Maisanta, el último hombre a caballo - See
Transcripción
Maisanta, el último hombre a caballo - See
José León Tapia MAISANTA El último hombre a caballo EL AUTOR Y SU OBRA Comenzamos a interesamos por los trabajos históricos del doctor José León Tapia cuando leímos su interesante estudio "Por Aquí Pasó Zamora", donde el gran caudillo federal y demás protagonistas así como también los sucesos narrados, cobran vida al combinarse el relato histórico en sí con la anécdota y la leyenda. Nuestro interés por el esfuerzo narrativo de este compatriota aumentó el saber que preparaba un ensayo biográfico sobre un personaje poco conocido de nuestras guerras civiles ocurridas en los años del cambio de siglo y primeras décadas del actual. Nos referimos al general Pedro Pérez Delgado, natural de Ospino, conocido popularmente con el apodo de "Maisanta" por utilizar de continuo al hablar esa expresión. Siempre hemos creído de la mayor importancia la investigación dirigida al estudio de sucesos y personajes relacionados con la última década del siglo pasado y primera mitad del actual porque las situaciones históricas y políticas que hoy vivimos son, en mucho, efectos de aquellas causas. Siendo de observar que lo reciente de ese período impide a veces ver y juzgar con objetividad los hechos y las personas. Por todo cuanto antecede, el anuncio de la 2 publicación de este nuevo trabajo del doctor Tapia nos mantenía en expectativa. Pero lo que sí constituyó para nosotros verdadera y feliz sorpresa fue que el autor por generosa intervención de nuestro común amigo doctor Ramón J. Velásquez, nos seleccionase para escribir las palabras de presentación de la misma. Correspondiendo esta deferencia, trataremos dentro de nuestras posibilidades de cumplir con una misión que por otra parte nos honra y satisface. El doctor José León Tapia, distinguido profesional de la medicina, nativo de Barinas y residenciado en esa población, lleva en sí una sincera vocación de historiador, la cual encuentra especial estímulo en la región donde vive y desenvuelve sus actividades. Los Llanos y poblaciones de Barinas han sido teatro, desde los mismos tiempos del período colonial, de hechos históricos importantes entre los cuales resaltan de manera especial las jornadas de la Guerra Federal que allí se produjeron con especial dureza. La misma profesión del doctor Tapia le pone en contacto directo con los habitantes de esas regiones, entre los cuales todavía existen personas que fueron testigos ellos mismos o recibieron de primera mano por tradición oral, informaciones importantes del pasado, hoy en peligro de perderse caso de producirse la desaparición de sus depositarios. Todos estos han 3 sido factores contribuyentes para que el autor encontrase campo propicio y asidero a sus investigaciones alrededor de la vigorosa personalidad del general Ezequiel Zamora, quien dejó en los campos de Barinas un importante acervo de recuerdos y leyendas. En cuanto a Pedro Pérez Delgado, fue un venezolano como ha habido tantos cuya vida estuvo signada por la violencia. Huye del hogar y se lanza al encuentro de la vida todavía en temprana edad por cobrar una deuda de honor. En esto existe cierta similitud entre él y el famoso revolucionario mejicano general Francisco Villa, quien por las mismas razones se inició en el camino de la lucha armada. Comienza el biografiado su carrera en el campo de las armas, uniéndose a las banderas nacionalistas el año de 1898, cuando el general José Manuel Hernández lanza su grito de insurrección en Queipa como protesta ante el resultado de unas elecciones que considera ventajistas y amañadas. Pedro Pérez Delgado entretanto va ascendiendo desde los rangos más bajos de la vida militar a medida que participa en diversos hechos de armas, entre otros, el combate de la Mata Carmelera donde ve caer herido de muerte al general Joaquín Crespo. Vencida la revolución, regresa 4 por breve lapso a las ocupaciones de la paz para insurgir de nuevo en las filas de la Revolución Libertadora contra el gobierno del general Cipriano Castro teniendo en esta ocasión oportunidad de foguearse en diversos y recios combates. Vencido este movimiento, vuelve a la vida tranquila de los pueblos interioranos y es ya bajo el gobierno del Presidente Gómez, allá en la década de los años diez, cuando emerge de nuevo pero esta vez con la imagen propia de un caudillo militar incipiente. Su teatro de operaciones fueron los llanos de Barinas y de Apure, aunque también utilizó como eventual refugio, las sabanas colombianas de Casanare. Arauca y el Meta adonde se dirigía cuando se hacia insostenible la permanencia en territorio venezolano. Fue uno de esos rebeldes que como los generales Emilio Arévalo Cedeño, Roberto Vargas. Alfredo Franco, Marcial Azuaje y tantos otros, que seria prolijo enumerar. se levantaron en armas para emprender una lucha sin esperanzas de triunfo contra el gobierno férreo del Presidente Gómez, quien les oponía una sólida estructura armada constituida por Presidentes de estado valerosos y aguerridos, formados en los campamentos y en los campos de batalla: Vincencio Pérez Soto, Hernán Febres Cordero, León Jurado, Eustaquio Gómez, quienes reforzados con tropas regulares comandadas por recios jefes de batallón para citar algunos, 5 coroneles Enrique Tovar Díaz, Julio Meléndez, Benicio Jiménez, Angel María Sánchez, Antonio Paredes Pulga, José Ramón Peña. Esta maquinaria armada hizo nugatorios los esfuerzos de un grupo de venezolanos que habían probado el camino de la violencia y pensaban de buena fe que mediante ella podían derrocar el régimen que adversaban. Es de admirar el coraje de que hicieron gala esos compatriotas por lo desproporcionado de la lucha, el desprecio con que se jugaban la vida en medio de las más duras condiciones de una naturaleza hostil que a la vez les servía de cobijo y por el riesgo inmenso que significaba no sólo la posibilidad de morir sino peor aún, de caer prisionero para sufrir el régimen carcelario durísimo con que se castigaba en esos tiempos la insurgencia y la discrepancia política. Pedro Pérez Delgado es un ejemplo típico de esta casta de rebeldes y de esa época. Después de deambular casi diez años en actividades guerrilleras por los llanos del Sur de Occidente y las regiones fronterizas adyacentes, se le reduce a prisión cuando al parecer se había reintegrado a una vida de trabajo y termina sus días pocos años después en un calabozo del Castillo Libertador, sufriendo pesados grillos y muy lejos de los llanos abiertos que le vieron nacer. El doctor José León Tapia nos hace vivir 6 intensamente en las páginas del presente libro la vida plena de aventuras de "Maisanta". De acuerdo a su método de trabajo. Hay veracidad histórica a lo largo de todo el relato sazonada con la leyenda y el mito porque como muy bien dice el autor, "hay que rescatar también el mito y la leyenda". Para los venezolanos que puedan recordar esos tiempos, es un libro lleno de evocaciones y de informaciones precisas que aclaran la vida de acción de este personaje loca poco conocido en las regiones del país alejadas de su lar nativo y para las nuevas generaciones, viene a ser la revelación de una Venezuela pobre levantisca y romántica que no conocieron y que no volverá a existir. JOSÉ GIACOPINI ZARRAGA 7 DEDICATORIA A la memoria de mi padre Luís Alfonzo Tapia Encinoso, amigo íntimo de MAlSANTA, y quien por primera vez nos habló de sus hazañas. A los compañeros de MAlSANTA vivos o muertos en el presente. A José Esteban Ruiz Guevara, periodista, cultor de lo nuestro y compañero de la búsqueda de MAISANTA por los caminos del llano. A don Angel Betancourt Sosa, hombre de fina sensibilidad social y gran admirador de Maisanta. A José Agustín Catalá Delgado, editor de MAlSANTA. A los hijos y nietos de MAlSANTA. A todos los que han luchado par un ideal en este país. 8 ENTRE ZAMORA Y MAISANTA Me parece que asistimos a un momento, fase o movimiento aluvional de lo que sin mayor precisión pudiéramos llamar literatura histórica de Venezuela. Lo de aluvional se me ocurre por el carácter torrentoso acumulativo y de recolección fecunda para labrantíos futuros que observo en las obras testimoniales que dominan el panorama literario venezolano en la primera mitad de esta época. Pero vayamos por parte. Literatura histórica es una expresión vaga y ambigua, en primer lugar porque toda literatura es histórica, y luego porque como denominación convencional (poesía épica, crónica, novela histórica) no corresponde a una época determinada, sino que se desliza a través del tiempo en géneros variables cuyo fondo común es el suceso realmente acontecido que sirve de centro a la danza circular del narrador. En este sentido, la literatura venezolana, y la hispanoamericana en general, cuentan con una tradición que las signa, desde las crónicas del Descubrimiento y Conquista y desde los largos poemas heroicos del romanticismo hasta la novela propiamente histórica (como "Las Lanzas Coloradas" y "Boves el Urogallo"), las memorias y el panfleto (Pocaterra, Pío 9 Gil) y ese género sociológico-biográfico también cultivado entre nosotros por Ramón Díaz Sánchez, Mariano Picón Salas y Ramón J. Velásquez. Pero aquí no me refiero a ninguna de estas rosas, sino a una elaboración diferente, a una actitud narrativa distinta que, dentro de aquella tradición, realiza una danza más testimonial cuyo objetivo es resaltar ante el lector ciertos aspectos del suceso histórico que han impresionado profundamente al autor y quien desea transmitirlos más al modo oral que dentro de un estilo escrito. Se trata bien de hechos vividos de algún modo por el autor como en el caso de testimonios de guerrilla o de política, o bien de hechos no vividos directa o indirectamente, pero recogidos oralmente en confesiones, relatos y recuerdos de quienes estuvieron personalmente vinculados a los mismos, como es el caso precisamente, de los dos trabajos que acreditan el esfuerzo intelectual de José León Tapia: "Por aquí pasó Zamora", y este "Maisanta" que ahora vamos a comentar. En ambos, el método es el mismo: el autor con paciencia y tenacidad que sólo explican una elevada pasión, ha recorrido su tierra barinesa buscando en los ríos, en los caminos, en los lugares de los acontecimientos y, fundamentalmente, en la nostalgia, 10 en los recuerdos y en los consejas de los sobrevivientes, la huella viva de dos grandes valientes que cabalgaron sobre el llano su aventura libertaría en el grado diverso de la claridad y firmeza de principios y de la conciencia de sus objetivos. Zamora y Maisanta son dos formas distintas de una misma violencia. Un azar cualquiera los lanza a la revuelta armada, en un país y en tiempos en los cuales ese azar es un destino. Los dos nacieron para mandar, tienen carisma, se hacen caudillos populares, combaten contra un Estado despótico y pierden la vida por la causa cuyo triunfo no logran alcanzar. Esto es lo que los une en la fatalidad de una violencia frustrada. Otras cosas muy significativas los separan hasta convertirlos en prototipos de los modos de guerra subversiva. Zamora es el guerrillero y el caudillo popular que va clarificando cada vez más el sentido y la finalidad colectiva de su lucha, que es hacia la conquista del poder político sin transacciones ni concesiones a las clases dominantes. Es un hábil militar con iniciativa creadora en la guerra de guerrillas que conduce a su ejército de victoria en victoria y a quien sólo detiene, en la víspera del triunfo tota, una sospechosa bala de origen muy ambiguo. Es la única manera de impedir que el militar desarrolle, a la cabeza del Estado, la potencialidad del estadista que 11 se instruye en su ideario y en su acción. Maisanta es otra cosa. Es el fruto silvestre de un gran descontento, es el valor temerario y la emoción de la aventura que halla plenitud en sí mismo. Un Maisanta necesita un Zamora o, de lo contrario, se pierde y se confunde en la pobreza de su horizonte mental; o lo confunden los "doctores", quienes aprovechan, en sus cálculos políticos, la ingenua fe que ha puesto en una revolución que instruye, que husmea y que presiente en sus correrías pero que no logra plasmar como proyecto. José León Tapia busco y encontró a Zamora en la llanura barinesa. Hurgó en papeles, reconstruyó escenarios y apuntó y grabó las conversaciones en los viejos pueblos, en caseríos y en la propia Barinas, voces vivas y nostálgicas ron rasgueos de cuatro en anocheceres y con melancolía de esquilas al toque de oración, que es cuando a los viejos les gusta sentarse a enlazar leyendas en la cimarronera de una juventud que todavía los mantiene vivos. Después fue tras de Pedro Pérez Delgado, Maisanta, más cercano en el tiempo, menos historia y más romance, verdadero personaje para una gran novela que se presiente en este libro, sin pretensiones estilísticas de Tapia. 12 Por eso hablé de aluvión literario e histórico, porque en obras tan distintas en tema y tiempo romo "Aquí no ha pasado nada", de Angela Zago; "Los Aderos" de José Salazar Meneses; "Aquí todo el mundo está alzao" de Rafael Martines y este "Maisanta" de Tapia, se nos está ofreciendo un material de primera mano que ha roto nexos con la historia convencional con el romanticismo heroificante y con la manía de estilo que literaturiza falsamente, para entregamos en un estadio testimonial, pero coherente, materiales insólitos e imprescindibles para investigar y profundizar en el ser del venezolano en tres campos de esa investigación: en las ciencias socia1es y en el del arte. Aquí doy la razón y la palabra a José León Tapia, quien sostiene, y yo lo acompaño muy de veras, que nuestra cultura ha bailado tanto al son de músicas de afuera que se ha quedado sorda hacia adentro; a pesar de que, escarbando un poco debajo de las costras académicas, esperan buscando luz las auténticas esencias de nuestra condición humana y de nuestra especificidad histórica y social. Ni cabía otro método ni el asunto se prestaba a malabarismos si tenemos en cuenta la intención del autor: rescatar con la frescura de sus propios manantiales, la imagen de un héroe popular todavía vivo 13 en el lenguaje de quienes lo amaron, lo siguieron o lo conocieron. La gran novela de que hablé como presentimiento puede emprenderla el propio José León, o muy legítimamente puede uno de nuestros narradores aprovechar lo que Tapia le regala; pero lo que él se propuso fue logrado: no fallarle a Maisanta y no fallarle al pueblo con el cual se confunde. Esto quiere decir que no hay falseamientos de lenguaje y que celebro con reconocimiento hacia el autor que, consciente de su empresa, no nos haya depravado el asunto de su obra con artimañas de narrativa a la violeta. Porque habrá, sin duda, dos clases de lectores de "Maisanta": el lector cultista que "corregirá" el lenguaje y todo se le irá en gramática y ciencia del estilacho; y el lector vital, ansioso de sí mismo, fatigado el corazón de letras que no le mandan sangre y quien se alistará con el autor, un cirujano medio brujo de Barinas, en las huestes irregulares de Maisanta para la catarsis de seguir a un hombre libre que quería vivir entre hombres libres, en un país violento que a veces no quebranta la esperanza. Por estos lectores va este libro, como la vida. Orlando Araujo 14 ADVERTENCIA Los personajes principales, las fechas y los hechos históricos narrados en este libro, son rigurosamente ciertos. Todo ello ha sido confirmado por el autor en los pocos documentos que se pueden conseguir al respecto. Algunos personajes menores, como el Colmenares de Sabaneta que murió en El Viento, según otro narrador, por ejemplo, no fue allí sino en Elorza, la noche del "asalto de los cochinos" y el que mató Maisanta en El Viento, se llamaba Ramón González. Igualmente en los sucesos de Sabaneta hay algunas contradicciones en los nombres, pues la otra versión es que el Jefe Civil era el coronel Secundino Torres y Colmenares llegó enviado por Pérez Soto a buscar el prisionero, y el hombre que descubrió el asesinato en los canales del río se llamaba Cándido Tapia y no Cándido Díaz. Son variaciones en detalles pero no en el hecho en sí, como sucede casi siempre con la tradición popular. Igualmente nos pasó con el Macias de Ospino, nombre que no pudimos confirmar en otras versiones. 15 Lo mismo podrá pasar con algún otro suceso que en nada alterará el cariz novelesco, el mito y la fantasía popular en la vida de Maisanta, el último hombre a caballo. Por lo anteriormente expuesto cualquier ligera variación en nombres y detalles tendrá que ser perdonada por muchos de los propios personajes que nos informaron, pues, manteniéndose la rigurosidad puede que existan pequeñas divergencias, lo cual no altera en nada el encanto y la exaltación de ese personaje extraordinario que fue Pedro Pérez Delgado. 16 MAISANTA General Pedro Pérez Delgado “Maisanta” 18 INTRODUCCIÓN Se nos ha ocurrido conversar con la gente y recoger leyendas, anécdotas o relatos de testigos presénciales o referenciales de las cosas que han pasado en la tierra barinesa. Nos vamos a veces por los caminos de Harinas a conversar con la vieja gente y allí hemos encontrado un filón de tradición popular. Como les gusta contar historias que bullen en su mente; y que si no se recogen ahora, se perderán irremisiblemente, se irán con la existencia misma de quien las cuenta. Así lo hicimos una vez, cuando recopilamos versiones populares acerca del general Zamora. Y así lo hemos hecho ahora con "Maisanta”. Son muchos los hombres que conocieron a "Maisanta" y aún viven ya ancianos en los cuatro puntos cardinales de Barinas y Apure. Es interesante observar la alegría en su cara, cuando les alborotamos los recuerdos. Y cabe preguntamos qué se habrá hecho todo ese caudal de 19 información que han podido darnos generaciones de venezolanos, acerca de múltiples sucesos de la patria, cuya relación fría está escrita, pero la parte pintoresca con el sello personal de quienes lo vieron, se fue con ellos a la tumba. Con el general Ezequiel Zamora fue más difícil la tarea de rescate por lo lejano de su paso y la rigurosidad histórica del personaje tan decisivo en la historia de la patria. Con "Maisanta" nos ha sido más fácil porque se trata de una figura legendaria que recorre la sabana en la boca de la gente. Y cada narrador tiene su versión, su novela personal de las andanzas de "Maisanta", de su historia y de su mito. Con él hay muchos que se identifican y viven el personaje con todos los altibajos de su vida. "Maisanta" fue algo así como un último caudillo popular que levantaba multitudes para una revolución, cuyo sentido él mismo no lo pudo precisar con claridad. Pero, "Maisanta" poseía carisma y simpatía suficientes para que sin ser un jefe de mando y con éxito entre los otros jefes de la revolución 20 antigomecista, lograra calar profundamente en el alma simple de la gente, hasta el punto de que se le recuerda mucho más que a todos los otros autores de aquellos sucesos. "Maisanta" fue una pura ilusión con quien la gente se identificaba y quien, si hubiera vivido en otra época, habría sido un formidable conductor de masas, como lo fueron José Tomás Boves, José Antonio Páez y Ezequiel Zamora. Desafortunadamente a "Maisanta" le tocó vivir los tiempos en que Juan Vicente Gómez consolidaba un ejército moderno, con dinero y apoyo del capital nacional y foráneo, en un país que comenzaba a ser petrolero y apetecible para la penetración del mundo imperialista. Por eso "Maisanta" fue una frustración que sólo dejó una figura simpática y alegre a quien todo el mundo recuerda con la nostalgia de sus hazañas y con un dejo de pena por lo que hubo en él de frustración. "Maisanta" tuvo la mala suerte de haber vivido una época en que comenzaban a desaparecer las revoluciones sin contenido alguno para darle paso a las puramente ideológicas, de las cuales sólo tenía ideas vagas, que afloraban ocasionalmente en sus actos, 21 como se verá en este relato. Como todos los demás, lucharon contra Gómez sólo para ponerse ellos en su puesto, sin ofrecer ninguna otra cosa, salvo una libertad esotérica, "Maisanta" quedó solo después de tanta guerra, sin conocer el por qué de ella. Por eso creemos que "Maisanta" sigue perenne en la canta y el viento de las sabanas y los otros se van perdiendo en el olvido. A estas conclusiones llegamos después de haberle visto la cara a muchos de sus compañeros de campañas, no historiadas todavía. Tal sentimiento nos fue comunicado por hombres como Juan Rodríguez, el hijo de don Juan de Jesús, dueño del hato "Las Margaritas" Y cuartel general de los revolucionarios; Hilarión Larrarte Lapalma, hermano del capitán Cincinato, a quien mataron en Periquera y los dos, compañeros de "Maisanta". Tan de confianza era Hilarión que dormía en el suelo debajo de la hamaca de su jefe para aprovecharse del mosquitero. Por eso fue que una noche de fuerte tormenta lo escuchó comunicarse con los espíritus, pidiéndoles 22 suerte para su guerra y la libertad de Venezuela. Fue así como en un silencio de muerte, entre el rayo y el trueno, escuchó el susurro de "Maisanta" hablando de seres invisibles. También el viejo Fidel Betancourt, quien aún dearnbu1a por los pueblos con seis tomos de apuntes históricos en sus manos, sin que nadie le haga caso, partícipe de todo el proceso revolucionario antigomecista, nos contó muchas cosas acerca de "Maisanta" y sus andanzas. El viejito Jesús Salas, un campesino muy sabido a quien llaman "el bachiller del monte", en una tarde de Sabaneta, recordó hasta el color del caballo y la pinta de los perros de "Maisanta". Y así siguen las relaciones de Carlos Herrera, Manuel Guevara y Antonio Salazar en Nutrias y también del negro Caballero, el corneta de "Maisanta", quien murió una noche en una sala de nuestro hospital, en Barinas. Igual ocurrió con Luciano Montero, el anciano con quien conversamos una vez y cuando regresamos a retomar el hilo del relato, ya se había muerto, dejándonos trunca la historia. 23 Fueron muchas, en realidad, las personas con quienes hablamos y que no vamos a seguir mencionando, pero no queremos terminar sin resaltar el testimonio escrito que dejó el general Alfredo Franco y que por bondad de sus hijos hemos logrado consultar. Lo más importante de todas estas cosas es que en este libro se encontrará la vida de "Maisanta" llena de hechos a veces inverosímiles y que nos costaba creer a nosotros mismos al oír los narradores confundiendo a veces la realidad con la fantasía. El lenguaje empleado es el del pueblo y en gran parte lo transcribimos exactamente igual a la grabación, porque hemos querido escribir algo que realmente rescate la tradición popular y que constituya lectura para la gente sencilla que es la mayoría de este país. Si llega a caer este relato en los círculos intelectuales cultivados, a lo mejor les resultará extraño que un cirujano como yo, se esté ocupando de estas cosas, pero me ha llevado a ello el hecho de ver como cada día se escribe, se canta, se hace música, se pinta, buscando siempre fuentes de inspiración ajenas a nosotros, a pesar de que hay en este país inmensas 24 posibilidades que surgen con sólo hurgar un poco en el alma de nuestro pueblo. Pedro Pérez Delgado, "Maisanta" para todos los llaneros, fue el último hombre a caballo salido de los de abajo y quien alimentó lá esperanza de hacer una revolución en los estertores de la Venezuela pastoril y campesina. 25 I ¡VIVA EL MOCHO HERNANDEZ! Esta tarde iba por la calle larga y ancha de Tinaquillo, el muchacho de Ospino: 14 años, catire, ojos guarapos y avispado, con la chanza a flor de labios. Se había venido desde Valencia buscando algo que hacer, huyendo de algo que nadie sabía, y sólo había conseguido ser mandadero del pueblo. -Véndeme estas tabletas Pedro Pérez- y salía Pedro Pérez por las calles gritando a todo pulmón: tabletas, tabletas de coco y panela. O eran empanadas y dulces de majarete. Pero esa tarde había movimiento en el pueblo. Caballos amarrados en las ventanas y coches estacionados en la plaza. Habían traído gente, gente de Valencia y de Caracas, gente de San Carlos que con los pies levantaban polvaredas cuando se apresuraban a llegar a la casa blanca y larga en la esquina de la iglesia donde una vez Matías Salazar asaltó a León 26 Colina partiéndole la cara de un machetazo, según había oído el cuento de un viejo soldado federal que conversaba en una pulpería. Se dejó ir calle abajo con la bandeja en el hombro hasta llegar a la ventana, una de las muchas que tenía la sala grande con piso de tabla pulido, que hacían rechinar los ocupantes cada vez que se levantaban de las largas hileras de sillas con asientos de esterilla, recostadas a la pared. Entraban y salían hombres y el muchacho miraba por la ventana. Al final de la sala, detrás de una mesa larga con tapete de terciopelo rojo con flecos blancos en los bordes, discurría un hombre alto, delgado, blanco, pálido, de barbas negras, voz de tiple y que gesticulaba con sus manos largas de dedos finos, pero faltándole el pulgar de la derecha. "Estas serán unas elecciones libres, todos los electores irán a la plaza, allí estarán las urnas, la fuerza pública custodiará, nunca intervendrá. Ese es el ofrecimiento del general Crespo y allí en esas mismas urnas ustedes y toda su gente, la gente que puedan reclutar, en las calles, en los campos, donde sea, 27 depositarán el voto en mi favor para que por primera vez Venezuela, tenga un presidente democrático" gritaba el hombre de la voz fina" “Venceremos porque es hora de incorporamos a la vida civilizada. Esta es la oportunidad del pueblo y no la desaprovecharemos". "Ni oligarquía liberal, ni oligarquía conservadora, nos toca ahora a nosotros los de la clase media y al pueblo que siempre ha sido el sufrido”. "¡Viva el Mocho Hernández!" -gritó uno en el salón y todos los parados a un tiempo hacían retumbar el entablado de donde salía por entre los intersticios de los cuartones, un fino polvillo blanco que se mezclaba con el humo de los tabacos y hacía más oscuro el ambiente donde ya la tarde caía en los débiles rayos de un sol amarillo y pálido. Crespo, el Mocho Hernández, ahora sí recordaba. Crespo era el Presidente y el otro el candidato en campaña, pero recordaba mejor al primero cuando lo vio dando una carga a machete montado en un caballo bayo durante la toma de Valencia. 28 Virgen del Socorro, esa tarde sí tuve miedo; gracias que pude regresar temprano para contar la historia a los muchachos amigos. A este otro -pensaba-, primera vez que lo veo, pero habla bonito el hombre, sobre todo de la democracia y de que la juventud es la esperanza de la patria, Y seguía pegado a los balaústres tragándose el pensamiento. -¡Un cigarro, general! -le ofrecieron cuando terminó de hablar el Mocho. -Sí, cómo no; pero Partagás, por favor. Se registraron todos y ninguno tenía de la marca pedida. Se volteó el hombre más cercano y vio al muchacho en la ventana: -Corre, corre hijo, a la pulpería de Silva y tráete una caja grande de tabaco Partagás. Y el muchacho, agarrando el fuerte de plata que le entregaban, salió corriendo calle arriba bamboleando la bandeja. 29 En la esquina de la Botica Nueva estaba boticario Alfredo Franco, sentado en una silla suela, con el espaldar echado hacía atrás inclinado la pared y cuando vio al muchacho tan apurado preguntó sorprendido: el de en le -¿Qué te pasa Pedro Pérez, por qué tanta carrera? -Voy a comprarle tabaco Partagás al general Hernández, el que está en la reunión de los Nacionalistas, don Alfredo. -¡Llévale esta caja! -y sacó una del bolsillo de la blusa blanca que usaba el joven alto, delgado, de tez blanca y bigote negro y fino que era Alfredo Franco. Regresó Pedro Pérez con el Partagás en la mano y como una tromba se metió en la sala gritando para que todos oyeran: -¡No hubo necesidad de comprarla, esta caja se la regala don Alfredo Franco, mi general. Esa noche pasaron dos cosas en ese pueblo: Pedro Pérez Delgado conoció al Mocho Hernández y el 30 Mocho Hernández fue a visitar a Alfredo Franco para agradecerle el tabaco. Pero cuando salió de la botica ya Alfredo Franco estaba comprometido con él para la Revolución Nacionalista de 1898. 31 II ESE MUERTO ES JOAQUIN CRESPO Mucho después llegaron las elecciones. La plaza de Tinaquillo fue un torbellino de gente buscando las urnas. Campesinos de todas partes entraban por las cuatro esquinas y comenzaban a pedir las boletas. Pero los Jefes Civiles de los pueblos les repartían sólo la de Ignacio Andrade, el candidato de Crespo, y las del Mocho Hernández no aparecían por ninguna parte. Un negrito carabobeño trató de protestar en alta voz y le cayó una peinilla de plano en la espalda dejándole un rojo y largo camino al rezumar la sangre que le empapaba la camisa. -Coge tu Mocho -le dijo el soldado cuando levantaba el machete. Mientras Pedro Pérez aprovechaba para vocear las empanadas. -A cobre, a cobre -y le volaban de la bandeja. 32 Ese día Ignacio Andrade salió Presidente de Venezuela y a los pocos días venía el muchacho atravesando la calle cuando Alfredo Franco en un caballo jovero le gritó con alegría: -Catire, tú eres un hombre, vente conmigo para la guerra. -Se alzó José Manuel Hernández dando el grito de Queipa: -En el hato El Peonío de Loreto Lima se está reuniendo la tropa. Sin contestarle siquiera, se montó en el anca del caballo de uno de los acompañantes tirando la bandeja de las empanadas en plena Calle Real. Esa noche en el campamento le dijo Alfredo Franco entre la chanza y la verdad: -Catire, te viniste en el anca de un caballo, mira que así se fue Joaquín Crespo de San Francisco de Cara en el caballo de Arístides Borrego cuando la Guerra Federal y fíjate donde llegó: a Presidente de la República. 33 Se le alegraron al catire sus ojos guarapos y si alguien lo hubiera notado se los confunde con los cocuyos que ponían puntos fluorescentes en los mogotes cercanos iluminando la canción de los grillos y el zumbar de los zancudos. Era un campamento sin fogata, para no alertar al enemigo en la playa del río Macapo. Nunca se le olvidó la comparación y cada vez que comenzaba a entrarle el miedo de lo que podría pasar, recordaba al hombre de barba negra que había visto pelear en Valencia, montado en el caballo bayo. -Virgen del Socorro de Valencia, acompáñame en este trance-se encomendó como lo había, enseñado su madre, devota fiel de la imagen. -Mai Santa no me abandones que ya me vine a la guerra y en ella algo consigo, porque la guerra es para eso -y se agarraba el escapulario que tenía cosido en el pecho por dentro de la franela. Antes de dormirse esa noche en la hamaca de rayas rojas colgada entre dos palmeras, se quedó mirando la luna, una luna enorme que cubría de amarillo la noche haciendo relumbrar el pelo de los caballos 34 amarrados con sogas largas para que comieran hasta saciarse en los gamelotales del río. Y la luna le trajo el recuerdo porque fue una noche igual cuando él salió de su casa. Tenía escasos doce anos el día que todo Ospino supo que el coronel Pedro Macías le embarrigonó la hermana mayor, la única que tenía. Era catira como él y por eso llamaba tanto la atención. Catira con los ojos color guarapo, por el lado de los Delgados. Empinada y cimbreña, por el lado de los Pérez, mestizos. Ya su padre había muerto y él era el único hombre de la casa; por eso, no pudo negarse cuando su madre lo llamó llorando y le contó lo que todos sabían y ella era la última en enterarse. Esa noche como a las 12 venía el hombre por la calle. Los caserones de Ospino le tapaban con la sombra y en el momento que salió desde el manto negro para entrar en el claro de la bocacalle amarilla por una luna menguante, le hizo el tiro a media cuadra, justo a punto de mira, con el fusil de su padre que la madre le pasó a través de la ventana entreabierta y de 35 la sombra de la casa en la noche sin faroles. Cayó el hombre de bruces al impacto del disparo. Y así vengó la afrenta Pedro Pérez Delgado, cuando todavía no era hombre, teniendo que serio antes de tiempo, pues de qué otra forma le cobraban ellos, tan pobres, al coronel Pedro Macías con todo y su gran poder. Esa misma madrugada salió huyendo para Valencia por el camino de La Aparición a esconderse donde una tía, mientras apretaba el escapulario en la pechera de la franela. Así fue como llegó a Valencia y se hizo amigo de la Virgen del Socorro por recomendación de su madre que le había prendido el escapulario en la pechera de la franela. Y así fue como vio por primera vez al hombre del caballo bayo y el lunar en la cara, con barba boca de león que se llamaba Joaquín Crespo, cargando por el puente Morillo en un terrible ataque a machete, codo a codo con El Albino, su edecán guariqueño, durante la Revolución Legalista. Pensando en el episodio, entre la vigilia y el sueño, se fue quedando dormido cuando tocaron 36 silencio con música triste de corneta en el campamento nacionalista. Era su primera noche de soldado revolucionario. Temprano, por la madrugada, sonaron alegres las dianas y entre humos de café colado se fue levantando la tropa. Cuando pasaron revista a la gente de infantería, el capitán Alfredo Franco comenzó a organizar los reclutas. "Reclutas, formen filas". "Reclutas, un paso al frente". "Reclutas, armas a discreción". A las 10 de la mañana, Pedro Pérez Delgado ya era teniente por nombramiento. Como le dijo el mismo Franco, tenía lo más importante para ser jefe: era alto, con voz de mando, avispado y decidido para la acción, además de que se adornaba con saber leer y escribir. Que tuviera sólo 16 años, no importaba. Primero, no los representaba, pues aparentaba 20. Y segundo, ya estaba probado, pues Alfredo Franco sí sabía que había matado un hombre. 37 -¡Pelotón, adelante! -siguiendo la caballería del viejo Loreto Lima que abría la marcha abierta en dos alas, para proteger a los de a pie. Agarró el sable curvo, se terció la carabina en banderola y puso su pelotón en marcha, luego de 3 horas de instrucción. Más adelante iba la mosca, campo volante de 6 hombres escogidos, recorriendo cerros, calles y casas, para lograr información. Esta noche durmieron en El Peonío, el hato de Loreto Lima. La caballada en los potreros suelteada para agarrarla más fácil por la mañana. La infantería en los patios blancos con el fusil de cabecera. Y los jefes en la casa del hato, deliberando hasta tarde, entre café, ternera asada y uno que otro palo de ron viejo. A la luz de la lámpara de sebo, se divisaba desde el patio claro de luna nueva, la figura ascética delgada, mesiánica, del general José Manuel Hernández, 38 siempre al lado de la recia, rechoncha y mestiza, del último lancero federal: el general Loreto Lima. -Debe ser bueno llegar a jefe grande para andar siempre a caballo y dormir a cubierto, codeándose con el propio general -pensaba Pérez Delgado, mientras acomodaba su gente para que le amaneciera descansada. Al otro día y todos los días siguientes, continuaron la marcha incesante, con el sol reverberante en el llano pelado, con cada vez menos cerros y árboles y cada vez más sabana abierta a sol y viento, de los llanos de Cojedes, ya entrando en Portuguesa. El día 16 de abril de 1898, cuando ya calentaba el sol a eso de las 11 de la mañana, regresó un "campo volante" a toda carrera, con el caballo casi despeado por el sudor que lo bañaba y la barbada del freno cubierta de espuma blanca. -Al pasar la ceja de monte en las orillas de aquel caño, se ve movimiento de tropa, mi general -gritó estirándose en los estribos. Son las avanzadas del gobierno -contestó 39 Samuel Acosta, el jefe de los fusileros del Mocho Hernández. Tenían fusiles de repetición de los Winchester americanos que accionados por debajo halando una palanca de aro disparaban 14 tiros seguidos, cosa nunca vista en el llano. Acomoda los hombres en la mata, pero en el copo de los árboles-le ordenó José Manuel Hernández al general Samuel Acosta. -Usted vaya con ellos, teniente Pérez Delgado, pues su gente desde ahora debe proteger a la de Acosta desde la mata de adelante. Así creerán los del gobierno, que es su pelotón el que dispara, mientras desde las palmeras de la Carmelera los fusila la Compañía del general Acosta -le dijo el capitán Franco con el bigote más fino de tanto manoteárselo nerviosamente. Se acomodó la tropa nacionalista para esperar al enemigo. Pérez Delgado desde su escondite mampuesteado con un matapalo, tenía enmogotado su pelotón de infantería y veía la caballería esconderse 40 en el barranco de El Caño pasando la ceja de monte. A tres cuadras de distancia todo un ejército de línea empezaba a puntear la sabana parda, con los bultos azules de sus uniformes de paño. Después de acercarse en filas simétricas comenzó el tiroteo y no había Pérez Delgado disparado diez tiros, cuando vio que se aproximaba un grupo enemigo y siempre adelante de los demás, un hombre alto, grueso, moreno, con barba boca de león. Se bajó de una mula negra para montar otro caballo, un caballo alazano enorme, que le pasaba un catire tan blanco que se confundía con el blanco jipijapa que usaba Joaquín Crespo. Entonces fue cuando vino a saber el teniente Pérez Delgado contra quién andaba peleando. -Ah carajo, si es el mismo que vi en Valencia, es el propio general Crespo el del cuento de Alfredo Franco. Y en la identificación con el personaje a quien una vez había admirado, comenzó a dudar si dispararle ano, mientras el hombre hacía volar la manta blanca 41 como dos grandes mariposas cogiendo vuelo, al montar su enorme caballo peruano. No lo había caracoleado dos veces en el fragor de los tiros, cuando una de las balas que venía de las copas de los árboles del Carmelero, le dio de pleno en el pecho. Lo vio todo tan cerca Pedro Pérez Delgado que no lo olvidaría nunca, como jamás olvidaría, que ya la infantería crespita lo estaba rodeando envolvente y tenían que retirarse si no querían caer prisioneros. Se fueron yendo en desorden, cubiertos por la caballería de Loreto Lima, cabalgando a la defensiva con sus carabinas ligeras. Cuando se acercaban a Acarigua oyó conversando a los generales de que a las primeras de cambio habían matado a un jefe grande, pero no sabían quién era. -Era el general Crespo --les dijo Pérez Delgado. Se voltearon todos incrédulos hacia el catire altanero. -¿Cómo carajo lo sabes? --le preguntó el general 42 Acosta. -Porque yo lo conocí en Valencia cuando cargaba por la calle acompañado del Albino, el mismo que ahora lo recogió, mi general. Se fueron yendo en desorden, cubiertos por la caballería de Loreto Lima, cabalgando a la defensiva con sus carabinas ligeras. Cuando se acercaban a Acarigua oyó conversando a los generales de que a las primeras de cambio habían matado a un jefe grande, pero no sabían quién era. -Era el general Crespo -les dijo Pérez Delgado. Se voltearon todos incrédulos hacia el catire altanero. ¿Cómo carajo lo sabes? -le preguntó el general Acosta. -Porque yo lo conocí en Valencia cuando cargaba por la calle acompañado del Albino, el mismo que ahora lo recogió, mi general. Se quedaron silenciosos y atónitos los jefes y se retiró, callado el teniente. 43 -Mai Santa, que son bastantes las leguas que hay por delante -pensaba meditabundo, mientras le daba con los talones a un caballito rucio mosqueado que agarró aperado y corriendo solo porque le habían matado al jinete. Unos días después fueron derrotados en El Hacha donde el general Ramón Guerra, el hombre que sustituyó a Crespo en el mando del ejército del gobierno, hizo prisionero al Mocho Hernández. -Se acabó esta guerra. Pedro Pérez -le dijo Alfredo Franco cuando salían por una pica buscando para Cojedes, escondiéndose entre los mogotes al sentir las partidas enemigas. En el Tinaco cada uno cogió por su lado. Franco hacia Tinaquillo y Pérez Delgado para Valencia buscando la salvación. A los tres días de estar escondido en el cuarto de la esquina, vio venir una tropa entrando por Camoruco y por la rendija de la ventana que daba para la calle, reconoció la figura pálida y barbuda del general José Manuel Hernández, amarrado con nudo de preso con los brazos a la espalda, montado en un mulo viejo entre dos filas de oficiales. 44 Pero lo que más le llamó la atención fue que parecía más bien el jefe, porque las mujeres de Valencia le vitoreaban desde las puertas y balcones de las casas. Las cocineras sacaban su retrato como si fuera el de un santo y hasta flores le tiraban cuando el grupo se acercaba. Ese día Pedro Pérez Delgado supo lo que era la popularidad y el carisma de un caudillo, que preso y amarrado, vencido y humillado, se llevaba los aplausos para rabia de sus captores. De Valencia, Pérez Delgado se fugó esa noche rumbeando para el llano como ayudante de un tren de carretas de bueyes que venían para Sabaneta de Barinas, con carga para Natalio Menoni. Siguió por la vía de Guanare, vadeando los anchos ríos y atravesando el Boconó por el Paso Baronero, se aposentó en Sabaneta, a orillas de ese río bravo. 45 III ¿COMO ES ESO DE REVOLUCIÓN? -A la pizarra muchachos -y señalaba el negro cuadro, polvoriento de tiza, con su bastón de mora negra lustroso por el manoseo. Pero más lustroso era el mango semicircular imitando una cabeza de caballo labrada en plata pura. -¡Y tú, estate quieto! -le decía a otro, dándole en la cabeza con el extremo fino y nudoso pero también reluciente del bastón. Era una voz fina y gutural que entonaba sus clases intercalando chistes y también sus palmetazos cuando alguno se le alebrestaba. Dictaba todos los grados en la escuela de Sabaneta, del primero al cuarto, y aunque no estaba en el programa, seguía enseñando después a los zagaletones que terminaban y se consumían de fastidio en las esquinas del pueblo. A eso lo llamaba enseñanza superior y no le faltaban 10 ó 15 muchachos nuevos, a las 7 de la noche escuchando sus clases. 46 Una tardecita trajo al catire Pérez Delgado y lo presentó al grupo. -Este resabiao se me presentó hoy porque quiere asistir a clase. Veremos qué se logra si de verdad tiene interés -dijo como explicación. Así comenzó Pérez Delgado a estudiar, después de saber lo que era la guerra y el plomo caliente silbando cerca. Pero después se fastidió del horario y llegaba siempre más tarde para prolongar sus tertulias hasta altas horas de la noche, pues en el día trabajaba como dependiente en el negocio de musiú Menoni, un italiano rico comerciante en mercancía seca. -Bachiller Elías, ¿cómo es eso de la revolución? le preguntó un día cuando oyó al maestro repetir el término y el bachiller Elías Cordero, quien casi tenía su edad de escasos 20 años, comenzaba a alborotarle el alma. -Esa vaina es muy fácil, chico; en este país el pendejo no va a misa porque llega pidiendo la bendición al cura. Fíjate en el vainón de la Independencia. Todo el negraje que peleó con Boves contra el mantuanaje, 47 todo por ir contra sus amos sin importarles un carajo el rey. Después se fue con el Catire Páez que venía de los de abajo, catire de color pero tan pendejo corno los otros. Peón de llano, para no decirte más. -Pero la vaina se puso buena cuando terminó la Independencia y entonces el general Páez no quiso cumplir el decreto del reparto de bienes de los realistas dictado por Bolívar para ganarse la gente. ¿Y sabes por qué? ¡Carajo, chico! porque los realistas, que se pasaron la guerra en Puerto Rico y en España y regresaron el año 25, se cogieron el poder civil, ese de los jueces, gobernadores, concejales, congresantes y toda esa vaina, que hace las leyes y obliga a cumplirlas y, ¡qué carajo iban a hacer cumplir lo que era para quitarles lo suyo! -Por eso es que tú vez a Páez peleando y venciendo en Payara a los hermanos Farfán, ese par de indios que fueron sus oficiales y después derrotado él mismo por Cornelio Muñoz quien fue jefe de su Guardia de Honor por muchos años, cuando llegó a pelearlo en Los Araguatos de Apure con todo el patiquinaje caraqueño. -La vieja Pilar, la cocinera del hato San Pablo Paeño, si no se equivocó cuando el día antes del 48 encuentro le llevó a la hamaca una taza de café al general Páez que se mecía inquieto dándole con el talón a la pared, y le dijo: -¿Qué vaina es esa José Antonio, tu vas a pelear a mi compadre Cornelio con esos patiquines que no cagan sino en hoyo y sólo comen con cubiertos? ¿Qué vaina es esa José Antonio, qué le pasó a tu gente? Ahí está todo. Catire, eso es lo que pasa, los godos dominan a los caudillos populares y los compran con sus mañas para que sirvan de instrumento. -¿No ves lo que le pasó a Zamora en la Guerra Federal? Catire como Hoves y catire como Páez. ¡Carajo y catire como tú! lo envainaron en San Carlos con un tiro de cachito, para que Guzmán y el godaje se cogieran la revolución. -Siempre pasa así, recuerda cómo rodearon a Crespo y ellos siguieron mandando. Fueron los mismos que reaccionaron contra Bolívar expulsándolo de Venezuela porque ya les estorbaba para cogerse el coroto. -Querían la Independencia, eso es cierto, pero que aquí no pasara nada, que se acabara el rey, pero siguiendo ellos arriba y se mataran los pendejos para 49 ellos salirse con la suya. -Carajo bachiller, con esa explicación sí veo claras las cosas comentaba Pérez Delgado, después que terminaba el maestro con sus arengas revolucionarias y se le obscurecían los ojos de tanto interés con que le miraba. Por eso no se quedó en Sabaneta en 1901, cuando supo que había una nueva guerra. Los viejos caudillos federales se reunían en todas partes para atacar a Cipriano Castro que había derrocado a Ignacio Andrade y quería seguir mandando solo sin plegarse a sus deseos. Pero como a él lo metieron a nacionalista antes de saber qué era eso, siguió siendo nacionalista y en seis jornadas estuvo en Cojedes bajo las órdenes de Loreto Lima, el viejo oficial Mochero, el general de las cinco eles, como decían en Cojedes: Luís Loreto Lima "Lanza Libre" En Caracas está lloviendo En Valencia lloviznando y en la Mata Carmelera Luís Loreto vacunando. 50 Y hubo dos cosas que le impresionaron esa vez: Los guantes y el paraguas de seda verde que usaba el general Matos en medio del sol tremendo; y la muerte en La Pascua del general Domingo Monagas. -Como Matos serían los mantuanos de que me hablaba el bachiller Cordero, -le comentó a su ayudante, un sambo Libertad que se había ido con él. Y como el general Monagas, los héroes de la Independencia que salieron de las tropas de Boves, como también dice el bachi. ¡Carajo, así debían de ser!, se decía, mientras la caballería de Loreto Lima se estaba acercando al Tinaco. Ya iba Pérez Delgado con el grado de Capitán y comandaba un escuadrón de caballería, de esa caballería con la cual este "último lancero" como lo llamaba el general Hernández, se empeñaba en atacar el pueblo de Tinaco como si fueran los tiempos de Páez. Empezaron rodeando la ciudad por los cuatro puntos cardinales y por cada viento fueron entrando los quinientos jinetes de lanza y carabina. (La carabina 51 para de lejos y la lanza para de cerca, les había dicho el general Lima). Estaban los batallones del general Gómez, defendiendo las calles de Tinaco, armados con fusiles de repetición que comenzaron a ladrar temprano tumbándoles la gente a una cuadra de distancia. -Pero el viejo del carajo, se empeñaba en que había que meterles los caballos -contaba después Maisanta, como ya le decía la gente. -Sólo muy poquitos llegamos al cuadro de la plaza, pues con los tiros a repetición no nos dejaron acercar y cayó casi todo el escuadrón, tan casi todo fue, que hasta al viejo Loreto Lima le partieron el pecho de un tiro y así siguió avanzando hasta que le mataron el caballo. -Caballo y hombre cayeron en una trinchera profunda en la esquina de la plaza ¿y sabes lo que me dijo el viejo, cuando me le acerqué a auxiliarlo?: "Déjese de pendejadas, capitán, que ya esta batalla se perdió, que aprovechen el hoyo de una vez y me entierren con el ruano". -Por eso dijo con razón el general Hernández 52 que era el último lancero, porque "lanza contra fusil de repetición no va" -terminaba con cierto dejo de tristeza seis meses después, en la plaza de Sabaneta hablando con el bachiller Elías Cordero en una tarde de tertulia. -Además, lancero y caballo es una sola cosa y lo mejor es que los entierren juntos. -Bueno Bachi, aquí estoy de nuevo con estas morocoticas que me traje y no me pregunte de dónde al tiempo que se tocaba la faja ancha, con bordados arabescos multicolores y repleta de morocotas, que le apretaban la cintura. Ya tenía 20 años y era todo un capitán con ascenso en la pelea, pero mal visto por el gobierno que se afincaba en el mando luego del triunfo sobre la Revolución Libertadora. -Hasta aquí me llegó el nacionalismo, bachi. Esa vaina de jefe que no gana, no es conmigo y menos jefe mandando de lejos, como lo hace el Mocho Hernández. -El capitán Pérez Delgado va a trabajar, bachi; a ver si compone su vida y este salvoconducto de garantías lo favorece, para no tener que andar 53 huyendo. -¡Mai Santa!, que hasta ahora no he ganado una batalla y el único recuerdo que traje es este machetazo en la cara. Me lo dio un negro barloventeño cuando en La Victoria le caí a una trinchera a tiro limpio con la izquierda y a lanza limpia con la derecha. ¡Maisanta!, de vaina no me mató, bachi Cordero, duré un mes para curarme-y se acariciaba con la mano en la mejilla izquierda, el costurón largo y rojo que le dejó el filo del machete, riéndose festivo como si fuera un arañazo de mujer celosa. 54 IV HOMBRE DE A CABALLO En Sabaneta fue deshilvanando los años. Con el tiempo se llevó en el anca de su caballo a una morena arrosquetada, la más bonita del pueblo, y comenzó a vivir con ella. Tenía vivienda en el caserío y también una fundación en las sabanas de La Marqueseña donde están las ruinas del palacio campestre del antiguo marqués de Boconó. En ellas vivía el viejo Severo Infante, padre de la muchacha, que cuando vio las condiciones y lo llanero que era el yerno, dejó las cosas como estaban y vivieron todos en paz. Con las tejas de la antigua capilla techó Pérez Delgado su casa en un banco de sabana. -Este era el hato San Fernando -le contó un día Severo Infante-, y esa paila de cobre volteada boca abajo no la ha podido levantar nadie, ni el ejército de Ezequiel Zamora cuando pasó por aquí. Le amarraron 55 tres yuntas de bueyes que ni la movieron siquiera y ¿sabes por qué? -continuaba con misterio-, porque está tapando la boca del túnel que se comunica con el otro palacio de Barinas. -Por ahí se venía el marqués si la ciudad estaba sitiada porque cuando era tiempo de paz, lo hacía en la mula negra embrujada comiéndose el camino real. Trochaba tan rápido ese animal, que el señor prendía un tabaco en Barinas y antes que se le acabara la candela ya estaba llegando al hato. -Déjate de vainas, viejo, ni que tuviera alas para recorrer cinco leguas en tan poco tiempo. Y eso del túnel, a otro perro con ese hueso. Esas son historias de la gente para matar la soledad. ¿Cómo crees que iba a perforar un túnel de cinco leguas debajo de ríos y montes? eso es mentira, don Severo. Pero le quedó la curiosidad a Maisanta y se pasó medio día desenterrando el pailón donde hacía melaza y panela el marqués de Boconó. A los dos años ya era hombre acomodado. Casa grande en el pueblo y ganado en la sabana. En las noches sin luna se iba con la peonada. 56 -A desnudarse -les decía al llegar a la cimarronera, y veinte hombres, desnudos para pasar inadvertidos, se montaban en veinte bueyes negros agarrados de la reata con el lazo listo en la mano. Contra el viento se iba el buey metiéndose en la madrina y cuando estaba en el medio, veinte lazos silvaban en la oscuridad profunda cayendo en veinte reses lebrunas, sardas o pelicanas que era la pinta del ganado alzado. En el día sabaneaban en parejas con los perros gigantescos que le habían regalado en Valencia y al salir el cimarrón, allá iban los perros colgados del hocico y las sogas del enlazador coronándole la cornamenta. Acabó así con la cimarronera, pues era un llanero de adelante y toro que salía de la madrina toro con la soga en la carama. Una vez enlazó uno y dejó el caballo parado mientras se bajaba manta en mano, a cogerlo por la cola para tumbarlo de un todo. No había puesto el pie dos veces en el fondo del lagunazo cuando el ¡tras! de soga reventada le hizo 57 mirar al novillo que se venía encima arremetiendo contra el caballo indefenso. Le sacó la manta de rayas rojas y lo descargó dos veces antes de que el animal cogiera el monte. -Buen lance, Pérez Delgado -le gritó el viejo Infante. -¡Mai Santa!, don Severo, si lo torié sólo por el ruido, para salvar a Banderita. El negro guacharaco que se barajustaba con la silla y el cabo de soga a rastra. Nadie como él para vadear un río nadando con una mano y con la otra en la rienda del caballo o para colear un toro en la tarde de fiesta. El portero del coso ese día era un zambo guariqueño tan bueno de agua y caballo que se sentía su rival. Estaba Pérez Delgado pintamoneándole a una muchacha que lo miraba desde arriba y quería tumbarle un toro justo debajo del palco, cercado con guasduas blancas. 58 Al voltear para el coso, vio salir un toro sardo, pero cuando le montó el caballo encima, sólo encontró un tuco de rabo, porque el zambo hijo e' puta, se lo había cortado casi a la raíz para hacerla quedar en ridículo. Agarró el tocón de cola que quedaba, y empujó a Banderita con los talones. Cuando ya estaba cerca de donde quería halarlo, a la manera apureña, se tiró del caballo desbocado y a pie, con las dos manos tumbó el toro en el sitio. Al salir de la polvareda le gritó al sambo mala sangre: -¡Te envainastes, Pancho Espinoza, porque te equivocastes de hombre Cada vez que iba al pueblo de Sabaneta lo acompañaban sus enormes perros, un perro barcino, un perro pintado, perros orejas largas con cinco uñas en las patas, los mejores perros del llano. Visitaba siempre al bachiller Cordero y en la puerta de su casa se sentaban en sillas de baqueta a conversar en las tardes, mientras el caballo negro coludo, patas blancas, esperaba amarrado en el corozo 59 de la plaza y los perros dormitaban echados en el pasto. Tenían largas conversaciones. Casi siempre sobre guerras, triunfos, frustraciones y de los caudillos de Venezuela, las cuales, le alborotaban el alma y no le dejaban perder la idea de la insurgencia que era brasa ardiente en su cerebro, esperando la chispa que de nuevo levantara la candela. Si iba hasta los otros pueblos, aprovechaba para la parranda. El brandy era su trago y siempre se le subía a la cabeza haciéndole más locuaz y dicharachero. El coronel Gavidia, jefe civil de Libertad, estaba a la puerta de la Prefectura cuando vio a tres cuadras de distancia, un hombre en un caballo negro con el sombrero a la pedrada entrando por la puerta del botiquín. -¡Albarrán! -le gritó el Jefe de la Policía- andá con dos agentes y ves quién es el faramallero que se está metiendo a caballo en, el botiquín de Ramitos. Cuando Albarrán llegó a la puerta de Ramitos, encontró a Pérez Delgado echándose un palo desde el 60 caballo enfrente del mostrador. -Mi capitán -le dijo Albarrán, de parte de mi coronel Gavidia que salga y no se alborote. -iMai Santa!, anda y dile que me saque él mismo. -Mi coronel, es el capitán Pérez Delgado y le manda a decir que vaya usted a sacarlo. -¡Ah carajo!, decile que era jugando -contestó Gavidia resignado, y seguía Maisanta en la parranda con el pueblo todo suyo. Un sábado en Barinas la gracia le costó tres mil bolívares, pues el caballo se resbaló en el piso lustroso del salón y las patas delanteras cayeron como dos martillos en la primera y única mesa de billar del llano, destrozándole el paño verde y el fondo de pizarra. -Si vuelve Pérez Delgado me lo desarman -dijo el general Febres Cordero, presidente gomecista del Estado. Y la orden era inevitable. Venía un día por la calle de la iglesia cuando de pronto le salió la policía. Diez hombres lo rodearon pidiéndole registro. 61 Barajustó el caballo por el altozano y entró por la nave principal saliendo por la puerta lateral. -Díganle a Febres Cordero que yo no cargo armas, pues para eso soy su amigo -dijo en la otra calle, mientras detenía el caballo, permitiendo que lo registraran. Al otro día por la mañana mandó al negro Pedro García, su espaldero de confianza: -Entra en la iglesia, tranquilo como si fueras a pagar una promesa y de los fustanes de la Purísima, sacas el revólver que guardé ayer. -¡Este Pérez Delgado tiene más puntas que un cabresto de cerdas! gritaba entre risas el bachiller Elías Cordero cuando le escuchaba los cuentos al regreso de sus "truenos" en los pueblos distantes. 62 V ¡PAREN ESA MUSICA! Isilio Febres Cordero, de los Febres Cordero de la Independencia, los mismos que se fueron a Mérida cuando pasó Ezequiel Zamora en la Guerra Federal, había sido furriel del general León de Febres Cordero en la batalla de Coplé. Vivía en Barinas reaccionó contra Castro durante la guerra Libertadora. Por eso cuando Juan Vicente Gómez se cogió la Presidencia, a Febres Cordero lo llamaron de Caracas en el término de la distancia. Le quitó prestado un caballo gordo a su amigo Diego Ramírez y esa misma tarde se fue para regresar dos meses después como Presidente del Estado Zamora. Lo recibieron vestidos de negro todos los notables del pueblo, alineados como zamuros en el puente de la entrada. Después comenzó a mandar con sus métodos patriarcales. Su carácter de hombre serio y sus rasgos 63 de bondad, lo hicieron un Presidente indispensable. Pasaron los años y seguía inamovible en su cargo. -La mesa siempre puesta, María Luisa -le decía a su esposa, para que quien llegue vaya comiendo-. Y en la enorme casa blanca, la gran mesa larga estaba dispuesta a diario entre, los afanes del servicio. Esa noche había baile de gala en el día del Pilar y danzaban las parejas con la música de viento de la Banda Municipal. Se animaba el baile cadencioso en la enorme sala amarilla, por la luz de las lámparas de carburo colgadas en el techo, cuando de golpe se oyó parar la música por orden de Benjamín Tapia. Había salido a bailar Clemencia Acosta con su esposo legítimo, pero legítimo en lo civil porque fue el primer divorciado de Barinas y el segundo matrimonio no pudo hacerlo por la iglesia. Pálido, demudado, salió el esposo .del salón llevándola del brazo entre un silencio de muerte. -¿Qué pasó compadre? -preguntó el general 64 -Tú lo sabes Isilio. No has debido invitarlos, todos estábamos de acuerdo -contestó don Benjamín. -Recuerda que yo soy el Presidente y han cambiado los tiempos le dijo con autoridad, tratando de darle una satisfacción a los esposos ofendidos que no se pararon a escucharlo. Siguió la fiesta un poco fría al principio, más alegre después y olvidado todo a medianoche, entre copas de champán y música de vals, en ese día de la patrona del Pilar. El gobierno era la familia de los mismos asistentes al baile y las cosas se quedaron tranquilas con el consenso del silencio. Tiempo después José Isilio, el sobrino del Presidente, parrandero, coleador, liberal y amigo, invitó a Pedro Pérez para una fiesta en Barinas y muy alegre Maisanta le contó al bachiller Elías Cordero el honor de la invitación. Y el Bachi a quien no se le iba una, le aconsejó con certeza: -No vayas, catire, no vayas que te desairan. 65 Verás cómo no levantas pareja. Carajo, ya lo había pensado y será mejor dejarlo así -le contestó con rabia apretada en lo profundo del pecho. 66 VI MIEL EN TAPARAS Se acercaba el año 14 cuando las cosas comenzaron a ponerse feas. En el pueblo de Sabaneta vivía un hombre que hablaba mucho y se llamaba Maurielo. Era rubio y pronunciaba un español muy claro aunque con acento italiano y su conversación era culta y agradable. Como a Pérez Delgado le gustaba reunirse con gente que contara cosas nuevas, se había hecho amigo del italiano, quien traía de Europa las ideas modernas. Maurielo fue su amigo casi inseparable. Pero los gestos desenfadados del italiano y la franqueza de las expresiones, le fueron poniendo mal con el jefe civil gomecista, quien sospechaba de todo aquel que no era como él bruto y alfabeto. Era un coronel pelo parado llamado José Antonio Colmenares, que administraba la justicia y también la renta del pueblo para mantener sus gallos finos. Un domingo en la gallera, tuvo una discusión con 67 Maurielo cuando un gallo marañón del italiano, le ganó a un malatovo de Colmenares. -Eso no se hace. Colmenares. La palabra en los gallos es sagrada y los compromisos se cumplen -le reprochó el musiú, con decencia en el lenguaje. -Eso es verdad, compadre Maurielo, pero es mejor que nos vamos -le dijo Pérez Delgado contemporizando y sacándolo por un brazo, porque vio al coronel Colmenares en plan de busca pleitos. El coronel Colmenares quedó solo en el medio del redondel, cuando todos los galleros se retiraron silenciosos, con sus gallos en las busacas reprobando lo sucedido. -Se envainó el Maurielo y también se envainará el otro -le dijo a Quiñones, el jefe de la policía. -Tenga cuidado, mi coronel, que Pérez Delgado es peligroso; ese hombre está probado y es muy difícil de ganársela. Además, ya salió para su fundo y allá tiene gente que lo respalda. Con el otro, cuando usted quiera mi coronel. -¡Pues lo quiero ahora mismo, carajo! 68 No había llegado Maurielo a la puerta de su casa esa tarde, cuando ya Quiñones lo traía preso en rueda de policías. Lo llevaron a la Jefatura y lo amarraron al instante con un rejo largo y seco. A las cinco de la tarde salió el coronel Colmenares en un caballo con una soga arrebiatada y detrás, amarrado en la punta, musiú Maurielo, a pie, apurando el paso para mantener el de la bestia. Más atrás todavía iban dos hombres negros, gordos, gigantescos, que lo arreaban a golpe de chaparro, si demoraba la marcha que ya comenzaba a cansado. En la orilla del Boconó por el Paso Baronero estaba pescando cachamas el viejo Cándido Díaz, cuando los vio pasar en la canoa. Se escondió Díaz detrás de un árbol hasta que se perdieron en la ribera opuesta, pero como oyó a lo lejos unos gritos que sonaban como lamentos desesperados, esperó casi tres horas hasta que se atrevió a pasar el río y revisar los cañaverales, donde encontró la tierra fresca de una tumba recién cavada y 69 las cañas bravas, aún con sangre, del hombre que habían matado a puro filo de machete. A los tres días regresó Colmenares diciendo que había entregado el preso a la cárcel de Guanare y aunque nadie lo creyó, ninguno se atrevió tampoco a comprobar lo que había contado Cándido Díaz en susurros maliciosos. Pérez Delgado en La Marqueseña, con rabia y tristeza supo la noticia y desde ese día no volvió más á Sabaneta, pero nunca perdió la idea de vengar a su amigo. En las noches oscuras se deslizaba silencioso hasta el solar de la casa donde su hermana Petra Pérez, que entonces se había mudado de Ospino, salía en la madrugada para informarle de las cosas. Por ella supo que el sábado temprano saldría el coronel Colmenares a jugar una pelea de gallos en el camino de Mijagual y que lo acompañarían los negros que no lo abandonaban nunca y él llamaba los toñecos para burla de los pobladores. Armó a Ramón Moreno, su criado y caporal de sabana, y los dos se fueron a caballo por el rumbo de la 70 gallera. Cuando el día declinaba pasadas ya las cinco, se encontraron a un hombre alto y flaco, con un burro cargado de taparas, que apareció en un recodo del camino. -¡Compañero, qué lleva ahí? -preguntó Pérez Delgado. -Miel para la venta, señor. -¿Ha pasado por la gallera, compañero? -Sí, allí vendí dos taparas. Se escondió Díaz detrás de un árbol hasta que se perdieron en la ribera opuesta, pero como oyó a lo lejos unos gritos que sonaban como lamentos desesperados, esperó casi tres horas hasta que se atrevió a pasar el río y revisar los cañaverales, donde encontró la tierra fresca de una tumba recién cavada y las cañas bravas, aún con sangre, del hombre que habían matado a puro filo de machete. A los tres días regresó Colmenares diciendo que había entregado el preso a la cárcel de Guanare y aunque nadie lo creyó, ninguno se atrevió tampoco a comprobar lo que había contado Cándido Díaz en 71 susurros maliciosos. Pérez Delgado en La Marqueseña con rabia y tristeza supo la noticia y desde ese día no volvió más á Sabaneta, pero nunca perdió la idea de vengar a su amigo. En las noches oscuras se deslizaba silencioso hasta el solar de la casa donde su hermana Petra Pérez, que entonces se había mudado de Ospino, salía en la madrugada para informarle de las cosas. Por ella supo que el sábado temprano saldría el coronel Colmenares a jugar una pelea de gallos en el camino de Mijagual y que lo acompañarían los negros que no lo abandonaban nunca y él llamaba los toñecos para burla de los pobladores. Armó a Ramón Moreno, su criado y caporal de sabana, y los dos se fueron a caballo por el rumbo de la gallera. Cuando el día declinaba pasadas ya las cinco, se encontraron a un hombre alto y flaco, con un burro cargado de taparas, que apareció en un recodo del camino. 72 -¿Compañero, qué lleva ahí? -preguntó Pérez Delgado. -Miel para la venta, señor. -¿Ha pasado por la gallera, compañero? -Sí, allí vendí dos taparas. -¿Y por casualidad no vio allá al coronel Colmenares? -Como no, señor. El jefe civil se quedó en la casa de posada, donde Felicia Guédez, usted sabe, la vieja goda que usa gorro colorado creyendo que son sus tiempos. Está haciéndole un sancocho de gallina, a él y a los dos espalderos que le acompañan. -Carajo, compañero, usted sí sabe vainas y eso me ha dado una idea -exclamó Maisanta. -Te quedas aquí amarrado en este mijao, mientras me sirvo de tu burro para llegarles de sorpresa -continuó diciéndole al arriero asustado, al tiempo que le ponía la punta del machete carama de plata, haciéndole cosquillas en la garganta. 73 -Te quitas la ropa, porque ellos te vieron y me das el burro. Las dos cosas a mi me sirven. Lo dejaron atado al palo con doble vuelta de mecate de cerda y a las siete de la noche, cuando todavía estaba claro, llegó Maisanta a casa de Felicia Guédez disfrazado de vendedor de miel. -Me devolví, doña Felicia, porque ya es tarde para entrarle a la montaña -dijo con voz gruesa. Cuando le contestó "pase adelante", la vieja Felicia Guédez, ya Maisanta estaba en la sala con la peinilla en una mano y el revólver en la otra, mientras por la puerta de la cocina se metía Ramón Moreno y sin siquiera darles tiempo a que se pararan de la mesa, al coronel y sus toñecos, allí mismo los dejaron tumbados a tiros de revólver y tajos de peinilla. -Gracias, compañerito, por prestarme la indumentaria, -le dijo Pérez Delgado al arriero como despedida, antes de perderse en la noche de la selva de Mijagual, sin imaginarse que José Antonio Colmenares no moriría esa vez, gracias a los cuidados de la vieja Felicia Guédez. Cuando regresó en la madrugada al hato, ya 74 venía decidido a abandonarlo todo, dejando a Claudina Infante, con dos muchachitos pequeños, cara larga y nariz recta, con los ojos color guarapo, para reconocerlos siempre como los hijos de Maisanta. Se fue por el rumbo de Nutrias, buscando al general Juan José Briceño, su viejo amigo de la Libertadora, quien en ese tiempo comandaba una guarnición del Apure. Lo protegió este jefe como solían hacerla en esos tiempos, hasta que se olvidó el asunto y nadie pudo probar quién había atacado al coronel Colmenares y sus toñecos de Sabaneta. Así, llevado por las circunstancias, al cabo de unos meses consiguió Maisanta el ingreso a la guarnición del Apure como oficial de reserva en misiones de confianza para hombres como él, capaces de lo que fuera. Su amistad con Briceño era muy vieja y estable, pues en Barinas lo reforzó una vez Maisanta, con tropa de caballería cuando llegó, sorpresivamente durante el ataque del Gato Barroeta. El día en que el negro Sabina Palacios, mampuesteado y a dos cuadras bajó de un tiro a un hombre de azul que resultó ser el 75 general Tomás Garbi, uno de los jefes invasores que tenían cercado a Briceño. El general andino no olvidó este gesto nunca y su influencia sobre Maisanta fue siempre muy grande y decisiva, pues era el único hombre a quien respetaba el "Americano", como también le decía la gente por lo alto, catire y buen mozo. -Lo respeto porque es buen amigo, y hombre de verdad. Guapo es el "guate" y yo le debo favores que no tenía por qué concederme -dijo una vez como explicación. Continuó bajo su mando hasta que Luciano Mendible mató a Juan José Briceño en el cuartel de Calabozo y desde ese día Pérez Delgado quedó libre para seguir su propia fe. Sin embargo, como había pasado el tiempo y ya tenía relaciones en el ejército, siguió en el Apure sirviendo en un cuerpo especial con el grado de capitán y hasta vistió el uniforme que realzaba su figura gallarda. Pero la revolución contra Gómez otra vez tomaba cuerpo y el general Alfredo Franco, su viejo 76 amigo de Cojedes, se alzó el año 14 recibiendo órdenes del Partido Nacionalista y valiéndose de recados secretos, logró de Maisanta la promesa de que si atacaba a San Fernando, trataría de sublevar su batallón. Atacó Franco la primera vez y Pérez Delgado no consiguió apoyo para cumplir lo ofrecido. En la segunda oportunidad tenía Franco 800 hombres en las afueras de la capital, cuando un oficial explorador llegó con la noticia a gritos y sin bajarse del caballo, de que el general León Jurado traía 500 hombres de refuerzo y estaba entrando a San Fernando por el paso de Puerto Miranda, para apoyar al doctor Núñez, quien era Presidente del Estado. Tuvieron entonces que batirse afuera con la tropa en retirada, pero León Jurado les persiguió con sus quinientos hombres buscando hacia el Arauca. Días y días detrás de los revolucionarios, adelante por la llanura, cabresteando a León Jurado. Hasta que se acomodaron en el Yopito muy cerca de la frontera. 77 Era el Yopito un hato construido sobre un banco de sabana. Enfrente tenía una laguna de fondo llano que llegaba al pecho de un hombre y se llamaba de "Los Pollinos". Un solo camino de trilla, la atravesaba por el medio en el filo de un terraplén de tierra pisada. Los jefes del Yopito. En la foto aparecen, de pie: Gral. Maximiliano Sosa (izquierda) y Gral. Alfredo Franco a la derecha En el hato, el terraplén y en los corrales de palo a pique de mora centenaria, estaban los revolucionarios. En la casa Alfredo Franco, y en los corrales Marcial Azuaje, a quien llamaban "Cuello de Pana" porque en la Revolución Legalista le machetearon el pescuezo que desde entonces se cubría con un cuello alto de pana verde para taparse la cicatriz. 78 Entre el terraplén y los patios estaban también Ildefonso del Moral, Fermín Toro, Kuno Plessman y muchos más que completaban 800 hombres. Resistieron por cinco horas los ataques de Jurado, con su gente igual que patos reales atravesando la laguna con sólo la cabeza afuera y el máuser entre las manos suspendido sobre la superficie del agua mientras hacían pie firme para acelerar el ataque. Les mataron mucha gente, pero alcanzaron el terraplén a pesar de que el caído, se moría ahogado en el fangal, o comido por los caribes atraídos por el olor de sangre fresca. Hasta León Jurado fue herido y sacado en una canoa, pero la tropa siguió avanzando y cuando cinco horas habían pasado, se retiró Alfredo Franco no sin antes haber recibido un tiro en una pierna que le voló la chocozuela. Cada ejército con su correspondiente jefe acostado en una hamaca por las heridas recibidas, siguió por la sabana ilimite atacándose sin cesar. Se pararon los revolucionarios apoyados en el 79 barranco del caño El Congrio, donde las cargas de caballería del general Rodolfo Piña y el coronel Roque Puerta, lograron detener al gobierno justo el tiempo necesario para permitir que los derrotados atravesaran la frontera. Cuando los revolucionarios entraban a El Viento, el general Jurado, herido, ocupaba el pueblecito vecino de Elorza y hasta El Viento mandó su médico para que curara al general Franco, en otro de sus gestos de coriano bravo y caballero. 80 VII SOLAMENTE REVOLUCIONARIO Mientras esto estaba pasando, salió el vapor "Masparro" de San Fernando de Apure y en él iba Pedro Pérez Delgado con las ganas retozándole de ayudar a su compañero. Y cuando el barco pitó dos veces en la vuelta de La Catira, donde desemboca el Portuguesa en el río Apure, ya iba alzado para unirse a la Revolución. -Aunque esta revolución del carajo no logra unificarla nadie, pues todos los jefes quieren mandar y a ninguno reconocen por completo -le decía al Mocho Payara, que se había embarcado con él y era su hombre de confianza. -Esa es la vaina, mi capitán, mientras el gobierno cumple una sola orden, nosotros no nos ponemos de acuerdo.- Por un lado Franco, que es nacionalista, y por otro. "Cuello de Pana" con sus liberales amarillos y así cada quien sin lograr un entendimiento. -¿Y usted qué vaina es, mi capitán? -Yo no soy nada de eso. Mocho Payara, yo sólo 81 soy revolucionario para que tumbemos al tirano y comencemos a mandar los de abajo. &os son los que yo quiero que me sigan. -Ah, carajo Pedro Pérez, tú con tus vainas otra vez -le replicó Payara un tanto mohíno y en confianza. Sublevó a la tripulación del barco en un playón del río, hizo prisioneros a los que no quisieron estar de acuerdo con él y los dejó abandonados para no tener que fusilados. Desde ese día comenzó a pararse en los pueblos ribereños y a conversar con la gente arengándola con fervor. -Con la falta que me hace el bachiller Elías para que me escriba una proclama -decía con nostalgia-, pues aquí en este país todo el que se alza lo primero que hace es escribir la suya, pero que carajo, a falta de proclama le hablo a la gente. ¡Mai Santa, que son bastantes! En el medio del río, aguas arriba, el barco negro como una tonina iba remontando el Apure y por las playas la gente de a caballo siguiéndolo de cerca como 82 si los atrajera el peligro y la muerte que seguro los esperaba. El plan era recoger hombres en cada parte y con las armas del barco formar un batallón para asaltar a San Fernando. Y con el parque del cuartel, completar un poderoso contingente para atacar a León Jurado que deambulaba por los esteros detrás de Alfredo Franco. Por donde pasaba el vaporcito desde la boca del Arauca, la gente lo seguía y en las playas soleadas, entrenaba Pérez Delgado los reclutas bisoños todos los días por la mañana. Hasta la gente del profeta Enoc se vino a formar en sus filas pues el profeta Enoc con su túnica blanca que no se le ensuciaba nunca, recorría el llano dejando solos los hatos ofreciéndoles la redención a los hombres y Pérez Delgado les ofrecía la libertad y también el botín en el camino del triunfo. -iMai Santa y tiene gente el viejito! -se dijo Pérez Delgado cuando lo encontró acampado en un claro de sabana junto con aquel gentío que oía sus predicciones. 83 Ese día consiguió 100 hombres, casi todos conocidos y de confianza, mientras el profeta con el resto seguía con sus sandalias de cuero crudo y su barba cana y rojiza al viento, rumbeando para Zamora por los mil caminos del llano. Cuando el barquito se acercaba a San Fernando, venían en él 200 hombres y por las veredas del monte 500 más de a caballo para atacar la ciudad. Atracó el "Masparro" y se quedó quieto en el desembarcadero con las calderas prendidas y su chorro de humo negro pintando el cielo azul de San Fernando, mientras bajaba la infantería dispersándose por las calles donde ya los de a caballo comenzaban a penetrar desde las sabanas cercanas. Cinco cargas dieron ese día sin poder pasar el primer piso del palacio Fonsequero, pues allí, el coronel Silvestre Castellano y sus tigres de Jobalito, se defendía acorralado con la furia y el valor de los que así se encuentran. Cargaban al machete, metían la caballería en filas compactas reventando las hileras de bayonetas, pero no lograron tomar ni el cuartel de Casa de Zinc, defendido por el comandante Bonifacio Blanco, ni el palacio Fonsequero a pesar de que el propio Maisanta, le llegó al portón de madera vieja 84 reventándolo con sus hachazos. Por la tarde tuvieron que retirarse dejando gran parte de la gente muerta y Maisanta le dijo al Mocho Payara: -Esta vez tampoco pudimos y te puedo jurar que jamás podremos pelear mejor, pero la guerra es la guerra y Gómez tiene lo suyo: armas, dinero y mano libre para quienes le sirven con lealtad, por eso lo defienden tanto. Cuando comenzaron a retirarse e iban a una cuadra de distancia, recordó Pérez Delgado que en el cuartel de San Fernando tenia oficiales comprometidos para entregarle el parque a la revolución. Y de improviso se volteó gritándole a los que lo acompañaban: -¡MaiSanta, nos traicionaron los hijos de puta! Nos aseguraron que desde adentro empezarían el alzamiento y nunca ha resistido mejor una tropa avisada, pues esos carajos sabían que yo atacaría hoy. Traición con traición se paga, Mocho Payara, y barajustó el caballo que le había quitado a un soldado en el fragor del combate, llamando al bobo del pueblo, un muchacho mongólico que se llamaba Ramón Santana 85 y le dijo con furor: Tú conoces al coronel Silvestre Castellano. Vete allá y entrégale esto de parte mía. Mientras Pérez Delgado se retiraba, el bobo le entregó el papel al coronel Castellano y cuál no sería su sorpresa cuando se encontró con la lista de los oficiales comprometidos, quienes no tardaron mucho tiempo en estar camino de La Rotunda. Con las sirenas entristecidas, pitando de tanto en tanto, se retiró el vapor "Masparro", cuando caía el atardecer. Ya el telégrafo funcionaba y por el alambre se fue la noticia, alertando a Isilio Febres Cordero de que para Barinas iba la gente de la revolución y no tardaron en estar listos en los barrancones de Puerto Nutrias las tropas del estado Zamora que defendían a Juan Vicente Gómez. En el mediodía sofocante se anunció al vapor "Masparro" en el pueblo de Santa Catalina y en el paso del río se entrevistó Pérez Delgado, con el coronel Alejandro Ojeda y su tropa de caballería. Caballos negros, caballos blancos, caballos ruanos, rucios, rucio 86 azules y zainos guacharacas. -Se saluda, coronel. -Desde hoya sus órdenes, general Y general lo siguieron llamando después de aquel reconocimiento, pues Alejandro Ojeda era el jefe liberal más antiguo que por el llano quedaba y así seria el prestigio de Maisanta cuando lo reconocía por jefe, un coronel que venía de la Revolución Federal. Brindaron y comieron ternera bajo la sombra de un Guamal y en la noche siguió el vapor remontando las aguas fangosas. Al mismo tiempo salió la caballería de Ojeda. Adelante la vanguardia y a la cabeza de ella, muy bizarro, el capitán Víctor Peña, a quien llamaban “Caramucho”. Trescientos jinetes de lanza, machete y carabina, recortando la sabana para salir pasillaneando a los barrancones de “El Picacho”, a la entrada de Puerto Nutrias, donde estaban acampados 600 soldados del gobierno con el hablar cantado de los hombres de la serranía de Calderas donde les fue más 87 fácil hacer la recluta. Los comandaba el general Carlos Jordán Falcón y el general Jesús Antonio Ramírez, los dos habían estado en la pelea de la Victoria, luchando contra los andinos y del liberalismo se habían pasado a Juan Vicente Gómez quien ya dominaba la patria con su ejercito organizado y el dinero petrolero. -Hasta aquí llegaron las banderas –dijo un vez el general Jordán Falcón. Porque al ejercito de línea con parque plata, comida y máuseres de repetición, no se le puede pelear con chopos y muchos menos con lanzas. Por Ojeda supo Pérez Delgado que no se tenían noticias del general Alfredo Franco y que, con su propio fracaso de San Fernando, poco podrían lograr en Puerto Nutrias. Pero su fantasía era tan grande, que seguía con optimismo, porque cuando el hombre se sabe caudillo se siente como en la gloria y solo ve los triunfos dentro de la bruma que le sierran el pensamiento. -¡MaiSanta, pa`lante que son bastantes! Y se veía comandando grandes multitudes. ¡Como en los tiempos de Ezequiel Zamora!, sin 88 darse cuenta cabalmente que estaba entrando en la época moderna donde se terminaba la Venezuela pastoril para entrar en la millonaria, neocolonial y dependiente. El coronel Ojeda salió adelante y romo por tierra y a caballo se anda más rápido que por agua en un vaporcito cabezeador, apareció primero en las sabanas de El Vigía, reventando en El Picacho cuando clareaba la mañana. En ese mismo momento Maisanta Pérez Delgado, ron el vapor a toda máquina y pitando romo un toro bravo, salió en la curva lejana de agua azul ron ribetes verdes donde el Apure se estrecha para formar la resaca que se mete en El Picacho, atracadero de los barcos. La infantería la había desembarcado en la boca del caño Caimán para que entrara por detrás y los agarrara desprevenidos, en una carga a machete comandada por el Mocho Payara, quien ron una mano se bastaba para manejar la peinilla mejor que todo el mundo. Cuando Maisanta vio desde el barco que ya entraba el Mocho, mandó a suspender los fuegos para 89 no herir a su propia gente y con la sirena del barro le dio la señal a Alejandro Ojeda para que metiera los caballos. Por los callejones del monte iban desembocando los jinetes a los gritos de "Camarucho": -¡Pa'lante muchachos y a la lanza! Saltaban los barrancones y se metían en las galerías de los anchos corredores de las casas del puerto, donde se protegían los soldados del gobierno, quienes ya tenían días allí, en la barranca pelada, cuando apareció el vapor, vaporcito de agua dulce de cuando los ríos tenían caudal. El barco estaba forrado con cueros secos de res, cuyos extremos colgaban sobre la cubierta. Venía el balazo de máuser y se batían al impulso dejando las balas frías sin efectividad precisa. Más atrás, dentro del barco, estaba la gente del "Americano" de lado y lado del casco, tiro va y tiro viene a cada playa del río. Pasó dos veces con sus chapaletas chorreantes bajando y subiendo la corriente. Desaparecía por ratos en la curva y continuaba pasando y pasando, tiro va y tiro viene y los andinitos asustados, pues nunca habían 90 visto una casa flotando que piraba como un toro y botaba humo por la chimenea y plomo por las ventanas. Justamente en el momento en que 'el humo enmantaba el remanso fue cuando cayeron los macheteros. Eran 20, 30, 40, quién sabe cuántos. Machetazo por delante; machetazo por los lados, brillando lustrosos cada vez que caían tajantes. Comenzó a correr la gente dejando el máuser atrás y fue cuando los del vapor empezaron a disparar de nuevo y a desembarcar presurosos haciéndole descarga tras descarga a los que huían despavoridos. Los que tuvieron más valor y se quedaron a resistir, cayeron bajo el filo de los machetes de la gente del Mocho Payara y las cargas a lanza de Alejandro Ojeda; uniéndoseles en ese momento, el propio Maisanta Pérez Delgado, quien a la cabeza de su propia guardia pisaba tierra por el desembarcaderos, A muchos les llamó la atención que se bajara el "Americano" usando un zapato y una alpargata, porque tenía un pie enfermo de la punzada de una raya cuando días antes se zambulló desde la cubierta del barco a quitar unos caramos que le impedían el paso en el cauce de arena blanca. 91 Vestía blusa blanca cerrada en el cuello y sombrero pelo e’ guama con una borlita de estambre adornándole la cinta. Banda amarilla en el pecho que le sostenía el sable y a sus gritos de iMai Santa! avanzaba toda la gente mientras los caballos de Alejandro Ojeda remataban a los rezagados, reventando con el pecho las barandas de las casas y a las tropas que enviaba de refuerzo al mando de Arturo Juárez, el coronel Martínez Lecuna, quien sostenía la retaguardia de las fuerzas del gobierno. En la puerta del mejor almacén del pueblo, le gritó "musiú" Novellino: ¡Carajo, Maisanta, no vas a dejar ninguno vivo. Te brindaré esta botella de brandy pues no habrá quien me denuncie! -Gracias, don Tomás, porque ésta la celebramos y ya vuelvo para aceptársela -le contestó Pérez Delgado, cuando pasaba en la pelea. Se retiraron Jordán y Ramírez y junto con ellos 92 todo el ejército, dejando las calles pobladas de muertos, heridos, mochilas y máuseres, mientras los soldados de la revolución recogían el botín de guerra. Hasta los quepis de los oficiales de línea estaban abandonados en las calles y sobre su sombrero de palma real se montó uno el Mocho Payara. Las fuerzas de Jordán Falcón estaban reducidas a sólo 175 hombres y entraban a la ciudad de Nutrias distante 2 kilómetros del sitio del desembarco con los gritos de Maisanta, oyéndose en la retaguardia. Cuartel y cárcel de Ciudad de Nutrias -iMai Santa, Virgen del Socorro! Esta vez te necesito. 93 Y se manoteaba el escapulario cosido en la franela al cual sus soldados ingenuos le atribuían el poder real de detener las balas en lo más duro del combate. En las casas de la ciudad de Nutrias trataron de resistir los del gobierno, pero ya la caballería de Ojeda recorría sus calles blancas, sacando polvo a la tierra y chispas a las aceras de piedra, lo cual ocasionó de inmediato la dispersión total de las fuerzas oficiales y cada quien tomó el camino que le dejaba el miedo. Los persiguieron hasta el Vegón de Nutrias. Regresaron ya casi de noche con filas de prisioneros. Los guatecitos asustados pedían clemencia temprano, temiendo que los fusilaran. Con la tarde se fue calmando el pueblo en la tranquilidad que sigue a la tormenta y la gente comenzó a asomarse a las puertas de las casas. Los muertos arrastrados por los pies, eran amontonados en las esquinas y a los heridos los metían 94 Ciudad de Nutrias, por esta calle larga de casas Blancas entró Maisanta en la iglesia para tratar de curarlos. Comenzaron a escucharse de vez en cuando ¡vivas! vivas al Americano, vivas, que se fueron haciendo más frecuentes hasta que se hizo un coro de voces campesinas. Vitoriaban a "Maisanta" Pérez Delgado como si fuera una esperanza dentro de tanta barbarie. Cualquiera habría pensado que era una Venezuela distinta. Un muchacho de 14 años, que había sido el informador silencioso que salió del pueblo en las noches sin luna, montado en un caballo en pelo para 95 avisarle a Alejandro Ojeda sobre el número y distribución de las tropas de Gómez, se presentó al Americano en el mismo caballo negro. Entre aplausos y vivas comenzó ese día su aventura el futuro capitán Fidel Betancourt, quien después se distinguiría durante largos años de Revolución. Cuando terminó la euforia del triunfo se retiró el Americano por el camino del Puerto. En las últimas calles del pueblo, encontró a un hombre montado en un caballo castaño y chuto que se le acercó a paso lento y cuál no sería su sorpresa, al reconocer al bachiller Elías Cordero quien lo saludaba alborozado. Iglesia de Ciudad de Nutrias, donde recogieron los heridos del combate 96 Las paradojas de la vida, Pérez Delgado, yo que tanto te azucé en esto de la Revolución, hoy me encuentras en Nutrias como Secretario de Jordán. Como sabía que eras tú el jefe del asalto, me quedé para saludarte. -Que vaina, bachi Cordero, con las cosas de la vida, pero no se preocupe, que usted anda de secretario y los secretarios no pelean, esos escriben. ¡Cuándo carajo se ha visto un secretario peleando! Ahora me vas a servir a mí redactando un telegrama contándole a Juan Vicente Gómez cómo le tomamos este pueblo, pero primero tómate un brandy conmigo, pues en alguna forma debemos celebrar el encontramos de nuevo. Después que se tomó el trago, le dijo Elías Cordero con voz de resignación: -No seas tan optimista, Pérez Delgado, este país ha cambiado y a este hombre no lo tumba nadie. A los venezolanos de ahora lo que les interesa es el real y la influencia para mantenerse arriba. Las ideas de una patria mejor, donde todos tengan iguales oportunidades, las consideran pendejadas, pendejadas, todo lo que yo te decía! 97 Ciudad de Nutrias inundada con sus calles de aguas azules. Las casas eran construidas sobre pilotes y el agua les lavaba las tablas del piso Esa tarde de alborozo pasaron dos cosas en Puerto de Nutrias, que no se olvidarán nunca: Pérez Delgado entró a una pulpería y agarró una pieza de tela amarilla. Con ella debajo del brazo atravesó la calle y llegó donde doña Mercedes de Guevara quien tenía la única máquina de coser en el pueblo. Cuando penetró en la casa de piso entablado, pues las de Puerto de Nutrias se construían sobre botalones de madera porque el río inundaba las calles 98 durante el invierno y sólo las tablas separaban la gente del agua, oyó unos golpes sordos en la oscuridad de un cuarto cerrado y sólo su fino oído pudo descubrir lo que significaban. Doña Mercedes era la esposa del jefe civil, el coronel Miguel Ramón Guevara, viejo oficial liberal. -Doña Mercedes -le dijo el Americano---, aunque esgarre, hágame con esta muselina, unas banderas y varias divisas amarillas para adornar mi tropa y dígale al coronel Guevara que saque el caballo que tiene escondido en el cuarto con los cascos enfundados. Que salga para que vea su color de .otros tiempos y salude al general Pérez Delgado que con él no se va a meter, aunque, ahora después de viejo, sea jefe civil de Gómez. Por la puerta del cuarto salió al rato el viejo coronel Guevara, de diestro un caballo con las patas embojotadas en fundas de trapo y una sonrisa de tristeza en la cara. Y la otra cosa fue con la vieja Petra Julia, la posadera del pueblo, enemiga del Mocho Payara, a quien una vez denunció de estar hablando mal del gobierno. 99 -Esta vieja me la paga aunque sea con un susto se dijo el Mocho Payara cuando la vio de lejos en la puerta de la posada. -Doña Petra, ya pasó la pelea y ahora tenemos hambre, háganos un sancocho -le gritó. -De qué te vaya hacer sancocho Mocho Payara, si aquí se acabaron las gallinas, comerás muerto, Mocho Payara -le contestó la vieja con insolencia. Enfurecido el hombre, se volteó para la calle y abriéndole un ojal en la oreja a uno de los muertos del gobierno, le dijo a un soldado: -téngame aquí -y con su único brazo dejó caer el machete cercenándole la cabeza al cadáver. Guardó el sable destilante dentro de la funda en su cintura, agarró la cabeza que colgaba por el ojal en la mano del sorprendido soldado, se metió en la cocina de su enemiga y dejándosela en el fogón le gritó con sorna: -Si quieres hacerlo de muerto, aquí tienes la cabeza -y salió de la casa pasándole por un lado a la vieja Petra Julia que se debatía en convulsiones de terror y asco. 100 La casa de Lazo Marti en Ciudad de Nutrias Esa noche cuando a la luz de un farol en la esquina de musiú Novellino discutían los planes de si seguir o no para Barinas, se presentó un hombre de modales finos y gestos comedidos, blanco, delgado, de bigotes negros y con las mangas de la camisa manchadas de sangre. Era el médico de la ciudad de Nutrias que había curado a los heridos. -Tanto gusto doctor, ya supe que usted estuvo en La Victoria cuando peleamos allá. Ojalá se venga con 101 nosotros pues si las cosas siguen bien iremos pa'lante y su prestigio nos será muy útil, le dijo el Americano. Pero viendo que el médico le sonreía con profunda simpatía pero no le contestaba nada, se fijó en el telegrafista Carmona quien se presentó en ese momento con un parte de guerra que le había llegado para el general Jordán. Lo tomó de pronto como si presintiera algo y comenzó a leerlo silencioso, enterándose del inmediato del desastre de la Revolución. El Mocho Hernández, quien invadía por el Estado Bolívar, no pudo avanzar un paso, ni siquiera porque lo apoyó el general Angel Lanza I y tuvieron que pasar a la Guayana Inglesa donde los hicieron prisioneros. Alfredo Franco había sido derrotado en el Yopito teniendo que asilarse con sus compañeros en el Arauca de siempre Fue entonces cuando se dio cuenta cabal de que su triunfo de Nutrias no tenía futuro. Se volvió relampagueándole los ojos por la rabia del momento y leí preguntó al coronel Ojeda, quien con la pierna en el pescuezo de su caballo zaino lo miraba cabizbajo: 102 Coronel Alejandro Ojeda, el de las cargas de caballería 103 -¿Tú sospechaste esta vaina, Alejandro? Y el coronel le contestó: Estaba seguro que pasaría así porque nosotros estamos desunidos al pesar de que somos dueños del terreno y conocemos todos los caminos de la sabana, pero yo tengo una sola palabra, y le dije que contara conmigo y aquí estoy con usted tirando esta parada. Displicentemente se despidió Pedro Pérez Delgado de los que lo acompañaban, pero antes de seguir su camino hacia el embarcadero donde se veían las luces del vapor, le dijo al doctor: ¡Mai Santa doctor! es mejor que se quede terminando de curar los heridos, esta guerra se acabó. En la madrugada del otro día se levantaron las chenchenas en los mogotes del río con el ruido de las calderas cuando desatracaba "El Masparro", pues Maisanta Pérez Delgado abandonaba el puerto en retirada estratégica después de un triunfo resonante. Se llevaron las armas, las municiones y el bastimento que les obsequiaba la gente, como si en el fondo se identificaran con lo que él representaba. 104 Después quedó el sueño, el sueño de algo que pasó y la gente siguió cantándole hasta en la copla sabanera: CORRIO DEL PICACHO 1. Si me permiten señores yo les contaré una cosa lo que le pasó a Jordán en el gran Distrito Sosa. 2. Les voy a contar la historia de lo que pasó en El Picacho Jordán y Miguel Martínez contra Pedro Pérez el macho. 3. El 10 de junio en la tarde marcharon para El Picacho fueron a atrincherar la gente y allí doblaron el cacho. 4. Marcharon hacia El Picacho en compañía de Carmelo dejando las armas solas para que sostuvieran los fuegos. 105 5. Jordán y Miguel Martínez dormían en la Prefectura cuando rompieron los fuegos cada uno ensilló su mula. 6. Martínez salió corriendo la plebe haciéndole burla porque dicen le pegaba con el sombrero a la mula. 7. Jordán le dice a Martínez con ciertas frases de burla: apúrese compañero péguele duro a la mula. 8. El teniente Cala Sánchez hombre de temple y bravura con su sombrero en la mano le daba en el anca a la mula. 9. ¿Qué le pasa, mi teniente? yo lo veo muy preocupado Pedro Pérez no es el hombre que a mí me tenga asustado. 10. Apúrese general que ya nos vienen siguiendo 106 Pedro Pérez y su gente van a entrar a la ciudad. 11. La sagrada de Jordán que hacia abajo se perdió a las 10 de la mañana a Boquerones llegó. 12. Todos llenos de pavor huyeron los caldereños preguntándose uno a uno con tamaña turbación ¿Qué será ese perolón que por doquiera bota humo? 13. Celso Arnensen y el Americano bajaron últimos del vapor y con sólo dieciocho hombres dieron el asalto mayor. 14. Maisanta, que son bastantes pa´lante Mocho Payara decía Pérez Delgado a las cuatro de las tardes. 15. ¡Alas! Pues que más pensamos 107 marchémonos hacia Calderas no contemos con Jordán que ya se fue a la carrera. 16. Jordán le dice a Martínez de aquí me sacan una historia pero todo el mundo sabe que yo pelié en la Victoria. 17. Pedro Pérez desde su barco retirandose para el Apure Les dijo adiós a los guates En la vuelta de Merecure. 18. Aquí se acabó la historia De estos generales tan guapos Todos se fueron corriendo Cuando Maisanta bajó del barco. (Copiado de una parranda de Puerto Nutrias en 1969. cantaba Miguel Tomás Cola, hijo del Teniente Cola Sánchez). 108 VIII UNA CALMA INQUIETANTE En Barinas todo era soledad. Don Isilio en su despacho encortinado de terciopelo rojo, esperaba las noticias en la vieja casa de gobierno. A su alrededor, callados y nerviosos estaban los empleados del ejecutivo. Sentados en sillones de mimbre desesperaban el tedio y el calor atosigante. En este pueblo triste nunca pasaba nada y la gente se entretenía contando las consejas de siempre en la tertulia provinciana. Anoche vieron una luz azulosa en las ruinas del palacio del marqués. Y entonces amanecían los buscadores de tesoros hoyando a punta de barreton la plata enterrada. Otros, oían la carreta de los corrientes de la última epidemia, traqueando a golpe de las 12 sobre las 109 calles empedradas. Un cazador de chácharos se encontró con el amo del monte, un viejo largo y seco con el pantalón raído y un bonetico rojo, arriando una manada de dantas para los pozos del río. Una vez entraron en el mes de marzo y a pleno sol de las 2 de la tarde, centenares de váquiros salvajes, arremetiendo contra todo lo que veían. Mordieron gente, burros, acabaron con un yucal y uno salió de la iglesia con la casulla del cura en la boca. Eso fue cuando la gran sequía que acabó el pan en el llano, marchitando las sementeras. Los enamorados furtivos en las noches oscuras saltaban por los zaguanes en busca de amores escondidos. Y las serenatas de los sábados, con brindis de ponche y ron, en las salas de las casas con la luz mortecina de los candiles de sebo. Si no se hablaba de estas cosas, se tenia que hablar de política, o del programa para el día de San Juan, cuando paseaban hasta la plaza Bolívar el enorme 110 retrato de Juan Vicente Gómez, cruzado por una cinta tricolor, disputándose el honor de cargarlo los señores vestidos de negro. De lo único que se podría haber hablado animadamente era de las andanzas de Maisanta, pero eso estaba prohibido y tenía que hacerse en susurros. Decían que Italia Unti, una catira juncal y buenamoza, recibía correspondencia de Maisanta, pues había sido su novia en Obispo. No falto quien recomendara durante las conversaciones del gran salón de cortinas rojas, vigilarla con disimulo cuando se apagaban los faroles. Los jóvenes de la sociedad estaban todos armados de mauser y haciendo guardias de reglamento, pues todo soldado y peón disponible había salido para Puerto de Nutrias. Una noche oscura de tormenta y lluvia porque era el mes de julio y la luna no sale lloviendo, el grupo de los Arvelo, Tapia, Febres, Encinozo y Jiménez estaban tan nerviosos y asustados que dieron un “alto, ¿Quién vive?”, varias veces, cuando sintieron pisadas fuertes en las charcas del camino a la entrada del 111 pueblo. Y como nadie contestara, comenzaron las descargas de fusilera. Ocho burros y cinco vacas de patio amanecieron tendidas por el fuego de los fusiles inquietos que ¡esperaban a Maisanta. A los 3 días de zozobra, entre café y dulce que mandaban de las casas a los hombres reunidos en la Casa de Gobierno, por el paso, de Torunos, comenzaron a salir los soldaditos de Calderas con el pánico retratado en sus caras de hambre y sed de varios días. Un oficial se olvidó en El Vegón de que el caballo estaba amarrado y le reventó los ijares con las espuelas de rueda grande sin salir del mismo sitio, a pesar de los azotes que le daba con el sombrero. En el vado del río Santo Domingo pasaron acordonados, agarrados de la mano, pero ¡como los andinos no saben nadar, se ahogaron muchos en los remolinos de agua turbia. Cuando aparecieron los primeros en los alrededores del pueblo, cundió el pánico de verdad en la ciudad dormida. 112 Entonces, se movilizaron los hombres del salón de las cortinas rojas y comenzaron a enterarse del desastre de Puerto de Nutrias. -Díganle al general Jordán que como castigo por esa derrota, pase directo-a Maracay a informarle personalmente al general Gómez lo que pasó en Nutrias -ordenó don Isilio, abotagado y rabioso, esa tarde de pena. En la noche, la tensión se hizo más grande porque los cuentos eran más y más exagerados y el miedo se aumentaba con cada nueva información de los que aparecían continuamente. Para colmo de males al catire Lino Traspuesto se le ocurrió la travesura de amarrarle malojo fresco a la cabuya de las campanas en el Altozano de la iglesia. Cuando los burros sueltos en las calles solitarias se acercaron en la madrugada a comérselo, comenzaron a doblar a difuntos las campanas de Barinas cada vez que el burro daba un mordisco al malojo del mecate. Todo el pueblo se echó a la calle creyendo que estaban anunciando la entrada de Pérez Delgado. En la mañana temprano decidieron evacuar la 113 ciudad y mudarse a Barinitas. Ya 'la caja fuerte negra del general Febres Cordero estaba montada en una carreta de bueyes y cada quien acomodaba su equipaje en burros, caballos y mulas, cuando llegó un "expreso" de Nutrias diciendo a todo gañote que "Maisanta" se había retirado. Como por encanto volvió la paz y comenzó de nuevo a sentirse el tedio y la modorra del calor en la ciudad donde nunca pasaba nada. Con la cercanía de "Maisanta" la gente se había alborotado y hasta al propio general Febres Cordera le faltaron el respeto mientras pasaba a caballo, seguido de su espaldera, por la calle real de Barinas y detrás de una pared blanca de la casa de los Jiménez, unos zagaletones le gritaron con voz de burla y escarnio: ¡Abajo Gómez! ¡Viva la Revolución! Por los solares y rompiendo los cañizos se metió la policía buscando los culpables. Pero la calma retornó y hubo tiempo para poner de nuevo las cosas en el lugar en que siempre debieron estar si no hubiera sido por "Maisanta". 114 IX LA LUMBRE DE LOS MACHETES Allá lejos, Maisanta, ante la situación creada de que Franco estaba derrotado y se quedaba sin apoyo en el Apure, en una de las enormes vueltas del río, donde el agua clara de un caño se confunde con el agua azulosa del río, en una resaca escondido entre guamales frondosos, metió de proa el vapor y botando la rueda del timón en la profundidad del pozo le dijo a la gente: -Pie a tierra. -Nos vamos en línea recta para salir a Elorza donde hay tropas acuarteladas, las asaltaremos por sorpresa y conseguiremos información; -El coronel Ojeda se queda con los suyos en Santa Catalina y nosotros nos vamos en los caballos. Montaron cincuenta hombres en cincuenta caballos que Ojeda les tenía listos en un, claro de sabana y se perdieron en lontananza. Tres días después llegaban a Puerto de Nutrias 115 dos vapores más: "El Apure" y "El Arauca", con mil hombres de refuerzo y como no encontraron ni rastros de la gente de Maisanta, ordenó el coronel Godoy rematar los heridos enemigos que escondían en las casas. En el propio Picacho los colgaron de las ramas paralelas de una ceiba gigantesca, y todo aquel que ayudó o dio de comer a los revolucionarios fue pasado a palos para escarmiento de los demás. La posadera Petra Julia, le indicaba en la noche al propio coronel Godoy el nombre de los comprometidos, cuando en una cama de catre se revolcaban lascivos sin saber que debajo de ella, estaba escondido esperando la madrugada para fugarse del pueblo, el correo Fidel Betancourt quien sabía que ese era el único sitio de Nutrias donde no lo habrían buscado nunca. Por la sabana sin matas iban los cincuenta hombres cuando en la distancia vieron una casa que era el hato Herrereño. Se adelantó el Mocho Payara y entró solo al paradero. Amarraba el caballo en el soberao de la caballeriza, cuando Herrera le dijo: -Pase adelante señor -brincó Payara 116 desarmándolo de un cañón largo que portaba, al mismo tiempo que los otros entraban en los patios. Allí hicieron campamento, mataron dos vacas gordas y comenzaron la conversación que anunciaba cordialidad. -¿Por qué tan poca gente? -le preguntó Carlos Herrera. -Porque cada uno de los míos, vale por veinte de los de Gómez, paisano -le contestó El Americano y le decía paisano porque Herrera era de Portuguesa y se conocían desde antes. Al terminar de comer durmieron alertas toda la noche, pero a las cuatro de la madrugada se levantó y le dijo: -Gracias, paisano, pero nos vamos, perdone que me lleve sus caballos pero son para la revolución. Se volteó hacia los corredores donde la gente dormía y les gritó: -¡Arza, arriba muchachos que la chiva renca madruga y le echa tres peos al día! Era la contraseña, porque como si tuvieran resortes volaron de las 117 cobijas a ensillar los caballos a la orilla del caño. -Paisano -le dijo Herrera-, déjame el revólver que lo tiene el del caballo alazano, un teniente que ensillaba en la pata de un corozo. El Americano dirigiéndose al, aludido le dijo: -Teniente, dele el revólver de mi cámara. -Yo no lo tengo mi general. -He dicho que lo entregue. Y el teniente le entregó el arma. Esa mañana remontaron al negro Manuel Caballero que se les había unido en Nutrias, en el caballo mosqueado de silla del propio Carlos Herrera. Caballerito era cometa en la banda de Ciudad de Nutrias y antes de salir no se olvidó de la corneta; pero después que siguieron camino y las leguas se hacían largas se arrepintió de pronto devolviéndose del caño Chorroco. Con dos días de hambre se perdió en los manglares y cuando ya no tenía esperanza se le ocurrió tocar la cometa. La cometa reventaba la 118 sabana con sus toques repetidos que parecían ordenar una carga, para, susto de los vecinos que creían que era otra vez Maisanta. Cuál no sería la sorpresa cuando atraídos por la curiosidad se acercaron al río, y en lo alto de un caramo vieron al negro Caballero con la ropa hecha jirones y muerto de hambre suena-que suena su corneta. Mientras tanto, caminaban y caminaban los cincuenta hombres por la sabana pelada, reventando los pajonales con los cascos de los caballos y el polvo se les pegaba en la garganta reseca por' la sed y el calor. A los diez días de marcha se acercaron a Elorza. En una mata esperaron que la noche fuera noche y cuando pasaron las doce empezó la movilización. -A las tres de la madrugada llegan los peseros muchachos. Aprovecharemos la oportunidad de esta fiesta de Elorza, ¡Mai Santa! tendrán bastantes marranos esta noche los peseros del pueblo -dijo Pedro Pérez y comenzó a dar órdenes. -A desnudarse, gente; tú también Mocho Payara. El único que va vestido soy yo, que voy de marranero. 119 Treinta hombres desnudos y caminando en cuatro pies invadieron las calles desde donde se vislumbraban las primeras casas del pueblo. -Acuérdense que la pesa y los chiqueros están al lado del cuartel yeso nos favorece. Pasaremos al centinela a media cuadra de lejos y llegaremos junto a la puerta de la casa. La noche está tan oscura que no la corta un cuchillo, y al estar enfrente, ¡pá dentro todo el mundo y al machete sin compasión! -Sigan muchachos que vamos pasando. Coche, coche, coche, coche, coche, coche ¡marranitos para la pesa señor! -dijo con voz humilde cuando le alertó el centinela. -Coche, coche, coche, treinta hombres desnudos para conocerse entre ellos al comenzar el asalto. -Pa' lante muchachos -les decía en susurros ustedes tocan por todos lados y al que tenga ropa machetazo con él. -Coche, coche, coche, ya estamos pasando, sigan calladitos; de vez en cuando una roncadita como si fueran cochinos; así, así, así es como es. 120 -Ya pasamos, estamos, estamos llegando; allá está la puerta del cuartel. -¡Coche, coche, coche!, arreó con voz más fuerte. -¡Mai Santa que son bastantes! -gritó el Americano cuando llegaron a la puerta entreabierta para un cambio de centinelas. Entonces se pararon los cochinos y empezaron a relumbrar los machetes en la madrugada con débil luz de las estrellas. -¡Pa'lante, muchachos, viva la revolución que aquí llegó Pedro Pérez! Mientras el machete roznaba entre cuajarones de sangre. A la media hora el cuarte1ito era de ellos y los cuerpos despedazados de los ocupantes llenaban el piso. Sesenta cuerpos vestidos y muertos y treinta hombres desnudos y ciegos de ira mortal. Los otros hombres del gobierno se fueron por los solares sin ni siquiera disparar un tiro, pues la sorpresa no se los permitió. 1 121 Con el clarear de la mañana llegó la retaguardia de Maisanta. Traían para los asaltantes la ropa y los sombreros con las divisas amarillas de Nutrias arrugadas por el uso. En la rabia del combate se les había olvidado que Elorza estaba de fiestas. Pero fueron anunciadas en ese momento, con el repique de campanas que Maisanta estaba dando desde la Torre de la iglesia, para avisar su triunfo a los sorprendidos pobladores aún con el sueño de la madrugada arrugándoles la cara. 1 Eran 80 hombres al mando del coronel José Colmenares y del célebre "Sute" Márquez, oficiales de Pérez Soto. Los dos murieron en el asalto. 122 X VELORIO CON MUERTO AJENO Después pasó Pérez Delgado a El Viento con 50 hombres de escolta y sus caballos despeados de tanto correr sabanas - y terronales resecos del fondo de los esteros. La fama de lo de Nutrias y el asalto de los cochinos le fue creando una aureola de jefe grande. En El Viento estaban los derrotados del Yopito. El Viento era un pueblo largo de calles de arena fina y casas de palma blanca, bien alineadas a cuerda. Lo único que lo diferenciaba de los otros pueblos del llano era la fila de maporas que marcaban la raya por el medio de la calle real, separando a Venezuela de Colombia. Allá El Viento. Del lado de acá Elorza y la llanura. -Tú puedes tener una casa en los dos lados y pasas una noche en Colombia y otra en Venezuela' según te convenga. O una casa con la cocina en Venezuela y el dormitorio en Colombia, para estar más seguro. 123 -Será mejor tenerla allá -le contestó el Americano a Pedro Montes de Oca, un larense amigo 2 quien le daba la información: Enterraron .las armas que traían en una mata cercana para tenerlas a mano y engrasarlas con aceite de palma que les regalaban los indios. -No te olvides, Mocho Payara, cuando yo te diga: "Anda, ve el burrito y la jamuga", es que vayas a darle una vuelta, limpiarlas y volverlas a poner en su sitio, que pronto las necesitaremos. No tuvieron problemas con los colombianos, pues ya estaban acostumbrados a estar recibiendo asilados. A los días ya eran familiares a los habitantes del pueblo y el general Pérez Delgado no era secreto para nadie. Su carácter alegre y la fama que traía le hizo dueño de la gente -Un brandy, mi general -y brindaba con el Alcalde. 2 Pedro Pérez Delgado estuvo en una Escuela en Barquisimeto, donde adquirió conocimientos de enseñanza elemental hasta la edad de 12 años. Después viajó a Carora donde estudió hasta tercer año de bachillerato. Esto fue antes del incidente de Ospino que cambió su vida. En tierras de Lara se contagió con el hablar de inflexiones características de los larenses. Desde esa época de su infancia venía su amistad con Montes de Oca. 124 -Un brandy, mi general -y brindaba con el guardia. Por eso le era tan fácil pasar la hilera de maporas y buscar en Venezuela la información que necesitaba. Cuando el gobierno de Gómez supo dónde estaba el hombre, comenzaron las acechanzas para salir temprano de él. Y un día por la mañana, muy temprano, el Mocho Payara le movió la hamaca a Maisanta, diciéndole de sorpresa: -Me avisaron de Venezuela que viene un tal Colmenares. Es un hombre muy bragao; lo envían a matarte. -¡Mai Santa!, debe ser bragao de verdad; pero recuerda una cosa: el que tira adelante siempre gana y guerra avisada no mata soldado. En el barranco del río, dorado y relumbrante por el sol de las doce, estaba el catire Pérez Delgado erecto como un poste y tenso como una cuerda, montado en una mula mora, cuando vio la canoa 125 remontando el río Arauca. Le cubría el cuerpo una manta de rayas azules que ocultaba sus manos y el rev61ver en la cintura. En la canoa, adelante el palanquero y detrás un hombre gordo, pelo liso, bigote grande, ojos rasgados y boca gruesa. -¡Mai Santa, Mocho Payara!, tal como te lo describieron, ese es Colmenares; pero ¡carajo!, es el mismo de Sabaneta. -Sí, es ese; mírale la pinta de guate que tiene contestó Payara, tan asombrado como su jefe. Cuando atracó la canoa y el hombre venía caminando por el largo sendero de su fondo para salir por la proa, desde el alto del barranco le gritó Pérez Delgado: -¿Conque tú eres Colmenares? ¿Por qué carajo no te moriste? Y Colmenares le contest6: -Para servirle, señor; porque ahora el muerto 126 será otro. -Aquí te estoy esperando; las noticias corren con el viento. Vamos a salir de una vez de este apuro porque a Pedro Pérez el guarapo no se le enfría. Se manoteó el revólver José Antonio Colmenares pero no había puesto la mano en la cacha de nácar que le asomaba en la pretina cuando ya Pérez Delgado le había metido un balazo en el medio del pecho. Se dejó caer despacio Colmenares por el borde de la canoa y se fue yendo lentamente en la profundidad verdosa de las aguas del Arauca. Desde la cima del barranco, con el revólver en alto, lo miró deslizarse Pedro Pérez Delgado y como pasaba el tiempo y no se veían burbujas en la superficie del remanso, le gritó al Mocho Payara: ¡Mai Santa!, con uno fue suficiente; no se le ve ni el resuello. En la noche, como a las nueve, mientras se paseaba por El Viento, le dijo a sus compañeros: -Ah, carajo, no lo recordaba. Yo tengo un velorio en Venezuela. Vamos a pasar las maporas para visitar 127 al muerto. Y esa noche fue de brandy, café y parranda en el lado venezolano donde su fama y el temor mantenían el equilibrio en el velorio de Colmenares. En la madrugada, con los gallos, pasó la voz a los suyos: -Vámonos, muchachos, pues ya viene el día; no vayan a recordar las cosas y quieran hacernos presos. -Ni de allá ni de acá, mi general. Maracay está muy lejos y lo mismo Bogotá -le dijo, como si se justificara, el Comisario del pueblo, que también asistía al velorio. 128 XI LOS MATADORES DE GARZAS Arauca, un pueblo llanero de calles anchas extendidas en el recodo del río. Era el centro de los exilados de Venezuela y de los aventureros de Colombia. Puros hombres de ambas naciones, viviendo entre la hermandad de la guerra, las persecuciones y el trabajo ganadero. Un día comenzó en el mundo el furor de la pluma de garza. Las mujeres de Europa, los modistas de París, la codiciaban para adornos y la codicia se vino al llano donde viven las garzas. Un quintal de plumas valía una fortuna y la fortuna estaba en los garceros. Esta noche asaltaremos la laguna de Los Borales, dijo Humberto Gómez, un coronel bogotano, blanco, nariz ganchuda y oficial liberal de Uribe-Uribe en la guerra de los mil días. Cuando clareaba la madrugada con el lucero becerrero que alumbra los ordeñadores, los hombres de Humberto Gómez, pintadas las caras de negro con 129 hollín del fondo de los calderos, le cayeron por sorpresa al garcero de Los Borales. Los celadores del hato y del fisco colombiano, desperezaban el sueño con los bostezos del amanecer cuando fueron encañonados. Con el arrebol de un sol gigante comenzaron los asaltantes a cargar los enormes sacos de plumas en las carretas de mula. Los tiros de escopeta barrieron las aguas del estero matando las garzas sin distinción, aunque fueran pichonas, las más solicitadas por sus plumas sedosas y frágiles, tan hermosas para los sombreros de mujeres. A las 7 de la mañana no quedaba un animal vivo en el estero de los borales. Solamente los cuerpos de garzas blancas, la chusmita. Garzas azulosas, la morena. Garzas rosadas, la .paleta. Garzas negras, la zamurita. Garzas rojo escarlata, la corocora, coloreaban sobrenadando la superficie verdiazul de las aguas. En la orilla, los presos pedían piedad porque después que se asaltaba un garcero, nunca se dejaban 130 testigos. Pero el coronel Humberto tenía planes mayores y por eso los dejó vivos. -A caballo y para Arauca -ordenó con voz ronca. Se lavaron el carbón de la cara en las aguas rosadas por la sangre de las garzas y a las 5 de la tarde entraba la cabalgata a la plaza principal de Arauca. -Prisioneros del Norte -anunció el coronel Gómez, echando los presos por delante al llegar a la puerta del cuartel. Cuando el oficial de guardia, sable en mano, se le acercó intrigado, le partió la cabeza con el machete que portaba. Fueron dos tajos en cruz sangrante, sobre la nuca del hombre. Al mismo tiempo sus compañeros escudándose con los presos amarrados, rebasaban la guardia abriéndose paso hacia el patio blanco. Tomaron el cuartel en media hora y cuando un silencio de muerte se aposentaba en el enorme patio 131 oyeron unos gritos en la plaza. Era el comisionado del Arauca, general Escallón, que con el revólver en la mano, venía hacia la puerta preguntando qué pasaba. Desde el zaguán le tiró el coronel Humberto Gómez, destrozándole la ingle al anciano. Lo remató el sargento Velazco después que un balazo de Escallón le había rasgado la blusa. Desde ese día, Arauca fue de la revolución. Los, venezolanos aprovecharon el cambio de situación para adquirir armas y ganar adeptos, apoyados por Humberto Gómez. Pérez Delgado fue uno de los más activos. Planificando otra invasión se les iban los días recogiendo caballos en los hatos cercanos. Del hato de Las Margaritas era el zaino guacharaco que tumbó al Mocho Payara cuando se le barajustó corcoveando por la Calle Real de Arauca. A los días comenzaron las diferencias y los 132 venezolanos quisieron que el coronel Pablo Gil, suplantara a Humberto Gómez en la jefatura, porque Gómez cada día daba muestras de las mayores arbitrariedades. La zona se transformó en un feudo donde todo se permitía. Los hombres de Humberto Gómez asaltaban, robaban, violaban mujeres cuantas veces querían, amparados en la revolución. Un día agarraron a tres de los oficiales de Escallón y los guindaron por la quijada en los ganchos para la carne del mercado de Arauca. Nadie se atrevió a quitarlos, paralizado de miedo como estaba el pueblo. . Después comenzó a hostilizar a quienes no se hacían sus cómplices y entonces los venezolanos se venían en las noches para Venezuela, pasando el río Arauca y escondiéndose en los montes. Humberto Gómez cuando lo supo, se comunicó con Eliseo Araujo, el jefe civil de El Amparo, y cuantos pasaban la frontera los hacía presos Araujo, quitándoles todo lo que cargaban y mandándoles a dar cuatro tiros en cualquier sitio del camino. 133 Pérez Delgado y todos los demás se fueron entonces a la sabana. En las sabanas acamparon hasta que llegó un batallón de línea colombiano que derrotó al coronel Gómez y restableció el orden en la zona de Casanare. Regresaron entonces a la ciuad y pudieron ver la represión y cómo el general García Rojas, jefe del batallón de línea, hacía herrar a los hombres de Humberto. Mandó a fabricar una "H" de hierro forjado y se la ponía al rojo vivo en las espaldas para conocerlos si se fugaban, con sólo quitarles la camisa. Contra los exilados no actuó directamente, sino que pidió instrucciones al gobierno nacional, que por las presiones de Venezuela y la complicidad inicial de éstos con el alzamiento, los llevaría después a la cárcel. 134 XII ARGUCIAS DEL PRISIONERO Por estos tiempos el general Pérez Soto, gobernador de Apure, mandó una "sagrada" de 90 hombres, con órdenes de pasar a Colombia y matar a Maisanta. Bajo las órdenes de Félix Antonio Delgado y Jesús Canelones, recibieron la inspección del general en el palacio fonsequero. -Un revólver y 1.000 bolívares para cada uno fue la promesa- además de 25.000 bolívares para el matador. -Tengan cuidado que Maisanta es como el morrocoy: lo difícil es encontrado -les aconsejó al final. El coronel colombiano Lessman les dio paso en la frontera y ese día asaltaron a Maisanta, matándole a Quinterito, un sobrino suyo, además de otros de sus mejores hombres. Pérez Delgado se vengó de Lessman tendiéndole una emboscada a las fuerzas de línea que cargaba y dijo ese día previendo lo que venía: 135 -Desde hoy estamos de malas con nuestra madre Venezuela y la tía Colombia -hablando siempre en sentido figurado. Las cosas se quedaron así tiempo después, porque Lessman se amistó con los venezolanos y Maisanta regresó al Arauca en aparente tranquilidad hasta que los sucesos de Humberto Gómez agravaron la situación. A salidas de aguas las informaciones del gobierno estaban al día y no tardaron desde la distancia en correrse las noticias. Debajo del bucare sombrío de Las Delicias supo el general Gómez todo lo que estaba pasando y el "vamos a tener que tomar medidas, doctor Vivas", se transformó en una orden del gobierno colombiano para el Intendente de Arauca, diciéndole en papel amarillo: "Sírvase enviar a Tunja a buen recaudo, al general Pérez Delgado y todos los otros exilados en esa jurisdicción". 3 3 En el Boletín del Archivo Histórico de Míraflores nº 73 julio agosto 1972, página 231, E. Gil Borges, le informa a Juan Vicente Gómez que el Ministerio del Exterior recibió de Colombia una comunicación participándole estos acontecimientos. Tiene fecha de un 31 de marzo de 1919. 136 Al clarear la mañana les llegó la comisión y sin oponer resistencia se entregaron para ver qué iba a pasar. -¡Mai Santa!, ésta sí fue grande -pensaba Pérez Delgado, cuando ya iban en fila india por la calle arenosa y ancha. En la tarde trajeron otro grupo y esa tarde misma estuvo amarrado codo a codo con Reducindo Márquez y una línea triste de 22 hombres. Cayendo la noche, los presos a caballo y escoltados por un escuadrón del ejército colombiano, hacían su entrada al paradero del hato de Las Margaritas, entre el alboroto de los perros. -Adelante los señores -les dijo Juan de Jesús Rodríguez, desde el pretil de su casa. -Pasaremos aquí la noche, don Juan –le gritó una voz desde las filas. -¿Qué vaina es esa, Pedro Pérez? ¿Tú también vas preso? -¿No lo ves, Juan Rodríguez? Y con una chaqueta de a medio, de fique del bueno -le contestó con ironía, 137 refiriéndose al kilo de mecate con que le amarraban las manos hacia atrás, cruzándole el pecho, para terminar con un nudo grueso en las muñecas. Sólo para comer les libraron las manos. Y al otro día, en la madrugada, se fueron de Las Margaritas por la sabana abierta, haciendo tornasoles con los lebrunos del día. Larga cuerda de presos para la cárcel nacional que a los días llegó de Tunja donde estaba el Pannótico de Tunja. Una cárcel segura, propicia para ellos, calificados como peligrosos. Dos años pasaron allí entre el madrugar a horario rígido, el rancho que dejaba el estómago vacío y la amenaza de su deportación. Pero en Colombia existía lo que no se conocía en Venezuela: una prensa libre y los periódicos liberales de la capital tomaron la defensa de los políticos venezolanos. -Entregados a Gómez sería matarlos, es preferible fusilarlos de una vez, pues así mueren más rápido -editorializaba un diario bogotano. 138 En esa forma se salvaron de la entrega a Venezuela, pero mientras tanto, vegetaban en esa cárcel colombiana a la espera de los acontecimientos. -¡Mai Santa!, esto se está haciendo largo Mocho Payara. Aquí no queda otro camino que picuriarse pronto y desde hoy no perderemos oportunidad -dijo un día Pérez Delgado. Una tarde, cuando estaban en el patio cubiertos por la sombra de un totumo solitario en el medio del enorme cuadro de tierra polvorienta, el oficial de guardia con el sable en la mano Y un aire de fastidio en la cara se les acercó diciéndole con cortesía. -Si quiere un café general, con gusto se lo mando de la ración nuestra en la sala de banderas. -Gracias, capitán. Mal no nos caerá en esta modorra, que duerme a la gente -le contestó Maisanta. -Me está gustando el hombre -le dijo después al Mocho Payara, mientras el ordenanza retiraba las tazas. No fueron necesarios los cincuenta puñales que le había venido entregando con tranquilidad pasmosa, 139 encondidos dentro de su sotana, el cura Carvajal, capellán de la cárcel y partidario de la Revolución, pues a los días se fugaron silenciosa mente los presos. Esta vez eran veinticinco, ya que el oficial colombiano desertó y se fue con ellos. -Qué carajo, mi general; si aquí es lo mismo que allá: el pendejo siempre abajo y los ricos gobernando y los curas arriba todo el tiempo mandando a los pendejos. Me voy con usted a las sabanas de Arauca. La primera vez los cogieron por confiados y desprevenidos, pero esta vez, ni de vaina, pues yo les conozco las argucias. ¡Viva la revolución que es la misma en Colombia o en Venezuela!, remató con ánimo el capitán Carlos Rubio, aburrido de guardar presos sin saber por qué. 140 XIII ¡PATRIA Y REVOLUCION! Alfredo Franco se exiló en Colombia y fundó allí el hato de Los Orejanos, cerca de Cravo Norte, donde los ganados eran baratos y las vacas parían bastante. Su casa era el refugio de los exilados venezolanos. Al poco tiempo tuvo prestigio en toda la región colombiana, por la honestidad de su proceder y la gallardía de su figura. Desde 1914 hasta 1921 fomentó la hacienda, recogiendo fondos para su idea fija: otra invasión a Venezuela. En Los Orejanos vivió un tiempo Pérez Delgado como caporal de Sabana alegrando las madrugadas con su canto de ordeñador. Recogía las madrinas, capaba los toros y enviaba los novillos para Bogotá donde los vendía el general Franco y adquiría créditos pecuarios. Una tarde salió el caporal temprano con el sol de los venados al escuchar un bramido lejano en la 141 distancia. Lo acompañaba un indio joven montado en un burro barcino. Se fueron alejando de la casa buscando el sitio por el bramido lastimero de una res atormentada por algo que le pasaba. ¿Serán indios, Juancito? -y preparaba el winchester con una bala en la recámara. -No, blanco, eso es culebra. -¿Qué vaina es esa, Juancito? La res mordida por culebra no brama, se muere silenciosa y rápidamente, muy cerca de donde está la cascabel. Le tenía cariño al indiecito que lo acompañaba sabaneando por entre calcetas y sabanas. -Pero indio es indio y sabe mucha marramuncia, pensaba cuando el caballo apresuró el paso aguzando las orejas y el bramido de un toro se hacía más cercano en el lagunazo de un caño, arremansado en la sabana. De lejos vieron la res: un torete que se alargaba en la punta de una cuerda. Se acercaron apresurados y la cuerda se hizo negra con manchas amarillas, mariposeándole la piel a una enorme boa tragavenados que tenía un maute agarrado por el belfo y la cola enrollada en un árbol 142 atrayéndolo hasta la laguna cuando contraía los anillos y dejándolo ir hasta la extensión de sus treinta metros cuando relajaba el cuerpo poderoso. Se bajó Juancito buscando la cola del torete y Pérez Delgado peinilla en mano corrió hacia el cuerpo de la culebra y ¡zas!, la partió en dos de un machetazo. Entre borbottines de sangre la cabeza de la boa aflojó al toro y el resto del cuerpo cimbreante se debatió en la paja verde de la orilla del estero. Pero al volver la cara el caporal vio al maute embistiéndole al muchacho y destrozándole con los cuernos, enfurecido como estaba por la lucha de varias horas. Lo recogió en sus brazos después de descargar la res varias veces con la cobija roja de los aguaceros. Juancito muerto y doblado sobre el burro, llegó a Los Orejanos con Pérez Delgado en el caballo, halándole de diestro y quejándose de su suerte y de la impulsividad de su carácter, que lo llevó a actuar, sin pensado mucho, como eran todos los actos de su vida. 143 -Qué vaina con el torito y lo desagradecido que fue, mi general, al matar al muchachito que trataba. de salvado; no le di un tiro con el winchester porque era de su hierro mi general. Pero ese toro del carajo se me pareció al pueblo de Venezuela, que se vuelve contra los que tratan de liberado de quien lo tiene esclavizado. -Carajo, mi general; ojalá y no sea un presagio lo que hoy pasó aquí. -Pero presagio o no, yo no sigo de caporal. Me voy para la guerra de nuevo con usted, o con el que sea" porque la patria espera alguien que intente de nuevo. -No te molestes, Pedro Pérez, que hoy llegó esta correspondencia -le dijo el general Franco, y lo llamó para la sala donde estaba su escritorio. Es una orden del comité de Nueva York firmada por el general Ortega Martínez y el doctor Roberto Vargas. La gente espera para coordinar con Arévalo Cedeño un nuevo plan de ataque. No abras el sobre hasta llegar donde ellos y tú llevas a esa reunión mi representación personal. Tienes que ir hasta, el 144 Arauca pero nunca por el camino real, te irás por veredas para evitar el espionaje. Allá lejos donde se ve aquel árbol que parece un paragüito está el paso del río, pero recuerda que esa selva es tigrosa y por ahí tienes que pasar. -Del otro lado hay una casita. Allí tendrás un caballo; el hombre tiene orden de entregártelo. Desde aquí hasta allá te irás en ese buey que conoce el camino y es bueno de agua atravesando los esteros y el río que está crecido. Además, ese bueyes tigrero, se defiende bien del tigre, ha peleado varias veces con él yeso te ayudará en el trayecto que es largo, de cinco leguas. -No tenemos otro camino; por esa vía sales en travesía hasta donde mi compadre Rodríguez en el hato Las Margaritas; y allí cerca, está el campamento revolucionario arrecostado a una mata de palmeras en la orilla de un ojo de agua para mantener la caballada. Salió ese día como a las cuatro de la tarde ya las cinco iba ya entrando al monte lejano, donde se divisaba el árbol en forma de paraguas que sobresalía en la superficie, verde oscuro, verde 145 claro, verde tierno, verde pardo, de la selva que debía atravesar para llegar al vado del río. Eran casi las seis y de pronto comenzó la noche a enmantar la sabana entre grillos y canto de alcaravanes espantándose en el camino. Se metió el buey trochador por una pica en el monte donde escasamente cabía, arriba Pérez Delgado agarrado de la reata de la jamuga con el rifle listo en la mano libre. Era una res joven y puntuda de cuernos, que marchaba a paso ligero, pero cuando se adentró en el monte comenzó a pitar de golpe y mirar para todas partes. Más adelante se le aumentó la inquietud y corría y corría por la trocha llena de bejucos y lianas que azotaban la cara del jinete que se esforzaba en detenerlo. Pero el buey estaba desbocado y no lo paraba nadie. -Soo buey, soo buey -le decía Maisanta, pero el buey pitaba y escarbaba la tierra húmeda y la hojarasca que la cubría. 146 -Soo buey, Soo buey -y el buey que se mete en un claro de monte donde los esperaba un tigre mariposa agachadito en ataque. Entonces fue cuando el buey se devolvió embistiendo y el tigre sacándole el cuerpo giraba a su alrededor entre los pitidos de la res. La oscuridad era casi total donde sólo se filtraban algunos claros de luna por entre las copas de los árboles. Montado sin poder bajarse el catire Maisanta jineteaba con maestría, sin lograr acomodar el rifle para disparar en puntería y ya la lucha se hacía violenta. Sólo pudo con el brazo libre tirar lejos el rifle inútil pata una pelea de ese tipo y sacar el revólver blanco, que no le faltaba en la cintura justo a tiempo, de hacerle un tiro al tigre que ya saltaba a la cerviz de la res para desnucarla al instante. Se batió herido el tigre perdiéndose entre los mogotes; y el buey, sin enemigo, se quedó un rato dando vuelta entre pitidos y escarbadas hasta que se fue tranquilizando y tomó de nuevo la trocha. 147 Cuando ya había vadeado el río y le quitaba la jamuga le dijo Maisanta al veguero de la casa que le ensillaba el caballo: -Carajo, compañero, qué tronco de buey tigrero. En los años que tengo no había conocido uno que como éste jamás le pierde le cara al tigre. ¡Pa la casa, buey sardo, que yo ahora sigo a caballo! Lo despidió dándole con la palma de la mano en el anca del animal que ya corría buscando el rumbo del camino, el camino de los tigres. Cinco días después se desmontaba Pérez Delgado en Las Margaritas al saludo de Juan Rodríguez quien burlón le decía desde adentro de la casa -Adelante Americano, pero ¿qué hiciste la chaqueta de mecate que usabas cuando pasastes por esta casa? -La dejé en Tunja, Juan Rodríguez y ahora vengo a saludarte. Al día siguiente muy temprano, le dieron el ¡Alto quién vive!- Patria y Revolución -contestó el Americano en la entrada del campamento revolucionario. 148 En el centro sombreado de la mata estaban varios hombres que se le acercaron: Carmelo París, el jefe nacionalista; Emilio Arévalo, Julio Olívar, Marcial Azuaje, "Cuello de Pana"; Pedro Fuentes, "Quijada de Plata". 149 Doctor y general París, representante de la oposición militar y revolucionaria por la frontera de Arauca, Colombia desde 1913; Jefe del Estado Mayor General de la Campaña de 1921 y Jefe de la Revolución Constitucionalista de 1922 150 XIV EMILIO AREVALO CEDEÑO El general Pérez Delgado, con correspondencia urgente y la representación personal del general Alfredo Franco en esta reunión -dijo el Americano a manera de saludo. -El gusto es mío, general -le dijo el doctor París con fina amabilidad. Entonces, con gestos lentos, comenzó a abrir el sobre. Después leyó en voz alta las recomendaciones del comité en el extranjero, pidiéndole a todos los jefes que pusieran a la orden del general Emilio Arévalo Cedeño hombres y provisiones, para atacar a Río Negro, territorio donde era señor y dueño el coronel Tomás Funes. En los mismos comienzos se fue agriando la discusión, pues el general Julio Olívar dijo con voz tajante: -Yo no me sublevé en Guasdualito pasándome a ustedes con las armas y las municiones; y he pasado años de penuria en esta soledad para entregar todo mi armamento cumpliendo una orden, menos voy a 151 ponerme bajo el mando de un hombre, que no tiene más credenciales que yo mientras miraba inquisitivo la figura morena, pequeñita, de grandes orejas, bigotico recortado y cuerpo enteco de Emilio Arévalo Cedeño. No se le movió un músculo de la cara al hombre que se alzó el 14, siendo telegrafista en Cazada, sino que, impasible, soportó la andanada. Después vino el discurso mesurado lleno de ideas de unión, paz, progreso y calma para mantener el orden y la justicia de Carmelo París, como si estuviera dando una clase en la Universidad. Julio Olívar insistía en una campaña en conjuntó sobre el Apure que él mismo dirigiría con el apoyo de Maisanta. Emilio Arévalo habló entonces de la importancia logística de irse, utilizando canoas, río Meta abajo. Remontar el Orinoco, llegarle silenciosamente al coronel Tomás Funes en San Fernando de Atabapo, tomar la ciudad y apoderarse de dinero, armas y los depósitos de balatá que "valían un potosí" porque estaban en plena fiebre del caucho luego de la primera guerra mundial. 152 Discutieron largamente cada uno por su lado, insistiendo Arévalo en lo que podrían hacer cuando regresaran de Río Negro con sus lanchas llenas de armamento y dinero. Pero los hombres como Julio Olívar y Pedro Pérez Delgado sólo querían atacar el Apure, pues San Fernando estaba más cerca y contaban con su valor y el influjo que ejercían sobre la gente, lo cual les hacía pensar que aun con pocos recursos esta vez sí tendrían éxito. Mientras los otros hablaban y se prolongaban en la discusión, Maisanta se veía como ídolo de multitudes tomando pueblos entre aclamaciones. -Qué carajo, general, con lo que tenemos nos basta, ataquemos a San Fernando que esta vez no fallaremos y después por Calabozo, nos vamos amadrinando la gente para hacemos fuertes en el llano y extender la guerra a todo el territorio nacional. Será como un cuero seco, cuando lo pisen de un lado se levantará del otro, como decía Guzmán Blanco. -¡No sea bruto Pérez Delgado! -le gritó el hombrecito de orejas grandes, levantándose de la hamaca y acercándosele violentamente, cuando vio que 153 lo dicho por el Americano tenía resonancia en la audiencia. Se volteó Maisanta rojo de rabia y se le fue encima a Emilio Arévalo, diciéndole enfurecido: -Así no, general, a Pedro Pérez no lo grita nadie. Los otros oficiales intervinieron apresurados para evitar un lance personal. Entonces el general Arévalo Cedeño se retiró al grupo donde estaba su Estado Mayor y le dijo a Carmelo París: -Doctor, retire a ese hombre o lo mato ahora mismo. -No tan pronto, general; no tan pronto y eso si puede -le contestó el Americano con voz chocante y burlona. Esa noche se fueron juntos Julio Olívar y Maisanta con un escuadrón de Caballería para acamparse en el Cubarro donde sólo vivían los indios. Al otro día por la mañana, comenzaron a cargar 154 las canoas para la expedición de Río Negro con Emilio Arévalo Cedeño de jefe. 155 XV EL SABOR ROJO DE LA GUERRA Con Maisanta se fue su antiguo amigo Andrés Hernández, quien siempre andaba con él de Secretario y ayudante, pero cuando estaban en la indiera, Hernández comenzó a ponerse nervioso. -¿Qué hacemos aquí mi general? Yo no soporto este olor a indio. ¿No le parece que hubiera sido mejor irnos todos para el Amazonas? .-No me parece Andrés, yo no me entiendo con ese hombrecito, que quiere jefiarlo a uno, con tanto aire de insolencia. -Pero por la conveniencia de la guerra señor, debemos unirnos y olvidar rencillas personales. Es la única forma de unificar un gran ejército para tumbar a Gómez -insistía el joven. -Mira Andrecito, devuélvete tú que yo no me molesto -le dijo Pérez Delgado. -Si tú tienes esa convicción, todavía hay tiempo, ellos están cargando las canoas justamente - en Monte 156 Picure a la orilla del Casanare. Llévate el caballo y que tengas suerte. -Déjame tranquilo en esta indiera para pensar una forma de hacer la guerra sin tener que estar bajó el mando de los patiquines y de los doctores que siempre quieren andar dando las pautas. -Deja que la burra coja el nado que en el camino se enderezan las cargas. -Vete tranquilo, Andrés Hernández. Y Andrés Hernández al otro día se presentó en Monte Picure cuando los hombres desnudos le ponían toldos a las embarcaciones que se balanceaban tranquilas en las aguas majestuosas del Casanare que reciben las del Cravo y se juntan con las del Meta. -Que hace aquí este oficial de Maisanta -se preguntaron todos. Tú eres desertor -le acusó el general Arévalo. -No general, acompañados. yo recapacité y vengo para -Tarde lo hicistes, Andrés Hernández; estás 157 preso y se te hará un juicio porque soldado que deserta algo trae entre manos. -¡Ah vaina, mi general!, ese hombre debe ser el que manda Pérez Soto para matado a usted y acabar con la expedición, -dijo Rudecindo Márquez, el más empecinado de todos. Andrés Hernández pálido, acusaciones y se decía a sí mismo: escuchaba las -Y yo que vine creyendo en la unidad para encontrarme con esta horrible situación. -Amarren a ese hombre -ordenó Cedeño. En el camino le haremos juicio. Arévalo Brincó Rudecindo Márquez reduciéndolo a la fuerza y junto con dos más lo amarraron en el tallo espinoso y redondo de un corozo sabanero. Se le clavaron las enormes espinas duras como el acerco en las espaldas a medida que la cuerda iba apretando alrededor de su cuerpo. Entonces insultarlo: Rudecindo Márquez comenzó a 158 -Ayudante de Pedro Pérez eso es verdad, pero también eres amigo del general Pérez Soto, eras oficial de él antes del alzamiento del "Masparro" cuando te fuiste con Maisanta. Esta venida tuya tan espontánea es sumamente sospechosa. Tú eres espía del gobierno, de eso no queda la menor duda. -No hables idioteces Rudecindo Márquez, que lo que te domina es el odio. -Tú me odias porque soy intelectual, porque sé escribir, leo libros y veo que con bárbaros sin ideología no puede haber triunfo posible yeso eres tú, un bárbaro que sólo 'piensa en el balatá de Funes sin importarle nada lo que esta guerra significa. Pero Reducindo Márquez estaba bebido y a cada momento empinaba una botella de cocuy que lo iba poniendo más y más excitado, entre la algarabía de los hombres haciendo preparativos de viaje y acomodándose en las canoas. -Cállate la boca, patiquín del carajo o te hago callar con este cuchillo -le dijo acercándosele amenazante. Pero cuando vio la cara de Hernández sin el miedo que otros acostumbraban ante él, le vino a 159 Rudecindo Márquez la ola asesina; una ola de odio y rabia roja que se le subió a los ojos cerrándole la vista y empujándole la mano en la puñalada feroz, diciéndole cada vez: -Esta por Pérez Soto, esta por Juancho Gómez y esta por Juan Vicente, si de verdad eres un traidor. A los gritos de ¡asesino! que emitía Andrés Hernández, corrieron Arévalo Cedeño y los otros oficiales del grupo. Pero cuando contuvieron a Rudecindo, el cuerpo de Andrés Hernández era una criba agonizante. -¿Qué vaina es esa, Reducindo, por qué lo mataste así? -le dijo Emilio Arévalo mientras lo agarraban por los brazos. -Yo no sé general, de golpe vi colorado y no pude contener el deseo de acabar con ese hombre. -Qué vaina tener que comenzar esta campaña con un muerto a cuestas -comentó Arévalo Cedeño cuando subía al tablón para abordar la canoa que se deslizó silenciosa por el cauce quieto del Casanare al impulso de los palanqueros y en procesión con trece 160 más y trescientos hombres adentro, en busca de Tomás Funes en la selva del Amazonas. Ni siquiera enterraron el cuerpo de Andrés Hernández que se secó al sol en la pata del corozo. 161 XVI SENTENCIA DE MUERTE PARA FUNES Desde la confluencia con el Cravo, por el Casanare y luego río Meta abajo, se fueron las canoas para remontar después el Orinoco. Cuatro bogas en cada una, oyéndose en la distancia el bum-bum-bum como un inmenso tambor de agua golpeado por los remos a ritmo acompasado. Un mes duraron en la travesía acampando en los playones, comiendo carne salada, mañoco de yuca brava y topocho tierno, única provisión que llevaban. A veces pescaban bagres, bocachicos o cachamas con las tarrayas de los apureños, otras veces arponeaban en la oscuridad de los pozos profundos o cazaban en las riberas de la selva tramada, paujilés o dantas salvajes. Y seguía la monotonía del camino. Adelante los palanqueros con callos en los hombros de tanto afincar la palanca y detrás los canaletes dándole el rumbo a las canoas. Cuando pasaban por un pueblo lo hacían a media noche, todos silenciosos y acostados en el fondo de la embarcación, usando las palancas de vez en cuando sin 162 chapotear el agua, para que no se oyeran. En esa forma se burlaban de los puestos de vigilancia en algunos puertos del río. Un día capturaron unas balandras cargadas de balatá propiedad de Funes y les dejaron varadas a orilla de río pero bajo, custodia, en territorio colombiano. Al mes, llegaron a los raudales donde las piedras no permitían el paso. En los hombros de los trescientos expedicionarios pasaron las catorce barcas, aunque a veces eran remolcadas con mecates desde las orillas del río cuando el agua daba fondo. En unos días más estuvieron cerca de San Fernando de Atabapo, fueron 27 días de viaje. -Por allá es la pica, única vía para llegar de sorpresa -les avisó Joaquín Palencia, el baqueano. Pero para llegarle a la boca de la pica había que atravesar una laguna de agua arremansada -donde los borales y el fondo llano detenían las canoas que se varaban en algunos sitios sin poder avanzar. 163 -Los que sepan nadar que se desnuden -ordenó Arévalo; y se desnudaron cien hombres. Eran dos cuadras de nado entre pozos y bancos de arena. -Nosotros nos tiramos adelante -dijeron los hermanos Larrarte, pensando que los caimanes al principio se asustarían con el ruido y después se fueron lanzando de veinte en veinte hombres mientras las canoas con menos peso avanzaban detrás vadeando los arenales. De los den hombres faltaron diez al llegar a la otra orilla porque los caimanes; los tembladores y las rayas tartaguitas no se espantaron como se esperaba y entre encalambrados por las descargas eléctricas de los tembladores, desesperados por la punzada de la tartaguita y agotados por el cansancio, fueron presa de los caimanes o rematados por los caribes, diez hombres que no aparecieron nunca. Pero logró pasar el batallón cuando el sol de los venados teñía de anaranjado el paisaje a eso de las cinco de la tarde. Por el monte y con los machetes fueron abriendo 164 la pica de Titi que les permitía el paso entre el follaje tramado de un cañaveral amargo, que no dejaba ver el cielo para saber la hora. Con gran esfuerzo y con temor de que oyeran el golpe de las hachas, iban cortando árboles que servían de puente para vadear los tremedales de arenas movedizas. Así fueron avanzando lentamente hasta que a las cuatro de la madrugada de un veintisiete de enero de 1921 menudeó un gallo en una casa de San Fernando de Atabapo y su canto rasgó el silencio. -Ya llegamos -dijo un oficial. -Todavía falta -replicó el baqueano-, y bajo un invierno con granizada, muy raro en esa zona, fueron entrando con el agua hasta las nalgas. Reventaron en una de las calles del pueblo y en pelotones de veinticinco hombres fueron saliendo en carrera, poniéndole un cerco a la ciudad de sólo cuatro manzanas. Lo fueron cerrando más y más después de seis horas de pelea, hasta rodear la casa grande de palma real en la esquina de la plaza, donde vivía Tomás Funes y era su Cuartel General. 165 Nunca esperó Funes ataque tan relancino. Pasó un día y no podían tomar el cuartel por las ventanas se defendía la gente de Funes con decisión y valentía. El que se asomaba fuera del tronco de los eucaliptos de la plaza, caía herido o muerto por los disparos que venían de la casa. Al siguiente día descubrieron el cañón y las latas de petróleo. Estaban en una de las viviendas cercanas, que hicieron desalojar de sus defensores. Pero el cañón sólo tenía pólvora y carecía de balas de plomo; por eso Emilio Arévalo lo hizo cargar con lo que encontró. Lo rellenaron con piedras, hierro viejo y hasta latas de sardinas y entonces descargaron el primer cañonazo contra las paredes de bahareque del cuartel, abriendo un enorme boquete por donde no pudieron entrar debido a los vivos fuegos del enemigo. Después regaron el petróleo alrededor de la casa y apuntaron de nuevo el cañón amenazando en voz alta: -Coronel Funes, sí no se rinde lo quemamos con 166 todo y casa. Cuando Funes vio que tenían razón, gritó desde adentro en tono conciliador: -¡Espere general Arévalo le vaya mandar un oficial! Al rato salió un hombre, portando en la mano un palo largo, en cuya punta, tremolaba la bandera blanca del parlamento. Lo recibió "Cuello de Pana" en el medio de la calle conduciéndolo hasta la plaza donde lo escucharon en círculo. -Esta es la proposición de mi coronel -dijo el hombre a quien no se le notaba el temor en la cara-. Si 'respetan la vida de él y los oficiales, les entrega el parque, el dinero y todos los depósitos de balatá que están dentro. Si no aceptan la capitulación, resistiremos hasta morir y quemen la casa, pero todo se quemará con ella. Deliberaron largo rato hasta que aceptaron el pacto y entonces Emilio Arévalo conferenció con Tomás Funes y suspendieron los fuegos. 167 Después firmaron lo convenido, pero cuando Funes fue a darle la mano, Arévalo se la dejó extendida diciéndole con ampulosidad: -Todas las aguas de los ríos y los mares no serán suficientes para lavar el crimen de sus manos -y le dio la espalda caminando apresurado entre los aplausos de sus hombres. Ese día por la mañana ordenaron un registro general del pueblo, buscando sobre todo al "Picure" y "El Avispa", los dos más grandes asesinos que tenía Tomás Funes, quienes se escaparon silenciosos sin que nadie se diera cuenta. Comenzaron los hombres a buscar casa por casa, hasta que de una de ellas, blanca, de zócalo azul, salió Marcial Azuaje “Cuello de pana”, avisándole a sus compañeros que allí estaba escondido un parque, en un cuarto de deposito. Sacaron debajo de unos sacos de balata arrumados, una brazada de fusiles que pusieron en la plaza. Traigan al coronel Funes –ordenó Emilio Arévalo. 168 Y trajeron al hombre de piel cetrina, cara de indio, quien dijo que no eran armas suyas. -Que si son –decía “Cuello de Pana” – y que no son –negaba Funes-. Pero de todos modos lo acusaron de incumplir lo pactado, quedando el trato sin efecto. Desde ese mismo momento Tomás Funes y se ayudante Luciano López fueron encerrados en un calabozo en espera de un Consejo de Guerra. 4 En la noche el guardián Cincinato Larrarte le pregunto como quien no quiere la cosa: -Coronel yo soy de Barinas, paisano de Roseliano Herrera, dígame la verdad, ¿usted lo mató? Lo miro profundamente el coronel y le contestó sin vacilar: mío. -Búscalo en la targa y si está allí ese muerto es 4 Luciano López estaba en comisión fuera de San Fernando cuando asaltaron el pueblo. Musiú levanti, compadre suyo y amigo de Funes, se ofreció para buscarlo después de la capitulación. Cuando llegó con el se había roto el pacto y Luciano López fue para la cárcel. Días antes Luciano López había encontrado gente extraña cerca de la Pica del Titi. Era la vanguardia de la revolución, pero como se retiraron apresuradamente creyó que eran merodeadores sin importancia y así se lo dijo a Tomás Funes. 169 Así supo Larrarte que la tabla cuadrada de balatá blanco con cuatrocientos veinte nombres escritos en tinta negra, era la targa que llamaba Tomás Funes y donde anotaba los enemigos que hacían desaparecer. Estaba colgada en su oficina y nadie sabia su significado. En la tercera fila aparecía el nombre y la fecha del asesinato de Roseliano Herrera, su amigo de infancia en Barinas, quien se había perdido buscando fortuna con el caucho en las espesuras de Río Negro. Hay que liquidar a este hombre por asuntos de moral pública –dijeron los invasores, después que comenzaron a escuchar las historias de la gente. -Usted no tiene idea general Arévalo de las tropelías cometidas por ese hombre -le decía un comerciante. ¿Sabe como fue lo del gobernador? Y el relato se alargaba mientras siguió el testigo contando el suceso. -Ya habían comido y estaban durmiendo, usted sabe como es esto de caliente y da sueño temprano. Fue un 8 de mayo de 1913. Por eso este le permitió salir en comisión y quedarse sólo con poca gente, dando muestras de imprevisión pues en su oficina encontraron los revolucionarios correspondencia de Pérez Soto avisándole que para allá iba Emilio Arévalo. 170 -El general Roberto Pulido dormía en una hamaca colgada en el cuarto. -En la puerta, la guardia de seis hombres también dormitaban en la boca de los fusiles, sentados tres de cada lado en dos bancos largos paralelos. -Se fueron viniendo los asaltantes en grupos de tres en tres hasta coincidir en la puerta y entonces rosnó el machete y el tiro de revolver. -Le cayeron encima a los guardias matándolos de inmediato, pues lo cogieron desprevenidos. -Al general Pulido lo tiró el propio Funes desde lejos y lo remató en la hamaca Balbino Ruiz a machetazos. Era un chinchorro de Moriche que dejaba colar la sangre para encharcar el piso. Sentado se defendió Pulido con el winchester disparando varios tiros antes de caer fulminado. -A la señora doña Belén Baldó que estaba en Maipures, le llegó Manuel González y en la propia cama grande, la violentó el muérgano, pues era muy bonita y por eso no la perdonaron los otros. -La dejaron en la cama desnuda y soporosa, 171 sangrando y magullada en cada parte del cuerpo. -Musiú Levanti, el italiano compadre de Luciano López, la protegió después pero la mujer se dio cuenta que musiú Levanti también la quería para él y se tiro desesperada a las aguas del río de donde no volvió a salir. -Después todo fue más horrible todavía. Armaron más gente y comenzaron a recorrer el pueblo y mataron a todo aquel que era amigo de Roberto Pulido, hasta el hijo del gobernador todavía adolescente, lo mató Manuel González: -Cada empleado uno por uno, en su casa, en los mogotes, hasta en el horno de la cocina donde estaba escondido el jefe civil. Metieron el fusil por la boca del horno y comenzaron a vaciado dentro. Lo difícil fue sacar al muerto después que se puso rígido. -A partir de ese día sólo Funes vendía balatá y sólo Funes compraba al precio que él quería. -A partir de ese día sólo Funes vendía balatá y sólo Funes compraba al precio que él quería. 5 Jacinto Lara, Manuel María Baldó, Juan Capechi, los hermanos Alberto, Juan Federico y Antonio Espinoza. El doctor Baldomero Benítez, Pedro Valera, Enrique Delepiani y el negro Soublette espaldero de Pulido, son algunos nombres de los más conocidos que murieron esa vez entre centenares de personas que Juego completaron la lista. 172 -Luciano López, El Avispa, El Picure, Manuel González y sus cuadrillas, vigilaban todos los caminos e imponían el terror que hacía a todos obedecer. -Pero les llegó su sábado -interrumpía otroprimero, porque nunca creyeron que entraría nadie por ese cañaveral de terreno anegadizo y después, ustedes llegaron tan callados que jamás pensó Tomás Funes en un ataque. Y se hacían largas y más largas las informaciones, que cada quien quería dar con más detalles. Estaba Funes acostumbrado a correr los forasteros y enviados de Gómez, quien al fin, se conformó con dejado de jefe absoluto aceptándole su cacicazgo para mantener el Amazonas. Pelear a Tomás Funes era una empresa grande que no valía la pena el esfuerzo.6 En la tarde después de escuchar a casi todo el pueblo, se reunieron los oficiales a discutir para castigarlo. 6 Después del asesinato de. Pulido, Gómez envió al general Abelardo Gorrochotegui a encargarse de la Gobernación. Llegó desarmado a San Fernando de Atabapo y se encargó del gobierno, pero no soportó mucho tiempo la tirantez de la situación y regresó a Caracas. Después, Juan Vicente Gómez por primera y única vez en su vida aceptó un hecho cumplido y dejó el asunto como estaba. Tomás Funes fue entonces el gobernador. 173 San Fernando de Atabapo, lugar donde mataron a Funes Hubo la proposición de dejado libre con sus armas junto con Luciano López y provocarlos en la calle para matados a tiros aparentando un lance personal. A esto se opuso el general Fermín Toro y todos lo apoyaron en la solución definitiva, de que se hiciera un juicio con Tribunal de Guerra y Defensor de Oficio, para condenarlos a muerte con todas las de la ley. Así lo hicieron esa tarde en la sala grande de la casa. 174 Al otro día por la mañana, les leyeron la sentencia, formaron una parada militar y sin cura que los confesara ni venda que les cubriera los ojos, fusilaron a Tomás Funes y a su oficial Luciano López en la plaza de San Fernando de Atabapo, sin que soltaran un gemido ni pidieran piedad a nadie, a pesar de que el capitán Marcos Porras tardó bastante para dar la orden de fuego después que el pelotón? apuntaba con sus fusiles, varios de ellos en manos de hijos de las víctimas de Funes que pidieron participar en el acto. Eran las 9 de la mañana de un 30 de enero de 1921, cuando ya el sol comenzaba a calentar. REVOLUCION CONSTITUCIONAL. En San Fernando de Atabapo, capital del Territorio Federal, a los treinta días del mes de enero de mil novecientos veinticinco, por orden del Jefe de las Fuerzas Expedicionarias de la Revolución Constitucional de las fronteras de Casanare y Arauca, quien en primer lugar sugirió se reunieran los suscritos y directores de la misma imponerse a Tomás Funes y Luciano López, responsables directos de todos los crímenes que se han cometido desde hace ocho años en este Territorio; procedió a la votación obteniéndose como resultado, que todos unánimemente manifestaron en estar de acuerdo en que los dos criminales ya nombrados debía imponérseles la pena de muerte en la plaza pública de esta ciudad, una hora después de terminada la deliberación, en presencia de toda la fuerza y del elemento cívico de esta ciudad. Terminado este acto se procedió en seguida a practicar la ejecución de los ya nombrados Funes y López, los cuales fueron ejecutados por un Pelotón de la fuerza al mando del capitán Marcos Porras y bajo la inmediata inspección del Instructor General de las fuerzas, capitán Elías Aponte Hernández. Los suscritos ponemos de manifiesto de la manera más formal y categórica que somos los responsables directos de este acto de justicia que hemos llevado a cabo en nombre de la Revolución Constitucionalista que representamos en este Territorio, en nombre de la vindicta pública que clamaba por el castigo de los dos célebres culpables y en nombre de la libertad del Territorio Federal Amazonas que gemía bajo el peso aterrador de la tiranía de Tomás Funes. Así lo hacemos constar solemnemente y lo firmarnos satisfechos de que hemos consumado un acto de alta 175 moralidad pública. El Jefe de las Fuerzas, (f.) E. AREVALO CEDEÑO; el Segundo Jefe, (f.) Luis F. Hernández; (f.) e! Jefe de Estado Mayor Generar, (f.) Fermín Toro; el Sub-Jefe de Estado Mayor General, (f) Asisclo Ramírez; (f.) Marcial Azuaje c.; (f.) Francisco Teodoro Rodríguez c.; (f.) R. Arria Ruiz; (f.) Napoleón Manuitt; (f.) Cornelio Olivares; (f.) Lino H. Luzarde; (f.) Pedro Cachutt; (f.) Isaías Bello; (l.) A. J. Delgado Gómez; (f.) Francisco Melián Rojas; (f.) R. Ballesteros Silva; (f.) Alejandro Pacheco; (f.) Bernardo .S. Vallinete; (f) Polidoro Cuervo; (f.) E. Apunte H.; (f.) Marcos Porras; (f.) A. Riobueno Ruiz; Miguel Mirabal A.; (f.) Julio Delgado; (f.) Manuel M. Mirabal Yanabe; (f.) Carlos A. Rubio R.; (f.) Cincinato Larralde; (f.) Angel Domingo Ojeda; (f.) Sixto Perico; (f.) Benjamín Colmenares. SAN FERNANDO DE ATABAPO, 27 de enero de 1921 Señor General AlFREDO FRANCO Sus manos. Estimado amigo: En mi propio nombre y en e! de todos mis compañeros de armas le doy mi más cordial abrazo de felicitación porque ya hemos libertado al Territorio Federal Amazonas. No puedo escribirle más largo por el momento. Impóngase de la carta que hoy le escribo al doctor París y que es también para usted. Démele un abrazo al amigo Pedro Machado y que se imponga de todo esto con gran placer, lo mismo todos los buenos amigos de esa frontera. Haga que mi Alocución se publique lo más extensamente posible. Lo abraza su amigo afectísimo, E. AREVALO CEDEÑO 176 XVII BRUJERIAS CON PIAPOCO Durante el tiempo que pasó Arévalo en San Fernando de Atabapo, se fue acomodando en la indiera "Maisanta" Pérez Delgado. Colgaba su hamaca en una enramada con catorce compañeros más. El capitán de los indios les daba muestras de aprecio, y también de miedo por las armas de fuego que no lo desamparaban. A los días se fueron los otros a las sabanas de Las Margaritas y se quedó el Americano acompañado por el Mocho Payara. -Váyanse tranquilos muchachos que cuando llegue la hora les avisaré con Payara y el sitio de reunión será la Mata de las Palmeras. Esperare mas, a ver que pasa con los que se fueron a Río Negro -les dijo como despedida. Mientras tanto yo me quedo aquí, con esta indiada esperando los acontecimientos. Un día estando acostado en el chinchorro con la vista fija en la distancia, se le acercó el cacique de la tribu. -Blanco triste porque no tiene guerra, blanco no 177 es hombre de paz, blanco debe hacer algo porque hombre que no habla se vuelve loco. -Es verdad, cuñao; de golpe me quedo con el pensamiento entre dormido y despierto y por eso me ves tan callado, pero como eres mi amigo, permaneceré con ustedes donde no me buscarán nunca. -Blanco puede quedarse todo el tiempo que quiera con Indio Bravo. Indio Bravo admira a Maisanta porque Maisanta ser bravo, más bravo, que toro recién capado en una mata. Se sonrió Pérez Delgado con la comparación del indio y siguió en el tedio de la espera. Más tarde se le acercó de nuevo el capitán de la tribu, acompañado esta vez de una muchacha joven, vestida de zaraza colorada de la cintura para abajo. Como acostumbraban vestirse cuando conseguían tela roja; cambiada por chinchorros de moriche a un turco de Bogotá, que venía con sus cachivaches haciendo negocios de permuta. -Blanco triste no gustar capitán, capitán regala pollona a general Maisanta para que le la vida y volver risa a su cara. 178 Desde ese día Candelaria fue la mujer de Maisanta. Candelaria era una indiecita joven que pasó con él tres meses Y silenciosamente se dejaba amar mirándolo intensamente con sus ojos negros y brillantes como venado asustado. Solícita le servía en todo haciéndolo sentirse un hombre en su casa. -Ahora sí me envainé yo con Candelaria, le estoy poniendo cariño a la india -le dijo un día al Mocho Payara, mientras abrevaban los caballos en el Caño del Cubarro que bordeaba el campamento. -Téngale cuidado jefe, mire que así se ha perdía mucho hombre, porque de aquí no sale nunca. Eso le pasó a un doctor de Bogotá que se quedó para siempre viviendo con estos indios. -Avíspese jefe, mire que d indio sabe brujerías y esa vaina es peligrosa. -Dicen que el que toma polvo de pico de piapoco se muere aquí. No se vaya a dejar echar los polvos en 179 la comida, mire que esa india es bellaca. -¿Candelaria, qué es el piapoco? -le preguntó esa tarde Maisanta, y Candelaria sorprendida le enseñó el follaje frondoso de un árbol donde en la rama más alta, se posaba un pájaro negro con pico amarillo y largo, al tiempo que le decía: -Mi blanco siempre se acordará de Candelaria cuando oiga cantar piapoco, piapoco, piapoco. -Ah carajo, Mocho Payara, tú tenias razón porque ya conocí el piapoco. -Recuerda lo que te dije cuando estábamos en El Viento. -Vete y revisa la "burrita y su jamuga" que son las armas enterradas al cuidado de Montes de Oca. Sácalas que llegó la hora y reúnete conmigo de hoy en Cinco días en la mata de las palmeras. De paso, avisa a la gente que tenemos parque y municiones para ciento cincuenta hombres y que los espero allá para formar la tropa. Esa noche se fue Payara y a los tres días se salió de la indiera Pedro Pérez Delgado, sin saber a ciencia 180 cierta si le habían dado polvos de pico de piapoco tostado. Al despedirse, Candelaria le dijo: -Blanco volverá, blanco volverá conocer hijo que dejó metido barriga de Candelaria. -Qué vaina, Candelaria, guárdamelo para cuando vuelva y no tendré que buscado mucho porque seguro que saca el ojo como el mío y por el ojo lo encontraré aunque se esconda entre la gente. Cuando caía la tarde pasando Caño de Cajaro y el caballo chapoteando remontaba la barraca, oyó sobre su cabeza, en el copo de una mora, el canto triste del piapoco, piapoco, piapoco. Entonces Maisanta comenzó a pensar en la india Candelaria, apretándosele el corazón y Menándosele de tristeza el alma. En ese momento pensó de nuevo en que a lo mejor sí le dieron los polvos con poder brujo y le dio con los talones a los ijares del caballo y se perdió, en el banco de sabana. 181 XVIII EL TUERTO VARGAS En el amplio salón del hato Las Margaritas, estaban dos hombres: uno alto, delgado, moreno, con la piel quemada de sol y un ojo blanco y sin visión: el doctor Roberto Vargas, a quien le decían "el tuerto". El otro, blanco, delgado, pequeño, cerrado de barba y afeitado al rapé, ojos negros brillantes y pelo liso peinado hacia atrás: el Dr. Carmelo París. Los dos eran universitarios y jefes revolucionarios y los dos con el máximo título de la época: doctor y general. Así encontró de nuevo Pedro Pérez Delgado a quienes eran los jefes de la Revolución. Carmelo París era un médico de Maracaibo, con veintidós hatos en Colombia vendidos todos, para el gasto, de la guerra. Roberto Vargas, un ingeniero de Parapara de Ortiz, había dado también todo lo suyo y seguía en el exilio con el antojo tendido hacia la patria. 182 Capitán Hilarión Larralte La Palma, cuyas narraciones son el alma de este libro 183 Ellos tenían el dinero y de ellos era el comando y ese día cuando entraron Pedro Pérez Delgado, Roque Puerta, Julio Olívar, Pedro Fuentes; "Quijada de Plata" y doce más, sabían que la guerra seguía pero bajo la jefatura de estos dos. Al otro día se comenzaron a notar las divergencias, cuando uno de los hombres de Maisanta, el capitán Hilarión Larrarte, un barinés ojos rayados y medio catire, se comía el almuerzo en una concha de terecay. Había comentado Larrarte, que el general Julio Olívar había querido fusilar a un soldado porque se robó una panela de dulce y que hubiera sido un asesinato matar a un hombre hambriento. Cuando Olívar lo supo, le reclamó en el almuerzo con voz de rabia y desprecio. -Sí es verdad mi general, eso no nos gustó a, los oficiales, porque este no es un campamento del tirano, sino de hombres libres. Pero no había terminado de hablar, cuando Olívar lo encañonó y la bala del ocho y medio le quemaba la camisa hiriéndole dé refilón. 184 Saltó Maisanta, sable en mano y amonestó fuertemente a Olívar, diciéndole con energía: -De una vez general, dividamos el Campamento y sabremos quien se impone: si usted con sus métodos, o los que piensan tan bonito como el capitán Larrarte. Eche pa'lante, general. Con la sorpresa del incidente, inesperado, intervino presuroso el tuerto Vargas. Después que el suceso se subsanó, Larrarte le dijo a Olívar: -Mi general, a pesar de 10 sucedido no tengo inconveniente en seguir siendo su amigo, el enemigo de hoy, puede ser el amigo del mañana. Y Olívar le contestó: -Queden por testigos los presentes que por primera vez doy satisfacciones a un hombre. Entonces alegró el momento Maisanta, cuando con la risa en la cara le dijo a los presentes con voz aflautada y fuerte: 185 -Así sí, señores, la burrita va cogiendo el nado y cada quien va sabiendo lo que quiere. 186 XIX UNA PLAZA SEMBRADA DE BUCARES A sabiendas de que se reunirían con Arévalo Cedeño, invadieron a Venezuela y comenzaron a concentrarse en Caicara con el ejército triunfador de Río Negro. 8 En junio de 1921, estaban todos en ese pueblo con calles rectas de polvo blanco como la cal. Se juntaron en su totalidad con la tropa de Arévalo Cedeño, que regresaba con fusiles nuevos, municiones y dinero de los depósitos de Tomás Funes. Las fajas en la cintura de los oficiales estaban repletas de morocotas. Allá estaban los jefes revolucionarios doctores Roberto Vargas y Carmelo París. Esa tarde se saludaron de nuevo y también se pusieron de acuerdo Emilio Arévalo y Pedro Pérez Delgado. -Iré con usted, general, en el destino que me ordene el Estado Mayor. 8 Antes se habían entrevistado con Arévalo en Puerto Carreño, Roberto Vargas, Carmelo París y Pedro Pérez Delgado, según se deduce en la página 127 del Libro de Mis Luchas, de Emilio Arévalo, editado en Caracas, Tipografía Americana, año 1936. 187 -A su mando va la mejor tropa de infantería, general Pérez. Puede escogerla usted mismo, pues se ha decidido que irá por la Manga en el ataque a Guasdualito. Y el general Pedro Fuentes por el chinquero en línea recta -le respondió Emilio Arévalo. Esos eran precisamente los puntos más difíciles en el ataque de esa ciudad. Pedro Fuentes "Quijada de Plata", era otro de los mejores oficiales de la revolución. Un tiro le partió una vez el maxilar inferior. Herido se fue a Bogotá, donde le suturaron la mandíbula con alambres de plata. Cuando regresó todos le decían "Quijada de Plata", que siguió usando como nombre de guerra, y pasó a ser legendario en el llano. En la noche discutieron los oficiales, pues no todos estaban de acuerdo en atacar a Guasdualito, porque San Fernando era más fácil. Al final de la larga reunión se impusieron el doctor Roberto Vargas, comandante general; su segundo, Carmelo París, Jefe de Estado Mayor y Emilio Arévalo Cedeño, Jefe de la División "Río Negro". 188 Al otro día por la mañana salió el ejército para Guasdualito, pasando por Cabruta, en líneas paralelas de hombres por la llanura inmensa. Mil doscientos hombres armados con fusiles nuevos y formando un ejército anárquicamente vestido, pero disciplinado con la esperanza. Unos usaban el sombrero borsalino, ala ancha y botas altas de cordón en los pies. Otros andaban en alpargatas con sombreros de cogollos y franelas remendadas. Los oficiales con faja ancha y revólver en la funda y el soldado a veces descalzo usando por zapatos, el callo grueso formado en la planta de los pies de tanto caminar sin protección. Los jefes montaban buenos caballos lujosamente enjaezados a la manera colombiana: Las sillas con pellones multicolores y los aperos de talabartería fina, Falsetas de cerda blanca y negra y charnela s de plata en las riendas. 9 Esta organización trajo graves divergencias en la oficialidad. de Arévalo, que le proponía no aceptar la imposición de Vargas, quien había sido nombrado Jefe Superior por el Comité Revolucionario del exterior. El Libro de Mis Luchas, págs. 128 y siguientes. 189 "Maisanta" Pérez Delgado con el pelo de guama de borlita y la peinilla terciada al pecho por la banda amarilla, usaba botas y puños de cuero negro apretándole las piernas. Una blusa blanca abierta en la cintura mostraba la faja de cuero negro con bordados rojos y amarillos. Alrededor del cuello llevaba un pañuelo para defenderse del polvo en las caminatas. Era de color azul apretado por un anillo "uña de pavo", adornado con un rubí en montura de oro puro. Calcinaba el sol cuando entre sus destellos apareció el médano de Las Cenizas, sus arenas despedían mariposas brillantes entre los pajonales raquíticos. Sobre el resplandor esperaba el batallón con que el doctor Hernán Febres Cordero y el general Tovar Díaz defendían al gobierno. Lo atacaron al toque de corneta de 1 y 14, el cual ordenaba fuego y adelante en los horizontes abiertos. Avanzaron los batallones encerrando a Febres Cordero. Le tenía el paso cortado el coronel Francisco 190 Teodoro Rodríguez, llamado "El Pelón" por los suyos, cuando rasgó la sabana el clarinazo de 1 y 13 mandando a cesar los fuegos. El Pelón obedeció disciplinadamente saliéndose por un flanco la gente del gobierno ante los ojos incrédulos del ejército revolucionario', -Ah carajo, si no me acordaba que Febres Cordero es Mochero viejo, compañero de Vargas comentó Maisanta tragándose el resentimiento. Se perdieron en La Ceniza grandes cantidades de municiones y armamento, pues muchos se desertaron desmoralizados por el rumor de que todo fue a prepósito. -Pero desmoralizados y con la sospecha carcomiéndoles el cuerpo siguieron avanzando para Guasdualito, dejando el rumbo de San Fernando para donde habrían seguido si hubiesen triunfado ese día. 10 Roberto Vargas se defiende de estas sospechas en su contra en una carta pública para los otros jefes, que aparece en el Boletín del Archivo Histórico de Míraflores, página 218, volumen 33, año 1964. En ella dice que ordenó detener los fuegos porque eran las 3 de la tarde y la noche cercana hubiera impedido la persecución al derrotar al enemigo. Además los pertrechos que eran traídos en carretas de bueyes pesadas y lentas habían tardado en llegar corriéndose e! peligro de quedar sin balas en e! medio de! combate. Esta carta muestra el estado de descomposición del mando revolucionario por las intrigas entre los propios jefes. 191 Ese era el abigarrado grupo de hombres que atacarían a Guasdualito, cuando el 18 de junio en la tarde acampó en las afueras de la ciudad; organizándose esa noche el ataque que el 19 por la mañana 11 comenzó a ser realidad. A las seis izó la bandera ese domingo en el cuartel del pueblo el sargento Castor Antonio Pérez. Un zamuro se posó en el asta momentos después y ese fue el primer augurio de muerte. Ya huele a muerto -comentó un soldado del gobierno con un dejo de tristeza. Los soldados de Pérez Delgado se metieron por la Manga. Trescientos hombres con fusiles nuevos y peinilla al cinto para el remate. -¡Arza arriba gente! -les dijo Maisanta al canto de los gallos de esa madrugada. -El ataque lo dirijo yo en persona, por el medio de la Manga y después por la calle. Y tú, Mocho Payara, te quedas con veinte hombres de los míos en la retaguardia. 11 Según Arévalo Cedeño (ob. Cit.) este suceso ocurrió el 21 de junio a las 8 de la mañana. 192 -Ustedes no pelean hasta llegar al Cuartel. Van machete en mano empujándome los rezagados. -Y esta es una orden -dijo levantando la voz: -El que se devuelva, así sea yo mismo, por cobarde o porque le entra el miedo de golpe, primero plan con él y si se resiste, me le cortan la cabeza. Ese era el Pelotón Sagrado "Aramendi" que usaba el Americano en todos sus combates. La retaguardia tenía siempre la misión más difícil. Así lo pregonaba Pérez Delgado con orgullo y fanfarronería: -¡Mai Santa! "cada hombre mío vale por veinte de los de Juan Vicente Gómez". En ese grupo selecto era en el que más confiaba el Americano y ellos no lo abandonaban nunca. Venezolano o colombiano pero para ser "sagrado'" de Maisanta, -se necesitaban tres cosas: 193 LA SAGRADA DE “MAISANTA” Para ser sagrado de “MAISANTA”solo se necesitaban tres cosas: no conocer el miedo, ser jinete de primera y no darle asco las cargas a machete. No conocer el miedo, ser jinete de primera y no darle asco las cargas al machete. Se bajó Maisanta del caballo cuando no más comenzaron los tiros y lo amarró en un totumo que servía de horcón a un cañizo, en la primera casa de la calle larga y por ahí se fue metiendo, pasando por dentro de la Manga de encerrar el ganado, en la cercanía del matadero. Disparaban sincrónicamente los hombres de infantería en grupos de cinco soldados y el Americano 194 con ellos animándoles con sus gritos: -"Viva la Revolución. ¡Mai Santa, muchachos!, que son bastantes. Pa'lante muchachos que la muerte espera". Así fueron convergiendo hasta el atrincheramiento del batallón Táchira. Un batallón de tropas de línea que había llegado desde San Cristóbal, atravesando la selva de San Camilo por los caminos ganaderos, estaba al mando' de los coroneles Benicio Jiménez y Antonio Paredes Pulgar, comandante de la guarnición de Guasdualito, quien se fue hasta la Manga para defenderla en persona. Con las ventanas, los cañizos y los portales, se fueron protegiendo los hombres, peto en avanzado permanente, hasta que como saetas vengadoras le cayeron a las trincheras. Con las bayonetas caladas y rematando con el machete, derrotaron esa mañana al batallón tachirense. Más de cuatrocientos muertos quedaron espatarrados en la calle cuando el sol calentaba. 195 Casi en la esquina de la plaza mataron al coronel Cincinato Larrate La Palma, un barinés revolucionario, hijo de un oficial de Ezequiel Zamora que también se llamaba Cincinato Y hermano de Hilarión, presente en el asalto. Y en la otra esquina, cuando se asomaba a la cabeza de su gente, le volaron el pecho al doctor Ricardo Arria Ruiz, un médico y general que comandaba otro batallón. El francotirador Pedro Becerra, corneta de órdenes del gobierno, se jactó a gritos de que con éste eran tres los jefes que había tumbado ese día. ¡Mai Santa!, que nos matan a la flor de los oficiales –grito lleno de rabia el Americano, después que, por el repliegue de los pocos que quedaban del Batallón Táchira, llegaba con su gente a la otra esquina del cuartel. Allí fue donde vio al barbero, un barberito colombiano, que le cortaba el pelo en Guasdualito cuando eran tiempos de paz. -¿Camarita, cómo le va? -le gritó Pérez Delgado. 196 -Aquí, mi general, viéndole su pelea –le contestó el hombre detrás de la ventana. -Ah carajo, compañero -y no le dan ganas de probar o acaso ésta no es su guerra? -Si la es, mi general y le apuesto una botella de ron a que si me da un fusil, llego a la puerta del cuartel primero que ustedes. -Va de apuesta, Pedro Sánchez -y le entregó el fusil y cien tiros al hombre que salía ya decidido, por la puerta de la barbería. Avanzaron todos los soldados en una masa compacta a través de la plaza sembrada de enormes bucares floreados de rojo y protegiéndose con los troncos cuando el fuego los raleaba. Pero "Maisanta" y el barbero no se protegieron nunca. A cuerpo limpio siguieron adelante hasta que llegaron a la puerta del cuartel que marcó primero en la carrera, el barberito colombiano con el filo de su machete. -¡Mal Santa!, camarita, yo creía que no llegábamos, pero ganastes la botella que con mucho 197 gusto compartiré contigo, porque no te creía tan hombre. Con cinco mil como tú, yo estaría en el Capitolio -le dijo Maisanta soltando la carcajada. Después siguió el fuego cruzado con el cuartel principal donde se habían refugiado los defensores. Allí estaba también el general Jesús Antonio Ramírez, el mismo de Puerto de Nutrias, quien se defendía encerrado con la gente que le quedaba. Los hombres de la revolución estaban tan cerca de las puertas y ventanas, que lo insultaban desde la plaza a viva voz. -Lea la carta capitán -dijo Arévalo. Y el capitán Hilarión Larrarte La Palma leyó una carta en voz alta donde el general Ramírez le ofrecía a Emilio Arévalo entregarle el cuartel y pasarse a la revolución cuando invadiera de nuevo. Al terminar la lectura habló Maisanta: Qué carajo importa una traición más si en este país todos lo hacen. Pero Roberto Vargas no se dio cuenta del sentido de estas palabras. 198 XX SOLO VEINTIDOS HOMBRES SILENCIOSOS Se insultaron entre las descargas de fusilería hasta la tarde temprano cuando comenzaron a izar en el balaústre, de la ventana del cuartel, una bandera blanca que fue recibida con gritos de alegría. Se hizo un silencio profundo en todas las calles del pueblo, las puertas cerradas de las casas comenzaron a entreabrirse chirreantes y caras asustadas se asomaron por precaución. Dos viejas arrastraron por un solar el cuerpo sangrante del doctor Ricardo Arria Ruiz. A travesaron un topochal umbroso y lo metieron en un corredor. Dos hombres se llevaron en silla de mano a "Quijada de Plata" muy herido y lo acostaron en una cama de catre cuyo fondo de lona blanca se manchó de rojo encendido. En las calles y perturbando el silencio sólo se oían los lamentos de los heridos: ¡Ay mi madre, agua, agua por el amor de Dios! 199 Así pasaron tres días de pelea encarnizada. Aún era de día, al tercero, cuando se abrieron las enormes hojas del portón del cuartel y el general Benicio Jiménez recibió en el zaguán al general Francisco Parra Pacheco, en representación de el tuerto Vargas y Carmelo París. Emilio Arévalo con el Estado Mayor esperaba en el medio de la calle. Regresó Parra Pacheco con un papel firmado donde los jefes Antonio Paredes Pulgar, Ramírez, Ramón Peña y Benicio Jiménez se comprometían a entregarse por la mañana. Cuando se reunió el grupo de nuevo y caminaron hacia la otra esquina pasaron al lado del cadáver con la cara al sol del capitán Cincinato Larrarte. A su lado lo contemplaba Maisanta con los ojos rojos de llanto y rabia. -¿General por qué esperar? Si se van a rendir que sea ahora mismo y si no, demos el asalto final en la noche mientras la oscuridad nos favorece. 200 -¡Mai Santa!, doctor Vargas, si tenemos el pájaro en la jaula aprovechemos para agarrado. -Ya firmamos una capitulación, cuyo efecto comenzará mañana yeso no se discute general Pérez le contestó el tuerto Vargas con voz fría y cortante que no dejaba tiempo a réplicas. Siguió el grupo hacia la casa que le servía de jefatura de operaciones y se quedó sólo Maisanta parado en el medio de cuatrocientos muertos que estaban esparcidos en la plaza y sus alrededores, como preguntándose a sí mismo, si valdría la pena tanta muerte. A las doce de la noche se tocó silencio con la corneta entristecida y sólo se oía el traquear alejándose de las carretas con los muertos y sólo se veían los candiles en los portales de las casas, donde cuidaban los heridos. -En la madrugada se oyó el golpe apresurado de un caballo y un hombre se bajó jadeante en la casa del Estado Mayor. -¡A una legua de aquí viene tropa del gobierno, no son menos de quinientos hombres! 201 -Deben ser las fuerzas del Estado Zamora, pues aparecieron por ese rumbo. La cornea tocó alerta con sonidos impacientes, que después fue retirada cuando los jefes deliberaron y decidieron dejar el pueblo para no caer entre dos fuegos. En la mañana se retiraron los revolucionarios por el camino del Amparo, mientras por el camino de Zamora entraba el general Sálvano Uzcátegui con el batallón de refuerzo. De lejos, como a una cuadra, se reconocieron Hilarión Larrart y Juvenal Balestrini, cada uno en un bando distinto y a pesar de todo se saludaron alborozados, pues se habían criado juntos en Obispos de Barinas. Mientras se decidía abandonar a Guasdualito, el Americano permaneció callado con los ojos relampagueándole por la rabia contenida. Después que hablaron todos, dijo ton voz cada vez más alta: -Señores, si se los dije anoche, el pájaro ya 202 estaba enjaulado y ahora volará de nuevo. Si hubiéramos atacado de inmediato, hoy seríamos dueños del cuartel y con el parque y las municiones hubiéramos derrotado a Uzcátegui. Y encolerizándose más cuando vio que todos salían sin contestarle, se arrodilló en la calle solitaria de Guasdualito viendo con mirada fija a los que se iban, y para que nadie dejara de oído lanzó su maldición: -¡Maldita sean los doctores y todo aquel que aprovecha la guerra para ver si llega arriba a costillas de los de abajo! Y besando el suelo de la calle arenosa juró ante sus atónitos oficiales que lo esperaban respetuosos: -Juro que no daré un paso más al lado de estos carajos, que cuando hay que jugársela toda como corresponde a los hombres completos, comienzan con la conversadera. Se retiró por calle contraria, seguido de su escuadrón sagrado de sólo veintidós hombres buscando el rumbo de Elorza, en la frontera con Colombia. Caminaron esa tarde leguas y leguas sin 203 pronunciar una palabra. Guasdualito quedó atrás y siguió llamándose Periquera como si fuera recuerdo perenne por la que se armó esa vez. 204 XXI LA MORDIDA DE LA CULEBRA A los dos días llegó el doctor Hernán Febres Cordero, gobernador de Apure, con las fuerzas del gobierno y por travesía apareció Vincencio Pérez Soto con el Batallón "La Flor del Orinoco" y quien había pasado de la Gobernación de Apure a la de Bolívar. Vincencio Pérez Soto era una mezcla de hombre de acción con gestos caballerescos y cierta inclinación a la cultura. Cuando estaba en San Fernando cultivaba la poesía. En los salones del hotel D'Anelo se reunía con los poetas y recitaba entre los brindis. Diego Córdoba, Leonte Olivo, el poeta Muñoz, el poeta Trujillo y muchos más asistían, a su tertulia. Una tarde se incorporó un joven flaco y pálido que se llamaba Andrés Eloy Blanco y quien tenía la ciudad como cárcel por ser rebelde contra Gómez. A pesar de esto, Pérez Soto lo invitaba y en las noches de luna clara daban serenatas en San Fernando. 205 Hasta la ironía de Andrés Eloy Blanco se la perdonaba el Presidente, como sucedió una vez cuando estaban bebiendo ron y Andrés le preguntó: -General, ¿cuál es el ron más malo? -y ante la negativa de Pérez Soto, le dijo el poeta con sarcasmo: -El "Ron Pedrique", general. Pérez. Se refería al Secretario de Gobierno, quien no veía con buenos ojos la presencia de un enemigo en las reuniones del hotel D'Anelo. Vincencio Pérez Soto se sentía bien con los hombres de intelecto, pero esa condición era contradictoria con su carácter primitivo. Por eso cometía actos de barbarie como la vez que invitó a una ternera a los mendigos de San Fernando en la orilla de Puerto Miranda. Iban las canoas en el medio del río crecido cuando las voltearon por sorpresa. -Se ahogaron los mendigos verdaderos y enfermos, porque los falsos y sanos, salieron nadando 206 y fueron para la cárcel por engañar al público -decía después Vincencio Pérez Soto entre carcajadas. Esa tarde después que se reunió con Febres Cordero, en la persecución de los derrotados de Guasdualito, no habían caminado mucho por la ribera del río cuando agarraron a un tuerto, oficial de "Cuello de Pana" en la Isla de Indabaro. El tuerto, a pesar de los planazos que le rasgaban la espalda, se negó a confesar donde estaba su jefe. Entonces le puso Vincencio Pérez Soto un fusil en la mano a José Antonio, un muchacho hijo suyo, para que aprendiera a matar un hombre. El muchacho de catorce años se negó a disparar y le dijo entre sollozos: -Así rendido no, papá; que lo maten los soldados. Cuando yo mate el primer hombre tiene que ser peleando. Se quedó silencioso el general Pérez Soto durante el resto de la tarde. 207 Al llegar a Elorza, Febres Cordero, quien había sido nacionalista y viejo amigo de Alfredo Franco, le dio garantías a este general prometiéndole la vida y la ciudad de San Fernando como cárcel, bajo su propia custodia. Aceptó el general Franco, quien se había venido con su gente pasando el Arauca por el paso Clarinetero y había llegado tarde al asalto de Guasdualito. Bajo la protección de Febres Cordero siguió Franco para San Fernando, basado en la capitulación que no fue aceptada por los demás. Para Colombia se fueron desguasando el río Arauca, los doctores Roberto Vargas y Carmelo París, junto con el general Emilio Arévalo y todo el resto de, la tropa con el desaliento del fracaso. Por las sabanas del Apure Maisanta y sus veinte hombres siguieron a salto de mata; que es como decir acosados como animales de cacería en tiempos de Semana Santa. A los días recibió Pérez Delgado un recado de parte del general Febres Cordero, ofreciéndole garantías para que se entrevistara con él. El 208 intermediario para el arreglo fue Alfredo Franco, el mismo que por primera vez le metió la guerra en el cuerpo. Se vino el Americano hasta un fundo cercano, pero se mantuvo a la expectativa para ver si cumplía lo ofrecido. No fue detenido ni él ni ninguno de sus oficiales y entonces se dedicaron a la compra de ganado para la venta a los comerciantes del Táchira. Cuando el doctor Hernán Febres se encontró esa tarde con él en el paradero del fundo, le dijo con hidalguía: General, conserve su revólver, que un hombre de sus condiciones no puede andar desarmado. -Gracias, doctor Febres; mientras usted nos cumpla la promesa nosotros nos quedamos en estos medios dedicados al trabajo honrado –le contestó Maisanta, mirando fijamente en los ojos al Mocho Payara, que se movía inquieto como si desconfiara temprano. Febres Cordero sabía que sólo así, permitiéndoles que vivieran en el territorio 209 venezolano, podría pacificar el Apure. Pero la orden de Gómez fue muy clara y precisa: -Como usted quiera, doctor, pero no los pierda de vista, mire que en cualquier momento le sueltan la mordida como las culebras bravas. Un domingo por la mañana se desenrolló de nuevo la culebra brava de la guerra. El general Parra Pacheco con sus ochenta años a cuestas, invadió de nuevo y atacaba a San Fernando 12 antes de que clareara el día. Era un 12 de mayo de 1922. El coronel Waldino Arriaga montado en Una mula castaña, arremetía con su gente buscando la Casa de Gobierno donde estaba el Presidente y cuando llegó a El Cañito en las calles de San Fernando, lo partieron de un balazo. 12 El jefe superior de esta invasión era el doctor y general Carmelo París. Andaba también el general Fermín Toro. Parra Pacheco era el alma y el táctico en el ataque, recomendando siempre su célebre consejo de viejo guerrillero: "No 210 Era un 12 de mayo de 1922. El coronel Waldino Arriaga montado en una mula castaña, arremetía con su gente buscando la Casa de Gobierno donde estaba el Presidente y cuando llegó a El Cañito en las calles de San Fernando, lo partieron de un balazo. Al mediodía se retiró el general Parra por los caminos de Zamora y a los días estaba atacando a Nutrias donde le dispersaron la gente. En una de las entradas de Ciudad de Nutrias, en la pata de un samán, quedó herido de muerte el coronel Pablo Tamayo, un tocuyano valiente a quien sólo detenían las balas. Se retiraron los demás, y se quedó el anciano general Parra, porque su estado físico era tan malo que no podía seguir huyendo. se dejen matar inútilmente. Cuando estén copados retírense a tiempo para encontrarse después en un sitio previamente seleccionado. Prisioneros para La Rotunda, ¡nunca! Esta invasión fue liquidada después de la retirada de Nutrias en la derrota de Los Galápagos en tierras del Guárico. París cayó prisionero en Oriente. Toro capituló ante e! general Teodoro Velázquez en Manapire. El capitán Fide! Betancourt siguió los consejos de Parra Pacheco y se escapó una noche. "¡A La Rotunda, nunca!", repite el viejo capitán cuando termina su narración. 211 La fiebre y la disentería lo tenían postrado en una cama. Así pasó varios días escondiéndose de casa en casa, hasta que entró a Nutrias el coronel Zabulón Crespo, con los refuerzos del gobierno y alguien le dijo dónde estaba el enfermo. 13 Dentro de un escaparate lo tenían escondido ese día y de allí sacaron al anciano veterano de cincuenta años de guerra. Con fanfarrias, cohetes, vivas y un gran desfile de empleados, recibieron en Barinas al pelotón que traía preso al general Parra Pacheco. El viejito enteco, flaco y blanco con una chivita alargada, casi se caía de la mula. Lo destruía la disentería, el cansancio y sus ochenta años de guerra. -Viva Gómez -gritaban todos-. Viva Gómez coreaban las mujeres. 13 Esto le valió al general Carlos Jordán Falcón la reivindicación ante el general Gómez. Desde .la derrota en Nutrias estaba retirado en su hato. Al saberse el ataque recibió órdenes de incorporarse al ejército del gobierno, con la jerarquía de su rango. Jordán y el general Sálvano de Jesús Uzcátegui eran los jefes del coronel Crespo, cuando éste hizo prisionero al general "Francisco Parra Pacheco. 212 En el calabozo de La Lechuza le pusieron un par de grillos. Se imaginaban los carceleros que le estaban poniendo grillos a un hombre para que no huyera como si tuviera fuerzas para escapar quien ya se estaba muriendo. Pérez delgado andaba sabaneando con su gente cuando atacaron a San Fernando y al llegar a la casa se encontró con la noticia que no dejó de sorprenderlo. Al otro día fue mandado a buscar por el propio doctor Febres Cordero. Estaba en el baño desnudo cuando llegó la comisión. El chingo Cordero, un primo del Presidente, al darse cuenta que el hombre estaba indefenso, decidió acabar con la comedia aprovechando la oportunidad. Lo encañonaron desde lejos sin darle tiempo a coger la faja donde brillaba el revólver, colgada en la horqueta de un guanábano en la barranca del caño. 14 El amigo Enrique Medina Febres, nieto del general Isilio Febres Cordero, Presidente de Barinas para la época, nos afirma que Parra Pacheco no murió en Barinas. Sobrevivió a la cárcel y murió después en Caracas donde él lo conoció. Además da fe de que por su ancianidad fue tratado con toda consideración durante su prisión. 213 Y lo llevaron preso ante el doctor Hernán, quien se justificó diciendo que se rompía el pacto porque "Maisanta" estaba comprometido con el general Parra Pacheco y no le avisó al gobierno el ataque a San Fernando. -"Mai Santa", doctor Febres, esa vaina sí que no. Yo me acogí a sus garantías y he cumplido mi compromiso. -Nunca supe que iban a invadir de nuevo, pero si lo hubiese sabida, jamás lo habría denunciado porque los hombres como yo no terminan en traidores. Desde ese momento lo pasaron a un calabozo de la cárcel de San Fernando de Apure, con un par de grillos de sesenta libras remachados en los pies. Al otro día por la mañana se presentó el Mocho Payara ante la guarnición del cuartel, entregándose como preso voluntario para no abandonar a su general. 214 El Vapor “Alianza” (1917). Uno igual era “El Masparro”, en donde se sublevó “Maisanta” y “El Amparo”, donde lo llevaron prisionero para Ciudad Bolívar, años después 215 XXII CARIBE PECHO COLORADO De San Fernando de Apure lo enviaron a Ciudad Bolívar. Viajó el preso con fuerte escolta en el vapor "Amparo"'- un barquito casi igual al "Masparro", en el que asaltó a Puerto de Nutrias." Por la ventana del camarote veía chapalear la gran rueda que al moverse en el agua, hacía avanzar la embarcación y pasaban fugaces los inmensos paisajes de sus hazañas en donde dejó la leyenda. Nunca más los volvería a ver. Cuando desembarcó en Ciudad Bolívar y miró el malecón vio al general Vincencio Pérez Soto esperándolo impaciente. Conociendo Pérez Delgado la fama de su enemigo estiró el cuerpo con altivez y le dijo desde lejos: -"!Maisanta"!, me cogió el catarro sin pañuelo. 15 Fue un 6 de junio de 1922, según telegrama fechado ese día, de Hernán Febres Cordero, para Juan Vicente Gómez, donde le participaba el hecho. (Boletín Archivo, Histórico de Miraflores, pág23, núm. 60, junio 1969). 216 -No se preocupe, general, que bajo mi gobierno tendrá todas las consideraciones -le contestó a. Pérez Soto acercándose sonriente, pues en el fondo oscuro de su alma guerrera admiraba a los valientes. En la cárcel de Ciudad Bolívar no fue maltratado "Maisanta" y fue público y notorio el gesto de Vincencio Pérez Soto, al intervenir ante Gómez para que no lo mandaran a Puerto Cabello, de donde no se regresaba vivo. No era compasión lo que sentía Pérez Soto, era un dejo de simpatía por la figura alegre, carismática y valiente de Pedro Pérez Delgado, un hombre de cuerpo entero como no nacerá otro hombre para recordado en la: canta sabanera. Nada consiguió el Presidente de Bolívar, pues la decisión de Gómez ya estaba tomada. Se lo llevaron una mañana por la vía del Guárico, para entrar a Maracay, pues el general Juan Vicente Gómez deseó conocerlo en persona. A la rueda de áulicos, en la vaquera de Las Delicias, llevaron a "Maisanta". 217 -¡Mai Santa!, cómo hay de gente, qué cara de hombre tiene el viejo -se decía el Americano cuando se acercaba. -Anjá, conque tú eres Pérez Delgado al que llaman "Maisanta". Hasta aquí te 'llegaron tus cuentos. Así quería verte. ¿Con que" tú fuiste el del asalto de "Los Cochinos"? Buen asalto, no cabe duda. -Me dijeron que también te llaman el "Caribe de los Llanos", -le dijo el viejo mientras se apretaba los guantes. Lo miró Pérez Delgado con sus grandes ojos como pozos revueltos y le contestó con la picardía que nunca le abandonó: -Mai Santa, mi general, si lo seré el "caribe pecho amarillo" que se come los pescaditos del río, porque el "pecho colorado" que se come a todos los otros, ese es usted, mi general. Fue imperceptible la orden para que retiraran al preso directamente al Castillo de Puerto Cabello, donde llegó ese día cuando ya entraba la noche para pasar largos años de calabozo oscuro y sofocante antes que la muerte lo liberara. 218 XXIII CARCEL DE NOCHE NEGRA Se debatía en el calor pegajoso y salado del calabozo. El sudor se le confundía con la pátina salobre de las paredes de calicanto mezcladas con sal. La oscuridad, partida por un rayo de luz redondo que se filtraba a través de la claraboya, dejaba entrever el cuerpo largo del hombre, tendido y vertical a la barra negra de los grillos que lo fijaban a la tierra. El sopor se le acrecentaba con la fiebre que lo quemaba y la sed tremenda, apergaminándole la boca. La lengua larga y seca, como de culebra brava, salía de vez en cuando y lamía los labios partidos. La cara larga y afilada como un cuchillo, el pecho hundido y el abdomen abombado sobre unas piernas delgadas donde la piel dibujaba los huesos. Le bailaban los tobillos en el arco de los grillos. En el piso enladrillado, estaba reluciente y 219 seboso el sitio donde se acostaba el hombre; el aire olía a deyecciones mezcladas con vaho de cuerpo sucio. Varios días llevaba con el sopor cuando comenzó a delirar y a soñar con sus hazañas. Se veía cinco años atrás la tarde que entró a la cárcel y el carcelero quiso planeado. -No me toques, carajo; que a los hombres de mis condiciones se les respeta -y el hombre no levantó la peinilla al influjo de su voz. Se veía en La Carmelera, retirándose perseguido y contándole después los cuentos al bachiller Cordero en Sabaneta. -"La revolución, chico, hay que tener coraje y cabeza para ser revolucionario. Nunca perder la fe y jamás pactar por arriba, carajo". Pero esas son pendejadas, a este país no le interesan esas cosas. Aquí hay mucho real -y se le iba el pensamiento al catire que se moría. Se veía hablando con Valentín Pérez, aquel general que conoció en Apure y a quien mataron peleando contra Gabaldón. 220 16 Venía de México el general Valetín Pérez y le había contado ese día el por qué de su hombro caído: "Eso fue un tiro cuando yo era oficial de la revolución". Y cómo se había admirado "Maisanta", al conocer un hombre que había peleado en los comienzos de la revolución mexicana. Recordaba después las vainas de los apureños, quienes desde el primer momento apodaron al general Valentín Pérez como "El Espaletao". Espaletao por el hombro caído con la escápula saliente que lo hada caminar agachado de un lado como si fuera a coger vuelo. Entonces se le iba la mente buscando los recuerdos sobre los cuentos de México y la toma de grandes ciudades. ¡Ah!, Y la añoranza de la artillería de la división del norte que nombraban los periódicos. 16 Para 1909 Apure era un Estado autónomo. El candidato de más opción para ganar las elecciones a Presidente de Estado era el general Ignacio Avendaño. Cuando Gómez tomó. el poder de la República nombró al general y doctor José de Jesús Gabaldón, Presidente de Apure, quien se presentó con un batallón y acabó con las elecciones. Uno de los alzados fue Valentín Pérez, quien pasó la frontera colombiana y murió en la batalla de los Corrales de Guasdualito. "Dirigía la pelea con un chaparrito en la mano, como si fuera Director de orquesta", nos contó Hilarión Larrarte, quien "cargaba el tubo de latón con la correspondencia de la revolución, colgado en el pescuezo", según sus propias palabras. Ese día murió también el coronel Pedro León Arroyo, segundo en el comando de las fuerzas del gobierno. 221 -Díganme esa vaina, si él hubiera tenido cañones, como se los ofreció una vez el "tuerto" Vargas. ¡Carájo!, Maisanta no se le hubiera quedado atrás a ese tal Francisco Villa y al otro Emiliano Zapata, de quienes tanto se hablaba entonces. Bonita la vaina esa de que en México, Zapata repartió la tierra a los soldados campesinos. Pero cuando él un día les contó la historia a los doctores, ¡carajo!, arrugaron la cara y cambiaron la conversación. Desfilaron por su mente las hileras de muertos en Guasdualito, comandados por el capitán Cincinato Larrarte. Y le atormentaba el cerebro, martillado por un terrible dolor punzante, el pitar intermitente de la sirena del vapor "Masparro" remontando el Apure. Y seguía entre la vigilia y el sueño deshilvanando su vida de ilusiones, fracasos y sacrificios. Todo por algo mejor que su mente nunca pudo precisar. Solamente sentía odio y frustración porque se daba cuenta con su clara inteligencia de que todo lo 222 que había hecho, no tenía una orientación definida y las cosas se quedaban iguales cuando terminaba el asalto. El odio lo carcomía al verse tirado allí con un par de grillos, muriéndose de mengua, mientras los otros se fueron sin exponerse mucho. El abdomen se le distendía más y más cuando caía la tarde. Perforados los intestinos por las miles de partículas de vidrio molido que cada día venían en la comida. Era una acción lenta y corrosiva que ocasionaba con el tiempo una terrible enteritis que llevaba a la muerte, con una peritonitis final que ningún médico hubiera curado. Esa era la condena de los presos peligrosos en tiempos de Juan Vicente Gómez. En la noche estaba agonizando, y al fin consiguió el Mocho Payara que lo dejaran entrar al calabozo. Abrió sus ojos amarillos como la miel de las aricas, que ya perdían el brillo de la vida y se quedó 223 mirando a Payara como si no lo hubiera visto nunca. Después se fue pasando las manos por el abdomen abultado, buscando algo en la franela manchada de vómito, hasta que tembloroso, agarró el escapulario cosido en la pechera. Recogiendo fuerzas de quién sabe dónde, lo arrancó de un tirón y mirando a su oficial, dijo con clara voz venciendo la agonía: -¡Mai Santa! Virgen del Socorro, puede más Gómez. Esta vez tampoco ganamos. Y lanzó con rabia la medalla de plata y el escapulario de felpa, contra la pared carcomida. Minutos Delgado. después moría "Maisanta" Pérez Silencioso Y llorando, él que no había llorado nunca, salió el Mocho Payara para contar la última historia del Americano, que se regó por el llano como 17 garúa sabanera en una tarde de mayo. 17 Pedro Pérez Delgado según nuestras indagaciones nació en Ospino en 1875. A los seis años lo mandaron a estudiar al Estado Lara. . A los dieciséis años se incorporó a la guerra. Murió en el Castillo Libertador en el año 1929, siendo comandante del mismo el general Dávila. 224 MAISANTA (Corrido de caballería) Al maestro Antonio José Sotillo. Unos lo llaman "Mai Santa" y otros “El Americano". Americano lo mientan porque es buenmozo y catire: entre bayo y alazano. Salió de La Chiricoa con cuarenta de a caballo, rumbeando hacia Menoreño va Pedro Pérez Delgado. En fila india, por la oscura sabana, meciendo el ¡río en chinchorros de canta, va la guerrilla revolucionaria. Con el cogollo, la manta; cobija con pelo e guama, cuarenta y cinco y canana. Nube de tabaco y nube, relincho y susto de garza. madrugadita de leche bajo la noche ordeñada. Llanero alzado, ronda de riesgo velante, fila india, caballería lenta y larga, tajo vivo y negro, diámetro de dolor en la circunferencia de la sabana. 225 Caballo pobre; el arnés de cabuya, la montura, un cuero de res, el estribo de soga entre los dedos del pie. Llanero alzado: Canto, silencio y canto, el guerrillero va adelante, cantando. Rumbo de asombros, los cuarenta caballos cabalga al frente Pedro Pérez Delgado. Unos le dicen “Maisanta” y otros “El Americano”. No hay quien le pique adelante, no hay quien le aguante la carga, no hay guerrillero en los llanos que le eche la colcha al agua. Catire con dientes de oro y con espuelas de plata, bueno de cola y de soga, bueno de tripa y de capa, escapulario cosido, con una virgen pintada; pelo e ` guama con borlita flequillo en las alpargatas, y al hombro la manta azul con la vuelta colorada. Y ahora le contaré por qué lo llaman “Mai Santa”. Cuando pelea Pedro Pérez Delgado, en el momento de trabar la pelea, 226 antes de que salga de la funda el machete, arma los aires con su grito de guerra y así, en la carga, va gritando el guerrero: -¡Mai Santa, Virgen del Socorro de Valencia!... madre Santa dice la gente, pero Maisanta dice Mai Santa y las maneras de los hombres los hombres deben respetarlas. Y a Pedro Pérez Delgado no tiene madre ni patria, ni un retrato de la madre ni un retrato de la patria. Pero tiene el corazón como tapiz de sabana y junta Madre con Virgen y junta Virgen con Patria y en la Virgen del Socorro de Valencia las retrata y cuando va a la pelea pone a las tres en el anca. El Socorro de Valencia la llaman los que la llaman, Valencia, la del Socorro, Valencia de las naranjas. Cuando el plomo está cerrado y es pareja la batalla y unos van que a que te mato y otros que a que no me matas, hay un momento de pronto 227 en que se arrugan las almas; destilan leche de miedo los pechos de la sabana; de los turbios horizontes brotan muertes ensilladas. Vienen cuarenta jinetes con muertes desenvainadas. Con un rumor de joropo viene llegando la carga; tendido en el paraulato un jinete la comanda y al llegar el enemigo en los estribos se alza; tiene la melena rubia, entre baya y alazana, y un grito que es un machete con filo, punta y tarama y es Pedro Pérez delgado que va gritando: -¡Mai Santa!... El grito del guerrillero se lo sabe la sabana. No hay quien no lo haya escuchado en la noche o la mañana. Corre, corre, corre el río hasta que la suda el agua y grita: -Corre, Laguna, que está cargando Maisanta y la Virgen del Socorro viene sentada en el anca, 228 con espinas de limón y palabras de naranjas… Y ya sabe, compañeros, por qué le dicen Maisanta. La Virgen del guerrillero tiene mucho de Mai Santa, buena de lazo y de silla, buena de tierra y de agua. Desde el siglo diez y seis se la trajeron de España para su rumbo llanero, navegante y navegada. Porque se perdió en el mar como jinete en sabana. Cuando de España llegó al puerto de Borburata, Valencia se fue al camino, Valencia se fue a la playa. Pero todos se asombraron en cuanto abrieron la caja, porque en lugar de la Virgen del Socorro, que esperaban, se encontró una Dolorosa c con sus espinas clavadas, con espinas de limón y palabras de naranjas. Como en los rumbos del llano se perdieron las dos cajas; 229 la valenciana al Callao, la limeña a Borburata. Del Perú pidieron cambio pero Virgen no se cambia. Y llegó el siglo diez y ocho y llegó la falta de agua. Valencia tenía sed y los cerros eran ascuas. Antonio Diez Madroñero, el Obispo de Caracas, llegó con todas sus gentes al cerro de Guacamaya. -¡Hazme una nube! -le dijo¡Madre de Dios, Madre Santa! Y de los pies del Obispo se zafó una cinta de agua. Cayeron en Periquera los hijos de la sabana; murió Rosario Pabón, allá va Quijá de Plata; va de raspa y escotera la gente de Cuello e Pana; con Arévalo Cedeño los llanos cierran la marcha y en un caballito ciego, ciego casi, el Tuerto Vargas. Cayeron en San Fernando 230 los hijos de la sabana, con dos balazos del diablo llevan a Waldino Arriaga. Y Pedro Pérez Delgado viene preso de Biruaca. -El catarro sin pañuelo me agarró -dice Maisanta. Y la Virgen del Socorro de Valencia, desmontada, con espinas de limón dice cosas de naranja. (Está en la cárcel Pedro Pérez Delgado; cabalga grillos de setenta quien cabalgó caballos. -Mai Santa, qué chiquito se nos ha puesto el llano! Puerto Cabello, caballo de los rumbos enredados: el que marchaba hacia la costa, el que marchaba hacia las sierras, el que marchaba hacia los llanos, todos estábamos allí, todos habíamos llegado.) El guerrillero tiene hambre, tiene sed El Americano Se va muriendo entre dos muertes; canto, silencio y canto; se va muriendo entre dos cargas, se va muriendo entre dos ranchos; tiende la voz en las crines del morir entresoñado; la sed lo lleva tendido, tendido en el paraulato. Maisanta se está muriendo 231 Madre Santa, envenenado. Contó mil altoquienvives, hasta que izaron las dianas; la sed le pone palmares en el mirar de sabana. Ya Pedro Pérez Delgado no tiene madre ni patria, ni un retrato de la madre, ni un retrato de la patria; lo surcan madres con sed, lo cruzan patrias tostadas. Pero siente el paraulato metido entre las batatas y empina su viejo grito en los estribos del alma. y su grito es un machete con filo, punta y tarama y es Pedro Pérez Delgado que va gritando: -Mai Santa! El grito del guerrillero sobre la muerte resbala y salta del calabozo y navega y desembarca y se encabrita en los riscos del cerro de Guacamaya. Toda la sed de la tierra va en una fuga espantada; la Laguna de Valencia se esconde bajo su falda; corre, corre, corre el río, 232 hasta que le suda el agua y grita: -Corre, Laguna que está cargando Maisanta y la Virgen del Socorro viene sentada en el anca con espinas de limón y palabras de naranjas! Y ya sabe, compañero, cómo se murió Maisanta. Andrés Eloy Blanco. 233 GLOSARIO ALEBRESTARSE: Ponerse altanero o irrespetuoso. BACHI: Apelativo cariñoso por bachiller. BARCINO: Animal gris o marrón con vetas negras. BORALES: Planta trepadora que cubre las aguas arremansadas. BRAGAO: Hombre muy valiente. CACHAMA: Pescado de río. CALCETAS: Claros de sabanas entre la selva. CAMARA: Sinónimo de camarada o compañero. CARAMO: Arboles arrancados por las crecientes y que permanecen en el lecho de un río. CHOCOZUELA: Sinónimo de la rótula, hueso móvil de la rodilla. CHUTO: Con la cola recortada. ENMOGOTADO: Persona escondida dentro de una porción muy tupida del bosque. FIQUE: Fibra de sisal. GUASDUAS: El tallo del bambú. GUATE: Nombre que se le da en Barinas a la gente de los Andes. Este apelativo en algunos casos incluye a los colombianos. JIPIJAPA: Sombrero blanco de anchas alas parecido a los llamados corrientemente "de Panamá”. LEBRUNAS: Reses de color crema. LEBRUN0S DEL DIA: Primer crepúsculo de la mañana. 234 MAPORA: Enormes palmeras de tallo redondo. MARRAMUNSIA: Malos hábitos. MAUTE: Toro joven de 1 a 2 años. PELICANAS: Reses negras con apariencia de pelo canoso. PELO DE GUAMÁ: Sombrero de terciopelo amarillento intenso como el pelo del fruto del guamo. PESA: Sitio donde se distribuye esta carne. PESERO: Hombre que mata y vende ganado vacuno o porcino. PICURIARSE: Sinónimo de escaparse. PINTAMONEAR: Sinónimo de coquetear. RUSIO MOSQUEADO: Caballo blanco con pequeñas pintas negras o marrones. SARDAS: Reses negras manchadas difusamente de blanco. SUELTA: Pedazo de soga con dos lazos en los extremos por donde se introducen dos patas del caballo para que no pueda caminar lejos. TABLETAS: Trozos cuadrados de azúcar y coco o dulce de panela y coco rallado. TARTAGUITA: Raya pequeña de terrible punzada cuando se la molesta. TERECAY: Pequeña tortuga, similar al galápago y autóctona del llano. TOÑECO: Persona consentida o de mucha confianza. TOPOCHO: Especie de plátano más pequeño y de sabor 235 diferente. TOTUMO: Arbusto cuyo fruto es la tapara. TUCO: Pedazo de extremidad que resta de alguna cosa luego de ser cortada por cualquier motivo. ZAINO GUACHARACO: Caballo marrón oscuro, casi negro. 236 JUICIOS "Maisanta viene a ser, sin duda, uno de esos pocos libros que llegan a nuestras manos y se leen de un solo tirón, no sólo por reflejar sus páginas con dramática fidelidad lo que fue la vida de los llanos a los comienzos del presente siglo, sino por el relato continuo de hechos tan inverosímiles por su temeridad y arrojo, como la enseñanza que trae de lo que vale la experiencia y la zamarrería que utilizó el general Páez, por aquellos mismos predios" . Guillermo José Schaell, Diario El Universal, Caracas. "Habrá que leer pues este libro para conocer lo mucho de nuestra historia reciente, que está enredada en los mil caminos que hubo de andar Maisanta. Y deberán leerlo sobre todo los jóvenes. Los que de uno y otro modo son los herederos legítimos por la pureza de los ideales de este Maisanta que, sin conocer los azares de las ideologías, fue sin embargo, a su vez, el heredero de Ezequiel Zamora y de todos quienes en nuestro pasado lucharon contra las injusticias y las exacciones". GANMA, Diario El Nacional, Caracas. "Pero Maisanta es algo más: José León Tapia ha recogido la 237 historia de Pérez Delgado de las mismas fuentes donde todavía se encuentra y la ha transcrito en el libro, casi en la misma forma. A su vez el libro es un rico filón para el trabajo de los narradores que se interesan por hacer literatura partiendo de nosotros mismos, inspirándose en nuestros temas, problemas y dramas. Maisanta servirá para buscar y llegar al meollo de lo que somos". R. J. Lovera De Sola, Diario El Nacional, Caracas. "Médico de profesión, cirujano de cada día, pero con devoción por la historia, aporta ahora José León Tapia, capítulos de la historia, justamente menos estudiada, de la última década del siglo XIX y primeros del actual. Al biografiar un personaje de la lucha armada contra las autocracias y tiranías, nos da José León Tapia un vívido cuadro de un aspecto cardinal de la historia nacional de décadas atrás". Pascual Venegas Filardo, Diario El Universal, Caracas. "José León Tapia es un médico de extraordinaria calidad humana que se ha dedicado a recoger leyendas y a reconstruir la vida de algunos personajes venezolanos. En cada pueblo del llano reconstruye un episodio; cada anciano le comunica una vivencia personal. Una sabana, un río, una casa, una calle, guarda vinculación con el personaje que ama la libertad en su sentido más elemental, con una vaga concepción de pueblo, con un rechazo natural a la autoridad opresora". 238 José Vicente Rangel, Diario Ultimas Noticias, Caracas. "Libro de entrañables testimonios: porque incorpora definitivamente a Maisanta como caudillo en la prosapia histórica. Porque vuelve a consagrar a su autor, José León Tapia, como escritor de enjundia e investigador de méritos sobresalientes. Y porque, en resumen, concurre a darle jerarquía a los valores de la provincia. Y en él y con él a quienes, llano adentro o cordillera arriba, solemos dejar también de vez en cuando la aseveración de nuestra palabra". Elio Jerez Valero, Diario Vanguardia, San Cristóbal. "El libro del doctor José León Tapia, Maisanta, El último hombre a caballo, es una reivindicación y una lección para que los venezolanos no olviden. Es también búsqueda interesante en los venezolanos del pueblo que se está abriendo paso en la literatura testimonial de nuestro país". Luis Beltrán Prieto Figueroa, Diario El Nacional, Caracas. "Con Maisanta da gusto ver que en las tierras llaneras la literatura y la historia no están naciendo de los cafés sofisticados de los "snobs" que andan "in", sino de los hombres patriotas que andan afuera en las tierras del pueblo, de los hombres de mano dura y de las mujeres que parían Maisantas”. 239 Martín Cayaunare, Diario Ultimas Noticias, Caracas. "Es fascinante la historia de Maisanta. Una herencia tal vez de barbarie y salvajismo, pero también de valor y espíritu de lucha para enfrentarse a las dificultades. Y en todo caso, una herencia que, nos guste o no, es la nuestra". Juana de Avila, Revista Elite, Caracas. "El choque psicológico producido por la lectura de este libro del médico barinés José León Tapia, nos lleva al balance de una época de un idealismo donde los fracasos se sucedieron por la anarquía de los mismos autores. Como los antiguos relatos, el libro tiene una moraleja y uno se pregunta si a tantos sacrificios de aquellos hombres sin cultura, henchidos por la leyenda de un destino mejor, les habrá' llegado la hora del reconocimiento". Oscar Rojas Jiménez, Diario El Universal, Caracas. 240 Quiero expresar mi agradecimiento a los distinguidos amigos, Raúl Blonval López, Luciano Valero, Manuel Malaver, Humberto Febres, José Rivas Rivas, José Esteban Ruiz Guevara, Alexis Márquez Rodríguez, Néstor Tablante, Víctor León Guevara, José Manuel Franco, Orlando Araujo, Ramón J. Velásquez, José Giacopini Zárraga, Angel Pérez Pérez, Carlos Julio González y Federico Brito Figueroa. 241 CRÉDITOS Este libro fue digitalizado por el CENTRO REGIONAL DE TECNOLOGÍA EDUCATIVA (C.R.T.E), por medio del Departamento de Informática Integral entes adscritos a la Secretaría Ejecutiva de Educación del Estado Barinas Equipo Técnico: Producción: Lcda. Rosalía Soto Coordinación: Ing. Jesús Leal Diagramación y montaje: T.E. María Araque Ing. Daniela Briceño T.S.U. Angélica Vielma Barinas, Septiembre de 2006 242 INDICE El Autor y su Obra Por José Giacopini Zárraga…………………………………………………………………………… Dedicatoria ………………………………………………………………………………………………….….. Entre Zamora y Maisanta……………………………………………………………………………… Advertencia ……………………………………………………………………………………………………. Introducción……………………………………………………………………………………………………. I ¡VIVA EL MOCHO HERNANDEZ!.................................................... II ESE MUERTO ES JOAQUIN CRESPO…………….……………………….. III ¿COMO ES ESO DE REVOLUCION?............................................... IV HOMBRE DE A CABALLO…………………..…………………………………………… V ¡PAREN ESA MUSICA!........................................................................ VI MIEL EN TAPARAS…………………………………………………………………………. VII SOLAMENTE REVOLUCIONARIO…………………………….………………… VIII UNA CALMA INQUIETANTE……………………………………………………….. IX LA LUMBRE DE LOS MACHETES…………………………………………………. X VELORIO CON MUERTO AJENO…………………………….…………………… XI LOS MATADORES DE GARZA……………………………………………………… XII ARGUCIAS DEL PRISIONERO…………………………………………………….. XIII ¡PATRIA Y REVOLUCION!……………………………………………………………… XIV EMILIO AREVALO CEDEÑO……………………………………………………….. XV EL SABOR ROJO DE LA GUERRA……………………………………………….. XVI SENTENCIA DE MUERTE PARA FUNES………………………….……….. XVII BRUJERIAS CON PIAPOCO…………………………………………………..…….. XVIII EL TUERTO VARGAS………………………………………………………………….….. XIX UNA PLAZA SEMBRADA DE BUCARES…………………………………….. XX SOLO VEINTIDOS HOMBRES SILENCIOSOS…………….……... XXI LA MORDIDA DE LA CULEBRA………………………………………………….. 02 08 09 15 19 26 32 46 55 63 67 81 109 115 123 129 135 141 151 156 162 177 182 187 199 205 243 XXII CARIBE PECHO COLORADO…………………………..………………….……… XXIII CARCEL DE LA NOCHE NEGRA……………………………………….………… MAISANTA (Corrido de Caballería) Por Andrés Eloy Blanco………………. GLOSARIO………………………………………………………………………………………………………. JUICIOS…………………………………………………………………………………………………………… CREDITOS……………………………………………………………………………………………………….. 216 219 225 234 237 242 244