Suplemento Panóptico No. 35
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Suplemento Panóptico No. 35
DIRECTORIO PANÓPTICO Consejo Coordinador - Efraín Villagrán Comisión de Comunicación - Jorge L. Morán Comisión de Edición - Manuel Ortiz “C uando estoy cerquita de ella el mundo se me hace guango, y se estruja como una bolsa de papel frente a mis ojos; de repente las cosquillas por mi espalda se propagan para todos lados y el pellejo que me envuelve es una extensión de sus caricias…”. - (Y sigo pensando estas cosas mientras el faje agarra ese sabor a Mariana, mujer chiquita que me fascina y se vuelve agua entre mis manos; todo huele a ella, el sexo se convierte en una pegajosa realidad al fondo del jardín donde nadie nos espía, sólo Diosito nos mira desde allá arriba y desde todas partes, cómplice juguetón de mis audaces exploraciones en ese rinconcito divino donde hacen su nido las olas de sudor y de saliva, en ese mar donde navegan las ganas que me dominan como puberto, cada vez que Mariana está conmigo, cada vez que la miro así, de cerquita). “Una pequeña muerte que entra por mis ojos y se hace temblor bajo mis pies… un cuchillito filoso que rasga de a poco su carnita, un respiro que se vuelve huracán y grito a la mitad del trayecto vigoroso, en ese viaje que me lleva hasta el sótano de su alma…”. - (Con el salvajismo de un amante callejero voy moldeando las caderas de Mariana como si fueran de barro, como un pulpo incontenible que sube por sus pantorrillas y aprieta un poquito entre sus muslos; después soplo y el viento baja por su oreja dándole vida al escalofrío que inventamos desde hace un tiempo… Hábil como rectora del cachondeo, me ha enseñado a mordisquear y ensalivar rincones etéreos que se forman entre mi pecho y sus senos, a azuzarle la ansiedad y manosearla con la devoción de un beato enamorado de su santísima patrona). “!Ah, bárbara muchacha¡ !Cómo es que te vine a encontrar en este valle de lágrimas y perdición, donde sólo eso que tú me das le da paz y alegría al espíritu! Que Dios te cuide y que prolongue tu talento hasta exorcizar del todo los demonios de la carne que traigo adentro del alma, los que agusanan la soledad del hombre en su biología perfecta y se convierten en ganas que saltan por todas partes, por la nariz, por la punta de mis dedos y la rendija de los ojos… Dame un respiro, Mariana, vuélvete aire y deja que te respire hasta el ahogo, déjame asfixiado con tu amor feromonal, vámonos a otra dimensión y seamos dioses nosotros también…pero mientras, tú síguele sin detenerte, y haz que llueva para no morirme de sed… sálvame de nuevo, de una vez y para siempre”. - (Cierro los ojos para prolongar el fervor. Una mano bajo su ombligo, un dedo que se aventura, un aullido que se estrella contra la pared y la luna llena en las manos de Mariana. No hay tiempo que perder. En casa la esperan y yo no existo a ciertas horas. Miro las estrellas y no me sorprenden, las había conocido antes bajo su falda; milagrosa al fin, Mariana ha dejado su nombre tatuado entre las rosas, en las paredes, en las avenidas y en el callejón: su nombre para siempre, en todo tiempo y en todo lugar. Un estremecimiento infinito que comenzó cuando puse una mano donde no debía y ella la hizo crecer a lo largo de su espalda, su cuello, sus senos -jarritos de almíbar- y la punta de sus pies). “Tal vez mañana, Mariana, tal vez para siempre”. - (Dios te salve, Mariana del medio día y el atardecer… bendita eres entre todas las vecinas y las chicas de la plaza; lléname de gracia, mójame una vez más, que tu cuerpo llora para la salvación de mi alma, y yo me muero de amor en el pecado de quererte desnuda para siempre). al llegar a los talones preciosos. Al otro lado esos pechos inmaculados se expandían y contraían mientras tu vientre padecía un ligero temblorcillo a cada tacto mío. P or todo lo que ha sido desde mis orígenes, por todos los lugares en lo que he estado y las mujeres que he conocido, nunca me hubiera imaginado que me encontraría aquí contigo. En la cabaña donde vivo alejado de la ciudad. Despertaste tiempo antes que yo, te levantaste desnuda así como estabas, sólo con esos zapatos rosas para caminar a campo abierto. Observo desde la puerta cómo corres libre y subes a los setos, el fondo es pastizal y magueyes, arriba un cielo repleto de nubes va cobrando diferentes formas por el aire que flota a nuestro alrededor. Ayer me encontraba mirándote también como ahorita, atento a tus reacciones mientras con lujuria te desabrochaba lentamente la blusa. Cual escultura te quite el velo hasta que asomo una criatura desnuda del ombligo al cuello. Después desabroché el cinturón que sujetaba tus pantalones y me seguí con el botón. Ni siquiera apuré el paso cuando la prenda quedó atorada en tu cadera, solamente me preguntaba asombrado en silencio cómo era que tan ajustados entraban. Con fascinación abracé tus nalgas, te di la vuelta y bajé de un tajo toda la tela que resbala hasta tus zapatos. Las llené de besos al comprobar con una sonrisa que no llevabas ropa interior. Tu cuerpo quedó visible de espaldas totalmente desnudo. Los átomos de piel reunidos y ondulados con exquisitez, describían tu fina espalda. Los óvalos cachondísimos de tus caderas sobre esos muslos robustos iluminados por un rayito de luz, iban cediendo paso y se adelgazaban Todo tu encanto despertó en mí también grandes sentimientos. Entre el suspiro y el jadeo desabroche, mi propio pantalón descubriendo un miembro excitado al máximo de lo que puede estar. Con un ligero enchuecamiento hacia la izquierda lo tomaste, blandiéndolo tú misma, lo frotaste contra la carne de tu pelvis y tus piernas. Besabas mi boca con decisión metiendo profundamente tu lengua y jugueteando con la mía. Se deslizaron tus labios por mi cuello, por detrás de las orejas, recorriste este cuerpo hasta que te lo metiste completamente a la boca. -Desconfío de las mujeres que no lo chupan cuando nos encontramos ya inmersos dentro de lo animal sexual-. Pensaba, mientras te tomaba de la cabeza mirando agradecido tu rostro lamiéndome. Seguía mi turno y lento exploré con mis dedos y boca tan hermoso altar, le rendí su debido culto. Y luego te cojo, sintiendo tú abraso y tú desesperación por poseerme, sintiendo cómo me envuelves y aprietas; cómo te deleitas, me muerdes, mojas y ensalivas; cómo jalas mi cabello. Nos admiramos sin límites haciendo una cosa. Al mismo tiempo otra, sin dejar de coordinarnos para una tercera. Abrazados ya en silencio, con la mente relajada, escuchamos los latidos de nuestros agitados corazones. Sudorosos, cansados, oliendo todo lo existente impregnado de nuestro propio olor. Nos derramamos sobre el mundo. Formamos un eclipse cuando un cuerpo iluminado se oscurece por los mantos del otro. ¡Que hermosa la naturaleza! Apunto de quedarte dormida abrí tus piernas, oliendo, besando, acariciando; preparando el terreno volví a penetrar en ti, obligándote a pasar de la desorientación del sueño con sorpresa a la conciencia de estar despierta; de repente, sin pensarlo, ya estabas arriba tomando todo el control, moviéndote. Yo me lamí los labios sosteniendo tu peso, embarrándome a ti. Feliz, sabía que de un momento a otro pedirías que me pusiera detrás. S uplemento Panóptico tiene el gusto de presentar esta trigesimo quinta edición dedicada a la literatura erótica, aquella literatura que, por defición, se lee con una sola mano... Dicho género literario ha sido a través de sus historia el sitio ideal para recrear las fantasías sexuales que vagan en el imaginario colectivo de una sociedad. ¿Qué es el erotismo? Pues bien, este término está situado al otro extremo del amor romántico y/o etéreo (amor a Dios); el erotismo es el toque, la tangibilidad del amor encarnado en una persona u objeto. Es el cuerpo hecho deseo o el sentimiento reencarnado. Los griegos comprendían muy bien está diferencia pues tendían a distinguir entre el eros y el ágape, siendo este supermachinblog.blogspot.com Por Adán Pop Lovage - Music to Make Love to Your Old Lady By 75 Ark Records, (Estados Unidos) 2001 Lovage fue un proyecto fugaz conformado por el beatmaker Dan The Automator (productor de Gorillaz), Mike Patton (a quién recordarán por bandas como Faith No More o Mr. Bungle), Jennifer Charles y el DJ canadiense Kid Koala. Musicalmente el sonido de Lovage va inclinado hacia el trip-hop y el jazz ácido; Dan y Kid Koala crean la música del fondo mientras Mike y Jennifer entablan un diálogo sensual e inclinado un tanto a lo lascivo. Canciones como Stroker Ace, Strangers on a Train, Lifeboat, To Catch a Thief o Sex (I'm A) suelen ser bastante estimulantes, perfectas para una noche carnal, especialmente por la provocativa y seductora voz de Jennifer Charles. "Música para hacer el amor a tu mujer". Vato Negro - Bumpers N2O Records, 2008 No es para nadie un secreto que Omar Rodriguez-Lopez es uno de los guitarristas más reconocidos a nivel mundial, todo gracias por su peculiar estilo y manejo de la guitarra, a de modo que los proyectos donde se ve involucrado rebosan de un sonido conciso, tal es el caso del proyecto Vato Negro, dónde el integrante de la banda The Mars Volta, Omar, se explaya de manera libre causando un gran material psicodélico. De carácter progresivo y experimental Vato Negro surge bajo la mano del también bajista de The Mars Volta, Juan Alderete hace más de una década, junto con el baterísta Deantoni Parks, así dando forma al disco Bumpers, un album de intesos momentos, largos tracks como Sidestepper (15 min) o Under the Vatican (8 min) que te embarcan a múltiples paisajes mentales. No es algo que se escuche todos los días. último un término que remitía a lo etéreo. Después, durante la Edad Media y con el posicionamiento hegemónico de la Iglesia Católica en Occidente, se desplazó al Cuerpo como objeto de alabanza. El único amor era el que se debería tener hacia Dios. El erotismo quedó de lado y se prohibió la libertad para experimentar con el placer. A El cantar de los cantares, uno de los libros más bellos y el más erótico de la Biblia, se le intenta mutilar el sentido al escribir al pie de página que todas aquellas palabras están dirigidas a Dios y no al Rey Salomón como hombre de carne y hueso. Frases como “¡Que me bese con los besos de su boca! / Mejores son que el vino tus amores; /mejores al olfato tus perfumes; / ungüento derramado es tu nombre, / por eso te aman las doncellas”. Cómo es posible imaginarse a Dios y a su esposa la Iglesia cuando se leen versos como estos: “¡Qué hermosos tus amores, / hermosa mía, novia! / ¡Qué sabrosos tus amores! ¡más que el vino! / ¡Y la fragancia de tus perfumes, más que todos los bálsamos! / Miel virgen destilan tus labios, novia mía. / Hay miel y leche debajo de tu lengua; / y la fragancia de tus vestidos, como la fragancia del Líbano”. La literatura erótica frecuentemente ha sufrido los estragos de la censura, pues todas la sociedades han establecido un punto límite donde su moral diferencia entre lo erótico y lo pornográfico. Desde algunas lecturas bíclicas que abarcaban lo erótico como la antes presentada, pasando por la literatura cortesana, por el surgimiento del sadismo (claro con el Marqués de Sade), hasta llegar al libro vaquero o a los relatos eróticos vía internet, la literatura creada con la intención de alborotar nuestras hormonas, ha persistido como una lectura relegada a lo privado pero su presencia jamás ha cesado ni cesará, pues es la expresión de las fantasias sexuales más recónditas de una sociedad sexualmente muy inquieta pero preocupada por guardar las formas. S entado se le veía distinto, serio, rígido, como si estuviera esperando una mala noticia, pero ahora que está detrás mío su semblante es otro. Confieso que me ha tomado por sorpresa, parece uno de esos tipos misteriosos que bien pueden estar escondiendo una pistola o un anillo de compromiso. Yo no oculto nada, pero me suelo disfrazar, que es distinto, siempre soy yo; hoy, por ejemplo, estoy atendiendo a una paciente con una muela picada y él, probablemente, está aquí por un blanqueamiento dental, que desde mi punto de vista es lo único que le falta para ser el dentista apuesto que anuncia una marca de dentífrico; sin embargo, ambos sabemos que todo esto es puro teatro. No hemos cruzado palabra alguna, si acaso algunas miradas que terminan en el borde de la mesa de centro o en los cuadros de Botticelli que cuelgan de las paredes. Casi puedo escuchar su respiración y cómo pasa saliva de vez en cuando. Sé que lo desea pese a su aparente solemnidad; su mirada parece traicionarle y mi intuición me dice que en realidad es un cazador estudiando su presa. Me pregunto qué sería de las liebres si éstas vieran en los ojos de los cazadores su verdadera intención. Seguramente adivinarían, como lo hago ahora, que están a punto de morir y entonces ni siquiera se acercarían al cebo. Pues bien, he mordido la carnada. Abro las piernas sólo un poco, pero es suficiente para que su mueca se transforme, supongo que no esperaba una presa dispuesta a ser cazada. Sus ojos se me han clavado como balas, parece que ha olvidado que se encuentra en un consultorio dental. Se moja los labios y puedo ver cómo sus pulmones se hinchan al respirar. Creo que está agitado. Me toco. Siento cómo mi dedo índice resbala y compruebo que soy como una ceda empapada. Si me lo permite, podría seguir hasta el final, pero de súbito se levanta de su asiento. Aunque le tiemblan las manos, intenta incorporarse y al fin ha esbozado la mitad de una sonrisa. Me toma de la mano y con un movimiento difícil de describir nos coloca de frente a un muro. De cara a la pared suspiro al recordar que traigo puesta una falda corta. Existen maniobras que simplemente son irrealizables cuando se viste pantalón. Reconozco que la eterna discusión sobre igualdad de género es absurda y en este momento prefiero ser una mujer dócil. Parezco un criminal a punto de ser esposado. Ha llevado mis manos y brazos a uno y otro lado de mi cabeza y por la fuerza con que lo hizo parece que no quiere que las mueva de ahí. Yo le obedezco. Aunque se encuentra detrás, puedo oler su humor, mezcla de maderas, tabaco y sudor; sin duda este último me provoca. Cierro los ojos e imagino cómo es su miembro, si tiene vello púbico profuso o si es lampiño, al tiempo que escucho cómo baja el cierre de su pantalón. Semidesnuda y con la espalda arqueada, no puedo evitar levantar un poco las nalgas y recordar fugazmente un capítulo de mi serie favorita en la que una puta es atada de manos y violada de cara a la pared de un callejón abandonado. Pienso que en algún momento ella pudo haber convertido aquel acto perverso y violento en una experiencia de psicomagia. Siento el roce de su pene con mis nalgas, es tan suave que me hace dudar y creo que aquella sensación también podría deberse a la punta de su lengua; sin embrago, la falta de humedad me devuelve la visión de su miembro a punto de penetrarme y de sólo pensarlo se me eriza la piel. Hasta ahora no hemos cruzado ni una sola palabra, todo indica que nuestra piel dialoga mejor de lo que esperábamos y eso está muy bien, sería más que desagradable escuchar su voz por primera vez mientras cogemos, siempre existe el riesgo de que uno de los dos posea una voz ridícula y entonces sería el final. Sucede a menudo que los hombres con voz seductora poseen un aspecto no tan agradable y viceversa. Las palmas de las manos me hormiguean; estoy nerviosa y ansiosa al mismo tiempo; rezo porque mi estómago aguante aquella presión y no me propulse directo al baño. Detesto sentir nervios en pleno interludio sexual, es decir ¿qué clase de señal es esa? Me resulta de risa pensar que mi cuerpo se niegue a este tipo de placeres y por ello lance señales de alerta a todo mi sistema. Ya me imagino a mis neuronas -Alerta roja, alerta roja, se avecina un torrente de endorfinas a las diez en punto-. De a poco su pene va resbalando en lo que ahora parece un caudal imparable. Lo hace tan lento que sus brazos que están apoyados también contra la pared tiemblan; siento su aliento sobre mi espalda y una corriente de saliva se acumula en mi garganta, quisiera toser pero no lo hago. Lo hace tan despacio que alcanzo a escuchar el sonido de nuestras articulaciones en movimiento. Cuando por fin entra me doy cuenta de lo erecto y rígido que se encuentra, entonces empieza a moverse y me siento como si bailáramos samba, despacio y sin parar. Mis sentidos están atentos a todo; escucho el choque de sus piernas con mi trasero, es como si me diera nalgadas a un ritmo constante. Sabe que tiene el control y de vez en cuando amenaza con salirse abruptamente de mí. Cuando lo hace vacila un poco y toma impulso para penetrarme con más fuerza; justo en ese momento siento que voy a terminar. Desearía que me tomara del cabello y me dijera alguna palabra obscena. Quiero gritar y no puedo. Estoy acabando, mi cuerpo entero se dilata. Nunca había estado tan húmeda; olvido que es un completo desconocido y empiezo a gemir, me muerdo los labios para no gritar y de pronto tengo un extraño sabor a hierro en toda la boca. Me duele el labio inferior pero no importa, estoy teniendo un orgasmo que hace eco en toda yo. No puedo pensar, no quiero si quiera pensar. Siento su piel, su pene, su sudor, toda su humanidad me esta atravesando y nada en este momento me importa más que lo que estamos teniendo. Veo borroso, apenas estoy superando la sensación cuando acelera sus movimientos. Lo hace con tal fuerza que mis piernas están a punto se doblarse, pero trato de mantenerme en pie. Sé que está a punto de terminar porque se le escapan una especie de quejidos que sofoca con mucho trabajo, es como si estuviera luchando contra alguien. Ha eyaculado. Lo sé porque sentí una descarga líquida y caliente dentro, seguida de una espiración tan prolongada que casi revienta su caja torácica. No sé bien qué hacer, si voltearme y decirle: “Hola me llamo Pitonisa, mucho gusto”, o quedarme recargada en la pared hasta que desaparezca tras la puerta del consultorio. Si al menos supiera su nombre… “Es una gacela amorosa, una cervatilla encantadora. ¡que sus pechos te satisfagan siempre! ¡que su amor te cautive todo el tiempo!” Proverbios 5:19 “El ojo ve como la mano aprehende” Máxima surrealista 1 Llevaba un año trabajando para la empresa y ya la habían ascendido cinco veces. La verdad es que resultaba curioso ver cómo los grandes ejecutivos pensaban estar en completo control de la situación cuando la verdad era otra muy distinta, es decir, que no tenían absolutamente ningún poder frente a ese par de senos, casi tiranos, dioses níveos que parecían prometer el paraíso a cambio de la obediencia incondicional. Yo había visto a Lena en mi departamento un lunes, antes de que se presentara a trabajar, quizás por eso no tuvo un impacto tan grande cuando llegó vestida con un trajecito sastre que lograba pasar por decente y que, sin embargo, dejaba bien claro que no importaba lo que Lena hiciera: sus pechos permanecían siempre en primer plano. Habría que ver la cara de todos los empleados, hombres y mujeres, cuando ella entró. Una mezcla de incredulidad, deseo y, por consiguiente, de sufrimiento: de inmediato se supieron a merced de esos senos, esclavos absolutos de su voluntad. -Carajo- me dijo Carlos, nuestro asesor legal -esas sí son tetas y no chingaderas-. Yo sólo sonreí, como sin querer ser su cómplice, tratando de convencerme de que no, de que esa no era una mujer completa, que mi educación daba para más; en un intento de hacerla sentir bien, me acerqué a saludarla, haciendo un esfuerzo consciente para no mirar su escote. Le di la mano y me sentí mal porque fue hasta entonces que realmente la vi. Lena era una mujer baja, pálida y bastante delgada, la mayoría hubiera dicho que era bonita, aún sin tomar en cuenta sus senos, que además de su muy notable tamaño tenían una forma que muy pocos no hubieran calificado de ideal. Ella me devolvió el saludo con una sonrisa tímida y se presentó con una voz casi infantil -Helena-. Yo le dije mi nombre y la conduje hasta su oficina, tras lo cual volví a mi conversación con Carlos -Eres un cabrón-, me dijo y me dio un golpe en la espalda. 2 En un principio yo no intenté nada con Lena por varias razones: en primer, lugar yo era su jefe y aunque lo más fácil sería pensar lo contrario, yo tenía todas las intenciones de mantener mis principios éticos. La segunda razón es que siempre traté de demostrarle que si le prestaba atención o la felicitaba por un trabajo bien hecho no era por su físico, sino porque ella lo merecía. Por último, yo tenía la impresión de que a una chica como a ella no debían faltarle pretendientes y que, sin duda, escogería a alguien más rico o con más poder que yo, por lo que no tenía ningún sentido arriesgar nada, fuera mi puesto en la empresa o mi orgullo. Podría parecer irónico el hecho de que fuera justamente mi renuencia a celebrar su físico lo que le atraía de mí. Con esto no quiero decir que yo le gustara, creo que yo nunca le gusté y que ella no era capaz de tener esos sentimientos por nadie, creo que simplemente yo le intrigaba, eso era todo. Así que ella comenzó a buscarme, empezamos a hablar con más frecuencia y de cosas que no tenían nada que ver con el trabajo, hasta que finalmente ella me invitó a salir. Tengo que admitir que llegado a este punto yo también me sentía intrigado y empezaba a pensar que cualquier cosa que pasara sería buena. Cedí ante la debilidad de pensar que si podía pasar con ella una noche ya sería ganancia. Salimos, y esa fue la única vez que la escuché hablar de ella misma; me contó que sí, que muchos hombres la habían pretendido, que la seducían con dinero, con regalos; ella siempre se negaba. Me confesó que sólo se había acostado con dos hombres, cosa que me sorprendió muchísimo y a la vez me tranquilizó de algún modo, pensé: “qué bien, carajo, si yo no puedo perderme en esos senos, que nadie más lo haga”. Por otro lado, lo interpreté como el extraño capricho de una mujer asediada por propuestas nupciales y tentada por casas en la playa y diamantes. Quizás para ella nada de eso era ya sorprendente y estaba esperando a aquel que le pudiera ofrecer aún más, algún jeque árabe o un príncipe inglés que ella, sin duda alguna, habría podido tener. Es muy extraño cómo esa noche me alejó más de ella en ese sentido, yo ya no podía pensar siquiera en cortejarla; a fin de cuentas, si ella había rechazado ya a todos esos hombres, por qué me aceptaría a mí. 3 Yo no lo podría haber previsto: fue justo el hecho de que yo no la buscara lo que la enervaba, muy tarde comprendí que ella no soportaba no ser mirada. Lo entendí después de que empezáramos a salir, después de que me esforcé por no volverla un objeto, por no verla como un par de tetas enormes que salían conmigo y que me ganaban la envidia de tantos. Nada pudo ser peor para ella, la enloquecía, la llevó al punto de querer vivir conmigo, de buscar mi mirada lasciva todo el tiempo, de querer acostarse conmigo. Ella se desvestía siempre primero, sin apartar sus ojos de los míos, buscando esa reacción que yo únicamente me permitía en esos momentos: esas ganas estúpidas de asfixiarme en sus senos, de devorarlos. Por eso a ella sólo le gustaba hacerlo cara a cara, sobre mí, sin hacer mucho más que ver mis ojos, se dejaba tocar, lamer, morder. Sólo se molestaba cuando yo, al llegar al clímax, cerraba los ojos e impedía así el suyo. Entonces intenté otras cosas, sexo oral, masturbarla… no lograba nada. Ella jamás me dijo qué sucedía y yo seguí intentando cosas cada vez más extravagantes, hasta que un día ella, cansada, se levantó de la cama, se metió a la ducha y me dejó solo, con una erección. 4 Yo me sentía frustrado con la situación, no sólo por no ser capaz de complacerla, sino por el hecho de que ella parecía más complacida conmigo, así, en abstinencia. Sin dejarme tocarla, se desvestía frente a mí, aparentando no pretender nada. Se tocaba los senos, me dejaba imaginarlos llenando mis manos, sus pezones en mi boca. Nada. Si yo intentaba acercarme, se molestaba y me dejaba de nuevo solo. Lo comprendí todo un día: fue cuando entré al baño creyendo que ella se duchaba; la encontré masturbándose frente al espejo, con los ojos fijos en su imagen. Ella no movió la mirada de sus ojos en el espejo, le era imposible, yo me senté entonces en la bañera y me masturbé mientras la veía. No la había visto tener un orgasmo hasta ese día. 5 En aquél momento tuve una idea que hizo posible que continuáramos una relación que de otro modo seguramente se habría extinguido. No pretendo decir que era una medida que a mí en realidad me gustara, pero era la única manera de mantener a Lena a mi lado. Ella era una de esas mujeres por la que hombres lo dejan todo; sus senos podrían ser motivo de guerras. Conseguí una cámara web e hice una cuenta en un sitio para exhibicionistas. Preparé todo en la recámara mientras le contaba mi plan; ella no dijo nada, pero parecía muy satisfecha con la idea. Comenzamos a transmitir y a recibir visitas en la cuenta virtual. Ella se desvistió con impaciencia y me dejó hacer, bajo la única condición de que pudiera siempre ver tanto la cámara como el pequeño número en la pantalla de la computadora que indicaba el número de personas que la veían. Al principio yo no me sentía del todo cómodo, pero cuando noté su buena disposición me tranquilicé y me olvidé de los cientos de miradas que había sobre nosotros. Hice a mi gusto, disfruté su cuerpo según mi capricho, la besé por completo y la conocí con las manos como nunca lo había hecho, liberado ahora de mi preocupación por complacerla. Me reservé el sublime placer de sus senos para el momento de mi orgasmo y me perdí en ellos, cumplidas ya las promesas de paraíso que llevaban escritas. Disfruté por un par de días de ese cuerpo y de esos senos como no había hecho con ninguna otra mujer. Completamente desinhibida, se ponía en mis manos para que yo la entregara a cientos de personas para que ellos, a su vez, se deleitaran en el movimiento de sus senos y en la intimidad de sus nalgas, así como en el momento de las convulsiones de su orgasmo reflejadas en su cara y en su mirada vigilante, siempre pendiente de la cantidad de personas que la deseaban en todo momento. La vi entonces satisfecha por completo, llena de vida bajo la mirada de miles de personas que a diario disfrutaban del espectáculo. Parecía vivir únicamente para ese momento cada noche en que podía exponerse. En su impaciencia empezó a desvestirse frente a la cámara ella sola, dándose cuenta, por fin, de lo innecesario que yo era. Empezó de nuevo a rechazarme y a molestarse cuando la interrumpía. Se masturbaba por horas, hacía caso a la mayoría de las peticiones que le mandaban, logrando orgasmos en número y en intensidad inusitados. Esto siguió hasta que yo, harto de verla sola, harto de envidiar su boca que chupaba esos pezones, casi la obligué a hacerlo conmigo, le dije que no me importara que me vieran, que había aprendido a disfrutarlo. Ella se puso sobre mí como las primeras veces, viéndome por un rato, olvidándose de la cámara por unos segundos. Luego pareció recordar que la estaban observando, y volteando de nuevo a la cámara me puso los senos en la cara, y los presionó. Me impedían respirar, y yo por un momento lo disfruté muchísimo, sentía mi vida dependiente de esos pechos magníficos. Ella no se movió, ni siquiera cuando empecé a asfixiarme, sino al contrario: presionó con más fuerza. Sólo cuando estuve en mis últimos estertores, se quitó de encima y siguió masturbándose para su audiencia, mientras yo, muerto en segundo plano, eyaculaba. Lo he perdido. matarnos. Por eso camino todo el tiempo con la cabeza baja esperando encontrarlo un día subiendo entre mis muslos. No es que haya perdido el sexo, ese lo tengo con sólo abrir las piernas; lo que he perdido y me hace falta son aquellas fantasías que mojaban hasta los labios. Que me tuvieras toda y cuando fuera, las largas madrugadas que duraban tres cogidas, varios besos y tus manos en mis pechos. He perdido las hendiduras de tu espalda. Tenerte dentro me hace falta. Me hacen falta tus brazos presionando mis piernas, la fuerza de tus caderas, el rostro empoderado con el que penetrabas. Me hace falta las transiciones que tuvimos, de cogernos por placer hasta la dicotomía, la de no sólo cogernos sino Para sentirme más cuerda, como si nadar entre nuestras perversiones le diera claridad al resto de las horas. Como si gemirte me librará de las mentes tercas e incesantes de mis tantas almas. Como si el susurro perdido entre la noche a ciegas volara mi cabeza y me envolviera en un calor intenso, violento, con olor a ti. He perdido la sensatez que venía con el instante en que te desnudaba. La curiosidad siempre ha sido mi condena, alejándome de la deidad, hundiéndome en la carne rancia de la que salí.Vagando por los caminos del infierno entre la imposibilidad de tu sexo contra el mío, de elevarme O El recorrido termina donde comenzó, tomados de la mano las cosas parecen impecables, ya no hay necesidad de Pero vuélvete para verme, Eros, Que me haces falta y enloquezco. Supones (como todos los ingenuos) que son tuyas las imágenes en mente, los gemidos, las pasiones, las líneas. Supones y decides. No son las definiciones del deseo las concluyentes (como cuando concluyes con la boca abierta). Decides los deseos tal cual hacíamos el sexo, apresuradamente y con descuido. Sin repasar aquello importante ni volver los pasos. Decides que es para ti (y sobre ti) lo que yo digo. Me parece, sin embargo, una mentira decirte que no tiene que ver con las insatisfacciones y apetitos; eso sí, entendamos que hablamos de los no acordados, aquellos con esas imprecisas fronteras que desdibujan incluso la intención de las palabras. Nada es tan irrebatible como lo que no es posible comprobar, como tus especulaciones (las que riman con eso que concluyes) sobre la localización de cada dedo. lvidé mi ego en la ropa que ayer me quitaste, desnudaste mi espíritu y mordiste mi esencia, con tu tacto recorriste la soledad de mi cuerpo, soledad más teórica que pragmática, mientras yo corría por tus venas intoxicadas buscando tus recuerdos; al voltear hacia el pretérito, el miedo se diluyó mezclándose con tus lúcidos demonios que mostraron mis utopías a través de tus ojos dilatados. Que me cueste la piel quemada, el olor a podredumbre, el vacío de estar sola. Que me cueste todos los hombres y sus pitos y sus bocas y sus lenguas. Que me cueste la belleza, las mañanas, el sol quemante. Que me arranquen los ojos de las rojas cuencas si con ello te encuentro y me encierras, me tomas, me atraviesas. No son las definiciones del deseo las determinantes. ¿Determinantes? Concluyentes. Concluyentes. Irrebatibles. Eso no tiene que ver conmigo más de lo que mi cuerpo se ha prestado a experimentar bajo tus mandos. Irrebatibles. ¿Y las palabras? Se difuminaron al contacto de nuestros obstinados labios, aquí ya no caben las creaciones lingüísticas, hablan las imágenes oníricas al transponerse, ahora como mañana, representan nuestra necesidad de libertad. Grita, grita para que podamos despertar, tenemos que alcanzar la eternidad para guardar en ella las formas y colores de nuestras almas. de sobre los hombres, de vivir eternamente para eternamente revolcarme contigo. La imposibilidad que me hace buscar hasta en los últimos sucios rincones de este mundo una oportunidad de tenerte de vuelta. correr. Caminar buscando la salida con la esperanza de postergar el encuentro con ella es nuestro objetivo, implícitamente tus silencios dicen que encontraste lo que no buscabas y descubriste que el universo no es sólo una gama de tentaciones sino también una bóveda de corazones ansiosos esperando por encontrarse. Y todavía seguimos de pie, compartimos el tiempo pero no el espacio, nuestra independencia radica en la necesidad de tenernos el uno al otro, la obsesión sigue latente, la posesión y la idea de Y no. Las concluyentes (y no tus conclusiones) se encuentran entre mis piernas cuando se cierran. Guardando el silencio cuarteado de las noches disimuladas. Disimulo irrebatiblemente cada definición de mis pasiones. Sobre el cuerpo cubierto concluyo y defino. Hay más opciones en la probabilidad de mis pretensiones que en su certeza. En la suposición cabes tú y cabe cualquiera. un corazón encarcelado se vuelven un deseo que debe reprimirse. Tú no dejas de susurrarme al oído que el tiempo es la medida exacta para este viaje hacia el infinito. Al final comprobamos que no estamos listos para crear un universo paralelo, que nuestras mentes han sido las culpables de construir las fotografías que le han dado vida a este sueño, poseámonos así de esta forma intangible para entrar en el tiempo verdadero, convertidos en uno solo y quedar fundidos en el trasfondo de esta realidad por un instante. Eres quien despierta mi máxima locura eres quien me lleva a otra dimensión eres quien sube mi temperatura eres todo lo que necesito para perder la razón Con esas manos que me acarician con esos labios que me besan con ese cuerpo que me excita con esa piel tan exquisita Esa piel que me encanta tocar que me encanta excitar que me encanta besar que me encanta lamer Lamer hasta el último rincón lamer hasta el último beso lamer hasta el último lunar hasta el último orgasmo que te pueda provocar. Eres todo lo que necesito eres todo lo que me hace falta eres quien despierta mi ser más oculto y quien merece conocerlo Eres todo, somos nada, somos la eternidad y el infinito. Juntos los dos en el vacío perdiendo toda vergüenza haciendo realidad todas nuestras fantasías creando nuevas y reinventando el AMOR Reinventemos el Amor, mi amor, tu amor, nuestro amor. PD. Si te soñé no lo recuerdo, Pero si recuerdo que dormí pensando en ti y de igual forma me desperté… Pensando en tu figura, en tus besos, en tus manos, en tu ser, en los 730 días multiplicados por mil recuerdos diarios, por miles de locuras, por fines de semana llenos de locuras ininterminables, llenos de sudor, de placer y de búsquedas… De búsquedas en nuestros cuerpos de puntos estratégicos de placer, de saliva, de palabras al oído, de contacto de labios contra cuerpo, de cuerpo contra cuerpo y de labios contra labios… Cada encuentro único y placentero en diferentes escalas de acuerdo al cuerpo. A veces no sé si te molesto, a veces tú me molestas, a veces… ¡Nah! Todo queda en el olvido cuando de la cama salen volando nuestras ropas. Cuando mis manos comienzan a veces por la espalda, los pechos o las piernas, cuando mi boca entra en contacto con tu boca, cuando mis dientes comienzan a dar señales de que necesitan morderte, cuando no puedo controlar a mi lengua y sale de mi boca disparada hacia alguno de esos dos hermosos pechos, cuando comienza a recorrerte desde el cuello hasta la parte baja del ombligo y más allá, en el punto medio de tu cuerpo y su exquisito sabor… Escuchar tu placer, hacerte vibrar, sacar a esa mujer que quiere que la rasguñe y la muerda, es conocer a una mujer que me quiere y me tiene la confianza de ser quien es en realidad. I Graciela, me gustas como gacela en un bosque de violetas. Desde este lugar hemos de inventar un escenario y me has dicho que suena fantástico -sin actos, con las prendas y los utilería de un teatro-. Púrpura y montamos un constante, las arterias y supones escribir un guión. Graciela, no te entiendo cuando no dejas que te desnude -sós una blandita, una damita mimada que se toma todo en serio-. Tu última postal decía eso. Yo llevo media hora esperando entre la lluvia, de la gente y del agua frente a tu apartamento -Es cierto Graciela, me lo tomo muy en serio-. Me gusta tu acento de espuma cuando desde la entrepierna me quitas las gafas y me conoces la mirada, entonces tienes que bajarte las pegadísimas mallas y fumo como en el teatro, como debajo de tu cama donde miro a esa Graciela que abre las piernas y se quita las pestañas. Cuando te conocí, no quería de verdad, imaginé que removerías algún ápice de mi piel y te rendirías en el asfalto y de algún lugar de tu bolso de charol saldrías tú tú misma diciéndome que aquello que imaginaba, no me lo tomara tan enserio. Graciela, me gustas como una gacela en un bosque de violetas, sin actos, sin prendas y con las utilería de un teatro. Montemos una fenomenal actuación sobre el montículo de tu almohada, inventemos que me hiendes los dedos y cruzas por donde yo me muero. II A Pina Baush Tus senos nimios ultrajados por la heroicidad de tu erótica gestión. Sobre el piso nervaduras de mantarrayas y pinos. Pina. Mi adorable bailarina, mi amante de amapola, frente y detrás del telón se abren voces que bullen e intoxican. En tu fondo se retuercen estas uñas que te entierro, y te quiero Pina, mi Pina. Me gusta hacerte el amor y comenzar por los pies, por tus dedísimos cuajados del pasto y el aroma por donde te posas y por donde viajas inquietante. Ansiada de caricias, y te acaricio espectadora. Caminas, no Pina, pisas la corteza de mi lengua, las piezas de mis pezones. Pina, me hablas desde donde estás inmersa en la labor de desnudárteles y me fuerzo por no llorar, pero tu cuerpo se levanta de tu cuerpo y tu cabello cae para quedarse en mis manos. Nazco en tu tristísimo movimiento y me abro y me sitúo en el espejismo de tu ritual índigo mientras subes, subes. III Los tatuajes se desdoblan en la inquebrantable repetición de tu piel, se reflejan en tu cuerpo como mariposas que aletean su transparencia en mi vientre, después anidan en tu ombligo. El espejo pinta en óleo y se desliza sobre los fragmentos de tu espalda que se abre como grieta a la lluvia de nuestra saliva. Me giro sin dedos sin nudos sin vistas que nos estorben para mirarte en el camino que me dejan tus ojos, en el camino que se desdobla sin parar y donde me miras y yo te miro. A l llegar inocentemente a esa fiesta me hallaba lejos de imaginar la experiencia que ahora te cuento: Mientras yo estaba dentro del closet con tu cartera en la mano, disponiéndome a salir, de pronto escuché que se abría la puerta de la recámara, entrando dos personas: Laura y una amiga que no conozco. Por los sonidos imaginé se recostaban en la cama al tiempo que Laura le relataba a su amiga el ardid que había tramado para un encuentro clandestino. El día de ayer le había dicho a Alberto, su marido, que iba a ir a cuidar a su madre, ya que se encontraba internada en el hospital, pero en vez de ir al hospital Laura se dirigió a un departamento en el que se iba a ver con su amante. ¡Yo que voy a saber donde estaba dicho lugar!, ¿quieres que te siga contando? Cuando escuché esa pequeña confesión, casi se me cae la cartera de la mano. Laura prosiguió con su charla: “me cambié en un baño público la ropa sencilla que llevaba y me puse un vestido, tanga y brasier de encaje negro, medias y zapatos de tacón, me retoqué el maquillaje y me solté el cabello. Al mirarme en el espejo abrí la puerta al sueño”. A pesar de sus casi 40 años, Laura es una mujer que está muy bien conservada y su cuerpo es de envidia para muchas mujeres, entre ellas yo misma. Cuando llegué al departamento, encontré velas aromáticas sobre la mesa del comedor, una botella de vino y algunos bocadillos, el ambiente perfecto que deseaba. Rafael se sonrió, me examinó con la mirada como lo hiciera un ladrón con su más preciado botín… como lo hacen todos los amantes. Bebimos algunas copas de vino y pusimos música; después Rafael, que sólo traía puesto un boxer y semejaba a un Dios, comenzó a besarme todo el cuerpo por encima de la ropa, como un anticipo generoso de placer. En medio del comedor me quitó los zapatos, caminamos hacia la sala y nos recostamos sobre un sofá que acababa de comprar. ¡Ese día lo estrenamos! Una vez ahí recostados, Rafael me dijo: “estás muy guapa y te voy a coger hasta que veas estrellas”, entonces nuestras bocas se buscaron con la complicidad del secreto; mi vestido se dejó caer satisfecho de haber cumplido su misión, y Rafael me comenzó a chupar los senos sobre el encaje del brasier, eso me volvió loca de placer. Le pedí que me cogiera rápido y duro pero él, ignorando mis súplicas, inició pausadamente por quitarme toda la ropa. Inmóvil en mi escondite, escuchando la conversación, me imaginé a Laura con su vestido cayéndosele; esa voz embelesada plena de satisfacción con que su aventura, me hizo recordar al hombre con quien me divertía enormemente durante ardientes noches llenas de pasión… ahora lejanas. Paralelamente me imaginaba las manos de Rafael sobre mi cuerpo, quitándome la ropa, casi podía sentir su boca sobre mi piel que empezaba a humedecerse. Ya desnuda, me besó de pies a cabeza, en especial el cuello, que es algo que me encanta. Se levantó y fue a la cocina. Yo estaba impaciente, caliente y necesitada de alivio; cuando regresó, Rafael llevaba un recipiente con chantillí, mis ojos brillaron de entusiasmo, me levanté tomando de sus manos el preciado regalo, se acostó y comencé a decorar su cuerpo con la crema. Una vez terminada mi obra, fui a dar encima de él con las piernas abiertas para mostrarle todos mis encantos y lamer su piel, ahora más dulce, omitiendo deliberadamente su pene; en cuanto llegué a los pies regresé hasta esa parte que reclamaba atención inmediata, permitiéndole a mi boca todas las libertades para dar y recibir placer. Antes de que terminara, Rafael me tiró sobre la cama, sus movimientos estaban llenos de prisa y habían perdido la gentileza de un principio aumentando mi excitación. Extendió el chantillí por mis senos y vientre hasta la entrepierna, comenzó a chupar y mordisquear mis senos en tanto que su mano acariciaba el pubis introduciendo un dedo y con el pulgar rozaba el clítoris, después descendió lamiendo y chupando mi vientre, metiendo la lengua en el ombligo hasta que llegó a mi punto más húmedo y sensible. Lamió, chupó y mordisqueó hasta que grité. Después se puso encima y me penetró rápido y duro como se lo había pedido; gemía tan alto que temía de los vecinos, dijo Laura a su amiga. Casi pude paladear el sabor de aquel chantillí que a Laura le había hecho tan feliz; podría jurar que llegaba hasta mí el olor del sexo. Mi respiración comenzó a ser más trabajosa, me imaginaba en los brazos de ese hombre tan recordado que ahora tenía la cara de un Rafael que ni siquiera conocía, pero que en esos momentos me moría por verlo. Cuando terminaron, se quedaron dormidos y al despertar Laura vio que era bastante tarde y que tenía que regresar a casa con el insípido de su marido, “que es tu amante, amiga mía”. Él la ayudó a vestirse con la ropa sencilla devolviéndola, así, suavemente a la realidad; mientras lo hacían, se ponían de acuerdo para la siguiente cita. Antes de abrir la puerta de la calle, Rafael la besó y acarició con deseo mientras decía a su oído: “estás bien buena y sabes mejor”. Quién me iba a decir que por ayudarte a rescatar un objeto olvidado en una cita clandestina, me vendría a enterar de tal secreto. No me di cuenta a qué hora terminó la plática entre las dos amigas, pero en cuanto escuché que cerraron la puerta salí de mi improvisado escondite con la respiración alterada y temblando de pies a cabeza, con la cara tan roja que corría el peligro de incendiarme en cualquier momento. Mi rubor no era tanto por aquel relato de Laura, sino por la insatisfacción y enorme frustración que sentía en esos momentos. Cuando me reuní contigo pasaban por mi mente muchas imágenes, sobre todo la idea de llamar al número de ese hombre, pero tengo que admitir que sólo existe en mi mente y sólo en mi mente. NOTA: El presente relato no fue escrto sino recitado, esto porque es un texto que fue creado en la sala de lectura Ojos, manos y oídos a la literatura, la cual tiene el objetivo de compartir el arte de las letras y motivar su creación entre ciegos y débiles visuales, dicho taller se realiza en el Aula 3 del centro cultural Manuel Gómez Morín todos los viernes de 6:00 a 8:00pm y es coordinado por el Ing. Óscar Merino. L as banquetas fuera del bar brillan aún, reflejan las luces de los carros y las lámparas de la calle, muchos hipsters ríen y fuman mientras yo me aferro a tu brazo cubierto por un saco negro. Tú, naturalmente, no te das cuenta de que tiemblo de emoción, pues estás ocupado tratando de conseguir un taxi que nos lleve a mi casa. Al fin los faros de un tsuru amarillo te alumbran y subimos al taxi; abres la puerta y esperas a que me deslice hasta el interior que está tibio, una música de jazz suena, le digo la dirección al taxista que nos mira desde el espejo retrovisor mientras pones tu mano sobre mi pierna tibia y adolescente. En el transcurso yo prefiero no tocarte para no levantar sospechas del señor que maneja sin pensar en nosotros, sólo miro las luces de la ciudad y las personas que intentan llegar a casa, algunas con distintas maletas levantan la mano y yo pienso, lo siento, perdón, disculpa. Una gran culpa invade mis pensamientos mientras mi respiración se acelera y se vuelve pesada. Cuando al fin llegamos a mi casa, sacas el dinero para pagarle al taxista, quien velozmente arranca y se va sin siquiera mirarnos. Mientras camino contigo detrás, busco ansiosamente las llaves para abrir la casa; todo está en silencio y me parece que somos las únicas personas despiertas en la ciudad. Pero en realidad no es tan tarde, lo compruebo al mirar el reloj de la sala: las 11:30. Busco vasos para servir un poco de vino que saco de una puerta en la cocina. Me tiro en el sillón, ya liberada de la bufanda y la chamarra que ha quedado en el piso mientras tú, en silencio, regresas de inspeccionar la casa. ¿Vives sola?, me preguntas y me apresuro a contarte los detalles de las situaciones fortuitas que me han llevado a vivir aquí. Tu voz es profunda y al estirar tu mano para tocar mi cuello, te das cuenta de que sigo temblando y que la noche no es tan fría, a pesar de la reciente lluvia que acaba de limpiar el aíre, mientras tú y yo conversábamos en el bar, ajenos a tus amigos, M is días son todos iguales, pareciera que lo único que cambia, que tiene vida aún, es la noche. La miro con tristeza desde mi ventana, pasmado por la violencia del silencio, cautivado por la frialdad de lo cotidiano. La disfruto, me deleita pensar, sobre todo, en el murmullo de las jardineras en la penumbra y en la quietud del pasillo solitario que recorro todos los días, cuando salgo del trabajo. Poco a poco se ha convertido en una especie de ritual mi travesía nocturna, un ritual erótico que cada vez me absorbe más con su silencio y deriva en la insistente sensación de que, este jardín, es el único sitio donde puedo intuir la voz de mi deseo, tener el control de mi placer. El pasillo no habla, no pone peros, no representa ningún tipo de desafío ni derivará, después, en una frustración amorosa. Además, resulta intrigante, casi romántico, el hecho de este lugar careza de vida, si no fuera porque nosotros le damos un uso y un nombre. Cuando se fue, no me dio sino las típicas razones, pude notar en la manera en cómo sostenía el celular, y en la arruga que se formaba en la comisura de sus labios, que lo mismo que pasaba con nosotros, esa incomunicación aberrante, sucedía en otros lugares del mundo e infinidad de veces. Era como si ya lo supiera todo de antemano. Hubo un momento en el que me escandalizó lo asombroso que puede llegar a ser el no sentir la vida, verla pasar, olerla, tocarla, conocer cómo termina, y aún así, no tener una reacción real ni sufrir ninguna repercusión interna, aún a pesar de que así se desee. Hoy me di cuenta, mientras me servía el último café del día y tiraba el exceso de agua caliente de mi vaso de unicel, de que incluso mi propia soledad ya me es indiferente. De algún modo, el pasillo se ha convertido en el lugar perfecto en el cual descargar mi ansiedad, ese cúmulo de insatisfacciones y omisiones, cuando paso por ahí, un aroma espeso a humedad y a saliva eriza los vellos más recónditos de mi cuerpo y me habla de lo necesaria pero absurda que es la carne, reafirmando mi aversión por las parejas abrazadas en la parada del camión. a mis amigas y a la música. Decido quitarme la blusa de un modo brusco y descuidado, razón por la que escucho tu risa de hombre mayor, pero no me importa, te dedico una sonrisa triste y toda la vergüenza del mundo me invade. Bebo más vino y me quito los pantalones, lo cual te hace besar mis rodillas cándidas que se juntan y se aprietan temblorosas. Bebo más y me quito el resto de la ropa, mientras tú permaneces sentado, vestido, sonriéndome por encima del vaso menguante de vino. Al fondo se escucha la música clásica que he escogido para la ocasión y me tiro sobre tus piernas, para tocarte completo, lo más posible, tratando de que la mayor extensión de mi cuerpo esté en contacto con tu calor. En algún momento me doy cuenta de que estás excitado y te llevo a la cama para que te quites el saco, la corbata, la camisa, el pantalón y los calzones, mientras yo me fumo un Delicado. Después, con un desesperado beso, me empujas para que me acueste de espalda… y entras, no muy delicadamente en mí, mientras yo me quejo y suspiro y pujo y suelto la lágrima. Así, envueltos en una misteriosa cortina de pulsos acelerados y hondos respiros, hago el amor contigo, sin que alcance a darme cuenta de ti, o de mí, sólo de las sensaciones y escalofríos que recorren mi cuerpo. Cuando al fin el orgasmo te alcanza, yo me dedico a terminar. Rendidos los dos, siento la imperiosa necesidad de beber más vino. Con el vaso en la mano contemplo tu barba, tu sueño borracho, la plenitud que siento en mi pecho. Escucho la música alcanzarme a través de la luz de la luna, con la mano en el ombligo, hago el recuento de lo que ha pasado y me entran ganas de besarte locamente y me subo en tu cuerpo que se despierta y me abrazas suavemente hasta aprisionarme e impedirme que lo siga haciendo. Duermo. En la mañana, muy temprano, cuando la luz que entra por la ventana y aún es rosa, me despierto y me levanto con malestar en el estómago, pero satisfecha. Me meto a bañar, tú te deslizas entre las cortinas de plástico y de agua y nos bañamos juntos. Al salir, prendo la televisión para ver las noticias y preparo café y lavo uvas para alimentarte, tú preparas un poco de pan con mantequilla, canela y azúcar. Desayunamos en la cama despreocupados del tiempo y de la UAQ, que nos acechan y esperan. Siempre creí que mi vida sexual era aburrida, no tengo gustos extravagantes y contrario a lo que se podría pensar, nunca he sentido atracción por objetos o cosas, esto es más bien un gusto por la curiosa sensación de que todo lugar queda impregnado con la huella de aquellos que lo habitaron o transitaron previamente, algo de la ausencia en el ambiente, la noción novelesca de que las personas sólo son lo que uno imagina, y de que aún cuando exista la realidad, nadie puede destruir la imagen mental que otro se ha formado aún cuando la persona en cuestión no exista. Ayer me detuve por un momento en medio del pasillo, cerré los ojos y respiré profundamente ese olor nocturno que en mi mente se transforma en un olor a sexo clandestino, a sombras sin forma y a ciudad abandonada. No hice ningún movimiento o esfuerzo alguno para esconder mi erección, aún cuando creí ver un par de sombras que se aproximaban a lo lejos, contrariamente, rocé la punta mi glande con el borde de mi maletín y el agobio del placer me hizo volver en sí para descubrir que no había nadie a mí alrededor. Seguí caminando, impaciente, buscando con la punta de mi sexo los indicios indescriptibles de una compañía ficticia que toca y excita.