndole una nieta. En el mismo año nació otra. En adelante su vida transcurrió apacible y sin preocupaciones de orden material, siguiendo los acontecimientos de América y su patria. El dictador Rozas de Argentina le dispensó grandes consideraciones y honores. Una ley del Congreso de Chile dispuso que se le considerara toda su vida como general activo en el ejército y se le abonara su sueldo íntegro aún cuando residiera fuera del territorio de la República. En 1842 falleció Aguado, nombrándole albacea de la sucesión y tutor de sus hijos, lo que vino a mejorar más aún su situación. Ya no podría decirse en adelante que vivía en pobreza vergonzante, olvidado de todos o víctima de indiferencia pública. BOULOGNE-SUR-MER: “LA TEMPESTAD QUE LLEVA LA NAVE AL PUERTO” En marzo de 1848 se mudó a Bologne-Sur-Mer, ciudad de 30.000 habitantes en la costa norte de Francia, a vivir como huésped en un piso arrendado de la casona de la Gran Rue número 105, entonces de propiedad de don Alfredo Gérard, abogado y director de la biblioteca del pueblo. Allí vivió sus últimos días rodeado de sus seres queridos. Impedido de escribir y leer por sus cataratas y con recaídas del cólera, sus familiares le leían y atendían el dictado de sus escritos. Además seguía conectado al mundo por amigos y admiradores que le visitaban queriendo ver en vida a esa leyenda, pero eran los últimos meses de su vida. El 17 de agosto de 1850, a las 2 de la tarde, falleció. “Mariano, a mi cuarto”... fueron sus últimas palabras a su yerno, para evitar que su hija le viera morir. A ella, días antes, en su crisis de 13 de febrero le había adelantado el fin en un susurro: “C’est I’orage qui mène au port”, “Es la tempestad que lleva la nave hacia el puerto”. RESCATE DEL OLVIDO Y SU PRIMERA ESTATUA La primera obra seriamente escrita sobre San Martín es “El general Don José de San Martín”, de Benjamín Vicuña Mackenna, cuya primera edición apareció el 233 R evista L ibertador O’ higgins 5 de abril de 1860. Antes habían aparecido numerosos trabajos, entre ellos los del peruano García del Río, y de los argentinos Alberdi, lrigoyen y Sarmiento, pero se trataba de artículos encomiásticos, semblanzas y, en general, escritos literarios más que historiográficos. Vicuña Mackenna presenta su trabajo de manera científica, aplicando las reglas de la hermenéutica y acudiendo a abundante documentación probatoria, la más valiosa de ellas el propio archivo de San Martín, guardado por su yerno Mariano Balcarce, quien lo pone a su disposición sin reservas. Veinte años más tarde lo ofrecerá al más eminente historiador del General San Martín, General Bartolomé Mitre, quien dice: “El brillante historiador don Benjamín Vicuña Mackenna, puede decirse, es el primer revelador de la gloria de San Martín, aclamándolo ante América como El Gran Criollo, desenterrando los documentos que comprueban sus “títulos de inmortalidad”. En el prólogo del libro, Vicuña Mackenna explica que “estando este folleto destinado a ser distribuido al día de la inauguración de la estatua del héroe asumiremos un estilo simple y conciso” y reclama la indulgencia del lector “pues, para dar a luz este folleto, hemos tomado la pluma casi en la víspera de la fiesta nacional en que debe ser dado al público”. La fiesta racional mencionada es la inauguración en Santiago del primer monumento ecuestre que se fundó del Libertador de Chile. Copia de él se fundó después por encargo del general Mitre para ser instalado en Buenos Aires, con más prisa que acá pues fue inaugurada el 13 de julio de 1862. Ambos son obras del mismo escultor francés Daumas, pero se diferencian en que, en el de Chile, el Libertador tiene en su brazo derecho la oriflama de la libertad, tan pesada que se requirió alargar la cola del caballo para que, afirmado al piso por ella, se mantenga en pie en un país con tantos temblores. En Buenos Aires, en cambio, el brazo extendido de San Martín se equilibra perfectamente con la cola del caballo llameando al viento, en un cuadro de gran belleza. San Martín se había ganado temprano y para siempre la gratitud de los chilenos. De aquí partió el reconocimiento universal a su genio militar, a su obra libertadora, a la grandeza de su renuncia y a su condición de gran americano por sobre las nacionalidades que contribuyó a forjar. BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA “Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana”, Bartolomé Mitre, Ediciones Peuser, Argentina, 1952. “San Martín”, General Nicolás Accame, Documento para la Enciclopedia Militar Americana, Colección Conductores, Editorial Inter Americana, 1944. “El Libertador Cabalga”, Agustín Pérez Pardella, Editorial Planeta, abril de 1997. “San Martín Vivo”, José Luis Busaniche, EMECE Editores, 1950. “El General Don José de San Martín”, Benjamín Vicuña Mackenna, 1863, reedición Editorial Fco. de Aguirre, 1971. 234 E dición conmemorativa del B icentenario “Carrera, O’Higgins y San Martín”, Ricardo Cox, Corporación de Estudios Contemporáneos, 1979. “Las ruinas del solar de San Martín”, Junta de Historia Numismática Americana, Buenos Aires, 1923. “San Martín y sus Enigmas”, José Miguel Irarrázabal, Edit. Nascimento. 1949. “Diario de mi residencia en Chile”, María Graham, 1824, Reedición Editorial Fco. de Aguirre, 1992. 235 R evista L ibertador O’ higgins 236 E dición conmemorativa del B icentenario LA VERDAD SOBRE LA BATALLA DE CHACABUCO Luis Valencia Avaria I. INTRODUCCIÓN Sin duda Chacabuco es una Batalla trascendente, porque abre realmente las Campañas de la Independencia Americana; y no es cosa que lo digamos nosotros: en el campo de batalla de Ayacucho, hasta hace algunos años, existía un pequeño monumento elevado por los Rotarios en que señalaban cinco batallas claves de la Independencia Americana. La primera de éstas era Chacabuco. Sobre Chacabuco se ha escrito mucho, porque es uno de los episodios de la Independencia que ha suscitado más controversias y una mayor literatura. Muchos de sus actores dejaron escritos sus recuerdos, y así los oficiales argentinos que participaron, cada uno se autocalificó como que dio el paso a la victoria pese a que algunos escribieron a treinta años de distancia del acontecimiento y algo olvidaron; hubo quienes la trasladaron de sitio, hubo otro, que es el más conocido entre los escritores argentinos: el General Gerónimo Espejo, que entonces era un muchacho de quince o dieciséis años, Cadete que venia en uno de los Regimientos, estaba lejos del campo, porque a los Cadetes no se les Llevaba a la batalla, la presenció, como dice él mismo, desde la distancia; todos los documentos que guardó para escribir su Memoria se le extraviaron, de modo que lo que escribió fue exclusivamente en base a sus recuerdos, cuando ya tenía alrededor de setenta años, por lo que cometió muchos errores. Vio al General José de San Martín en la Batalla. Sí, San Martín estuvo en el campo de batalla, pero realmente ¿qué ocurrió? ¡Ya lo vamos a explicar! La Historia en general, la Historia clásica, la de Bartolomé Mitre, Diego Barros Arana y Benjamín Vicuña Mackenna conocieron de Chacabuco a través de las Memorias de estos oficiales y otros datos que pudieron acumular; pero todo ello quedó borrado casi de un plumazo cuando en 1930 Guillermo Feliú Cruz publicó en la Colección de Historiadores y de Documentos Relativos de la Independencia de Chile, el Proceso seguido en Lima a los Oficiales Realistas derrotados en Chacabuco, el cual era desconocido; ninguno de nuestros Historiadores clásicos lo había visto. Tiene el mérito este Proceso, que las dos principales que contiene son del General Rafael Maroto y del Coronel Antonio de Quintanilla, quienes tenían muy frescos los recuerdos de la Batalla, pues este Proceso se llevó en Lima al mes siguiente de ella. 237 R evista L ibertador O’ higgins Todos los demás relatos son de actores por el lado Patriota, son de años posteriores, de suerte que sus recuerdos pueden fallar en muchos aspectos. Hay, sin embrago, un chileno que dejó unas Memorias a pedido de Diego Barros Arana y de Miguel Luis Amunátegui, fue el General José María de la Cruz, que era el ayudante que tuvo Bernardo O’Higgins en la Batalla, este hizo algunos recuerdos en una Carta que se publicó por diversos autores y que luego reeditó en una edición más cuidada Jaime Eyzaguirre. Lo notable que tiene la relación de Cruz es que Coincide punto por punto, paso por paso, con lo que refieren Maroto y Quintanilla en condiciones que Cruz no tuvo idea, no supo jamás que existió tal Proceso ni conoció naturalmente a Maroto; sin embargo, la coincidencia es absoluta; lo que va relatando Cruz y lo que va relatando, sobre todo Quintanilla, que es el más preciso de los memorialistas españoles, quienes van contando exactamente lo que ocurre con visiones distintas, si, porque no estaba en el campo mismo de la Batalla, Cruz servía al lado de O’Higgins y el otro Quintanílla, estaba en la meseta un poco elevada donde se instaló Maroto. Quintanilla tenía una visión perfecta de todo el campo de batalla, como quien dice, está en un balcón y relata todo lo que vio. Todos estos antecedentes no fueron conocidos por los Historiadores mencionados, y lo de Cruz, particularmente, no lo tomaron muy en serio por lo mismo que también lo escribió treinta años después; sin embargo, Cruz fue un hombre de extraordinaria memoria, lo que fácilmente puede reconocerse leyendo otros recuerdos suyos, referidos a otros acontecimientos, en que coincide con otros memorialistas muy perfectamente. Sólo otro Historiador, además de quien escribe este trabajo, utilizó el Proceso seguido en Lima a los Oficiales realistas y fue Francisco Antonio Encina; pero don Francisco Antonio no consideró a Cruz, lo ignoró y además cometió algo que es explicable. Él conoció el Proceso cuando se publicó en el año 30 y escribió su Historia bastantes años después. Estuvo en Chacabuco y estudió el campo de batalla en relación con la versión que hacen Quintanilla y Maroto, pero lo hizo en los años treinta, escribió lo que observó muchos años después y recorrió nuevamente el terreno antes de hacerlo. Esto lo confundió. Sobre esta base he establecido el estudio que entregó. II. LA BATALLA DE CHACABUCO El paso de la Cordillera fue una lucha personal entre Bernardo O’Higgins y Miguel Estanislao Soler. Hay bastante documentación que prueba que Soler trató en todo momento de aquél, pues venía con algún ánimo preconcebido en contra de O’Higgins1, produciéndole inconvenientes; pero al fin, cuando ya se supo que el primer contacto con los realistas, que fue del General Juan Gregorio de Las Heras en Guardia Vieja, un poco más arriba de Río Blanco con un destacamento realista y que luego las avanzadas de Soler, en un lugar llamado de Las Achupallas, se encontraron también con otra pequeña guarnición realista. Las Heras capturó dos Oficiales y más de sesenta soldados y Antonio Arcos, en Las Achupallas, puso en fuga a otro destacamento realista. Estas noticias conmovieron a O’Higgins tanto como a sus hombres y las comunicó a San Martín: “Han resonado las 1 Se sabe que en Argentina se había ligado en estrecha amistad con José Miguel de Carrera, émulo de Bernardo O’Higgins. 238 E dición conmemorativa del B icentenario concavidades de estas cordilleras a los vivas. El gozo inspira nuevo aliento a mis tropas y espero vencer todas las dificultades... Todo se hace con el mayor gusto (aún) cuando fueran las comodidades mayores”. El panorama era espléndido. “Avistamos las preciosas campiñas de Chile, dice Casimiro AIbano, que no pudimos apreciar debidamente sino cuando volvimos a ellas. El enemigo tenía razón en disputarlas, pero nosotros éramos sus naturales dueños”. O’Higgins, animoso, comunicó a San Martín: “Voy a caminar llevando bastante tropa a pie, pero, a pesar de esto, haré todo lo posible para avanzar cuanto antes a Putaendo. El Presbítero Casimiro Albano queda en este punto para dar a V.E. una razón individual de los víveres que quedan a esta División para tres días”. Inició el descenso final por una topografía escarpada que hace ya cincuenta años modificó el Batallón de Zapadores Nº 2 del Ejército de Chile, reemplazando el pésimo sendero original por “una magnífica vía, pareja, limpia, uniforme en ancho y pendiente, sin peligros”. Pero los hombres de O’Higgins marcharon intrépidamente por el sendero de entonces; muchos a pie, y en la tarde del 6 llegaron a la guardia de Achupallas. Apremiado por Soler, que se disponía a entrar en San Felipe, aceleró al día siguiente su marcha y alcanzó hasta Los Potreros de Viña. Sólo había llegado a Putaendo y Mariano Necochea, con gran esfuerzo, logró montar en los mejores caballos un destacamento de poco más de cien hombres y avanzó a Las Coimas, donde derrotó a una fuerte división peninsular. Queda libre San Felipe al Ejército de los Andes; el día 8 dejó O’Higgins Los Potreros de Vicuña y entró a la capital de Aconcagua, detrás suyo lo hizo San Martín. Las Heras, por su parte, entró también ese día a Los Andes. Quedó así dominado el Valle de Aconcagua, y su población, entusiasmada, recibió, alborozada a los soldados, obsequiándolos con generosidad. La proeza del cruce de los Andes convenció a Europa y al mundo que la Revolución Americana no era obra de una montonera insurgente, pues Camilo Henríquez solía referir que en el Congreso Norteamericano un representante puso en duda la hazaña de San Martín: “¿Cómo ha de haber pasado los Andes cuando Potosí está ocupado por los realistas y se halla en el camino?” Santiago se conmovió. Cuenta en sus Recuerdos del Pasado Vicente Pérez Rosales que, un mes antes, en la casa llamada de los Carrera, Felipe Santiago del Solar –su padrastro– paseábase inquieto y preocupado por el salón, deteniéndose frecuentemente en las ventanas para mirar a la calle. Era la hora de la siesta y del silencio en la pueblerina capital; pero, anunciando a voces su mercadería, atravesó el patio un andrajoso vendedor de gallinas. Solar, al oírle “hizo a mi madre señas para que me entretuviese y, saliendo precipitado de la sala, ordenó a un sirviente cargase con las aves” y en seguida, tomando del brazo al vendedor, lo llevó hasta su pieza escritorio. El memorialista, entonces un niño, agrega que su madre se negó a satisfacer su curiosidad, pero años después le descubrió el misterio enseñándole “un pequeño cuadrito de papel” que conservaba dentro de las hojas de su libro de autógrafos. En él se leía: “15 de enero hermanos...”. Remito por Los Patos 4.000 pesos fuertes. Dentro de un mes estará con ustedes el hermano José”. 239 R evista L ibertador O’ higgins La visita del extraño vendedor cambió la vida en la casona y también en la ciudad. Esa noche hubo visitas y conversaciones medrosas, pero vehementes, “vi más radiante de contento la fisonomía de mi padre”. Las calles de Santiago, pocos días después, observaron un movimiento inusitado de mensajeros a caballo que salían de Palacio o llegaban a él y se hablaba de Batallones que venían, que se volvían o fraccionaban en destacamentos destinados a puntos cordilleranos. Así: “Llegó el día 11 de febrero y con él tanto toque de cajas (tambores) y de cometas, tantas carreras de caballos por la ciudad, al propio tiempo que se veían salir apresuradas por la Cañadilla (hoy avenida Independencia) las pocas tropas que aún quedaban en Santiago, que este pueblo parecía campamento que, sorprendido, se levanta a rebato. Ansiedad, temor y esperanza había en los corazones y circulaban las versiones más contradictorias, sobre la fuerza de invasión. Después de las oraciones, cerradas o vigiladas las puertas de calle en previsión de desmanes, alternáronse largos momentos de silencio con el ruido de ocasionales patrullas al galope lanzadas contra insurgentes impacientes que gritaban ya: ¡Viva la Patria! Volvían, ella y la Libertad. O’Higgins, quien nunca entró a las batallas sin antes acercarse a su madre para imponerla de sus afanes, inquietudes y anhelos, le escribió desde San Felipe. Doña María Isabel, orgullosa de su hijo, enseñó la Carta a sus conocidos, como fue su costumbre. Uno de éstos, presumiblemente el Cura y Vicario de Mendoza, en el Diario en que registró los acontecimientos de esos días, apuntó: Con fecha del 9 es escrita la... de O’Higgins a su casa, que da noticias de Heras y en este día dice está reunido el Ejército en San Felipe..., y que en aquella hora, que eran las 7 de la mañana, empezaba a caminar sobre (Santiago de) Chile, y que según las noticias adquiridas alli y el desmayo del enemigo, serían muy en breve dueños de Chile, que los mismos vecinos del valle les han proporcionado auxilios que jamás esperaron, que es mucho el entusiasmo de aquellas gentes y mucho el número de vecinos y gauchos (por huasos) que se les presentan a ayudarlos”2. Cruzando el río Aconcagua, el valle se extendió risueño y amable a las tropas que, bordea el estero de Pocuro y después de recorrer 15 kilómetros hacia el Sur, levantaron su campamento frente a la boca de la quebrada por donde hoy baja el camino internacional (carretera 57) y era entonces también el terminal Norte de la llamada Cuesta Vieja. El Ejército vivaqueó aquí casi tres días, teniendo a sus espaldas un morrito que se alza solitario en ese rincón del valle y se conoce como el cerro de La Monja (857 m). Los caballos fueron echados a terrenos de propietarios muy modestos, pero el Gobierno que habría de entronizarse fue consecuente con ellos. “Aquellos pobres –informó después el Gobernador de Los Andes a San Martín– cuyas chácaras taló la caballada del Ejército cuando pasó en la Hacienda del Castillo, antes de surgir la Cuesta de Chacabuco, no han cesado de repetir contínuamente por su abono, habiendo entendido que así lo prometió V.E. cuando partió”. Llamáronse Juan Basaure, Eugenio y Estanislao Tapia, Nicolás Muñoz y Juan Carvacho, y todos fueron satisfechos con cien pesos3. La serranía que se alzaba delante del Ejército habría sido un punto estratégico bien elegido por el mando realista, si lo hubiera aprovechado. En los días de 2 Senado de la Nación Argentina: Biblioteca de Mayo. Editorial Penser, Buenos Aires, 1960, Tomo XVI, Primera Serie, pág. 14320. 3 Archivo Nacional de Chile: Archivo de don Bernardo O’Higgins. Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1962, Primer Apéndice, pág. 225. 240 E dición conmemorativa del B icentenario Rancagua y cuando Buenos Aires consideraba el envío de auxilios militares a Chile, temiéndose entonces un desembarco de tropas virreinales en Valparaíso que pusieran cerco a la Capital, Marcos Balcarse informó a su Gobierno: “Tienen en la carrera de los Andes a Santiago el punto fuerte de la Cuesta de Chacabuco, que puede ser defendido con muy poca gente y, si la ocupan, ya dejan cortadas las comunicaciones con esto. No obstante, una división gruesa podría empeñarse en entrar a todo trance”4. San Martín no lo ignoró –Balcarse hallábase con él en Mendoza cuando remitió esta Nota– y operó con precauciones, Años después, respondiendo al cuestionario del General John Miller, explicó su retraso de esos días: “El 10 por la tarde (hice) un reconocimiento... sin poder formarme una idea exacta de las fuerzas enemigas en razón de la inmensa elevación que ocupaban”. Este promontorio al fondo de la larga y estrecha quebrada que cae al valle y que se abre camino por dentro de los cerros escarpados corresponde a la elevación máxima de la sierra y recibe el nombre de cerro La Ñipa Grande (1.462 m). En su cumbre, que encimaba el Camino Real –entonces sólo una huella de troperos que buscaba su ascenso en zig-zag. y que las autoridades mantenían con arreglos superficiales–, dominaba el paso un pelotón realista. “El 9 por la mañana –informó QuintaniIla al Virrey al mes siguiente–, se destacaron una Compañía de Infantería y 25 Carabineros en la altura de la Cuesta... El día 10 se reforzó la avanzada con otra compañía más de infantería”. San Martín tomó de inmediato la ofensiva. “El Ejército –explicó a John Millerno tenía más que dos– piezas de a 2 (en realidad eran nueve las piezas)... La caballada estaba en malísimo estado... no creí oportuno atacar al enemigo hasta recibir la artillería los cañones “de batalla” que sólo –el 17 ó 18 llegaron a Juncalillo– y remontar la caballería”. Pero recibió avisos –entre otros el de justo Estay, el famoso baqueano chileno de su confianza– que la concentración realista sería más poderosa en la tarde del 12, porque a marcha forzada venían algunos batallones del Sur. “No dudé del partido que debía tomar atacando al enemigo antes que verificasen la reunión”... Afortunadamente, una hora antes de romper la marcha hacia el enemigo, llegaron 500 caballos de refresco. Ya en la tarde, había expedido la siguiente orden: “El Ejército se formará esta noche a las 12 y cuidarán los jefes de las respectivas divisiones de municionar su tropa con 60 cartuchos a bala por hombre, sin permitir que ninguno lleve sus mochilas... Ocurrirán los cuerpos por ración de aguardiente para distribuirlo aguado antes de marchar”. Esa misma noche se resolvió el “dispositivo de ataque” que, naturalmente, sólo se refiere al asalto de la posición que veían ocupada por los Realistas en el cerro de La Ñipa. El Ejército rompería la marcha a las 2 de la mañana, encabezado por Soler al mando de la Primera División con unos dos mil doscientos hombres –mil cien de Caballería, novecientos de Infantería y 7 piezas con doscientos artilleros, aproximadamente– seguido por O’Higgins con la Segunda División al frente de mil ochocientos: trescientos veinte de Caballería, 4 Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de Argentina: Diplomacia de la Revolución. Chile. Editorial Peuser, Buenos Aires, 1963, Tomo IV, pág. 321. 241 R evista L ibertador O’ higgins sesenta de Artillería con, 2 piezas5 y unos mil cuatrocientos infantes. Juntos entrarían por la quebrada hasta el punto que denominaron Manantiales y que corresponde a la otra quebrada, la de Los Indios, que penetrados unos kilómetros, se abre perpendicular a la derecha, En este lugar, donde caen algunos arroyuelos del cordón inmediato, mantenían de avanzada una Compañía de Cazadores y era el punto donde ambas Divisiones se separarían. La de Soler seguiría su marcha cargándose a la derecha, por senderos preferidos por algunos prácticos que ascendían bordeando los cerros, con un recorrido mayor pero menos abrupto, para asaltar la posición realista por su flanco izquierdo. La de O’Higgins, dividiendo su vanguardia en dos, avanzaría con una parte por el Camino Real y con otra por los faldeos de los Cerros de la izquierda. Al acercarse a su objetivo, las vanguardias de una y otra división se dispersarían en guerrillas que debían contactar a ambas. El “dispositivo”, que hemos reseñado en términos vulgares, concluía: “Las circunstancias y el terreno decidirán el resto”. Entretanto, en Santiago, Francisco Casimiro Marcó del Pont había entregado el Comando General al Brigadier Rafael Maroto, quien sólo pudo reunir un total de mil quinientos hombres con 2 cañones. Llegó éste a las casas de Chacabuco, donde hallábanse los derrotados de Las Coimas, a mediados del 11 al 12 de febrero. Al amanecer se dirigió a reconocer la posición de la avanzada en La Ñipa, acompañado de Ildefonso Elorreaga, Miguel Marquelli, Antonio de Quintanilla y Ángel Calvo. El Brigadier español desde la altura miró con su anteojo por el cañadón tratando de ubicar el campo Patriota, pero sólo pudo ver a dos hombres que jugaban con sus sables en la avanzada. Volviéndose donde el jefe de la suya, Capitán Juan Mijares, le instruyó que destacase centinelas adelantados. “Dile la más estrecha orden –agrega– para que a todo costo sostuviese aquel punto... y que sólo pudiese verificar su retirada al verse con el tercio de la gente”. Vuelto Maroto a las casas, donde llegó alrededor de las 9 de la mañana, remitió un propio a Marcó del Pont reclamándole la artillería y los refuerzos prometidos y luego recibió un parte de Mijares: “Tenemos al enemigo muy próximo en número de 500 a 600 hombres, caballería e infantería, que nos amenazan por dos puntos y dentro de pocos momentos romperemos el fuego”. Le contestó insistiendo en que mantuviese la posición y se puso en marcha de inmediato con sus fuerzas, adelantando a Quintanilla con la caballería a sostenerle, cuando a éste le faltaban “unas doce cuadras de la altura” descubrió que Mijares bajaba “sin disparar un tiro..., al mismo tiempo que el enemigo asomó en ella”. El Brigadier español, quien seguía el Camino Real (que en esa parte se ajusta al trazado de la Carretera actual que sube a la boca Sur del túnel, abierto precisamente en el cerro La Ñipa) alcanzaba ya el lugar donde iniciábase la Cuesta. Cuando conoció el aviso de la ocupación de la cima por los patriotas, dio orden ahora a Quintanilla de proteger la retirada de Mijares y se dispuso a resistir, retrocediendo a los faldeos del Cerro Quemado (874 mts.) que recién había dejado atrás pasando por su costado, para establecer su línea en la meseta de poca gradiente que hace su faldeo norte. Desde este lugar, donde se conserva todavía 5 Estas piezas se desbarrancaron, quedando fuera de servicio. La División de O’Higgins entró en combate sin artillería (N. de la R.). 242 E dición conmemorativa del B icentenario la base de la pirámide que O’Higgins ordenara levantar y que no se construyó, Maroto tuvo una visión sin obstáculos, salvo por los matorrales diseminados en la extensión del pequeño valle en que formarían los Batallones que lo arrollarían. José María de la Cruz, quien dijimos sirvió como Ayudante de O’Higgins, refirió el asalto a La Ñipa con detalles que ilustran este preliminar de la Batalla. “San Martín, dice, después que Soler se separó para tomar su camino, detuvo la División de O’Higgins unas cuadras antes del punto en que iniciábase la Cuesta. Pasando un rato, que se empleó en el reconocimiento (apuntaba la aurora) dispuso O’Higgins que el Comandante Ambrosio Cramer con el Batallón Nº8 amagase el frente, marchando por el faldeo opuesto de la quebrada por donde subía el Camino Real y, para reconocer en sus vueltas, destacó una guerrilla de Caballería, la que habiendo parado su marcha dos veces sin haber sido detenida por el enemigo, me ordenó tomase su mando y que subiese hasta donde se me disputase el paso. El enemigo, aunque había dispersado como cien tiradores sobre la colina por cuya falda escabrosa subía el 8 y como veinte y tantos por la subida del camino, emprendió su retirada sin disputar la subida. Cuando llegué a la cima, estas fuerzas que eran como 80 ó 100 hombres se retiraban por el camino, y con 30 cazadores lo verificaban por la cuesta de la serranía, sin duda para proteger su flanco derecho e incomodar el nuestro, si lo seguíamos. Descendí a dar este parte a O’Higgins, y el General San Martín, que llegó en esos momentos, dio la orden que subiese el Batallón N°7 con un Escuadrón de Caballería y que siguiese la Artillería, y ambos Generales lo hicieron adelante. Cuando llegaron arriba, la División de la derecha (la de Soler traía un recorrido más largo) habría vencido a lo más la mitad del camino del todo y el enemigo aún no había acabado de bajar y se veía el resto de su Ejército avanzar por el llano inmediato a las casas. San Martín destacó una Compañía de Caballería para observar la retirada de la avanzada de Mijares y poco después díjole O’Higgins que sería mejor (le permitiese) que les siguiese con su División, picándole la retaguardia para entretenerlo. Bien, mi General, le contestó, pero de ningún modo comprometa la acción, pues la derecha (Soler) viene lejos. Al acabar de bajar O’Higgins, la Caballería suya empezaba un tiroteo con la retaguardia de Mijares (según, creyó Cruz) y como la Infantería (Patriota) se hallaba en el desfiladero (la quebrada de La Ñipa), para sacarla de él dispuso avanzar con prontitud. Como no se encontrase un terreno aparente para desplegar hubo de seguir la marcha hasta encontrarlo (salió por el portezuela de las Tórtolas Cuyanas) que fue ya bajo los fuegos de la Artillería enemiga. Delante suyo se extendía el pequeño valle que le separaba de Maroto, estrecho, de unos 1.200 metros de largo y unos 600 de ancho, contenido a la izquierda por dos eminencias, los cerros Los Halcones (1.029 mts.) y Guanaco (924 mts.) y a la derecha por el estero o riachuelo de Santa Margarita, hundido en una quebrada de taludes escarpados, que corre de Norte a Sur a unos cuatro metros de profundidad con respecto al vallecito y con un ancho de diez a doce metros. El pequeño valle es de lomas suaves con depresiones que, miradas desde 243 R evista L ibertador O’ higgins el punto en que se hallaba, parecían nada profundas. Cerrándole a su frente en el faldeo del cerro Quemado, con su derecha en El Guanaco, que surge a su lado, y su izquierda inmediata sobre el Camino Real, junto al zanjón, pudo ver las posiciones realistas. No advirtió O’Higgins, porque la naturaleza del terreno y los matorrales le impedían ver, que delante de la meseta en que Maroto formaba su línea, lo que aparentaba ser planicie suave en ascenso hasta ella estaba cortada transversalmente por una barranca profunda que permite el paso a un arroyuelo que viene del Guanaco, que ya había detenido a los Granaderos. No parece, tampoco, que éstos se lo comunicaran. “El Regimiento de Talaveras, dice Quintanilla, en columnas cerrada, estaba a la derecha, apoyando este costado en una altura (El Guanaco), el de Chiloé en la misma formación más a la izquierda y a la retaguardia como cien Húsares. Los Carabineros en el centro cubrian el Camino Real con la formación de columnas por Compañías, que no daba más el terreno. La tropa de Valdivia con el Coronel Elorreaga pasó por la izquierda (salvando el zanjón de Santa Margarita) a posesionarse de una altura (el Chingue, 941 mts., y muy empinado); las dos piezas de artillería, avanzadas, cubrían perfectamente al enemigo”. En el momento en que O’Higgins entró al valle para desplegar su fuerza y esperar en buen pie a la División de Soler, los realistas ejecutaban una maniobra que él mismo recientemente había realizado. “Las Compañías de Cazadores, de Talaveras y Chiloé –dice Quintanilla– se avanzaron por el costado derecho en guerrilla, al mismo tiempo que una de Carabineros por el frente de éstos salió en tiradores”. Este movimiento podía preceder a un ataque, A este tiempo O’Higgins había formado ya su línea, “su infantería en columna cerrada, apunta Quintanilla, y la caballería en dos columnas” y como declararon luego los Granaderos a Caballo, ocupando ellos “el espacio entre el cerro de nuestra izquierda (Los Halcones) y el otro en que apoyaba su derecha el enemigo” (Guanaco). Para resguardarse realizó O’Higgins una maniobra usual que Cruz llama “destacó una cuarta”6, en lo que coincide con Quintanilla, quien confirma que los patriotas guardaron sus flancos “con igual número de tropa en guerrilla”. El Brigadier chileno ya no podía retroceder, porque habría quebrado su línea e introducido el desconcierto en sus filas. Pero tampoco podía sostenerse indefinidamente en esa posición. Soler no se presentaba. El recorrido que su División debió cumplir fue ciertamente más largo, pero más cómodo que el de O’Higgins. Obedecía a senderos abiertos en busca de alturas menores y repechadas menos violentas y corresponde aproximadamente a lo que hoy conocemos como la Cuesta Vieja, con curvas y vueltas más tolerantes y no tan agotadoras como las del Camino Real, éste siempre en ascensión brusca hacia cumbres más altas. Si hubiere marchado normalmente, debió presentarse con oportunidad al campo de batalla. Pero se detuvo. “En descanso estábamos –refiere Rudecindo Alvarado, Comandante del Batallón Nº 11 en su División– cuando oímos el fuego nutrido en la montaña a nuestra izquierda7. 6 Cuarta: unidad antigua, correspondía a un cuarto de una Compañía. 7 Senado de la Nación Argentina: Biblioteca de Mayo, cit., Tomo II, pág. 1947. 244 E dición conmemorativa del B icentenario O’Higgins no descansó, Soler lo hizo, no sólo cometió un error: faltó a su deber y puso en jaque la victoria, su actitud fue violentamente vituperada en Buenos Aires y lo enseña una Carta que O’Higgins recibió a los dos meses, de Jaime Zudáñez: “Me ha sido muy doloroso saber, de un modo indudable, que el Brigadier Soler se portó en la acción decisiva de Chacabuco con la más completa inequidad, quedando en inacción con la mayor parte de nuestras tropas, que estaban a su mando, en las circunstancias más apuradas, y que si contra órdenes no entra en acción el valiente Necochea, nos exponemos a un contratiempo funesto”. En el vallecito, destacadas las guerrillas, el fuego de fusilarla de éstas se hizo parejo de una y otra parte, aunque no dañaba8. Pero, bruscamente, según Quintanilla, sin orden de Maroto (el Brigadier español no la recuerda), “el batallón de Chiloé se precipitó desordenadamente, haciendo fuego en pelotones y ocupando la posición de nuestras guerrillas de infantería”. Los Granaderos concuerdan: “Los enemigos en columna mal formada o pelotones quisieron avanzar por nuestra izquierda”. Cruz, por su parte, refiere que esas tropas “pretendían tomar un terreno algo quebrado e incomodar a nuestra caballería, por lo que O’Higgins hizo salir otra guerrilla para que se interpusiese, produciéndose un tiroteo más decidido y próximo. “La enemiga fue reforzada inmediatamente –sigue Cruz– y en ese momento lo repetía Cramer: ‘General, carguémosle a la bayoneta’. ‘Y si no se hace me llevan los diablos’, le contestó. Antes se le había callado”. Fue el instante decisivo y los acontecimientos se precipitaron. La recomendación de San Martín ya no podía tener validez desde que no era O’Higgins quien movió al Chíloé. Trece años después, en una Carta a Juan Egaña que ha sido traída muchas veces al tapete de la crítica, se dice que el patriota chileno contestó un cargo que sus enemigos de entonces difundían empeñosamente: “Yo he sido acusado de temerario por haberme arrojado a atacar con 700 bayonetas más de tres tantos este número en los altos de Chacabuco, pero los que hacen esa acusación son incapaces de juzgar mis motivos y sentimientos en aquella ocasión. Ellos ignoraban el juramento que hice durante 36 horas de combate en Rancagua: ellos no sabían los clamores y ruegos que diariamente ofrecía a los cielos desde aquel día aciago hasta el 12 de febrero; ellos no eran sensibles a los abrasadores sentimientos que me consumían”. La frase, tocada de la moda épico-romántica de la época, nada dice. Es sólo el desahogo dificultoso de un mal estilista y no la réplica de un viejo militar y acusa, todavía, muy poca concentración volitiva para recordar en su integridad el hecho que comenta, pues confunde las cifras y el lugar. O’Hlggins, en verdad, no pretendió con ella levantar un cargo que se hacía a su conducta, que lo habría logrado con conceptos más precisos, sino sólo sacudiese de una cantinela más de las muchas que entonces utilizaban sus detractores y le tenían hastiado. Por lo demás, no escribía a un militar sino a un intelectual totalmente apartado de las prácticas castrenses, y por ello le habló en su idioma. No eran momentos para inundar la mente con sentimientos, sino para la acción. Con todo su ser puesto en el entrevero observó que los refuerzos realistas habían progresado unas dos cuadras y que su guerrilla perdía terreno, replegándose 8 Los puntos de chispa de la época no eran eficaces a distancia mayores de doscientos metros. 245 R evista L ibertador O’ higgins hacia la caballería. Fue la primera retirada patriota o contención de su ataque de que habla Maroto9. “La situación era embarazosa”, refirió después San Martín a Miller y le agregó que era imposible evitar el encuentro y que el “General O’Higgins manifestó una bravura que jamás ha desmentido”10 O’Higgins –sigue Cruz– “me previno diese la orden al Batallón Nº 7 que reforzase con una mitad (a la guerrilla) y que tratasen de arrollar la contraria. Principió esto a suceder cuando volví a unirme al General. El enemigo, vista la decisión de este ataque, sacó como cien hombres de su cuadro, cuyos flancos se apoyaban en dos columnas y cuando sacaba tropas de una de éstas para cubrir el claro abierto en aquél, le dijo O’Higgins a Cramer “Ahora es tiempo. Si perdemos no encontrarán a quien juzgar. Cruz, a la caballería, que cargue inmediatamente por nuestra derecha”. Había entrevisto la coyuntura que le permitiría abrir un frente decisivo. Según Cruz, parte de la Caballería contraria hallábase más atrás que su Infantería. Era ésta un centenar de Húsares, según Quintanilla, pues sus Carabineros de Abascal –un Batallón más poderoso– formaba sobre el Camino Real a la derecha de O’Higgins. “Cramer sin perder tiempo, pasó a ponerse a la cabeza de la columna de su Batallón (el N° 8) y marchando de frente, seguido por el N° 7 hasta el pie de la lomita (hoy algo rebajada para asentar el monumento conmemorativo) en que había dejado al general, variando un tanto de dirección para trascenderla por su pie, hizo romper el toque de ataque con la música, mandando calar bayoneta. La caballería a ese tiempo recibía la orden de carga. Pero no lo hizo por la derecha patriota. Y es que no sólo O’Higgins comprendió que los movimientos que producía Maroto en su línea ofrecían la oportunidad deseada. San Martín también lo entendió. “El señor General en Jefe –dicen los Granaderos en su exposición– conoció la ocasión de acabarlos; vino precipitadamente y puesto a la cabeza de los Escuadrones (eran dos, el 2 y el 3) nos mandó cargar”. No encabezó la carga –el General en Jefe es un conductor superior y habría faltado a su deber si lo hubiese hecho– sino que, llegado a la carrera y deteniéndose delante de los escuadrones en formación los “mandó” a ese asalto. Pudo haber enviado a un Ayudante a comunicar la orden, pero prefirió hacerlo personalmente. Bartolomé Mitre no fue enteramente justo con el General de los Andes, o se confundió. El Historiador y Político argentino, recogió informes verbales o escritos de jefes tan inmediatos a estos sucesos como Juan Gregorio de Las Heras, Miguel Estanislao Soler, José Matias Zapiola, Martín Escalada, John O’Brien y una decena más y concluyó que San Martín no pudo entrar a la Batalla, ni siquiera al punto de partida de los asaltantes. “Ya no era San Martín el sableador de Arjonilla o de Bailén y San Lorenzo; ganaba las batallas en su almohada fijando de antemano el día y el sitio preciso, precisamente en ese mismo día estaba aquejado de un ataque reumático-nervioso que apenas le permitía mantenerse a caballo. Era su cabeza y no su cuerpo la que combatía”. O’Higgins lo confirma. 9 Últimos días de la Reconquista española. Proceso seguido de orden del Virrey del Perú a los Jefes y Oficiales del Ejército Real derrotado en Chacabuco. En: Colección de Historiadores y de Documentos Relativos a la Independencia de Chile. Dirección General de Talleres Fiscales. Taller de Imprenta, Santiago, 1930, Tomo XXVIII, pág. 131. 10Senado de la Nación Argentina: Biblioteca de Mayo, cit., Tomo II, pág. 1916. 246 E dición conmemorativa del B icentenario En unos apuntes de John Thomas sobre la batalla, escritos sobre la base de la confidencia del proscrito en Lima, se lee: “No podemos omitir que por varios días antes, el General San Martín fue azotado por un mal cruel y que le debilitaba, a cuyos efectos una mente común habría sucumbido. Resistió virilmente mientras hubo una fuerza enemiga; pero, liquidada ésta, desapareció el estímulo que le sostenía y los sufrimientos físicos le dominaron por un largo período después de la batalla”. Ni Cruz ni O’Higgins le vieron, tampoco los memorialistas argentinos. Los acontecimientos de ese instante se sucedieron muy rápidos y todos estaban demasiado atentos a lo propio para reparar en la presencia de un Oficial más de los que se movían ante la Caballería formada. O’Higgins recordó después, únicamente, que el Coronel O’Brien, uno de los Ayudantes del General en jefe, se acercó cuando iba con la misión de buscar a Soler para que avanzara de inmediato al entrevero, frente a los Granaderos, y dio la orden de que cargaran la derecha de Maroto. Aunque confunde el lugar, José Melián recordó que “nos mandó ir con ímpetu a la carga”. No estaba a retaguardia, como creyó Mitre, en la “boca de la quebrada”, sino delante de la Caballería formada entre los cerros Los Halcones y Guanaco. A cinco meses de estos sucesos, la exposición de los Granaderos a caballo, que fue pública en Chile, no podía engañarse ni engañar. Todo fue simultáneo. La Infantería patriota entró al ataque, pero ni O’Higgins ni nadie advirtió la barranca que corta la planicie ascendente hacia el faldeo o meseta donde hallábase Maroto. “El enemigo, continúa Cruz, que no había visto el movimiento de nuestra infantería, sorprendido por este brusco ataque en el momento de estar llenando su cuadro, mandó desplegar sus columnas cuyo movimiento concluía cuando la (columna) de nuestra cabeza se hallaba como una cuadra principiando a pasar un zanjoncito de agua”. Hallábanse prácticamente debajo de la formación enemiga, a no más de cien metros y podían apreciarla encima como en un balcón, en lo alto de la meseta. “Nos hicieron una descarga cerrada que nos fue sumamente mortífera, desorganizándonos completamente el 8º que se dispersó por derecha e izquierda de la barranca, rompiendo sus fuegos sobre la línea enemiga”. Se consideraba entonces que el ataque en columnas cerradas reforzaba el valor individual del soldado, como un efecto del contacto humano, además que impresionaba al enemigo, y como el fusil de la época no era de precisión –no servía para hacer punteria a 50 metros–, el resultado del disparo era muy relativo. Relacionando la versión de Cruz con las de Moroto y Quintanilla, esta desorganización de los patriotas fue la segunda que sufrieron en el curso de la Batalla, pero se rehicieron de inmediato. “Las dos piezas de artillería, dice Quintanilla, hicieron muy poco fuego, pero acertado, y lograron desordenar la infantería enemiga; pero con la mayor prontitud volvió a su formación en tres columnas”. Operaron varias circunstancias coincidentes que permitieron la Reacción y la Victoria. En el campo Realista, además que la descarga fusilera fue simultánea y, por lo tanto, dejó un margen de tiempo suficiente para que su asaltante se reorganizara (era largo el proceso de recarga de los fusiles de chispa), Maroto efectuó una maniobra conveniente, cuando la inició antes de producirse el asalto, 247 R evista L ibertador O’ higgins pero que resultó errónea al momento en que se cumplió y cuyo efecto deja entrever la frase de Quintanilla sobre el “poco fuego” que hizo la Artillería. Sus cañones no dispararon ahora; sólo lo hizo la Infantería. En el Proceso instaurado al mes siguiente en Lima, Francisco Ruedas, “Comisario de Artillería Honorario de Guerra” del Ejército Real, denunció insistentemente “que la acción se perdió al momento en que dos cañones de Artillería que estaban al frente del enemigo dispusieron pasarse al costado izquierdo de nuestra tropa”. Maroto los movió al observar el avance de un cuerpo de Caballería que salvaba el zanjón de Santa Margarita. En la estrecha meseta en que se resolvía la victoria, los cientos de hombres entreverados, que pugnaban por desalojarse mutuamente, la convirtieron en un Infierno difícil de describir. Cruz dice que al desordenarse el 8º, el 7º entró a ocupar su lugar y que Cramer y O’Higgins, tomando su cabeza, lo condujeron en una carga a la bayoneta apoyados por los disparos que desde la barranca hacían los soldados dispersos del N° 8 y por las cargas simultáneas, por los flancos enemigos, de la Caballería, la línea realista comenzaba a desgranarse en sus extremos cuando los negros del N° 7 hallábanse “como a sesenta pasos” de sus adversarios. Sesenta pasos a la carrera son segundos en el tiempo y las largas cuchillas de las bayonetas de la época llegaron a las carnes de los aterrados chilotes. “O’Higgins y Cramer, insiste Cruz, aquél a caballo y éste a pie, fueron siempre las cabezas del ataque”. Cruz se remite a la tarea que cupo a la Infantería, porque marchó con ella. Quintanilla, con un campo de vista más amplio por su ubicación en la meseta, vio el conjunto. “La caballería enemiga, en dos columnas como 350 hombres cada una, pasaron, la una por el costado derecho (de los Talaveras), al parecer imposible por el declive del cerro (Guanaco), y la otra por el costado izquierdo, de los Carabineros. La primera recibió un fuego graneado a quemarropa, pero no detuvo la carrera; la segunda fue detenida por la Compañía de Lanceros de mi cuerpo que la atacó de frente, causando bastante daño al enemigo; pero su Infantería, que al momento marchó de frente sobre el Batallón de Chiloé, ya desordenado, puso a éste en fuga, del mismo modo al Talaveras, y últimamente, la caballería nuestra, pasó a retaguardia y se enredó con la enemiga”. El desmoronamiento del Chiloé, que abrió la victoria, fue obra de la Infantería de O’Higgins; la carga por el declive imposible, fue de los Granaderos que empeñó San Martín; la que enfrentó a las lanzas de los Carabineros fue la de Mariano Necochea, quien, viniendo de la División de Soler, salvó en ese momento el zanjón junto al Camino Real, no pudo ser otro. Quintanilla fue siempre preciso para fijar el número de hombres comprometidos en una acción y no eran setecientos los de los escuadrones que traía O’Higgins, sino trescientos veinte que fueron los que San Martín ordenó cargar. Necochea atacó al grueso de su Caballería como había dispuesto O’Higgins que lo hiciera la propia con Melián, y la que San Martín dio otro destino que pudo ser fatal para los patriotas. “El Comandante Necochea, dice Rudecindo Alvarado, que se desprendió de la altura y bajó por mi derecha a un terreno llano, la sableó sin piedad”. 248 E dición conmemorativa del B icentenario Otra parte de la División Soler, dos compañías de Caballería de cazadores que venían en guerrillas a su vanguardia, a las órdenes del Capitán Lucio Salvadores, se encargaron del Batallón Valdivia en el Cerro del Chingue; Elorreaga murió en la refriega. “Toda la División envuelta en la mayor confusión, concluye Quintanilla, no se veía otra cosa que porciones dispersas de nuestra tropa que corrían abandonando las armas, no bastando todos los esfuerzos a contenerlos para la reunión, de modo que del todo sólo se salvaron como 80 carabineros y 50 infantes que se hallaban a retaguardia, quedando los demás prisioneros o muertos”. Todavía hubo, empero, un, gesto supremo, el de un desesperado. ‘El Capitán Vicente San Bruno de Talaveras, refiere Cruz, que sin duda se ocupaba en contener los soldados, no consiguiéndolo, volvió de carrera sobre la línea abandonada, echó pie a tierra y prendió fuego a un cañón cuando nos encontrábamos, como a 30 pasos, luego remontó y huyó por el Camino Real’. Ya no hubo más lucha, sino propiamente una masacre. “La caza de infantes realistas no concluyó hasta que todos fueron muertos o hechos prisioneros y hasta que resultaron inútiles los esfuerzos por alcanzar a su caballería, La escena abarcaba una extensión de casi cinco millas (hacia Santiago) y en todas partes se mostraba el puño brutal de la muerte, dado que quienes allí yacían habían sido heridos por la bayoneta o el sable. Un pequeño riachuelo, como a medía milla de las casas de Chacabuco, en el camino a Colina, estaba bloqueado de cadáveres en el punto en que cruzaba la carretera”11. Se estimó primero en 500 el número de bajas realistas, más muertos que heridos, luego se calculó que fueron 600. De sus oficiales murieron, entre otros, además de Idelfonso Elorreaga, los Comandantes Luis Arenas y Miguel Marqueli. Los prisioneros fueron 500. Las pérdidas patriotas resultaron casi mínimas: 24 muertos y 94 heridos. Cansado, pero feliz, rodeado por algunos Oficiales y por entre cuerpos de tropa que marchaban a concentrarse en la viña y casas de Chacabuco, O’Higgins se encontró con Soler. Venía éste al galope, en su alcance, “con su caballo echando espuma”, e insolentemente descubriendo todo ese “orgullo y fatuidad” de que le acusara Martín de Pueyrredón, “le increpó haber precipitado el ataque”. Dos horas la Batalla y muchas más de tensión constantes eran más que suficientes para el Prócer, por lo que se limitó a responder con frialdad que mejor buscase la ocasión de la pelea que no había conocido conduciendo a su tropa descansada por el camino que desde ahí mismo salía a Valparaíso, a interceptar la huida de quienes abandonarían ahora la Capital. Pero Soler tenía otros planes. No fue el único incidente que tuvo O’Higgins en el breve trayecto a las casas. Poco después le alcanzó también un huaso bien montado que habíase incorporado al Ejército en San Felipe y que traía “arrastrando de la barba” a un Oficial “rechoncho, bajo de cuerpo, ancho de espaldas, pescuezo corto, cara expresiva, barba y anchos bigotes castaños”. “General –le dijo entre alegre y triunfal el huaso– ¡es San Bruno!”. El odiado Talavera, sin demostrar temor, con entereza, avanzó delante de su captor y entregó su sable a O’Higgins. “¿Cómo es que se dejó apresar?”, le preguntó éste. “Por cumplir mi deber, señor General, 11 Antonio de Quintanilla: Memorias. 249 R evista L ibertador O’ higgins le contestó, he podido escapar mejor que los demás porque montaba un buen caballo, pero, no pudiendo contener mi tropa, volví a disparar el último tiro, y, creyendo reunir dentro de las casas algún número, sin lograrlo, me han tomado sin defensa”. Antes de dos meses, después de un Proceso sumario, fue ajusticiado. “Fue aquélla, dijo O’Higgins, una sentencia que firmé sin pesar”. Encontró a San Martín en las casas de Chacabuco y ambos se abrazaron emocionados. Unos días después el General argentino hubo de volverse a Buenos Aires y se despidió de sus hombres: “Individuos del Ejército de los Andes: Vuestro bien y el de la América me obligan a separarme de vosotros por muy pocos días... Entretanto queda con el mando en jefe del Ejército el Excmo. Señor Brigadier Don Bernardo O’Higgins, el mismo que os condujo a la Victoria”. Fue un hidalgo reconocimiento ante quienes habían sido testigos. Eran tiempos aquellos en que los dramas clásicos y el culto a la epopeya y a los hombres de la antigüedad helénico-romana arrebataban al público y Buenos Aires no encontró nada mejor que celebrar la victoria con una representación teatral de que nos dejó noticias El Censor, un periódico de gran difusión: “Nos parecía (tal era la semejanza de las circunstancias) –dice–, nos parecía que hubiesen retrogradado los siglos... El numeroso auditorio que en toda la representación conservó profundo silencio, derramó dulces lágrimas al oír decir a Arístides: “Voy a hacer a mi patria un sacrificio mayor que el de mi vida; yo renuncio por ella, la ambición, la gloria y la inmortalidad. Miltíades: yo te cedo el mando del ejército. Tú sabes ya como se triunfa de los persas. Llévanos al combate y que la victoria que sigue siempre tus pasos, coronen el fin de tu carrera. No te excuses, íoh, Miltíades! Sé tan generoso como yo”. 250 E dición conmemorativa del B icentenario VOCACIÓN AMERICANISTA DEL LIBERTADOR DON BERNARDO O’HIGGINS Julio Heise González1 Los historiadores discuten sobre cual fue el primer cerebro que concibió la idea de amalgamar en una sola entidad política a todas las nacientes repúblicas hispanoamericanas. Muchos creen que la paternidad de esta idea pertenece al gran venezolano Simón Bolívar. Las primeras palabras de este ilustre venezolano sobre la Confederación americana datan de su famosa carta de Jamaica, fechada en 1815. El mérito de Simón Bolívar reside en haber intentado llevar a la práctica este pensamiento con todos los medios a su alcance. Sabemos que lamentablemente fracasó en su intento. El pensamiento de organizar una Gran Confederación americana no fue original ni exclusiva del gran prócer venezolano. Hacia 1810 la idea flotaba en el ambiente de todos los países de la América española. Desde México a Chile, los patriotas acariciaron este ideal y soñaron con una patria grande y común, con una Patria Continental. San Martín y Rivadavia en Argentina, Artiga en Uruguay, José Cecilio del Valle en Centro América; todos formularon proyectos de Confederación americana, todos apuntaron en el mismo sentido, aunque con menos decisión y sin tanta audacia política; pero con una percepción tan clara y penetrante como la del propio Bolívar. Los hombres públicos e intelectuales de la época traían entre manos el mismo mensaje: constituir una gran Confederación americana. A Chile le correspondió un papel importantísimo en la formulación y maduración del ideal americanista. Junto con los primeros intentos de organizar un gobierno independiente, se dejaron sentir en 1810 los llamados de muchos patriotas chilenos en pro de la solidaridad y de la Confederación americana. Compartieron también estos anhelos americanistas: el Cabildo de Santiago, la Primera Junta Nacional de Gobierno y el Senado de 1818. En reunión del 12 de septiembre de 1810 –poco antes de constituirse la Primera Junta Nacional de Gobierno– el patriota don José Gregorio Argomedo presentó, en el Cabildo de Santiago, un plan general de acción para conciliar los puntos de vista discrepantes del Cabildo y de la Real Audiencia, en relación con el problema de la Junta de Regencia. En el punto V de este plan se establece: “Que, asimismo, se tratase de nombrar el diputado que, como representante del Reino de Chile, debía pasar a la celebración de las Cortes, para que éste, 1 Profesor, abogado, historiador. 251 R evista L ibertador O’ higgins si lo permiten las circunstancias de España, fuese a dicha península, o bien a aquel lugar de América que se designase como punto de reunión para tratar del gobierno de todas las Américas”. Con esta pieza documental se ha probado que fue Argomedo el primer americano que propició la celebración de un Congreso de todos los países que iban independizándose de la dominación española. Fuera de esta comprobación documental existe un testimonio irrefutable del propio Bolívar, recordado y estudiado por don Marcial Martínez en una biografía de Argomedo. En vísperas de la inauguración del Congreso de Panamá el año 1826, estando Bolívar reunido con los diputados de varias secciones de América, dijo al doctor Argomedo: “De usted fue la honra de haber indicado primero el pensamiento cuya realización va a ser mi mayor gloria”. Poco después de elegida la Primera Junta Nacional de Gobierno, el 18 de septiembre de 1810, don Juan Egaña redactó “La Declaración de los derechos del pueblo de Chile”, en la cual afirmaba: “Que es muy difícil que cada pueblo por si solo sostenga, aun a fuerza de peligros, una soberanía aislada; por lo tanto, deben unirse. Que el día que la América reunida en un Congreso ya sea de sus dos continentes, o ya del Sur, hable al resto de la tierra, su voz se hará respetable y sus resoluciones difícilmente se contradirán. Estamos unidos por vínculos de sangre, idioma, leyes, costumbres y religión; y sobre todo, tenemos una necesidad urgentísima de reunirnos para defendernos de España…”. Como se puede apreciar, don Juan Egaña expresa en forma clara y precisa la idea de la Confederación americana. Además, pasa revista a las razones que justifican dicha Confederación. “El pueblo de Chile –agrega Egaña– retiene en sí el derecho y ejercicio de todas sus relaciones exteriores hasta que, formándose un Congreso General de América o de la mayor parte de ella, o a lo menos de la América del Sur, se establezca el sistema general de unión y mutua seguridad, en cuyo caso transmite al Congreso todos los derechos que se reservan en este artículo”. “Chile forma una nación con los pueblos hispanos que se reúnan o declaren solemnemente querer reunirse al Congreso General constituido de un modo igual y libre. Inmediatamente dará parte el Gobierno de Chile a todos los gobiernos de América de las presentes declaraciones para que por medio de sus respectivos comisionados puedan acordar el lugar, forma, día y demás circunstancias preliminares a la reunión de un Congreso General”. Juan Egaña fue uno de los chilenos que desde 1810, en forma clara y firme, pensaron en la reunión de un Congreso General de la Nación Americana. Alrededor de 1810 la idea de una Confederación americana fue patrimonio de muchos chilenos. La primera Junta Nacional de Gobierno, inspirada en esta tendencia americanista, remitió a la Junta de Gobierno de Buenos Aires una comunicación, que en uno de sus párrafos dice: 252 E dición conmemorativa del B icentenario “... Esta Junta conoce que la base de nuestra seguridad exterior y aun interior consiste esencialmente en la unión de la América, y por lo mismo desea proponer a los demás gobiernos un plan o Congreso para establecer la defensa general de todos sus puntos”. En Chile se vivía en aquella época una clara conciencia americanista que invadía los espíritus de hombres e instituciones. Será el Padre de la Patria, el Libertador don Bernardo O’Higgins, quien dará a este ideal americanista su más pura expresión. Bernardo O’Higgins nació a la causa emancipadora con la inspiración mirandina; afianzó esta idea en el campamento de Plumerillo junto a José de San Martín. Desde ese momento pensó que la independencia de Chile representaba sólo el primer paso hacia la emancipación americana. Esta convicción se afirmó en su espíritu cada día con más fuerza no sólo por razones de estrategia militar, sino principalmente por el patriotismo americano, sentimiento generalizado en el mundo hispánico de aquella época. En los primeros cuatro decenios del siglo XIX el patriotismo nacional –tal como lo sentimos en nuestros días– no se manifestaba con fuerza y vigor. Un mexicano, un guatemalteco, un venezolano, un peruano o un criollo de cualquiera otra provincia del Imperio colonial no se sentía ni se consideraba extranjero en Chile, tal como ocurría con el chileno en todos los dominios españoles de ultramar. Las distintas provincias habían pertenecido durante mucho tiempo a la misma heredad. Con orgullo, los criollos se consideraban, ante todo, españoles americanos. Esta común denominación tuvo más importancia que la de su respectiva provincia, capitanía general o virreinato. En los países recién emancipados los textos constitucionales reconocían la calidad de nacional a todo hispanoamericano. El proyecto de Carta Fundamental redactado por Juan Egaña el año 1811 en uno de sus artículos disponía: “Todo individuo natural de cualquiera de los dominios de la monarquía española debe reputarse chileno, y es apto para todos los ministerios del Estado que no exijan otros requisitos”. Los americanos españoles se sentían hermanos. En Londres, Francisco de Miranda decía al joven O’Higgins: “...Entonces juré dedicar toda mi vida hasta la última gota de sangre para obtener la liberación de mi patria que no es sólo Venezuela, sino toda la América del Sur…”, y San Martín en carta a Joaquín Echeverría, Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores de Chile, expresaba: “Mi Patria es toda la América y mi interés es igual por las Provincias Unidas y por Chile”. México y Colombia estuvieron en serio peligro de ser reconquistados por España. Mientras O’Higgins realizaba los preparativos para la Expedición Chilena Libertadora del Perú, los generales Callejas en México y Morillo en Nueva Granada y Venezuela, lograban resonantes victorias sobre los criollos. El patriotismo americano –que consideraba la emancipación como una tarea común–hizo surgir la idea de auxiliar a los mexicanos, venezolanos y neogranadinos. Los países vecinos organizaron desde Jamaica expediciones militares cuyo financiamiento fue 253 R evista L ibertador O’ higgins avalado por Chile y Buenos Aires. El 9 de diciembre de 1818, O’Higgins solicitó al Senado la autorización constitucional que permitiera otorgar la fianza del Gobierno de Chile para el financiamiento de la ayuda a estos tres países hermanos. Los senadores chilenos se apresuraron a dar su aprobación al Mensaje O’Higgins, porque era un deber de todos los Estados americanos auxiliarse mutuamente en cuanto sea conducente a sacudir el yugo de nuestros opresores. Afianzada la libertad de Chile después de Chacabuco y Maipo, O’Higgins comprendió que nuestra emancipación y la del resto de América no quedarían sólidamente aseguradas mientras no se destruyera el último baluarte español: el virreinato del Perú. Su ideal americanista reafirmó esta convicción. Consecuencias de esta postura del Director Supremo don Bernardo O’Higgins fueron la organización de la Primera Escuadra Nacional, la formación del Ejército Libertador del Perú y el proyecto de una “Confederación Andina”. a) La Primera Escuadra Nacional La vocación americanista del Libertador lo condujo a plantear como tarea inmediata y urgente la formación de una escuadra para seguridad del territorio recién independizado y “para marchar a Lima por el mar”. Para O’Higgins, Chile era “la ciudadela de América”. De los estadistas de la emancipación, el Director Supremo de Chile fue el primero que comprendió la necesidad de crear un poder naval, absolutamente indispensable para asegurar la independencia de la América española. Los soldados y los armamentos de la Madre Patria llegaban por mar. Hasta ese momento los generales de la independencia se habían limitado a expulsar a los españoles del Continente sin tomar conciencia de la importancia de una fuerza naval para proteger y conservar las conquistas territoriales. Ni Bolívar ni Santander, ni los próceres argentinos –con la sola excepción de San Martín– captaron este problema con la claridad que lo hizo el Libertador O’Higgins. Después de vencer en Chacabuco exclamó: “Este triunfo y cien más se harán insignificantes si no dominamos el mar”. La formación de la Primera Escuadra Nacional revela, como ninguna otra obra, los nobles sentimientos americanistas y el genio político de O’Higgins. Su idealismo lo llevó a formular el proyecto de utilizar la Escuadra Nacional para llevar la independencia a toda la América hispana y para llevarla también a las islas Filipinas. A fin de adquirir y equipar barcos de guerra, envió a Manuel H. Aguirre a los Estados Unidos y a Álvarez Condarco a Londres. En esta oportunidad se contrató a Lord Cochrane. b) El Ejército Libertador del Perú Sobre esta materia –como en muchos aspectos de la vida pública del Libertador don Bernardo O’Higgins– se han hecho afirmaciones absolutamente reñidas con la realidad histórica. A pesar de las admirables y muy documentadas páginas que escribió Barros Arana, a pesar del excelente estudio que Gonzalo Bulnes dedicó a la Expedición Chilena Libertadora del Perú y José M. Irarrázaval a San Martín, 254 E dición conmemorativa del B icentenario circulan todavía versiones distorsionadas, verdaderas leyendas que procuran dejar en el olvido la participación decisiva del Director Supremo don Bernardo O’Higgins y del pueblo chileno en esta grandiosa empresa americanista. Por esta razón nos parece conveniente puntualizar, una vez más, cuanto dice relación con este problema. Es necesario empezar por distinguir muy claramente los cuatro cuerpos armados que se organizaron en aquellos años: Ejército de los Andes, Ejército Chileno, Ejército Unido de los Andes y de Chile y Ejército Libertador del Perú. “O’Higgins contempla la salida de la Escuadra libertadora del Perú”. (M. Sepúlveda Riveros. Escuela de Abastecimientos de la Armada). EL EJÉRCITO DE LOS ANDES Al iniciarse la organización del Ejército de los Andes, Mendoza mantenía una dotación de poco más de 900 hombres, entre soldados y milicianos. Dos jefes chilenos –O’Higgins y Zenteno– colaboraron activa y eficazmente en la organización de las fuerzas destinadas a reconquistar Chile. A ellas se incorporaron los oficiales y tropas que, dirigidos por José Miguel Carrera, emigraron a Mendoza después del desastre de Rancagua. También se incorporaron al Ejército de los Andes algunos oficiales que habían servido a las órdenes de don Bernardo O’Higgins, como asimismo civiles que debieron huir a Mendoza. A fines de 1816 –terminados los preparativos– el Ejército de los Andes contó con cerca de 3.500 hombres. De éstos, aproximadamente un tercio estuvo integrado por tropas y oficiales chilenos. Este Ejército recibió un importante contingente chileno. A medida que avanzaban las distintas columnas y particularmente al llegar a sus respectivos destinos, muchos chilenos acudieron a incorporarse al Ejército que venía de Mendoza. La columna de Ramón Freire, por ejemplo, qua se formó inicialmente con 100 argentinos y 100 emigrantes chilenos, partió el 14 de enero de 1817 desde Mendoza y en la cumbre, al enfrentar el paso del Planchón, se agregaron a ella 200 chilenos al mando del comandante de caballería Pedro Barnaechea, que poco antes había asaltado y ocupado la ciudad de San Fernando. Cuatro días después, frente a Curicó y a Talca nuevos núcleos de guerrilleros chilenos engrosaron las filas de esta columna. De suerte que antes de llegar Freire a Concepción contaba con más de 600 chilenos y sólo 100 argentinos. Para completar la fisonomía del Ejército de los Andes debemos agregar que las bajas producidas por las numerosas deserciones de soldados argentinos que volvían a sus tierras de Cuyo, eran reemplazadas por combatientes chilenos. Hemos creído necesario extendernos en estas consideraciones a fin de destruir la leyenda muy generalizada en orden a que el Ejército de los Andes constituyó una fuerza militar exclusivamente argentina. Ello no significa, en manera alguna, disminuir o desconocer el valioso aporte que representaron el talento organizador de San Martín o el financiamiento que el gobierno argentino dio a esas fuerzas. Por lo demás, el error de afirmar que el Ejército de los Andes lo formaban exclusivamente soldados argentinos es una de las tantas manifestaciones del 255 R evista L ibertador O’ higgins patriotismo americano. En aquellos años nadie tenía interés en determinar el número exacto de chilenos y argentinos que integraban cada uno de los cuerpos armados. Aún no tenía vigencia plena el patriotismo nacional. Desde México hasta Chile todos se sentían hermanos y todos tuvieron conciencia de estar enfrentando una tarea común. Las nacionalidades y las fronteras no tuvieron en aquellos años la connotación que hoy les damos. EL EJÉRCITO CHILENO Designado O’Higgins Director Supremo –en febrero de 1817–, su, primera preocupación fue crear una fuerza armada exclusivamente nacional. Así nació el Ejército de Chile. A fines de febrero de 1817, el Jefe del Estado había logrado organizar un cuerpo de infantería dirigido por el coronel Juan de Dios Vial; un regimiento de artillería a cargo del coronel Joaquín Prieto y los renombrados “Cazadores a Caballo”, regimiento de caballería organizado por el comandante Santiago Bueras. El fundador de nuestra nacionalidad completó esta labor con la creación de un instituto militar para formar profesionalmente a los oficiales. Así nació nuestra Escuela Militar el 16 de mayo de 1817. A comienzos del año 1818 nuestras fuerzas armadas llegaron a contar con 4.765 plazas. En esta laboriosa tarea el Libertador O’Higgins debió sobreponerse a los recelos, desconfianzas y franca oposición de los jefes militares argentinos del Ejército de los Andes. También San Martín y la Logia Lautarina fueron contrarios a la organización de un Ejército exclusivamente chileno. Con extraordinario tino y con firme resolución, O’Higgins llevó adelante su proyecto y terminó creando las Fuerzas Armadas de Chile. EJÉRCITO UNIDO DE LOS ANDES Y DE CHILE Este se enfrentó a Osorio en Maipo. El número de soldados que actuó en esta oportunidad se distribuía con la siguiente proporción: 4.500 hombres del Ejército de Chile; 3.000 del Ejército de los Andes, de los cuales, como queda dicho, 1.000 eran soldados chilenos que vinieron desde Mendoza o que se incorporaron al Ejército de los Andes a fin de reemplazar las bajas producidas por deserción o por muerte. Las fuerzas del “Ejército Unido de Los Andes y de Chile” sumaban un total de 7.447 plazas, de las cuales 5.447 eran soldados chilenos. EL EJÉRCITO LIBERTADOR DEL PERÚ En la historia el hombre gusta recordar y destacar el momento culminante, “el minuto de gloria”, el resultado exitoso de una empresa. Los chilenos recuerdan a O’Higgins en Valparaíso, el 20 de agosto de 1820, despidiendo a la Escuadra y al Ejército Libertador del Perú. Pocos se detienen a considerar las angustias y los sacrificios cotidianos, las incomprensiones y los egoísmos, la lucha silenciosa 256 E dición conmemorativa del B icentenario que debió librar el Libertador don Bernardo O’Higgins para llegar a ese momento, para lograr ese resultado. En marzo de 1.819 no existía en arcas fiscales disponibilidad alguna. Los $50.000 a que ascendían los sueldos del Ejército correspondientes a ese mes, lo mismo que las sumas que se adeudaban a la escuadra, no había cómo pagarlos. La insolvencia del Fisco comprometía seriamente la tranquilidad pública. El peligro de una sublevación o de una deserción general amenazaba al país. Una oposición apasionada y poderosa acechaba el momento para derrocar al gobierno. En esos mismos días Pueyrredón notificaba a O’Higgins que al Gobierno argentino le era imposible reunir los $500.000 con que se había comprometido a colaborar en la organización y financiamiento de la Expedición Libertadora del Perú de acuerdo con el tratado Tagle-Irisarri. Además, se ordenaba a San Martín y demás jefes, oficiales y tropa argentina del Ejército de los Andes abandonar Chile y regresar a Buenos Aires para hacer frente a una invasión de fuerzas españolas. Pero la notificación iba más lejos: se pedía auxilio de tropas chilenas para repeler la proyectada invasión española a Buenos Aires. Desde ese momento la responsabilidad de la organización y financiamiento de la Expedición Chilena Libertadora del Perú recayó exclusivamente en O’Higgins y en el pueblo chileno. Por su parte, San Martín en forma enérgica, aunque sin resultado alguno, representó reiteradamente al gobierno de Buenos Aires el cumplimiento del tratado “Tagle-Irisarri”. En estas circunstancias O’Higgins, como Director Supremo, debió dirigir un apremiante llamado al Presidente del Senado de la República. “En la crisis que nos hallamos –dice el Prócer– V. E. no debe ocuparse en otra cosa que la Expedición al Perú, que yo miro como el eje sobre el que rueda la libertad de toda América del Sur”. El Senado chileno comprendió la patriótica preocupación del Jefe del Estado y aprobó diversas medidas para reunir recursos. El patriotismo de los poderes públicos contagió al grueso de la clase dirigente. En Cabildo Abierto se acordó colaborar en los preparativos de la Expedición Chilena Libertadora del Perú con los siguientes recursos: a) Los empleados públicos, civiles y militares entregaron una tercera parte de su sueldo. b) El resto de la ciudadanía se comprometió a reunir $ 300.000 por medio de una contribución mensual. c) $ 200.000 se reunieron en dinero efectivo de una sola vez, y d) Se entregarían gratuitamente los víveres necesarios para el Ejército. En esta forma fue posible al Libertador O’Higgins organizar la Primera Escuadra Nacional que contó con 7 buques de guerra y 7 transportes y equipar el Ejército Libertador del Perú con 4.600 hombres, “el mejor disciplinado y el más bien provisto que hasta entonces hubiera defendido la causa de la libertad americana”, según expresara Lord Cochrane. Estuvo equipado con tres vestuarios $100.000 de Caja militar, pertrechos y demás útiles para cinco años y víveres para 6 meses. 257 R evista L ibertador O’ higgins Lord Cochrane, en carta a O’Higgins, dice: “La Europa contemplará atónita los esfuerzos de Chile y las presentes y futuras generaciones harán justicia al nombre y a los méritos de V. E. Chile ha hecho lo que pueblo alguno de los revolucionarios”. Efectivamente, todos los recursos espirituales y materiales del país se pusieron al servicio de esta grandiosa empresa americanista. O’Higgins entregó a Cochrane un hermoso manifiesto o “Proclama a los peruanos”. De elevado contenido espiritual, muestra al fundador de nuestra nacionalidad dominado por el más puro ideal americanista. Apenas proclamada la independencia del Perú, observamos en San Martín y en sus más próximos colaboradores un claro propósito de silenciar el nombre de Chile y el de O’Higgins como únicos organizadores de la Expedición Chilena Libertadora del Perú. Igual postura adoptó el Gobierno argentino, como lo atestigua la correspondencia de Miguel Zañartu –representante de Chile en Buenos Aires– dirigida al Director Supremo y al Ministro de Estado en el Departamento de Gobierno y Relaciones Exteriores. Argentina no contribuyó con dinero alguno a la Expedición Chilena Libertadora del Perú. Esta fue obra exclusiva de los chilenos. San Martín y un grupo de oficiales argentinos ingresaron al servicio de Chile, contrariando órdenes terminantes del gobierno de Buenos Aires. Ellos fueron contratados por el Libertador O’Higgins en la misma forma como lo había hecho con distinguidos marinos ingleses y oficiales franceses. Pero hay algo más. Los documentos nos revelan que una vez despachada la Expedición Chilena Libertadora del Perú, el gobierno de don Bernardo O’Higgins debió continuar proveyendo de armas y víveres a los países hermanos de América. Al día siguiente de zarpar ésta, salieron de nuestros puertos 4 fragatas cargadas de armamento y víveres para socorrer a Nueva Granada y Venezuela. En esta misma época el Libertador O’Higgins debió preocuparse también de ayudar a los argentinos en la solución de sus problemas internos. Por carta de fecha 23 de marzo de 1821 el Director supremo de Chile informa a San Martín haber ayudado a las autoridades de Cuyo con fusiles, carabinas y una división de granaderos bien equipados con dos piezas de artillería, al mando del teniente coronel Astorga. La distorsión de estos hechos y, sobre todo, el silencio en torno a su trascendental labor americanista ha seguido al Libertador O’Higgins hasta nuestros días. Basta con hojear cualquiera historia de Argentina para comprobar este aserto. O’Higgins y el almirante Cochrane sintieron la injusticia de este olvido deliberado. El almirante terminó por no obedecer las instrucciones de San Martín. Frente a esta notoria injusticia, estimamos necesario subrayar una vez más las circunstancias históricas que asignan al Director Supremo don Bernardo O’Higgins y al pueblo chileno, la gloria de haber organizado y financiado la Expedición Chilena Libertadora del Perú. La colaboración argentina no pudo materializarse por los siguientes motivos: 258 E dición conmemorativa del B icentenario 1° La anarquía argentina Perturbaciones políticas producidas en Buenos Aires, Corrientes, Entre Ríos, Santa Fe, San Juan, Mendoza y San Luis hicieron fracasar la colaboración argentina pactada en el tratado Irisarri-Tagle. En el primer semestre del año 1819, Buenos Aires contó con 13 gobiernos distintos. Pueyrredón fue derrocado por el brigadier Rondeaux en julio de ese año. Este debió entregar el mando a Manuel Sarratea, quien a poco de asaltar el poder, es derrocado por el general Balcarse. Este, a su vez, fue removido por Sarratea, quien organizó una junta gubernativa en compañía de Alvear y el chileno José Miguel Carrera. El general Bustos, segundo jefe del Ejército del Perú, aprovechando el descontento de las tropas argentinas, las sublevó y se apoderó de Córdoba. Correa, otro caudillo militar, se levanta y usurpa el gobierno de San Juan; el coronel Correa se apodera violentamente de Entre Ríos; en Mendoza, el pueblo depone al gobernador y también San Luis se ve convulsionado por violenta revuelta. (V. José M. Irarrázaval: “San Martín y sus enigmas” T. I. pp. 312 y ss.). El Supremo Director de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Pueyrredón, en oficio del 1º de marzo de 1819, había notificado al Gobierno de Chile expresamente que “después del más serio examen y detenido acuerdo, hemos resuelto que el Ejército de los Andes se ponga inmediatamente en marcha a Buenos Aires, dejando de mano el proyecto y la ayuda argentina en la organización y financiamiento de la Expedición Chilena Libertadora del Perú”. Ricardo Levene, distinguido historiador argentino, escribe sobre esta materia: “A fines de 1819 el estado político interior de las Provincias Unidas era de anarquía y disolución. El nuevo Director Supremo Rondeaux ordena, como lo había hecho Pueyrredón, que todas las fuerzas argentinas que estaban en Chile se concentraran en Buenos Aires para defender la ciudad”. La anarquía hizo, pues, imposible la colaboración argentina. San Martín renunció ante el Gobierno de Buenos Aires el cargo de General en Jefe del Ejército de los Andes. 2° El Acta de Rancagua y la renuncia de San Martín, a cargo deL General en Jefe de los Andes El Gobierno argentino se opuso resueltamente a colaborar en la Expedición Chilena Libertadora del Perú. Además, San Martín no contaba con la confianza del Gobierno de Buenos Aires. Ante esta situación resolvió desobedecer la orden de las autoridades argentinas, desligarse totalmente de ellas y colocarse al servicio de Chile. En esta decisión arrastró a gran número de oficiales. El acuerdo se concretó en el “Acta de Rancagua”. El 2 de abril de 1819 se reunieron en esta ciudad los oficiales argentinos. El general José Gregorio de Las Heras dio a conocer a sus compañeros de armas la renuncia redactada por San Martín. Por unanimidad, los oficiales rechazaron esta renuncia y declararon en un Acta que seguirían reconociendo como jefe al general San Martín. 259 R evista L ibertador O’ higgins 3° San Martín y los oficiales argentinos contratados al servicio de Chile O’Higgins en conocimiento del “Acta de Rancagua”, se apresuró a contratar a todos los oficiales y clases del Ejército de los Andes de nacionalidad argentina. Estos fueron incorporados a las Fuerzas Armadas de Chile con el mismo rango y grado que le reconocían las provincias Unidas del Río de la Plata. Desde ese momento –de hecho y legalmente– desaparece el Ejército de los Andes. Sólo quedaba en pie el Ejército de Chile, en el cual figuraba un grupo de argentinos contratados por O’Higgins; entre ellos, uno ilustre –José de San Martín–, a quien el Director Supremo entregó la dirección superior de la Expedición Chilena Libertadora del Perú. 4° El propio General San martín reconoció reiterada y públicamente estar al servicio del Gobierno chileno Por oficio del 20 de agosto de 1820 recibió el general argentino sus despachos de Capitán General de los Ejércitos de Chile. Con fecha 5 de septiembre agradece esta designación en los siguientes términos: “Excelentísimo señor: La honorable nota de V.E. de 20 de agosto último, con que se dignó acompañarme el despacho de Capitán General de los Ejércitos de la República Chilena, me colma de honras tan superiores a mis méritos que, aunque conozco bien que la amistad de V.E., muy generosa para mí, las ha dictado, ellas me imponen la obligación que acepto muy gustoso de procurar merecerlas con dignidad. Mi gratitud afectuosa a V.E. y al pueblo generoso que preside como su Primer Magistrado, dará a mi alma un vigor nuevo por el estímulo de su estimación, en la empresa grandiosa a que me destina, sin desconocer la insuficiencia de los medios de que puedo valerme, si el instinto de la libertad, o el amor por ella de los pueblos no me ayuda. Mas a todo trance decidido a llenar los votos de V.E., de Chile y de toda América, yo sigo con los más faustos presentimientos y dando a V.E. las mis expresivas gracias, le protesto mi consecuencia y deferencia inalterables. Dios guarde a V.E muchos años. A bordo del “San Martín”, septiembre 5 de 1820. José de San Martín. Al Excmo. Director Supremo y Capitán General del Estado de Chile”. La Expedición Chilena Libertadora del Perú enarboló bandera chilena. San Martín al servicio del Gobierno de O’Higgins se adelantó a proponer como única bandera del Ejército Libertador la chilena. Ya no se combatiría –como en Maipo– con los pabellones chileno y argentino. Tanto en el Cuartel General, como en el Estado Mayor y en los distintos regimientos, la Expedición Chilena Libertadora del Perú desplegó exclusivamente el emblema de Chile. Dos días antes de la partida y por encargo del Director Supremo, el coronel Borgoño hizo entrega oficial de las banderas chilenas al general San Martín. 260 E dición conmemorativa del B icentenario Por otro lado, las comunicaciones de San Martín al Virrey Pezuela declaran explícitamente que se encuentra al servicio de Chile. A vía de ejemplo citaremos el oficio que dirigió a Joaquín de la Pezuela desde Ancón el 31 de octubre de 1820. El Virrey había protestado del nombre “Expedición Libertadora del Perú” que O’Higgins había dado a las fuerzas expedicionarias chilenas. A estas protestas San Martín dio la siguiente respuesta: “Muy señor mío y de mi aprecio: si yo hubiese de atender tan sólo a mis deseos personales, uniformes siempre en propender a cuanto pueda influir a la cesación de la guerra, facilitando los medios de inteligencia, no me sería difícil renunciar a un título que a la verdad no es de importancia para el triunfo de las armas. Pero cuando el título de Ejército Libertador del Perú ha sido conferido al Ejército a mi mando, por una autoridad competente, por un poder del cual emana el mío, no puedo, ni debo renunciarlo sin faltar a mis deberes”. Todas las comunicaciones de San Martín dando cuenta de sus conversaciones con el Virrey Pezuela están dirigidas al Gobierno de O’Higgins y a los Ministros de Estado chilenos y ninguna a las autoridades argentinas. En una comunicación de San Martín fechada en Ancón el 5 de noviembre de 1820 dirigida al Virrey del Perú, insinúa a éste que los diputados españoles debían viajar a Chile para estudiar con el Gobierno de O’Higgins alguna forma de avenimiento. En el “Manifiesto que hace a los pueblos del Perú el General en Jefe del Ejército Libertador sobre el resultado de las negociaciones a que fue invitado por el Virrey de Lima”, San Martín estampó las siguientes palabras: “…Pueblos del Perú: yo he pagado el tributo que debo como hombre público a la opinión de los demás... El día que el Perú pronuncie libremente su voluntad sobre la forma de las instituciones que debe regirlo en lo sucesivo cualquiera que ellas sean, cesarán de hecho mis funciones y yo tendré la gloria de anunciar al Gobierno de Chile de quien dependo, que sus heroicos esfuerzos al fin han tenido por recompensa el placer de dar la libertad al Perú y la seguridad a los Estados vecinos”. Oficio del Excmo. Señor General en Jefe del Ejército Libertador del Perú y Protector de los pueblos libres del Perú, al Excmo. Señor Supremo Director de la República de Chile, en el cual San Martín informa acerca de las circunstancias que lo impulsaron a aceptar el cargo de “Protector de los pueblos del Perú”. En este documento encontramos los siguientes trozos: “Exmo. Señor: V.E. se dignó confiarme la dirección de las Fuerzas que debían libertad al Perú, dejó a mi cuidado la elección de los medios para emprender, continuar y asegurar tan grandiosa obra... Entonces el heroico pueblo que V.E. manda recibirá por premio a sus esfuerzos, la gratitud de los peruanos en independencia y libertad. Entretanto las tropas de Chile siguen con entusiasmo la marcha de la gloria y auxilian mis afanes por la emancipación del Perú”. 261 R evista L ibertador O’ higgins 5° San Martín es reconocido por las autoridades peruanas como General en Jefe de las Fuerzas Armadas chilenas En todos los numerosos oficios intercambiados con el Virrey del Perú, Joaquín de la Pezuela, éste en forma invariable se dirige a San Martín calificándolo como “Exmo. Señor Don José de San Martín, General en Jefe del Ejército de Chile”. 6° Los demás países hermanos reconocen como chilena a la Expedición Libertadora del Perú Finalmente los gobernantes de las nacientes repúblicas hispanoamericanas reconocieron que la Expedición Libertadora del Perú constituía una fuerza naval y militar organizada y totalmente financiada con el esfuerzo de los chilenos. Así lo vemos claramente expresado en oficio del Presidente de la Junta de Gobierno del Ecuador don José Olmedo, felicitando a O’Higgins por la ocupación de Lima. Este oficio está fechado en Guayaquil el 25 de mayo de 1821. La Confederación Andina Las dificultades en que se vio envuelto San Martín en el Perú impidieron a O’Higgins completar su noble tarea americanista. El Libertador pensaba que todos los gobiernos del Nuevo Mundo Hispánico debían realizar una política amplia y solidaria, una política continental y no local. Esta vocación americanista lo indujo a formular –desde el sillón directorial– el proyecto de una Confederación Andina que integrarían Perú, Chile y Argentina. O’Higgins dio cuenta de su proyecto al Agente de los Estados Unidos en Chile, Mr. Worthington en los siguientes términos: “Estamos porque el pueblo forme el gobierno y tan pronto como el Perú esté emancipado, esperamos que Buenos Aires y Chile formarán con el Perú una gran Confederación semejante a los Estados Unidos de Norte América”. Los recelos, las ambiciones políticas, el localismo y la incomprensión impidieron llevar a la realidad este hermoso ideal. El fundador de nuestra nacionalidad midió su vida con el solo cartabón del patriotismo y de la gloria. Ningún otro chileno ha vivido en amplitud y profundidad una existencia tan ejemplar. Como figura nacional es el más grande y auténtico revolucionario de nuestra historia: afianzó la independencia y echó las bases de una nueva estructura política, social, económica y cultural. Como prócer continental contribuyó a la organización del Ejército de los Andes; sin ayuda alguna organizó la Expedición Chilena Libertadora del Perú y con precarios recursos financieros llevó sus desvelos hasta ayudar a la independencia de Colombia y Argentina, Venezuela y México. 262 E dición conmemorativa del B icentenario O’HIGGINS Y EL IDEÓLOGO DE LA INDEPENDENCIA DE CHILE Fernando Otayza Carrazola1 Mientras estudiaba los últimos años de humanidades y espigaba mis primeras armas en el periodismo valdiviano, el director del diario El Correo de Valdivia, hoy desaparecido, me encargó una crónica sobre el padre de la prensa chilena, fray Camilo Henríquez González, nacido en la ciudad, donde la luna se baña desnuda, como reza esa conocida tonada, en el hermoso río que la bordea. Alguien me informó que en la Parroquia de la Matriz se archivaba la partida de nacimiento del ilustre fraile de la Buena Muerte. Efectivamente constaté su bautizo, el 21 de julio de 1769, celebrado al siguiente día de su nacimiento ocurrido el 20 de julio. Sus padres: el capitán del ejército español don Félix Henríquez Santillán, y doña Juana Rosa González Castro. Hija del regidor don José María González y Almonacid. Impuso los óleos el cura José Ignacio de la Rocha y sus padrinos: don Pedro Henríquez y doña Narcisa Santillán, hermano y prima de don Félix. Entre lluvias, manzanos silvestres, copihues y tierra mojada inició Camilo sus primeros pasos, el mayor de cuatro hermanos. José Manuel ofrendó su vida en la batalla de Rancagua; el menor murió a temprana edad y Melchora casó con Diego Pérez de Arce, nacido en Buenos Aires. Don Félix, hombre ligeramente instruido, supo de la inteligencia de su hijo y antes de cumplir los diez años, lo envió a Santiago a continuar su enseñanza, a ruego del cura que lo bautizó Ignacio de la Rocha, quien le enseñó las primeras letras y a escribir pues barruntaba que podría seguir una profesión. Por problemas económicos no pudo ingresar al Colegio Carolino que era la intención de su familia. A los dieciséis años se dio rápida cuenta que tenía que proseguir sus estudios en una ciudad que le ofreciese mejores oportunidades. Era un muchacho despierto, inteligente, que le gustaba pensar, leer e ilustrarse en otras fuentes. Un día del año 1784, gracias el empeño de su tío sacerdote, fray Nicasio González, amigo del armador de galeones, José María Verdugo, viaja a Lima, embarcándose en Valparaíso. Toca la suerte que en la ciudad de los virreyes lo recibe su tío, fray Ignacio Pinuer, valdiviano como él, quien lo convence que ingrese al colegio San Camilo de Lelis, el 17 de enero de 1783, que regentaba la Congregación de los Frailes de la Buena Muerte y que además llevaba su nombre. Bajo el protectorado de un distinguido educador, fray Isidoro Celis, autor de varias obras, pronuncia sus votos el 28 de enero de 1790, en la Orden de Clérigos Regulares de la Buena Muerte, conocidos como Padres 1 Abogado Autor de “El Realismo Político de O’Higgins”. Consejero Nacional del Instituto O’Higginiano de Chile. 263 R evista L ibertador O’ higgins Agonizantes, poco antes de cumplir los 21 años, y que incluye un cuarto voto por el cual se consagran al cuidado de enfermos, asistencia a infectados, moribundos y hospitalizados. Fray Camilo tuvo especial interés en la biografía del fundador de la Orden. Supo que había nacido en Bocchianico, Reino de Nápoles, en 1550, quedó huérfano de padre a los seis años y que apenas aprendió a leer y a escribir. En 1569 ingresó al ejército veneciano y luego al de su patria, el cual tuvo que abandonar por su desmedida afición al juego de cartas y dados, y, además por unos abscesos que se le formaron en los pies. Resolvió ingresar a la Orden Tercera de San Francisco con el objeto de hospitalizarse en el nosocomio de los Incurables en Roma. En 1574 se enroló de nuevo en el ejército veneciano y luchó contra los turcos, pero en una partida de dados perdió toda su hacienda y no tuvo más remedio que trabajar como albañil con los padres capuchinos. Definitivamente ingresa en 1575 al noviciado, de los padres franciscanos de Trivento, pero debe trasladarse a Roma para curar sus tumores que vuelven a reaparecer. Impresionado por la falta de compromisos de enfermeros y cuidadores se vuelve voluntario de dicho hospital. Por su extraordinaria dedicación y el alto espíritu de caridad demostrado, después de cuatro años lo nombran director del establecimiento. Las deficiencias en los servicios de atención a los enfermos lo hace pensar en la fundación de un instituto religioso cuyo cuarto voto los obligase a atender enfermos y moribundos. Así nació la Orden de los Padres de la Buena Muerte, aprobada por los papas Sixto V y Gregorio XIV. Vistieron traje talar negro con una cruz roja. Fue elevado a los altares por el papa Benedicto XIV en 1746. No cabe duda que fray Camilo Henríquez se sintió atraído por la vida del fundador de la Orden y procuró cumplir con los votos que había jurado; sin embargo, llevado por su espíritu inquieto, en los tiempos libres concurría a las interesantes tertulias del reformista limeño, lector de los iluministas y filósofos, el conde de Vista Florida don José Baquijano y Carrillo, quien poseía una biblioteca de escritores franceses anatematizados por la Iglesia, entre ellos Diderot, D’Alambert y Voltaire. Al parecer la amistad entre ambos fue más profunda de lo que se piensa, pues Baquijano lo visitaba también en su celda. Le llevaba libros no autorizados por la Inquisición. Otro amigo reformista, Ramón de Rozas, le facilitó el contrato social de Jean Jacques Rousseau, publicado en París en 1762, y La historia filosófica y política de los establecimientos europeos en la dos Indias, del ex jesuita francés Guillermo Tomás Raynal, editado en Ámsterdam en 1770, obra en la cual abundan los ataques contra los colonizadores de aquellos países, la Inquisición y la esclavitud. Seguramente que ambas publicaciones ejercieron gran influencia en Fray Camilo Henríquez en sus actuaciones posteriores, aparte que alimentó en él la pasión por la libertad y la libre determinación de los pueblos. La audacia de sus pensamientos, las conversaciones con limeños progresistas, la lectura de los libros ya señalados, comentarios de las obras de los enciclopedistas que devoraba con ahínco, se constituyó en peligroso elemento para las autoridades que velaban por los intereses de la corona. No tardó en sufrir la censura eclesiástica prohijada por los gobernantes españoles siendo recluido en las mazmorras inquisitoriales de la capital. El Tribunal no lo encerró una vez sino por lo menos en tres oportunidades. 264 E dición conmemorativa del B icentenario El escritor peruano Ricardo Palma señala que el ilustre chileno fue precisado por la Inquisición, ante la delación de una persona muy cercana a dicha institución, que lo acusó de guardar libros prohibidos. Revisada su celda los alguaciles no encontraron ninguna obra herética. Luego, otro personaje se acercó a él para solicitarle una obra de Voltaire y pensando que era un espía se la negó, expresándole que no era compatible con sus ideas y conocimientos. No satisfecho con la respuesta, insistió nuevamente y, esta vez los alguaciles registraron su cama, encontrando algunos libros de Rousseau, Raynal y El Orden Natural y Esencial de las Sociedades Políticas, publicada en 1767 por Paúl Pierre Mercier de la Riviére y otras pero ninguna de Voltaire y menos que atacaran a la Iglesia. El ilustre investigador José Toribio Medina, tuvo acceso a documentos de especial relevancia y agregó otros antecedentes a los que había investigado Luis Montt y que los divulgó en su libro Ensayo sobre la biografía de Camilo Henríquez. Montt señala que el inquisidor general de Lima aceptó la propuesta de los padres de la Buena Muerte, en el sentido de hacer venir desde La Paz a Fray Bustamante, doctor de amplia notoriedad, para que examinase al sacerdote chileno. El informe fue ampliamente favorable y el inquisidor no volvió a insistir. Siguiendo a Medina se intuye que la primera causa se inició en 1796, la segunda en 1802 y finalizó en 1803. Quedó muy en claro que Fray Henríquez había leído el Contrato social y otros libros, pero Fray Bustamante informó al Santo Oficio que lo había hecho llevado por su afán de asegurar aún más su fe y tener argumentos suficientes para rebatir dichas obras en los círculos más intelectualizados del virreynato. En julio de 1809, el Tribunal de la Inquisición tuvo conocimiento que en la biblioteca del conde Baquijano, se guardaban varios textos que difundían doctrinas contrarias a la autoridad de la corona y la Iglesia. Acto seguido se dictó una orden de requisición de dichos libros y citación a las personas que frecuentaban su residencia. Entre los más asiduos se contaba a Fray Henríquez; como ya tenía un historial anterior no dudaron en conducirlo a los calabozos del Santo Oficio, donde permaneció hasta enero de 1810. Aconsejados por el superior de los frailes de la Buena Muerte optaron por enviarlo a Quito en misión especial, destinada a alejarlo de las peligrosas manos de la Inquisición, pues un encierro más y los huesos quedarían atrapados en las mazmorras limeñas. En las tres ocasiones, abandonó enfermo la prisión. Permaneció encadenado en una estrecha y fría celda sin compañía. Mientras trata de dormir sólo sabe que físicamente está privado de libertad, pero tiene un espacio inmenso para soñar en la liberación de las naciones americanas. Las lecturas de los filósofos franceses y otros escritos que fueron a parar a sus manos dejaron profunda huella impulsada subliminalmente por Fray Celis, su maestro. En la hermosa Quito, los frailes de la Buena Muerte poseían una casa sin grandes pretensiones, por lo cual se instalaron en la que había sido el convento jesuita, una vez que éstos fueran expulsados por la Casa Real de España. Se dedicaban principalmente al cuidado de enfermos y a prácticas doctrinarias tratando de reemplazar a la Compañía de Jesús, en misiones y confesiones. Entre los documentos que existen en el Archivo Nacional de Historia de Quito, el catedrático José Salvador Lara, ubicó una petición de puño, letra y firma de Fray Camilo, fechada el 7 de mayo de 1810, o sea dos meses después que llegara a esa ciudad, dirigida al conde Ruiz de Castilla, y cuyo texto es el siguiente: “Excemo. 265 R evista L ibertador O’ higgins Sr.: La copia certificada del decreto del Sr. Obispo diocesano que incluyo, espero mueva el ánimo de Vuestra Excelencia y encienda su cristiano celo para que se sirva proveer a mi solicitud de prorrogarme la licencia, que me concedió para permanecer en estos valles hasta reparar mi salud muy quebrantada. Vuestra Excelencia hubiera sentido mucho esta demora y hubiera concebido alto remordimiento, si hubiese visto la escasez de confesores que aquí ha habido en la santa Cuaresma, y el gran deseo que han tenido de confesarse conmigo, viniendo algunos para esto de Payta y de otros pueblos vecinos. En el Convento de La Merced, donde vivo, hice misiones por connivencia del Vicario de Provincia; di una semana de ejercicios y no he podido confesar a los ejercitantes, que tanto lo deseaban, y que se han quejado al cielo del silencio de Vuestra Excelencia. Han implorado a la Madre de la Misericordia para que excite el corazón de Vuestra Excelencia y aún no sabemos si habrá oído nuestros ruegos. Aún no es tarde: las principales personas de esta ciudad desean entrar a ejercicios en la Iglesia y Colegio del Carmen para antes de Pentecostés: les he prometido dárselos luego que reciba la licencia que he pedido a Vuestra Excelencia. Esta es una obra muy santa, principalmente aquí, donde no los hay desde, los jesuitas y donde consta que hay mucha gente sin confesarse por años enteros. Espero que Vuestra Excelencia no impedirá con su silencio cosas tan santas; entretanto rogamos al Padre de las luces mueva su ánimo favorablemente y lo conserve bueno, justo y feliz. Besa las manos de Vuestra Excelencia su afectísimo capellán (f) Camilo Henríquez. Excemo. Sr. Conde de Ruiz de Castilla”. La carta, escrita con tinta negra que el tiempo la transformó en sepia, es clara y firme. Los renglones tienen la tendencia a inclinarse hacia abajo. La firma aparece clara, con una rúbrica al final, al pie de la “z” de su apellido: es un rasgo de tres ángulos sucesivos hacia abajo, envueltos luego en un círculo mayor que se continúa con otro menor dentro del primero, algo así como una “Q” mayúscula. Con alguna imaginación –agrega Salvador Lara– podría interpretarse quizás como una “B” y una “M”: Buena Muerte. De la lectura de este documento se desprende que el Presidente de la Real Audiencia tenía temores muy fundados de los pasos de Fray Camilo, al demorar el otorgamiento de la licencia para confesar e impartir los sacramentos, pues desde la expulsión de los hijos de Loyola había escasez de sacerdotes. Meses antes, el 10 de agosto de 1809, se había constituido la Primera Junta de Gobierno, con el propósito de defender la soberanía y los derechos de Fernando VII, contra las fuerzas usurpadoras napoleónicas. Los protagonistas de esta sublevación que ya habían estado en conversaciones desde 1808, decidieron asumir el poder en nombre del rey y así, sin tapujos, se lo dieron a conocer al presidente de la Audiencia quiteña, Manuel de Urriez, conde Ruiz de Castilla. La víspera, el capitán Salinas se había encargado de lograr la rendición de la guarnición de las tropas acantonadas en la ciudad. El 16 de agosto asume la Junta de Gobierno encabezada por el marqués de Selva Negra, Juan Pío Montúfar y como vicepresidente, el obispo José Cuero y Caicedo. Conocidas las noticias por los funcionarios realistas de Popayán, Cuenca y Guayaquil hacen los preparativos para conjurar la rebelión. Montúfar atemorizado por los acontecimientos le entregó nuevamente el mando al conde Ruiz de Castilla, quien dio su palabra de respetar la libertad de los involucrados. Como era de suponer, una voz en el poder hizo apresar a varios de los implicados. Nuestro 266 E dición conmemorativa del B icentenario compatriota tomó contacto de inmediato con el santo y libertario obispo Cuero y Caicedo y cultivó una estrecha amistad con patriotas como José Restrepo, José Javier Azcásubi, los padres mercedarios donde estuvo hospedado y los escasos jesuitas que aún quedaban en Quito. A consecuencia de los sucesos acaecidos el 10 de agosto de 1809, el virrey del Perú resolvió asegurar militarmente las ciudades ubicadas al Norte de Lima, en territorio ecuatoriano, como Loja, Cuenca y Guayaquil, a fin de evitar una nueva sorpresa. A Quito estimó necesario enviar una numerosa tropa al mando del sanguinario coronel Manuel Arredondo, a fin de finiquitar todo intento de sublevación. Por otra parte, los procesos de los implicados en el levantamiento se prolongaba de una manera odiosa, aparte que las tropas de ocupación cometían todo tipo de tropelías, incluyendo violaciones y saqueos, que enfurecían a la población. Los líderes decidieron tomarse los cuarteles y la cárcel para liberar a los presos. Efectivamente, el 2 de agosto la gente se lanzó a las calles, tomando por asalto los cuarteles de Santa Fe y el Real de Lima, donde se hallaban detenidos los principales conjurados, custodiados por los soldados de Arredondo. Al advertir la presencia de la poblada, uno de los capitanes realistas ordenó abrir fuego contra los prisioneros, mientras los soldados del regimiento Popayán lograban horadar la muralla que dividía el cuartel, sorprendiendo por la espalda a prisioneros y liberadores. Se inició de esta manera la matanza perdiendo la vida los patriotas Juan Salinas, Juan de Dios Morales, el cura José Riofrío, los hermanos amigos de Fray Henríquez, José Javier y Francisco Javier Azcásubi, José Vinueza, Juan Larrea, Manuel Quiroga y, sus dos hijas y una esclava que en esos momentos lo visitaba, Manuel Cajías, Marino Villalobos, Nicolás Aguilera, Anastasio Olea y otros. Terminada la matanza de prisioneros, las tropas comenzaron a disparar contra el pueblo, sin distinción de edad y sexo. Las calles quedaron cubiertas de cadáveres y sólo la enérgica actitud del obispo Cuero y Caicedo puso término a la cobarde masacre y al saqueo de casas y pertenencias, tanto de opositores como defensores. En cierto modo recuerda los sucesos madrileños de mayo provocados por las tropas napoleónicas contra el pueblo español y que en forma tan magistral interpretó el notable pintor José de Goya y Lucientes. Fray Camilo, refugiado en el palacio episcopal, permaneció tres días oculto sin aparecer por el convento de La Merced, donde tenía su residencia habitual, pero conoció ampliamente los alcances de la sublevación quiteña, que el mismo había contribuido a impulsar. Como amigo y confesor del coronel Salinas, conoce detalles de la sublevación popular de 1809. Incluso el 1º de agosto de 1810, acude a la cárcel a confesarlo, sin saber que al día siguiente sería asesinado vilmente. Este hecho golpeó a nuestro compatriota y es posible que al conocer tal acto hubiese jurado luchar con más ahínco que nunca por la independencia. El conde Ruiz de Castilla nunca proveyó la solicitud, mientras tanto seguía predicando en La Merced algunas misiones y ejercicios espirituales, solicitados por su amigo de ideales, capellán de monjas, Miguel Antonio Rodríguez, uno de los más fervorosos ideólogos de la independencia, amigo del catedrático universitario y gran orador sagrado, Dr. José Mejía Lequerica, que regentaba la capellanía del Carmen Alto. Es curioso el informe emitido por el síndico del municipio quiteño, Ramón Núñez del Arco, dirigido al general Toribio Montes, luego de la derrota de los patriotas: “Carmen Moderno, vacante. Su propietario, 267 R evista L ibertador O’ higgins Dr. Miguel Rodríguez, criollo insurgente seductor. Se precipitó con extraordinario furor y entusiasmo y fue el representante que siempre peroraba con arrogancia y desvergüenza: Hizo publicar una obra titulada Derechos del Hombre, extractado de las máximas de Voltaire, Rousseau, Montesquieu y semejantes. Presentó al Congreso las constituciones del Estado Republicano de Quito, las que fueron adoptadas, publicadas y juradas. En suma, fue tan insolente y atrevido, que a nuestro soberano el Señor don Fernando VII lo trataba públicamente con el epíteto tristón de el hijo de la María Luisa. Habiéndose presentado al Jefe, lo ha mandado preso a Guayaquil con destino”. El Dr. Rodríguez fue condenado a muerte, pero su pena fue conmutada por la de destierro a Filipinas, donde vivió casi diez años. No cabe duda alguna que el círculo de amigos de Fray Camilo constituía la flor y nata de los revolucionarios de esa época. Su estancia en La Merced lo pone en órbita con, el clero más extremista. Basta con seguir el Informe del mismo Procurador Núñez del Arco, quien escribe: “Los mercedarios del Convento Máximo han ido a una con los franciscanos en el entusiasmo y sedición, saliendo con armas de comandantes a la expediciones, siendo muy pocos los que se han portado bien”. Menciona con el calificativo de insurgentes a los sacerdotes Álvaro Guerrero, Pedro Barrera, Antonio Albán y Andrés Torresano. El Provincial Fray Isidro San Andrés, es indiferente. El P. José Arízaga parece haber sido el único realista. El P. Guerrero es a tal punto partidario de los patriotas que entregó a la causa el dinero del depósito de “cautivos cristianos”. La pregunta clave de por qué Fray Camilo que llegó a residir al convento de los jesuitas, cedido a los Padres Agonizantes, y se traslada luego a La Merced, tiene su base en la diferencia de opinión que lo alejó del Superior P. José Romero, español y realista, fiel a la causa de la corona. Si bien es cierto que vivía con los mercedarios, constantemente visitaba a sus hermanos de Orden, pues le atraía particularmente la biblioteca de los jesuitas, donde encontró algunos libros de pensamiento avanzado. El cronista franciscano realista Melchor Martínez, autor de la obra en dos volúmenes Memoria Histórica sobre la Revolución de Chile, desde el cautiverio de Femando VII hasta 1814, encargada por la monarquía española, se refiere al fraile de la Buena Muerte como tenaz seguidor de las doctrinas de Voltaire, Rousseau y otros herejes castigados por la Inquisición de Lima Confirma su participación intelectual y lo acusa de haber instigado el alzamiento del pueblo quiteño con las trágicas consecuencias que conocemos. Además, lo acusa como fugitivo de las autoridades quiteñas. En sus opiniones Fray Martínez acota: “Estas calidades y delincuente conducta que debían hacerlo despreciable en cualquier país arreglado, eran precisamente sus recomendaciones principales, sin las que sería inútil para el destino”. En el tomo I de la misma obra, se menciona al fraile de la Buena Muerte en los siguientes términos al referirse a la persecución de españoles con motivo del Motín de Tomás de Figueroa: “Entre éstos fueron los más activos don Nicolás Matorras (¿pariente de San Martín?), comerciante; don Martín Larraín, vecino y patriarca de la revolución; el fraile Camilo Henríquez, apóstol y secuaz de la 268 E dición conmemorativa del B icentenario doctrina de la independencia, que después de haberla propagado y revolucionado en Quito, se hallaba fugitivo activando la de Chile”. El investigador Emilio Rodríguez Mendoza en su obra La Emancipación y el Fraile de la Buena Muerte consigna que Camilo Henríquez inició sus estudios de medicina en Quito, seguramente en la Universidad que fundaron los jesuitas, San Gregorio Magno o en la establecida por los agustinos, San Fulgencio, autorizada por el Papa en 1586. Lo que se sabe a ciencia cierta es que sus estudios de medicina los terminó en Buenos Aires, durante los años que permaneció exiliado. La mayoría de los frailes de la Buena Muerte practicaban la medicina, pues como sabemos, se dedicaban al cuidado y tratamiento de enfermos. En Quito, atendían junto a los Betlemitas en el Hospital Real, hoy San Juan de Dios. Durante mi prolongada permanencia en Quito, en colaboración con mi mujer, Alicia Rojas, investigadora de Historia del Arte, tratamos de seguir los pasos de Fray Camilo. Visitamos el convento de La Merced, donde vivió casi toda su estancia. Es una arcaica construcción, ubicada entre las calles Chile, Cuenca, Mejía e lmbabura y data su primera capilla de 1559. La actual fábrica fue diseñada por el arquitecto José Jaime Ortiz y data del siglo XVIII, 1700-1740 y su retablo de 1748, obra del famoso artista quiteño Bernardo de Legarda. El convento sigue el tradicional esquema de los monasterios benedictinos, con una hermosa pila de piedra labrada, que data de 1652. Sus paredes la ornan valiosas pinturas de la época colonial. Consta de tres naves en planta de cruz latina, en base al modelo de la Iglesia de la Compañía. El imafronte muestra la monumentalidad de las superficies blancas y las portadas trabajadas en piedra, su única torre y sus cúpulas cubiertas con tejuelo verde vitrificado. Con emoción visitamos el sector de las celdas en la seguridad de que en una de ellas debió vivir nuestro fraile. Quedamos en deuda con la idea de colocar una placa que señale a los visitantes que ahí vivió Fray Camilo. También pernoctó algún tiempo en la Iglesia, convento y residencia jesuita, cuyos sacerdotes habían sido en esa época expulsados de España y sus colonias. Es uno de los templos más hermosos y fastuosos de Quito. Tres naves abovedadas con linternas, artesones de madera, gran retablo, capillas y sacristía con retablos, todos recubiertos de pan de oro. Resalta la fuerza de las columnas salomónicas rematadas en capiteles, pilastras y columnas que enmarcan los nichos y una multiplicidad de mensajes esculpidos reflejan un intencionado simbolismo religioso. Todo ello lo conoció, vivió, gozó y de seguro comparó con lo modesto de nuestras iglesias. Fray Henríquez estimó que había llegado la hora de regresar a su patria. Las noticias que llegaban de Santiago, sumado a la enfermedad de los huesos, secuela de los tiempos que pasó en prisión, hizo que pidiese dispensas al obispo Cuero y Caicedo para abandonar esa sede episcopal y lo autorizara primeramente retornar a Lima, lo que efectivamente ocurrió a fines de septiembre de 1810. Viajó a Guayaquil con el propósito de trasladarse por mar a Callao; sin embargo, en la bahía de Sechura debe abandonar la nave y trasladarse a Piura, donde convalece. De nuevo viaja a la costa donde tuvo el agrado de saber noticias de Chile, en particular la formación de la Primera Junta de Gobierno, por el capitán de un barco procedente de Valparaíso. De inmediato hizo los arreglos para proseguir en la misma nave de carga. Toda esta situación fue corroborada por el patriota chileno Joaquín Campino, que llegó a Piura días después. 269 R evista L ibertador O’ higgins Durante el viaje tuvo la sensación que le correspondería jugar un papel importantísimo en la consolidación de la independencia de Chile. Venía lleno de Ideas, tanto propias como prestadas. La experiencia quiteña, la reacción de los realistas y el amotinamiento del pueblo le estaba señalando que no existía otro camino para lograr la independencia. De Valparaíso se traslada a Santiago, estimándose su presencia entre el 28 y el 31 de diciembre de l810, después de 26 años de ausencia y cuando cumplía 41 años de edad. Como en el país no existía la Orden de los frailes de la Buena Muerte, buscó el asilo del padre mercenario y gran patriota, Joaquín Larraín. A través de él conoció a Juan Martínez de Rozas. Era un trío de temer, pero el que tenía las ideas más claras sobre la libertad de Chile, era, sin duda, Camilo Henríquez. La intensa lectura de los filósofos franceses y de otros autores que hemos mencionado, habían dejado una huella muy clara acerca de lo que había que hacer. El cura Larraín le presentó a los hermanos Carrera, incluso a doña Javiera, donde concurría a sus veladas de corte independentista. Tal es así, que el 6 de enero, a menos de ocho días de su llegada a Santiago, había redactado una proclama, cuyos términos altamente revolucionarios para la época, lo relevaron al primer nivel. Dicho texto lo firmó como “Quirino Lemachez”, anagrama del autor y del cual se sacaron cinco copias más, una de las cuales la escribió doña Javiera Carrera, otra doña Mariana Toro y las otras dos el cura Larraín y, tal es así, que a él le atribuyeron su autoría, siendo pasto de las más acerbas censuras. Tres ejemplares quedaron en Santiago, uno fue enviado a Concepción, otro a La Serena y un tercero a Buenos Aires, de donde fue remitido a Londres, para ser publicado en el periódico El Español que editaba en esa capital Blanco White. Con clara inteligencia y gran estrategia, Fray Camilo, fue sembrando sus ideas entre los más “radicales” de la dirigencia patriota. Participaba en todas las reuniones de los adictos a la Junta, que procuraban imponerse a los “moderados”, cuyo refugio más importante era el Cabildo. La facilidad de palabra, sus ideas claras y precisas, la experiencia vivida en Quito, la lectura de, autores europeos, las estrechas vinculaciones con miembros del clero que mantenían una posición muy similar, fue otorgándole fama de buen expositor, y experto orador no sólo sagrado, sino de las cosas del mundo. Durante enero, febrero y marzo de 1811, mantuvo una actividad verdaderamente revolucionaria, donde el tema principal era su Proclama. Nuevamente recurrimos a Fray Melchor Martínez, en cuya obra citada incluye la versión completa de la Proclama de Quirino Lemachez, bajo el subtítulo de “Divulgación de pasquines sediciosos”, Allí afirma: “Ensoberbecidos con tan faustos sucesos, los sublevados daban por hecho el proyecto de independencia de la España y empezaron a declarar abiertamente sus miras, divulgando infinidad de pasquines sediciosos con que intentaban alarmar al pueblo incitándolo al total exterminio de los realistas, pintándolos a éstos con los denigrativos colores de satélites del despotismo y tiranía, de usurpadores y opresores de los americanos, y últimamente ensalzando las prerrogativas y derechos que estos pueblos que tenían facultad, ocasión y poder para elegir el gobierno que mejor les pareciera”. Si no fuésemos objeto de la tiranía del espacio, podríamos analizar extensamente la Proclama de Fray Camilo. Aún hoy, a poco más de 190 años de la histórica declaración, muchos de sus pensamientos mantienen una actualidad 270 E dición conmemorativa del B icentenario abismante. Ya en el comienzo de ella manifiesta: “De cuánta satisfacción es para un alma formada en el odio de la tiranía, ver a su Patria despertar del sueño profundo y vergonzoso que parecía hubiese de ser eterno, y tomar un movimiento grande e inesperado hacia su libertad, hacia este deseo único y sublime de las almas fuertes, principio de la gloria y dichas de las Repúblicas, germen de luces, de grandes hombres y de grandes obras; manantial de virtudes sociales, de industria, de fuerza y de riqueza. La libertad elevó en otro tiempo a tanta gloria, a tanto poder, a tanta prosperidad a la Grecia, a Venecia, a la Holanda; y en nuestros días, en medio de los desastres del género humano, cuando gime el resto del mundo bajo el peso insoportable de los gobiernos despóticos aparecen los colonos ingleses gozando de la dicha incompatible con nuestra debilidad, y triste suerte”. En su Proclama aborda todos los temas; la esclavitud, la aristocracia que traiciona al monarca español, la calidad del suelo chileno para autoabastecerse, la necesidad de respaldarse con una Constitución y leyes que velen por todos sus ciudadanos, la elección de un Congreso Nacional, el respeto a los derechos del hombre, la solidaridad y disposición generosa de sacrificar el interés personal por el universal. Uno de los propósitos de la Proclama era respaldar la elección de un Congreso Nacional y nadie mejor que el propio autor fuese integrante de él. Resultó elegido como suplente por el partido de Puchacay, cuyo propietario fue el canónigo Juan Pablo Fretes. Pero, a Fray Camilo aún le correspondería jugar un importante papel. Adquirió fama de buen orador sagrado. Sus sermones cargados de patriotismo fueron penetrando en el alma de la beatería de aquel entonces y gradualmente los asistentes a los servicios religiosos se dividieron entre partidarios del nuevo gobierno y realistas. Los oradores más relevantes de los defensores de la corona eran el franciscano Alonso y el mercedario Romo. Las menciones doctrinarias de Fray Camilo, apoyadas en la Biblia, lógicamente surtían efecto en aquellas sencillas almas coloniales. Sus palabras, llenas de fuego patriótico, arrancaban admiración de la feligresía. Con gran despliegue argumental, puso énfasis en las elecciones de diputados fijadas para el 1º de abril. A las 7 de mañana, los electores empezaron a acudir al Consulado (actual edifico del Correo), en la plaza de Armas, donde estaba formado el regimiento Dragones de Penco, al mando del capitán Juan Miguel Benavente. Algunos soldados empezaron a reclamar por su comandante Tomás de Figueroa. Como no hubo acuerdo y para evitar males mayores retornaron a su cuartel ubicado en la calle San Pablo. Allí estaba Tomás de Figueroa, quien se puso al frente de sus tropas gritando ¡Viva el Rey! Con la idea de recuperar el poder para instalar nuevamente a Francisco Antonio García Carrasco. La historia que sigue la conocemos. El llamado “Motín de Figueroa” fue dominado por las tropas dirigidas por el comandante general Juan de Dios Vial, quien debió apresar al coronel, refugiado en el convento de Santo Domingo. Lo curioso de la historia es que propio Fray Camilo se puso al frente de la mocería, exaltada por su patriótica arenga, e hizo frente a la insurrección, armado sólo de un palo, sin sotana y sin sombrero. Dominado el conflicto y apresado Tomás de Figueroa, en el convento de Santo Domingo, donde se había refugiado, debió ayudarlo a bien morir. Fray Melchor Martínez relata en detalle los últimos momentos del coronel realista que pagó con su vida su osadía insurreccionar. 271 R evista L ibertador O’ higgins Salvada la situación, elegido los representantes del pueblo al primer Congreso Nacional el 6 de mayo, se instala solemnemente el 4 de julio de 1811. Previamente se oficia una misa en la Iglesia Catedral, con asistencia de los miembros de la Junta de Gobierno, vocales, diputados, el nuevo tribunal de Apelaciones, el Cabildo, jefes militares y los vecinos más caracterizados. La oración u homilía estuvo a cargo de Fray Camilo. Dejemos al propio cronista fray Martínez, que nos comente las alternativas de la ceremonia: “Dijo la oración el famoso Padre Camilo Henríquez, de la Buena Muerte, quien después de dar una breve noticia del origen, progresos y fin de los principales imperios del mundo, explicó que los pueblos usando de sus derechos imprescriptibles, habían variado a su voluntad la forma de los Gobiernos, y de esta doctrina intentó deducir y probarlos tres puntos en que dividió su arenga: El primero decía que la, mutación del gobierno de Chile era autorizada por nuestra Santa Religión Católica; El segundo, que era conforme y sostenida por la razón, en que se fundaban los derechos del hombre, y El tercero, que entre el Gobierno y el pueblo existía una recíproca obligación, en el primero, de promover la felicidad y libertad del segundo, y en éste, la de someterse con entera obediencia y confianza al Gobierno. Para probar dichas proposiciones abusó en primer término de muchos lugares de sagradas letras, trastornando el sentido e inteligencia verdaderos, y donde más lució su rara erudición, fue en la doctrina escandalosa de Voltaire y Rousseau y sus infinitos secuaces, usando de sus liberales y sediciosas autoridades, declamando contra la supuesta tiranía y despotismo de los gobiernos monárquicos, que con la fuerza tenían usurpados y oprimidos los derechos con que Dios crió al hombre libre para elegir el gobierno que más le acomodase, pues por principio natural inconcuso, todos tenemos derecho de proporcionarnos un estado que nos libre de los males, y atraiga la felicidad posible; que la esclavitud en que nos tenían, debíamos repelerla con el sacrificio de todos nuestros esfuerzos y aun de nuestra misma vida; y que por dirigirse a este heroico empeño la instalación del Congreso, nos debía ser tan recomendable, como respetado y obedecido este cuerpo y su suprema autoridad, pues en él depositaba toda su confianza, sus innegables derechos y la esperanza de su libertad y felicidad de todo el Reino de Chile”. La oración de fray Camilo causó necesariamente un fuerte impacto, en particular en aquellas mentes acostumbradas a la obediencia ciega a la monarquía, y cuyo horizonte intelectual estaba limitada por libros piadosos y la biografía de uno que otro santo. Los más avezados habían leído a más de un escritor y poeta hispano, pero siempre dentro de la literatura clásica, sin horadar en ruta de los filósofos franceses. La actividad de nuestro sacerdote se movía en torno a Martínez de Rozas, los hermanos Carrera y los frailes más partidarios de la independencia. A fines de noviembre se recibe la primera imprenta encargada por las autoridades chilenas. Unánimemente se designa director al padre de la Buena Muerte. El decreto señala: “Como es necesario que se elija un redactor, que, adornado de principios políticos, de religión, de talento, y demás virtudes naturales y cívicas, 272 E dición conmemorativa del B icentenario disponga la ilustración popular de un modo seguro, transmitiendo con el mayor escrúpulo la verdad y recayendo estas cualidades en el presbítero fray Camilo Henríquez, se le confiere desde luego el cargo, con las asignación de quinientos pesos al año. Carrera.-Cerda.-Manso.-Vial, secretario”. En cada artículo, crónica o comentario dejó impresa su impronta. Siempre luchando por un solo objetivo: la libertad de la patria de la corona española. No hay otro ejemplo en América capaz de superar la tenacidad de este fraile valdiviano que, como señala el historiador Jaime Eyzaguirre fue “el difusor más eficaz del pensamiento de Rousseau y en Chile, consumido por el fuego del ideal revolucionario. Es el hombre que rompe por entero con el pasado. Su pluma es la del agitador de nuevo cuño que se guía por los maestros de la “ilustración”. El 13 de febrero de 1812, aparece el periódico La Aurora de Chile. Se editaron 58 números y en cada ejemplar sobresale la pluma combatiente de este sacerdote que no da ni recibe cuartel en pos de sus ideales libertarlos. Junto con dirigir la publicación es miembro de la comisión que prepara el proyecto de la Constitución, senador y secretario del Senado. Desde el 17 de abril de ese mismo año edita un interdiario El Monitor Araucano y el 10 de agosto, rememorando la gesta independentista de Quito, inaugura el Instituto Nacional, heredero del Colegio Carolino. El velo negro del infortunio se devela en Rancagua. La muerte de su hermano José Manuel, en esa ciudad, a manos de los realistas lo desespera y si bien es cierto no jura su venganza, enciende aún más su espíritu de lucha. Los patriotas huyen allende los Andes y entre ellos, fray Camilo, que se exilia en Buenos Aires, lejos de su patria y de su ministerio sacerdotal, sufre angustias y soledades. Para subsistir trabaja en La Gaceta Ministerial de Buenos Aires y en las observaciones. Luego el cabildo de Buenos Aires lo contrata como director de El Censor, donde hace gala de un periodismo combativo y multifacético, que lo convierte en el primer periodista bonaerense. Impulsa la artes, especialmente el teatro, del cual era aficionado. Se hace un tiempo para terminar sus estudios de medicina titulándose de médico, profesión que ejerce casi prácticamente gratis, pero que le permite subsistir a medias junto a otros patriotas. (Por cada visita recibe tres reales). Triunfante la patria en Chacabuco y Maipú, el Libertador O’Higgins se da a la tarea de ubicar a fray Camilo en Buenos Aires, con el propósito de que asumiese importantes tareas. La historia generalmente relaciona más al sacerdote chileno con José Miguel Carrera que con nuestro Padre de la Patria, por el hecho de haber participado en acciones de la Paria Vieja, sin embargo no es así. La documentación histórica registra que el 1º de octubre de 1821, el gobierno había expedido el siguiente decreto: “Atendidos los méritos y servicios del clérigo regular ciudadano Camilo Henríquez, vengo en conferirle el empleo de capellán de ejército del Estado Mayor General, con el sueldo asignado por reglamento. (firman) O’Higgins - Zenteno”. Como carece de dinero y su estado de salud es deficiente, el regreso a Chile le parece demasiado lejano. Pero una luz aparece en el firmamento. El ministro de Chile en la capital argentina, Miguel Zañartu le comunica que su amigo el director O’Higgins, deseaba saber si quería retornar a Chile con un cargo en la 273 R evista L ibertador O’ higgins administración pública. Emocionado fray Camilo leyó la carta del Libertador, cuyo texto es el siguiente: “Aunque en este último período de la libertad de Chile ha guardado usted tanto silencio que ni de nuestro suelo ni de mí se ha acordado en sus apreciables producciones, que siempre se conocen por la inimitable dulzura y juicio que las distinguen, yo quiero ser el primero en renovar una amistad que me fue tan amable y que puede ser útil al país en que ambos nacimos. Muchas veces he deseado escribir a usted ofreciéndomela y aun invitándole a su regreso; pero no quería ofrecer lo que no fuese equivalente, o mejor de lo que usted disfrutase, y aún esperaba la terminación de la guerra para que ni ésta retrajese a usted en venir. Ahora, pues, que la libertad del Perú ha asegurado la nuestra; ahora que nuestra República debe empezar a engrandecerse, es cuando escribo ésta para proponerle el que venga al lado de su amigo, a ayudarle en las penosas tareas del gobierno. Los conocimientos y talentos de usted son necesario a Chile y a mí; nada debe, pues, retardar su venida cuando la amistad la reclama. Cualquiera que sea la comodidad con que en esa le brinden, yo le protesto que las que le proporcionaré no le serán desagradables, y sobre todo usted no debe apetecer más gloria que la de contribuir con sus luces a la dirección de esta República que lo vio nacer. No le arredren a usted ni la preocupación ni el fanatismo: usted me ha de ayudar a derrocarlo con tino y oportunidad”. Luego agrega: “con esta fecha escribo al diputado de este gobierno en Buenos Aires para que proporcione a usted el dinero que necesitase para el viaje, si admite la invitación que le hace su fino amigo y servidor q.b.su m.” La respuesta de fray Camilo no se hizo esperar: “Mi siempre amado y admirado amigo y paisano: Yo dejo al magnánimo corazón de V.E. sentir y calcular mis afectos de reconocimiento y admiración al leer su cariñosa y generosa comunicación de 15 de noviembre último. Partiré con la brevedad posible para esa nuestra dulce patria a admirar las grandes cosas e intentos inmensos que he sabido, aunque muy en globo, que va debiendo a V.E. y que aquí son poco conocidos; sin embargo, de que voy con una especie de temor, porque V.E. ha formado una idea demasiado ventajosa de mi mediocre aptitud”. Anunció su casi inmediato regreso al país. Simultáneamente Zañartu comunicó a O’Higgins la recepción de una letra por 400 pesos para los gastos de viático de fray Camilo. En el tomo VI, página 272 del Archivo de Don Bernardo O’Higgins, se publica una carta del mismo parlamentario, fechada en mayo 16 de 1822, en cuyo texto puede apreciarse el afecto de Zañartu por el fraile: “Mi distinguido amigo: Celebro mucho ver en la apreciable de V. 16 de abril a que contesto, que el Padre Camilo esté ya a su lado y en juego. El es un hombre honrado y un filósofo, y de estos hombres sólo debe V. fiarse para procurar nuevos géneros de gloria a su gobierno. Que la energía y acierto de sus empresas militares se extienda también a las instituciones civiles, entonces nada tendrá que desear la prudencia ni que zaherir la mordacidad, Aquel amigo me escribe muy contento, asegurándome que halla en V. las mejores disposiciones para establecer las bases y alcanzar progresos en todos ramos. Las ilustración del siglo se presta mejor a conceder laureles a los gobiernos en lo político que en lo militar. V. Tiene la ventaja de mandar un pueblo dócil, aunque algo preocupado”. 274 E dición conmemorativa del B icentenario El Padre de la Patria cumplió con la promesa formulada. El 27 de abril de ese año dictó un decreto por el cual lo nombra bibliotecario de la Biblioteca Nacional con 500 pesos de sueldo anual, y además, se le encargaba la publicación de la Gaceta Ministerial, que publicaba todos los documentos oficiales que emanaban del gobierno. Personalmente, guiado por su entusiasmo periodístico, fundó El Mercurio de Chile que cerró sus puertas en abril de 1823, después de la abdicación del Libertador. En julio de 1822 lo nombró en la Junta de Sanidad, atendiendo a su calidad de médico y a los numerosos artículos que había escrito en su diario respecto a las medidas que debían adoptarse para mejorar la salud de la población expuesta a una serie de enfermedades, muchas de ellas, derivadas de la falta de higiene. A instancias del canónigo Casimiro Albano, amigo de fray Camilo y del Libertador, se le designa secretario a cargo de la redacción del reglamento de la Convención y de un periódico Diario de la Convención de Chile, abierto para registrar las actas de las sesiones y documentos. La inteligencia y sagacidad del padre del periodismo chileno quedó impresa en las notables sugestiones como por ejemplo, el mejoramiento de los hospitales, restauración del hospicio para indigentes, supresión de las penas corporales, particularmente en el ejército, y visita a las cárceles para supervigilar la correcta administración de justicia. Su espíritu de lucha nunca lo abandonó y para dejar constancia de ello editó El Nuevo Corresponsal, donde libremente exponía su pensamiento siempre libertario y de defensa de los más modestos. En sus columnas terció en un amplio debate con el dominico Tadeo Silva, por la publicación del artículo, titulado “Los apóstoles del diablo”, donde le contesta, entre otras cosas: “Las hogueras inquisitoriales están extinguidas por el progreso de las luces”, defendiendo siempre la libertad que tenían los pueblos de elegir su propio camino. En el Congreso de 1822, representó a su ciudad natal y tuvo a su cargo la redacción del reglamento de la Cámara y propugnó con especial devoción la Ley del Olvido que consultaba una amnistía para todos. Fray Camilo quería que esta medida se adoptara el 20 de agosto, fecha del cumpleaños del Padre de la Patria, pero el Libertador, por exceso de modestia, no la puso en práctica hasta el 18 de septiembre, aniversario patrio. La amistad del fraile de la Buena Muerte con el Director supremo fue bastante fluida. Como secretario del Congreso mantuvo entrevistas casi a diario. A su vez, O’Higgins le consultaba muchas de las medidas que adoptaba atendiendo a su elevado criterio y a la vasta cultura que demostraba frente a muchos negocios de gobierno. En el Congreso Constituyente de 1823, fue elegido diputado suplente por Chiloé y por Copiapó pero no tuvo muchas intervenciones debido a la convalecencia de los males que le afectaban. Sin embargo, por su versatibilidad se le nombró presidente de la Comisión de Hacienda, la más importante de su época. El 28 de enero de 1823, abdicó el héroe, lo cual determinó la cesación del Consejo Consultivo que lo asesoraba y del cual era su secretario y que presidía Manuel de Salas. El Reglamento constitucional provisorio de marzo de 1823 estableció el Senado Conservador y legislador, el cual lo eligió también secretario, considerándolo ireemplazable en este tipo de funciones. El 19 de julio, en el gobierno de Freire, asume en propiedad la dirección de la Biblioteca Nacional, 275 R evista L ibertador O’ higgins después de la renuncia de Manuel de Salas y se le asignan dos mil pesos para la compra de libros. En el Congreso de 1824 representa en propiedad a Copiapó y Rere, pero opta por el partido nortino y es elegido nuevamente miembro de la Comisión de Hacienda y se le encargó la redacción del reglamento del Congreso. Entre sus intervenciones más famosas destaca la creación de una marina de guerra capaz de defender nuestras costas con eficacia y seguridad. En este aspecto coincide plenamente con el Libertador quien manifestaba que la única manera de asegurar la independencia de España era contar con una flota capaz de enfrentar a la de la península. El mismo año, 1824, fue designado oficial mayor del Departamento de Relaciones Exteriores, cargo que al parecer no alcanzó a desempeñar por el lamentable estado de salud. En la comisión de Hacienda laboró todo el mes de diciembre del mismo año y el exagerado esfuerzo hasta el 31 del mismo mes agotó sus energías hasta que tuvo que ser llevado en camilla humana hasta su domicilio ubicado en calle Teatinos, entre Huérfanos y Agustinas. Allí el Dr. Pedro Moreno certificó que al Dr. Henríquez lo “llevaba asistiendo desde hace dos meses de una fiebre intermitente, o terciana, procedente de un fomes gástrico”. El 8 de enero otorgó su testamento reiterando su fe católica, apostólica y romana y el 16 de marzo fallece en las primeras horas de la mañana. El mismo día, en la sesión del Congreso se dio cuenta de su deceso y se acordó tributarle todos los honores a que era merecedor y los diputados guardaron luto por tres días. Salvas del fuerte ubicado en el Santa Lucía sellaron sus exequias. La coincidencia del pensamiento del Libertador con fray Camilo respecto a los factores que debían considerarse para potenciar a Chile son numerosas. Basta señalar la creación de fuerzas armadas suficientes para asegurar la independencia del país, la existencia de un Ejecutivo fuerte, un congreso capaz de legislar en beneficio de los más modestos, la creación de colegios en todas la ciudades para elevar la cultura y el conocimiento de las artes y las letras, la libertad para internar todo tipo de literatura, incluyendo los filósofos y enciclopedistas franceses y europeos, el libre intercambio de comercio y la necesidad de unir a todos los pueblos de América en pos de su total libertad de España. Nuestro país no ha sido justo con el fraile de la Buena Muerte. Se le recuerda pero no en la dimensión que corresponde. Creo que sería hora de reparar tan grande injusticia. El Padre de la Patria lo supo aquilatar y aparte de hacer posible su retorno le confió varias tareas donde fray Camilo pudo entregar lo mejor de su acervo cultural. No cabe duda que fue el verdadero ideólogo de nuestra independencia. 276 E dición conmemorativa del B icentenario O’Higgins Y LA INDEPENDENCIA AMERICANA Cristián Guerrero Lira1 Al referirse a la relación entre O’Higgins y la independencia de América, parecería inevitable hacer una relación, por muy somera que ésta fuese, de la preparación y actuación de la Expedición Libertadora del Perú, enviada desde Chile en agosto de 1820; pues es en ella donde se encuentra la máxima muestra de la más destacable acción de este prócer a nivel americano. Para no reiterar lugares comunes que son de todos conocidos, en esta oportunidad evitaremos hacer esas consideraciones, centrándonos preferentemente en las huellas de un “Patriotismo americano” que son perceptibles en el pensamiento de nuestro personaje central, y en la, valoración que de esa acción americana hicieron los peruanos entre 1868 y 1869, es decir, cuando entregaron, con los sentimientos que luego veremos, los restos mortales del General O’Higgins. I. MIRANDA Y O’HIGGINS: PATRIOTISMO AMERICANO En varios trabajos historiográficos se ha discutido sobre la génesis de las nacionalidades hispanoamericanas y su relación con el proceso de independencia. Para algunos, éstas se conformaron simultáneamente al estallido y desarrollo de éste, mientras que para otros, son una consecuencia de él. Sea como haya sido, lo concreto es que junto al patriotismo local, o vernacular, del que los libertadores de América dieron indiscutibles pruebas, existió otro tipo de patriotismo, otro nexo de unión a una comunidad esta vez mayor, de hondo sentido americano, y esto a pesar de que existan opiniones que, como lo hace Gonzalo Vial, afirmen que para hombres como Miranda, Bolívar, San Martín y O’Higgins ese sentimiento de pertenencia a una comunidad determinada era un lastre, puesto que debido a sus largas estadías en Europa se habría producido en ellos una desconexión con la realidad hispanoamericana convirtiéndose ella en “un molesto, incómodo recuerdo de esa realidad que aspiraban a alterar hondamente, haciéndola más acorde a las ideologías que sustentaban”. Reconociendo que la argumentación esgrimida por este autor contiene elementos que la acercan a la realidad, y que como el mismo lo señala, esta temática es altamente discutible, parece conveniente detenerse a sopesar algunos puntos de ella, especialmente en lo que se refiere a la consideración de la nacionalidad “nativa”, como un lastre para el americanismo. ¿Ese sentimiento 1 El autor es profesor del Departamento de Ciencias Históricas de la Universidad de Chile y Consejero Nacional del Instituto O’Higginiano de Chile. 277 R evista L ibertador O’ higgins entraba en conflicto con el patriotismo vernacular o podían coexistir esas dos expresiones de patriotismo? Nos parece conveniente distinguir, en primer lugar, entre “Americanismo” y “Patriotismo americano”. El primer término, dentro del imaginario político de estas latitudes, conlleva la idea de integración, la que puede ser entendida más como una suerte de proyecto de “unificación” o “combinación” multinacional, en pos del cual se conjugan distintos esfuerzos. Este es el sentido que han tenido, y tienen, las distintas instancias de integración regional que han surgido en América Latina, tales como el Pacto Andino o el moderno Mercosur. En cambio, la expresión “patriotismo” se relaciona directamente con un sentimiento de pertenencia a una comunidad, y no a una opción política determinada, identificación esta última que siempre resulta peligrosa. Al referir la existencia de un “patriotismo americano” hablamos de la idea de la existencia de una comunidad supranacional, en la que, yendo más allá del límite geográfico de una “Patria nativa”, o de los intereses coyunturales de un momento dado, se reconocen valores culturales que son compartidos con otros, originarios de otras “patrias”, y que surgen no sólo porque en un momento dado se enfrente a un peligro, un riesgo, o se reaccione frente a un factor externo, sino porque además existe un sentimiento de mancomunidad espiritual que impulsa a actuaciones concordantes. Esta idea, sin desconocer que existieron afanes americanistas del tipo “integracionista”, no sólo fue expresada por los más destacados líderes del movimiento revolucionario americano. Valgan un par de ejemplos locales: el primero es el caso de Andrés Manterola, un Oficial del Ejército de Chile que debió refugiarse en Mendoza a partir de 1814, quien en una solicitud de auxilio expresó a San Martín que su “amor a la causa de la América” lo había obligado a huir del tirano2. El segundo lo extractamos de edición del 12 de noviembre de 1812 de la Aurora de Chile, donde al comunicarse el triunfo de Belgrano en Tucumán se utilizaban expresiones como: “El esfuerzo de los defensores de la América y sus triunfos (…)” y “Tiranos (…) Rotas las cadenas con que habíais aprisionado a la América, toda ella se confedera en vuestra ruina (…)”. La existencia de este patriotismo americano no excluye que hayan existido, incluso en aquellos grandes líderes, expresiones de un patriotismo local. Para comprobar ello basta con recordar la ferviente defensa de la soberanía rioplatense que hiciera José de San Martín ante José Miguel Carrera, especialmente aquel oficio en que decía, ante los reclamos del caudillo chileno: “yo pregunto a V.S. de buena fe ¿Si en un país extranjero hay más autoridad que las que el gobierno y leyes del país constituyen?”3. ¿Es posible encontrar expresiones de esta idea en el pensamiento de Miranda y O’Higgins? Conocemos dos versiones del escrito que Francisco de Miranda entregara al joven “Bernardo Riquelme” cuando éste se aprestaba a retornar desde Europa 2 Archivo Histórico de Mendoza, Época Independiente, 497: 58. 3 Citado por Jorge Ibáñez en O’Higgins El Libertador, p. 102. 278 E dición conmemorativa del B icentenario a su suelo natal. El primero es conocido con el título de Consejos de un viejo sudamericano a un joven compatriota al regresar de Inglaterra a su país, y que publicara Benjamín Vicuña Mackenna en El Ostracismo de O’Higgins. El segundo fue publicado en la Revista Chilena de Historia y Geografía (tomo DVI, 1927). Y lleva por título Consejo de un viejo sudamericano a uno joven, sobre el proyecto de abandonar la Inglaterra para volver a su propio país. Las diferencias entre ambos textos resultan menores, sin presentarse alguna alteración significativa del contenido. Una de las primeras cosas que llama la atención, en cualquiera de las dos versiones, es la asimilación y equiparación existente en el pensamiento de Miranda entre los términos “Patria”, “País”, “Sudamérica” y “América”. Al analizar el texto, en cualesquiera de las dos versiones, de inmediato se notará que se trata de los consejos de un “Sudamericano” a “un joven compatriota” o del “consejo de un viejo sudamericano a uno joven”, estableciéndose así un nexo de procedencia, ajeno a las divisiones administrativas que el imperio español había establecido en los territorios que dominaba. Como se trata de una serie de consejos, no es extraño que Miranda utilizara una terminología coloquial, casi paternal se podría decir, en la que la idea que venimos destacando mantenía su vigencia. Así, le dice: “Varias veces os he indicado los nombres de varios sudamericanos en quienes podíais reposar vuestra confianza, si llegarais a encontrarlos en vuestro camino, lo que dudo porque habitáis una zona diferente” y más adelante manifiesta su ignorancia respecto “del país que habitáis” y del “carácter de vuestros compatriotas”, pero unas cuantas líneas más adelante advierte al joven discípulo que los “españoles” lo “despreciarán por haber nacido en América y los aborrecerán por ser educado en Inglaterra”, mientras que “los americanos, impacientes y comunicativos, os exigirán con avidez la relación de vuestros viajes y aventuras. Curiosamente, en ninguna de las dos versiones del texto aparece alguna mención a Chile, a Venezuela o a alguna otra región del continente americano. Sólo aparecen, expresamente mencionados, dos países: Inglaterra (dos veces) y Estados Unidos (una vez). En cambio “América” o “Sudamérica” aparece mencionada en seis oportunidades. La única expresión particular hacia Chile aparece cuando Miranda le señala que él, O’Higgins, es el único chileno que conoce. Este sentimiento de pertenencia a un conglomerado mayor, a una “Patria americanas también fue expresado por el mismo Miranda en 1806 en su Proclama de Coro (2 de agosto de 1806), titulada “Proclamación. Don Francisco de Miranda, comandante general del ejército colombiano, a los pueblos habitantes del continente americano-colombiano”, en la que señalaba a los venezolanos que con el apoyo de Inglaterra “podemos seguramente decir que llegó el día, por fin, en que, recobrando nuestra América su soberana independencia, podrán sus hijos libremente manifestar al universo sus ánimos generosos”4. 4 Pensamiento Político de la Emancipación (1790-1825), tomo I, p. 20. 279 R evista L ibertador O’ higgins En el caso particular de O’Higgins que no fue precisamente un pensador político que expusiera sistemáticamente sus pensamientos sobre esta materia no resulta difícil encontrar, en sus innumerables cartas, expresiones de la conjugación entre estos dos tipos de patriotismo. Por ejemplo en 1811 le escribió a Juan Mackenna relatándole que ya se había incorporado al ejército: “He pasado ya el Rubicón. Es ahora demasiado tarde para retroceder, aun si lo deseara, aunque jamás he vacilado. Me he alistado bajo las banderas de mi patria (...)”. La alusión a Chile resulta meridianamente clara: “mi patria”, pero pocas líneas después habla del enemigo, ese “mismo espíritu maligno que hizo correr la mejor sangre de Quito y de La Paz” que ahora “está sediento de la nuestra” (Valencia, p. 40). En diciembre de 1816, y desde el Fuerte de San Carlos, en Mendoza, escribió a Clemente Lantaño relatando los progresos de la revolución en América y agregaba que “El grande interés que las naciones toman por nuestra independencia, todo nos anuncia la pronta expulsión de nuestros tiranos y el pleno goce de los territorios que Dios y la naturaleza nos han señalado para nuestra existencia” (A. Carrasco, pp. 17-18). Estas ideas, obviamente, no quedaban en el papel, sino que se concretaban en realidades tangibles. El ejemplo más conocido de ello es la conformación de la Expedición Libertadora del Perú, pero precisamente por ello creemos que es de mayor utilidad, y brevedad, referir el contenido de una carta que enviara a Miguel Zañartu en septiembre de 1820: “Acaba de llegar a Valparaíso un brigadier enviado por el Gobierno patrio de México, solicitando auxilios de armas y tropas, asegurando que toda la costa, desde las inmediaciones de California hasta las de Acapulco, están en rebelión. Las nuevas del orden que reina en Chile, los progresos de sus armas, las victorias marítimas, todo les ha convencido que este pueblo es el único que está en aptitud de ayudar a su libertad. En efecto, después que haya zarpado de Valparaíso la expedición que con el mayor secreto estoy equipando para Chiloé, y de lo que encargo a V. el mayor sigilo, pienso auxiliar la costa de México con armas, oficiales, y un par de buques de guerra” (Valencia, pp. 128-129). Lo vernacular no estaba ausente. De hecho, en una misiva que envió a Simón Bolívar en 1824 agradecía su inclusión en las fuerzas del Libertador con las siguientes palabras: “¡Qué consideración tan lisonjera es a un soldado araucano ser invitado a las filas de sus bravos hermanos de Colombia!” (Valencia, p. 56). Es un “araucano”, chileno por extensión, que milita en las filas de sus “hermanos” colombianos. No olvidemos que “Colombia”, por esos años, refería a varios territorios distintos. El mismo “Araucano” le decía a su madre, en fecha cercana (septiembre de 1824), que su salud estaba “mejor que nunca y mis deseos jamás han sido más grandes de alcanzar a los enemigos, para que siquiera un solo araucano vea la conclusión y tenga la parte que alcancen sus débiles esfuerzos en la exterminación para siempre del yugo español de estas regiones” (Valencia. p. 57). Existe otro documento en el que claramente es perceptible esta misma idea, y se trata de uno de los documentos fundamentales de la historia de Chile, el Acta de Proclamación de la Independencia, donde se dice “La fuerza ha sido la razón 280 E dición conmemorativa del B icentenario suprema que por más de trescientos años ha mantenido al Nuevo Mundo en la necesidad de venerar como un dogma la usurpación de sus derechos y de buscar en ella misma el origen de sus más grandes deberes. Era preciso que algún día llegase el término de esa violenta sumisión; pero entretanto era imposible anticiparla: la resistencia del débil contra el fuerte imprime un carácter sacrílego a sus pretensiones, y no hace más que desacreditar la justicia en que se fundan. Estaba reservado al siglo XIX el oír a la América reclamar sus derechos sin ser delincuente y mostrar que el período de su sufrimiento no podía durar más que el de su debilidad”. II. LA VALORACIóN PERUANA DE LA OBRA DE O’HIGGINS (1868-1869) Es demasiado conocido que la mayor expresión del patriotismo americano que es posible encontrar en O’Higgins dice relación con la independencia del Perú: y también resultaría demasiado extenso de referir. Lo mismo ocurre con su permanencia en aquel país por largos 19 años, en los que el recuerdo de su suelo natal siempre estuvo presente. Quizás resulte más ilustrativo detenerse a examinar las expresiones vertidas por los hijos del Rímac en el momento en que los restos del Libertador se separaban de su suelo y ello debido a que, tal como quedó claramente expresado en aquella oportunidad, se consideraba a O’Higgins como Libertador del Perú. Las tramitaciones legales para trasladar los restos de O’Higgins desde el Perú se iniciaron en noviembre de 1842, pero éstas encontraron largas dilaciones legislativas y financieras y sólo en 1868 se reactivaron gracias a la moción presentada por los diputados Ramón Rozas Mendiburu, hijo de Juan Martínez de Rozas, y Benjamín Vicuña Mackenna. Este último, en su intervención en la sesión del día 3 de agosto de ese año, señaló que repatriándose los restos mortales de O’Higgins “se probará a las demás repúblicas americanas la falsedad del adagio El Mal Pago de Chile, y se cumplirá con un deber sagrado, que han sabido satisfacer Venezuela, Ecuador y la República Argentina, con los pronombres de su independencia, Bolívar, Alvear y Lavalle”. Pero había más, nuestro país tenía, dijo el orador, una deuda que satisfacer: “O’Higgins no recibió nada de Chile, y por felicidad de su patria se condenó al ostracismo, su familia, lejos de haber recibido concesiones de este país, ha comprado a su costo la sepultura que debían haber recibido los restos del grande hombre, su hijo don Demetrio fue uno de los que con más generosidad contribuyó con su fortuna para hacer frente a la guerra a España el año 65”5. Aprobado el proyecto, el Presidente José Joaquín Pérez designó a la comisión que se encargaría de la repatriación, la que fue presidida por Manuel Blanco Encalada, un natural de Buenos Aires que había llegado a ejercer la presidencia de nuestro país. El 9 de diciembre de 1868 los comisionados zarparon desde Valparaíso rumbo al Callao. Dos días antes del zarpe de la comitiva, el Encargado de Negocios de Chile en Perú, Joaquín Godoy, había remitido al gobierno peruano una copia de 5 Benjamín Vicuña Mackenna, La Corona..., p. 51. 281 R evista L ibertador O’ higgins la ley que autorizaba la repatriación de los restos de O’Higgins, y solicitaba la correspondiente autorización. El Ministro de Relaciones Exteriores del Perú, J. A. Barrenechea, contestó que había comunicado el asunto al Presidente Balta, agregando en su nota de respuesta que “Profundo pesar causa a S. E. la separación de esas venerables reliquias del suelo del Perú en que han reposado tantos años: pero reconociendo los justos títulos que asisten a Chile para reclamarlas y poseerlas, se apresura a deferir a la petición del Gobierno de US. y se han dictado en consecuencia, las órdenes respectivas para que la Comisión sea recibida en el Callao como corresponde, y pueda enseguida llenar cumplidamente sus fines: disponiendo al mismo tiempo, que se tributen a los restos del ilustre patriota, los honores a que sus grandes hechos y su elevado rango lo hicieron acreedor”6. Tras nueve días de navegación, las naves chilenas arribaron al Callao, y al día siguiente, 18 de diciembre, la Comisión desembarcó. Las autoridades locales recibieron a sus integrantes en el muelle y tras los saludos de rigor, partió hacia Lima, donde fue recibida por el Presidente peruano. El 28 de diciembre se llevó a cabo la exhumación de los restos del General O’Higgins desde el nicho N° 3, letra C, del Cuartel de Santo Toribio del cementerio limeño. El Coronel Manuel Freire, Presidente de la Beneficencia peruana, por expreso encargo de su gobierno, hizo entrega oficial de los restos7. En sus discursos, tanto Freire como el Ministro Barrenechea destacaron la dimensión sudamericana de la acción desarrollada por O’Higgins, así como el aprecio y respeto que por él se sentía en el Perú. El primero dijo: “La nación 6 Ob. cit., p. 60. 7 El acta oficial que en tal ceremonia se levantó dice: “En Lima a veintiocho de diciembre de mil ochocientos sesenta y ocho, reunidos en el Cementerio General, los señores Ministros de Relaciones. Exteriores doctor don José Antonio Barrenechea, de Beneficencia doctor don Teodoro La Rosa, y de Guerra y Marina Coronel don Juan Francisco Balta, el Encargado de Negocios de la República de Chile, don Joaquín Godoy, la Comisión nombrada por el Supremo Gobierno de aquella República, compuesta del Vicealmirante don Manuel Blanco Encalada que la presida, y de los señores coroneles don Erasmo J. Jofré, don Biviano [sic] A. Carvallo, don Manuel Rengifo, don José María Silva Chávez y del Teniente Coronel don Marcos 2’ Maturana, del Secretario don Federico Puga, del Capellán don Mariano Casanova y del Cirujano doctor don Wenceslao Díaz, y la Comisión nombrada por la Beneficencia de esta capital, que se compone del señor Coronel don Manuel Freire, como Presidente, y de los señores doctor don José Simeón Tejeda, doctor don Simón Gregorio Paredes, don Lino Mariano de la Barrera, don José de la Riva Aguero, don Juan José Moreira y don Francisco Sagastabeitía, con el objeto de exhumar los restos del Iltmo. Gran Mariscal don Bernardo O’Higgins para trasladarlos a su país natal: después de examinados los restos en el nicho núm. 3, letra C del cuartel de Santo Toribio, la comitiva se constituyó en el expresado lugar y habiendo reconocido el nicho que se hallaba perfectamente cubierto por una lápida de mármol, que contenía en su centro una plancha de metal con el nombre del Iltmo. Gran Mariscal, procedió a su apertura y reconocida la identidad de los restos, por las señales que aún se conservan, se trasladaron a la urna funeraria, que al efecto se tenía preparada. Verificado esto, el señor Presidente de la Comisión de Beneficencia dirigió una palabra al de la Comisión de la República de Chile, recordando los méritos relevantes del Istmo. Gran mariscal O’Higgins, y haciéndole formal entrega de dichos restos. El señor Vicealmirante, Presidente de la Comisión de Chile contestó satisfactoriamente a las palabras que se le habían dirigido y terminó su discurso expresando que se daba por recibido de los ilustres restos. Con lo que concluyó el acta. J. A. Barrenechea.- Teodoro La Roza.- Joaquín Godoy. J. F. Balta.- Manuel Blanco Encalada.- José Erasmo Jofré.- Manuel Rengifo.- B. A. Carvallo.- José María Silva Chávez.- Mariano Casanova.- Marcos Segundo Maturaria.- Federico Puga.- Manuel Freire. Simón Gregorio Paredes.- Wenceslao Díaz.- Lino Mariano de la Barrera.- J. de la Riva Agüero. José Moreira”. Transcrita por Benjamín Vicuña Mackenna. La Corona.... pp. 76-77. 282 E dición conmemorativa del B icentenario peruana que sabe posponer sus propios sentimientos a la práctica de los principios de justicia, ha consentido en devolver los restos del primer magistrado de la República de Chile, que durante más de veintiséis años reposaron en este sepulcro, de donde acabamos de exhumarlos. Por lo mismo que el Perú conoce todo el precio de estas respetables cenizas, no quiere defraudar a la patria del ilustre General O’Higgins de la satisfacción de poseer un depósito que por tan sagrado título le pertenece”8. El ministro, por su parte expresó: “Acabáis de recibir las cenizas del Capitán General Presidente de Chile, Gran Mariscal del Perú don Bernardo O’Higgins, cuyo nombre ha ilustrado la América en el pasado y en el presente. Decid a vuestro país que, al entregarle estos restos, cumplimos con un deber sagrado: pero que guardaremos eternamente el recuerdo del grande hombre, que no solo trabajó por la independencia de su patria, sino que envió la gloriosa expedición que debía iniciar la independencia de la nuestra. Poco avaro del presente, como todos los hombres que emprenden un gran fin, el Capitán General prodigó el suyo para conquistar el porvenir; y recibió la proscripción de sus contemporáneos para aguardar la apoteosis de la historia. Más feliz que Temístocles, él ha vivido y muerto en el seno de los amigos de la patria. Es tan sublime, tal inefable el agradecimiento de un pueblo, sobre todo del que nos ve nacer, que él tiene el derecho de hacerse aguardar, de reconcentrarse profundamente y de dejar el fallo de la gloria a la posteridad. Felices los hombres que tienen otra patria que les deba gratitud y que los cobije en los días de la calamidad inseparables de la imperfecta grandeza humana. Por fortuna, los grandes soldados de cada una de las repúblicas americanas son también los grandes soldados de las demás; porque los fines, las aspiraciones, las simpatías y hasta las preocupaciones, los odios y las venganzas de una de ellas son el patrimonio de todas. Vuestro Capitán General nos pertenecía: Pero él era, ante todo vuestro. Por eso os lo devolvemos. Sin embargo, esas cenizas os dirán que están naturalizadas en el Perú. Ellas son el glorioso recuerdo de una gloriosísima unión. ¡Singular destino el del Capitán General, Gran Mariscal O’Higgins! En el poder, en la proscripción y en la tumba sirviendo a la misma causa, a la gran causa de la unión americana. Hoy que los héroes que descansan en vuestro cementerio, lo olvidan todo para no recordar sino los méritos del Capitán General y que, imparciales y tranquilos, lo aguardan para fraternizar en la tumba, hoy él puede dar su despedida a La Mar y a Gamarra que lo han acompañado aquí. Y vos, señor Vicealmirante, marino peruano, Jefe de la segunda escuadra aliada, vosotros todos, señores, los que componéis la Comisión que ha de llevar los restos de don Bernardo O’Higgins: si, como compatriotas y herederos del Capitán General de Chile, sois nuestros leales amigos, estad seguros de que, hijos también del Gran Mariscal del Perú, merecéis nuestra más cordial fraternidad. El 8 Ob. cit. p. 73. 283 R evista L ibertador O’ higgins gobierno peruano espera que, después de un próspero viaje, entreguéis a Chile este precioso depósito, como prenda de unión y de amistad sincera”9. Por último, el señor Godoy agradeció las elocuentes palabras del Ministro Barrenechea y agregó que la ceremonia recién realizada era una nueva ocasión para manifestar la unión entre ambos pueblos. El cortejo, encabezado por un lujoso carro de luto, se encaminó hacia la iglesia de Santo Domingo donde al día siguiente se realizaron las exequias programadas, permaneciendo la urna custodiada por una guardia de honor. Una vez que esa ceremonia se llevó a cabo, el féretro fue puesto en el mismo carro utilizado el día anterior, para ser trasladado a la estación de ferrocarriles y de ahí al Callao: Una vez que el cortejo se encontró en el puerto, los fuertes y las naves peruanas y extranjeras dispararon salvas de honor mientras se procedía a embarcar los restos en la O’Higgins. En la mañana del día 30 concluyeron los preparativos y se embarcaron tanto la loza de mármol que había cubierto la tumba como el ataúd que había contenido los restos. Las naves chilenas fueron escoltadas por el Apurímac, el Huáscar y la Unión y también por embarcaciones norteamericanas, inglesas y francesas. A la medianoche del 10 de enero de 1869 los restos del General O’Higgins arribaron a Valparaíso. Creemos que los textos recién transcritos reflejan con bastante claridad la dimensión americana del General O’Higgins, Libertador de Chile, y también Libertador de América. 9 Ob. cit., pp. 74-75. 284 E dición conmemorativa del B icentenario EL PARLAMENTARIO BERNARDO O’HIGGINS Juan de Dios Carmona Peralta El 4 de julio del año en curso se cumplieron ciento ochenta años del nacimiento del Parlamento de Chile, considerado como uno de los más antiguos del mundo de hoy. Al conmemorar el acontecimiento hizo bien el Presidente del Senado, don Gabriel Valdés, de recordar a don Bernardo O’Higgins como uno de los forjadores de nuestro Congreso Nacional. Eugenio Orrego Vicuña, historiador y nieto de don Benjamín Vicuña Mackenna, en su notable biografía “O’Higgins. Vida y Tiempo” nos hace apreciar la magnitud de la obra de O’Higgins al sintetizarla en la dedicatoria “a la memoria de don Bernardo O’Higgins Riquelme, Libertador de Chile y Perú”, en donde resalta al héroe, al liberador y al estadista. Vale la pena reproducirla: - Creó la Escuadra y la Expedición Libertadora que bajo el mando de Lord Cochrane, Almirante de Chile, y del Generalísimo argentino San Martín llevaron la independencia al Virreinato del Imperio Español. - Fundó la Nación Chilena y estableció las bases de su grandeza desde el cargo de Director Supremo del Estado (1817-1823). - Apóstol de la unidad Iberoamericana, contempló nuestros pueblos con visión unitaria. - Con la fuerza de su inmensa autoridad moral, afirmó los principios republicanos en los nuevos países de las América del Sur y del Centro. - Nadie, incluyendo a Washington, dio más altas pruebas de austeridad y convicción democráticas. - Fue Capitán General de Chile, Brigadier de los Ejércitos Argentinos, Gran Mariscal del Perú y Oficial General de los Ejércitos de la Gran Colombia. Las extraordinarias obras del Libertador se nos muestran así como una sublime grandeza, abriendo paso a la afirmación del dos veces Presidente de Chile don Arturo Alessandri Palma, quien, al prologar el libro, señala una tarea permanente a los chilenos: “dar a O’Higgins su sitio verdadero en la presidencia moral del continente”. Queremos extraer de esa vida un aspecto muy particular, que nos permite evocar un pasaje del comienzo de su actuación pública, como fue su intervención para fundar el Parlamento chileno y su elección como Diputado por Los Ángeles en los inicios de nuestra vida como nación. Vemos allí la creación de sus convicciones democráticas, las que permiten decir al mismo historiador Eugenio Orrego Vicuña que “su amor a la democracia, su inquebrantable fe 285 R evista L ibertador O’ higgins republicana, que impuso a sus grandes compañeros se tradujeron en la afirmación antimonárquica de todo el continente. América le es deudora de esa afirmación”. El ejemplo y la enseñanza de esas convicciones por O’Higgins marcaron en loma definitiva la historia de Chile y se enraizaron en nuestras instituciones fundamentales. Por eso, nuestra Constitución de 1980 ha podido definir en su artículo 411 al país, escuetamente, con la austeridad y sencillez propias de un compromiso solemne: “Chile es una república democrática”. Bernardo O’Higgins llevaba en su sangre el afán de servicio público; pero no busca los cargos por el honor o la ostentación que ellos representan, sino como medios para servir y siempre que los cargos estén basados en la voluntad de sus ciudadanos. Así, habiendo tomado posesión de la hacienda de Las Canteras en 1804, desempeña, por decisión de los vecinos en 1806, el cargo de Procurador del Cabildo de Chillán. Jaime Eyzaguirre en su “O’Higgins” dice que “el pueblo de Chillán, arrancándole de la quietud campesina, puso en sus manos la vara de alcalde del Cabildo”, mientras que Orrego le atribuye la función de alcalde de Chillán en 1804 y don Sergio Fernández Larraín, también autor de un “O’Higgins”, dice que desempeñó esa alcaldía en 1805 y que fue miembro del Cabildo en 1806. En cualquier caso, todos señalan que se distinguió por la defensa de los intereses locales y por su testimonio por la libertad: ante las demasías del Intendente de Concepción. Don Luis Valencia Avaria, reputado historiador, conocido por su devoción o’higginiana, nos indica que,”en 1806 mereció el Cargo, de Procurador General del Cabildo de Chillán. De sus actuaciones como tal sólo se conserva una nota dirigida al presidente Muñoz de Guzmán, en la que la corporación rechaza los manejos de un vecino y donde figura su firma como ‘Bernardo O’Higgins’, a secas”. En lo que Fernández Larraín denomina su “alborada cívica y primeras milicias”, O’Higgins, por disposición de sus habitantes, pasa a desempeñar el cargo de subdelegado de la Isla de la Laja, en 1810. “La revolución de setiembre –escribe a su amigo y consejero Juan Mackenna– me encontró como subdelegado de la Isla de la Laja, cargo para el cual había sido elegido por sus habitantes, porque jamás quise ni pude aceptar empleo alguno del gobierno español”. Desde ese cargo y en completo acuerdo con el Comandante militar de Los Ángeles, don Pedro José Benavente y Roa, organiza un regimiento con los inquilinos de su fundo y los vecinos inmediatos. Inicia así su carrera militar y aunque después su amigo don Juan Martínez de Rozas prefiere a un pariente para designarlo como jefe militar de la zona la Junta de Concepción, nacida de la revolución de setiembre de 1810, lo, designa teniente coronel de esa agrupación de milicia. Por esa fecha don Juan Martínez de Rozas era reconocido como la primera cabeza de la Junta de Gobierno. El político penquista se había convertido, a la vez, en el único miembro realmente revolucionario de la Junta y tenía una estrecha amistad y alianza con O’Higgins, a pesar del episodio anterior. De todas maneras O’Higgins había pasado, de hecho, a ser reconocido como una de las más altas autoridades militares del sur. 286 E dición conmemorativa del B icentenario A fines de 1810 había grandes vacilaciones sobre si era conveniente o no convocar a un congreso nacional. Martínez de Rozas no estaba muy convencido, a más que la mayoría de la Junta era contraria a esa convocatoria. O’Higgins presionó de tal manera a su amigo que, colocando en la balanza de las condiciones su apoyo militar, prácticamente impuso la idea. Veamos cómo se desarrollaron los hechos. El recordado historiador don Julio Heise González refiere el episodio en la forma siguiente: “En 1810, la mayor parte de los miembros de la Primera Junta Nacional de Gobierno, era contraria a la elección de un Congreso, incluyendo a Juan Martínez de Rozas, sin duda el más destacado miembro de dicha Junta. O’Higgins debió convencer a su amigo Martínez de Rozas en el sentido de ir a la elección de una Asamblea Legislativa. Su admiración por los principios de soberanía popular y gobierno representativo y su convicción de que era necesario comenzar de una vez el aprendizaje político, lo condujeron a manifestar su entusiasmo por la elección del Primer Congreso Nacional que representaría no sólo la voluntad popular, sino que serviría también como escuela de civismo a la alta burguesía chilena”. Jaime Eyzaguirre, por su parte, relata que O’Higgins “habla con vehemencia a Rozas de la necesidad de acelerar desde el gobierno la acción revolucionaria, de decretar cuanto antes la libertad de comercio y proceder a la convocatoria de un Congreso de representantes. Rozas, circunspecto y más que cincuentón, escucha las apasionadas razones de su joven amigo y no parece inclinarse tan pronto a ellas. Hombre de gabinete, lento y cauteloso, ve aún muchos obstáculos y no cree en la conveniencia de un parlamento, pues el atraso reinante habrá de repercutir lamentablemente en su composición y en las líneas directivas de su política. O’Higgins reconoce estos inconvenientes, pero cree que es preciso comenzar alguna vez, y cuanto antes mejor, a ejercitar el hábito de las libertades parlamentarias que él ha admirado tanto en Inglaterra. La discusión se prolonga y el doctor Rozas parece resuelto a mantener tercamente su criterio. Cansado ya O’Higgins, que no está tampoco dispuesto a ceder en punto tan esencial, le hace ver al fin, en forma cortante, que su cargo de vocal de la Junta no le da más alternativa que obtener de sus colegas la convocatoria a un Congreso. o retirarse del gobierno. Le agrega que de no hacerlo así, lejos de contar con su adhesión, hallará en él a su más franco e implacable adversario”. “Sabe Rozas del espíritu resuelto de O’Higgins y termina persuadido de que no le será posible contrariarlo sin exponerse a graves consecuencias y producir una división fatal en el núcleo pequeño de revolucionarios. Decidido al fin a acoger sus razones, no se despide de Don Bernardo sin que éste reciba la promesa de actuar en todo conforme a sus deseos. Don Luis Valencia confirma lo anterior al consignar en su libro “Bernardo O’Higgins, el Buen Genio de América” que “antes que Rozas dejara Concepción para asumir en Santiago su cargo de tercer vocal de la Junta, había examinado con O’Higgins la conveniencia de convocar a un congreso de representantes de todo el país, como una medida encaminada a levantar al pueblo de su letargo”. 287 R evista L ibertador O’ higgins Por su parte, Encina en su famosa “Historia de Chile” ratifica el hecho de la conferencia de Martínez de Rozas con O’Higgins destinada a tomar esta medida y otras “que era necesario adoptar para la felicidad del país”. Sin embargo, la clave de la situación la da la carta que O’Higgins escribió a Juan Mackenna el 5 de enero de 1811, al imponerse del decreto convocatoria del Congreso: “En este momento –dice la carta– acabo de saber con el mayor placer que mi amigo Rozas ha podido llevar a efecto algo que lo restablece por completo en mi buena opinión: ha obtenido de sus colegas de la Junta la firma para convocar un Congreso. Sé por mi amigo Jonte y por otras fuentes, que Rozas ha encontrado las dificultades más formidables para la realización de esta medida, pues la mayoría de los miembros de la Junta se oponían violentamente a ella. Merece, por consiguiente, las mayores alabanzas al obtener el éxito en tales circunstancias. Sobre todo porque el mismo Rozas abrigaba grandes dudas respecto a su conveniencia”, Y añade: “Poco antes de irse a Santiago para hacerse cargo de su puesto en la Junta, tuve con él una conversación larga y confidencial acerca de las medidas que era necesario adoptar para el éxito de la revolución y el bienestar del país. En esa ocasión insistí fuertemente en la necesidad de dos medidas encaminadas a levantar al pueblo de su letargo y a hacerlo tomar interés en la revolución: la convocatoria de un Congreso y el establecimiento de la libertad de comercio. Rozas parecía temeroso de las consecuencias de reunir un Congreso, y no sin razón. Por mi parte, no tengo duda de que el Primer Congreso de Chile mostrará la más pueril ignorancia y se hará culpable de toda clase de locuras. Tales consecuencias son inevitables, a causa de nuestra total falta de conocimientos y de experiencia: y no podemos aguardar que sea de otra manera hasta que principiemos a aprender. Mientras más pronto comencemos nuestra lección, mejor”. Agrega esta carta lo siguiente, donde, como ya anotamos, radica la clave de la situación: “Con tales ideas, le dije francamente a mi amigo Don Juan, que debía o bien inducir a sus colegas a convocar a un Congreso, o retirarse del Gobierno, o contar con una hostilidad determinada de mi parte, en vez de la ardiente amistad que hasta entonces sentía para él. Después de esta declaración, echó a un lado todas las objeciones y se comprometió a convocar a un Congreso o, si no podía hacerlo, a retirarse del Gobierno...”. Don Fernando Campos Harriet, Premio Nacional de Historia, confirma en su “Historia Constitucional de Chile” estos hechos, al decir que “la idea de la convocatoria fue de O’Higgins; Martínez de Rozas, uno de los mentores de la Junta de Gobierno, vaciló largo tiempo en aceptarla” y agrega que O’Higgins “exigió a Martínez de Rozas la convocatoria de un Congreso, apoyando sus argumentos en las bayonetas del ejército del sur que comandaba”. La idea de convocar a un Congreso no era sólo de propiedad de O’Higgins. El Cabildo del 18 de setiembre que instaló la Primera Junta de Gobierno le dio el carácter de poder provisional, “mientras se convocaban y llegaban los diputados de todas las provincias de Chile, para organizar el que debía regir en lo sucesivo”. La misma junta –como señala Encina– había pedido, al instalarse, a los subdelegados que convocasen “al ayuntamiento para que nombre a un diputado que, representando por la provincia, ocurra a esta capital”. 288 E dición conmemorativa del B icentenario Pero faltaba que se concretase la idea. Es cierto que, como lo anota Encina, se había formado un grupo de patricios en torno al Cabildo de Santiago, que estaban disgustados con el mando de la Junta, y especialmente el que ejercía Rozas. También querían la reunión de diputados; pero ignorantes en todo de las funciones de un Congreso, veían que de esa manera podían controlar el gobierno despojando de su autoridad a la Junta. O’Higgins, en cambio, anhelaba un Congreso con sus prácticas legislativas y parlamentarias que él había aprendido a admirar en Inglaterra. Encina ve en ello una psiquis especial de O’Higgins, en la que se confundían como tareas “la independencia y la transformación de la sociedad chilena”, ya que para él “el hecho material de la independencia, si el pueblo chileno iba a seguir siendo lo que, era bajo el régimen colonial, no tenía significado”. Por otra parte, O’Higgins exigía la elección de los diputados por parte de los vecinos de las provincias, de acuerdo con sus convicciones sobre la soberanía popular y el gobierno representativo. Es clarificador a este respecto lo que O’Higgins escribe a unos amigos de Concepción, los cuales le consultan sobre quiénes deben participar en la elección. Les transcribe un párrafo de la Constitución norteamericana y el texto, traducido por él, de algunas reglas: “En la elección de representantes tendrá voto todo hombre libre, de 21 años para arriba, que haya residido dos años en el Estado y pagado sus contribuciones”. Esa posición era muy diferente a la simple convocatoria del ayuntamiento para que designase a un diputado para que representase a la provincia. Es interesante señalar que Mackenna, al responder la carta de O’Higgins, le advertía: “si no fuera, amigo mío, por las razones que Ud. alega, yo creería la reunión de un Congreso el paso más antipolítico en el día. Esperar discernimiento y práctica legislativa de los chilenos, es como pedir al ciego que distinga la diversidad de los colores”. Agrega que no divisaba al hombre capaz de dirigirlo o siquiera de hacerse escuchar de sus colegas. O’Higgins estaba muy consciente de qué podía esperarse de la asamblea de representantes, como lo indican los fuertes términos empleados en su carta; pero para él era más importante la escuela de civismo que ese hecho iba a significar: la participación del pueblo chileno mediante la elección y el aprendizaje político y legislativo de los representantes. Tendrían necesidad, estos últimos, de considerar y resolver los negocios públicos y se requería, igualmente, dar estructura política al país. Nada más adecuado, por tanto, para estudiar las normas sobre las nuevas instituciones que urgía la patria, que la existencia de dicho Congreso. La convocatoria del Congreso se hizo por decreto el día 15 de diciembre de 1810 y el cabildo metropolitano saludó ese acto, con excesivas esperanzas, a “la respetable asamblea que se reuniría, ya que los diputados van a tratar nada menos ‘que el establecimiento del sistema de gobierno que deba regirnos en lo sucesivo”. Orrego indica que “triunfó la tesis parlamentaria de O’Higgins, siendo de advertir que este rasgo suyo lo coloca muy por encima de los epítetos de hombre autoritario y autocrático con que injustamente lo señalaron sus enemigos, pues, 289 R evista L ibertador O’ higgins como ha de probarse en su sitio, fue entre los próceres de la era revolucionaria el que tuvo más arraigados principios en materia constitucional”. O’Higgins fue quizás el único que tenía un concepto claro de lo que era un Congreso, de la necesidad de ser elegido por sufragio del pueblo y de sus funciones legislativas. Creía, por lo demás, que a pesar de la ninguna experiencia y conocimiento de los chilenos sobre la materia, su convocatoria era necesaria para educar tanto a los votantes como a los que iban a representarlos, para ir así constituyendo un Estado que empezara a conocer las prácticas parlamentarias y el principio de la separación de los poderes. Por todos estos hechos y apreciaciones me atrevo a sostener que a Don Bernardo O’Higgins se debe la convocatoria del primer Congreso de la República, considerándolo como el Parlamento que hace que el país empiece a dar sus primeros pasos democráticos. Por ello, debemos considerarlo, a más de todos sus grandes títulos, como el Padre de nuestro Congreso Nacional. Por ese tiempo, la influencia de O’Higgins se hace también notoria al decretar la Junta la libertad de comercio el 21 de febrero de 1811, entre los puertos habilitados chilenos y todos los del mundo que no pertenecieran a potencias enemigas. Encina da en su obra los pormenores de la convocatoria del Primer Congreso. Debía –dice– componerse de 36 diputados: 6 por Santiago, 3 por Concepción, 2 por cada uno de los partidos de Chillán, San Femando, Coquimbo y Talca, y uno por cada uno de los partidos o provincias restantes. Seguía explicando quiénes podían ser electores y elegidos. Así señala que eran electores “los individuos que por fortuna, empleos, talentos o calidad gozan de alguna consideración en los partidos en que residen, siendo mayores de 25 años”. Podían votar los eclesiásticos seculares, los curas, subdelegados y militares; pero no los extranjeros, los fallidos, los deudores de la real hacienda ‘ los procesados por delitos que merezcan pena infamante o que hubieren sido condenados a ella. Correspondía a los cabildos calificar los vecinos con derecho a voto y dirigir la elección. Podían ser elegidos diputados –continúa Encina– “los habitantes del partido o los de fuera de él avecindados en el reino, que por sus virtudes patrióticas, sus talentos y acreditada prudencia hayan merecido el aprecio de sus conciudadanos, siendo mayores de 25 años, de buena opinión y fama, aunque sean eclesiásticos seculares”. Cada diputado debía tener un suplente que lo reemplazaría en caso de ausencia, enfermedad o muerte. Los cabildos debían citar para un día a los ciudadanos con derecho a voto, por medio de esquelas. La convocatoria del Congreso desató una lucha política en todo el país. Había inquietud en todos y la opinión se dividió en tres posiciones. Valencia dice que en unos apuntes O’Higgins, de su propia letra, las individualiza como la “patriota”, la “indiferente” y la “realista”. Los primeros eran francos partidarios de la independencia; los realistas eran enemigos de ésta y los indiferentes tenían la posición ideal de ser partidarios de un gobierno chileno bajo la soberanía nominal de Femando VII. En la época –dice el mismo historiador– era común referirse a los realistas como “sarracenos”. 290 E dición conmemorativa del B icentenario O’Higgins fue postulado por el bando patriota de Los Ángeles como su diputado propietario, junto a un hijo del Comandante Benavente como suplente. Triunfaron ambos, con una abrumadora mayoría, en una elección que fue convocada para el 10 de enero de 1811 a la que concurrieron 120 vecinos. Al relatar dicha elección Valencia nos dice que hubo cierto ausentismo, provocado por un connotado realista, don Juan Ruiz, quien había recibido órdenes de la capital, que llegaron atrasadas, para influir en que se eligiera a un personaje santiaguino, moderado de ideas, don Francisco Cisternas. Ruiz se valió de un hijo, Manuel, que había concurrido con su voto a la elección de O’Higgins, para tratar de invalidar la elección, lo que no prosperó. “Que la política acaloró por esos días los ánimos en Los Ángeles –comenta Valencia– lo descubre también otro elector del nuevo diputado, quien le escribió que ‘escarmentado’ de lo ocurrido, aun bajo los respetos que son a v.m. constantes, me guardaré de entrar en sus asquerosas hordas, donde nada se trata con sinceridad”. En estas precarias condiciones O’Higgins aceptó su diputación y se, preparó en Las Canteras para desentenderse de sus intereses privados y para desempeñar sus funciones con el ardoroso espíritu público que se le reconoce. O’Higgins se dirigió a Santiago, sorprendiéndole en el camino los acontecimientos ocurridos el día 1º de abril de 1811 en la capital. El Cabildo de Santiago había fijado ese día para elegir sus diputados; pero lo impidió el motín del Comandante Tomás de Figueroa, motín que fue resueltamente enfrentado y abatido por Martínez de Rozas. Este, una vez encarcelado Figueroa, con un procedimiento relámpago, consiguió una mayoría de la Junta para votar la condena a muerte del detenido, cumpliéndose la sentencia a las 4 de la mañana del día 2. Con el resultado de este motín el partido español o sarraceno prefirió diluirse entre los moderados y el campo político se movió así entre éstos y los patriotas resueltos. Los diputados patriotas, entre los que se encontraba O’Higgins, lograron que la Junta los aceptara en su seno. Así se incorporaron a la junta provisional gubernativa, con fecha 2 de mayo de 1811, los diputados de varias ciudades y villas que habían alcanzado a esa fecha llegar a la capital y “empezaron a conocer en unión de la misma junta de todos los negocios ocurrentes”, según dice el acta de la junta. Sólo el día 6 de mayo el Cabildo de Santiago pudo hacer elegir a sus diputados, que fueron todos realistas o moderados, “del elemento criollo de posición social”, según lo anota Valencia. Con fecha 17 de mayo, recibiendo todo el contingente de los diputados electos, la junta –para poder gobernar– resolvió dividirse en tres salas, hasta la apertura del congreso: una para conocer los asuntos de guerra, otra para los de real hacienda y la tercera, para los de gobierno y policía. O’Higgins quedó en la de guerra, no teniendo más apoyo para sus ideas que la del secretario José Gaspar Marín, que no tenía derecho a voto. 291 R evista L ibertador O’ higgins En los casi dos meses que duró este sistema de gobierno fue muy poco lo que pudo hacerse. El diputado O’Higgins –señala Valencia– “venía al Congreso cargado de ilusiones y de propósitos de servicio a sus comitentes, como cualquier parlamentario de todos los tiempos”. Con su admiración por el sistema republicano y representativo, tenía grandes aspiraciones para servir a sus representados de Los Ángeles. Se destacó así como un ejemplo del parlamentario regional. El relato vívido de Valencia de este aspecto de la actividad de O’Higgins merece reproducirse: “Traía un apunte de trazos anchos, resueltos, que se conserva dentro los papeles de don Diego Barros Arana y que tiene sabor a cosa infantil, porque cabe tal cual es en la infancia de un pueblo que despertaba a la representatividad democrática, al sistema republicano, decíase entonces. El contenido lo denuncia su epígrafe: “Puntos que hay que pedir a la Junta (por el diputado Bernardo O’Higgins)”. Reúne un conjunto de aspiraciones locales, en verdad cosas menudas para la historia y para lo que la posteridad relaciona con el primer congreso nacional”. Los puntos eran los siguientes: destinar el producto de las tierras vacantes de Laja al pago del maestro de escuela; quitar atribuciones a los comandantes de plazas fronterizas con las tierras indígenas; que se constituya el cabildo; que se establezca un convento; que se instalen pulperías y se saque el almacén de pólvora de dentro de la villa; que se controle a los vagabundos; que no se ingrese vinos de fuera hasta después de consumida la producción local; pedir más fuerza armada. Pero el sistema de gobierno entregado a más de 40 personas resultaba inoperante. El mismo apunta –a través de su biógrafo John Thomas– que “no transcurriría un día sin que se proporcionara una nueva medida y, después que se la discutía todo el día, no se adoptaba decisión alguna y se la relegaba al olvido”. El Primer Congreso debía instalarse y, con ello, reemplazar en sus funciones a la junta provisional. Valencia nos informa, a través de los apuntes para la biografía de O’Higgins que redactó John Thomas, de episodios inéditos relacionados con su instalación. Así tomamos conocimiento que hubo una sesión preparatoria de la inauguración que debía hacerse el 4 de julio de 1811, en homenaje al aniversario de la independencia de Estados Unidos de Norteamérica. La sesión preparatoria se efectuó el 24 de junio “en honor de Martínez de Rozas, que estaba de cumpleaños”. O’Higgins también nos revela, por ese medio, de que formaba parte de un “consejo patriótico que reunía a los diputados de esa posición y que entró a presidir su amigo Juan Pablo Fretes”. Dicho consejo tuvo una participación muy activa en esa sesión preparatoria, ya que encomendó a O’Higgins presentar una protesta porque se habían elegido 12 representantes por Santiago en vez de los 6 que había fijado el decreto convocatoria. En dicha presentación se establecía que las provincias sólo, se podían sentir obligadas al concurrir en la proporción indicada en la convocatoria, 292 E dición conmemorativa del B icentenario siendo libres de obedecer o no las decisiones del Congreso si se validaban los 12 diputados santiaguinos. Tan pronto se abrió la sesión preparatoria, O’Higgins entregó al secretario don José Gregorio Argomedo la protesta, pidiéndole que la leyera en voz alta. José Miguel Infante, asumiendo la defensa de la representación metropolitana, arguyó que si ésta se desconocía, se invalidaba toda la asamblea y pidió que se suspendiese todo pronunciamiento hasta que la voluntad nacional lo decidiera. La inexperiencia y buena fe de los diputados minoritarios les impidió tomar resoluciones tajantes y terminaron por aceptar la proposición de Infante. La asamblea examinó así todos los poderes de los diputados y procedió luego a la elección de la mesa. Se discutió enseguida, la proposición de Fretes y de O’Higgins, que explicó el sistema del parlamento inglés, la adopción de un reglamento que dirigiera los procedimientos y debates; pero sin saber dirigir el debate, el que presidía la dio por desechada. La sesión preparatoria –señala Valencia– concluyó con la aprobación de una moción de Infante que acordó al congreso el tratamiento de “alteza”, y su denominación como “alto congreso nacional instalado a nombre del señor don Femando VII”. Encina relata con gran prolijidad la instalación del Primer Congreso el 4 de julio de 1811. La sala en que funcionaba la Real Audiencia se destinó para él. “Se le quitó la tarima, el Cristo y el gran dosel; se amobló con bancos sencillos de madera; y se blanquearon con cal sus paredes”. “A las nueve y media de la mañana, salió del palacio de gobierno la comitiva, encabezada por los miembros de la junta y compuesta de los diputados electos, los vocales del tribunal de justicia, los miembros del cabildo, los altos jefes militares, los doctores de la universidad y el vecindario noble. La tropa le presentó armas y los cañones hicieron una salva. Tomaron asiento en la catedral por riguroso orden de procedencia. Dijo la misa el vicario capitular Don José Antonio Errázuriz. El padre Camilo Henríquez, designado para pronunciar el sermón, subió al púlpito después del evangelio...”. “Inmediatamente que concluyó el sermón salió el secretario don José Gregorio Argomedo a la mitad de la iglesia, y dando frente al congreso exigió juramento a todos los diputados...”. Los diputados pasaron enseguida a la sala de la Audiencia y allí el secretario leyó un discurso escrito por Don Juan Martínez de Rozas, como Presidente de la Junta, que Encina y Valencia describen como una pieza de sencillez y cordura admirables. Acto continuo la junta depuso el poder en el Congreso. En la sesión del día 5 se eligió Presidente a don Juan Antonio Ovalle y Vicepresidente a don Martín Calvo Encalada. En esa misma sesión prestaron juramento los militares, los prelados de las órdenes religiosas, los jueces y los empleados de la administración. En la del día 8 se designó secretario a don José Francisco Echaurren y a don Diego Antonio Elizondo. 293 R evista L ibertador O’ higgins Por mucha que fuera la inexperiencia en materia de gobierno el Congreso se daba cuenta que él no podía asumir todas las funciones legislativas y, al mismo tiempo, las del ejecutivo. Ya la junta que había entregado el mando había creado el 13 de junio un tribunal o corte de apelaciones en reemplazo de la Real Audiencia, estableciendo así el principio de la separación, de los poderes. No podían, por tanto, permanecer confundidos el legislativo y el ejecutivo. La minoría patriota del Congreso comprendía mejor que nadie, la necesidad de un poder ejecutivo; pero deseaba impedir a toda costa que fuera designado por la mayoría. El 29 de julio el Congreso determinó que la junta ejecutiva se compusiera de tres miembros. Un suceso inesperado vino a suspender esa preocupación. El capitán Fleming, jefe del navío británico Standart, llegado a Valparaíso, hizo presente al Congreso que tenía como misión recoger los caudales de los americanos para auxiliar al consejo de regencia de España en su lucha contra los invasores napoleónicos. La caja del tesoro tenía un millón y medio de pesos y la nota puso en aprietos al Congreso, ya que sus actos aparecían presididos por una adhesión a Fernando VII. Por esas causas la mayoría parecía inclinada a entregarlos. En ese tiempo O’Higgins estaba enfermo, víctima de un reumatismo articular que lo postró durante dos meses y medio. Pero hizo un esfuerzo supremo y concurrió a la sesión en que se discutía la nota y pidió la palabra. “Con voz tranquila –apunta Valencia– sin agitarse, hizo un recuento de las razones abonadas por uno y otro bando en pro y en contra de la cesión de esos dineros, ¿A qué pagarlos, si ni siquiera beneficiarían a España?” “La soberanía del consejo de regencia era sólo soberanía de comedia –recordaba después Urrejola haberle oído argumentar– pues a los franceses les hacía mucha cuenta dejar a Cádiz en poder de los españoles, ya que era la puerta por donde continuarían entrando a la península las erogaciones y productos de América”. “Era un buen orador –continúa Valencia– y lo demostró en muchas oportunidades. Ahora, levantando poco a poco el tono de su voz fue remarcando ante la asamblea las necesidades urgentes del país y el peligro de ceder unos fondos que, acaso, y muy seguramente, habrían de precisarse en breve plazo”. Concluyó su discurso con energía: “Es cierto que estamos en minoría, pero podemos suplirla con decisión y nuestro arrojo y no dejaremos de tener bastantes brazos para oponernos firmemente a que salga este dinero, que ahora necesitamos más que nunca”. Sus palabras cerraron el debate –sigue Valencia–. Los diputados patriotas, puestos de pie, reanimados por su altivez y brava amenaza, exigieron que el Congreso no perdiera más tiempo en discutir el asunto y aquel mismo día el marino inglés recibió la respuesta: “A pesar de nuestros mejores deseos no contamos en el día con caudal alguno que poder enviar”. El Congreso volvió a ocuparse de la constitución de la nueva junta de gobierno. El día 8 de agosto el Diputado don Manuel de Salas, componente de la minoría patriota, propuso que Santiago eligiera dos vocales y Concepción uno; pero la 294 E dición conmemorativa del B icentenario mayoría rechazó toda proposición sensata o conciliatoria y provocó así la decisión de los diputados de la minoría de retirarse del Congreso. El día 10 de agosto la mayoría, sin la presencia de los diputados patriotas y dando un golpe de autoridad, procedió a elegir la junta, que quedó compuesta por los señores Martín Calvo Encalada, Juan José Aldunate y Francisco Javier del Solar. Este último, que representaba a Concepción, no ocupó su puesto y fue reemplazado por el teniente coronel Juan Miguel Benavente, partidario de Martínez de Rozas. Dentro de un régimen de moderación la junta –a juicio de Encina– quedó compuesta de tres partidarios de la independencia. Pero el día 11 el Congreso aprobó un reglamento para la junta que ponía grandes cortapisas a sus funciones, maniatándola prácticamente. El mismo día la mayoría dirigió al país un manifiesto, en un tono elevado y conciliador, diciendo que estaba dispuesta a aceptar a los mismos diputados de la minoría si volvieran a elegirlos. La minoría optó por dirigirse a sus electores para explicarles lo sucedido, que estimaban un desprecio a las provincias, y para pedirles que renovaran sus poderes, significando esta ratificación el no dejarse atropellar. La ratificación fue general y unánime en todos los partidos o lugares. Con respecto a O’Higgins, dejemos a la pluma de Jaime Eyzaguirre relatarnos la ratificación de su diputación: “Muy de mañana –dice– los vecinos de la villa de Los Ángeles se han reunido en la sala de juntas del fuerte, presididos por el alcalde Don Manuel de Mier. El motivo de esta congregación ha sido la llegada de una nota del Diputado don Bernardo O’Higgins, que el escribano lee a los asistentes. Constituye ella una cuenta minuciosa de los obstáculos en que ha debido tropezar en el ejercicio de su mandato parlamentario, hasta decidirle a abandonar el Congreso en espera de nuevas instrucciones de sus electores. Primero ha chocado con el abusivo predominio del Cabildo de Santiago que, contrariando las bases de convocatoria del Congreso, aumentó con posterioridad de seis a doce diputados su representación... Y a esto tiene que agregar el tenaz empeño gastado por obtener que se contemple la división territorial en el nombramiento de los vocales de la Junta. Tampoco ha logrado nada y no le queda así más remedio que retirarse del Congreso con sus demás colegas de provincia hasta conocer la decisión de los respectivos mandantes. “La asamblea de vecinos –continúa Eyzaguirre– está toda por apoyar la acción del diputado O’Higgins, que con dignidad y entereza ha cumplido la tarea encomendada, y a grandes voces ratifica sus poderes sin más condición de que no entre en negocio, convenio ni contrato alguno con los seis diputados intrusos de Santiago”. Lamentablemente, cuando la nota ratificadora llega a Santiago, ha recrudecido el mal de reumatismo en O’Higgins quién, en cama, no puede cumplir sus funciones y se ve obligado a ser espectador pasivo de acontecimientos fulminantes, en donde, como dice el mismo Eyzaguirre, “una nueva figura entra en escena, dando un empuje no sonado a los manejos del bando extremista”. El 4 de setiembre de 1811 don José Miguel Carrera, llegado poco antes de Europa, da su primer golpe y presenta al Congreso un pliego de peticiones. En 295 R evista L ibertador O’ higgins la tarde de ese día ya había una nueva Junta que integran Martínez de Rozas, ausente de Santiago, Juan Enrique Rosales, Martín Calvo Encalada, el coronel Juan Mackenna y Gaspar Marín. En la noche eran expulsados del Congreso 7 diputados de Santiago y el de Osorno. Queda como nuevo presidente del Congreso el sacerdote Don Joaquín Larraín. El Congreso entra así en un plan de reformas, eliminada de esa manera la mayoría que obstaculizaba la acción de los patriotas. Sin descanso, estudia las bases del primer reglamento constitucional promulgado el 14 de agosto de 1811; crea la provincia de Coquimbo; suspende el aporte a la inquisición de Lima; empieza a organizar el poder judicial; ordena la confección de un censo; nombra una comisión en la que quedan Manuel de Salas y Juan Egaña para coordinar todas las reformas en materia política y administrativa; deroga los derechos de exportación para reemplazarlos por un derecho de 25 centavos a la exportación de trigo, autoriza el cultivo del tabaco por dos años, sin abolir el estanco; recarga el porte de las cartas; y hace economías en los gastos públicos. En el campo de la enseñanza, se produce un debate entre Camilo Henríquez, partidario de la educación meramente intelectual, con su proyecto de fundación del Instituto Nacional, y Manuel de Salas, que patrocinaba la enseñanza profesional y técnica. El Congreso tomó la resolución de admitir a los indios en los colegios del Estado, para integrarlos a “un pueblo del que deben formar parte”. El Congreso aprobó, además, una ley que lo ha hecho pasar a la historia. Con fecha 11 de octubre de 1811 sancionó “la ley de vientres”, que declaró libres a los hijos de esclavos que nacieran en Chile, como también a los esclavos en tránsito que permanecieran seis meses en el país y prohibió la internación de esclavos al territorio. En sus apuntes, John Thomas –refiere Valencia– “asegura que O’Higgins, con el apoyo de Pedro Ramón de Arriagada, presentó un primer proyecto sobre la materia, que en su oportunidad fue rechazado, cuando la mayoría realista hacía imposible su aprobación”. El autor del proyecto aprobado fue don Manuel de Salas, siendo a juicio de Encina “la gran reforma, la única que pertenece de derecho a la revolución”, mientras que Valencia dice de ella que es “la más concluyente reforma social que pudo abordar el primer congreso y que es su mayor gloria”. Mientras tanto O’Higgins, todavía enfermo, pudo concurrir al Congreso el 18 de octubre para defender un proyecto suyo sobre el establecimiento de cementerios fuera del radio urbano, que algunos consideraban antirreligioso, porque creían que los muertos descansaban mejor en los templos. El clima reformista que inspiraba al Congreso operó para que este proyecto fuera también aprobado. Por su salud el 6 de noviembre O’Higgins hizo una presentación a la presidencia del Congreso, que en ese tiempo la ejercía Fretes, para que la mesa le concediera un permiso para no asistir hasta que se repusiera totalmente de su enfermedad. Al día siguiente, la mesa le concedió este permiso. Se produce el 15 de noviembre de 1811 una nueva intervención de Don José Miguel Carrera, que lleva a la formación de una nueva Junta, en la que participan él mismo como presidente, don José Gaspar Marín y don Juan Martínez de Rozas. Sus discrepancias con el Congreso determinan a Carrera resolver la disolución de éste, la que cumplió el día 2 de diciembre de 1811. Los diputados –dice Encina– 296 E dición conmemorativa del B icentenario aceptaron suspender las sesiones; pero no transmitir el poder legislativo que, a su juicio, era “esencialmente incomunicable por los representantes”. Presionada la mesa firmó el acta de receso y la transmisión de sus poderes al ejecutivo. “Moría así –afirma Eyzaguirre– el primer intento nacional de un gobierno representativo”. Por nuestra parte, creemos que fue el inicio de la conciencia democrática del pueblo chileno. Hemos tratado de dar una visión muy sucinta de las actuaciones de don Bernardo O’Higgins, primero, como el forjador del primer Parlamento chileno, ya que, según lo hemos reseñado, por su voluntad decidida fue convocado; y segundo, dando ejemplo con su actividad, de cómo debía comportarse un diputado en ese primer Congreso. Es posible, como el mismo O’Higgins lo anticipó, que muchos errores e inexperiencias marquen al primer Congreso Nacional. Como lo anota Encina, el principal error del primer Congreso fue concentrarse, en los tres últimos meses de su labor, en reformas “que podían esperar mejores días”, sin percatarse que lo primero era vivir y que lo cuerdo era dedicarse a la defensa militar. Se produjo así una disociación con quienes podían manejar las fuerzas militares que llevaron al completo desentendimiento con Carrera. Tampoco los proyectos que acordaron eran esenciales para el gran proyecto político de la independencia. Sin embargo, Martínez de Rozas, quien tenía la mayor experiencia política en ese tiempo y que se había resistido a convocarlo, se expresó de él con los siguientes juicios: “obró con patriotismo, con inteligencia y energía. Por la primera vez se conoció que había un gobierno”. O’Higgins, al ser decisivo en su fundación dio a ese parlamento rudimentario y sin experiencia las bases de democracia representativa y de participación ciudadana que se han impreso en la historia de la patria. Creemos y lo ratificamos: el Libertador merece agregar a sus grandes títulos el de Padre de nuestro Congreso Nacional y de primer parlamentario de la República. Con su voluntad decidida dio nacimiento a nuestro Congreso, fundándolo en la voluntad ciudadana y en el conocimiento de sus verdaderas funciones. Afirmarnos que también merece el título de primer parlamentario porque, con su ejemplo, fijó rumbos al actuar parlamentario. Se preocupó, en primer lugar, porque el Congreso tuviera un reglamento para sus labores; fue, enseguida, un paradigma de diputado regional; supo coordinar los trabajos de la que, en sus inicios, fue minoría en la asamblea; fue un buen portavoz de ella, argumentando y dando muestras de una convincente oratoria; fue también un ejemplo en el respeto y consideración que se debe a los que lo eligieron. Campos Harriet afirma que “en aquel congreso, O’Higgins fue un líder de la minoría”. Lamentablemente la enfermedad que lo aquejó en ese tiempo impidió a O’Higgins, como lo hemos visto, tomar una actuación más decisiva en los acontecimientos políticos que se desencadenaron. 297 R evista L ibertador O’ higgins Nada es más elocuente, a este respecto, que las expresiones de los habitantes de, Los Ángeles al ratificar al Libertador en su condición de diputado. Ellos “se conmovieron, y expresaron estar satisfechos de la arreglada conducta de su representante, dándole las más expresivas gracias por sus virtuosos procedimientos y honor con que se ha conducido”. Las notas anteriores hacen ver la necesidad de profundizar en lo que fue la actuación y autoría del Libertador en la formación de nuestro Parlamento y en las proyecciones que éste tuvo en las bases republicanas y democráticas del país y en la formulación de nuestra independencia. Se permiten también ser una incitación a la promoción del estudio de la historia del Congreso de Chile, que no se ha abordado en su integridad y en su contribución al proceso político del país. Estamos seguros que ese estudio hará más comprensivo el conocimiento del gran papel cumplido por el Libertador Don Bernardo O’Higgins en la base democrática del país; extenderá el estudio de nuestra historia y podrá constituir el descubrimiento de una de las bases del proceso de formación de nuestra cultura. 298 E dición conmemorativa del B icentenario O’HIGGINS, EL PRIMER CIUDADANO DE CHILE Miguel Cruchaga Tocornal1 La acción preeminente de O’Higgins en la formación y en los primeros años de la República se destaca airosamente desde las líneas iniciales de la primera página de nuestra hermosa historia de nación libre, y está grabada con caracteres indelebles en la conciencia y en el sentimiento populares. Y si leyes como la de 1844, promulgada por el Presidente Bulnes, proclaman la obligación cívica de perpetuar la memoria del brioso paladín de nuestra independencia, en estos día el país, como una manifestación más de ferviente acatamiento a tan justiciera disposición, manifestada por la majestad de la ley, ha celebrado con particular cariño el primer centenario de la muerte de su héroe máximo. La vida de O’Higgins, cargada de brillantes ejemplos de entereza y abnegación, es toda una línea de tradición para la República. Ilustró la historia nacional con el brillo de su espada en los campos de batalla, con su fervor cívico en la dirección del gobierno y con su alto espíritu americanista que lo realza por sobre nuestras fronteras. Acaso no fuera O’Higgins lo que pudiera llamarse todo un estratega o un técnico en el arte de la guerra, pero fue mucho más que eso: un héroe dotado de inmenso arrojo y valentía. En el paso de El Roble, junto al río Itata, fue su decisión la que salvó al ejército patriota atacado de sorpresa. Su famoso grito: “¡Vivir con honor o morir con gloria!” resuena hasta la fecha con emoción en el oído de los chilenos. En la plaza de Rancagua, sitiada por fuerzas de enorme superioridad, su heroísmo de leyenda llega al pináculo, cuando sable en mano se abre paso por entre las trincheras enemigas con un pelotón de soldados. Y en Chacabuco, adelantándose a los planes convenidos por la estrategia, y no pudiendo dominar su impulso guerrero, atacó con tal denuedo, que decidió para la causa de América el buen éxito de la batalla. 1 Cruchaga Tocornal, Miguel.- Nació en Santiago el 5 de mayo de 1869. Hijo de Miguel Cruchaga Montt y de María del Carmen Tocornal Vergara. En la revolución de 1891 se enroló en el ejército del Congreso y actuó con el grado de Capitán en las batallas de Concón y Placilla. Sirvió la cátedra de Derecho Internacional en la Universidad de Chile. Diputado por Santiago entre los años 1900 a 1906, Ministro de Hacienda en 1903 y 1904 y del Interior en 1905 a 1906. Ministro Plenipotenciario en Argentina, Uruguay y Paraguay entre 1907 y 1913, Ministro en Alemania y Holanda entre 1913 y 1920. Ministro en el Brasil entre 1920 y 1925. Agente del Gobierno de Chile en Washington por las cuestiones relacionadas con el arbitraje sobre Tacna y Arica en 1926 y 1927. Embajador en los Estados Unidos de 1931 a 1932, Ministro de Relaciones Exteriores del segundo gobierno de Arturo Alessandri, desde 1932 a 1937. Senador por Tarapacá y Antofagasta entre 1937 a 1945 y por O’Higgins y Colchagua entre 1945 a 1949. Publicó numerosas obras de Derecho Internacional Público. Falleció el 3 de mayo de 1949, en Santiago. El presente trabajo fue publicado en el Boletín N°23, año 1942 de la Academia Chilena de Historia y Geografía. 299 R evista L ibertador O’ higgins Puede admirarse en O’Higgins el perfil de un fervoroso y ardiente americanista, y su vida, unida al destino de tantas naciones del continente, es como la imagen concreta de la fraternidad hispano-americana. Las lecciones que en Londres recibió de labios del insigne revolucionario venezolano, Francisco de Miranda, fueron el impulso determinante de su acción patriótica y de la consagración de su vida e inteligencia al servicio de la libertad de Chile y de los pueblos hermanos. Su amistad con San Martín, sellada tan simbólicamente en el famoso abrazo que ambos próceres se dieron en el campo de batalla de Maipú, es un legado que con lealtad inquebrantable y sin menoscabo alguno han sabido hasta ahora y sabrán siempre mantener Chile y la República Argentina. Su empeño extraordinario, en fin, por vestir de realidades los sueños de una expedición libertadora al Perú, colocan a O’Higgins como un estadista que no quiso reducir a los límites de su propio país el campo de su acción libertadora, sino que la concibió como conexa y solidaria con los demás pueblos del continente. En esa oportunidad no se redujo al ya gran papel de apoyar los planes de San Martín y proporcionar a éste la totalidad de los recursos que necesitaba para la obra, sino que llegó hasta entregar todos sus sueldos, joyas y platería de uso personal para incrementar los pobres recursos fiscales y dar así cima a esta empresa que queda como el exponente más digno de su empuje, fervor y santo desprendimiento. Cuando hubo dejado el solio de primer magistrado de la República y se retiró al Perú, ofreció su espada con modestia y generosidad a Bolívar, para que la empleara en la consumación de la independencia de esa República. “Yo no dudo –escribió entonces al General Heres, jefe del gabinete militar del Libertador– que S.E., como Ud., darán todo crédito a mi sinceridad cuando aseguro que nada podía sustraerme del retiro que me he propuesto en el Perú, sino el día de una batalla, porque ese día todo americano que pueda ceñir espada, está obligado a reunirse al estandarte de una causa tan justa como su independencia y prestar su sostén, por débil que sea, a un jefe que ha trabajado tanto tiempo y tan dignamente en la prosperidad de esa sagrada causa”. Don Casimiro Albano Cruz, amigo de O’Higgins desde la niñez y su primer biógrafo, describe en estos términos la incorporación de nuestro héroe en las huestes del Libertador Bolívar: “El 19 de agosto de 1824, en la mañana, se dió la orden del día felicitando al Ejército Unido peruano-colombiano por la incorporación en sus filas del ilustre guerrero y distinguido veterano de la independencia, S. E. el Capitán General don Bernardo O’Higgins; observando que a pesar de ser la única escarapela chilena que se divisaba en el ejército, unido, esta sola escarapela tenía la importancia de un ejército”. “La misma orden prevenía que todos los Generales y Oficiales del Ejército, reuniéndose en casa del General La Mar, marcharan a la residencia del General O’Higgins, para cumplimentarle por su venida y expresarle, al mismo tiempo, su gran satisfacción al tener por compañero de armas al vencedor de tantas batallas y fundador de la independencia de su Patria”. “Así se hizo el mismo día, y La Mar pronunció un discurso digno de la ocasión y del ilustre soldado a quien se dirigía. O’Higgins contestó con su acostumbrada modestia, manifestando su profunda gratitud por la distinción que se le hacía, añadiendo que este día ‘lo miraba como el más feliz de su vida, como que le 300 E dición conmemorativa del B icentenario proporcionaba reunirse a tanto valiente, en el carácter de un simple soldado, a que estaba ceñida toda su, ambición en la presente campaña”. La tradición agrega, por su parte, que celebrando Bolívar con un banquete en Lima la victoria de Ayacucho, al siguiente día de recibida la noticia, concurrió al acto O’Higgins despojado de su uniforme militar y vestido como simple ciudadano, y que interrogado por el Libertador por la causa de este cambio, le contestó: “Señor, la América está libre, Desde hoy el General O’Higgins ya no existe; soy sólo el ciudadano particular Bernardo O’Higgins. Después de Ayacucho, mí misión americana está concluida”. Si la acción de O’Higgins como soldado presenta las más destacadas muestras de su espíritu americanista, su tarea de gobernante marcha al unísono con este pensamiento. Más de una vez se ha recordado con razón que en feliz ejercicio de sus altas atribuciones, O’Higgins inició con dignidad y corrección las relaciones exteriores chilenas, trazando con seguridad y clarividencia su primitiva y afortunadamente perdurable orientación de pacífica convivencia y concordia universal, a la vez que da fraterna solidaridad y real cooperación con los demás pueblos americanos. En efectiva realización de semejantes inspiraciones, O’Higgins fijó las directivas para negociar y firmar, ratificó, promulgó, cumplió e hizo cumplir como leyes de la República los primeros Tratados internacionales suscritos por el gobierno chileno, reconoció a los primeros representantes diplomáticos que otros Estados amigos enviaron a Chile, y firmó las Cartas Credenciales de los primeros agentes diplomáticos que de este país salieron. O’Higgins echó las firmes bases institucionales de nuestra República, la condujo con acierto en las arduas dificultades de sus primeros pasos y se hizo ampliamente acreedor a que la Patria reconocida le diera el primer lugar en la nómina de sus hijos. La historia, al recordar en sus anales los acontecimientos del pasado, proyecta clara luz sobre los afanes y las luchas, los triunfos y los quebrantos de las naciones en su incansable marcha hacia la consecución de los anhelos de felicidad colectiva, y para dar valía y utilidad a sus severas lecciones, los historiadores nos hacen ver en toda su realidad a los hombres que actuaron en los sucesos pretéritos, con todos sus propósitos, tendencias y pensamientos, con sus cualidades y sus defectos. Con ése su austero acento, la historia nos dice que O’Higgins fue grande en sus horas de gloriosos triunfos y grande también al abandonar el poder y descender del solio a que le exaltaron sus conciudadanos como el mejor símbolo viviente de la Patria inicial, como la más adecuada enseña de sus aspiraciones de libertad y de organización republicana y ordenación democrática. El ocaso de este egregio ciudadano fue más esplendoroso aún que sus días plenos de poderío y de gloria. Era un militar habituado por los menesteres y disciplina inherentes a su profesión, a imponer su propia voluntad y no dejar incumplidas sus órdenes. “El Código Militar de todas las naciones –había dicho el mismo O’Higgins en una 301 R evista L ibertador O’ higgins pieza oficial que lleva su firma– es más bien la constitución de un despotismo duro y sistemático por el bien de la sociedad misma”. Sin embargo, cuando por obra de los vaivenes propios del accidentado período de la formación de la naciente República, se exige al Director Supremo la renuncia de su cargo, el vencedor de tantos combates, cuyos laureles eran los que frescos todavía engalanaban las banderas tremoladas por las fuerzas armadas de la Patria, antes que llevar a sus connacionales a una lucha fratricida o dar un ejemplo menos conforme con los principios democráticos, venció, con la inflexible decisión que le caracterizó en los combates guerreros de sus mejores tiempos, toda inspiración que de los mismos principios se apartara, y resignó el mando con estoica y varonil entereza. El General don Luis de la Cruz, que estuvo presente en este acto de generoso desprendimiento, repetía hasta en su ancianidad, que O’Higgins “fue más grande en esas horas de lo que había sido en los días más gloriosos de su vida”. Retirado de la actividad pública fue a buscar en las labores agrícolas de la hacienda de Montalván, que le donó el gobierno del Perú, un lenitivo a los inevitables desengaños y amarguras de que no están exentas las vidas de los grandes hombres. Allí se extinguió tranquila su existencia el día 24 de octubre de 1842. Apretadas las manos al crucifijo y sintiendo llegados sus últimos instantes, reclamó el burdo sayal de hermano tercero de San Francisco, y cuando le fue traído, como una imagen de abandono de las galas terrenas, el que había Vestido los uniformes de Capitán General de Chile, Brigadier General de las Provincias Unidas del Río de la Plata y Gran Mariscal del Perú, exclamó con alegre y ferviente humildad: “Este es el traje que me envía mi Dios” Así, sobria y cristianamente, se apagó la vida del hombre excelso que hoy recordamos. Una ley reciente ha dispuesto que el retrato del prócer sea colocado en sitio de honor en las escuelas y establecimientos educaciones del país, rememoración que contribuirá a asegurar que la juventud sepa inspirarse en el alentador ejemplo que brindan su noble vida y sus gloriosos hechos. Servir a la Patria con todo el vigor de la acción y el pensamiento, aplicar todas las capacidades en su honor y por su engrandecimiento, luchar con fe y decisión por su progreso moral y material, fueron normas siempre directivas y nunca perdidas de vista en la vida pública de O’Higgins, como son deberes ineludibles de todo buen ciudadano, y por eso el culto inextinguible de la memoria de nuestro máximo prócer será siempre luminoso guía que, en el futuro como hasta ahora, ayudará a orientar a nuestra empeñosa democracia en su progresivo avance hacia un porvenir que sea digno de los esfuerzos heroicos con que los Padres de la Patria nos enseñaron a amar y vivir la libertad, que es, según frase de Cervantes, el mayor bien que a los hombres dieron los cielos. 302 E dición conmemorativa del B icentenario EL LIBERTADOR O’HIGGINS ORGANIZADOR DE LA REPÚBLICA Julio Heise González INTRODUCCIÓN Nuestra Independencia ofrece el espectáculo de un cuerpo social convulsionado por frecuentes oscilaciones entre el estilo tradicional de la Madre Patria y las fuerzas renovadoras de la Emancipación. En medio de una muy prometedora agitación cívica, la clase dirigente chilena empezó por definir la Democracia para emprender luego su organización. Había que romper con una determinada concepción del convivir social y abrazar una nueva perspectiva vital; destruir una estructura e iniciar un laborioso y difícil aprendizaje democrático. Más de dos siglos y medio vivió Chile bajo un régimen de monarquía absoluta y de desigualdad social. No fue tarea simple transformar la Provincia española en Estado independiente. Al Libertador Bernardo O’Higgins correspondió independizar al país y al mismo tiempo organizar la nueva nacionalidad. Para cumplir con estas tareas O’Higgins debió afrontar dificultades casi insuperables. En primer lugar, las fuerzas anti-republicanas de los realistas conservaban toda su capacidad de resistencia y gran parte de su prestigio. A los criollos no les fue posible cambiar de la noche a la mañana los hábitos y la mentalidad coloniales. En segundo lugar, la organización de la nueva nacionalidad se vio perturbada por las Campañas de la Emancipación y por la Expedición Chilena Libertadora del Perú. Además, Chile afrontó la Independencia absolutamente solo. Distinto fue el caso de los Estados Unidos de América, que tuvieron la valiosa ayuda de Francia, España y Holanda. La lucha por la autonomía de las colonias inglesas fue, al mismo tiempo, una Guerra Europea. Finalmente, la organización de la República representó para Chile y para Hispano-América una empresa muchísimo más compleja y ardua que la organización política de los Estados Unidos. Los próceres norteamericanos no hicieron sino continuar el sistema político practicado a lo largo del periodo colonial. Las Asambleas legislativas republicanas fueron una simple prolongación de los town meetings coloniales y las Cartas de Establecimiento coloniales se transformaron en las constituciones de cada uno de los Estados independientes. En lo fundamental, observamos una perfecta continuidad de la vida pública. 303 R evista L ibertador O’ higgins El Libertador O’Higgins, en cambio, debió enfrentar una radical crisis de valores. Debió crearlo todo: el Gobierno representativo y las Asambleas legislativas; las Constituciones y el Poder electoral; el Republicanismo Democrático y la Soberanía Popular. Todo ello en abierta contradicción con las instituciones realistas. El Gobierno del Padre de la Patria representa una dramática lucha entre el pasado y las nuevas tendencias; entraña una progresiva incorporación a nuestra vida institucional de los nuevos principios políticos proclamados por la emancipación y que sirvieron de fundamento a la organización definitiva de la República. El éxito de Diego Portales es inconcebible sin la consideración del laborioso y difícil aprendizaje político que debió realizar la clase dirigente chilena en el Gobierno de Bernardo O’Higgins. Veamos el importante y decisivo aporte del Libertador O’Higgins a la estructuración definitiva de la República. I. REALISMO REVOLUCIONARIO DE O’HIGGINS Como todo Libertador, O’Higgins ofrece en su persona la tragedia de una época de cambios, de antítesis y de choques. Es testigo y, al mismo tiempo, protagonista de una Crisis. Se ha roto el orden social hispánico y empiezan a surgir nuevas fuerzas políticas. El Prócer adoptó una postura de inconformidad y de rebeldía frente al ambiente tradicional, pero al mismo tiempo invitó a sus conciudadanos a respetar el pasado, a respetar muchos valores coloniales que, aunque aparecían desteñidos o atenuados por la conmoción inicial, seguían plenamente vigentes. Esta tensión creadora entre los principios revolucionarios y las características peculiares del Ser Nacional, esta especie de compromiso o transacción entre la realidad concreta heredada de España y los proyectos de los ideólogos, constituye la mayor gloria de nuestro Padre de la Patria y representa su más valiosa contribución a la organización definitiva de la República. Como auténtico Revolucionario, el Libertador comprendió que era indispensable reconciliar a Chile con su destino, respetar su herencia histórica, completando las orientaciones teóricas con la tradición. La compleja tarea de organizar la República exigir, pues, un cuidadoso respeto de la continuidad histórica. Era ésta la única manera de estructurar el nuevo Estado. La realidad ha sido siempre más poderosa que la idealidad. Sólo el contacto creador de estas dos fuerzas contrarias –realidad e idealidad– permitirle encontrar la fórmula que asegurara una organización definitiva de la República. En Chile, fue Bernardo O’Higgins el primero que comprendió estos principios. Para mantener el equilibrio social era absolutamente necesario conjurar el pasado hispánico con las nuevas ideas. Esta es la gran tarea que el Libertador impuso a sus conciudadanos: No negar la realidad, sino aceptarla en su doble orientación, teórica y práctica. Es el mismo pensamiento que más adelante exteriorizó Diego Portales. O’Higgins debió conciliar con mucha frecuencia las nuevas instituciones democráticas con la realidad colonial que aún se manifestaba robusta. Esta 304 E dición conmemorativa del B icentenario dualidad espiritual –inmanente a los procesos de descolonización– debieron afrontarla todos los hombres públicos de aquellos años. A ellos les tocó vivir en dos planos simultáneos: el de los ideales del liberalismo anglo-francés y el de la existencia hispano-colonial. Se quería pensar y actuar como liberal y a cada paso se tropezaba con la inexorable realidad colonial. Es la dramática contradicción en que se desenvuelve la historia de todos los pueblos de la América española al comenzar el siglo XIX. De la realidad histórica a la que pertenecíamos como herencia viva del pasado, no se podía prescindir impunemente. Los pueblos que niegan su herencia cultural pierden sus posibilidades creadoras y sucumben en el caos de la Anarquía. Los países hermanos que huyeron de la realidad, que no la respetaron, debieron enfrentar un desborde pasional, un torrente sin cauce, que los arrastró a la anarquía y al caos. Personalidades como Simón Bolívar, José de San Martín, Antonio José de Sucre, Juan Martín de Pueyrredón, fueron impotentes para contener este aluvión. Bernardo O’Higgins, con indomable energía, respetando la juridicidad y la dignidad de sus conciudadanos, fue capaz de encauzar el torrente de irracionalidad, conciliando la Tradición con la Revolución. Actuó como auténtico Revolucionario. Supo comprender y enfrentar acertadamente la realidad y las urgencias del grupo social. En medio de una aguda crisis de definición ideológica orientó a sus conciudadanos que, frente a la revolución que estaba desarrollándose, luchaban entre ellos, promoviendo o frenando el movimiento autonomista, propiciando o combatiendo las nuevas tendencias liberales y democráticas. Para el Fundador de nuestra nacionalidad esta tarea fue, sin duda, dificultosa y preñada de peligros e incertidumbres. Cada conquista, cada transformación en las estructuras políticas, económicas y administrativas, debió preservarlas cuidadosamente como algo delicado y frágil, amenazado por la incomprensión de un tradicionalismo arrogante, o por la impaciencia de un ideologismo utópico. II. EL IDEAL REPUBLICANO La inmensa mayoría de los chilenos inició la vida independiente sin clara noción de los nuevos principios republicanos. El sentimiento monárquico estaba todavía profundamente arraigado en todos los estratos sociales. El respeto, la veneración casi religiosa por la persona del Monarca, fue patrimonio de todos los habitantes del Nuevo Mundo español. Criollos, mestizos, indios y negros. no conocieron otra forma de convivencia política. Tanto en Europa como en las colonias españolas, las formas democráticas y republicanas aparecían como sediciosas. El principio legitimista estaba representado por la monarquía absoluta. Ser demócrata y republicano era ser Faccioso. Todo el mundo aceptaba como algo indiscutido el principio de la sumisión pasiva e incondicional a una autoridad que se creía que emanaba de Dios. Los postulados republicanos eran rechazados como algo abominable. Para los criollos no fue tan fácil superar el viejo esquema político del absolutismo. Más de dos veces secular, la monarquía era, en cierta medida, el gobierno natural del Nuevo Mundo español. Los primeros movimientos contra la 305 R evista L ibertador O’ higgins Metrópoli se hicieron respetando la suprema autoridad del Rey: no olvidemos que los patriotas de 1810 actuaron en nombre de don Fernando VII. En estas circunstancias, la pugna por imponer la forma republicana de Gobierno adquirió caracteres dramáticos. Simón Bolívar, José de San Martín, Agustín de Iturbide, Juan Martín de Pueyrredón, Bernardino Rivadavia y, en general, todos los Próceres –con la sola excepción de O’Higgins– fueron Monarquistas. Sólo al Libertador chileno le fue posible crear una sólida tradición republicana, en la misma época en que los grandes Libertadores del Nuevo Mundo vacilaban entre la República y la Monarquía. Para valorizar la clara y enérgica afirmación republicana de O’Higgins, es necesario tener presente esta circunstancia. Los Próceres hispanoamericanos buscaron afanosamente un Príncipe para continuar el sistema monárquico tradicional. Los Ministros de Bolívar gestionaron para que Inglaterra proporcionara un Rey a Colombia. En las Provincias Unidas del Río de la Plata, Manuel Belgrano propuso a la Infanta doña Carlota y Pueyrredón, al Duque de Orleans. San Martín pretendió establecer una Monarquía en el Perú y presionó insistentemente –sin resultado alguno– a O’Higgins para que colaborara en sus proyectos monárquicos. Encomendó a Manuel García del Río y a Diego Paroissien la misión de explorar como corresponde y aceptar que el Príncipe Sussex Coburgo o, en su defecto, uno de los de la dinastía reinante en Gran Bretaña, pase a coronarse “Emperador del Perú”. Con estas palabras el monarquismo sanmartiniano quedó estampado en las Actas del Consejo de Estado del Perú, de fecha 24 de diciembre de 1821. En esta misma Acta encontramos la autorización concedida por el Protector del Perú a sus representantes para dirigirse con idéntico propósito a las Casas reinantes de Rusia, Austria, Francia y Portugal. Todos los Próceres –hombres de acción y de talento– tomaron clara conciencia de la anarquía política que amenazaba a las nuevas nacionalidades. Este peligro los llevó a la conclusión de que la única estructura política posible era la Monarquía o el Gobierno Dictatorial. Sólo a Chile le fue posible organizar, desde un comienzo y sin vacilación alguna, un Gobierno Republicano y Democrático. El Libertador O’Higgins defendió con dignidad y altivez sus convicciones republicanas. Es necesario subrayar la recia personalidad de O’Higgins, quien, en una atmósfera monárquica y semicolonial, tuvo la insobornable independencia espiritual y el coraje cívico para afirmar sus convicciones republicanas y aún para imponerlas con su ejemplo a los demás países de América española. Como demócrata y republicano, O’Higgins ejerció, sin duda, una influencia Continental. Frente a la idea legitimista de restauración monárquica en la necesidad de afirmar por sí mismo su propio destino republicano. III. LA AsPIRACIóN AL ORDEN Al iniciarse el movimiento emancipador, O’Higgins era partidario entusiasta tanto de la más amplia Democracia como del ejercicio sin limitación alguna de todas las garantías constitucionales. Pero los fracasos de la Patria Vieja y 306 E dición conmemorativa del B icentenario el espectáculo de la Anarquía en el resto de la América española modificaron notablemente sus ideas. Aunque profundamente republicano y democrático, se dio cuenta que el ejercicio pleno del Liberalismo era imposible: faltaban la tradición y la cultura cívica. Sólo cabía organizar un Autoritarismo Legal dentro de un marco democrático, mientras se lograba cierta madurez política, exactamente la misma postura que años más tarde sustentaría Diego Portales. Como anota Guillermo Feliú Cruz, O’Higgins, al instaurar “un Gobierno fuerte y creador” fue precursor ilustre de Portales. En efecto, en la década de 1830 el Ministro Portales transformó el autoritarismo y la aspiración al orden en principio político fundamental. Para la teoría política portaliana, el más alto valor de la vida pública era el orden y, para asegurarlo, no importaba sacrificar la libertad y todas las demás garantías individuales. Para muchos Próceres sólo la Monarquía o la Dictadura estaban en condiciones de resolver este problema de la Anarquía. O’Higgins rechazó el Monarquismo y la Dictadura. Pensó que la República servia para contener la anarquía y el desorden, siempre que se realizara un gobierno fuerte y autoritario. A esto se refiere Bolívar al elogiar el Gobierno de O’Higgins en Carta fechada en Guayaquil el 29 de agosto de 1822, donde le dice a nuestro Prócer: “La convocatoria que V.E. ha hecho a los ciudadanos de Chile, es la más liberal y la más propia de un pueblo que aspira al máximum de libertad. Chile hará muy bien si constituye un gobierno fuerte por su estructura y liberal por sus principios”. Un gobierno fuerte era absolutamente necesario no sólo para llevar adelante la guerra contra España, sino también para materializar el interesante programa de reformas radicales emprendidas por el Director Supremo. Urgía contener la Anarquía y el desorden que, por regla general, acompañan a todo proceso de descolonización. En un Manifiesto fechado en Santiago el 5 de mayo de 1818, el Libertador Don Bernardo O’Higgins expresaba: “Sólo un gobierno vigoroso y enérgico podrá mantener la tranquilidad y el orden y preparar el espíritu público para recibir en tiempo las instituciones convenientes”. El poder omnímodo que le entregó el pueblo en el Cabildo Abierto del 16 de febrero de 1817 y que, en cierta medida, le fue confirmado en la Carta Fundamental de 1818, ha conducido a muchos historiadores a calificar el gobierno de O’Higgins como Dictadura, incurriendo en lamentable confusión de conceptos, pues no es posible equiparar el Autoritarismo Legal con la Dictadura. Diferencias fundamentales separan a estos dos conceptos, por cuanto un gobierno autoritario y fuerte no implica necesariamente una Dictadura. Esta última tiene un origen irregular y siempre es un gobierno de facto. El autoritarismo legal presupone un Estado de derecho y su origen se fundamenta en la voluntad popular o en una norma legal. Ni jurídica ni sociológicamente puede calificarse el gobierno de nuestro Libertador como dictatorial. El poder que ejerció configura un muy claro y definido autoritarismo legal que nada tiene que ver con una dictadura. En su gobierno no encontramos nada arbitrario, nada dirigido al interés personal del que manda ni tampoco se ejerció fuera de las leyes constitutivas de la Nación. El gobernante 307 R evista L ibertador O’ higgins no se arrogó poder extraordinario. Este le fue ofrecido y entregado libremente. Si a esto agregamos que el Autoritarismo Legal fue ejercido con prudencia y ecuanimidad, respetando rigurosamente el interés general y contando, además, con el beneplácito y con la confianza pública, es forzoso concluir que la leyenda de la dictadura de O’Higgins –repetida hasta nuestros días– ha sido en gran medida producto de una inexcusable confusión de conceptos. Durante todo su gobierno, el Libertador respetó la norma jurídica y la voluntad mayoritaria de sus conciudadanos, circunstancias que, a su juicio, eran necesarias para mantener el orden y la tranquilidad social. IV. LA AFIRMACIÓN DEMOCRÁTICA Al Libertador Bernardo O’Higgins le tocó actuar en una época difícil, de honda crisis doctrinario. Se trataba de dar al cuerpo social una nueva organización, un nuevo espíritu. Había que subsistir la desigualdad social por una estructura democrática e igualitario. Había que materializar los principios proclamados en la Emancipación. Si estudiamos atentamente las reacciones de los diversos grupos que actuaron en el gobierno de O’Higgins comprobaremos que la Independencia no fue siempre el aspecto más apasionante en el complejo de opiniones e intereses que entrechocaban en aquella época. Serán los principios democráticos de la igualdad y de la soberanía popular los que avivarán más intensamente las pasiones y despertarán mayor interés. Los Criollos tradicionalistas –que constituirían la mayoría– sentían abierta repugnancia por las consecuencias democráticas e igualitarias que podría llegar a producir la colonización. Los Pelucones, blasonados en rancios pergaminos castellanos, presentían que la Independencia arrasaría con sus títulos y privilegios, pero era principalmente el Aristócrata acaudalado, con posibilidades de comprar un título de nobleza, el que se sentía más contrariado con la abolición del status nobiliario. La estructura nobiliario y las costumbres coloniales seguían representando valores supremos para el sector tradicionalista. Al regresar, en 1817, los patriotas desterrados en el Archipiélago de Juan Fernández por el Gobierno de Mariano de Ossorio, lo primero que hicieron fue ostentar sus pergaminos e insignias de nobleza. En 1818 un Patriota de espíritu tan ampliamente liberal como el de José Miguel de Carrera censuró a O’Higgins la abolición de los títulos de, nobleza. San Martín, apenas proclamado Protector, incorporó a la legislación peruana los títulos de Castilla concedidos por el Rey de España o comprados por la alta burguesía y autorizó el uso de los escudos de armas. O’Higgins, al asumir el Gobierno, estimó necesario suprimir los títulos nobiliarios. En septiembre de 1817 decretó su abolición y fundamentó la medida en un bando publicado a fines de mayo de ese mismo año, con las siguientes palabras: “En toda sociedad debe el individuo distinguirse solamente por su virtud y su mérito; en una república es intolerable el uso de aquellos jeroglíficos que anuncian la nobleza de los antepasados por ser muchas veces conferida en retribución de servicios que abaten a la especie humana”. 308 E dición conmemorativa del B icentenario Inspirado en un insobornable democratismo, el Libertador señaló rumbos y encaminó las fuerzas vitales de la Nación por nuevos senderos que hasta 1810 estaba vedado transitar. Siguiendo una línea de auténtico revolucionario intentó, en 1818, suprimir los Mayorazgos y poco después legisló sobre la suerte de los indígenas y la colonización. A los métodos del antiguo régimen hispánico, el Libertador opuso los de la Democracia. Es admirable comprobar el tino y el coraje con que supo escoger los caminos difíciles que le permitieron dar plena eficacia a sus ideas renovadoras. Y todo ello en un país sin tradición ni experiencia en el ejercicio de la democracia. Chile había vivido más de dos siglos y medio bajo una estructura Monárquico-Nobiliaria. Desde otro ángulo, el Director Supremo pensó que para transformar la mentalidad atrasada de sus compatriotas, había que extender la educación Pública. Las escuelas de primeras letras debían ser el objeto predilecto de un gobierno que deseaba formar ciudadanos con sentimientos democráticos. Por esta razón, la función educativa tuvo para O’Higgins una importancia medular. Sin ella el resto de la actividad humana no podía operar plenamente. La democracia misma era, en último término, un problema de cultura colectiva. La obra lenta y definitiva de la educación permitía consolidar todo avance político. El Héroe tuvo plena conciencia de esta verdad, como lo prueba el sostenido esfuerzo que realizó para ampliar, perfeccionar y difundir la enseñanza. Con clara vocación por la cultura, se dio a la tarea de organizar un sistema educacional. Creía en las posibilidades ilimitadas de la enseñanza. En este terreno la acción del Padre de la Patria tomó la forma de un poderoso himno de fe en la educación y en la democracia. Asignó a sus compatriotas un estilo de vida: la democracia, y señaló el instrumento para hacerla efectiva: la educación. A partir del gobierno de O’Higgins esta fe en la educación informará la labor de todos los gobernantes que ha tenido la República. Reabrió el Instituto Nacional y la Biblioteca Nacional. Fundó los liceos de Concepción y La Serena, dispuso que cada Convento, tanto de frailes como de monjas, mantuviera una escuela de primeras letras1. En un gesto revolucionario ordenó implantar el antiguo sistema escolástico hispano-colonial. Bernardo O’Higgins, con noble y patriótico afán, impulsó entre sus conciudadanos una profunda transformación ideológica. Completó la Independencia lograda en los campos de batalla afianzando en la conciencia de nuestra clase dirigente los nuevos conceptos de soberanía popular y de gobierno representativo, que habían de servir de fundamento a la nueva estructura política. El Libertador conocía la organización política de Francia, Inglaterra y los Estados Unidos. Había observado directamente el realismo inglés y su aristocratismo parlamentario. También conocía a los principales juristas y filósofos de la época. Por otra parte, había tomado conciencia de la inmadurez política de la mayoría de sus conciudadanos. El Libertador O’Higgins tuvo clara conciencia que la 1 Reafirmando el Decreto respectivo de la junta Gubernativa del Reino de 1810 (N. del D.). 309 R evista L ibertador O’ higgins descolonización implicaba un problema de arduo aprendizaje, de información y de laboriosa experiencia. Desde los albores de la Independencia estuvo empeñado en imponer a los chilenos las nuevas tendencias democráticas, de soberanía popular y gobierno representativo. Las firmes convicciones doctrinarias y el talento del Libertador permitieron modificar la conciencia política de la aristocracia chilena, limar sus aristas coloniales y prepararlas para el ejercicio práctico de una ordenada democracia. Bajo la dirección de O’Higgins, Chile aprendió que la libertad, para ser auténtica y positiva, ha de sujetarse a una justa y necesaria reglamentación. Encauzó el torrente emocional del autonomismo neutralizando los intereses de círculos y de caudillos. Brindó a sus conciudadanos hermosas lecciones de civismo y tolerancia. No cabe la menor duda de que su abnegación cívica, su austeridad en el manejo financiero, su extraordinaria laboriosidad y su espíritu público, sirvieron de inspiración y de punto de partida a la honrosa tradición cívica, acatada y seguida por todos los gobiernos chilenos posteriores. Demostró a la aristocracia que era inconveniente y peligroso establecer un divorcio entre la realidad y los principios; que era urgente atender a la naturaleza del organismo social y a su ‘tradición’ si se deseaba evitar el desquiciamiento y la anarquía. Lo decisivo no es aplicar la teoría a la realidad, sino descubrir los principios implícitos en esa realidad. De esta manera, el proceso de descolonización se transformó para los chilenos en fascinante y conmovedor aprendizaje político, cuyas líneas fundamentales trazó nuestro máximo Prócer. Su acción ejemplarizadora permitió mantener y preservar el republicanismo democrático y la juridicidad creadas por él. A ella se debe que la reacción descentralizadora y antiautoritaria que siguió a la renuncia de O’Higgins no se transformara en Anarquía. El propio Portales, para llegar al poder, se apoyó en el grupo O’Higginista, en la tradición cívica y en la intachable conducta moral del Padre de la Patria. BIBLIOGRAFÍA Archivo Nacional de Chile. Academia Chilena de la Historia: Archivo de Don Bernardo O’Higgins. Santiago de Chile, varios tomos. Banco Nacional de Venezuela: Cartas del Libertador, Caracas, 1960. HEISE González, Julio: Ciento Cincuenta Años de Evolución Constitucional de Chile. Editorial Universitaria, Santiago, 1960. HEISE González, Julio: O’Higgins, Forjador de una Tradición Democrática. Talleres Gráficos R. Neupert, Santiago, 1975. 310 E dición conmemorativa del B icentenario INFLUENCIAS DE LAS IDEAS FRANCESAS EN LA EMANCIPACIÓN HISPANO-AMERICANA Omar Letelier Ramírez I. A MANERA DE INTRODUCCIÓN Al cumplirse el Bicentenario de la Revolución Francesa, digno es mirar en tiempo histórico y en breve retrospectiva, revisar qué grado de influjo tuvo tal acontecimiento en nuestro devenir histórico. Es obvio que la Revolución Francesa, la Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica y la emancipación hispano americana forman parte de un gran movimiento liberacionista que repercutió en todo Occidente. Es obvio también que los sucesos de Francia fueron más intensos y de más candente impacto por la posición que ocupaba dicho país durante el siglo XVIII en el concierto europeo. Por su situación de centro político y no de periferia colonial como lo era América. Cuando se analiza el infllujo de Francia antes, durante y después de su Revolución, en lo referente a los procesos históricos paralelos de la Emancipación Americana, surgen dudas y aprehensiones de nuestros historiadores. Hay quienes minimizan toda influencia. Otros la sobredimensionan. Sin lugar a dudas la Emancipación Hispanoamericana tiene su propia dinámica, como por lo demás lo son todos los procesos históricos. Tiene sus perfiles propios, sus antecedentes y mecánica de causalidad particulares. En este contexto la influencia del liberalismo francés fue un elemento, nada más ni nada menos que eso. Lo que nos dejan en claro las investigaciones y la historiografía es que el aporte francés fue importante en el plano de las ideas ilustradas del siglo XVIII, tan generalizadas en el ámbito europeo como americano, a través de las cuales los pensadores galos difundieron teorías, críticas y puntos de vista. Francia universalizó su lengua, difundió sus costumbres y modos de vida. Estos fueron elementos que irrumpieron en los grupos criollos –a modo de elite– por la presencia creciente del comercio francés en las costas americanas. Los viajes de criollos al Viejo continente hicieron otro tanto. No es menos importante, por otro lado, en este abanico de circunstancias, señalar que existían súbditos franceses en las colonias del rey de España en el siglo XVIII. Y que, por otra parte, la Casa gobernante de Madrid –la Borbona– era de enraizamiento francés. Al concluir estas previas palabras de presentación circunscribámonos al asunto de la influencia francesa en la Emancipación en el terreno propio de las ideas. Porque los hechos mismos que se suceden hasta la caída de Robespierre, 311 R evista L ibertador O’ higgins la ejecución del rey Luis XVI, la persecución al clero y la guillotina, más bien provocaron si no un rechazo, al menos un mudo silencio en los protagonistas de nuestra Independencia. No encontramos apologistas de los mismos, y no menos un sentimiento contrario debe haber fluido tras la intervención de Napoleón en la Madre Patria. Sin embargo, el aporte francés, sus principios sustentadores, ganaron entusiastas adeptos entre los criollos movidos por sus afanes libertarios. Los acogieron como aportes novedosos y renovadores. No pretendemos otra cosa en este artículo sino reordenar y acaso sintetizar situaciones y elementos históricos que sirvan a nuestra Revista como un homenaje a Francia al celebrarse en 1989 los 200 años de su histórica Revolución. Aquella que esparció por el mundo los 7 ideales eternos de Libertad, Igualdad y Fraternidad ciudadanas. II. ENCICLOPEDISTAS Y FILÓSOFOS CRUZAN EL ATLÁNTICO Cuando se dice que la Revolución Francesa nació primero en la cabeza de los enciclopedistas y filósofos y después en las calles de París, no deja de ser válido. Los propios pensadores de la Ilustración creyeron poder realizar sus ideas a través de una simbiosis con la Monarquía Absoluta, pero en realidad contenían todos los ingredientes necesarios para modificar radicalmente el Antiguo Régimen. Así ocurrió cuando estas ideas cruzaron el Atlántico y se aposentaron en las 13 colonias inglesas de Norteamérica. Si revisamos en primer término la sola lectura de la Declaración del 4 de julio de 1776 basta para demostrar el impacto de las ideas enciclopedistas e ilustradas y la manera cómo éstas se posesionaron en la mente de los constructores de los futuros Estados Unidos de Norteamérica. Allí están presentes las ideas de Juan Jacobo Rousseau acerca de los derechos naturales del Hombre a la libertad, la vida y a la felicidad; el origen del poder en la voluntad de los gobernados y no en la mera voluntad real; el naturalismo cristiano, que ve en Dios al “Dios de la Naturaleza” o al “Supremo juez del Mundo”. Si importante fue la influencia de quienes precedieron la Revolución Francesa en los acontecimientos de 1776, no lo fue menor la de éstos en los de 1789. Se puede decir que les abrió puertas, porque nada menos que los colonos ingleses como pueblo desafiarían victoriosamente a un rey, y sentaban las bases de una nación; no por la voluntad real o desde la noche de los tiempos, sino por voluntad popular y ante los ojos de todo el mundo. Veleidades de la Historia: en esta empresa las 13 colonias contaron con el auxilio de Francia. El movimiento libertario del siglo XVIII, se inició en América con la Independencia de los Estados Unidos, trasladó su centro de gravedad a Francia, y se aposentó asimismo en América Hispana con el nacimiento de nuestras Repúblicas, desgajadas del árbol imperial español en su otoñal crepúsculo. También la América hispana tomó contacto con las ideas provenientes de los pensadores franceses. Directa o indirectamente influidos por ellas, los arquitectos de nuestra Independencia pusieron su fe en la libertad y en las leyes, 312 E dición conmemorativa del B icentenario visualizándolas como suficientes por si mismas para alcanzar el progreso de las nuevas naciones. “Las armas os han dado Independencia; las leyes os darán Libertad”, decía el prócer colombiano general Santander. Si hacemos un breve acopio de datos sobre la presencia de las ideas provenientes de Francia podemos mencionar algunas situaciones que resultan relevantes en este punto. Si bien es cierto ya en 1776, en la cátedra de Derecho Natural y de Gentes en las Universidades españolas se leían y comentaban a algunos enciclopedistas franceses, y en especial a Montesquieu y Rousseau, esta enseñanza luego fue suprimida. Por 1790 en el “Índice de libros prohibidos” impidióse su circulación y lectura. Sin embargo los pensadores franceses no sospecharon que sus cavilaciones llegarían hasta las lejanas tierras americanas, en muchos casos con vehemencia. En los cuatro Virreinatos: Nueva España, Nueva Granada, Perú y Río de la Plata, hubo atentos oídos que escucharon el mensaje de Francia en distintos momentos. A) Nariño y la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano” En Nueva Granada, en las provincias de Socorro y San Gil, los artesanos formaron el “Movimiento de los Comuneros”, de 1781, protestando ante la insoportable asfixia tributaría. Llegaron hasta Santa Fe de Bogotá, pero lejos de ver solucionadas sus peticiones, el Arzobispo-Virrey les dio las espaldas y los cabecillas fueron severamente castigados, culminando con el descuartizamiento de José Antonio Galán para escarmiento de todos. En tal ambiente, que para muchos aumentaron las tendencias independentistas que se observaron en Bogotá, es donde una inteligencia permaneció sensible a los acontecimientos franceses, con capacidad para hacerlos suyos en la misma lengua original. Se trató de don Antonio Nariño Álvarez, quien se convirtió en protagonista de uno de los sucesos de mayor envergadura política de su época. Era Nariño dueño de las dos imprentas que había en la ciudad, letrado, criollo dueño de tierras, director del periódico “La Bagatela”. En suma, un connotado bogotano de la más pura estirpe santafereña. Había formado Nariño con un grupo de jóvenes, algunos del Colegio del Rosario, un ateneo denominado “La Tertulia” para escribir y leer. Además mantuvo en su casa otro grupo, denominado “El Santuario”, donde ingresaban sólo amigos de su estricta confianza. Decoraban las paredes del “Santuario” retratos de seres míticos de la antigüedad, y libros en los anaqueles en que se distinguían los nombres de Solón, Jenofonte, Tácito, Cicerón, Newton, Buffon, Reynal, Washington, Rousseau, Montesquieu y Voltaire. Entre los textos que llegaron a manos de Nariño hubo uno en francés entregado por intermedio de Cayetano Ramírez, sobrino del Virrey y Capitán de la Guardia Virreinal. Tal obra se titulaba “Historia de la Asamblea Constituyente” de Salart de Monjoie. La imprenta de Nariño dio a luz en 1794 la traducción y publicación de la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano” (Adoptada por la Constituyente de Francia el 26 de agosto de 1789). Con ello se 313 R evista L ibertador O’ higgins configuré de inmediato el doble delito de traducción e impresión clandestina, al que luego se agregó el tercero de circulación prohibida. Al enterarse de tal asunto el Virrey Espeleta –de vacaciones en Gualdas– respiró al saber quién era el autor, murmurando: “...Triunfó por fin la perfidia de los suaves respetos..., don Antonio Nariño sacrificó en su maldad los deberes de Dios, al Rey y a la Humanidad”1. Con ello se inició el juicio correspondiente. A cargo de él se constituyeron los oidores Hernández de Alba, Joaquín Mosquera y el fiscal Francisco Carrasco. La casa de Nariño fue allanada, y las órdenes del Virrey se extendieron a los capuchinos a fin de advertir en los templos y en las capitales de Quito Y Caracas y sedes de gobernación sobre las infamias del texto maldito. Desde la cárcel Nariño preparó un extenso texto con inspiración y pensamiento de la filosofía liberal. Dicho escrito se tituló “Escrito presentado a la Real Audiencia en el año de 1795 en defensa de los Derechos del Hombre”. Con ello Nariño convirtió su caso personal en general y le sirvió para insistir en su convicción por la Libertad por cuya promulgación era juzgado. Apoyándose en reduplicaciones, lo conducen a propalar sentencias de claro sabor enciclopedista: “... el hombre que obedece a la razón es libre y en tanto es libre cuando obedece a la razón...”,”... el que obedece a la ley es libre y es libre en cuanto obedece la ley”2. Su proceder hábil y directo corroboraba su delito y, además, hablaba correctamente el francés. La sentencia fue la condena: confiscación de sus bienes, expulsión de América, quema de los libros en la plaza pública y 10 años de presidio en África. Fue azaroso el destino de este precursor de la Emancipación. El 30 de octubre de 1795 emprendía el viaje del exilio. En Cádiz se fuga, y por ironía del destino termina en París. El grito de Independencia del 20 de julio de 1810, en Bogotá, lo coloca en otras circunstancias. Será Presidente del Estado libre de Cundinamarca en 1813. Emprendió campanas en la provincia de Pasto, empecinada en su adhesión a Fernando VII. La Reconquista emprendída por España en 1815, le significó un nuevo revés. Sin embargo el traductor de la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano”, preparó el terreno a Simón Bolivar. Boyacá en 1819, y Ayacucho en 1824, sellaron la derrota de los realistas un año después de la muerte de Antonio Nariño en Villa de Leyva. B) Mariano Moreno y La publicación del “Contrato Social” en Buenos Aires A fines del siglo XVIII figuraba en bibliotecas de Buenos Aires la obra de Montesquieu, tanto en la del canónigo Maciel y en la de don Facundo Prieto Pulido. Esta última fue donada al convento de la Merced y erigida en biblioteca pública por el Virrey Arredondo en abril de 1794. En ella figuraban las “Letras o Cartas Persas” y cuatro tomos del “Espíritu de las Leyes”. En la Academia Carolina de Charcas también conocieron las obras de Juan Jacobo Rousseau los jóvenes bachilleres y doctores en Derecho de distintos países de América, entre ellos Mariano Moreno y Juan José Castelli. 1 Ángel, Miguel Arnulfo. 1794: Antonio Nariño en Santa Fe de Bogotá, ‘La Gaceta”, Fondo de Cultura Económica, México, junio de 1989, p. 104. 2 Ángel, Miguel Arnulfo, ob. cit., 1989, p. 104. 314 E dición conmemorativa del B icentenario A Manuel Belgrano y al Deán Funes les eran familiares los escritos tanto de Montesquieu como de Rousseau, quienes contaban con licencia papal para leer “libros prohibidos” por el Santo Oficio. Así, por ejemplo, Belgrano que se encontraba en la Península por 1789, manifiesta en su “Autobiografía” la influencia ilustrada cuando dice: “... Se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad, y sólo veía tiranos en los que se oponían a que el hombre, fuese donde fuese, no disfrutase de los derechos que Dios y la naturaleza le habían concedido...”3. Igual influencia, esta vez de Montesquieu, se refleja en Mariano Moreno, cuando a través de “La Gaceta” de Buenos Aires expresaba su admiración por el régimen inglés: “... La Inglaterra, esa gran nación, modelo único que presentan los tiempos modernos a los pueblos que desean ser libres, habría visto desaparecer la libertad que le costó tantos arroyos de sangre, si el equilibrio de los poderes no hubiese contenido a los reyes sin dejar a la licencia de los pueblos. Equilíbrense los poderes y se mantendrá la pureza de la administración, ¿cuál será el eje de ese equilibrio?...”4. Con ello hacia un panegírico a la teoría de la separación de los tres poderes del Estado. Resultan conocidas las obras de estos dos pensadores franceses entre los criollos bonaerenses. Este conocimiento fue operándose por grados. Primero tuvo el carácter elitista y, luego de 1810, la divulgación de los pensadores franceses se agrandó visiblemente; sobre todo seguida de la reedición castellana del “Contrato Social” en la Imprenta de Niños Expósitos de Buenos Aires en 1810. Su autor fue Mariano Moreno, en cuyo prólogo afirmó: “...que en Buenos Aires se había producido una feliz revolución en las ideas…”. Es interesante acotar que en 1799 se llevó a efecto la impresión y versión al castellano del “Contrato Social” en la ciudad de Londres. Al parecer su difusión fue limitada en el Nuevo Mundo, al menos así lo manifiesta un edicto inserto en “La Gaceta de México” del 16 de diciembre de 1803, en el que además se reitera la prohibición de leer dicha obra. Invocábase la prohibición de Roma de 1766 y de la Inquisición española de 17645. Entre otros antecedentes interesantes de la obra de Rousseau en el continente hispanoamericano, se afirma de la existencia –de la que no se conocen ejemplares– de la publicación hecha por el doctor José María Vargas y editada en 1809. A esta traducción hace referencia el historiador venezolano don Pedro Grases en el prólogo de la obra: “La Independencia de la Costa Firme, justificada por Tomás Paine treinta años ha”6. También se ha citado el testimonio de Daux.Lavaysse, autor de “Voyages aux isles de Trinidad” quien manifiesta que en 1807, estando en Cumaná en la casa de un almacenero, su joven dependiente hacia envoltorios con pliegos de “La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano”, del “Contrato Social”, 3 Levene, Ricardo. El Mundo de las ideas y la revolución hispanoamericana de 1810, Edit. jurídica de Chile, 1956, p. 192. 4 Levene, Ricardo, ob. cit., 1956, p. 188. 5 Levene, Ricardo ob. cit. 1956. p. 206. 6 Levene, Ricardo ob. cit. 1956. p. 195. 315 R evista L ibertador O’ higgins etc., y que tales papeles se los habían dado en Trinidad con 500 ejemplares de cada uno y de una carta del jesuita Peruvien. Pero de ello no se desprende precisamente que el citado doctor Vargas haya hecho una edición de la obra completa; a lo más, sólo algunas páginas o acápites. El, dato de la posible reimpresión del “Contrato Social”, en 1811, según un aviso de la “Gaceta” de Caracas resulta nuevamente de interés. De tal edición no existen ejemplares. Ello resulta curioso porque ese año Venezuela declaraba su Independencia. Sin dudas se tuvo el propósito de llevar a cabo la publicación como lo declara el aviso y en tal caso como lo sostiene don Ricardo Levene, utilizándose la edición hecha en Buenos Aires, en 1810, por Mariano Moreno. El citado aviso dice: “Se abre suscripción a la reimpresión castellana...” y en la de Buenos Aires: “Se ha reimpreso en Buenos Aires”. Concluye este asunto don Ricardo Levene diciendo que: “La edición castellana atribuida al doctor Vargas, según una nueva investigación de Pedro Grases, establece esa posible edición, pero en enero de 1811, según el aviso publicado en la “Gaceta” de Caracas, número 140, de 1° de enero de 1811, que dice así: “Se abre suscripción a la reimpresión de la traducción castellana del “Contrato Social o principios de derecho público. Se recibirá en la tienda de don Francisco Martínez Pérez frente a las puertas traviesas de la Catedral, al precio de 20 reales cada ejemplar a la rústica y 30 para los no suscritos”. A continuación se hace un elogio de la obra de Rousseau”7. Pedro Grases manifiesta que ignora si llegó a publicarse y no afirma que fuese la traducción del doctor Vargas, “aunque si parece que el proyecto se refiere a una versión del original francés, quizá venezolana”. Si la edición de Buenos Aires de “El Contrato Social” no sigue a la de Londres, querría decir que existió otra edición castellana –además de la de 1799– anterior a la de 1810, pues como se sabe Moreno no tradujo a Rousseau y dice en la portada de la edición dirigida por el: “Se ha reimpreso en Buenos Aires”8. C)Don José Antonio Rojas, señor santiaguino de solicitante en Madrid En el Reino de Chile conocieron obras del pensamiento francés y el “Contrato Social”, entre otros don Manuel de Salas, don Juan Egaña, fray Camilo Henríquez y José Antonio Rojas. Este último fue poseedor de una notable biblioteca. Resulta de interés referirse a este último personaje, señalado como un gran conocedor de los enciclopedistas y filósofos franceses. Don José Antonio Rojas se embarcó en Callao en enero de 1772, instalándose luego en Madrid con el objeto de obtener título de Castilla, solicitar un real empleo y obtener la licencia para casarse con una de las hijas de don José Perfecto Salas. Este último, fiscal de la Audiencia de Santiago y nombrado luego asesor del Virrey Amat, en 1761, cuando este último pasó a desempeñarse en Lima. 7 Levene, Ricardo, ob. cit. 1956. pp. 196-197. 8 Levene, Ricardo, ob. cit., 1956, p. 197. 316 E dición conmemorativa del B icentenario En gran medida el viaje de Rojas fue costeado por el propio fiscal Salas para desvanecer entre otras cosas cargos que se le habían formulado en la corte, José Antonio Rojas contaba con 30 años de edad cuando inició sus trajines de solicitante en Madrid. Recorrió librerías y con ello dio satisfacción a sus curiosidades entre las que se destacaban las relativas a invenciones mecánicas. De esta manera adquirió un torno, que era en esa época toda una novedad. El 1º de mayo de 1773 obtuvo una real orden que autorizaba a Salas a casar a sus hijas en el distrito de la Audiencia de Chile. Sin embargo, subido al poder el ministro José de Gálvez, dio a Salas el título de fiscal de la Casa de Contratación de Cádiz, imponiéndole la condición de no poder renunciar tal nombramiento. Ello implicaba el traslado de la familia de don José Perfecto Salas a la Península. El 13 de julio de 1776 el marqués de Sonora expedía la orden al Presidente de la Audiencia de Chile que no se admitiese excusa al fiscal Salas para quedarse en el país. Todo esto venia a significar un revés en las gestiones de don Antonio de Rojas. Como compensación de su fracaso de pretendiente, Rojas comenzó a devorar libros de filósofos y economistas ilustrados. Fue el primer chileno que adquirió y remitió a Chile “La Enciclopedia” de Diderot y D’Alembert, las obras de Juan Jacobo Rousseau, del Barón de Montesquieu, de Helvecio, de Robertson; el “Sistema de la Naturaleza” del Barón de Holbach y cuantas obras criticaban los esquemas políticos consagrados. En carta enviada a Salas del 7 de febrero de 1775, le dice: “Este hombre divino –refiriéndose al abate Reynal– es digno de elogios de todo el mundo literario, y particularmente de los americanos. Mucho se ha dudado en Europa acerca de la patria del autor, porque no se conoce con la pasión. Su rectísima balanza no se ha inclinado más a unos que a otros; a todos reprende sus defectos; y parece que es el padre universal de los mortales, según la autoridad con cuales había. Si ahora me condena Ud. por ponderativo, estoy cierto que, cuando Ud. lea, conocerá que mis expresiones son justas y moderadas. Ojalá se dedicara Ud. a traducirla...”9. Estas inclinaciones de don José Antonio Rojas hicieron dudar de su misión al fiscal Salas. Por ello decidió enviar a Madrid a su hijo don Manuel, quien se reunió con su futuro cuñado en España, y en ambos prendió la curiosidad intelectual y el contagio con las ideas ilustradas que circulaban en los centros madrileños. El 1º de octubre de 1778 Rojas se embarcó de regreso a su patria natal. A su arribo a Buenos Aires se enteró de la muerte de don José Perfecto Salas, ocurrida en esa misma ciudad. Preparó sus valijas y su valioso cargamento de libros, y en Mendoza contrajo el ansiado matrimonio. Pero allí sufrió una dolorosa pérdida que fue la de los 95 primeros pliegos de la traducción castellana de “La Historia de América” de Robertson, adquirida en Madrid. Por real orden del 23 de diciembre de 1778, el ministro Gálvez había prohibido la publicación de dicha obra y su circulación en España y América. El Virrey de Buenos Aires procedió a ordenar la revisión prolija del equipaje que contenta la biblioteca del caballero santiaguino. Le fueron incautados y remitidos al Ministerio de Indias.. 9 Donoso, Ricardo, Las ideas políticas en Chile, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1975, pp. 5-6. 317 R evista L ibertador O’ higgins Llegado a Santiago, Rojas se vio mezclado en una grotesca conspiración fraguada por dos franceses, pero que no le causó mayores molestias. Dedicado a sus faenas de su hacienda de Polpaico comprendió que eran tiempos de callar. D)Un “affaire” de franceses a fines del siglo XVIII En las postrimerías del último siglo colonias tuvo lugar en Santiago una curiosa conspiración cuyos protagonistas fueron tres franceses radicados en Chile. La mencionaremos por el hecho de que en ella se planteó “un proyecto de Independencia”. Algunas referencias al talante de los protagonistas se hacen necesarias. Uno de ellos era el francés Antonio Gramusset, nacido en Premelin, Lyon, en 1741. Residía en Talca en 1776. Arrendó desde 1772 las tierras de Cumpeo a los mercedarios en la suma de $ 450 anuales. Dicho negocio vio término en el más completo fracaso. Luego subastó el Real derecho de pulperías de San Martín de la Concha en Quillota. Los resultados fueron parecidos; culminando con la idea de fabricar una máquina para elevar agua valiéndose de un tomo del “Curso de Mr. Ozanam”. La diosa Fortuna le fue esquiva una y otra vez. Cuando en 1769 se decretó la expulsión de extranjeros que no hubiesen obtenido nacionalización en Chile, Gramusset se enroló en las milicias extranjeras para combatir a los araucanos que comandaba el francés Reinaldo Le Bretón; ello bajo el gobierno del oidor interino don Juan de Balmaceda y Zenzano. El otro protagonista era Antonio Alejandro Berney, quien llegó a ser profesor del Colegio Carolino, distinción poco común dada a un extranjero. Hombre soñador e ingenuo, por cuyo cerebro desfilaban una serie de ideas mal digeridas acerca de política y teorías sociales. El tercero fue Juan Agustín Beyner, también francés, químico de profesión, mecánico y fundidor cuando las circunstancias lo requerían. Los tres protagonizaron una conspiración, de la cual dice don Fernando Campos Harriet, “... lo único que existía era la idea de conspirar”10. Los tres extranjeros se influenciaron profundamente por el levantamiento de las colonias inglesas de América del Norte, y pensando en la imposibilidad que se encontraba España –en guerra con los ingleses– de enviar destacamentos hacia América, llegaron a pensar en la seria posibilidad de hacer de Chile un Estado independiente: tal fue el proyecto y el inicio del “affaire”. El plan político de Berney era el siguiente: “Gobernaría el Estado un cuerpo colegiado, con el título de “El soberano senado de la muy noble, muy fuerte y muy católica República chilena”. Sus miembros serian elegidos por el pueblo. Los araucanos enviarían sus diputados a esta asamblea. La pena de muerte no debía aplicarse a ningún reo. La esclavitud sería abolida: no habría jerarquías sociales; las tierras serian repartidas en porciones iguales. Luego que la revolución hubiera triunfado se levantaría un ejército (después del triunfo, no antes); se fortificarían las ciudades y las costas, no con el objeto de que Chile diera rienda suelta a la ambición de conquistas, sino con el de que se hiciera respetar y no se atribuyeran 10Campos Harriet, Fernando, Veleros franceses en los mares del sur, Empresa Editora Zig-Zag, Colección Historia y Documentos, 1964, pág. 135. 318 E dición conmemorativa del B icentenario a debilidades las concesiones que le dictaba la justicia. Entonces se decretaría la libertad del comercio con todas las naciones del orbe, sin excepción, incluso los chinos y los negros, incluso la España misma, que había pretendido aislar a la América del resto del la tierra. Reconocía la unidad del género humano y proclamaba la fraternidad de los ciudadanos de una misma república...”11. Concluía el manifiesto expresando al monarca español, con extrema cortesía, que los chilenos resolvían separarse de sus dominios: “Poderoso monarca: Nuestros ancestros españoles juzgaron conveniente elegir por Rey a vuestros abuelos; nosotros, después de haber maduramente reflexionado, juzgamos conveniente dispensaras de tan pesada carga...”12. Gramusset y Berney. buscaron apoyo en el Mayorazgo don José Antonio de Rojas, regresado a Chile desilusionado con la metrópoli y por la situación desmedrada del comercio hispano y sus trabas monopólicas. En casa de Rojas, en Polpaico, se redactó el manifiesto. Aunque lo tildó de quimérico, no parece haberlo desaprobado. A la conspiración se unieron un español de apellido Pacheco, y don Mariano Pérez de Saravia y Sorante, abogado de escaso crédito, oriundo de Buenos Aires. Fue este último quien en carta del 1º de enero de 1781 denunció la conspiración al regente Álvarez de Acevedo. Se inició el proceso con gran sigilo. Muchos pensaron que la detención de los franceses se debía a asuntos de su permanencia como extranjeros en el país. Don José Antonio Rojas resultó sin cargos ya que no se le pudo comprobar responsabilidades. Gramusset y Berney fueron enviados a Lima; más tarde se les envió a Cádiz en el navío de guerra “San Pablo”. Dicho barco naufragó frente a la costa portuguesa el 2 de febrero de 1786. Berney pereció en la zozobra y Gramusset falleció tres meses después en un calabozo de Cádiz. El historiador Fernando Campos Harriet en su obra “Veleros franceses en los mares del Sur”, resume elocuentemente el corolario de este suceso cuando dice: “¿Qué quedó de toda la desgraciada historia de estos aprendices de conspiradores? De la trabazón misma, sólo un recuerdo esotérico. Pero analizando el manifiesto de Berney, encontramos confundidos, por su locura, principios absurdos y concepciones ingenuas junto a aspiraciones nobles y profundas, comunes a las ideas revolucionarias en bogó en Europa contemporánea, que luego de abrirse dificultosamente surco en el pensamiento de los criollos, fueron objeto de realizaciones por los patriotas que forjaron la República. Desde luego, la Independencia, su Constitución democrática. La libertad de comercio. La abolición de la esclavitud. La formación de un ejército nacional. Y algunas otras, visionarias, como la adecuada repartición de las tierras...”13. Curioso episodio fue éste protagonizado por franceses residentes en el Reino de Chile, que influidos por los sucesos de la época soñaron un tanto ingenuamente de verlo como una República independiente y soberana. 11 Campos Harriet, Fernando, ob. cit., 1964, p. 136. 12Campos Harriet, Fernando, ob. cit., 1964, p. 137. 13Campos Harriet. Fernando, ob. cit., 1964, pp. 141-142. 319 R evista L ibertador O’ higgins E) Morán, apologista de la Revolución Francesa A pesar del celo de las autoridades españolas y las innumerables medidas para interceptar gacetas, correspondencia y todo contacto de los súbditos hispanos con novedades extranjeras, se veía al finalizar la Colonia en forma creciente el desplazamiento de fragatas francesas y angloamericanas en las costas del Imperio español. Como otra prueba de la indudable penetración de ideas republicanas, tenemos en Chile el caso del presbítero don Clemente Morán, que abrazó con pasión y fanatismo las novedades ideológicas de su época. Hacia 1795 vivía este ya anciano sacerdote en la ciudad de La Serena. De grandes energías y ánimo vehemente, se entretenía en medio de la modorra provinciana oficiando de abogado y redactando pasquines y libelos infamatorios que le ganaron sobrado prestigio de atrevido y deslenguado. Mereció el eufemístico calificativo de “muy voraz en el hablar”. Morán avivó cuánta chismografía estuvo a su alcance, lanzando inventivas de las que no tuvieron paz siquiera sus propios hermanos de ministerio. Los pasquines aparecían en las puertas del vecindario serénense ora en versos, ora en prosa, las más de las veces con irrepetibles bochornos para con sus víctimas. Un notable versificador, el dominico López, lo retrató en décimas que se hicieron famosas: “Morán, por desengañarte, Movido de caridad, Pretendo con claridad El evangelio contarte No hay en este mundo parte Que no sepa tu simpleza, Ya no hay estrado ni mesa, Donde no se hable de ti, Pues no se ha visto hasta aquí Tan trabucada cabeza ¿No es mejor que te destines A cuidar sólo de ti Y no andar de aquí y de allí Poniendo a todos pasquines? ¿Es posible que imagines Que esta es obra meritoria? Basta. Dile a tu memoria Que estos yerros olvidando Siga siempre contemplando Muerte, juicio, infierno y gloria”14. El personaje en cuestión vino a alterar la calma del Gobernador don Ambrosio O’Higgins, celoso funcionario defensor de la monarquía, como lo hubiese deseado el más recalcitrante peninsular. 14Donoso, Ricardo, ob. cit., 1975, pp. 9-10. 320 E dición conmemorativa del B icentenario El 25 de mayo de 1795 llegaron al Gobernador denuncias del Subdelegado de Coquimbo que daban cuenta “del inesperado exceso, arrojo y delirio” con que Morán hablaba de la Revolución Francesa y sostenía ideas de aquel acontecimiento, invitando a imitarlo y seguirlo. El Gobernador O’Higgins impartió las debidas órdenes al Subdelegado de Coquimbo a objeto de investigar el asunto y remitir al acusado inmediatamente a Santiago. De las pruebas en contra de Morán resaltan algunas como estas afirmaciones del sacerdote: “De dónde han sacado que el hombre ha de estar sujeto al Rey cuando Dios lo ha criado libre y, por lo tanto, defienden bien los franceses su libertad...” Y esta otra, sobre el Estado de Francia: “... hombre, esto ha de venir a parar en que no haya Rey, y que sólo gobernará el Patronato Real, entonces se gobernará esto mejor, porque sólo uno no puede gobernar bien...” Aseveraciones de este tipo y otras como que el fracaso de la Casa de Borbón en Francia provenía del exceso de, impuestos; y que “... tarde o temprano los franceses se habrán de zurrar en los españoles”15, terminaron en conformar el libelo acusatorio. Pese a las objeciones del obispo don Francisco José Morán, que trató de no dar importancia a los desvaríos del acusador, a las que se sumaron las del fiscal de la Audiencia; el Gobernador O’Higgins se ciñó a la formalidad del proceso, Morán fue recluido en calidad de reo en el Convento de Santo Domingo. Cuando en 1796 don Ambrosio O’Higgins fuera nominado Virrey del Perú, desde allí pidió el expediente. Finalmente, una real cédula del 17 de junio de 1796 ordenó que se concluyese la causa a la brevedad posible. El 12 de diciembre de 1798 el Gobernador Marqués de Avilés comunicaba al obispo que le remitía el proceso “en estado de sentencia”, pidiéndole fijar día en que habrían de resolver el asunto. No hay más datos posteriores del “caso del presbítero Morán”. Sólo que en octubre de 1800 moría en Santiago, pobre de solemnidad; siendo, finalmente, sepultado en la Catedral. De este singular apologista de la Revolución Francesa en la colonial ciudad de La Serena, dice don Miguel Luis Amunátegui: “... el pobre coplero Morán era un murmurador de aldea, que no tenía siquiera estampa de apóstol revolucionario...”16. Pese a ello nos demuestra que los lejanos sucesos de Francia trascendían a estas australes latitudes de la América española. F) Fray Camilo Henríquez y Rousseau Referirse a Camilo Henríquez, es abrir de inmediato las múltiples posibilidades de varios temas. Y ello ocurre porque es uno de los grandes teóricos del período de la Independencia; y como tal abordó los más variados tópicos tanto en sus proclamas, sermones, como especialmente en su condición de periodista. De allí nuevamente la imperiosa necesidad de circunscribirnos al tema en 15Villalobos, Sergio, Tradición y Reforma en 1810, Ediciones de la Universidad de Chile, 1961, pág. 149. (Referencia al expediente secreto contra del Dr. Clemente Morán, Archivo Nacional, Archivo judicial La Serena, fojas 4 y 14). 16Villalobos, Sergio, ob. cit., 1961, pág. 150. 321 R evista L ibertador O’ higgins cuestión: la influencia de las ideas francesas. Si bien es cierto los escritos de los enciclopedistas fueron conocidos por nuestros próceres, en fray Camilo Henríquez cupo la posibilidad de difundir tales planteamientos. De hecho en las páginas de la “Aurora de Chile” y del “Monitor Araucano” no es difícil advertir directa o indirectamente el pensamiento de Rousseau. Veamos por tanto algunos entretelones apropiados a nuestra temática. Camilo Henríquez González nació en Valdivia el 20 de julio de 1769. Fue hijo de don Félix Henríquez y de doña Rosa González. Tuvo dos hermanos y una hermana. Uno de ellos, don José Manuel, pereció de un balazo defendiendo una de las trincheras de la Plaza de Rancagua, en 1814. A los nueve años pasó a Santiago y a los quince, o sea en 1784, se le envió a Lima a proseguir sus estudios. Allí ingresó al Convento de los Padres de la Buena Muerte, y el 28 de enero de 1790 profesaba su condición de sacerdote. En Lima se le abrió la sociedad más culta e ilustrada del Virreinato. Fue en dicha ciudad donde también sufrió proceso del Santo Oficio en tres oportunidades. La acusación fue siempre la misma: “tener libros prohibidos y de consagrarse a la lectura de los filósofos franceses...”17. El primero de dichos procesos fue en 1796, y el último en 1809. En la postrer oportunidad la Inquisición dispuso allanar su celda, encontrándosela en sus colchones libros de los pensadores franceses. Sufrió por ello prisión en los calabozos limeños. Don Luis Montt en su obra “Ensayo sobre la vida y escritos de Camilo Henríquez”, señala “... que cierto día le pidió una persona, que acaso era espía de la Inquisición, una obra de Voltaire para leerla. Henríquez se la negó diciéndole que no era compatible con sus conocimientos. Esta misma persona le delató al Tribunal como lector de libros prohibidos. No demoró mucho el Santo Oficio en mandar a sus alguaciles a la celda del fraile que se le presentaba como reo”18. Luego agrega: “Al fin, accediendo a las repetidas instancias de los padres de la Buena Muerte, el Inquisidor General hizo venir de La Paz a fray Bustamante, doctor de alguna fama, para que examinase a Camilo Henríquez. Informó el doctor Bustamante que fray Camilo era un católico cuya ortodoxia no podía ponerse en duda, y que el estudio que hacia de los libros heréticos que se le habían sorprendido eran relativos a política…”.19 Don José Toribio Medina en su “Historia del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en Chile”, plantea que Henríquez fue inculpado, en una de las causas que tuvo en 1803, por haber leído el “Contrato Social” de Juan Jacobo Rousseau, obra que le fue prestada por un padre mercedario. En suma, los procesos fueron tres: en 1796, en 1803 y en 1809. Estos sucesos terminaron –sostiene Medina– y como lo dijo el propio Henríquez años más tarde, “felizmente y sin desdoro de su estimación pública...”. 17Silva Castro, Raúl, Prensa y Periodismo en Chile, Ediciones de la Universidad de Chile, 1958, pág. 16. 18Silva Castro, Raúl, ob. cit., 1958, p. 46. 19Silva Castro, Raúl, ob. cit., 1958, p. 46. 322 E dición conmemorativa del B icentenario Esta situación fijó mucho el rumbo de su vida, pues se decidió su traslado a Quito en servicio de su Orden. Pensó además radicarse en vida de retiro en Alto Perú, en un colegio de la congregación. Sin embargo, volvió a Chile a fines de 1810 con el propósito de ver a sus familiares. Se halló en la efervescencia política del país, radicándose en su patria a la cual consagraría de lleno su ímpetu emancipador. Ocupará un honroso sitial entre los teóricos de la Independencia. De las múltiples incursiones teóricas del fraile de la Buena Muerte, prócer de la Independencia chilena y padre del periodismo nacional, corresponde en los márgenes del presente artículo revisar algunos puntos básicos de su formación ilustrada. Así, por ejemplo, la idea del “Pacto social” la expresa cuando dice: “Establezcamos, pues, como principio, que la autoridad suprema trae su origen del libre consentimiento de los pueblos, que podemos llamar pacto, o alianza social. En todo pacto intervienen condiciones, y las del pacto social no se distinguen de los fines de la asociación. Los contratantes son el pueblo y la autoridad ejecutiva. En la monarquía son el pueblo y el rey. El rey se obliga a garantizar y conservar la seguridad, la propiedad, la libertad y el orden. En esta garantía se comprenden todos los deberes del monarca. El pueblo se obliga a la obediencia y a proporcionar al rey todos los medios necesarios para defenderlo, y conservar el orden interior. Este es el principio de los deberes del pueblo. El pacto social exige por su naturaleza que se determine el modo con que ha de ejercerse la autoridad pública: en qué casos, y en qué tiempos se ha de oír al pueblo; cuándo se le ha de dar cuenta de las operaciones del gobierno; qué medidas han de tomarse para evitar la arbitrariedad; en fin, hasta dónde se extienden las facultades del Príncipe. Se necesita, pues, un reglamento fundamental; y este reglamento es la constitución del Estado. Este reglamento no es más en el fondo que el modo y orden con que el cuerpo político ha de lograr los fines de su asociación…”20. La idea de la representatividad del Cuerpo político la expresa en la Segunda proposición del “Sermón en la instalación del Primer Congreso Nacional” (4 de julio de 1811) cuando dice: “Existen en la nación chilena derechos en cuya virtud puede el cuerpo de sus representantes establecer una Constitución y dictar providencias que aseguren su libertad y felicidad...”21. Respecto a la teoría de la separación de los Poderes del Estado del barón de Monstesquieu, la menciona por primera vez en la Proclama de Quirino Lemachez al sostener: 20Vicuña Cifuentes, Julio, Aurora de Chile, Reimpresión paleográfica a plana y renglón, Imprenta Cervantes, Santiago de Chile, 1903, págs. 5 y 6 (Nociones fundamentales de los pueblos, jueves 13 de febrero de 1812, Nº 1, Tomo I). 21Silva Castro, Raúl, Antología de Camilo Henríquez, Editorial Andrés Bello, 1970, pág. 71. 323 R evista L ibertador O’ higgins “¡Qué dicha hubiera sido para el género humano si en vez de perder el tiempo en cuestiones oscuras e inútiles, hubieran los eclesiásticos leído en aquel gran filósofo los derechos del hombre, y la necesidad de separar los tres poderes: legislativo, gubernativo y judicial, para conservar la libertad de los pueblos! ¡Cuán diferente aspecto presentaría el mundo si se hubiese oído la voz enérgica de Raynal, cuando transportado en idea, a los consejos de las potencias, les recordaba sus deberes y los derechos de sus vasallos!..”22. Por otra parte, la idea de la perfectibilidad del hombre y de la Sociedad e implícitamente la de su progreso, la expresa por ejemplo en el artículo “De la influencia de los escritos luminosos sobre la suerte de la Humanidad” en el que dice: “Por el descubrimiento sucesivo de las verdades en todo género, salieron los hombres de la barbarie y del inmenso océano de infortunios que siguen a la ignorancia y preocupaciones. Este gran resultado presenta el examen de la sociedad en diferentes épocas de la historia. El estado social es susceptible de mejorarse y perfeccionarse; los hombres no son siempre los mismos: duros, insensibles, tiranos unos de otros en los siglos de ignorancia, sus leyes y costumbres respiran opresión y sangre; sensibles, humanos en tiempos más cultos, desechan con horror aquellas leyes y costumbres. ¿No es esto una gran ventaja, aunque gima la sociedad bajo males de otro género?...”23. Henríquez no sólo creyó, sino que impulsó la Ilustración. “Las obras sabias necesitan hallar en los pueblos una disposición feliz...” decía, llevado por los impulsos del iluminismo. De allí su otra pasión: impulsar la educación pública. Por ello es que también es uno de los artífices de la educación republicana de Chile. En el número 19 de la “Aurora de Chile” (18 de junio de 1812) coloca la cita de Aristóteles: “El primer cuidado de los legisladores ha de ser la educación de la juventud sin la cual no florecen los estados” y al mismo tiempo definía la finalidad primordial del Instituto Nacional y lo es también el de la Educación “...dar a la Patria ciudadanos que la defiendan, la dirijan, la hagan florecer y le den honor...”24. Dentro de la riqueza de argumentos, que fray Camilo Henríquez les dio el carácter de una cátedra de republicanismo a través de sus escritos periodísticos, resalta otro de ellos con fuerte sabor al enciclopedismo ilustrado de su época. Se trata del “Catecismo de los patriotas” (Nos 99 y 100 del Monitor Araucano, correspondiente al 27 y 30 de noviembre de 1813. Continuó apareciendo en el 2º tomo de la publicación, en los números 1, 2 y 3 del 2, 7 y 10 de diciembre). Es nutrido este documento en materia de teoría política, cuando sostiene, por ejemplo: “La libertad nacional es la independencia; esto es, que la Patria no dependa de España, de la Francia, de Inglaterra, de Turquía, etc., sino que se gobierne por si misma”. “La libertad civil consiste en que la ley sea igual para todos, en que todos sean iguales delante la ley, y sólo sean superiores de los ciudadanos los que han sido 22Silva Castro, Raúl, ob. cit., 1970, pág. 65. 23Silva Castro, Raúl, ob. cit., 1970, pág. 109. 24Vicuña Cifuentes, Julio, ob. cit., 1903, pág. 80. 324 E dición conmemorativa del B icentenario elegidos para mandarlos por elección, libre de los mismos ciudadanos, o de sus representantes libremente nombrados por ellos...” En este mismo artículo hace mención a la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano” aprobada por la Asamblea Nacional Constituyente de Francia, cuando prosigue: “Se han publicado en Europa y América varias y hermosas declaraciones de los derechos del hombre y del ciudadano; la siguiente es bella y compendioso: El fin y el objeto de la sociedad civil es la felicidad pública. Los gobiernos se han instituido para conservar a los hombres en el goce de sus derechos naturales y eternos... …Todos los hombres nacen iguales e independientes, y deben ser iguales a los ojos de la ley. La ley es la expresión libre, solemne de la voluntad general; ella debe, ser igual para todos, sea que proteja, sea que castigue; ella sólo puede mandar lo que es justo y útil a la sociedad, y ella sólo puede prohibir lo que es dañoso. ... La soberanía reside en el pueblo. Ella es una e indivisible, imprescriptible e inalienable…”25. En este artículo con sabor a proclama privilegia el sistema republicano a través de un argumento bíblico: “¿Ha mostrado Dios N.S. predilección y preferencia por alguna forma de gobierno? Puede decirse que el cielo se ha declarado en favor del sistema republicano: así vemos que este fue el gobierno que dio a los israelitas...”26 (Refiriéndose a la época del nomadismo de los Patriarcas y Jueces). Son muchos, en verdad, los planteamientos que reflejan en fray Camilo Henríquez la impronta de Rousseau, Montesquieu y de los enciclopedistas franceses. Sobre sus convicciones y la realidad de su tiempo es atinado don Ricardo Donoso cuando dice: “El redactor de la Aurora de Chile comprendía cuán largo era el camino por recorrer para llegar a un sistema republicano de raigambre democrática por cuanto el estado de cosas imperante estaba en contradicción con la educación, costumbres y hábitos de la sociedad formada en la tradición hispánica... “27. III. A MANERA DE CONCLUIR Aunque el liberalismo francés –débilmente– empezó a manifestarse antes de la Emancipación a través de lectura de libros que circularon entre los criollos cultos, por contactos producidos por viajes, estudios en España y Europa, y el establecimiento de extranjeros, no es menos cierto que la pérdida del predominio marítimo español y el control de sus costas, facilitaron los contactos con navíos franceses y angloamericanos. 25Silva Castro, Raúl, ob. cit., 1970, pp. 201 y 204. 26Silva Castro, Raúl, ob. cit., 1970, p. 210. 27Donoso, Ricardo, ob. cit., 1975, p. 28. 325 R evista L ibertador O’ higgins Obras como “La Enciclopedia” de Diderot y D’Alembert, “El Contrato Social” de Rousseau, “El Espíritu de las leyes de Montesquieu, “La historia filosófica y política de los establecimientos europeos en las dos Indias” de GuillermoTomás Raynal, “La Introducción a la historia general y política del universo” de Samuel Pufendorf, y las obras de Bayle, Holbach, Rodin, etc., fueron leídas y admiradas por los patriotas. Como se ha señalado, pesaba sobre ellas la prohibición de su lectura, pero también es cierto que se podían obtener permisos de la Santa Sede y del Santo Oficio para leerlas. Y tales licencias no fueron raras. En Chile las poseían: don José Antonio de Rojas, el sacerdote Martín Sebastián de Sotomayor, fray Francisco Valenzuela, fray Jerónimo Arlegui, el dominico fray Sebastián Díaz, el Oidor don Francisco Diez de Medina, don Manuel de Salas, don Miguel de Eyzaguirre y don Fernando Márquez de la Plata28. Cabe plantearse, finalmente, ¿qué huellas deja el liberalismo francés como aporte en el nacimiento de la América independiente? El historiador don Julio Heisse González las visualiza de la siguiente manera: “El racionalismo, el individualismo y el concepto de derecho natural, la idea de soberanía absoluta, la separación de los poderes y el gobierno representativo son, tal vez, los aspectos más importantes del liberalismo francés que contribuyeron a crear en los estratos superiores del grupo dirigente chileno un conjunto de principios doctrinarios que sirvieron de fundamento a la tarea de organización de la República...”29. El racionalismo pretendió esquematizar e integrar la vida social en los esquemas preestablecidos por la razón humana, significando ello el abandono de la tradición como marco del mundo jurídico. Tal postura alejarla a los legisladores de la realidad. Así se explican los primeros ensayos políticos entre 1811 y 1828 (a excepción del de 1818) que hayan tenido la tendencia generadora de encasillar en los marcos racionales y éticos la compleja realidad. Los juristas trataron de imponer principios, pensando que la ley determina la realidad. Que el mundo social se transforma conforme a los dictados de la razón. Que una Constitución y la fuerza de una disposición legal eran suficientes para cambiar la realidad y asi modelar la sociedad racionalmente. Al individualismo lo consagra solemnemente ‘La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano”. Primero resulta una reacción lógica a la monarquía absoluta y su sistema estamental y corporativo. El individualismo encontró un criollo que poseía los gérmenes por su raigambre hispánica, personalista y localista. El ensayo y las tendencias federalistas justamente se basan en la tendencia de subordinación del poder a la libertad individual. El advenimiento de la República tomará al ciudadano como finalidad de la organización política, entendiendo que sus derechos no son otorgados por la ley ni por la autoridad, quien sólo se limita a reconocerlos, ya que éstos son anteriores al Estado mismo. Tal es la doctrina de los derechos naturales del hombre. 28Eyzaguirre, Jaime, Ideario y ruta de la Emancipación chilena, Editorial Universitaria, 1985, págs 72 y 73. 29Heisse González, Julio. Años de formación y aprendizaje políticos (1810- 1833). Ed. Universitaria 1978, p. 44. 326 E dición conmemorativa del B icentenario El individualismo trae como consecuencia la doctrina de la soberanía del pueblo. Esta idea no era nueva ya que es de origen cristiano, pero Rousseau le dio un sentido diverso transformándola en idea práctica. En efecto, supone un poder constituyente radicado en el pueblo. Este poder puede elaborar libremente la Carta fundamental o Constitución; y esta ley fundamental sería por sí misma capaz de cambiar las costumbres y hacer felices y virtuosos a los hombres. En toda América hispana, desde que se tuvo noticias de la prisión de Fernando VII no se hizo sino invocar el principio de soberanía popular. La soberanía reside –por tanto– en el pueblo y consiste en la facultad de dictar las leyes y establecer la forma de gobierno que más convenga a los intereses generales. Siendo por su naturaleza imprescriptible, inenajenable e indivisible. Respecto a la teoría de la separación de los poderes es otro de los aportes de los filósofos de Francia (Montesquieu). En los comienzos de nuestra vida independiente hay confusión respecto a esta separación debido a la inexperiencia de los criollos en práctica de autogobierno y la tendencia a formar organismos colegiados de juntas. Sin embargo, fue decantándose esta doctrina a través de los diversos ensayos constitucionales. Aparece manifiesta en la Constitución de 1833. Referente al gobierno representativo, los juristas más bien siguieron a Montesquieu, ya que Rousseau con su individualismo establece que la voluntad general titular de la soberanía no puede ser representada. Por tanto la democracia directa resulta imposible. Será el sistema de gobierno representativo el que consagrarán los textos constitucionales, y será la forma de gobierno que en definitiva se adopte. La soberanía reside en la nación, pero ésta delega su ejercicio en sus representantes.. A estas ideas aportadas por el liberalismo francés se suman en definitiva la consagración de las libertades ciudadanas expresadas en las garantías constitucionales a través de los derechos y deberes del ciudadano y sus relaciones con el Estado. IV. EPÍLOGO En las postreras líneas de este artículo tal vez resultan apropiadas estas palabras de don Ricardo Levene30, cuando dice: “Se admite en principio que la influencia de la Revolución Francesa ha sido de orden intelectual o de las ideas, y no de los hechos, pero corresponde agregar con respecto a Rousseau las siguientes palabras de Mitre, que explican su verdadera influencia: “Si Rousseau, si los principios de la Revolución Francesa aparecieron muy al principio de nuestro alzamiento, fue no para excitar por medio de teorías, sino para formular el hecho, consumado ya por el instinto”31. 30Levene, Ricardo, ob. cit., 1956, p. 218. 31Institución Mitre, Diario de juventud de Mitre, Buenos Aires, 1936, p. 22. 327 R evista L ibertador O’ higgins 328 E dición conmemorativa del B icentenario O’HIGGINS Y EL ORDENAMIENTO CONSTITUCIONAL CHILENO Jaime Antonio Etchepare Jensen Tras la batalla de Chacabuco, el Ejército de los Andes, bajo las órdenes del General José de San Martín entró en Santiago, capital del Reino de Chile. Con el objeto de dar al naciente Estado una adecuada organización política, el Gobernador interino, don Francisco Ruiz-Tagle, convocó por bando al vecindario noble para el día 15 de febrero a un Cabildo Abierto1. En él debían elegirse tres representantes o electores, uno por Coquimbo, otro por Santiago y el tercero por Concepción2. Reunidos los vecinos a la hora indicada, acordaron: “habiéndose leído dicho bando, se les mandó por el Gobernador Político interino, don Francisco Ruiz-Tagle, proceder a la elección de los referidos sujetos; todos reunidos y por aclamación general dijeron no haber necesidad de nombrar electores, y por su unánime voluntad era la que fuese Gobernador del Reino con omnímodas facultades, el señor General en jefe don José de San Martín”3. En este ofrecimiento quedaba de manifiesto el distanciamiento experimentado por la aristocracia santiaguina hacia O’Higgins, ya que se prefería entregar el Mando Supremo a un general ajeno al país, hasta entonces desconocido y sin ninguna vinculación con el territorio nacional, antes que al ex diputado por Laja al Primer Congreso Nacional, progresista edil de Chillán, Comandante de, Milicias y heroico soldado en, decenas de batallas de la Patria Vieja, vencedor de Chacabuco. Pensaban aquí el rechazo de los pelucones capitalinos al provinciano sureño, la desconfianza de los tradicionalistas ante las ideas modernizadoras del hombre de Estado, el desprecio de los blasonados mayorazgos al hijo ilegítimo del Gobernador irlandés. San Martín rechazó el nombramiento, argumentando sus propósitos de pasar al Perú a combatir el dominio realista y encargó a Francisco Ruiz-Tagle y al doctor Bernardo Vera y Pintado que procurasen convencer al Cabildo de la conveniencia de designar en su lugar al General Bernardo O’Higgins. 1 No obstante la denominación de “Cabildo abierto”, a estas asambleas concurrían los miembros de la corporación y los jefes de las familias de prosapia. 2 Santiago se arrogaba la representación del Reino entero. La imperiosa necesidad de darse un Gobierno y el hecho de encontrarse el sur en manos de los realistas justificaban esta Actitud. 3 Acta del Cabildo del 15 de febrero de 1817. 329 R evista L ibertador O’ higgins El Cabildo volvió a reunirse el 16 de febrero, no sin una nueva tentativa de obtener la aceptación del Gobierno de Chile por parte de San Martín, sólo ante el terminante rechazo de éste, “aclamó por Director Supremo interino al señor Brigadier Bernardo O’Higgins”. El acta fue firmada por 185 vecinos, lo más representativo de la aristocracia santiaguina4. No se establecieron límites a la autoridad política del Director Supremo. Se entendía establecer una dictadura de corte romano, concentración de todas las facultades gubernativas en una sola mano, cuyo período de duración sería hasta conseguir la derrota definitiva de los realistas y la liberación total del territorio nacional. La aristocracia reprimía sus tendencias a los gobiernos oligárquicojuntistas ante la necesidad de consolidar la independencia. O’Higgins designó el mismo día 16 de febrero como Secretario de Estado para el Interior y Relaciones Exteriores a Miguel Zañartu y a José Ignacio Zenteno para Guerra y Marina. Un decreto del 19 de marzo dispuso que las comunicaciones firmadas por los Secretarios de Estado y rubricadas por el Director Supremo valdrían como resoluciones de Gobierno. Otro decreto del día 2 de marzo mandó que la publicación en “La Gaceta” del Gobierno se tuviera por promulgación de los decretos y órdenes emanados del Director Supremo. Para este efecto, se empezó a publicar el 26 de febrero “la Gaceta” del Gobierno de Chile, a cargo del doctor Vera. El 18 de junio el periódico oficial tomó el nombre de “Gaceta” de Santiago de Chile, que después de la batalla de Maipo, se cambió por el de “Gaceta Ministerial de Chile”5. El 2 de junio de 1817 creó una tercera-Secretaría de Estado o Ministerio de Hacienda, el que confié a Hipólito de Villegas. Nada habla mejor del espíritu legalista y constitucional del Libertador que la espontánea promulgación de un Plan de Hacienda y Administración Pública. Este conjunto de disposiciones era un verdadero ordenamiento jurídico, en el cual se determinaban no sólo la organización administrativa del naciente Estado, sino también el Poder judicial y se establecía, límites al ejercicio de la autoridad política por el Director Supremo. El Plan de Hacienda y Administración constaba de 240 artículos. Nos limitaremos aquí al análisis de aquellos que tienen relevancia política y constitucional: el artículo 91 establecía que “Habrá un Tribunal de Cuentas que tome la de todas las personas en quienes hubiere entrado o entrare Hacienda Pública, sin perjuicio de las que los subalternos han de dar a sus principales. Los negocios de Hacienda han tomado un incremento que no pueden expedirse por un solo contador. No lo permiten tampoco las circunstancias del Estado. La vigilancia sobre las oficinas de Hacienda, y su suerte, no es ya para confiarla a un hombre solo; y con el establecimiento del Tribunal está mejor consultada esa dirección, despacho y justicia de los interesados, al mismo tiempo que lejos de aumentar el costo de la antigua oficina, el nuevo arreglo envuelve el ahorro constante de la demostración 4 En esta asamblea estaba lo más representativo de la aristocracia: el mayorazgo Francisco Ruiz-Tagle, el Conde de Quinta Alegre, el Marqués de Larraín, José Ignacio Eyzaguirre y José María Guzmán, entre otros. Sólo no concurrieron realistas y carrerinos. 5 Francisco Antonio Encina Armanet, Historia de Chile, Ed. Ercilla, Santiago de ante, 1983, V 14, pág. 7. 330 E dición conmemorativa del B icentenario respectiva”. Establecía así un verdadero organismo contralor, con tuición sobre la recaudación e inversión de los fondos del Estado. Concepción muy avanzada para la época y que tendía a garantizar la transparencia en el manejo de los dineros fiscales. El artículo 105 entregaba a los Intendentes el conocimiento en la instancia de las causas de justicia, Policía, Hacienda y Guerra. El artículo 117 establecía que “Los Intendentes remitirán a los Alcaldes Ordinarios las causas de justicia que no necesiten de su autoridad, a fin de que queden más expeditos para las principales funciones que les están encomendadas. De esta manera, los Intendentes pasaban a cumplir funciones judiciales en la instancia. Sin perjuicio de lo cual el artículo 123 creaba un Tribunal de justicia y Apelación, el que vendría a reemplazar a la Real Audiencia como máximo Tribunal Letrado del Reino: Lo compondrán un Presidente, y tres miembros, todos letrados,6 un Fiscal con un Agente de Canciller, Alguacil Mayor, dos Relatores, dos Escribanos de Cámara y un Portero. Tendrá el Capellán acostumbrado, su tratamiento en cuerpo y oficialmente el de Señoría. Su autoridad la de la antigua Cancillería. La independencia del Poder judicial y sus funciones exclusivas quedaban claramente enunciadas en el artículo 138: “El Gobierno se desprende del Poder judicial. Ningún ciudadano podrá ser juzgado sino por los Tribunales de Justicia, legalmente establecidos. Las providencias del Gobierno en estas materias podrán ser económicas o precautorias. Pero una sentencia definitiva, en que se decida la vida, hacienda o libertad del ciudadano en particular, sólo corresponde a los Tribunales de justicia”. Se consagraba de esta manera una trascendental Limitación a las facultades omnímodas que el Cabildo Abierto de febrero de 1817 había otorgado al Director Supremo. Nada desmiente mejor los calificativos de “ambicioso y “tirano” con que sus detractores calumniaría al Prócer que la promulgación, por su libre arbitrio, de estas normas. Los artículos 128 a 136 se referían al establecimiento y facultades de “Un Supremo Consejo de Estado y de justicia, compuesto de cuatro Ministros y un Fiscal con igual renta y honores, a que serán llamados los ciudadanos de mayor suficiencia, probidad y patriotismo. A su consulta pasarán todos los graves negocios del Estado, y un día de cada semana será presidido por el jefe del Gobierno, reuniéndose en su sala directorial, donde con asistencia de los Ministros de Estado se tratarán todas las materias importantes, sin perjuicio de ser llamados cuantas ocasiones tenga por conveniente. Siempre tendrá la facultad y ministerio de proponerme cuanto juzgue conducente a la felicidad pública. Mis Ministros de Estado (a quienes declaro miembros natos de este Consejo, pero con sólo voto informativo) pasarán a él cuando lo juzgue oportuno, o me lo pida por billete para instruirle de las materias consultadas, desamparando la sala al tiempo de sus acuerdos”7. “Se tendrá precisamente por materias graves, y de consulta, la paz, la guerra, los pactos y alianzas con otros países; las Embajadas o diputaciones, los 6 “Letrado” se entiende de Derecho, que tramita y falla en conformidad a la ley, Letrados eran llamados quienes poseían estudios superiores en Derecho. 7 Artículo 128, Plan de Hacienda y Administración Pública. 331 R evista L ibertador O’ higgins impuestos y toda especie de contribución directa o indirecta, las organizaciones territoriales, los tratados de comercio; los reglamentos generales o de ramos particulares, como sean públicos; la creación de magistraturas o comisiones con autoridad pública; los privilegios exclusivos; la libertad de imprenta; los cultos y moralidad pública; todo régimen civil, eclesiástico o monacal; todo establecimiento u obra pública; el modo y forma de todas y cualquiera reunión de la voluntad general; los grandes empeños del Estado con otras potencias o particulares.. la extinción, alteración o creación de rentas públicas; los cuños, ley y peso de moneda; las armas, blasones, bandera y cualesquiera distintivo nacional; la creación de cuerpos militares y jefes de ellos; las grandes reuniones de tropas en algún punto del Estado; toda conmoción civil; las confiscaciones generales; las fórmulas de protestaciones, homenajes y juramentos de fidelidad, y causa nacional; sobre todo, los decretos legislativos de Gobierno y cuantos negocios graves ocultan, y tenga por conveniente el consultarme”8. “Como Supremo Consejo de justicia conocerá de todos los recursos judiciales, que por segunda suplicación, y de más extraordinarios de gracia son permitidos por las leyes corrientes como admisibles últimamente a la soberanía en todas y cualesquieras materias de justicia, Hacienda, Guerra, Policía, Patronatos como sean contenciosos, y en que versándose derecho entre partes, eran suplicables en el antiguo régimen a la misma personal del Rey”9. Este conjunto de facultades daban al Supremo Consejo de Estado y de justicia el rol de organismo consultivo, de Poder Legislativo y de garante de los derechos ciudadanos. Siguiendo los principios expuestos desde la Carta Magna, le correspondía velar por los intereses nacionales en materias de Hacienda, Relaciones Exteriores y Defensa10. Asimismo, le atañía conocer los recursos de suplicación, los que en el período hispánico eran propios de la merced del soberano. Suprema Potestad que tradicionalmente pertenecía a los jefes de Estado y que el Libertador radicara en dicha entidad. “Este poder propondrá al Gobierno las reglas de su organización más convenientes, como también la de los recursos y negocios de que ha de conocer, procurando siempre todo el mayor alivio de los pueblos”11. Aquí se le otorgaba al Supremo Consejo de Estado y de justicia la atribución de proponer una nueva organización constitucional. Es interesante destacar que la finalidad de ella debía ser “el mayor alivio de los pueblos”, lo que contrasta vivamente con el doctrinarismo propio de los hombres de la Patria Vieja y de los que dominarán la escena política a partir del retiro del Libertador hasta la batalla de Lircay. El análisis del texto del “Plan de Hacienda y Administración Pública”, unido al estudio de la aplicación de sus normas realizadas, por el Director Supremo. Independencia y respeto de los fallos de los Tribunales de justicia, cautela del interés pecunario del Estado, limitación voluntaria de las facultades del Ejecutivo, 8 Id., artículo 129. 9 Id., artículo 130. 10La Carta Magna, 1215, impuesta por la nobleza, el clero y las ciudades inglesas al Rey Juan Sin Tierra, vedada a los monarcas el levantar tropas, firmar tratados y establecer nuevos impuestos sin el consentimiento de los representantes de los súbditos. 11 Id., artículo 133. 332 E dición conmemorativa del B icentenario permiten sostener que: “un estudio detenido de las relaciones entre el Director Supremo y sus Ministros permite afirmar que éstos gobernaron más que él. Si se exceptúan ciertas directrices generales, como la antipatía por la aristocracia santiaguina, el odio al clero realista, etc., en que el Director Supremo y Secretarios coincidían, y la enérgica voluntad de transformar el país por actos de Gobierno, eco póstumo del despotismo ilustrado que se reencarnó en el hijo del más ilustre de sus representantes en América Colonial, las Iniciativas y las soluciones prácticas casi siempre fueron sugeridas por ellos. El Gobierno de O’Higgins se parece, más que el de un dictador, al de una junta estable, en la cual se han producido el concierto y las subordinaciones permanentes de las inteligencias y de las voluntades de sus vocales12. Es preciso establecer que muchas de las instituciones enunciadas en el Plan de hacienda y Administración no fueron puestas en funcionamiento debido a problemas de índole económica o a causa de la guerra, siendo ésta la principal preocupación del Director Supremo. La lucha contra los realistas, fortificados en Talcahuano y de la mayor parte del territorio penquista consumía los recursos y energías nacionales. Sin embargo, tras la batalla de Maipo, los deseos arraigados de la aristocracia santiaguina de limitar más los poderes del Director Supremo y lograr una mayor participación en el Gobierno se expresaron a través de la demanda de una Constitución. “El 17 de abril de 1818 se verificó un Cabildo Abierto para pedir al Director la realización de tales propósitos por medio de una Constitución que viniese a llenar las imprescindibles necesidades del momento”. “En aquel célebre Cabildo reunido a raíz del fusilamiento de don Luis y don Juan José Carrera, y convocado en realidad con el objeto de evitar los excesos de las tropas triunfantes en Maipo y tomar medidas en relación con el natural entusiasmo de los vencedores después de una larga y penosa campaña, no sólo se tomaron esas determinaciones, sino que se pidió, en conocimiento de un acuerdo del Director para cambiar gabinete13, que fuese el Cabildo quien designase a los futuros Ministros... acordase también y como demostración “de que los chilenos no estaban sometidos a la autoridad absoluta de un solo hombre que se procediese a dictar una Constitución”14. Si bien el Director Supremo rechazó los revanchistas desbordes de la aristocracia, movida por los carrerinos, su espíritu legalista le hizo acceder a la solicitud de otorgar una Constitución. De esta manera dictó el decreto supremo del 18 de mayo de 1818, por el cual designaba una comisión redactora con el encargo de elaborar un proyecto de Constitución. En dicho documento expresaba: “Hallándose el Estado, por las 12Francisco Antonio Encina Armanet, obra citada, V 14, pág. 8. 13Este ministerio, designado por la voluntad omnímodo del Supremo Director, estuvo compuesto por José Antonio de Irisarri, en Interior y Relaciones Exteriores; José Miguel Infante, en Hacienda; José Ignacio Zenteno, en Guerra y Marina. 14Eugenio Orrego Vicuña, El pensamiento constitucional de la Administración O’Higgins. Imprenta Cervantes, Santiago de Chile, 1924, págs. 30-31. 333 R evista L ibertador O’ higgins circunstancias difíciles en que se ha visto hasta hoy, sin una Constitución que arregle los diversos poderes, señale los límites de cada autoridad y establezca de un modo sólido los derechos de los ciudadanos, a pesar de haberseme entregado el Gobierno Supremo sin exigir de mi parte otra cosa que obrar según me dictase la prudencia, no quiero exponer por más tiempo el desempeño de tan arduos negocios al alcance de mi juicio. Si me fue lisonjera la absoluta confianza de mis conciudadanos, no me fue menos penosa la necesidad de admitirla, porque mis sacrificios por la patria sólo tuvieron por objeto la salud pública, y no puede dejarme satisfecho el temor de hacer inútiles mis trabajosas tareas. Hasta este día, las atenciones de la guerra han llamado hacia ellos mis conatos, porque sin vencer a un enemigo que nos venía a destruir con fuerzas superiores, hubiera sido un delirio pensar en otra cosa, y mucho más en negocios tan graves, que sólo puedan evacuarse en medio de la serenidad y de paz. Pero ya que por el valor y virtud de nuestros soldados hemos conseguido vencer y destruir a los tiranos, sólo me preocupé en preparar aquellas medidas que aseguren la libertad a los chilenos, sin introducir la licencia, en que escoltaron otros Estados nacientes”15. En este texto aparece fielmente reflejado el pensamiento del Director Supremo: El ejercicio del poder absoluto no era más que una necesidad ingrata impuesta por el imperativo de ganar la guerra. Lograda esta finalidad llegaba el momento de reglamentar el funcionamiento de las instituciones, garantizar los derechos y libertades ciudadanas y fijar límites a las facultades del Ejecutivo. “Esta comisión estuvo compuesta por: Manuel de Salas, representaba la Ilustración; Francisco Antonio Pérez, el espíritu jurídico; José Ignacio Cienfuegos, el pensamiento del clero revolucionario; José María Rozas, Lorenzo Villalón y José María Villarroel, respondían a la versación administrativa, y Joaquín Gandarillas, figuraba allí como personero, si así puede decirse, del comercio por el cargo que desempeñaba en el Tribunal del Consulado”16. Elaborado el proyecto constitucional, el Director Supremo decidió someterlo a ratificación popular. Optando hacerlo por medio del sistema de suscripciones, el que había sido utilizado por primera vez con el Reglamento Constitucional de 1812, tomándose a su vez éste del empleado en Francia bajo el Consulado para aprobación de la Constitución de 1797. Dispuso que en todas las parroquias, al norte del Maule17, se abrieran dos libros titulados: “Libro de suscripciones en favor del proyecto constitucional”, y “Libro de suscripciones en contra del proyecto constitucional. Podrían suscribirse emitiendo su opinión al respecto “todos los habitantes, que sean padres de familia o que tengan algún capital, o ejerzan algún oficio, y que no se hallen con causa pendiente de infidencia o de sedición”18. Justificando el procedimiento empleado expresa: “Yo hubiera celebrado con el mayor regocijo, el poder convocar a aquel cuerpo constituyente, en vez de dar la comisión referida; pero no permitiéndolo las circunstancias actuales, me vi precisado a conformarme con hacer el bien posible. Un Congreso Nacional no 15Guillermo Feliú Cruz, El pensamiento político de O’Higgins. Imprenta Universitaria, Santiago de Chile, 1954, pág. 21. 16Guillermo Feliú Cruz, ob. cit, pp. 32-33. 17Al sur del Maule dominaban los realistas. 18Artículo 5, Reglamento para las suscripciones del Proyecto Constitucional de 10 de agosto de 1818. 334 E dición conmemorativa del B icentenario puede componerse sino de los diputados de todos los pueblos, y por ahora sería un delirio mandar a aquellos pueblos que erigiesen a sus diputados, cuando se halla la provincia de Penco, que tiene la mitad de la población de Chile bajo el influjo de los enemigos”19. El proyecto constitucional fue respaldado por la unanimidad de las firmas registradas, mientras que los libros de suscripciones contra el proyecto permanecieron vacíos. El temor de ser reputado como realista o carrerino influyó decisivamente en esta actitud. El 23 de octubre de 1818 todas las corporaciones y autoridades de la República juraron la nueva Constitución. En dicha ocasión el secretario del Consulado, Mariano Egaña Fabres, pronunció un discurso que reflejaba fielmente el sentir colectivo en esos instantes: “Vuestra Excelencia... sosteniendo los derechos de la Nación en los campos de batalla, triunfaba, es verdad, y llevaba tras sí nuestra admiración y gratitud; mas éste era un triunfo en que podían usurpar parte la ilusión de gloria. Pero hacerse esclavo de la ley estando en el lleno de la autoridad; quedar vencedor en esta lucha de Generosidad, donde el pueblo, confiado en, las virtudes del que destina para gobernarlo, pone en sus manos un mando sin límites, y el jefe quiere sólo obedecer a la voluntad pública y hacer crecer la autoridad de su cargo por la de su mérito, éste es el triunfo todo de Vuestra Excelencia y que hace que el día de hoy podamos llamar con mejor título el día de gloria de O’Higgins”20. La Constitución constaba de 5 títulos, 15 capítulos y 147 artículos. El título primero se refería a los derechos y deberes del hombre en sociedad. Proclamaba los derechos a la seguridad individual, honra, hacienda, libertad e igualdad civil. Establecía la inviolabilidad del hogar y los papeles del individuo. Consagraba el derecho de propiedad y daba las reglas elementales de procedimiento judicial. Reclama el acatamiento a la Constitución y la obediencia a las autoridades establecidas por ella (dos capítulos, 22 artículos). El título II, “De la religión del Estado”, en su capítulo único expresaba: “La religión Católica, Apostólica, Romana es exclusiva del Estado de Chile. Su protección, conservación pureza e inviolabilidad será uno de los deberes de los jefes de la sociedad, que no permitirán jamás otro culto público ni doctrina contraria a la de Jesucristo”. En la redacción del presente texto se advertían muy nítidamente las tendencias patronatistas, semijansenistas del Director Supremo21. El título III se refería a la potestad legislativa. En su capítulo primero expresaba, “perteneciendo a la Nación Chilena reunida en sociedad, por un derecho natural e inamisible, la soberanía o facultad para instalar su gobierno y dictar las leyes que le han de regir, lo deberá hacer por medio de sus diputados reunidos en Congreso, y no pudiendo esto verificarse con la brevedad que se desea, un Senado sustituirá, en vez de leyes, reglamentos provisionales en la forma que 19Prefacio al Proyecto Constitucional, 10 de agosto de 1818. 20Jaime Eyzaguirre Gutiérrez, O’Higgins, Ed. Zig-Zag, Santiago de Chile, 1946, p. 241. 21El patronato era considerado por la inmensa mayoría de los americanos como atributo de la soberanía nacional. El jansenismo defendía en Francia la intervención del Estado en los asuntos eclesiásticos, por sobre la autoridad pontificio en la administración de la Iglesia. Para entender el alcance de estas disposiciones debe tenerse en cuenta el realismo de vastos sectores clericales. 335 R evista L ibertador O’ higgins más convenga para los objetos necesarios y urgentes”22. Correspondería al Director Supremo la designación de los cinco integrantes Propietarios del Senado y de los cinco suplentes23. Pese a ello, O’Higgins propuso los nombres de José Ignacio Cienfuegos, Gobernador del Obispado de Santiago24, el del Gobernador Intendente de Santiago, don Francisco de Borja Fontecilla, el Decano del Tribunal de Apelaciones, don Francisco Antonio Pérez, don Juan Agustín Alcalde y don José María Rozas como propietarios; por suplentes a don Martín Calvo Encalada, don Javier Errázuriz, don Agustín Eyzaguirre, don Joaquín Gandarillas y don Joaquín Larrain. Quienes, de ser aprobada la Constitución, pasarían a integrar el Senado. No obstante ser atribución privativa del jefe del Estado su nombramiento, el Libertador prefirió que los legisladores contasen con la ratificación de la ciudadanía. Estos senadores reflejaban la mentalidad e intereses de la aristocracia: “La composición social del Senado fue un triunfo de la aristocracia; en su seno figuraba un mayorazgo y título de Castilla, el Conde de Quinta Alegre, y un personaje que, sin ser ni lo uno ni lo otro, el parentesco, las alianzas matrimoniales y la comunidad de intereses, lo relacionaban con la familia del Marqués de Villapalma. Pérez y Eyzaguirre eran casados con dos señoras Larrain. Errázuriz, pertenecía al grupo poderoso de una estirpe que tenía raíces en el comercio, en la vida profesional de la abogacía y en la agricultura”. “Joaquín Larraín seguía siendo el jefe de la casa otomana de los ochocientos”. “José María Guzmán, lo mismo que Francisco de Boria Fontecilla, eran miembros destacados de la Oligarquía”. “En el Senado, pues, los intereses políticos de las familias Larrain, Pérez, Salas, Errázuriz, Madariaga, Trucias, Aldunate, Vicuña, Alcalde, Guzmán, Calvo. Recabarren, por diversas líneas de parentesco, se encontraban representadas”25. “El Director Supremo había entregado la Corporación a la aristocracia, distribuyéndola equitativamente entre sus diversos sectores, limitándose a excluir, a los desequilibrados y a los carrerinos”26. Los senadores debían ser ciudadanos mayores de 30 años, “de acendrado patriotismo, de integridad, prudencia, sigilo, amor a la justicia y bien público”. “No podrían serlo los Secretarios de Estado ni los dependientes de éstos, ni los que inmediatamente administran intereses del Estado”27. Se advierte aquí el deseo de salvaguardar la independencia del Senado, al vedar a los Ministros y sus dependientes el integrarlo. De la misma manera y por análogas razones se excluía a los que administraren intereses del Estado. Las atribuciones del Senado eran amplias: “Sin el acuerdo del Senado a pluralidad de votos, no se podrán resolver los grandes negocios del Estado, 22Título III, capítulo primero, artículo único. Constitución de 1818. 23Id., capítulo II, artículos 1° y 2°. Constitución de 1919. 24Por destierro del Obispo José Antonio Rodríguez Zorrilla, le correspondía dirigir la diócesis. 25Guillermo Feliú Cruz, obra citada, págs. 33-34. 26Francisco Antonio Encina Armanet, obra citada, V 14, pág. 173. 27Título III, capítulo II, artículo 8°. Constitución de 1818. 336 E dición conmemorativa del B icentenario como imponer contribuciones, pedir empréstitos, declarar la guerra, hacer la paz, firmar tratados de alianza, comercio, neutralidad, mandar embajadores, cónsules, diputados o enviados a potencias extranjeras; levantar nuevas tropas o mandarlas fuera del Estado, emprender obras públicas y crear nuevas autoridades o empleos”28. Podría reformar la Constitución según lo exijan las circunstancias; fomentar la educación, designar una comisión compuesta de un Senador y dos individuos del Tribunal de Apelaciones para tomar la residencia a los empleados del Estado29. Le correspondía asimismo velar por la observancia de la Constitución y resolver las dudas que pudieren suscitarse en torno a su aplicación30. El título IV trataba del Poder Ejecutivo: establecía que el titular del Poder Ejecutivo era un Director Supremo. Cuya elección ya estaba verificada (O’Higgins), según las circunstancias que han ocurrido; pero en lo sucesivo se deberá hacer sobre el consentimiento de gas provincias, conforme al reglamento que para ello formará la potestad legislativa. No obstante la amplitud de sus facultades, ellas estaban limitadas por el Senado, corporación a la cual debía rendir minuciosa cuenta del manejo de los fondos fiscales y no podría “intervenir en negocio alguno judicial, civil o criminal contra persona alguna de cualquiera clase o condición”31. De esta manera se consagraba la independencia del Poder judicial. Es dable hacer notar que la organización dada por la Constitución de 1818 a este Poder del Estado, con un Supremo Tribunal judiciario a la cabeza, una Cámara de Apelaciones y jueces ordinarios inferiores, constituye el primer antecedente de nuestra actual estructura judicial32. Del mismo modo su generación, propuesta en terna del Supremo Tribunal judiciario al Director. La Constitución mantenía la división de Chile en tres provincias: “La Capital, Concepción y Coquimbo. Al frente estaban Gobernadores, Intendentes nombrados por el Director Supremo. Pero en el futuro su designación tendría un carácter popular. Consagraba asimismo la existencia de los Cabildos cuyos miembros gozarían de inmunidad: “ninguno de sus individuos podrá ser arrestado o preso, sino por orden expresa del Supremo Director, quien, sólo la podrá librar en materias de Estado y en las de justicia, la Cámara o Tribunal de Apelaciones; pero si la naturaleza de la causa exigiese un pronto remedio, se le arrestará por la autoridad competente en lugar decente y seguro, y avisará inmediatamente al Director”33. Este precepto reafirmaba el profundo respeto del Libertador hacía las instituciones tradicionales representativas de la Comunidad y sus componentes. Los Cabildos deberían “fomentar el adelanto de la población, industria, educación 28Id., artículo 4°. 29“La residencia consistía en un juicio que, en el período hispánico, se segura a los funcionarios que concluían su gestión. Cualquier agraviado por algún acto realizado por ellos podía demandar sanciones e indemnización por los perjuicios que éstos le hubieran causado. 30Título III, capítulo II, artículos 1° al 9°. 31Título III, capítulo II, artículo 1°. Constitución de 1818. 32Título V, Constitución de 1818. 33Título VI, artículo 1°, Constitución de 1818. 337 R evista L ibertador O’ higgins de la juventud, hospicios, hospitales y cuanto sea interesante al beneficio público”34. Esta Constitución ha merecido el juicio encomiástico del distinguido historiador, de reconocida convicción liberal y parlamentarista, don Julio Heise: “Se consagraba en ella un autoritarismo de duración indefinida; mientras subsistiera la lucha con España. Se concentraba en el Director Supremo la suma del poder. Toda la Administración Pública, la Iglesia y hasta los Tribunales de justicia dependían del Director Supremo”. “Es necesario no confundir este autocratismo con la dictadura. O’Higgins, en general, y hasta donde lo permitió el apremiante problema de la defensa, respetó al Senado y a los Tribunales de justicia, y trató de encuadrar su acción en un marco de legalidad. En verdad, el mecanismo constitucional de la carta de 1818, funcionó durante más de tres años con perfecta regularidad y debemos convenir en que el Senado supo defender con serenidad y altivez su independencia frente al Director Supremo, a quien siempre observó las medidas inconstitucionales”. “A pesar de su tendencia francamente autoritaria y centralizadora, los historiadores están de acuerdo en considerar que la Constitución de 1818 marca un avance en el sentido de deslindar las atribuciones de cada uno de los poderes, principio no respetado en los bosquejos constitucionales de la Patria Vieja”35. Cabe hacer notar que el Prócer siempre consideró como provisoria la Constitución de 1818: “La obra no es acabada, pero es la más análoga a las circunstancias....”. Un pueblo naciente, dice un político profundo, no debe establecer desde un principio un Gobierno demasiado perfecto; su constitución y sus leyes deben ser provisionales, reservándose las facultades de examinarlas para la época de tranquilidad, y de mudar y modificar cuando la República se halla sólidamente establecida, los nuevos reglamentos que quizá sólo son buenos para formarla”36. Junto con enfatizar la provisionalidad de la Carta Fundamental, O’Higgins postulaba aquí el carácter evolutivo, en acuerdo a las transformaciones experimentadas por el país, que debían revestir las estructuras legales vigentes. Tras la partida de la Expedición Libertadora al Perú se agudizaron las discrepancias existentes entre el Director Supremo y el Senado. Esta Alta Corporación quería graduar dos esfuerzos destinados a abatir el poder Virreinal a la capacidad económica del país. Por ello se opuso tenazmente al aumento de las contribuciones, Representó al Director Supremo la conveniencia de moderar los gastos, y aun llegó a insinuarle la posibilidad de que hubiera desarreglos en la administración37. La resistencia se intensificó entre los meses de agosto y septiembre de 1821, cuando más apremiaba la angustiosa situación del Ejército del Sur y de la Provincia de Concepción. “No puede Ud. figurarse –decía O’Higgins a San 34Título VI, artículo 2°, Constitución de 1818. 35Julio Heise Gonzalez, 150 años de Evolución Instituciona, Ed. Andrés Bello, Santiago de Chile, 1979, p. 28. 36Manifiesto del 31 de agosto de 1820. Citado por Guillermo Feliú Cruz, El Pensamiento Político de O’Higgins, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1954, pp. 48-49. 37Al respecto véase: Alcibíades Roldán, Los desacuerdos entre O’Higgins y el Senado Conservador, Anales de la Universidad de Chile, Tomo LXXXII, 1892-1893, Santiago de Chile. 338 E dición conmemorativa del B icentenario Martín, el 16 de agosto de 1821–, lo que me da que hacer nuestro Senado. Ellos me han quitado todos los medios de auxiliar ese ejército, cerrando las puertas a sinnúmero de arbitrios que les he presentado, y últimamente con la baja de derechos de las harinas, del ramo de licores, del derecho del carbón, leña y otros artículos, agregándose a la cesación la contribución mensual en todo el Estado, me ha puesto al borde del precipicio, o me veo en la precisión de disolver este cuerpo mauloso, o pierdo la provincia de Concepción por falta de recursos”38. Los choques prosiguieron, siendo ahora motivo de discordia entre el Ejecutivo y el Senado el nombramiento de los Intendentes de las Provincias y los Tenientes Gobernadores. El Senado pretendía, dejando al Director Supremo el nombramiento de los Gobernadores de Valparaíso, Talcahuano y Valdivia, además del Intendente de Concepción, que en las demás Provincias y Departamentos los Cabildos propusiesen tres individuos americanos chilenos vecinos del lugar para que el titular del Ejecutivo erigiese a uno de ellos. A juicio de O’Higgins, esta forma de nombramiento despertaba las pasiones locales y conducía al desquiciamiento general. El Gobierno no podía desprenderse de la facultad de nombrar y remover a los Intendentes y Gobernadores, sin que el país cayera en el desorden y la anarquía. Tras reiteradas insistencias del Senado, la Corporación sólo volvio a reunirse en junio de 1822, para dejar constancia de que había cesado en sus funciones con la convocatoria de la Convención de 1822. El Director Supremo dispuso que en las capitales de Provincias y Partidos, el Cabildo eligiera a pluralidad absoluta de sufragios un individuo “para miembro de la Convención Preparatoria”, asamblea cuya finalidad sería estudiar las bases de una futura representación nacional; si los Partidos recién liberados de enemigos no tuviesen Cabildos constituidos, los Tenientes Gobernadores congregarían a los vecinos “más acreditados” y éstos elegirían al representante respectivo. Como cualidades necesarias para ser elegible se requeriría ser oriundo del Partido elector, tener más de 25 años y poseer alguna propiedad inmueble o industria. Los diputados no gozarían de ninguna dieta por su labor. El representante de Chiloé, aún ocupada por los realistas, debía ser elegido a la suerte entre tres hijos de esa Provincia residentes en Santiago. Además del derecho de nombrar los encargados de redactar una nueva Constitución, los diputados Podían evacuar las consultas y tomar resoluciones sobre los asuntos que les sometiera el Gobierno. Las sesiones debían empezar el 1° de julio y la duración de la Asamblea era de tres meses. El Director Supremo recomendó a Intendentes y Gobernadores los sujetos que debían resultar electos representantes. Así la Convención quedó compuesta de la siguiente manera: Propietarios: 1. Copiapó, don Manuel Matta; 2. Coquimbo, don José Antonio Bustamante; 3. Vallenar, don Francisco de Borja Valdés; 4. Illapel, don José Miguel Irarrázaval; 5. Petorca, don Manuel Silva; 6. La Ligua, don Nicolás de la Cerda; 7. San Felipe, don Francisco de Paula Caldera; S. Santa Rosa de Los Andes, don José Antonio Rosales; 9. Quillota, don Francisco Olmos; 10. Valparaíso, Fray Celedonio Gallinato; 11. Casablanca, don Santiago Montt; 12. 38Francisco Antonio Encina Armanet, obra citada, V 16, pág. 193. 339 R evista L ibertador O’ higgins Santiago, don Francisco Ruiz-Tagle; 13. Rancagua, don Fernando Errázuriz; 14. Melipilla, don Francisco Vargas; 15. San Fernando, don Francisco Valdivieso; 16. Curicó, don Pedro José Peña y Lillo; 19. Cauquenes, don Juan de Dios Urrutia; 20. Parral, don Domingo Urrutia; 21. San Carlos, don Juan Manuel Arriagada; 22. Chillán, don Pedro Arriagada; 23. Concepción, don Santiago Fernández; 24. Quirihue, don Juan Antonio González Palma; 25. Rere, don Francisco Acuña; 26. Los Ángeles, don Agustín Aldea; 27. Florida, don Pedro Trujillo; 28. Valdivia, don Camilo Henríquez; 29. Osorno, don José Antonio Arteaga; 30. Chiloé, don José Antonio Vera. En relación a los componentes de esta Asamblea, elegidos fundamentalmente debido a la influencia del Gobierno, cabe hacer notar que: “Mirado desde el punto de vista de su origen, el Congreso tenía tanto de democrático como las asambleas que lo habían precedido desde 1810. La única diferencia respecto de las primeras, era que la elección se había hecho por orden del Ejecutivo constituido, en vez de hacerse por un pequeño grupo de vecinos o por una autoridad de hecho, que se arrogaban la representación del pueblo, aun enteramente incapaz de pensar y de querer políticamente. En este sentido no marcaba avance ni retroceso. En cuanto a su composición, se parecía a los Congresos que se sucedieron entre 1830 y 1891. Estaban excluidos los opositores sistemáticos, los violentos y los enemigos del Gobierno. Predominaban en la Convención sin contrapeso los individuos honrados, respetables y los funcionarios, o sea, lo que más tarde se llamó elemento oficial, gobiernista o carneros, que hasta 1891 representaron la gran mayoría del país, matizados con algunos independientes: Irarrázaval, Caldera, Errázuriz y otros”39. Estimamos acertada en este aspecto la opinión del destacado historiador citado, ya que, tal como la experiencia lo había sobradamente demostrado y quedaría reiterado después de 1823, no estaban dadas en Chile las condiciones indispensables para realizar procesos plenamente democráticos e instaurar un régimen parlamentario liberal. Se ha sostenido que los convencionales fueron instrumentos incondicionales del Ministro Rodríguez Aldea40, sin embargo, del desapasionado análisis, de los integrantes de dicha asamblea surge una impresión muy distinta. Solamente el caso del diputado por Los Ángeles, Agustín de Aldea41, podría dar fundamento a este enfoque, pero constituye la excepción y no la regla. En su mensaje a la Convención, O’Higgins expresa: “Vais a poner los cimientos de la ley fundamental, que es la alianza entre el Gobierno y el pueblo, y que 39Francisco Antonio Encina Armanet, obra citada, V 16, p.. 197. 40José Antonio Rodríguez Aldea, había sido nombrado Ministro de Hacienda interino por el Director Supremo el 2 de mayo de 1820. La designación cayó mal desde el primer momento. El nuevo Ministro había servido altos cargos realistas hasta 1817 y, aunque se había conducido con moderación, se le miraba con desconfianza por el grueso de la clase dirigente. La indiscutido competencia administrativa de Rodríguez Aldea sería la causa de que llegara a ejercer una gran influencia sobre el Libertador. Tras la renuncia de Zenteno asumirá la cartera de Guerra conservando la de Hacienda. 41Los Ángeles carecía de Cabildo, la elección de Agustín de Aldea levantó una tempestad de protestas. Había figurado como oficial en las bandas de Vicente Benavides y se le imputaron actos de crueldad y delitos que le hacían acreedor a la pena de muerte. Cogido prisionero después del combate de la Alameda de Concepción, Freire pensó fusilarlo, pero tomando en cuenta el hecho de ser primo hermano del Ministro Rodríguez Aldea, lo remitió a Valparaíso con una barra de grillos, creyendo que el Gobierno le conmutaría la pena capital por la de destierro. El Ministro lo puso en libertad y lo llevó a vivir con él a su casa. El Cabildo de Concepción solicitó infructuosamente la exclusión de Aldea. 340 E dición conmemorativa del B icentenario asegura la quietud interior, produce la abundancia, abre recursos y afianza la justicia...”. “Bien conozco que la honorable convención, no reviste todo el carácter de representación nacional, cual tiene en otros países constituidos, y la cual gozaremos después. Empero, siendo una reunión popular, respetable y la única que legalmente se podía tener por ahora, yo le dirijo la palabra como si estuviera congregado en esta sala todo el pueblo chileno, cuyos intereses he mirado como padre y cuya seguridad y gloria ha sostenido mi espada”. “Si hasta aquí no pude hacer todo lo que deseaba, culpad mi impotencia y no mi voluntad”. Refiriéndose a la difícil lucha por consolidar la independencia dice: “La recibí aún esclavizada; os la entrego libre y ceñida de laureles, pero en su infancia y en débiles principios. Toca a vuestras virtudes y sabiduría engrandecerla, enriquecerla, educarla e ilustrarla”. Suponiendo que con la reunión de la asamblea pasaba a ella el poder de que estaba investido, le hacia entrega del mando, y le pedía que designara su sucesor. “Demasiado tiempo he llevado sobre mis débiles hombros la pesada máquina de la administración y os suplico encarecidamente que hoy mismo me descarguéis de ella”42. La Asamblea rechazó por aclamación la renuncia presentada por el Prócer, se dispuso que el vicepresidente de ella, el presbítero Casino AIbano, acompañado de ocho representantes, pusiera el hecho en conocimiento del Director Supremo. Pese a la oposición del diputado por San Felipe, Francisco de Padua Caldera, la Convención declaró que en ella residía la potestad legislativa. En virtud de ello, solicitó al Director Supremo la reposición en el gobierno del Obispado de Santiago del titular José Santiago Rodríguez Zorrilla y la dictación de una amplia amnistía política. El gobernante accedió a ambas peticiones. Para un mejor cumplimiento de sus funciones legislativas, la Convención se dividió en comisiones43. La comisión encargada de elaborar un proyecto constitucional quedó integrada por los diputados Casimiro Albano, José Santiago Montt, Francisco Olmos y Camilo Henríquez; los doctores José Gregorio Argomedo y José Tadeo Mancheño y el licenciado Santiago Echevers. El diputado por Illapel, José Miguel Irarrázaval negó a la Convención el derecho a promulgar una constitución. A su juicio, sólo era una asamblea preliminar, cuyo mandato se limitaba a designar la corte de representantes. Sin embargo, la asamblea prosiguió el estudio del proyecto elaborado por la comisión respectiva. Una nueva comisión formada por Francisco Ruiz-Tagle, Camilo Henríquez, José Gabriel Palma y Casimiro Albano, quedó encargada de ordenar los artículos y de corregir la redacción. Las modificaciones fueron pocas y de escasa trascendencia. La Constitución se promulgó el 30 de octubre de 1822. La Carta Constitucional dividiese en 9 títulos, 24 capítulos y 248 artículos. En su título primero, capítulo primero, definía la Nación Chilena como la unión de todos los chilenos. En ella reside la soberanía, cuyo ejercicio delega conforme a la Constitución. La proclamaba “libre e independiente de la monarquía española 42Sesiones de los cuerpos legislativos, tomo VI, pp. 27-29. 43Las comisiones eran ocho y podían figurar en ellas individuos extraños a la Convención. 341 R evista L ibertador O’ higgins y de cualesquiera otra potencia extranjera: pertenecerá sólo a si misma, y jamás a ninguna persona ni familia”44. El artículo 3° del mismo título señalaba los límites del territorio nacional: al sur, con el Cabo de Hornos; al norte, el despoblado de Atacama; al oriente, los Andes; al occidente, el mar Pacífico. Le pertenecen las islas del Archipiélago de Chiloé, las de la Mocha, las de Juan Fernández, la de Santa María, y demás adyacentes45. El artículo 4° del capítulo II define a los chilenos: 1° Los nacidos en el territorio de Chile (Ius Solis); 2° Los hijos de chileno y de chilena, aunque hayan nacido fuera del Estado (Ius Sanguinis); 3° Los extranjeros casados con chilena, a los tres años de residencia en Chile; 4° Los extranjeros casados con extranjera, a los cinco años de residencia en el país, si ejercen la agricultura o la industria, con un capital propio, que no baje de dos mil pesos; o el comercio, con tal que posean bienes raíces de su dominio, cuyo valor exceda de cuatro mil pesos46. El título II se refiere a la religión del Estado. “La religión del Estado es la Católica, Apostólica, Romana, con exclusión de cualquiera otra. Su protección, conservación, pureza e inviolabilidad es uno de los primeros deberes de los jóvenes Jefes del Estado, como el de los habitantes del territorio su mayor respeto y veneración, cualesquiera sean sus opiniones privadas”47. El título III se refería al Gobierno y a los ciudadanos: establecía que “el Gobierno de Chile será siempre representativo, compuesto de tres poderes independientes, Legislativo, Ejecutivo y Judicial”48. El Poder Legislativo reside en un Congreso, el Ejecutivo en un Director, y el judicial en los Tribunales de Justicia. Los ciudadanos serían los chilenos mayores de veinticinco años o casados49 y que sepan leer y escribir; pero esta última calidad no tendrá lugar hasta el año de 183350. El título IV, del Congreso, establecía. “El Congreso se compone de dos Cámaras, la del Senado y la de los Diputados. Se reunirá cada dos años, el 18 de septiembre, teniéndose por primera época la de la actual legislatura de 1822”. Este concepto de un Poder Legislativo Bicameral aparecía por primera vez en nuestra historia constitucional, y estaba llamado a perdurar, puesto, que todas las constituciones posteriores retendrían esta modalidad. Los legisladores 44Lo que venía a significar que Jamás el Estado de Chile podría convertirse en una monarquía. 45Estos límites dejaban fuera el Chile trasandino. Contrasta con la constante preocupación por este territorio emanada de la correspondencia del Libertador. Este error sería reproducido por las Constituciones de 1823, 1828 y 1833. 46Se advierte aquí el marcado propósito de seleccionar la inmigración extranjera. 47Este artículo lo del capítulo único del título II de la Constitución reflejaba las tendencias patronatistas, semigalicanas del Gobierno. 48Se consagraba el principio de la división de Poderes. Se rechazaba toda posibilidad de democracia directa o semidirecta. Esto debido a las condiciones del país y a los temores a la demagogia. 49Se presumía que los hombres casados, debido a su condición de jefes de familia, estaban dotados de un mayor sentido de responsabilidad. 50Se estimaba que el avance de la alfabetización haría accesible con el tiempo el cumplimiento de esta condición a las grandes mayorías. 342 E dición conmemorativa del B icentenario consideraron que dos instancias revisoras a las leyes asegurarían mejor su eficacia. La Cámara del Senado se formará: 1° De los individuos de la Corte de Representantes elegidos por la Cámara de Diputados en la forma que se dirá, y de los ex Directores; 2° De los Ministros de Estado; 3° De los Obispos con jurisdicción dentro del territorio, y en su defecto de la Dignidad que presida el Cabildo Eclesiástico; 4° De un Ministro del Supremo Tribunal de justicia, nombrado por el mismo Tribunal; 5° De tres jefes del Ejército, de la clase de brigadier, inclusive arriba, nombrados por el Poder Ejecutivo; 6° Del Delegado Directorial del Departamento en que abra sus sesiones el Congreso; 7° De un Doctor de cada Universidad nombrado por su claustro; 8° De dos comerciantes y dos hacendados, cuyo capital no baje de treinta mil pesos, nombrados por la Cámara de Diputados. La existencia de una Cámara Alta de generación ajena a las veleidades electoralistas, obedecía al deseo de procurar una mayor estabilidad institucional, asimismo, aprovechar la versación y experiencia de sus componentes en el proceso legislativo. Surge instantáneamente la comparación con la Cámara de los Lores -británica, compuesta de nobles hereditarios, jerarquías eclesiásticas, altos dignatarios y destacados especialistas, corporación que ha prestado importantes servicios a Gran Bretaña en el pasado y que aún en nuestros días continúa colaborando a la evolución legislativa del Reino Unido a través de doctas opiniones y versados estudios. Es altamente probable que el recuerdo de su residencia en dichas islas haya influido en el Libertador para postular esta modalidad. Es dable destacar que algo de esto subsiste en la generación del Senado establecida por la Constitución de 1980, actualmente vigente51. La Cámara de Diputados estaría compuesta de miembros electos por Departamentos a razón de uno por cada 15.000 habitantes o fracción que no bajase de 7.000. Si un Departamento no reunía esta población, se uniría al más inmediato. Los diputados serían elegidos en forma indirecta. Los Cabildos harían un sorteo entre los ciudadanos para escoger uno por cada mil habitantes, correspondería a estos electores especiales elegir a los diputados de los departamentos. Se perseguía con este sistema indirecto procurar una mejor selección de los futuros legisladores. Durante los períodos de receso del Congreso funcionaría una Corte de Representantes, compuesta de siete individuos electos por la Cámara de Diputados en votación secreta, y de los ex Directores, que serán miembros vitalicios, La Corte de Representantes tendrán las siguientes facultades: 1° Cuidar del cumplimiento de la Constitución y de las leyes; 2° Convocar al Congreso en casos extraordinarios; 3° Recibir las actas y poderes de los diputados, aprobarlos o reprobarlos; 4° Ejercer provisoriamente y conforme a la Constitución, todo lo que corresponde al Poder Legislativo; pero sin que sus determinaciones tengan fuerza de ley permanente, hasta la aprobación (ratificación) del Congreso. Esta 51Integran el Senado, además de los senadores elegidos, dos ex Ministros de la Corte Suprema de justicia, elegidos en votación sucesiva por ella; un ex Contralor General de la República elegido también por la Corte Suprema de justicia; un ex Rector de Universidad designado por el Presidente de la República, un ex Ministro de Estado, de un Gobierno anterior al que lo designa, nombrado por el Presidente de la República; cuatro ex Comandantes en jefe del Ejército, Marina, Aviación y Carabineros de Chile, elegidos por el Consejo de Seguridad Nacional. 343 R evista L ibertador O’ higgins institución sería recogida por la Constitución de 1833, bajo la denominación de “Comisión Conservadora”. Las Constituciones de 1925 y 1980 dotarían de parte de estas facultades al Presidente del Senado en virtud de su calidad de jefe del Poder Legislativo. El título V, del Poder Ejecutivo, colocaba a la cabeza de éste a un Director Supremo, quien debía ser siempre electivo, y jamás hereditario, su período de duración sería de seis años y podrá ser reelegido una sola vez por cuatro años más. Correspondería a ambas Cámaras reunidas la designación del Director Supremo. Se tendría por primera elección la hecha por la Convención del actual Director en la presente legislatura de 182252. El Director Supremo gobernaría asistido por tres Ministros Secretarios de Estado: Gobierno y Relaciones Exteriores, Hacienda, Guerra y Marina. El título VI, del Gobierno interior de los pueblos, suprimía las Provincias (Intendencias) reemplazándolas por Departamentos a cargo de un Delegado Directorial designado por el titular del Poder Ejecutivo53. Establecía la subsistencia de los Cabildos existentes hasta que el Congreso determinara su número definitivo y atribuciones. El título VII, del Poder Judicial, consagraba la independencia del Poder judicial y mantenía básicamente la estructura creada por el Reglamento Constitucional de 1818: un Tribunal Supremo, Cámara de Apelaciones, Tribunales y empleados de justicia, Organización que, en líneas generales, subsiste hasta nuestros días. El título VIII, de la Educación Pública, disponía que la educación pública fuese uniforme en todas las escuelas, que se procurase la existencia de escuelas públicas de primeras letras en todas las poblaciones, los conventos de religiosos estarían obligados a crear escuelas, igual cosa los monasterios de monjas para las jóvenes. Señalaba una preocupación preferente por el Instituto Nacional54. El título IX, de la Fuerza Militar, indicaba que ésta sería controlada por los Poderes Ejecutivo y Legislativo, quienes acordarían su contingente, distribución, modalidad y duración de sus mandos. Igual cosa en relación a las Milicias, lo que debían efectuar “gravando a sus individuos cuanto menos sea posible, a fin de no distraerlos de sus atenciones particulares”55. El juicio unánime de los historiadores es que la Constitución de 1822 era el texto mejor elaborado hasta entonces en Chile. Garantizaba eficazmente las libertades individuales y permitía el ejercicio de una administración eficaz56. A través de somero análisis de la obra constitucional del Libertador hemos procurado destacar sus logros, en especial lo que aún permanece vigente de ella. Nuestra conclusión es que no sólo debemos la independencia de Chile a Bernardo O’Higgins, sino también las bases de nuestra organización institucional, cuyos principios inspirados están presentes en muchas de nuestras actuales instituciones públicas vigentes. 52Esto significaba la posibilidad, altamente probable, de prolongar por diez años el gobierno de O’Higgins. Lo que era muy resistido por la aristocracia santiaguina. 53Esta fue una de las disposiciones constitucionales que despertaron mayor rechazo Concepción y Coquimbo se veían disgregadas y se sentían reducidas a la impotencia frente a la Capital. 54Establecimiento que era a la vez de enseñanza básica, media y superior. 55Título IX, capítulo II, artículo 242. 56Especialmente Diego Barros Arana há sido enfático en este punto. 344 E dición conmemorativa del B icentenario JOSÉ IGNACIO ZENTENO DEL POZO. MINISTRO DE GUERRA Y MARINA DE BERNARDO O’HIGGINS Hosmán Pérez Sepúlveda1 En la Parroquia de Santa Ana, en Santiago, existe el siguiente documento firmado por el presbítero Alejandro Echeverría, Cura rector de ese templo: “Certifico que en el Libro XII de Nacimientos, que principia en 13 de marzo de 1782 y que termina en 28 de diciembre de 1792, a fojas 82 vit. Se encuentra una partida del tenor siguiente: “En la ciudad de Santiago de Chile, en 29 de julio de 1786, en esta iglesia parroquial de S° Ana, el Dor. don José Ramón de Aristegui, con licencia, bautizó, puso óleo i crísma a Josef Ignacio, Ramón, Antonio, de un día, hijo legítimo de D. Antonio Zenteno i de C° Bíctoria del Pozo, P. P. Dn. Josef Antonio Aristeguí y Da. María lgnacia Arostegui, de que doy fe. - Juan de Dios Zerda. (Hay una rúbrica)”. “Concuerda con el original citado, i para que conste doy el presente a petición de parte y para los fines que le conviniera, en esta Parroquia de Santa Ana de Santiago, a veinticuatro días del mes de julio de mil ochocientos ochenta y cinco. (Fdo.) Alejandro Echeverría, Cura Rector” Como queda establecido documentalmente, este esclarecido patriota nació en Santiago, el 28 de julio de 1786, en una solariega casa señalada con el N° 15 de la calle San Antonio. Sus progenitores fueron don Antonio Zenteno i Bustamante, escribano público de Santiago y la distinguida dama doña Victoria del Pozo i Silva. Sus estudios los realizó en el Colegio Carolino, en el cual José Ignacio lució su natural inteligencia y su reposado carácter. Por línea paterna, sus abuelos se habían establecido en Chile a principios del siglo 18 (aproximadamente en 1705), El primer tronco que llegó a la Colonia, fue el alférez de caballería don Antonio Zenteno i Azúa, hijo según lo declara en su testamento otorgado en Santiago con fecha 29 de febrero de 1740, de don Francisco Zenteno y doña Ana de Azúa, ambos naturales de Castilla La Nueva. Volviendo a don Antonio Zenteno fundador de esta ilustre familia, en sus tiempos mozos hizo la campaña de la frontera y prestó importantes servicios en la conquista del reino de Chile, según se desprende del título de capitán firmado con fecha 24 de octubre de 1773 por el gobernador español y posteriormente virrey del Perú, José Manso de Velasco. 1 General Inspector de Carabineros, Oficial graduado en la Academia de Ciencias Policiales, Profesor de la Escuela de Carabineros de Chile. Consejero Nacional del Instituto O’Higginiano de Chile. 345 R evista L ibertador O’ higgins Deseoso de fundar familia y afincarse definitivamente en esta lejana tierra, allá por el año 1710, don Antonio compró a un capitán llamado José Lepe, probablemente en alguno de sus retornos del sur, un sitio en la parte norte del río Mapocho, que ya se conocía con el nombre de “Chimba”2, frente a la Recoleta Franciscana y que medía: 200 varas de frente3 por 300 de fondo, por el precio de 500 pesos, al rédito del 4%. La tasación de sus bienes que se practicó pocos años después de su muerte, ascendía a la suma de cinco mil setecientos noventa y dos pesos, incluyendo el valor del terreno y el de cuatro esclavos. Antonio Zenteno i Azúa, se casó con doña Catalina Flores i Guzmán. En su testamento declara como hijos legítimos a don Andrés Zenteno i Flores, abuelo del General don Jose Ignacio Zenteno. El referido don Andrés, se dedicó al comercio y hizo buena fortuna para aquella época, pues llegó a tener dos naves que hacían la ruta entre Valparaíso y las costas del Perú. Contrajo matrimonio con doña Eufemia Bustamante y firmó testamento el 1° de septiembre del año 1756. Lamentablemente poco antes de esa fecha, había sufrido un descalabro económico que le obligó a hacer cesión de sus bienes. Falleció probablemente, poco después de haber testado. Su hijo don Antonio Zenteno y Bustamante, entró en conversaciones con los acreedores y trató de levantar el negocio y la fortuna de su padre, alcanzando a realizar un cargamento de mercaderías al Perú, pero el destino no le sonrió más a que su antecesor. Así las cosas, cambiando de giro, compró en 600 pesos un puesto de Escribano Público (Notario) recientemente creado y cuyo título lo extendió la Real Audiencia de Santiago, con la expresa condición de “presentar en el plazo de cuatro años título del rey”. Dicho documento lo obtuvo ya expirado el plazo, por conducto de un primo en segundo grado que llegó a Chile promovido a Decano de la Real Audiencia, llamado Luis de Santa Cruz i Zenteno, Caballero de la Orden de Santiago, el cual fue instalado en el referido Tribunal en noviembre de 1778. Siguiendo con el estudio genealógico, don Antonio Zenteno i Bustamante, casó con doña Victoria del Pozo i Silva, el 1° de septiembre de 1785, de cuyo matrimonio, nació en el mes de julio de 1786, don José Ignacio. El destino quiso que el padre del futuro adalid de la gesta emancipadora, falleciera prematuramente dejando a la familia sin recursos suficientes para la educación de sus hijos, Ocurrido este triste acontecimiento, José Ignacio tuvo que abandonar sus estudios y deseos de titularse de abogado, debiendo ocupar en el año 1806, el puesto de escribano heredado de su padre, modesta función en la cual no había posibilidad alguna de gloria ni esplendor. El futuro general, desde su modesto escritorio, sigue de cerca el movimiento revolucionario iniciado el 18 de septiembre de 1810 y contempla entusiasmado el resultado de los acontecimientos. Muy pronto, sintiendo en cuerpo y alma el grito de la ansiada libertad, se alista al lado de quienes en un comienzo en forma reservada y después a cara descubierta, llevaron a Chile por el sendero 2 Chilenismo. Barrio menor de un pueblo cortado en dos por un río. 3 Vara: En Castilla, España, medida de longitud de 0,83.5 mts. 346 E dición conmemorativa del B icentenario de la plena independencia que habría de culminar en las memorables batallas de Chacabuco y Maipú. Ahora bien: por parte de su madre doña Victoria del Pozo, la familia del General Zenteno, fue una de las más notables del período colonial. Desde comienzos del siglo 18, contó entre sus miembros a personas esclarecidas por su ilustración y las altas funciones públicas que desempeñaron con singular acierto. Doña Victoria hija legítima de don Tomás del Pozo i Silva, era nieta del Corregidor General y Canciller de la Real Audiencia don Luis del Pozo i Silva, quien a su vez, era hijo del General don Alonso del Pozo i Silva, conquistador y fundador de algunos pueblos de la frontera. Don Luis testó el 15 de julio de 1771 y de este documento, se han obtenido los pormenores de su ilustre familia, como también del que fue extendido por don Tomás, padre de doña Victoria. A esta familia ya extinguida, perteneció el obispo don Alfonso del Pozo i Silva, tío del General del mismo nombre, habiendo sido este sacerdote el primer Chileno (era natural de Concepción), que llegó a la dignidad de arzobispo, pues desde la silla episcopal4 de Santiago, fue promovido al arzobispado de Charcas, volviendo después a la capital de Chile, donde falleció en 1725. Los buenos antecedentes familiares enumerados, de nada sirvieron al ilustre y futuro General don José Ignacio Zenteno. Ellos no eran sino simples recuerdos que pocos conocían. Nació en un hogar pobre pero honorable y tuvo que luchar solo en el rudo combate de la vida, Si sus antecedentes genealógicos de algo le sirvieron, fue solamente para conservar la dignidad de su nombre, el respeto por si mismo y el de sus contemporáneos5. Es indudable que el General Zenteno, según lo señalan destacados historiadores, tuvo admirables aptitudes de organizador en la conformación del Ejército de Los Andes, iguales a las de José de San Martín, aún cuando según Francisco Antonio Encina, estimó que carecía de la astucia e Iniciativa que el argentino tenía. Sin embargo concluye este connotado historiador, que “inútilmente se buscará entre los Chilenos y los argentinos de su época, otro hombre que hubiera podido reemplazarlo. Baste recordar que en Chile, sólo fue excedido sesenta y tres años más tarde, por el poderoso cerebro organizador de Rafael Sotomayor Baeza6. A Zenteno le correspondió una gloria dificil de igualar, En medio de los avatares de la lucha contra el monarca español y el peligro que significaba la segunda invasión de Mariano Osorio, el Director Supremo Bernardo O’Higgins, quiso que la independencia nacional se proclamase solemnemente y fuera expuesta a la faz de las naciones y que los ciudadanos prestasen juramento de sostenerla con sacrificios sin medida. El documento en que consta esta proclama y que debería ser del conocimiento y veneración de todos nuestros conciudadanos, incluye la firma de José Ignacio Zenteno y probablemente más de alguna sugerencia suya 4 Silla = cátedra. Dignidad pontificio o episcopal. 5 Apuntes biográficos de José Ignacio Zenteno. Diario “El Ferrocarril”, 1875. 6 Ministro en campaña durante la Guerra del Pacífico. 347 R evista L ibertador O’ higgins debe haberse incluido en su redacción encargada por O’Higgins al Ministro del Interior Miguel Zañartu. Además, debe reconocérsela a Zenteno, el mérito de haber dado a la República nuestra actual bandera. En el curso de nuestra exposición y para una más completa inteligencia del importantísimo papel que jugó este esclarecido patriota en la lucha por nuestra independencia, debemos dejar establecido, que José Ignacio Zenteno Del Pozo, ocho años menor que O’Higgins, fue su Ministro de Guerra y Marina, admirable por su generosidad, por sus cualidades humanas y morales ejemplares, de una rectitud y honestidad a toda prueba, de una laboriosidad incansable y de una habilidad extraordinaria para atender a la minuciosidad y multiplicidad de una empresa organizativa. Construyó con tesón e inteligencia, con sus manos y con su alma, las dos obras cumbres del gobierno de Bernardo O’Higgins: El Ejército y la Escuadra que hicieron posible la libertad del Perú. Conocida es la sentencia del Director Supremo del Estado pronunciada después de Chacabuco: “Este triunfo y cien más, se harán insuficientes si no dominamos el mar”. Tarea de titanes fue formar una Escuadra de la nada, preparar y financiar además una Expedición Libertadora estando las arcas fiscales enflaquecidas exhaustas. En aquellos azarosos tiempos se pensó, que era una tarea poco menos que demencial y de dudosa realización para un país pequeño como Chile. Así lo creyó el propio San Martín, que siempre tuvo más confianza a este aspecto en el apoyo del gobierno argentino que en el Chileno para acometer y llevar a feliz término, estas dos magnas empresas libertarías. Es necesario señalar, que estas colosales tareas fueron obra exclusiva de O’Higgins como resultado de una voluntad que no titubeó ante las enormes dificultades financieras. Sin embargo, es justo reconocer el admirable esfuerzo Realizador de José Ignacio Zenteno, que habiendo sido elemento decisivo en la Organización del Ejército de Los Andes en Mendoza bajo las órdenes de José de San Martín, no sólo desplegó la misma eficiente actividad en tan notable empresa, sino que agregó ahora, aquella invalorable experiencia adquirida, haber asesorado a O’Higgins inmediatamente después de la victoria de Chacabuco, cuya mira obsesiva apuntaba a la conquista del Virreinato del Perú, indispensable para conservar y asegurar la emancipación de Chile. El periódico “El Duende”, que en la época se publicaba en Santiago, hizo el siguiente comentario: “La Escuadra se ha formado sobre un cimiento de imposibles, sin marinos, sin oficiales, sin soldados de marina, sin arsenales, sin constructores, sin calafates, sin arbitrios, sin auxilio extraño, sin dineros, llenos de deudas, luchando con las dificultades y venciendo contradicciones de todo el mundo,... los buques respetables de la nación, se hallan hoy en el mar, pagados sus antiguos dueños, tripulados, astillados, bien provistos y socorridos por dos meses”7. Se insiste, que fueron admirables los esfuerzos que hicieron O’Higgins y Zenteno para crear la primera Escuadra Nacional, sin más auxilio argentino que 7 “O’Higgins El Libertador”. Jorge lbáñez Vergara- Gráfica San Esteban”. Pag. 154. 348 E dición conmemorativa del B icentenario el bergantín “intrépido”. No sólo organizaron y sostuvieron el Ejército de tierra llenando sus bajas y mejorando su armamento sino que lo elevaron de 6.707 hombres con que contaba al 30 de mayo, a 7.447 al 22 de octubre de 1818. La gran cabeza organizadora de Zenteno que tanto contrasta con la ineptitud de algunos próceres de la Patria Vieja, había operado el milagro. La febril actividad del Ministro, asombró a los hombres de su época. San Martín a mediados de 1817, le escribe a O’Higgins reclamando el retorno de Zenteno, a Santiago, el que eventualmente se encontraba sirviendo de secretario al Padre de la Patria en el asedio a Talcahuano: “No puede usted figurarse la falta que hace Zenteno en ésta. Usted haría un bien si lo enviase i tomando a Arcos por su secretario. Crea usted mi amigo que el ramo de la guerra necesita un hombre de la actividad i traba de nuestro amigo”. Pocas semanas después le insiste en los siguientes términos: “Sin Zenteno no serán muy rápidos los progresos del ejército. Ya tengo dicho a usted en el correo anterior mi opinión sobre su venida”. Vuelve San Martín a insistir poco después: “Años se me hace la tardanza de Zenteno. Tal es la falta que me hace”. O’Higgins elude enviarlo y le contesta: “Zenteno marcharía ahora mismo, pero estando ya en vísperas de atacar Talcahuano i teniendo todos los negocios enteramente entregados a él, me tomaría mucho tiempo el entrar de nuevo a instruir un nuevo secretario en medio de atenciones tan vastas. Concluido el enemigo, que espero será muy en breve (Zenteno), volará para ésa. Y O’Higgins escribía a San Martín en 1818: “Zenteno está gravemente enfermo. Los trabajos de la Escuadra están por consiguiente paralizados, porque sólo él tiene los resortes de este arduo negocio” Confirma la formidable capacidad del Ministro de la Guerra y Marina, el siguiente recuerdo hecho por O’Higgins en el año 1841. Estando en el puerto de El Callao la fragata “Chile”, el virtuoso O’Higgins, acrisolado por el destierro y la proximidad de la muerte debido a su grave enfermedad, se paseaba trémulo y emocionado sostenido en pie por dos oficiales del buque. Recordaba con entusiasma y ternura a Chile y sobre todo a los hombres de la independencia y dirigiéndose a los que le rodeaban les dijo: “recuerden bien las palabras que ahora me oyen: sin don José Ignacio Zenteno i don Miguel Zañartu, la independencia de Chile, habría sido imposible en esa época”. En la interesante obra titulada “El General Zenteno. Apuntes biográficos”, publicada por el diario “El Ferrocarril” el año 1875, en el número correspondiente al 31 de agosto, se puede leer lo que sigue, que dará una idea de la actividad de Zenteno y de su constancia y devoción por servir a la independencia de su querido Chile: “No es posible, sin fatigar la atención del lector, dar una idea ni aproximada del movimiento administrativo habido en la Secretaría entregada del todo a la dirección de Zenteno: baste decir que no hay ninguna exageración al afirmar que en los archivos que aún se conservan, existen por lo menos, diez mil firmas que dice: “José Ignacio Zenteno” al pie de los decretos, notas, circulares, instrucciones y demás piezas oficiales desde el año 1817 hasta fines del año 21. Sería tarea ingrata y abrumadora, hacer desfilar con orden y método, esa serie inmensa de grandes medidas y de pequeños detalles”. 349 R evista L ibertador O’ higgins El templado valor, la honestidad y probidad del Ministro Zenteno, quedan reflejados en las siguientes instrucciones de carácter reservado que impartió al capitán de la Fragata “Lautaro”: “Por punto general, no vacilará en atacar toda fuerza enemiga a menos que no sea superior a la suya y que no haya probabilidad de triunfo pero, empeñado el combate, clavará de firme él mismo su bandera. No hay medio, entre una muerte gloriosa y la ignominiosa que espera a nuestra oficialidad y tropa si son rendidos. Hacer volar el buque, es el único que le prescribe el honor nacional y les impone el Gobierno”. A continuación se lee: “El Gobierno está íntimamente persuadido del honor y delicadeza que caracterizan al Jefe y Oficialidad de la Escuadra pero, en obsequio de ese honor mismo, quiere dictarles una regla fija sobre la conducta que deben observar con las presas que hicieren, en los términos siguientes: Inmediatamente después de rendido el buque apresado, se procederá al examen y reconocimiento de todos los papeles, efectos, cargamento, armamento y municiones y se formará el inventario de todos ellos por el contador del buque apresador, a presencia del capitán apresado y del oficial que se designare por cabo de presa, firmando los tres. Esta operación practicada, se pondrán en seguida los sellos en las arcas, baúles, escotillas, camarotes y demás parajes del buque donde se encierren efectos, dejando una copia legalizada del inventario en poder del Comandante en Jefe y el original, igualmente que los papeles de a bordo, sellados en la forma indicada y rotulados a mi Secretario del Ministerio de Marina, serán entregados al oficial encargado de la presa, bajo la más grave responsabilidad si se observara la menor fractura y se dirigirán a dicho Ministerio”. “Precaución reservadas si por algún evento hiciese algún buque señal de motín, inmediatamente se pondrán los demás al alcance de sus fuegos y mandarán sus esquifes8 prevenidos de gente armada y de ningún modo se retirarán a sus bordos hasta que queden bien satisfechos de la pacificación los Oficiales que vayan a esta diligencia”. Uno de los sacrificios personales que Zenteno hizo durante su lucha por la independencia, se encuentra en el relato que por boca de sus hijos se conoce. Según ellos, una tarde del verano de 1814, se paseaba San Martín pensativo y preocupado por las afueras de la ciudad de Mendoza de la cual era Gobernador y notando que un hombre seco de carnes, pálido pero decentemente vestido, estaba techando un humilde rancho a la orilla del camino, preguntó por su nombre. Le contestaron ser el Chileno José Ignacio Zenteno, que se construía por sus propias manos, un techo para vivir. San Martín, que tenía mirada de águila para calar a los hombres, comprendió de inmediato la calidad moral de aquel emigrado, que nada tenía y nada pedía. Conversó brevemente con él y desde aquella tarde, el “filósofo”, nombre familiar y cariñoso con el cual San Martín llamó después a Zenteno, lo incorporó prontamente al Ejército de Los Andes como su secretario particular. Otro episodio en la sacrificada vida de tan preclaro patriota, organizador magnífico del Ejército y de la Escuadra Libertadora, se desarrolla en Lima el año 8 Esquife: bote pequeño. 350 E dición conmemorativa del B icentenario 1827. Ha caído en desgracia ante las autoridades de la época por su amistad con O’Higgins y “Chile le ha dado su pago”. En su destierro, no tiene un pan que comer y “su amado jefe” (este es el título con que nombra al Padre de la Patria en todas sus cartas), se encuentra en su hacienda de Montalbán, en el valle de Cañete, cuarenta leguas al sur de Lima, cultivando unas cuantas fanegadas de caña de azúcar para pagar a sus acreedores y compartir un escaso pan con su madre, su hermana Rosita y su hijo Demetrio. Zenteno le escribe y le pide a su ex Jefe un poco de ese pan. En realidad lo único que le pide es un puesto de trabajo para labrar la tierra. Una carta revela la monstruosa verdad de su abandono: “Lima, febrero 22 de 1827. Mucho menos creo abatir con esto, la clase de rango a que antes he pertenecido: al contrario, anhelo el trabajo por no prostituirme y porque no prostituiré mis destinos públicos, necesito hoy de trabajar para vivir con honra. Yo apelo a la noble filosofía con que usted desde la silla suprema de una República que usted sólo había hecho célebre y poderosa, vino a servir a las órdenes de un jefe que en celebridad y méritos no podía entonces igualar a usted. Es cierto que usted servía a la Patria, pues yo pretendo servirme a mi mismo con la circunstancia de que trato de hacerlo a la sombra y bajo los auspicios de mi antiguo general. Debo confesar a usted, que mi amor propio se resiente con la idea de que agotados mis pocos recursos, me voy a ver un día en la necesidad de servir bajo la dependencia de un comerciante o de cualquier otro extraño. Tampoco quiero sueldo, sino aquellas ventajas o facilidades que fuera de él, prestan las haciendas a los administradores. Una palabrita más, con la franqueza de amigo. Me figuro a usted al leer ésta, revistiéndose de su innata bondad e indescible delicadeza y tomar la pluma para contestarme ofreciéndome su mesa, hacienda, etc. etc. pero no en clase de administrador. Pues bien, mi General: hablaremos a lo soldado. Yo admiro la magnitud de la generosidad de usted. Infinitos otros con menos títulos a su amistad que yo, publican sus muchas liberalidades, pero yo no soy calculador para vivir a costa ajena. Libre por carácter y principios, sólo quiero depender de mi trabajo y porque creo que aplicándolo a su hacienda, puede ser útil a usted y a mí, es que me tomo la confianza de ofrecérselo; en otro sentido me abstendría de abusar de su amistad. José Ignacio Zenteno”. La petición de trabajo y amparo que formula Zenteno es mano devuelta, pues cuando O’Higgins después de abdicar en el año 1823 se traslada a Valparaíso para viajar al ostracismo, le pide albergue a su ex secretario, entrañable amigo y gobernador en esa ciudad, con la siguiente y explícita nota: “Señor don J.I. Zenteno: Mi amigo amado: sin clase ninguna de cumplimiento, pienso entrar temprano hoy por la mañana, a cualquier rincón que usted me señale; se que no hay casa y puede servir algún rancho, arsenal o barraca de vela. Es un soldado a quien usted recibe, con cinco oficiales y 40 guías9 que quedan. Su siempre y siempre amigo. S. S. Bernardo O’Higgins. Febrero 6, cuatro de la mañana en Las Peñuelas”. Zenteno lo hospedó en su casa y compartió con él su techo, pan y fortuna, al igual como lo hemos relatado, lo hizo el Padre de la Patria en Lima cuatro años más tarde. Las amarguras de la proscripción y la recompensa a sus fatigas, 9 Escolta que acompañó a Bernardo O’Higgins a Valparaíso una vez que abdicó. 351 R evista L ibertador O’ higgins estrecharon en el infortunio, los lazos de sincera amistad que siempre unieron a Bernardo O’Higgins y a José Ignacio Zenteno. Otro episodio ingrato que tuvo que soportar Zenteno estando exiliado en Lima, fue la falsa noticia de su muerte, que la familia de este prócer recibió en Santiago, Presurosamente para desvirtuar esa infamia, O’Higgins le escribe a su esposa, la cariñosa carta que transcribimos: “Sra. D°. Pepita Gana de Zenteno. Mí amada comadrita y respetable señorita: Rumores indiscretas que me produjeron días de amargura i de enfermedad, veo por su apreciable de 1° de esta fecha, que atravesaron el Pacífico con la velocidad suficiente para herir el alma de una esposa sensible. ¡Ojalá hubiera podido ser el primero en restituirle el consuelo i el reposo que merece, comunicándole el suceso funesto que dio margen al falso rumor!, pero hasta el regreso de mi amigo el General Zenteno a Lima, no se pudo esclarecer la verdad. Gracias a Dios, él vive y trabaja con la honradez que le es característica para el sostén de sus obligaciones i recupera el tiempo perdido en servir a una afrentosa ingratitud, que le ha robado de su espada, del sudor de su frente en diez y seis años de sacrificios i aún del suelo mismo que te dio naturaleza. Sí, apreciable señorita. El vive como un verdadero amigo mío, para su Patria, para la dicha de usted y consuelo de quien con las más respetuosas consideraciones de aprecio y afecto, es siempre su más obediente servidor. (fdo) Bernardo O’Higgins. P.D. Mi señora madre i hermana ansiaban saber de usted. Mas recibirán un grande placer ahora que les comunico las expresiones que usted me encarga, como yo igualmente suplico a usted las de a mi ahijadita que ya estará grande”. Refrendando los términos de esta carta, O’Higgins, le escribe a un amigo residente en Santiago: “Zenteno vive para consuelo de sus hijos i de su patria i para eterno baldón y verguenza de las más oprobiosa ingratitud”. De regreso a Chile después de tres años de ausencia, la primera diligencia de Zenteno, fue exigir que se juzgara su conducta por un Consejo de Guerra y el esclarecido general fue absuelto de todo cargo obteniendo un voto de indemnidad. Revindicado, en abril de 1831, desempeñó el puesto de Comandante General de Armas e Inspector General del Ejército. Más tarde, fue miembro de la comisión nombrada para organizar la Guardia Nacional siendo a la vez, uno de los fundadores de la Sociedad Nacional de Agricultura. Además, durante su fructífera vida al servicio de la nación, desempeñó los cargos de Ministro de la Corte de Apelaciones en la Sala Marcial, diputado por Santiago y vicepresidente de la Cámara. El 16 de julio de 1847, después de haber servido a su Patria con sublime abnegación, con honradez sin tacha, con probidad y con rara elevación de espíritu, entregó su alma a Dios y sus actos, al severo juicio de la historia. Con motivo de su muerte, el Presidente de la República, con Manuel Bulnes, por intermedio de su Secretario, le escribe a la viuda de este gran patriota: Santiago, julio 29 de 1847. Señora Josefa Gana de Zenteno: 352 E dición conmemorativa del B icentenario El fallecimiento del General don José Ignacio Zenteno, ha causado en el ánimo de S.E. el Presidente un profundo dolor, y respetando el de usted por tan irreparable pérdida, ha postergado hasta ahora la manifestación que me ha ordenado le haga en nombre del vivo interés que le inspira la situación a que la reduce este triste acontecimiento, El General Zenteno, como esposo i como padre, ha dejado una familia respetable entregada a la desolación, pero también a la Patria. La Patria a quien por tan largo tiempo i tan eficazmente sirvió, lamenta la pérdida de un hijo que fue el alma de gloriosas empresas. El ejemplo que ha legado a sus compatriotas de las virtudes cívicas que lo distinguieron, continuará produciendo el bien que con tanta constancia y desprendimiento procuró i en él vivirá perpetuamente su memoria. Esta consideración sirve de lenitivo al pesar de S. E. i confía que servirá también al que usted experimenta. (fdo) Manuel Camilo Vial. P. D. Al expresar los sentimientos de S. E., el Presidente, me es mui honroso i lisonjero unir los que me inspira particularmente el propio motivo. (Fdo)Manuel Camilo Vial. A Zenteno se le califica como una de las más notables e ilustres personalidades de la lucha por nuestra independencia. Serio por naturaleza y filósofo en la alta significación de esta palabra. Tranquilo, reservado, prudente, abnegado y modesto, tenía el severo y austero patriotismo de los antiguos patricios romanos. Hombre de orden y de ley, puso al servicio de su país y de las nacientes instituciones, todo el genio del estadista y todo el ardor del soldado. Administrador inteligente, tuvo todas las dotes y la capacidad necesaria para no dejar obras sin concluir. Valor, honradez y patriotismo, es el mejor epitafio que debería inscribirse en la lápida de su sepulcro. Secretario del General San Martín, cuando éste organizaba en Mendoza el ejército que dio la libertad a Chile, Ministro de Guerra y Marina del Director Supremo O’Higgins cuando éste creaba el Ejército y la Escuadra para afianzar nuestra independencia, para dominar el océano Pacífico y liberar al Perú del yugo español, fue este ilustre Chileno desde 1816 hasta 1821, el más leal, el más inteligente y el más laborioso cooperador en estos trabajos que dieron por resultado las victorias más sorprendentes y trascendentales de la emancipación hispano-americana. El ilustre ministro, cuya actividad prodigiosa no conoció obstáculos ni dificultades, ni decayó un solo día, no dejó el gobierno sino cuando la bandera tricolor que él mismo había dado a la Patria, dejó libre de enemigos extranjeros el suelo de Chile y flameaba victoriosa en el Palacio Pizarro de Lima. Al lado de los nombres de O’Higgins y San Martín, que aparecen como líderes de aquellas heroicas empresas, la historia coloca con razón el de José Ignacio Zenteno, que compartió con ellos todos los desvelos y fatigas de la lucha por la libertad de Chile y América y con ellos también merece compartir la veneración de su memoria y el pedestal de la gloria. 353 R evista L ibertador O’ higgins Bibliografía: Recopilación de documentos históricos y artículos de prensa publicados con ocasión del centenario del nacimiento de José Ignacio Zenteno. “La Época”.1886 “Historia de Chile”. Francisco Antonio Encina: “O’Higgins el Libertador”. Jorge lbáñez Vergara. “Vida del capítán General don Bernardo O’Higgins”. Benjamín Vicuña Mackenna. Editorial del Pacífico 1976. “Bernardo O’Higgins. El buen genio de América”. Luís Valencia Avaria. Editorial Universitaria. 1980. 354 E dición conmemorativa del B icentenario BERNARDO O’HIGGINS, LORD COCHRANE Y “EL MAR DE CHILE” Jorge Iturriaga Moreira1 Al conmemorar el natalicio de Bernardo O’Higgins Riquelme, el 20 de agosto de cada año, a lo largo de todo el país se efectúan ceremonias y homenajes en que se resaltan la personalidad y las variadas actividades que distinguieron la brillante vida del Libertador. Su destacada vida y la época que le correspondió vivir, nos lleva a recordar aquellos pasajes que forjaron el carácter de aquel hombre notable, a quien Chile le debe su libertad y la creación de la mayoría de las instituciones republicanas que nos rigen hasta el día de hoy. La educación lejos de sus padres, sus viajes y la afición por las artes, le dieron una rica experiencia y una captación cabal del mundo. Posteriormente, su nutrida vida cívica como alcalde de Chillán, delegado de la Laja, agricultor, diputado del primer Congreso Nacional y militar, le prepararon para asumir la gran responsabilidad de ser el primer gobe