GUAGÜERO y LAS GUAGUAS PERRERAS
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GUAGÜERO y LAS GUAGUAS PERRERAS
EL DÍA, domingo, 27 de marzo de 2016 p1 EL CRISTO DEL PERDÓN, origen de un talla en la imaginería española, en el XXV aniversario de su hermandad de La Orotava. 5/7 del domingo revista semanal de EL DÍA RECUERDOS DEL PASADO PIONEROS DE SANTA CRUZ GUAGÜERO y LAS GUAGUAS PERRERAS Texto: Manuel Marrero Álvarez (exdelegado de Compañía Trasatlántica Española en Canarias) E l servicio de las guaguas perreras fue el transporte público urbano de Santa Cruz de Tenerife que comenzó a funcionar allá por el año de 1920, como consecuencia de la unión de varios propietarios de estos vehículos que trabajaban por su cuenta, realizando diferentes trayectos por el interior de la ciudad. Anteriormente se les conocía con el nombre de jardineras y su capacidad para pasajeros era muy inferior a la de las guaguas. A partir de aquí, con la bendición del ayuntamiento, nace la Unión de Autobuses Urbanos, que todos los tinerfeños conoceríamos popularmente como “guaguas perreras”, llamadas así por nuestra querida y recordada perragorda, moneda que tanto tiempo vivió en nuestros raídos bolsillos y, en el caso que nos ocupa, porque el importe del trayecto único, costaba una perra, es decir, diez céntimos de peseta. El servicio en la ciudad cubría varias líneas, pero tal vez la más importante fuera la que tenía final de trayecto en el Barrio del Perú, donde, a la entrada del antiguo fielato, daban vuelta y se colocaban en sentido descendente para iniciar el retorno al punto de partida, en el muelle. Eran guaguas que lucían los colores tradicionales de Tenerife: azul en su parte inferior, y desde la mitad hasta el techo, de blanco inmaculado, aunque esto último fuera un decir. En los primeros tiempos, los asientos eran de madera, colocados a lo largo del vehículo, y para los viajeros que iban de pie existía una barra, asimismo de madera, en el techo, especie de pasamano que servía para agarrarse. Uno de los artilugios curiosos era el timbre de parada o de órdenes al conductor, que consistía en un cordel colocado en la parte superior de la guagua que, al tirar de él, hacía sonar una especie de campanilla. Un solo toque correspondía a parar; dos toques, seguir; y tres, completo. Normalmente, los viajeros requerían al cobrador su próxima parada y era éste quien tiraba ligeramente de la cuerda, convirtiéndose con el paso Con viajeros a bordo, listas para partir,. Año 1947. del tiempo en auténticos expertos del simple artefacto. Y qué decir de los revisores, algunos de los cuales eran verdaderos acróbatas, que subían y bajaban con la guagua en marcha y que cuando iban completas y no podían picar el tique a los pasajeros de la zona posterior debido al exceso de personas que iban de pie, se lanzaban desde la puerta delantera y saltaban a la trasera, todo ello sin que el conductor moderara la velocidad. Era un espectáculo ver a estos intrépidos trabajadores, y en especial uno de ellos, el inolvidable Paco Noda, que adquirió tal fama por su habilidad y perfección en ejecutar la arriesgada maniobra, y que recibía constantes muestras de admiración por parte de todos aquellos que tenían la suerte de presenciarlo, muchos de los cuales intentaron imitarle con muy malas consecuencias. Hay que decir que en aquella época las guaguas carecían de puertas en sus accesos de entrada y salida, por lo que algunas personas se situaban en lugares donde el vehículo reducía la velocidad para cogerlo sin parar; por ejemplo, en la subida de la calle Bethencourt Alfonso, esquina con Valen- tín Sanz. Llevaban conductor y cobrador, siempre con su correspondiente cubrepolvo amarillento, que posteriormente cambiaron a uniformes de color gris. En aquella época, Canarias continuaba con su lento caminar, soportando las penurias de la posguerra que cada día se hacían más palpables. Una de ellas, la grave escasez de carburantes, que obligó a imponer el gasógeno en los vehículos a motor, viéndose por Santa Cruz a guaguas, camiones y taxis propulsados este combustible contenido en artilugios colocados, generalmente, en la parte exterior trasera de los coches. Aunque era poco contaminante, tenía el inconveniente de que producía escasa potencia, por lo que en ocasiones los pasajeros de las guaguas, generalmente los hombres, tenían que bajarse para empujar en las subidas pronunciadas. Sin embargo, gracias a la peculiar y eficiente organización del Mando Económico del Archipiélago y a las reservas de combustible de la refinería, la aplicación del gasógeno en las islas tuvo menor repercusión que en la Península, ya que comenzó en 1943 y solo duró unos dos años, mientras que en el resto de España superó la década de los 40 y parte de los 50. En cuanto al servicio de las guaguas perreras, decíamos que el Barrio del Perú figuraba como punto de referencia por ser cabecera de una de las líneas de dicho transporte, y también debido a que la gran mayoría de sus vecinos tenían relación de trabajo con la empresa, bien como conductores, cobradores y revisores o con los talleres de mantenimiento mecánico de los vehículos. Uno de estos operarios, que en gran mayoría eran modelo de profesionalidad, vivió en el barrio y trabajó siempre hasta su jubilación, en las citadas guaguas perreras y en la compañía que más tarde fue su sucesora, Titsa. Su nombre, Beneharo, muy canario, que seguro se lo impusieron sus progenitores, en recuerdo de aquel mencey aguerrido y luchador, líder guanche del Menceyato de Anaga. Era miembro de una familia numerosa, compuesta de trece hermanos (nueve varones y cuatro hembras), y desde pequeño entró en contacto con los servicios de guaguas al tener su familia relación estrecha con José Alonso Morín, propietario, junto a un hermano, de varios de estos vehículos que formarían la Unión de Autobuses Urbanos, y tam- p2 domingo, 27 de marzo de 2016, EL DÍA EN PORTADA bién debido a que su padre era dueño y chófer de un camión con parada frente a la Eléctrica de Canarias, en Santa Cruz, cerca del punto de partida de las citadas perreras. Por ello, era lógico pensar que Beneharo terminaría siendo guagüero, ya que su gran distracción era estar con las guaguas de la citada familia Alonso Morín todo el tiempo que podía desde que finalizaba su horario escolar. Colaboraba en la limpieza y en lo que se relacionara con la organización de los coches, y al cumplir 17 años lo contrataron como cobrador. Posteriormente se preparó y obtuvo el permiso de conducción de primera especial y con 24 años pasaría a ocupar plaza de chófer, que ejercería durante cuarenta años más y donde es fácil imaginar la multitud de anécdotas que rodearían su vida en tan largo periodo laboral y de relación con miles de viajeros. En 1993 le llegó la edad del retiro y le concedieron la jubilación de la que actualmente disfruta, viviendo en el transcurso del tiempo la reconversión de aquella pequeña empresa en la que es hoy la moderna sociedad de transportes de que dispone Tenerife. Igual que le ocurriera al entrañable Manolo Jordán, con su carro y su mula Florita, Beneharo fue otro de los pioneros de aquel barrio en el que nació, trabajó y colaboró siempre con la mayor ilusión en beneficio de la vecindad, y donde su numerosísima familia construyó su hogar, que más tarde le serviría a él para formarse como hombre y padre de familia. Ha tenido una larga vida y en poco tiempo será nonagenario, esperando que la suerte y la salud le acompañen para que cumpla muchos años más. A pesar de su avanzada edad, entabla calurosas conversaciones con los amigos y defiende a ultranza sus convicciones, al tiempo que pregona con orgullo ser artillero y forofo del Club Deportivo Tenerife, del que no se pierde un partido como local, tanto oficial como amistoso y, según dicen, tampoco un entrenamiento. En ocasiones, las guaguas perreras se salían de sus líneas regulares y rea- lizaban otro tipo de transporte, ya que, al margen de sus obligaciones con el servicio urbano, siempre había unidades libres que se alquilaban a grupos de personas para efectuar excursiones a diferentes lugares de la isla. La más frecuente era a las Cañadas del Teide y a veces las guaguas, abarrotadas de excursionistas, sufrían las consecuencias de sus limitadas condiciones técnicas, teniendo que subir las empinadas carreteras a muy poca velocidad. Como consecuencia de ello, eran rebasadas por la mayoría de los vehículos que les seguían, cosa que no agradaba a los viajeros de las guaguas, por lo cual animaban al conductor con ruidosas canciones como “acelera, acelera, acelera... acelera la guagua perrera”, que repetían durante varios minutos sin que ello les permitiera dejar la cola del pelotón. Al contrario: a veces había que parar por recalentamiento del motor para que el chófer echara agua al radiador. Parada de guaguas en Los Paragüitas, año 1950 Beneharo en tierra, con la nº 14, TF8452, año 1954 (foto Beneharo). El viaje de ida se realizaba siempre subiendo por La Esperanza y allí se efectuaba la primera parada. El regreso se hacía por la carretera de La Orotava, directos al Puerto de la Cruz, donde la guagua se detenía junto a la playa de Martiánez hasta últimas horas de la tarde, en que reanudaba el viaje de vuelta a casa. A la altura de La Laguna, a solo media hora para llegar a destino, los excursionistas reavivaban su última retahíla de canciones, una de las cuales dedicaban al conductor, diciéndole: “Chófer, pare la guagua, pare la guagua, en Santa Cruz; chófer pare la guagua, pare la guagua en el Perú...”.Y así, una y otra vez, hasta la llegada al antiguo fielato, a la entrada del barrio, donde finalizaba la excursión y descendían la totalidad de los viajeros. A una de estas excursiones corresponde la imagen que se refleja en el presente reportaje, tomada por los vecinos en abril de 1949, donde están represen- tadas las cuatro calles del tan recordado Barrio del Perú. Un guitarrista en el camino Y en ese tiempo de vida cansina y monótona, en la que, al margen de estudios y trabajo, las distracciones más sobresalientes, y a la vez circunstanciales, eran los paseos especiales en las guaguas, tuvimos la suerte de conocer a un guitarrista inigualable. La casualidad quiso que durante una de estas excursiones, allá por el año 1950, la guagua parase en el pueblo de La Esperanza, frente a un bar-restaurante en cuyo interior se encontraba una persona joven interpretando música clásica a la guitarra. Pocos pusieron atención a sus magistrales interpretaciones, pero nosotros, aún con pocos años, podemos asegurar que nunca habíamos escuchado a nadie oriundo de nuestra isla que tratara con tanta dulzura semejante instrumento, para sacarle tan maravillosas melodías. p3 EL DÍA, domingo, 27 de marzo de 2016 EN PORTADA Mostramos interés en conocerle y la dueña del establecimiento, a la que habíamos visitado en otras ocasiones, hizo la presentación, naciendo a partir de ese momento una admirable y cordial amistad. Su nombre era Ángel Álvarez Alemán y quien lo conoció, como nosotros tuvimos ese privilegio, puede asegurar que solo la triste época que le tocó vivir impidió su reconocimiento como concertista de mayor renombre. Recordamos sus Danzas españolas, de Granados; Asturias, de Albéniz; Serenata, de Schubert; Recuerdos de la Alhambra, de Tárrega; Granada, también de Albéniz..., en fin, un repertorio interminable que solo aquella desdichada etapa que abarcó desde la posguerra hasta su muerte, en los años 70, hizo que este extraordinario maestro de la guitarra viviera de forma miserable, rozando la indigencia. En estas lamentables circunstancias, de vez en cuando, unía su virtuosismo a otro músico callejero que tocaba el violín, para dejarse ver a partir de la medianoche por los cabarets existentes en la zona de La Cuesta, donde intentaba transmitir su arte a la clientela a cambio de unas monedas, por lo que amboss fueron conocidos popularmente con el sobrenombre de Los Hijos de la Noche. Unos años antes, Ángel había estado junto a su hermano Agrícola, extraordinario concertista de timple, deleitando a los amantes de la buena música y también a los espléndidos cambulloneros y sus adorables cabareteras, hasta que un día Agrícola decide hacer la maleta, con poco equipaje pero llena de ilusión, sin olvidar sus partituras y su timple, y emprender la aventura de la emigración a Venezuela. No nos podemos imaginar el éxito que este dúo podría haber tenido en televisión, porque dicho medio no existía en esa época, aunque seguro que hubiera sido arrollador, pero sí recordamos los conciertos en la radio, donde Agrícola, con su timple de siete cuerdas, acompañado por su hermano, lanzaba al aire las magistrales Marcha turca, de Mozart, El sitio de Zaragoza, El gato montés, Petit vals, El relicario y otras piezas musicales que causaban gran admiración en los radioyentes. En su desgraciada y miserable situación, Ángel se mostró como hombre orgulloso, como la mayoría de los grandes artistas incomprendidos, aunque con la tremenda bondad que emanaba de todas sus acciones. Tenía pocos pero leales amigos, a los que correspondía con igual fidelidad, y era muy serio y educado en sus formas y expresiones. Pero esa falsa arrogancia que le atribuían le ocasionaría a veces desavenencias, en especial con las instituciones, de las que jamás recibió ayuda alguna. Evidentemente, fue un hombre con mala suerte, tal vez por haber nacido y vivido en una época aciaga. Porque lo tenía todo para ser un ganador y no lo fue, ya que, además de tocar la guitarra como los ángeles, era culto, inteligente y elegante. Y sin embargo la vida jamás le sonrió; más bien le persiguió con envidiosos Excursión al Teide de vecinos del barrio del Perú. Abril de 1949 (foto Marrero). Ángel Álvarez en 1950 (foto cedida) y detractores. Idolatraba a su padre, fallecido en 1939, del cual heredó su sabiduría musical, y admiraba al gran maestro universal Andrés Segovia, del que decía que era el Beethoven de la guitarra, ocupando sus ratos libres con otra de sus grandes aficiones, como era el ajedrez. El pobre Ángel Álvarez murió joven y enfermo, como le ocurriera a otros grandes músicos y artistas. No creemos que rebasara en mucho los 50 años, dedicados por entero a su gran pasión, la música clásica y su guitarra, de la que jamás se separó porque decía que sin ella él no era nada. La última novedad automovilística En otro orden de cosas, por esas fechas hace su aparición la última novedad automovilística española, el Biscúter, un pequeño vehículo de tres velocidades y sin marcha atrás, que podía alcanzar 75 kilómetros por hora y cuyo precio, relativamente económico, estaba al alcance de la mayoría de los españoles, aunque en Tenerife no llegaron a verse, tal vez porque su escasa cilindrada no era apropiada para nuestras empinadas carreteras, y debido también a que la economía de los canarios era aún baja para estos dis- pendios. Y lo era también para la empresa de guaguas Transporte de Tenerife, S.L., las de color rojo, las exclusivas, cuya situación económica se agravó de tal manera que le impedía renovar y ampliar su flota, por lo cual el servicio que prestaban se tornó deficitario y muy difícil de cumplir itinerarios y horarios, con largas esperas e incomodidades para los viajeros. Ello dio lugar a que más de un transportista quisiera sustituir a la guagua, y muchos lo lograron, por lo menos durante una temporada, dando origen a la aparición de los que fueron llamados “coches piratas”, que vinieron a cubrir tales deficiencias, transportando pasajeros durante un largo tiempo a La Laguna y otros puntos de la isla. Se trataba de vehículos grandes, con licencias de taxi provenientes de diferentes municipios y con capacidad para 6 a 9 personas, cuya tarifa era un poco más cara que la de las guaguas, pero el servicio prestado mucho más rápido. Los conductores captaban a sus clientes en las colas de espera de las guaguas y, una vez cubierto el cupo, trasladaban el grupo hasta el coche, cuya parada estaba muy cerca del lugar, en la plaza de Weyler. Asimismo, estas dificultades motivaron que camiones con barandas transportaran también a obreros de los pueblos del interior de la isla que trabajaban en la Refinería y empresas de la construcción de Santa Cruz. Los asientos en el camión se habilitaban con tablones transversales colocados en la carrocería. Era curioso contemplar a los trabajadores con su pequeño cesto tapado con un paño que cuidaban con esmero, en el que traían la comida que su familia les había preparado la noche anterior. La partida de los diferentes puntos desde los pueblos de la isla se realizaba a muy temprana hora, con el fin de estar en las empresas de trabajo para el comienzo de su turno laboral, normalmente a las ocho de l mañana. Igual operación se realizaba al final de la jornada de tarde, en la que los camiones retornaban al personal a sus lugares de residencia. De la misma forma, se acordó que cinco guaguas perreras azules pasaran a reforzar la línea Santa Cruz-La Laguna, siendo elegidos entre la arcaica flota del servicio urbano aquellos vehículos que disponían de mejor motor. Y se podía ver cómo la número 16, una Ford-8 de Abel Perdomo; la número 29, Chrysler, de Antonio Méndez; la número 46, con motor Citroen, de Santiago Batista; la 57, una Ford 4 de Emilio Hernández, El Pelado, y la número 61, con motor Dodge, de Francisco Alfonso, subían a toda velocidad por la carretera general, al son del peculiar rugido de sus motores, en especial la potente Ford-8, que conducía el experto Pepe Leche Vieja, abarrotadas de viajeros con destino a la ciudad lagunera, y cómo, al pasar por el antiguo fielato, los conductores saludaban orgullosos a sus compañeros allí aparcados. Con el paso del tiempo, la situación económica de las guaguas no solo no mejoró, sino que se hizo insostenible y finalmente, en 1977, Transportes de Tenerife, S.L., desembocó en declaración de suspensión de pagos y posterior desaparición. Poco después, en enero de 1978, se constituyó Transportes Interurbanos de Tenerife, S.A., Titsa-, para sustituir a la anterior, y un año más tarde también la Unión de Autobuses Urbanos entró en crisis y Titsa pasaría igualmente a explotar este servicio. Pero esa es otra historia que no viene a cuento ahora. p4 domingo, 27 de marzo de 2016, EL DÍA INVESTIGACIÓN EN PORTADA TURISMO Pepe Solla (Óleo sobre lienzo de 100 cmx100 cm) Nació en Pontevedra en 1966 e inició su carrera en el mundo de la restauración en 1991, cuando comenzó a trabajar en el restaurante Casa Solla, de gestión familiar. Inicialmente compaginó el trabajo de sala como sumiller con sus estudios universitarios de Ciencias Empresariales. Su interés por el mundo del vino y su formación en la Unión Española de Catadores hacen que en 1994 sea uno de los miembros fundadores de la Asociación Gallega de Sumilleres. Durante varios años participó en catas profesionales a nivel nacional, ganó el Campeonato Gallego de Sumilleres y se alzó con el sexto puesto en el campeonato nacional. En 1995 comenzó su formación de cocina, lo que le llevó a convertirse en ayudante de cocina, función que compaginó durante un tiempo con la de jefe de sala. Tras realizar diversos cursos, por ejemplo, en Cala Montjoi, de la mano de Ferrán Adrià, en 1999 toma las riendas de la cocina de Casa Solla y en 2001 asume su gerencia. Desde entonces imparte cursos, clases magistrales y demostraciones de cocina. Además, participa en certámenes gas- tronómicos nacionales e internacionales, como Madrid Fusión. En 2010 representó a Galicia en la Expo de Shanghai. En 2014 Pepe Solla monta, junto con Paco Roncero y Marcos Morán, la sociedad Sinergias, que, dentro de Platea Madrid, gestiona cinco espacios gastronómicos: La Batea, A Mordiscos, Castizo, Entrecortes y De Cuchara. Solla es dueño y jefe de cocina del restaurante familiar Solla, con una estrella Michelin y tres Soles Repsol, que se ha convertido en un templo de la gastronomía gallega en Pontevedra. p5 EL DÍA, domingo, 27 de marzo de 2016 XXV ANIVERSARIO DE LA HERMANDAD DEL PERDÓN DE LA OROTAVA EL CRISTO DEL PERDÓN: ORIGEN E ICONOGRAFÍA DE UNA ALEGORÍA DE LA PASIÓN EN LA IMAGINERÍA ESPAÑOLA Texto: José Cesáreo López Plasencia (licenciado en Filología (ULL) e historiador del Arte) E n la iglesia de San Agustín, de La Orotava, antiguo templo conventual de los PP. Agustinos de Santa María de Gracia, se conserva una imagen lignaria de Jesucristo venerada bajo la advocación de Cristo del Perdón, la cual ha de relacionarse con las diversas alegorías de la Pasión que surgieron en la Europa de fines del medievo. Esta iconografía cristológica tiene su origen en una estampa realizada por el genial pintor y grabador del Renacimiento alemán Alberto Durero (1471-1528), puesto que la misma no es sino una variante de su grabado Varón de Dolores con los brazos abiertos (115 x 70 mm.), fechado hacia el año 1500. El mismo –en realidad una simplificación en su contenido de la estampa Varón de Dolores con las Arma Christi (ca. 1440), obra de un anónimo grabador alemán conocido como el Maestro de los Naipes (act. 1435-1455), la cual se conserva en la Kunsthalle de Hamburgo(Alemania)–fueampliamentedivulgado en el ámbito artístico europeo, al igual que ocurriera con otras muchas estampas debidas al célebre maestro de Nuremberg, las cuales constituyeron una fuente inagotable de soluciones iconográficas de la que bebieron un gran número de artistas a lo largo de los siglos XVI y XVII. Uno de ellos fue el portugués Manuel Pereira (1588-1683), hombre de extraordinario espíritu clásico, sobrio en su expresión y muy sereno, al cual debemos la creación del tema iconográfico que nos ocupa, tal y como hoy lo conocemos: El Salvador es efigiado en actitud oferente ciñendo la corona de espinas en sus sienes, en profunda oración y con una de sus rodillas colocada sobre el globo terráqueo, mientras dirige su mirada de profundo dolor hacia las alturas. Su lacerada y sanguinolenta anatomía, surcada por las múltiples huellas de los cruentos tormentos a los que fue sometido durante su Pasión, se cubre únicamente con el paño de pureza que se anuda a la cintura. En el globo terráqueo, al que cubre la sangre divina, se ha plasmado la escena del Pecado Original. El mensaje que transmite esta iconografía cristológica queda así claro ante los ojos del fiel devoto que la contempla: el Divino Redentor, por medio de su sangre de- Cristo del Perdón, atribuido a Gabriel de la Mata (1697). Iglesia de San Agustín, Villa de La Orotava (Tenerife). (Foto: M. V. López). rramada durante la Pasión y Muerte, redime al hombre del pecado, liberándolo de las tinieblas y ataduras de la muerte para conducirlo a la vida eterna. De esta manera representó el tema el insigne escultor de Oporto. La escultura (ca. 1648), realizada en madera policromada, recibió la veneración de sus devotos en una de las capillas de la nave del Evangelio de la iglesia conventual de los PP. Dominicos de la Virgen del Rosario (Madrid), edificio fundado en 1643 por el noble genovés Octavio Centurión, I marqués de Monesterio, siendo trasladada, tras la desamortización, a la nueva iglesia neogótica de Ntra. Sra. del Rosario. En ésta, edificada en el barrio de Salamanca en la segunda década del siglo XX, merced a la generosidad de la última marquesa de Monesterio, desapareció la talla, víctima del fuego en el aciago año de 1936, al estallar la contienda civil. Esta “soberana efigie del Santísimo Cristo del Perdón [...] cosa portentosa”, tal y como la calificó el tratadista del arte y pintor cordobés Antonio Palomino (1653-1726), fue policromada por el pintor madrileño Francisco Camilo (1615-1673), artista que colaboró en la decoración del desaparecido Real Alcázar de Madrid. Camilo debió de realizar un excelente trabajo a la hora de policromar la escultura de Pereira, puesto que, según manifestara Palomino aludiendo a la talla, “así la pintura, como la escultura, dándose las manos, componen un prodigioso espectáculo”. De la desaparecida imagen madrileña existe otra versión, del círculo de Pereira y datada en la segunda mitad del Seiscientos, que hoy podemos admirar en la Capilla-Panteón (1878-1881) del Palacio de los Marqueses de Comillas o de Sobrellano, en la ciudad cántabra de Santander. Hemos de indicar que no fue ésta la única vez que el escultor luso se sintió atraído por la iconografía de estirpe dureriana, pues con Pereira han relacionado algunos autores la bella imagen del Cristo de los Dolores de la capilla madrileña de la Venerable Orden Tercera franciscana, policromada por el pintor Diego Rodríguez en 1643, y la que se localiza en la parroquia de San Jerónimo El Real (Madrid), tallas cuyo planteamiento iconográfico parte asimismo del citado grabado. Al escultor vallisoletano Bernardo del Rincón (1621-1660) debemos otra bella interpretación del tema, citada en 1661 como Paso de la humildad de Cristo nuestro señor, obra que se custodia en la iglesia del Real Monasterio de las MM. Cistercienses de San Quirce y Santa Julita, de Valladolid –procedente de la cercana iglesia de Santa María Magdalena–, la cualdesfilaanualmenteenladenominada Procesión de Oración y Sacrificio, que tiene lugar la noche del Jueves Santo enlacapitalcastellano-leonesa.Estaescultura, la única obra que se conserva del referido imaginero, es fruto del encargo realizado al artista, el 15 de octubre de 1656, por parte de la Cofradía de la Pasión, fundada en 1531, la cual especificó en el contrato que el imaginero habría de tener tallada “en toda perffeción y entregar para la procesión del Jueves Santo de 1657 un santo cristo de madera de tierra de ontalvilla [...] desnudo con su pañete yncado de rodillas ssobre un ovalo que seniffique al mundo y sse un peñasco grande en que anvas rodillas estén [...]”. Hemos de señalar que en esta ocasión nos encontramos ante una variante iconográfica del Cristo tallado por Pereira, ya que en la escultura de la Cofradía de la Pasión El Redentor ha sido efi- giado sin las llagas de los clavos y la lanzada, aspectos iconográficos que sitúan la escena en el momento previo a la crucifixión, al igual que sucede con los temas del Señor de la Humildad y Paciencia y Cristo esperando la crucifixión, surgidos en el siglo XIV y muy difundidos por grabados de Durero y los Wierix a fines del Quinientos. Una muestra de la devoción profesada a la imagen es el hecho de que la misma fuera la escogida para presidir los autos de fe que tenían lugar en el Campo Grande de la ciudad, ya que se entendía que esta conmovedora representación del Redentor ofrecía el mejor ejemplo de misericordia para el reo que iba a ser quemado en la hoguera. En la elección de la imagen no habrán sido ajenos su gran realismo, marcado patetismo y fuerza expresiva, características que, sin duda alguna, lograron despertar la devoción y conmiseración, y “con sola la vista, [...] arrebatar los corazones” de los fieles devotos asistentes a los ajusticiamientos. Hemos de señalar que Bernardo del Rincón, a juzgar por la única escultura de su mano que ha llegado hasta nosotros, se revela como un diestro maestro en el difícil arte de la imaginería, siendo un digno continuador de la obra de su padre, Manuel del Rincón (+ 1638), y de la de su abuelo, el también escultor Francisco del Rincón (ca. 1567-1608), uno de los maestros del insigne artífice Gregorio Fernández (ca. 1576-1636), sobre el que ejerció notable influencia en el primer decenio del siglo XVII. Francisco del Rincón fue el autor del paso de La Exaltación o Erección de la Cruz (16041606), encargado por la citada cofradía penitencial, que es el primer paso de la Semana Santa vallisoletana realizado con esculturas de tamaño natural en madera policromada, el cual vino a sustituir los antiguos y ligeros pasos de “paño de lino y cartón [que] estaban armados sobre unas mesas, algunas tan grandes como casas”, tal y como relató el viajero portugués Tomé Pinheiro da Veiga, que conoció la –ya por aquel entonces– destacada Semana Santa de Valladolid, en su visita de 1605. El Cristo del Perdón de Bernardo del Rincón gozó de cierta fama en el ámbito artístico vallisoletano, como rubrica el hecho de que se haya realizado una copia fiel del mismo para la cercana villa de Tordesillas. La imagen, que actualmente se puede admirar en el Museo de Arte Sacro instalado en la iglesia de San Antolín, se talló para recibir vene- p6 ración en la ermita de Ntra. Sra. de las Angustias, construcción erigida a la entrada de la población con anterioridad al año 1569. Con respecto a la autoría de la citada escultura, fechada en la segunda mitad del Setecientos, se ha barajado el nombre del imaginero y académico de Valladolid Felipe de Espinabete (ca. 1716-1792), uno de los últimos representantes de la escultura barroca vallisoletana y autor, entre otras obras, de los pasos procesionales de La Flagelación (1766) y El Nazareno (1768), ambos conservados en la parroquia de San Pedro Apóstol de Tordesillas. La pequeña Villa de Sotillo de la Ribera, enclavada en la comarca de la Ribera del Duero (Burgos), atesora otra bella muestra de la iconografía que estamos estudiando. Nos referimos a la imagen del Cristo del Perdón que se venera en la capilla de San Miguel Arcángel de la parroquia matriz de Santa Águeda, hermoso recinto que sirvió otrora de sacristía, erigida por fray Pedro Martínez (1726-1730) en la nave colateral del Evangelio, la cual fue adquirida merced a la disposición testamentaria de su hijo de bautismo, el ilustre y generoso sotillano Miguel Herrero y Esgueva (1672-1727). Éste, una de las personalidades más significadas de este núcleo arandino, fue obispo de Osma, consagrado en la catedral oxomense el 28 de junio de 1720, y arcipreste y arzobispo de Santiago de Compostela (1723-1727), en cuya catedral metropolitana, en una tumba localizada cerca del púlpito del lado de la epístola, recibió cristiana sepultura el 30 de julio del último año citado. La imagen del Cristo que nos ocupa, obra anónima castellana realizada en madera policromada a tamaño natural, muestra a El Salvador en oración y actitud oferente, coronado de espinas, con los brazos abiertos e hincando la rodilla derecha sobre el globo terráqueo. La talla, “menos obediente al modelo madrileño [de Manuel Pereira] y de factura menos cuidada”, se halla junto a uno de los tres retablos barrocos que se localizan en la citada capilla, dedicados al titular San Miguel, el mayor de ellos, y a los santos jesuitas Francisco Javier e Ignacio de Loyola, los cuales fueron tallados y dorados en la segunda mitad del Seiscientos. La talla del Cristo arroja asimismo una datación de hacia fines del siglo XVII, centuria que supuso bonanza económica, crecimiento demográfico e independencia administrativa para la aldea de Sotillo de la Ribera, pues tuvo lugar su separación del cercano lugar de Gumiel de Mercado, previo consentimiento de su señor, el Duque de Lerma, y la concesión, el 26 de septiembre de 1667, del anhelado título de villa por Real Privilegio, en atención a “las vejaciones y molestias que recibe y las ofensas a Dios que resultan de las enemistades, pleitos y pendencias”. La escultura, conocida como el Cristo de la Bola por los sotillanos, constituye uno de los pasos procesionales de la Semana Santa de este pueblo burgalés, desfilando cada noche del Jueves Santo en la procesión denominada Carrera de las Hogueras, junto con las imágenes del Ecce Homo y del Cristo del Miserere. domingo, 27 de marzo de 2016, EL DÍA La escultura andaluza del último tercio del siglo XVII nos ofrece asimismo interesantes ejemplos de esta iconografía en la obra del gran escultor sevillano Pedro Roldán y Onieva (1624-1699). A este maestro debemos la hermosa versión del tema, advocada Cristo de la Caridad, que se encuentra presidiendo uno de los retablos de la derecha, obra de Bernardo Simón de Pineda, en la iglesia hispalense del Hospital de la Caridad. En esta ocasión, la escultura (ca. 1673) ofrece variantes iconográficas con respecto a la talla de Manuel Pereira, puesto que Roldán ha efigiado a Cristo maniatado, con las manos entrelazadas, sin la corona de espinas ciñendo sus sienes y arrodillado sobre una roca –al igual que en la talla de Bernardo del Rincón en Valladolid–, en lugar de sobre la sphera mundi, lo cual reduce la carga simbólica de la representación. Esta impresionante talla destaca por su notable realismo y expresividad, rasgos a los que contribuye la magnífica policromía que se le ha aplicado, pues ha cubierto de regueros de sangre, magulladuras y excoriaciones epidérmicas toda la anatomía del Hijo de Dios en aras de transmitir al devoto que se postra ante Él un mensaje: Jesucristo se ha entregado voluntariamente a su Pasión y Muerte, siendo el mayor acto de caridad que pudo ofrecer el Redentor para con los pecadores. Su patética y conmovedora imagen es símbolo de todas las desventuras, pobrezas y dolores, verdadero modelo del prójimo a quien hay que amar. Esta impresionante representación cristífera, que ha sido atribuida al imaginero hispalense Francisco Antonio Ruiz Gijón (1653-1720), fue citada en el Inventario de 1674 como “una imagen de Cristo Nuestro Señor ya para clavarlo en la cruz haciendo oración á su eterno Padre cuya escultura y todo lo que hay en este retablo es de mano de Pedro Roldán. Es su vocación el Santo Cristo de la Caridad”. Con respecto a la iconografía de la talla, es muy probable que Roldán la recibiera del comitente Miguel de Mañara y Vicentelo de Leca y Colona (1627-1679), hermano mayor de la Santa Caridad –confraternidad en la que ingresó en 1661– y fundador del hospital homónimo en 1664, puesto que, según revelan sus propias palabras, “antes de entrar Cristo en la pasión hizo oración y a mí se me vino al pensamiento que sería esta la forma como estaba. Y asi lo mandé hacer porque asi lo discurrí”. Tampoco descartamos la posibilidad –debido a las notables concomitancias iconográficas– de que Roldán se haya inspirado en otra conocida escultura cristífera sevillana tallada unos años antes. Nos referimos a la imagen del Cristo de las Penas (1655), escultura que, procedente de la iglesia conventual de San Jacinto, del barrio de Triana, se venera hoy en la capilla de la Virgen de la Estrella de dicho lugar, abierta al culto en 1976. La talla es creación del escultor flamenco afincado en Sevilla José de Arce (doc. 1636-1666), maestro de acusadas tendencias berninescas con el que arribó a la capital hispalense el espíritu barroco del arte europeo, ejerciendo una pode- rosa influencia sobre Roldán y su escuela. El Cristo de las Penas, titular de una cofradía penitencial fundada por su devoto Diego Granado y Mosquera, constituye desde 1891 uno de los pasos procesionales del Domingo de Ramos de la Semana Mayor hispalense, en el que se representa “el Monte Calvario, en el que el Redentor, desnudo y sentado sobre una peña, se ostenta esperando la crucificcion [sic] y en actitud de orar á su Eterno Padre”, planteamiento iconográfico surgido en el arte italiano hacia 1400, que se corresponde en buena medida con el que ofrece la citada talla de Roldán. La imagen del Cristo de la Caridad también se relaciona formal e iconográficamente con obras de la escuela de escultura granadina del primer tercio del siglo XVII, fundamentalmente con la producción de los hermanos Jerónimo FranciscoyMiguelJerónimoGarcía,“losmayores estatuarios de cuerpos de cera que ay en Europa”, según recoge el historiador granadino Francisco Bermúdez de Pedraza, contemporáneo de los escultores, en su obra Antigüedad y excelencias de Granada. La citada relación que se establece entre Roldán y los hermanos García queda puesta de manifiesto si comparamos el Cristo de la Caridad con las diversas versiones de los Cristos arrodillados y suplicantes, así como con las representaciones del Ecce Homo debidas a los artífices granadinos. Sirvan de muestra las esculturas conservadas en las iglesias conventuales de las MM. Franciscanas Capuchinas de San Antonio Abad, Santa Isabel la Real, iglesia de los Santos Justo y Pastor y colegio de Santo Domingo, obras en las que Cristo, bañado en sangre, ciñendo una gruesa corona de espinas en sus sienes y con las manos entrelazadas o extendidas en actitud de súplica, dirige su mirada al cielo, pidiendo al Padre la salvación y el perdón para el hombre, por el que Él ofrece el sacrificio de la Cruz. Asimismo, existe semejanza iconográfica entre la obra del imaginero sevillano y la impresionante versión del Ecce Homo de los maestros granadinos que se puede admirar en la Cartuja de la Ciudad de la Alham- Cristo del Perdón, Luis Salvador Carmona (1751). Iglesia de Ntra. Sra. del Rosario, La Granja de San Ildefonso (Segovia). bra, escultura confeccionada en barro policromado que, al igual que la creación roldanesca, luce un magnífico perizonium o paño de pureza realizado con admirable virtuosismo, donde los artistas han realizado un paño de grandes pliegues y profundas oquedades magistralmente logrados. La iconografía del Cristo del hospital de la Santa Caridad mantiene también cierta relación con la que ofrece la imagen del Ecce Homo tallada por Manuel Pereira por encargo de Juan de Larrea y su esposa, patronos del convento carmelita de Larrea (Vizcaya), lugar donde hoy se venera. La referida escultura, anteriormente atribuida a Gregorio Fernández, fue citada a comienzos del Setecientos como una echura del SSmº Eccehomo de medio cuerpo, coronado de Espinas y las llagas de manos y costado, representando en realidad a Cristo Resucitado, magullado e implorante, tras haber padecido el sacrificio de la cruz, pues el busto ya presenta la llaga de la transfixión y las manos taladradas por los clavos. A Pedro Roldán atribuyen algunos autores la escultura del Cristo del Perdón, tallada en 1679, que se venera en uno de los retablos de la Insigne Iglesia Parroquial Matriz de Santa María La Mayor La Coronada, de Medina Sidonia (Cádiz), titular de una cofradía penitencial fundada en 1667. La concepción de la escultura, tal y como actualmente se muestra a los fieles, no se corresponde con la original, la cual se describe en la obra Historia de Medina Sidonia, escrita a fines del siglo XVIII por Francisco Martínez y Delgado (+ 1804), escritor y vicario de Medina Sidonia, cuyo trabajo fue póstumamente publicado por sus descendientes en 1875. En el mismo se dice que la imagen del Cristo del Perdón tiene “la rodilla izquierda sobre la cruz, que está en el suelo, y la derecha tendida [...]; los brazos entreabiertos con las palmas de las manos hacia arriba en ademán de presentar al Eterno Padre las llagas [...] pide amorosamente el perdón para los pecadores”. Esta descripción se corresponde en no poca medida con la iconografía que presenta uno de los grabados que ilustran el Ejercicio cotidiano (col. particular) que publicó, en 1833, la imprenta de Jaime Romaní en Barcelona. Sin embargo, la escultura gaditana figura hoy hincando la rodilla sobre la esfera terrestre, y no sobre la cruz citada en el libro del Vicario Martínez y Delgado. Esta intervención (ca. 18681870), que alteró notablemente la concepción primigenia de la talla, según ha documentado J. M.ª Collantes González, coincidió con la construcción del camarín de Ntra. Sra. de la Paz, y fue necesaria para que el Cristo pudiese ocupar la hornacina del actual retablo de las Ánimas del Purgatorio, mueble barroco (1763) ubicado en la nave del Sagrario del templo matriz de Medina Sidonia. La iconografía que estudiamos en el presente trabajo conoció un importante impulso en la escultura del siglo XVIII de la mano del célebre artista vallisoletano Luis Salvador Carmona (1708-1767), profesor del Arte de Escultura, pues a p7 EL DÍA, domingo, 27 de marzo de 2016 él se deben tres magníficas interpretaciones del tema, realizadas en madera policromada. La primera de ellas, que ya estaba finalizada el 6 de enero de 1751, se localiza en la capilla central del Evangelio de la iglesia de Ntra. Sra. del Rosario, en el municipio de La Granja de San Ildefonso (Segovia), siendo fruto del encargo realizado al escultor por el esclavo Juan Bartolomé para donarla a la Real Esclavitud del Stmo. Cristo del Perdón, en cuyo patrimonio ingresó el 28 de febrerode1751.Enlaobraqueestudiamos, el escultor de Nava del Rey ha seguido la iconografía creada por Manuel Pereira, tal vez por imposición del comitente, en su desaparecido Cristo de los PP. Dominicos de Madrid, representando al Hijo de Dios coronado de espinas, con su cuerpo lleno de desolladuras, cardenales y sangre, e hincando la rodilla izquierda sobre el globo terráqueo, mientras levanta su cabeza y las manos, pidiendo al Padre el perdón de los pecados cometidos por el Hombre en este valle de lágrimas, el primero de los cuales –cometido en el Paraíso por Adán y Eva– ha sido pintado en el frente de la bola del mundo. En la escultura segoviana –impresionante muestra del injusto y cruel ludibrio al que fue sometido el Redentor por la soldadesca envilecida– el imaginero demostró el gran dominio que tuvo en el arte de la escultura lignaria, pues fue capaz de combinar perfectamente la delicadeza con que plasmó la magullada y estilizada anatomía, así como el exquisito paño de pureza que la cubre, con la fuerza expresiva y el profundo patetismo que transmite el afligido rostro del Varón de Dolores; patetismo intensificado mediante la detallada ostentatio vulnerum, como la herida producida por la transfixión en el costado derecho y las manos taladradas por los clavos, que han ocasionado un gran reguero de sangre que se extiende por todo el lacerado cuerpo. De la satisfacción que le produjo a su autor el trabajo realizado en la talla son buena prueba las siguientes palabras: “lo que io puedo decir sin q. sea pasion, sino conocimiento, q. le lleva ml. ventajas a el q. se venera en el Convento del Rosario de esta Corte”, añadiendo que “En Espíritu pasibo en carnes, en pañetes, en túnica. Sea todo a mayor honra y gloria de Dios”. Ciertamente, la obra causóadmiraciónenlosseguidoresdelartista, como pone de manifiesto el hecho de que fuera copiada algunos años después por un sobrino suyo, el imaginero vallisoletano José Salvador Carmona, natural de Nava del Rey, como su tío, a la hora de tallar el Cristo de la Caridad o de las Misericordias. Esta devota imagen se venera –junto con cuatro ángeles pasionarios que portan los clavos, martillo, flagelo, lanza, cruz y cáliz, obras del mismo autor– en una capilla anexa al que fuera monasterio de PP. Franciscanos Descalzos de San Miguel de las Victorias, en el pequeño municipio de Priego (Cuenca). La imagen de La Granja de San Ildefonso fue objeto de una gran devoción tan pronto como arribó a la iglesia segoviana, devoción y difusión de la sagrada imagen que se vieron notablemente incre- Cristo del Perdón, anónimo (ca. 16501700). Parroquia de Santa Águeda, Sotillo de la Ribera (Burgos). Foto cortesía del Ayuntamiento de Sotillo de la Ribera. mentadas debido a la estampa (306x216 mm.) que de la misma realizó, en 1768, el insigne grabador Juan Antonio Salvador Carmona (1740-1805), sobrino del escultor, según dibujo del pintor Jacinto Gómez y Pastor (1746-1812), cobrando cada uno de ellos veinticinco y cinco doblones, respectivamente. Tal y como se hizo constar en la leyenda, a quien rezare devotamente un Padre Nuestro y un Credo ante la escultura o su estampa –encargada por la Real Esclavitud del Cristo del Perdón y conservada en la Biblioteca Nacional de España (Madrid)– se le concederían mil días de indulgencia. El grabado fue dedicado al hermano de Felipe V (1685-1746), el Infante D. Luis de Borbón, nombrado perpetuo Hermano mayor y particular Bienhechor de la Real Esclavitud. El escultor realizó otras dos hermosas versiones del tema que se hallan en la localidad de Atienza (Guadalajara) y en Nava del Rey (Valladolid). La primera de ellas –obra de la que Sentenach dijo que “no puede ofrecerse ejemplar más acabado de escultura policromada española”, siendo “de lo más primoroso que han visto los más famosos estatuarios”– fue tallada en un principio para el Hospital de Santa Ana, obedeciendo a una donación realizada, en 1753, por Baltasar de Elgueta, intendente del Real Palacio y amigo de Luis Salvador Carmona. La talla, que posteriormente recibió la veneración de sus devotos en un altar colateral ubicado en la nave del Evangelio de la iglesia parroquial de San Juan del Mercado, fue solemnemente bendecida por fray Juan de Puga el 26 de abril de 1777. Con respecto a la imagen (1756) que custodian las MM. Franciscanas Capuchinas de Nava del Rey en el coro bajo del convento de los Sagrados Corazones –escultura tallada en un momento en que el municipio disfrutaba de bonanza económica, no en vano Nava del Rey era por aquellos años la tercera población más importante de la provincia–, hemos de señalar que, al igual que ocurriera con la venerada en La Granja de San Ildefonso, fue difundida mediante el grabado, conservándose las planchas que la reprodujeron en el recinto conventual. En esta bella y conmovedora talla, “la imagen pasionista más notable” que atesoran los templos de Nava del Rey, el globo terráqueo ofrece una mayor carga simbólica y riqueza iconográfica, pues al tema del Pecado Original (Gen. III, 1-6), que ya vimos efigiado en la escultura de Segovia, se han añadido los de El diluvio universal (Gen. VI, 17-24) y El incendio de Sodoma y Gomorra (Gen. XIX, 1-29), castigos de la cólera divina como consecuencia de los pecados cometidos por el género humano, redimidos por la Pasión salvadora de Jesucristo. La talla vallisoletana, en la que se acusa cierta influencia de Gregorio Fernández en el exacerbado empleo de heridas y regueros de sangre, fue plasmada en el lienzo llevado a cabo por el pintor valenciano José Juan Camarón y Meliá (1760-1819), conservado en este cenobio franciscano femenino. A modo de conclusión, nos ocupamos a continuación de la hermosa imagen del Cristo del Perdón que se venera en la iglesia de San Agustín de la Villa de La Orotava, a la que ya se ha hecho referencia al comienzo del presente trabajo. La imagen, que se halla en un retablo a caballo entre el rococó y el neoclasicismo, ubicado en la primera capilla de la nave de la epístola, sigue casi fielmente la iconografía propia de este tema que ya hemos visto en las esculturas precedentes, con la salvedad de que Cristo aparece rodeado por las Arma Christi –lo cual hace incrementar la carga simbólica de carácter redentorista que ya de por sí posee la escena–, y en el globo terráqueo no se ha plasmado el tema del Pecado Original, sino que éste ha sido sustituido por la representación de los continentes. La talla villera, perfecta en sus detalles anatómicos y plena de realismo barroco, es fruto de la donación realizada por el médico y sacerdote Francisco de Monsalve (+ 1718), el 13 de enero de 1697, al desaparecido convento de MM. Dominicas de San Nicolás Obispo, fundado en 1624 por Nicolás de Cala, de cuya iglesia pasó, a raíz de la desamortización de los bienes conventuales (1835), a la parroquial de La Concepción, y luego, en 1930, a la iglesia de San Agustín, en la que ahora se encuentra. Monsalve, médico y confesor de las monjas, no sólo donó la escultura del Cristo, sino que también obsequió al convento con el retablo que dicha imagen habría de presidir, el cual incluía los lienzos de La Piedad con donante, obra de Francisco Rodríguez, y El Nazareno con Cirineo, debido al pintor Domingo de Baute y Castro, artista nacido en el cercano y extinto municipio de Realejo Alto, que abrió talleres en los florecientes centros artísticos de La Orotava y San Cristóbal de La Laguna. Si bien esta efigie de Nuestro Señor del Perdón fue entronizada en el citado convento dominico en 1697, como ya se ha señalado, no sería hasta el Miércoles Santo del 10 de abril de 1743 cuando la imagen saldría en procesión, gracias al espíritu cristiano de dos monjas que allí profesaron, hijas de La Orotava y miembros de la noble familia de Franchis, “quienes costearon esta función con su caudal y limosna que sacaran”. Con respecto a la autoría de esta imagen cristológica, se han barajado los nombres de los miembros de la Escuela de Escultura de Garachico, fundada por el retablistaeimagineromanchego-sevillano Martín de Andújar Cantos (1602-1677), junto a los del escultor tinerfeño Lázaro González de Ocampo (1651-1714) y del sevillano Gabriel de la Mata. Este último adquirió su formación en el taller del destacado escultor Pedro Roldán y en la Academia de Dibujo –pionera de este tipo de centros en España– que abrieron en la Casa Lonja de Sevilla, el 11 de enero de 1660, los célebres pintores Bartolomé Esteban Murillo (1618-1682), Juan de Valdés Leal (1622-1690) y Francisco de Herrera El Mozo (1627-1685) con el objeto de formar a futuros escultores y pintores, centro docente que cerró sus puertas en 1674. A nuestro juicio, la labor llevada a cabo en la imagen que estudiamos se acerca más al quehacer del escultor sevillano, pues el tratamiento del cabello y barba que presenta elCristo del Perdón, en forma de masas compactas, densas, como si se tratase de pelo mojado, está muy próximo al que muestra la talla del Señor atado a la Columna (ca. 1688-1689) que se venera en la parroquial de San Juan Bautista de la Villa. Esta escultura, considerada “el mejor ejemplo que sobre el tema de los azotes” produjo la escuela de escultura hispalense, es una espléndida obra “de impresionante perfección anatómica”, realizada por el prestigioso imaginero Pedro Roldán, maestro de Gabriel de la Mata en Sevilla, como ya hemos apuntado. Del excelente dominio de la gubia logrado por este escultor dan fe la muy barroca talla de la Inmaculada Concepción de la mentada parroquia orotavense –bella escultura de movidos paños que la crítica especializada le atribuye– y los relieves policromados y estofados de la Asunción, Visitación y Coronación que decoran el segundo cuerpo y ático del que fuera retablo mayor de la parroquial de La Concepción del referido municipio. Esta hermosa arquitectura lignaria –desde 1803 emplazada en la capilla de la cabecera de la nave del Evangelio– es una monumental creación del Barroco canario concluida en 1690, en la que también intervinieron el ya mentado escultor González de Ocampo, el pintor y dorador villero Cristóbal Hernández de Quintana (1651-1725) y el maestro carpintero Francisco de Acosta Granadilla. Aquí concluimos nuestro estudio sobre la iconografía del Cristo del Perdón en la escultura española de los siglos XVII y XVIII, que no tiene un carácter concluyente, pues somos conscientes de que aún quedan algunas obras que siguen este planteamiento iconográfico, lascuales,pormotivosde la sucinta extensión del presente trabajo, no han podido tener cabida en el mismo(1). Nota: (1) Resumen de nuestro estudio “Sanguis Viri Dolorum Redemptio Mundi. Una alegoría de la Pasión de Cristo en la escultura española del Barroco”, Anuario de Estudios Atlánticos. HomenajealprofesorDr.AntonioRumeudeArmas, n.º 50, Madrid-Las Palmas (2004), T. II, pp. 9711032. p8 domingo, 27 de marzo de 2016, EL DÍA www.eldia.es/laprensa Revista semanal de EL DÍA. Segunda época, número 1.025 Texto: Antonio Pedro Tejera Reyes (Del Grupo de Expertos de la Organización Mundial del Turismo. UNTWO) E n una interesante investigación, la escritora norteamericana Elizabeth Bell relaciona la tradición de los guatemaltecos en la confección de sus alfombras florales de Semana Santa con la presencia de los canarios por aquellas tierras centroamericanas. No han llegado hasta nosotros noticias sobre el origen de la tradición de las alfombras de flores que hace de la ciudad de Tarma, en la región central de Perú, uno de los lugares del mundo donde este ancestro religioso tiene un asentamiento tradicional. En nuestros años juveniles, en el lugar de trabajo, vimos durante años confeccionar algunos de los modelos de las alfombras de flores que decoraban las calles de la ciudad de La Laguna y de La Orotava el día del Corpus Christi. Mi maestro delineante, Antoñito Monteverde Ascanio, y el exalcalde de La Laguna José Antonio de la Torre Granado eran los actores de estos actos. Ambos llorados amigos tristemente fallecidos. Viene este preámbulo para justificar, en parte, nuestra admiración y conocimiento tanto de la preparación de las citadas alfombras como de la técnica de su confección, así como el empleo de los materiales que se usan para la delicada tarea de su puesta en escena. El caso de las alfombras de La Orotava tiene un contenido excepcional ya que la principal se realiza en la plaza que está enfrente de su ayuntamiento, totalmente con arenas extraídas de las Cañadas del Teide, y donde se consiguen todas las arenas de los colores que se emplean, y donde los afamados alfombristas de la villa muestran unos valores artísticos de la más alta categoría, cuyo valor no está todavía reconocido mundialmente como se merece. Las H LAS ALFOMBRAS DE FLORES: DE LAS ISLAS CANARIAS A PERÚ LA CIUDAD DE TARMA Y LA VILLA DE LA OROTAVA alfombras de flores son todo un complemento de esta magnifica y singular obra de arte que mencionamos, lo cual no quita para nada el valor de una encomiable labor donde se distingue un impecable trabajo que nos consta está presente todo el año, en los personajes que realizan esta labor, y a los cuales la villa ha dedicado un artístico monumento en un destacado lugar del municipio. Las alfombras de La Orotava son punto de encuentro de miles de turistas todos los años, que se mezclan con otros tantos miles de canarios durante el día del Corpus, si bien la noche anterior se abren los balcones del recinto municipal para que, desde la altura, el público pueda contemplar la brillante exposición de la alfombra cuyo efímero fin termina al siguiente día con la magna procesión eucarística de Cristo Sacramentado, rematada con un emocionante acto que tiene lugar en dicha plaza con la participación de todas las autoridades de las islas, representación de autoridades nacionales y Cuerpo Consular acreditado en Canarias. Alfombras de flores en la ciudad de Tarma. Laboriosidad y tradición benemérita. El caso de la ciudad de Tarma Situada en el centro de Perú, Tarma se encuentra a unos 260 kilómetros de Lima, a 3.200 metros de altitud. Es la capital de la provincia de su mismo nombre, con una población de unos 60.000 habitantes. Fundada en 1534, su estructura responde al modelo urbanístico colo- abía allá por los años cuarenta del pasado siglo un personaje digno de figurar en mi próximo y también primer libro, “El humor en La Laguna a través de sus personajes”, llamado Lorenza, surrealista a rabiar, teniendo entre sus muchos matices la particularidad de que no se separaba ni un solo instante de su querida cahimba. En aquella época de posguerra, de enormes penurias “ecuménicas” y cartillas de racionamiento, nuestra protagonista, para ganarse el pan nuestro, ejercía la profesión más antigua del mundo, sin ningún prejuicio y pudor, contándose que estando retozando con varón en un destartalado “catre de viento”, en pleno coito democrático, eso sí, modesto y sin grandes pretensiones, y momentos antes del clímax, hete aquí que Lorenza descabalga de su “potro”, quien ve, con indisimulada curiosidad, cómo nuestra protagonista agarra una bolsita de tabaco de liar y lo pone dentro del depósito “cachimbero”, al tiempo que mirando al maromo le dice: “Un momento, perdone el caballero, pero en todo trabajo se fuma”. Colosal, viniendo de una autónoma, sin NIF, fumadora y analfabeta. Cambio de tercio para comentarles que el padre Adán (paz descanse), cuando un par de meses antes de fallecer y estando ingresado en el Hospital Universitario de La Laguna, húbole que cortarle una pierna, estando ya en planta, en su habitación, un amigo le telefonea para ir a verle y le pregunta: “Páter, dime el número de la habitación y la planta donde te encuentras, pues quiero ir a verte”, contestándole el “coñón” del páter: “No, no me encuentro en ninguna habitación. Estoy en la sala de curas”. Recuerdo que todos los sábados, después de la misa de una que decía el páter, en la calle de La Carrera ya lo estaba esperando su más que íntimo amigo Lorencito Bruno, a bordo de su biplaza deportivo marca Volvo, igual que el de la serie tele- nial español, con una gran plaza rodeada de calles adyacentes. Su población esta dedicada preferentemente a la agricultura y al comercio, hoy también a los servicios destacados del turismo. En el aspecto agrícola destaca su producción de flores y hierbas aromáticas, lo que da a sus campos un paisaje de un colorido especial, que es una muestra de la laboriosidad de sus habitantes, lo cual le ha proporcionado el nombre de “La Perla de Los Andes”. Una de las fábricas cementeras más grande del país tiene su asentamiento en la zona. Tarma se encuentra a unos 50 kilómetros del aeropuerto de Jauja, con vuelos diarios nacionales. Son muchos los atractivos que tienen Tarma y toda su región para el desarrollo del turismo. Entre otros valores se encuentra en la ruta de la famosa Gruta de Huagapo, conocida como la más profunda del mundo. Paisajes de montaña, orlados de vastas extensiones de flores, riachuelos y lagunas, y todo un campo sembrado de cultivos en los que se muestra la delicadeza, el trabajo y el cuidado del campesino andino son una muestra singular de las señas de identidad que son el atractivo número uno del turismo moderno. Como un atractivo especial, la ciudad de Tarma ofrece una tradición espectacular en la Semana Santa andina, con Lorenza y su cachimba. El padre Adán. El barbero Fariña y los fideos HUMOR ANTICRISIS Juan Oliva-Tristán Fernández* visiva “El Santo”, que en su día fue bendecido por el padre Adán (no el santo, sino el coche), partiendo ambos rumbo a Casa Lucio, en La Matanza, donde ya les esperaban Quintín Melo, De la Riva, Pepe Barrios y Juan Suárez. Pasando todos al comedor y estando ya parte del picoteo en la mesa, el padre Adán bendecía los alimentos, incluidas las botellas de vino, y a su término siempre decía a todos los presentes: “Al abordaje, amigos”. Antes de partir para el guachinche de turno, la pandilla de amigos se veía en la barra del bar La Carrera, donde se tomaban el aperitivo, siendo otro de los lugares de espera la dulcería de la Catedral, conocida otrora por dulcería de doña Rafaela, en la calle San Juan, esquina a La Carrera, y les hablo de una época en que dichas calles no eran peatonales, llegando el Volvo de Lorenzo Bruno con una casette de Los Sabandeños a todo volumen sonando la isa de la lucha canaria o el pasodoble “Islas Canarias”, que se podía oír desde varios metros de distancia. Un saludo para sus actuales dueños, Porfi y Mari. Ya les he comentado en algún artículo anterior que el barbero Fariña tenía su negocio en la calle lagunera de Juan de Vera o Sol y Ortega, y para mí este peculiar personaje fue el sus esmeradas y bellas alfombras de flores naturales orgullo de sus habitantes, y una muestra que atrae a un turismo cultural que inunda sus calles el día principal de la citada celebración. Es una tradición ancestral de un valor sentimental arraigado en la población que, desafiando las condiciones climatológicas, cada año presenta su brillante escenario cuya culminación tuvo lugar en 1999, cuando se realizó la mayor alfombra de flores del mundo en su plaza de armas, con 3.200 metros cuadrados de extensión, incomparable con la que se realiza en Europa, concretamente el Bruselas, admiración del mundo entero, y que tiene 1.800 metros. La ciudad de Tarma tiene todos los elementos necesarios para clasificarse entre los destinos turísticos culturales emergentes, con su Semana Santa como punto principal de referencia, una gastronomía muy arraigada y de mucho valor costumbrista, así como ese paisaje místico añorado por el turismo que viene, que tanto nos gusta resaltar y de cuyos movimientos y desarrollo estamos pendientes. Un turismo que prefiere los lugares para sus visitas donde el paisaje no esté degradado y se conserve la fisonomía de sus ancestros. Un acercamiento entre estos dos puntos históricos de encuentro, simbolizado por las alfombras de flores, la ciudad de Tarma y la Villa de La Orotava, sería sin duda un señalado y seguro éxito. Un hermanamiento sería de justicia. ¿Por qué no? Por cierto, el primer intendente de la ciudad de Tarma se llamaba José María Gálvez Montesdeoca. Les suena el nombre a los canarios, ¿verdad? inventor del lenguaje al revés, es decir, al “vesre”. En cierta oportunidad, un “goma” (pronúncielo al revés y comprobarán que es “mago”) le llevó a la barbería un “tobrica” (al revés, “cabrito”) y una “farraga de novi totin” (garrafa de vino tinto), y el fígaro le correspondió diciéndole: “Mire, como agradecimiento, le voy a regalar todo este cartucho de fideos enanos ingleses, y lo que tiene que hacer es plantarlos y regarlos dos o tres veces por semana, que ya verá usted cómo le crecen”. Pasó el tiempo y un buen día decide “Ñarifa” (Fariña) ir a dar un garbeo por la finca del “belillo”, también llamado “mago” o rebenque de “rosca gruesa”, y este le dice: “Señor Fariña, hágame un favor, pues padezco de vértigo y no puedo subir. Voy a traerle una escalera para ponerla a los pies de este gran eucaliptus, y cuando esté arriba bájeme con mucho cuidado un nido donde deben estar varios huevos de una hembra de canario flautista y me los entrega”. Dicho y hecho, allá que sube Fariña por la escalera, subiendo hasta el último peldaño, y de un pequeño salto abandona esta y cae en una rama recia y cómoda, al tiempo que el “mago” a toda velocidad quita la escalera y la tiende en el suelo, da media vuelta y traspone, oyéndose claramente los gritos de Fariña: “¿Cuándo coño va a traer la escalera para poder bajar?”, contestándole desde lejos el “mago”: “Mire, cuando los fideos crezcan”. Olivaradas. “Doctor, ¿me puedo bañar con diarrea?”. Contestándole el galeno: “Hombre, si es abundante y bastante líquida no veo ningún problema”. *Pensionista de larga duración y secretario de la Asociación La Laguna, Patrimonio Mundial de la UNELCO y de la Risa