Diminutivos, apodos, hipocorísticos, nombres de parentesco

Transcripción

Diminutivos, apodos, hipocorísticos, nombres de parentesco
LINGÜISTICA
DIMINUTIVOS, APODOS, HIPOCORISTICOS,
NOMBRES DE PARENTESCO Y NOMBRES DE EDAD
EN EL SISTEMA DE TRATAMIENTOS POPULARES
DE FUERTEVENTURA (Canarias).
MARCIAL MORERA PÉREZ
1. INTRODUCCIÓN
Toda sociedad humana implica un orden jerárquico más o menos complejo, único medio de garantizar su buen funcionamiento. Cada uno de los papeles de esa estructura lleva aparejados una función y un reconocimiento
determinados, que suponen complicadas relaciones de superioridad e inferioridad social. Para discriminar entre los elementos de esa jerarquía y mantener firme su estructura han surgido los sistemas de tratamiento, que son de
obligado cumplimiento para todos los miembros de la comunidad. Nadie
puede violar estas convenciones lingüísticas sin sufrir, de una manera u otra,
la correspondiente sanción social.
Y, como la operación de tratar puede ser tanto directa (dirigiéndose directamente a la persona afectada), como indirecta (considerándola como tema
de conversación), es claro que, por lo común, cuando más esmero hay que
poner en cumplir rigurosamente con las convenciones es en aquellas situaciones en que la persona aludida se encuentra presente (generalmente como
destinataria del mensaje) en el contexto de la enunciación.
Los sistemas de tratamientos suelen estar constituidos por dos tipos de
unidades de naturaleza semántica radicalmente distinta:
A) Unidades mostrativas o pronominales, que permiten que el hablante
trate a su interlocutor simplemente situándolo a mayor o menor distancia de
sí mismo. En español, las formas de tratamiento pronominales más genuinas son los personales de segunda persona tú y vosotros. Ahora bien, como
el contenido mostrativo de estos pronombres implica una apelación muy directa al interlocutor, los hispanohablantes suelen hacer uso de determinados
pronombres de tercera persona cuando, por respeto o desprecio, desean distanciarse del receptor. Como explicación de este uso tan especial de la tercera persona, nunca viene mal recordar el siguiente párrafo, tan esclarecedor,
de Emile Benveniste:
La posición tan particular de la "3" persona" explica algunos de los empleos particulares del dominio de la "palabra". Puede afectársela a dos expresiones de valor
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opuesto. El (o ella) puede servir de fórmula de alocución ante alguien que está presente cuando quiere substraérsele a la esfera personal del tú. Por una parte, a manera de
reverencia: es la forma de cortesía (empleada en italiano, en español, en alemán, o en
las formas de majestad) que eleva al interlocutor por encima de la condición de persona y de la relación de hombre a hombre. Por otra parte, en testimonio de desprecio,
para rebajar a quien no merece que se le dirija uno "personalmente" a él. De su forma
no personal, la "3" persona" extrae la aptitud de volverse tanto una forma de respeto,
como una forma de ultraje que puede aniquilarlo en tanto que persona'.
Pero los elementos que suelen usar los hablantes para dirigirse con respeto
ai oyente no son solamente pronombres de tercera persona, sino que también pueden utilizar en esta función referencial formas pronominales de segunda persona plural, cuando se trata de un oyente singular^. La pluralidad
inherente a tales formas mostrativas difumina el blanco de la palabra, haciendo surgir así sentidos de respeto, que se encuentran en el origen del vos
que dio lugar al voseo hispanoamericano^
B) Unidades simbólicas o descriptivas, que permiten tratar a los interlocutores del mensaje según su ocupación, calidad, parentesco, etc. En este
capítulo se encuentran elementos de la índole más variada: desde los sustantivos que expresan dignidades o excelencias hasta los que simplemente expresan edad, parentesco, etc.
La conformación de estos sistemas de tratamiento está siempre en función de las jerarquías y valores propios de cada sociedad. Así por ejemplo,
la comunidad espjiñola tradicional, que se caracterizaba por tener una estructura política, social y religiosa rígidamente jerarquizada, creó un sistema de tratamientos léxicos muy complejo, que abarca desde la forma majestad o alteza, correspondiente a los reyes, hasta las formas de solidaridad o
de tratamientos inferiores compadre, compañero, camarada, colega, viejo,
pollo, etc., pasando por los grados intermedios de excelencia, santidad, ilustrisima de los gobernadores, obispos, directores generales, etc., y los más
democráticos don, señor, etc., correspondientes a todos los ciudadanos. En
1. "Estructura de las relaciones de persona en el verbo", en Problemas de lingüística general, Madrid, 1974, p. 167.
2. Es lo que sucedía, por ejemplo, en la Edad Media en español y en inglés, y sucede todavía
en francés, en griego moderno, etc.
3. Lo que no debe olvidarse nunca es que los pronombres que aparecen en estas funciones
designativas de respeto no pierden nunca sus valores semánticos inherentes, sino que, muy al
contrario, dichas funciones designativas de respeto son posibles gracias a que los pronombres de
segunda persona conservan su valor de 'pluralidad' y los de tercera su contenido de 'no persona'. Como tan lúcidamente escribe S. Fernández Ramírez: "Algunas lenguas románicas han utilizado los pronombres de segunda persona de plural, sin despojarlos por eso de su función originaria, para hacer referencia a un solo destinatario. O han echado mano de las terceras personas
gramaticales, sin privarlos tampoco del uso heredado, para enriquecer las formas de tratamiento". Gramática española. 4. El verbo y la oración, Madrid, 1986, p. 58.
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todo caso, se trata de sistemas léxicos sometidos a cambios más o menos frecuentes, según los rumbos que tomen las concepciones y la historia del grupo humano que los haya creado. Por ejemplo, como es bien sabido, en la
Edad Media, el tratamiento de don solamente correspondía en España a los
caballeros constituidos en dignidades. Posteriormente y de forma paulatina,
esta palabra fue descargándose de su contenido denotativo de excelencia y
adquirió un empleo más democrático. Este cambio de uso se encontraba ya
casi consolidado en el siglo XVI, según se desprende de las siguientes palabras del Inca Garcilaso:
Francisco Pizarro a quien de aquí en adelante llamaremos don Francisco Pizarro,
porque en las provisiones de su majestad le añadieron el nombre de don, no tan usado
entonces por los hombres nobles como ahora, que se ha hecho común a todos; tanto
que los indios de mi tierra nobles y no nobles, entendiendo que los españoles se le ponen por calidad, se lo ponen también ellos y se salen con ello^.
Es evidente que los cambios sociales implican cíisi siempre sustituciones o
transformaciones de las viejas fórmulas de tratamiento. Es lo que ha sucedido, por ejemplo, en la U.R.S.S. posterior a la revolución bolchevique, en la
Cuba que surgió de la revolución castrista y en la España que resultó de la
reforma política de 1978. En estas tres naciones, la mayor nivelación social
ha supuesto en gr^n medida un relajamiento de los envarados sistemas tradicionales de tratamiento'. Es claro, pues, que las fórmulas de trato de cada
sociedad, o mejor, de cada grupo social, son un fiel reflejo de la propia estructura de ese grupo humano. Tanto es así, que puede afirmarse que, para
conocer bien a una sociedad, es absolutamente imprescindible estudiar a
fondo su particular sistema de tratamientos.
2. EL SISTEMA DE TRATAMIENTOS POPULARES DE FUERTEVENTURA.
Lo que pretendemos nosotros en este estudio es analizar los procedimientos lingüísticos que han venido utilizando las capas populares de la isla cana-
4. Cito por el artículo de Eva María Bravo García "Fórmulas de tratamiento americanas y
andaluzas en el siglo XVI", Philologia Hispalensis, p. 90.
5. Este relajamiento ha llegado en Cuba hasta tal punto, que los mismos lingüistas del país
se muestran alarmados por ello. Veamos, por ejemplo, lo que escribe Gisela Cárdenas Molina:
"Así, escuchamos entre otros fenómenos, formas de tratamiento que no son las más adecuadas
ni a la situación comunicativa, ni a la relación social entre hablante y aquel a quien se dirige. Un
ejemplo de ello es el uso de los vocablos madre, mamita, mimi, utilizados por los empleados, en
la esfera de los servicios públicos a la población, para dirigirse a los clientes." "Aspectos sociolingüísticos en el español de Cuba", Anuario L/L, n° 18 (1987), p. 26.
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ría de Fuerteventura en la función designativa del tratamiento*. Hasta no
hace muchas décadas, esta isla de algo más de 1.700 kilómetros cuadrados
disponía de una exigua población de no más de 15.000 ahnas, organizada en
dos grupos sociales perfectamente delimitados; la burguesía majorera, constituida por familias como los Miranda, los Hormiga, los Castañeyra, los Péñate, los Mederos, los Peña, los Cabrera, los Valerón, etc., que acaparaban
el comercio al por mayor, la medicina, la abogacía, la industria, la enseñanza, la milicia, el transporte, etc. y que, en buena parte, procedían de fuera de la isla; y las capas populares, constituidas por los pescadores, los
cabreros, los artesanos, los pequeños comerciantes, los jornaleros del campo, etc., que explotaban los escasos recursos naturales de la isla y que se encontraban subordinados a los intereses de los primeros.
Veamos, pues, en primer lugar cuáles eran los recursos lingüísticos de que
se valía este grupo social para establecer su sistema de tratamientos.
2.1. El diminutivo.
Uno de los procedimientos lingüísticos más importantes del sistema popular de tratamientos de Fuerteventura (en realidad, del de todos los canarios)
lo constituyen los sufijos diminutivos, que se usan para expresar matices de
mayor o menor afectividad entre el hablante y la persona objeto del tratamiento. Pero, antes de abordar los problemas concretos que plantea el diminutivo en el sistema de tratamientos que nos ocupa, conviene que planteemos sus aspectos semánticos básicos o invariantes.
Aunque, en general, la nómina de signos diminutivos de nuestra lengua es
bastante numerosa {-eje, -ete, -ico, -ín f-ino), -iilo, -ito, -uelo, etc.), lo cierto
es que las formas que gozan de mayor vitalidad en el español actual son -ito,
-illo, -ico e -ín f-ino). Cada una de ellas presenta a su vez una distribución
geográfica bastante diferenciada en el territorio peninsular. A grandes rasgos, puede decirse que el sufijo -ín (-ino) se localiza fundamentalmente en la
zona occidental (León, Zamora, Cáceres, Badajoz, etc); el sufijo -ico tiene
su principal área de uso en el oriente peiünsular (Huesca, Zaragoza, Teruel,
Albacete, Murcia, etc.); y las formas -ito e -illo predominan en el centro y en
el sur de la pem'nsula: Sevilla, Cádiz, Jaén, Córdoba, etc.
Como es de sobra sabido, el español que Se trajo a las Islas Canarias en el
siglo XV procedía fundamentalmente del mediodía peiünsular. Resulta lógi6. Con muy ligeras variaciones, se trata en realidad del mismo sistema de tratamientos que el
que se emplea en el resto del archipiélago. Por lo demás, no nos interesan en este trabajo los tratamientos/Jfldre, madre, etc., cuando se emplean en sentido recto. Debe tenerse en cuenta, únicamente, que en las Canarias tradicionales los padres, los tíos, los abuelos, etc., nunca eran tratados de tú, sino de usted, e incluso de señor (Vid. mi Lengua y colonia en Canarias, Tenerife,
1990, p. 43). Primos, hermanos, cuñados, etc., no se solían tratar de tales, sino que usaban sus
correspondientes nombres propios.
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co, por tanto, que los diminutivos predominantes en las islas sean los de las
hablas de esas regiones, o sea, -ito e -illo según las zonas. Así, la isla de Gran
Canaria prefiere la forma -illo, en tanto que en el resto del archipiélago aparece con más frecuencia la forma -ito, a juzgar por la información que proporciona el ALEICan en los diversos mapas que presentan palabras con sufijos diminutivos.
Pero que -ito e -illo sean los sufijos diminutivos que mayor vitalidad presentan en las hablas isleñas, no significa que sean los únicos que se emplean.
Aunque con una frecuencia de uso mucho menor que éstos, también suelen
aparecer en boca de los canarios las formas -ico e -in. El primero, que parece
haber gozado de mayor vitalidad en el pasado que hoy, se encuentra todavía
en combinación con nombres propios como Juanico, Perico, Angélico, etc.,
que se sienten ya como formas arcaicas. Para el habla de Los Silos (Tenerife), escribe Antonio Lorenzo que "en las generaciones precedentes debió
usarse el sufijo -ico, pues estos viejos de hoy, al hablar de los viejos de su
época, los llaman AngeUco, Perico, Juanico"^. El segundo, por su parte, se
encuentra todavía en derivados lexicalizados, como pejín 'pescado pequeño,
especialmente cuando está seco'; suerín 'suero que desprende el queso después de que se le pone la sal'; cuervín 'cría del cuervo'; cajetín en los barquillos de pesca, 'protección de madera que se le pone al eje del motor desde
la caja hasta la popa'; garampín 'rezón pequeño'; almohadín 'acerico'; etc.,
y en combinación con nombres propios de niños, como Juanín, Tinín, Miguelín, Pepín, etc.
En lo referente al significado invariante de estos morfemas nominales,
puede decirse que todos ellos se caracterizan por 'aminorar internamente la
significación de la palabra a que se sueldan', tal como ha señalado Eugenio
Coseriu en su artículo "El diminutivo: "noción" y "emoción" "^ Así, por
ejemplo, en tanto que el sustantivo hombre presenta su significación léxica
en estado pleno, las formas diminutivas hombrecito, hombrecillo, hombrecico y hombrín la presentan intrínsecamente disminuida'.
Pero que estos cuatro morfemas nominales compartan una misma base
semántica no implica, ni mucho menos, que se trate de signos sinónimos,
pues, al parecer, algunos de ellos superponen un matiz diferenciador a esa
base semántica común'": -ito es, junto con -ín, siempre apreciativo, y por
7. El habla de los Silos, Tenerife, 1976, p. 81.
8. En £/ hombre y su lenguaje, Madrid, 1977, pp. 169-170.
9. Exactamente lo mismo ocurre en el caso de los aumentativos. Como escribe Bello:' 'A las
terminaciones aumentativas agregamos frecuentemente la idea de tosquedad o fealdad, como
gigantazo; de frivolidad, como en vivaracho; de desprecio o burla, como en pobretón, bobarrón." Gramática de la lengua castellana, Tenerife, 1981, p. 225.
10. También podría pensarse que el significado de estos morfemas, más que disminuir la significación del elemento que lo rige, lo que hace es aproximarlo al hablante, como si fuera una
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ello hombrecito, por ejemplo, suele entenderse habitualmente como 'niño
que tiene cosas de hombre'; -illo, por el contrario, asocia un matiz peyorativo o devaluativo a su valor básico de disminución interna. Precisamente por
ello, hombrecillo suele interpretarse en el sentido de 'hombre insignificante'.
Tal matiz semántico es el que hizo decir a María Moliner que "la forma -illo
(...) puede significar pequenez en tamaño, pero más frecuente significa falta
de importancia"". Bello, planteando el problema de forma más global, escribió lo siguiente:
A los diminutivos agregamos junto con la idea de pequenez, y a veces sin ella, las
ideas de cariño o compasión, más propias de los en -ito, como hijito, abuelita, viejecito; o la de desprecio o burla, más acomodadas a los en -ejo, -ete, -uelo, como librejo,
vejete, autorzuelo^^.
Es de tenerse en cuenta, sin embargo, que el contenido de 'disminución
interna' inherente a estos sufijos no se pierde nunca, sino que más bien los
matices de apreciación o desprecio se superponen a él.
Por último, en el terreno del uso, los mencionados valores invariantes
pueden resolverse, según los contextos y las intenciones del hablante'^ en diversas orientaciones de sentido extralingüístico, como 'disminución del tamaño del objeto', 'falta de integridad', 'refinamiento de la materia de que
está compuesto', 'alta caUdad de la misma', 'afecto que el hablante siente
por él', etc. Tenemos así que los sentidos materiales o físicos y los sentidos
valorativos del diminutivo no pasan de ser otra cosa que los dos extremos de
la variada gama de sus matices contextúales.
Veamos, concretamente, qué sentidos adquieren estas formas semánticas
en combinación con nombres propios de persona en el español de Fuerteventura.
En primer lugar, la forma -ito se empleaba y se sigue empleando todavía'"
en combinación con antropónimos de ancianos y de todas aquellas personas
que, por su profesión (pequeños comerciantes, artesanos, capataces, etc.).
especie de procedimiento mostrativo. Por ello, dulcito, por ejemplo, se entiende como 'muy
dulce', en tanto que el aumentativo dulzón se interpreta como 'que tiende a dulce'.
11. Diccionario de uso del español, Madrid, 1986, s. v. diminutivo.
12. Gramática de la lengua castellana, p. 226.
13. Se trata de una práctica designativa más frecuente en la zona centro y sur de la isla, que en
la zona norte. Nunca la he oído en un pueblo como Corralejo. Asimismo, se da en Gran Canaria, Lanzarote y en algunos puntos esporádicos de Tenerife. Como es bien sabido, es práctica
habitual en muchas zonas de Hispanoamérica.
14. Por razones sociolingüísticas obvias, en Canarias y en América suelen usarse mucho los
sufijos diminutivos para captar la benevolencia del oyente, aminorar la importancia de las cosas que se poseen, atenuar la crudeza de ciertas palabras, etc. Vid. mi Lengua y colonia en Canarias, pp. 67-77.
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gozan de cierto prestigio dentro del grupo social del majorero. Así, las formas Periquito, Andresito, Juanita, Panchito, Vicentito, Isabelita, Lolita,
Mariquita, Pinito, etc., no son en Fuerteventura denominaciones de niños,
sino de personas adultas. En estas condiciones contextúales, la forma diminutiva -ito adquiere el sentido de 'respeto cariñoso', como también ha señalado José Joaquín Montes Giraldo para América". Dirigirse o nombrar a
personas de estas características por su nombre de pila a secas constituye
una intolerable falta de respeto.
Parece ser que el matiz de 'cariño' o 'afecto' del mencionado uso de -ito
no es otra cosa que una orientación de sentido de su significado básico 'disminución interna'. El matiz de 'respeto', por otro lado, parece derivarse del
rasgo semántico 'apreciación' que se superpone a aquél. Se trata, pues, de
una práctica designativa enormemente afortunada, por cuanto que combina
el respeto con el afecto. Por ello no consideramos acertada la recomendación de evitarla que hace Bello en el siguiente párrafo de su gramática:
Esta práctica debiera desterrarse, no sólo porque tiene algo de chocante y ridículo,
sino porque confunde diferencias esenciales en el trato social. En el abuso de las terminaciones diminutivas hay algo de empalagoso".
Por lo menos en la zona que nos ocupa, los usos del diminutivo -ito que
estudiamos no tienen nada de chocante o ridículo, ni confunden el trato social. Ocurre, en realidad, todo lo contrario: estas construcciones establecen
una distinción fundamental en la jerarquía social del majorero. Lo que verdaderamente resultaría chocante y aun confundidor sería que, en los contextos citados, no apareciera este -ito.
Por lo demás, conviene señalar que, a pesar de que en español pueden oírse combinaciones como Don Pepito (caso de la canción popular "Oiga, don
Pepito;/ oiga, don José...") y otros como don Angelito, que recoge Antonio Lorenzo en su obra El habla de los Silos", lo cierto es que en Fuerteventura (y en el resto de las islas orientales) esta fórmula diminutiva de tratamiento repugna combinarse con los sustantivos don, señor, etc., de manera
que resultarían ridiculas, o cuando menos cómicas, combinaciones como
don Panchito, señor Dieguito, etc.
Por su parte, hasta no hace muchos años, el sufijo -illo era usado por las
capas populares de Fuerteventura en combinación con los nombres propios
de los niños (Carmilla, Pepillo, Tomasillo, Antoñillo, Petrilla, Paquilla,
15. "Funciones del diminutivo en español. Ensayo de clasificación", Thesaurus, XXVII
(1972), pp. 71-88.
16. Gramática de la lengua castellana, p. 228.
17. El habla de los Silos, p. 81.
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Panchillo, etc) y de los bobos del pueblo {Juanillo, Blasillo, Vicentillo,
etc.). con el sentido de 'depreciación cariñosa'. Exactamente igual que en el
caso de los usos de -ito ya estudiados, el matiz de 'cariño' o 'afecto' parece
tener su base en el significado invariante 'disminución interna', en tanto que
el sentido de 'depreciación' se basa en el matiz peyorativo que -illo superpone a esa base semántica.
A la luz de este dato, podría afirmarse que las familias de Fuerteventura
veían a la prole, con cariño sí, pero sin conferirle mucha importancia al papel que jugaba dentro de la comunidad. Para ellas, los niños no dejaban de
ser la última pieza del engranaje social, y como tal los trataban.
Por último, el diminutivo -ín solía aparecer muy frecuentemente en combinación con los nombres propios de los hijos de la burguesía (Susín, Pedrín, Periquín, Andresín, Juanín, Pepín, Manoli'n, Vicentín, Luisi'n, Felipín, Tinín, Raulín, Blasín, etc.), con un profundo matiz afectivo. Así que,
en algunos ámbitos de la isla de Fuerteventura, el morfema diminutivo -ín
constituía un símbolo de estatus social, una marca de clase que, los jóvenes
de extracción humilde soUan considerar, por lo común, ajeno y aún cursi.
A veces se daba la circunstancia de que los hijos de ciertas familias modestas ostentaban este tratamiento {Juanín, Andresín, Ricardín, Pedrín, Periquín, Miguelín...). Por lo general, se trataba de hijos de familias cuyos padres (sobre todo, la madre) trabajaban en el servicio doméstico de las clases
sociales altas y que terminaban adoptando los hábitos lingüísticos de sus patronos.
2.2. Los apodos.
Como es de sobra sabido, el apodo es un sobrenombre que se aplica a una
persona (por razones obvias, no suele haber apodos de animales o lugares)
por motivos, en principio, burlescos, festivos, etc. Como nombre propio
que es, la cantera de donde se extraen los materiales del apodo son los nombres comunes, sobre todo aquellos que designan realidades propias de la cultura más inmediata de la persona que impone. Desde el punto de vista
más estrictamente lingüístico, el apodo es esencialmente un nombre propio
más, puesto que su función básica es realizar una determinada identificación en el universo del discurso. La única diferencia que se aprecia entre el
apodo y el nombre propio ordinario consiste en que la significación de este
último debido a su fosilización, oficialización y carácter tradicional, ha quedado reducido exclusivemiente a la función identificadora a secas, sin que,
en la mayor parte de los casos, exista en la conciencia del hablante el más
mínimo rastro del valor léxico del nombre común del que procede, en tanto
que la significación del apodo no se ciñe exclusivamente a su función identificadora, sino que, debido a su carácter esporádico y a su función de denominación marginal, suele mantener vivo el valor léxico del sustantivo común
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que le sirve de base, circunstancia que determina los efectos semánticos burlescos, festivos, etc., a que hacíamos alusión antes. La clave del apodo radica, pues, en que no puede oficializarse, sino que tiene que conservar su
carácter de denominación marginal. Su institución como nombre propio
oficial y la desvinculación con la significación del nombre común originario
serían su ruina, pues su razón de ser radica en atribuir a la persona que lo
lleva las cualidades que posee el objeto o el animal que designa el nombre
común del que procede. Si alguien atribuye a una persona el mote de Sargo
o Gato, debe de ser porque habrá descubierto algún parangón entre la persona en cuestión y el felino o el pez citados. Concretamente, entre los pescadores canarios, cuando a una persona se le moteja de Gato, es porque tiene
los ojos azules o porque tiene fama de apoderarse de lo ajeno'*; cuando se le
bautiza con el sobrenombre de Sargo, es por su picardía o astucia, rasgos
que atribuye el isleño al mencionado pez, tan abundante en sus costas. Las
cualidades que se atribuyen a una persona a través del apodo son, pues, negativas, porque este mecanismo de denominación implica siempre irom'a,
burla, comicidad, etc. Digamos, por tanto, que, en principio, el apodo es
una metáfora grotesca de la persona o del grupo humano al que pertenece".
En todos los pueblos tradicionales de Canarias, como sin duda en otras sociedades tradicionales del mundo, sobreabundan los apodos, que los isleños denominan nombretes, dichetes o malos nombres. Por lo general, la fuente principal
de estos nombretes suelen ser los nombres de las cosas más características de la
sociedad que los emplea. Concretamente, en el ámbito de los pescadores canarios nos encontramos con que la imnensa mayoría de sus apodos son elementos
procedentes de su ictionimia: Breca, Sargo, Vieja, Mero, Chacalote, Chopa,
Pejín, Sama, Roquera, Rasca(n)cio, Trucha, Cabozo, etc.
Ahora bien, en los pueblos de Fuerteventura (como en el resto de los pueblos del archipiélago), lo más llamativo de este mecanismo es que muchos de
los nombretes que alcanzan cierto grado de estabilidad suelen neutralizar las
connotaciones humorísticas o sarcásticas con que nacieron y se convierten
casi en el nombre propio o en el apellido de la persona a la que pertenecen,
en detrimento de su denominación oficial, que no cuenta a efectos de la identificación popular, sino a efectos burocráticos^". Hasta tal punto esto es así.
18. En las sociedades marineras, los gatos tienen fama de ladrones porque le hurtan el pescado a los pescadores.
19. Obsérvese que también hay apodos para todos los habitantes de un pueblo, es decir, sobrenombres de gentilicios, de los que Canarias está llena. Estos apodos colectivos, al contrario
que los personales, casi nunca pierden sus connotaciones negativas, aunque suelen tolerarse en
el lenguaje informal.
20. Tanto es así, que incluso las esquelas mortuorias que se publican en la prensa suelen dar,
junto al nombre propio oficial, el mote del finado. Asimismo, si algún forastero llega a un pueblo canario preguntando por uno de sus vecinos mediante el nombre propio de éste, correrá el
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que gran parte de estos apodos suele traspasarse en muchos casos de padres
a hijos, como los mismos apellidos. Teniendo en cuenta esta circunstancia,
puede afirmarse que existen dos tipos de.apodos: a) los personales, que pertenecen a una sola persona y que suelen poseer connotaciones peyorativas; y
b) los familiares, denominativos de toda la familia y con connotaciones negativas generalmente más débiles.
Dos funciones más o menos claras parecen desempeñar estos sistemas designativos en los grupos sociales que aquí nos interesan. En primer lugar,
una función exclusivamente diacrítica, al permitir discriminar entre dos o
más personas cuando éstas poseen la misma denominación oficial. Téngase
en cuenta que muchos pueblos de las islas se han caracterizado siempre por
su acusada endogamia, lo que ha determinado que los apellidos resulten
muy poco distintivos. En segundo lugar, el apodo se emplea como un medio
para dar cohesión y autonomía al grupo, ya que se trata de un tratamiento
de confianza absoluta. No se olvide que los apodos se usaban fundamentalmente entre hombres de la misma edad y que pertenecían al mismo grupo
profesional o al mismo círculo de amigos. Por el contrario, se consideraba
absolutamente irrespetuoso que los desconocidos o los niños^' llamaran a las
personas adultas por sus nómbreles. Es más, cuando surgía algún tipo de
desavenencia entre dos o más miembros del círculo de los conocidos, a cada
uno de ellos le quedaba vedado utilizar el mote del otro.
Por último, es obvio que el apodo repugna la combinación con formas de
tratamiento como don, señor, etc. Las formas don Chopa, señor Chacalote,
don Gofio Solo, etc., resultan simplemente grotescas o cómicas.
2.3. Los hipocorísticos.
Con el nombre de hipocorístico suelen designarse, además de determinadas formas diminutivas, las deformaciones (generalmente por truncamiento) de nombres propios o comunes para provocar efectos de famiUaridad o
cariño. Se trata, pues, de un procedimiento lingüístico propio de la semántica afectiva. Así, por ejemplo, las formas bici, profe, mami, depre, presi, colé, hipocorísticos de los sustantivos bicicleta, profesor, mamá, depresión,
presidente, colegio, respectivamente, presentan una carga semántica muy
próxima a los diminutivos. Precisamente por ello, cuando alguien necesita
grave riesgo de que nadie pueda proporcionarle información, ya que en muciios casos los canarios desconocen el nombre oficial de sus convecinos, identificándolos solamente por sus apodos
o incluso por un nombre propio distinto del oficial. Así, no resulta nada raro encontrarse con
canarios conocidos por los nombres de Julio, Marcial y Salero cuyos antropónimos oficiales
son Miguel, Bernabé y Plácido, respectivamente.
21. Resulta muy significativo que en estos casos se le atribuya a los niños el calificativo de
parejero 'confianzudo', 'que se quiere emparejar con los mayores'.
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tratar con severidad a un niño o a una persona adulta designada habitualmente con un hipocorístico, evita éste y emplea en su lugar el nombre de pila
a secas. Es evidente, pues, que el hipocorístico es un procedimiento semántico de aproximación o intimidad, como los diminutivos o los apodos, en tanto que el nombre de pila a secas distancia, porque solamente aporta la desnuda denominación de la persona que designa.
En relación con el tema que tratamos aquí, los hipocorísticos que verdaderamente nos interesan son los correspondientes a los nombres propios de
persona. Se trata de un hábito onomástico muy frecuente en las hablas populares canarias, sobre todo en la designación de los niños, de forma que
puede afirmarse que, en las islas, cada antropónimo tiene su o sus hipocorísticos, que no siempre coinciden con los de otras modalidades lingüísticas
hispanas: v. gr., Francisco—>Paco—>Pancho—> Chillo; Pedro—> Perico—> Ico; Andrés—> Lele; Nieves—> Pichi; Antonio—> Toño; Manolo—>Lolo; Gregorio—>Goyo; Dámaso—>Maso; Rosendo—> Sendo;
Gonzalo—>Zalo, etc. Desde el punto de vista de su génesis, puede hablarse
de dos tipos de hipocorísticos bastante diferenciados: a) hipocorísticos arbitrarios, que no tienen formalmente nada que ver con el antropónimo que
sustituyen (v. gr., Pichi, Pepe, etc.); b) hipocorísticos que se derivan formalmente del antropónimo que sustituyen (Concepción—>Chona; Candelaria— > Cande, etc.). En este caso, el prodecimiento de formación más frecuente suele ser eUminar la parte del nombre propio que se encuentra antes
del acento y quedarse solamente con su parte final {Zalo, de Gonzalo; Sendo, de Rosendo, etc.)^^. Por lo tanto, en el estudio de estos hipocorísticos
puede determinarse con mayor o menor facilidad qué transformaciones fonéticas sistemáticas o asistemáticas ha sufrido el término primitivo para producir el derivado. Algunos de los rasgos más llamativos de la fonética de estas formas suelen ser la persistencia de sonidos palatales {ch, II, ñ, y) y la altísima frecuencia de uso de las vocales o e i. Esta última parece haberse convertido en una suerte de morfema del género femenino (P/7/, Mapi, Ani,
Mari, Pepi, etc.), en tanto que el mascuUno suele mantener su forma tradicional en -o, aunque tampoco es imposible encontrar masculinos terminados en -/ (Juani, de Juan; Candi, de Cándido; Toñi, de Antonio, etc.).
Desde el punto de vista combinatorio, se observa que los hipocorísticos
admiten ser complementados por morfemas diminutivos {Pepito, Pilita,
Charito, etc.), pero, por razones semánticas obvias, repugnan combinarse
con fórmulas de tratamiento como don, señor, etc., a menos que el hipocorístico haya aflojado en gran medida su sentido afectivo y funcione casi como
22. A veces, al contrario, lo que se suprime es la parte final de la palabra, como en Goma, de
Gonzalo; Cande, de Candelaria, etc.
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un nombre propio a secas, que es el caso de formas como Pancho, Suso,
Chano, etc., que funcionan normalmente como denominaciones de personas adultas, en tanto que hipocorísticos como Chichín, Juanma, Mapi, etc.,
muy difícilmente trascienden los ámbitos referenciales de la niñez o de la juventud.
Los sistemas de hipocorísticos suelen ser más o menos estables según los
avatares históricos por los que pasen los pueblos a los que ellos pertenecen.
Concretamente en el caso de Canarias, se observa que los isleños utilizaron
un sistema de hipocorísticos más o menos regular hasta fechas bastante recientes. Sin embargo, los seriales televisivos de origen anglosajón que invaden actualmente los hogares canarios y la moda cada vez más frecuente de
bautizar a los niños con nombres guanches (en muchos casos supuestos) están alterando radicalmente sus tradicionales sistemas canarios de nombres
afectivos. En efecto, frente a hipocorísticos tradicionales como Toño, Maraca, Chago, Paca, Chano, etc., los hipocorísticos que parecen estarse imponiendo actualmente son los anglosajones Viky, Elisa, Tony, Fredy,
Jimy, Frank, Edy, etc., o los no menos exóticos Chin, Gua, etc., procedentes de antropónimos guanches. Y aunque es verdad que estos cambios no
afectan lo más mínimo la función afectiva del hipocorístico, lo cierto es que
se alteran profundamente los mecanismos significantes. Por ejemplo, gran
parte de los hipocorísticos femeninos actuales tienden a acabar en la vocal
-/, frente a la práctica tradicional, que los hacía terminar en -a.
2.4. Nombres de parentesco.
Otro de los procedimientos hngüísticos que suelen utilizar los hablantes
para aproxim£u-se al oyente son los nombres comunes de parentesco político
o de cosanguinidad: hermano, primo, hijo, sobrino, tío, abuelo, pariente,
compadre, etc. Mediante la aplicación de estos nombres a las personas con
las que el hablante no tiene la más mínima relación de parentesco, se consigue provocar profundos efectos de soHdaridad, ya que, en contra del parecer de todas aquellas personas que sostienen que en estos casos los mencionados sustantivos se desemantizan, no cabe ninguna duda de que éstos
mantienen intacto su valor semántico inherente. Al conferirle la condición
de hermano, primo, tío, abuelo, etc., a su interlocutor, el hablante se convierte, aunque sólo sea lingüísticamente, en un miembro más de la famiUa.
Nos encontramos, pues, ante un nuevo procedimiento semántico de aproximación entre los interlocutores, como el diminutivo, el apodo y el hipocorístico. Lo que se pretende con ello es dar cohesión al grupo social, al círculo
de amigos, etc., para defenderse mejor de las posibles agresiones de otros
grupos sociales, pues mediante estas fórmulas de tratamiento los distintos
miembros de la comunidad dejan de ser individuos independientes para convertirse en una gran familia. Los nombres más elevados de la escala de pa208
rentesco (abuelo, tiV^, etc.) suelen atribuirse a las personas más viejas del
grupo. Los de parentesco más igualitario, como hermano, primo, etc., suelen emplearse entre los miembros de un mismo grupo profesional o círculo
de amigos. Los sustantivos pariente y compadre pertenecen también a este
mismo nivel, pero implican un mayor grado de distanciamiento entre el hablante y el oyente. Hijo es una forma usada por los mayores para designar a
los más jóvenes.
En determinados casos, se producen auténticas lexicalizaciones del nombre de parentesco, que pierde su valor familiar originario y pasa a formalizar un determinado contenido de tratamiento. Es lo que ha sucedido en Canarias con el sustantivo tío, que ha terminado lexicalizándose en la forma
cho. Este signo, que se siente ya como enteramente arcaico, era usado en el
pasado como fórmula de tratamiento para designar, con cierto matiz de cariño, a las personas más ancianas de los pueblos. Su uso debió de ser tan popular, que, en algunas zonas de Canarias, ha quedado fosiUzado en ciertos
topónimos, como Barranco de Chamaría, en La Laguna, Tenerife. Igualmente, el sustantivo hermano se ha lexicalizado en la forma mano, para
funcionar como fórmula de tratamiento.
2.5. Nombres de edad.
Los nombres de edad resultan también un recurso muy socorrido como
procedimiento de tratamiento popular. Es el caso de sustantivos como viejo,
muchacho, niño, etc., que aparecen con mucha frecuencia en el lenguaje popular apelando a personas que distan mucho de encontrarse comprendidas
dentro de los tramos de edad que esas voces designan habitualmente. Concretamente en Canarias (como en otros ámbitos hispanohablantes), el sustantivo viejo suele ser utilizado con mucha frecuencia por los hijos para designar a los padres, aunque éstos se encuentren todavía en una edad que
pueda considerarse joven. Las connotaciones afectivas que posee esta denominación son tales, que en muchísimas ocasiones aparece combinada con
sufijos diminutivos, sobre todo con la forma -ito. Asimismo, el sustantivo
muchacho (o su hipocorístico chachó) suele emplearse como tratamiento de
confianza, para llamar la atención del interlocutor, ponderar algún hecho,
etc. Por último, el sustantivo niño, combinado por lo general con el pronombre posesivo mi, suele aparecer muy frecuentemente en boca de las mujeres como invocación de confianza de los interlocutores. Resulta, pues, que
los nombres que significan edad, precisamente por la valoración que hace la
23. El tío que aparece modernamente en el lenguaje argótico no tiene nada que ver con el de
la fórmula de tratamiento que nos ocupa. Aquél constituye un uso muy informal y carece de la
emotividad de éste.
209
sociedad de cada etapa de la vida del hombre, resultan también mecanismos
semánticos bastante efectivos como fórmulas de tratamiento, permitiendo
crear mayor o menor grado de intimidad entre el hablante y el oyente. Ni
que decirse tiene, pues, que tampoco en estos casos puede hablarse de desemantización del valor semántico inherente a estos nombres.
3. ESTRUCTURA DEL SISTEMA POPULAR DE TRATAMIENTOS
DE FUERTEVENTURA.
Con los distintos mecanismos gramaticales y léxicos mencionados (diminutivos, apodos, hipocorísticos, nombres de parentesco y nombres de edad)
y ciertos usos más o menos generales de otros signos del idioma conforma el
español popular de Fuerteventura (así como el de otras zonas de Canarias)
un sistema de tratamientos complejísimo, en que se distinguen, yendo de los
grados más altos a los más bajos, los siguientes niveles:
3.1. En el nivel más alto, tenenos los signos don, caballero y señor, que
son fórmulas de tratamiento empleadas por los hablantes del pueblo para
referirse a los individuos de las clases altas, a las personas que no pertenecen
a su grupo social. Es el tratamiento que reciben, por ejemplo, los abogados,
los curas, los médicos, los militares, los maestros, etc.
La forma don se emplea siempre en combinación con el nombre propio
de la persona objeto de la denominación^". Caballero es una fórmula de tratamiento absoluta y aparece sobre todo en función vocativa. Señor puede
aparecer acompañado o solo, como se observa en frases como Aquí está el
señor que vino ayer; Diga, señor...
Cuando se usan para apelar al oyente, el referente pronominal de estas
formas de tratamiento es siempre el personal de respeto usted. En épocas
pasadas, sin embargo, el pueblo canario en general y el majorero en particular solía emplear el giro pronominal su merced para dirigirse a lo que él consideraba miembros de las clases altas (propietarios de las tierras, curas, médicos, etc.). Tenemos varios testimonios escritos que así lo confirman. Para
la isla de Fuerteventura, por ejemplo, nos relata Alvarez Rixo la siguiente
anécdota, surgida con ocasión de una visita que hizo al puerto majorero de
El Cotillo:
Estaba en aquella playa un anciano ciego, apoyado por dos hijas para quienes no
había hueco a bordo, y como observasen que el joven al pasar, les sacaban el sombrero los barqueros y trataban de su merced, infirió el ciego e hijas, que sería el dueño del
24. El vocativo don de frases como "¿Qué desea, don?"; "Oiga, doña"; etc., procede de Venezuela y es exclusivo de las Canarias occidentales, sobre todo de la isla de Tenerife. En las islas
orientales, no lo he oído nunca.
210
buque, o de mayor potestad de los que allí estaban, y vinieron a suplicarle por Dios,
les embarcasen, queriendo hasta arrodillarse^'.
A finales del siglo XIX escribe Rene Verneau lo siguiente respecto de los
campesinos grancanarios:
Sin embargo, nunca se rebelaría en contra del amo, porque sabe que siempre tiene
razón, y no dejaría de llamarlo Su Merceefi^.
A juzgar por las siguientes palabras de los hermanos Millares Cubas, este
tratamiento debía de estar todavía vigente en Gran Canaria en el año 1932:
Tómese buena nota del tratamiento su merced, vigente aún y reservado a los amos y
a las personas de respeto^'.
Para la isla de El Hierro, disponemos del siguiente dato, que nos proporciona Manuel J. Lorenzo Perera:
Los naturales de la Isla (se refiere a El Hierro) continúan diferenciando, a nivel social, entre los "rabos blancos" o "caballeros de la Villa", a los que se ha dado el tratamiento de "Su Merced" y de Don, y los "rabos negros", grupo que engloba a los habitantes del "Campo" y a los de la Villa de Valverde que no pertenecen al grupo privilegiado antes señalado^*.
El valor lingüístico de esta fórmula sintáctica (posesivo de tercera persona
su en la designación de la posesión del oyente, lo que implica un alejamiento
del hablante respecto de su interlocutor, y el consiguiente sentido de respeto,
y el valor léxico 'cosa, honor, perdón, etc., que concede alguien' del sustantivo merced) debía de resultar tan humillante para los canarios, que a finales
del siglo XIX motivó una polémica periodística, protagonizada por el escritor tinerfeño Manuel Linares, que propugnaba el abandono de tan afrentoso tratamiento:
—¿Qué opina usted de su mercecf!
—Opino que es una vergüenza para los canarios.
No comprendo cómo se tolera semejante tratamiento, pues bien sabe V. que los negros de Cuba están menos humillados que los labradores y sirvientes de estas islas^'.
25. FUERTEVENTURA: Bosquejo físico y moral de esta Isla. Causas de sus frecuentes escaseces y nociones para remediarlas. (Texto inédito).
26. Cinco años de estancia en las Islas Canarias, Tenerife, 1987, p. 195.
27. Cómo hablan los canarios. Las Palmas, 1932, p. IIL
28. "La manada de ovejas y su transcendencia humano-folklórica (Isla de El Hierro, Canarias)", Revista de Canarias, XXXVIII (1984-1986), p. 1040.
29. Un libro más. Fragmentos, de 1881 a 1906, La Habana, 1906, pp. 165-173.
Este tratamiento era también muy habitual en Hispanoamérica. Según indica Alvarez Naza-
211
Este primer grado del sistema de tratamientos de Fuerteventura tiene como referentes a los individuos de las clases altas, individuos ajenos a las capas populares. A partir de aquí, sin embargo, las distinciones que se hacen
responden a necesidades puramente internas a los grupos socÍ£iles más humildes.
3.2. El segundo escalón del sistema majorero de tratamientos está constituido por la forma seño (sino), que es fórmula que se usa en combinación
con el nombre propio de ancianos, a los que siempre corresponde, por otra
parte, el tratamiento pronominal de usted. Se trata, de todos modos, de una
práctica lingüística que se siente ya como muy rural.
3.3. Para designar a los artesanos (albañiles, carpinteros, herreros, zapateros, barberos, curtidores, etc.), el pueblo majorero tradicional solía emplear la forma de tratamiento general maestro, bien acompañada del antropónimo, bien sola en función vocativa: maestro José, maestro Nicolás,
maestro Domingo, etc. En ocasiones, este tratamiento podía combinarse
con algún hipocorístico {maestro Pepe, maestro Chano), pero repugnaba la
combinación con formas diminutivas. Por ejemplo, la construcción maestro
Dominguito es un contrasentido o una bufonada en el español de Fuerteventura. Por lo demás, a todas las personas que recibían el tratamiento de
maestro, se les trataba de usted en la conversación directa. Y no es casual
que la sociedad canaria tradicional sintiera un profundo respeto por sus artesanosjíues de ellos dependía, no solamente el imprescindible trabajo creativo de hacer las viviendas, los muebles, las herramientas, el vestido, el calzado, el ajuar del hogar, etc., sino, lo que es tan importante como esto, la
enseñanza de los jóvenes.
3.4. En cuarto lugar, nos encontramos con el diminutivo -ito, que empleado en combinación con el nombre propio de ancianos y de todas aquellas personas que desempeñan un papel destacado dentro de la sociedad tradicional canaria, presenta el sentido de 'respeto cariñoso', como señalábamos más arriba.
Por una parte, el diminutivo de respeto cariñoso puede combinarse, sin
ningún problema, con las formas hipocorísticas (v. gr., Pepita, Periquito,
Chanito, Lolita, etc.), reforzándose así sus connotaciones cariñosas. Por
otra, no puede combinarse nunca con las formas de tratamiento don, seño,
etc., por lo menos en Fuerteventura y en el resto de las islas orientales. En
rio, se empleó en Puerto Rico hasta el siglo pasado (La herencia lingüística de Canarias en Puerto Rico, San Juan de Puerto Rico, 1972, p. 82). Pervive todavía en Ecuador, según se observa
en la novela indigenista de ese país (vid., por ejemplo. Jorga Icaza, Los hijos del viento (Huairapamushcas), Barcelona, 1973). Para Chile, Colombia, Venezuela, El Salvador y Méjico, lo recoge Ch. Kany en su Sintaxis hispanoamericana, Madrid, 1969, pp. 122-123.
212
estas zonas del archipiélago, resultarían enteramente chocantes construcciones como seño Andresito, don Periquito, doña Pinito, doña Mariquita, etc.
Para el habla de Los Silos nos dice Antonio Lorenzo, sin embargo, lo siguiente:
Por una parte, parece que hay una curiosa relación entre el sufijo diminutivo en
los nombres de persona y los términos de tratamiento. Hoy se trata de don: "don Pepito", "don Angelito"; pero en las generaciones anteriores el término usual de tratamiento era sino, que aún hoy se emplea al referirse a las personas de edad avanzada:
"sino Pepillo". Pero a su vez, estas personas de edad avanzada, al referirse a los viejos
de la generación precedente a la suya, los tratan de cho: "cho Angélico","cho
Perico"^".
Está claro, pues, que, por lo menos en algunos puntos de las Canarias occidentales, el diminutivo de nombres propios de personas adultas puede
combinarse, sin ningún problema, con las formas de tratamiento don, sino y
cho, cosa imposible en las islas orientales.
Este diminutivo de respeto cariñoso que nos ocupa traspasa a veces el ámbito del nombre propio, para combinarse con los nombres comunes de tratamiento/«/ano y cristiano. Así, los derivados/M/C/I/ÍO y cristianito son muy
frecuentemente empleados como fórmulas de tratamiento en las islas, como
veremos después respecto del sustantivo cristiano.
Digamos, por último, que el referente pronominal "que corresponde siempre al diminutivo de respeto cariñoso en el trato directo es el personal usted.
3.5. El quinto grado del sistema de trateuniento popular de Fuerteventura lo ocupaba la forma cho (palatalización del nombre de parentesco tío, como ya hemos indicado). Esta fórmula de tratamiento se solía usar (y parece
que todavía hoy pervive en algunos núcleos rurales aislados de las islas) para
referirse a los ancianos de una forma más o menos cariñosa. No era, desde
luego, un tratamiento igualitario, pues siempre le correspondía el pronombre personal usted. En Fuerteventura, que es la zona que nos interesa aquí,
no parece haber sido utilizado tan sistemáticamente como en las islas de
Gran Canaria y Tenerife.
Se trata de una forma de tratamiento tan característica de la sociedad canaria tradicional, que algunos restaurantes, tiendas, casas de comidas, etc.,
la han adoptado en sus nombres propios: Ca cho Pancho Damián.
3.6. En aquellas situaciones comunicativas en que el majorero se ve en
la necesidad de dirigirse a un desconocido, se deja llevar por indicios externos y prefiere pecar más por exceso que por defecto. En estos casos, según
las circunstancias, suele usar algunas de las fórmulas de tratamiento ya estu-
30. El habla de los Silos, p. 81.
213
diadas señor, caballero, maestro: Diga, señor...; Oiga, maestro...; etc. Pero
es que además de estos vocativos, el hombre de Fuerteventura (así como el
del resto del archipiélago) soh'a emplear también la forma cristiano o cristianito para apelar a aquellas personas que reconocía como pertenecientes a su
grupo, pero cuyo nombre ignoraba, tratamiento al que siempre correspondía el pronombre de respeto usted. Para la isla de Gran Canaria, nos dice
Pancho Guerra lo siguiente respecto de este hábito lingüístico:
Cristianito. En el sentido de "hermano" o "prójimo", tiene constante aplicación
entre la gente del pueblo, especialmente campesina. Se usa también como exclamación, para advertir a alguien o para reprochar algo. (Los vecinos de los barrios de la
capital emplean muy frecuentemente el diminutivo, alargando dengosamente la tercera/; "Cristianiiito"".
Así es también el de la isla de Fuerteventura, aunque se trate de una fórmula de tratamiento casi exclusiva de las generaciones más viejas y sufra un
proceso vertiginoso de abandono, como casi todos los elementos de este sistema tradicional. Además de aparecer en la función de apelación a una persona cuyo nombre se ignora, puede usarse también para tratar a alguien conocido como si fuera un extraño, y proporcionar así mayor severidad a la
expresión, llamar su atención, etc., provocando así el mismo distanciamiento que cuando tratamos de usted a una persona que habitualmente tuteamos
o cuando llamamos por el nombre propio a una persona que generalmente
designamos con su hipocorístico.
Otra fórmula de tratamiento usada en Fuerteventura para apelar a un
desconocido es el sustantivo ye/e: "Jefe, déme una caja de cigarros", "¿Tiene cambio, jefe?", etc. Parece tratarse de una práctica más bien urbana y de
introducción relativamente reciente. A pesar de que, como es lógico pensar,
cuando alguien trata a otra persona de jefe, se subordina a su voluntad, lo
cierto es que este tratamiento se siente en Canarias como de no muy buena
crianza, casi plebeyo, tal vez por su contexto de uso.
3.7. Entrando ya en el terreno del tratamiento más igualitario, nos encontramos, en primer lugar, con la fórmula compadre, muy frecuente también en Andalucía: compadre Clemente, comadre Carmen, compadre Alejandro, comadre Concepción, etc. En Fuerteventura, solamente se tratan de
compadres las personas de cierta edad, incluso cuando no existe ninguna relación de parentesco entre ellos. El hecho de que este término signifique
'corresponsabilidad en la paternidad' proporciona a este tratamiento cierto
grado de proximidad entre los interlocutores, aunque es indudable que contiene también un matiz de respeto, como se deduce de la circunstancia de
31. Contribución ai léxico popular de Gran Canaria, Madrid, 1965, s. v.
214
que las personas que se tratan de compadres no se tuteen nunca.
3.8. El nombre de edad viejo, y, con bastante frecuencia, su diminutivo
viejito, suele ser usado en Fuerteventura, como ya hemos indicado, para designar a los más viejos de las familias (padres y abuelos), con una notable
carga afectiva. Por lo general, la forma pronominal que corresponde a esta
fórmula de tratamiento es el personal usted.^^.
3.9. El nombre propio a secas constituye una forma de denominación
totalmente neutra y, por ello, suele utilizarse como fórmula de tratamiento
enteramente aséptica, sin ningún matiz de respeto o afecto añadido. Por lo
general, aparece en el trato de las personas que pertenecen a una misma actividad profesional, a un mismo círculo de amigos, a una misma generación,
etc. Y puesto que nos hallamos ante una fórmula de tratamiento enteramente neutra, la persona designada con ella puede ser tratada tanto con el pronombre de confianza tú como con el pronombre de respeto usted, según los
casos.
A este nivel de tratamiento pertenecen también determinados hipocorísticos muy consolidados, como Pancho, Chano, Pepe, Chona, Lola, etc., que
pueden designar personas adultas y que carecen de la carga emotiva de hipocorísticos como Lele, Chago, etc.
3.10. Como señalábamos más arriba, los apodos más o menos arraigados suelen usarse en Fuerteventura como fórmulas normales de tratamiento
de confianza dentro del ámbito de un mismo grupo profesional, una misma
generación o un mismo círculo de amistades. En estos casos, los nómbreles,
que presentan bastante disminuidos, cuando no erradicados, sus originarios
matices de burla o sarcasmo, contribuyen a crear una atmósfera de intimidad o confianza entre los interlocutores. Por eso precisamente, les están
vedados a los desconocidos y a los más pequeños. En estos casos, el oyente
deja que el hablante invada un trozo de su soberanía personal, y esta cesión
solamente puede hacerse en favor de las personas que estimamos más o en
favor de aquellas en que confiamos.
Este tratamiento se da más entre hombres cfue entre mujeres, que apenas
se encuentran afectadas por los apodos. Solamente aquellas mujeres que viven en la calle o que se encuentran muy relacionadas con el mundo de los
hombres ostentan algún nómbrete: v. gr., Juanita Banana.
El referente pronominal que corresponde a la persona que apelamos mediante su apodo es, como no podía ser de otra forma, el personal de confianza tú. Solamente en rarísimas ocasiones se usa en estos casos el pronom32. En la isla de Gran Canaria, sobre todo en la ciudad de Las Palmas, es muy frecuente el
uso del nombre viejo en el trato informal entre amigos. Consiste en una práctica designativa
que, al parecer, procede de Argentina y que en Fuerteventura apenas si he oído alguna vez.
215
bre usted.
3.11. Los términos de parentesco mano (de hermanó), primo, pariente,
etc., y el nombre de edad chacho (e incluso cha) (de muchacho) suelen emplearse en muchos pueblos de Fuerteventura como tratamiento de confianza
entre amigos o personas del mismo nivel. Las formas mano, pariente y chacho (cha) se usan siempre solos en función vocativa. Primo puede aparecer
solo o combinado con el nombre propio de la persona aludida: prima Marcelina, primo Ricardo, prima Vicenta, primo Ramón, etc. En todos estos
casos, los interlocutores se tutean.
3.12. Las formas mi niño, mi hijo y más esporádicamente el participio
sustantivado querido son empleados por las mujeres, sobre todo, para tratar
a las personas con las que se tiene mucha confianza y a los niños. Como es
natural, también en estos casos existe el tuteo.
3.13. Por último, en el nivel más bajo del sistema tradicional de tratamientos de Fuerteventura nos encontramos con la forma diminutiva -illo y
con una lista bastante numerosa de hipocorísticos, como Chillo, Chalo,
Chago, Chencho, Sendo, Zalo, Sayo, Chona, etc., que se emplean para
tratar a los más pequeños de la familia, con el sentido ya mencionado de
'devaluación afectiva'. Este contenido afectivo es tan marcado, que, cuando uno de los progenitores del niño tratado habitualmente con un hipocorístico necesita mostrarse severo con él, suele utilizar su nombre propio a
secas, en lugar de la forma corta. Como es fácilmente comprensible, a estas
formas de tratamiento corresponde siempre el pronombre de segunda persona tú.
Las formas diminutivas -ito e -illo en combinación con un antropónimo
llegaron a un reparto de papeles tan preciso en algunas hablas locales de
Fuerteventura, que, cuando el abuelo, el padre y un hijo de una misma familia tenían idéntico nombre propio (cosa muy habitual en las islas, debido
a la costumbre tradicional de bautizar al hijo con el nombre del padre), al
abuelo se le asignaba el tratamiento -ito, al padre, el nombre a secas y al hijo, el tratamiento -illo, práctica designativa que recoge la siguiente cancióncilla popular: "En la casa en que hay tres Juanes,/¿cómo se podrán
llamar?/Juanito, Juan y Juanillo;/Juanillo, Juanito y Juan".
4. EL SISTEMA DE TRATAMIENTOS DE LA CLASE MEDIA.
El complejo sistema de tratamientos descrito en las páginas precedentes
no operaba, como ya hemos señalado, en el seno de la burguesía majorera,
que veía las cosas de otra manera. Aunque no es nuestra intención abordar
aquí el problema del sistema de tratamientos de esta clase social, sí queremos señalar algunas particularidades que contrastan claramente con ciertas
216
características del sistema popular ya analizado.
En primer lugar, el tratamiento de respeto a las personas mayores, personas de prestigio, etc., imponía siempre las formas don, señor, caballero,
aunque empleadas de manera distinta a como las empleaba el pueblo. El
lenguaje oficial o burocrático, tan ajeno a la vida cotidiana de la genta llana, exigía el uso de fórmulas de tratamiento como vuecencia, ilustrísima,
aunque solamente fu§ra en el lenguaje escrito. En el terreno del tratamiento
infantil, solían emplearse los diminutivos -ito e -ín con un matiz afectivo estimativo, derivado del significado invariante 'disminución interna apreciativa' que presentan ambos. Así los hijos de los médicos, propietarios de grandes comercios, industriales, terratenientes, profesores, militares, etc., ostentaban nombres como Susín, Pepín, Juanín, Vícentín, Andresín, Manoh'n,
Luisín, Felipín, Agustinito, Manolito, Isabelita, Esperancita, Pepita, Anita,
etc., o hipocorísticos a veces tan particulares como Liova, Espe, Tere, etc.
Por su carácter insólito para las costumbres tradicionales, estos procedimientos apelativos eran sentidos casi como un símbolo de estatus, como ya
indicamos más arriba. Así, aunque en la escuela, en la plaza, en la iglesia,
etc., todos los niños jugaban y rezaban juntos, su nombre propio, exactamente igual que el vestido, el comportamiento, los juguetes, etc., los separaba de hecho en dos grupos bien diferenciados, y de esta forma siempre se sabía quién era cada cual. Los que ostentaban estos nombres, no solamente
recibían las mayores atenciones, el mejor trato, las mejores notas, por parte
de los maestros, los curas y las personas adultas en general, sino que, incluso
aquellos cuyos nombres acababan en -illo les rendían a veces cierta pleitesía.
Por lo demás, el sistema de tratamientos de la burguesía es mucho más
simple que el popular, tal vez porque el mayor envaramiento y formalismo
de este grupo social le impedía utiUzar procedimientos lingüísticos tan afectivos como los apodos, los nombres de parentesco, los nombres de edad, el
diminutivo de respeto cariñoso, etc.
5. CONCLUSIONES
Un análisis semántico como el que acabamos de hacer nos permite extraer
unas cuantas conclusiones generales y otras particulares respecto de los procedimientos idiomáticos que emplean las sociedades humanas para elaborar
sus sistemas de tratamientos:
5.1. En primer lugar, se observa que cada grupo social, según su particular visión de las cosas, selecciona arbitrariamente aquellos mecanismos
lingüísticos que cree más adecuados para establecer diferencias de tratamiento entre sus miembros.
5.2. En segundo lugar, dejando a un lado el problema de los pronom217
bres, los hablantes suelen utilizar dos tipos de procedimientos lingüísticos
distintos para conformar sus sistemas de tratamientos: procedimientos léxicos y procedimientos morfológicos. Los procedimientos léxicos tienen su
fuente principal en los sustantivos de edad, parentesco, dignidad, profesión,
apodos, etc. Los procedimientos morfológicos están constituidos por sufijos (como los diminutivos), truncamientos formales (hipocorísticos), etc.
5.3. Desde el punto de vista de la mayor o menor distancia entre los elementos que conforman cada grupo social, puede decirse que existen dos sistemas de tratamientos más o menos diferenciados: a) El sistema de tratamientos de la burguesía o clase alta, que suele ser además el oficial y el que,
por ello, experimenta menos variación dentro de un mismo dominio lingüístico; b) El sistema de tratamientos de las clases populares, mucho más marginal. El primero es más envarado y distante, con fórmulas pomposas como
excelencia, su alteza, serenísima, su ilustrísima, etc. El segundo es siempre
más íntimo y afectivo, con fórmulas como los nombres de parentesco, los
apodos, los diminutivos, los hipocorísticos, etc.
Concretamente en el caso del sistema de tratamientos populares de Fuerteventura, si bien nos encontramos con fórmulas distantes, como don, señor
y caballero, lo cierto es que la mayor parte de sus elementos implican mayor
o menor familiaridad. El objetivo principal que se persigue con estos sistemas de tratamientos familiares es organizar internamente el grupo, proporcionarle una férrea cohesión, para defenderlo así de las posibles agresiones
de otros grupos sociales más poderosos.
5.4. Los sistemas que resultan de la integración de todos los procedimientos Ungüísticos que haya seleccionado un grupo social determinado
para desempeñar la función designativa del tratamiento, no pertenecen a la
estructura semántica de la lengua, sino a la norma. Lo único que pertenece
al idioma en estos sistemas conceptuales son los valores semánticos invariantes de los signos que les sirven de base, valores que nunca se desemantizan, como se suele creer habitualmente. Los nombres viejo, tío, hijo, etc.,
que emplean los canarios como fórmulas de tratamiento tienen exactamente
el mismo significado que cuando estas mismas palabras se usan en sentido
recto. Por lo tanto, el estudio de estos sistemas designativos pertenece más a
la sociolingüística o a la sociología que a la Ungüística en sentido estricto.
5.5. Estas fórmulas de trato son muy sensibles a los cambios sociales. Es
lo que sucede en Canarias con su sistema popular de tratamientos, que se
encuentra actualmente en una fase de descomposición total, motivado por
la profunda transformación que está experimentando su sociedad.
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