el arte… es preciso - Persona y Sociedad
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Persona y Sociedad / Universidad Alberto Hurtado 61 Vol. XXIII / Nº 3 / 2009 / 61-84 El arte… es preciso Derrida y el pensamiento hegeliano del arte Iván Trujillo* Resumen La relación de Derrida con Hegel es casi absoluta. Es decir, se mantiene en una fidelidad no hegeliana a Hegel, como ha dicho Rodolphe Gasché. De acuerdo a este tipo de fidelidad, la relación que Derrida va a mantener con el pensamiento hegeliano del arte parece poder situar de otra manera la problemática acerca del dudoso texto de estética de Hegel. Por ejemplo, al hacer ver que la necesidad de un texto resulta tanto más apremiante cuanto el texto que lo sustituye compromete el pensamiento que debería exponer. En la medida en que Derrida parece mostrar que el texto hegeliano menos dudoso es capaz de hacer aparecer su pensamiento como lo que hay que pensar, ya no resulta tan seguro confiarse a un texto para hacer la distinción entre uno dudoso y uno digno de crédito. Asimismo, si para poder comenzar filosóficamente por el arte Hegel debe recurrir a la representación, entonces lo que sea el aparecer del arte en Hegel ya no va a poder depender sólo de un texto que se sabe que falta. Palabras clave Derrida • Hegel • estética • deconstrucción • estrictura The Precision of Art… Derrida and Hegelian thought on art Abstract The relationship between Derrida and Hegel is almost absolute. As Rodolphe Gasché has stated, this means Derrida shows a non-Hegelian faithfulness to Hegel. In line with this * Profesor Departamento de Filosofía Universidad Alberto Hurtado. Doctor (c) Filosofía con mención en Estética y Teoría del Arte Universidad de Chile. E-mail: [email protected]. El presente escrito constituye el tercer y último avance de investigación sobre la recepción contemporánea de la Estética de Hegel vinculada al postestructuralismo, en el marco del proyecto de investigación titulado “La historicidad del arte. Crítica a la recepción contemporánea de la estética de Hegel” (Fondecyt Nº 1060104). Los dos avances que lo preceden han sido publicados en revista Persona y Sociedad bajo los títulos “Hegel y la desilución de la historia. En torno a Paul de Man y la tesis del fin del arte” (Vol. XXI, Nº 3, 2007) y “Hegel y la novela. Desilución en torno a Hegel y el arte moderno” (Vol. XXII, Nº 3, 2008). El arte… es preciso. Derrida y el pensamiento hegeliano del arte 62 Iván Trujillo kind of faithfulness, the relationship Derrida establishes with Hegelian thought appears to enable a different perspective into the problem of Hegel’s dubious text on aesthetics. An example of this is his demonstration that the need for a text is all the more pressing when the text that replaces it compromises the very thought it is said to depict. In as much as Derrida seems to establish that the less dubious Hegelian text can manifest his thought as what we have to think, one can no longer rely on one text to make the distinction between a dubious and a trustworthy one. In addition, if in order to approach art philosophically Hegel must reach out to representations, then it is no longer possible to depend upon a text we know is lacking. Keywords Derrida • Hegel • aesthetics • deconstruction • stricture Problema ¿Hay una historia de la presencia y su deconstrucción que le concierna al discurso filosófico sobre el arte? ¿En qué punto esta historia podría concernir a Hegel y, en particular, a su pensamiento sobre el arte? ¿Qué sucedería si una respuesta afirmativa a lo primero implicara además afirmar que esto que le concierne a Hegel no le pertenece? Y a partir de esta doble afirmación, ¿en qué momento y cómo aparecería el arte dentro del sistema hegeliano? ¿Quedaría sin aparecer? Sobre la base de este conjunto encadenado de problemas, se trata aquí en general de explorar los rasgos del fenómeno del arte en el discurso filosófico. Y, especialmente, de examinar el modo en que el filósofo Jacques Derrida interpreta el fenómeno del arte en la filosofía del arte hegeliana. Es sabido que la filosofía del arte es para Hegel sólo una parte del sistema e indisociable de la totalidad de su fenomenalidad. Se podría esperar, entonces, que la posibilidad de no pertenencia al sistema de una fenomenalidad que no obstante le concierne, pudiera significar el desarreglo de dicha totalidad, por ejemplo, a partir de una fenómeno artístico insumiso en el movimiento de su manifestación. Pero, sin duda, sería un despropósito confiarse a algún desarreglo fenoménico de la totalidad cuando es ella misma la que se presenta desarreglada. Ahora bien, que para evitar este desarreglo sea necesario asegurarse, precisamente, de que haya arte, constituye un punto de inflexión en todo pensamiento que quiere hacer círculo consigo mismo. Y parece que se hace círculo consigo mismo sobre todo allí donde ya se sabe que la totalidad aparece perdida. Esto se puede escuchar, por ejemplo, en esa frase que gusta repetir Manuel Jiménez Redondo cuando dice: “el no-ser del Absoluto en el que el Absoluto, sin embargo, consiste” (Jiménez Redondo 2007:142). Persona y Sociedad / Universidad Alberto Hurtado 63 Vol. XXIII / Nº 3 / 2009 / 61-84 Intentamos examinar aquí la relación de Derrida con Hegel a propósito del arte en la suposición de una muy estrecha ligazón entre ambos pensadores. Son varios los trabajos de Derrida dedicados a Hegel, y varios más aquellos en los que se hace referencia a él.1 Y no deja de ser interesante el hecho de que en un momento muy decisivo de su pensamiento, y al interior de su trabajo académico, Derrida haya previsto realizar una tesis doctoral en torno a la teoría del signo en Hegel,2 como también el hecho de que el ‘descuido’ de esa misma tesis haya estado relacionado, si bien no únicamente, también con un texto muy extenso dedicado Hegel, el cual incluye a Genet (Derrida 1974). Sin que aquí tengamos que detenernos en esto, observamos que este ‘descuido’ de la tesis no atañe únicamente a la tesis en general (“idea de presentación tética”, “lógica posicional u oposicional”, “idea de posición, de Setzung o de Stellung”) (Derrida 1997:17), sino al propio trabajo de Derrida, cuya textualidad se volvió más heterogénea y por lo mismo impresentable como “tesis doctoral” (Derrida 1980:454-455).3 En este proceso se puede observar un cierto desplazamiento desde un pensamiento de la escritura, tal y como ha tenido lugar en De la Grammatologie (Derrida 1967), a un pensamiento del “doble lazo” (double bind), “la estrictura de la doble banda” (stricture du double bande) y la “restancia” (restance), todos motivos desarrollados en relación con el trascendentalismo y en donde destaca la dialéctica especulativa hegeliana.4 Quizás sea este desplazamiento, unido a la performance textual con la que aparece en Glas, lo que no haya dejado de sorprender a 1 2 3 4 Hay un solo libro de Derrida dedicado extensamente a Hegel: Glas (1974). Pero hay otros trabajos de menor extensión en los cuales le ha dedicado su atención: “De la economía restringida a la economía general. Un hegelianismo sin reserva”, en La escritura y la diferencia (1989a:374-382); “Tímpano” y “El pozo y la pirámide: introducción a la semiología de Hegel”, en Márgenes de la Filosofía (1989b:15-35 y 103-144, respectivamente); “Fuera de libro. Prefacios”, en La diseminación (1975:5-89); “L’âge de Hegel” en Du droit à la philosophie (1990:181-227). Finalmente, hay trabajos en los que Hegel aparece como una referencia importante al interior de problemáticas específicas. Así, en De la gramatología (2005), La voz y el fenómeno (1995), Posiciones (1977), La verdad en pintura (2001). Segundo registro de la tesis con Jean Hyppolite. El primero, en 1957, en torno a Husserl bajo el título “La idealidad del objeto literario”. El año 1980 (en De droit à la philosophie, 1990:454-455; cast. 19-20), estableciendo una continuidad en su trabajo filosófico cada vez más problemática para una defensa de tesis doctoral, Derrida señala que tras las obras publicada en 1972 (Márgenes, Posiciones, La diseminación) ha “seguido practicando la misma problemática, la misma matriz abierta (abierta a las cadenas de la huella, de la différance, de los indecidibles, de la diseminación, del suplemento, del injerto, del hymen, del parergon) en dirección a configuraciones textuales cada vez menos lineares, a formas lógicas y tópicas incluso tipográficas más arriesgadas, cruce de corpora, mezcla de géneros o de modos, Wechsel der Töne, sátira, tergiversación, injerto, hasta el punto de que todavía, aún cuando están publicados desde hace años, no he osado, no he considerado oportuno inscribirlos aquí entre los trabajos a defender como doctorado”. La situación de Glas (1974) aparece aquí inmediatamente referida a propósito de su dificultad de inscripción como tesis doctoral y su defensa. Y esto no obstante la continuidad de problemáticas que habría de proseguir. Ver Derrida, Resistencias - del psicoanálisis (1997). También, a propósito de la especulación freudiana, ver Jacques Derrida (2001). Siguiendo hasta cierto punto a Catherine Malabou, quizás haya que hablar, con motivo de este desplazamiento, de un temprano atardecer de la escritura en el pensamiento de Derrida; ver Catherine Malabou, La plasticidad en el atardecer de la escritura. Dialéctica, destrucción, deconstrucción (2008). 64 El arte… es preciso. Derrida y el pensamiento hegeliano del arte Iván Trujillo un estudioso de Derrida como es Rodolphe Gasché, el cual ha suspendido de su consideración a Glas de su libro The Tain of the Mirror, libro este que procede a mostrar cierto lazo y corte de Derrida con respecto a la filosofía reflexiva, en particular con Hegel.5 Que el mismo Gasché, algunos años después, en Invention of Difference: On Jacques Derrida, haya decidido considerar resueltamente Glas,6 es entre otras cosas para insistir acerca del lazo que Derrida mantiene con Hegel, en una fidelidad sin reservas si bien no hegeliana.7 Quedando así sentado el supuesto de una muy estrecha relación, habrá que mostrar aquí qué puede significar este lazo con Hegel a propósito del arte. Sin embargo, una empresa semejante ¿no debería acaso dejarse someter a la vigilancia histórico-crítica y filológica de las citas de aquellos textos hegelianos más dudosos? ¿Y acaso no han sido tradicionalmente los textos estéticos de Hegel aquellos de entre los más dudosamente hegelianos? Por otra parte, y de acuerdo a una objeción más radical, ¿no resulta acaso un abuso hermenéutico el pretender que la historia de la presencia y su deconstrucción concierna sin pertenecerle al discurso hegeliano de arte? ¿Y por lo demás, cómo pretender contar (con) una historia de la presencia que además lo sea de su deconstrucción? Hegel bajo el signo de un aparecer general En cuanto al problema relativo a dónde comienza y dónde termina el libro de Hegel, parece haber recibido un nuevo impulso tras la nueva situación documental aportada hace algunos pocos años por Anne Marie Gethmann-Siefert en torno a sus lecciones de 5 6 7 Para Richard Rorty, la suspensión de Glas del texto de Gasché está relacionada con lo que habría de ser el intento de este por “interpretar a Derrida como un riguroso filósofo trascendental”. El hecho mismo de que Gasché dude, según Rorty, que su forma de leer a Derrida sirva para leer un texto como este parece ser un indicador del hecho de que la temprana obra de Derrida debería ser tomada como “un falso comienzo”. Toda la objeción de Rorty gira en torno a la dificultad de caracterizar a Derrida como un filósofo riguroso, incluso si esta palabra aparece en él de manera frecuente. Lo cual, antes que desmerecer a Derrida como filósofo, pretende validarlo como un filósofo no académico, no tradicional. Ver Richard Rorty, “Es Derrida un filósofo trascendental”, en Ensayos sobre Heidegger y otros pensadores contemporáneos (1993). Y aunque esto es innegable en “Strictly Bonded”, queda sin embargo sin una consideración la columna derecha dedicada a Jean Genet, como también una posible articulación con la columna izquierda dedicada a Hegel. Ver Rodolphe Gasché, Inventions of Différence. On Jacques Derrida (1995:171-198). Aprovechamos de preguntar aquí ¿por qué Glas, publicado en 1974, no tiene aún traducción en castellano publicada y circulando? Tratándose aquí del libro más extenso de Derrida dedicado a Hegel, y en donde, por ejemplo, la cuestión de lo que pueda llegar a ser el posthegelianismo puede hallar su formulación acaso más sorprendente (incluyendo la relación con Heidegger, con Marx, incluso con Husserl, en trabajos de Derrida que tienen ya hace algún tiempo publicación en castellano) podríamos preguntarnos ¿qué hay de inactual en esta obra de Derrida para que siga esperando ver aparecer su traducción? Acaso cierta luz sobre esta inactualidad sea echada, de un modo indirecto pero no por ello menos pertinente, por esos pasajes que José María Ripalda brinda en su libro Los límites de la dialéctica (2005). Persona y Sociedad / Universidad Alberto Hurtado 65 Vol. XXIII / Nº 3 / 2009 / 61-84 estética.8 Esta investigación filológica e histórico-crítica tiene la pretensión de conmover la visión sobre el pensamiento estético de Hegel tras una recepción que, durante 170 años, sólo podía disponer de la edición, demasiado preparada, salida inmediatamente de las manos de Heinrich Gustav Hotho, discípulo de Hegel, pero también de un entorno ideológico nacionalista y anticosmopolita compartido por un conjunto de discípulos a los que pertenece Hotho.9 En este sentido, se podría esperar que esta situación repercuta fuertemente sobre aquellas lecturas que, eventualmente mal fundadas, han desarrollado sendas interpretaciones sobre el pensamiento hegeliano del arte, especialmente en lo concerniente al estatuto del arte dentro del sistema hegeliano y a la famosa sentencia sobre el fin del arte.10 Pero, el comienzo y el fin del libro de Hegel, hace tiempo ya que no es una cuestión puramente filológica e histórico-crítica. Sucede que hay intérpretes de Hegel que, estando precavidos de la situación de su libro en lo que respecta a sus lecciones sobre la estética, no sólo no han dejado de citar la cuestionada edición de Hotho, sino que, apoyándose en ella, han desarrollado lecturas sin estar disociadas de una extensa y profunda interrogación sobre el lenguaje, la historia y sus disciplinas. Podríamos ejemplificar con varios filósofos de qué manera una transformación de estos aspectos volvería al menos problemático un intento de autentificación del pensamiento de Hegel, que es en definitiva de lo que se trata, mediante el solo recurso a un método filológico o histórico-crítico. Por ejemplo, tal como lo hemos mostrado en otra parte, nos podríamos sorprender por lo avisado que se encuentra Paul de Man de lo problemático del texto de las lecciones sobre la estética. Dado lo que sería su temprana expropiación por una ideología estética predominante durante el siglo XIX, se podría intentar mostrar cómo en su interpretación se articula lo que sería el carácter dudoso de la estética hegeliana (salida de las manos de Hotho) con un pensamiento no-estético más originalmente hegeliano, que está menos empañado por dicha ideología y que se encuentra sobre todo en los textos editados por Hegel mismo (así en la Fenomenología del espíritu y en la Enciclopedia de las ciencias filosóficas).11 Ahora bien, sin duda la cuestión de la autentificación del libro o del texto de Hegel concierne directamente a lo que sea su pensamiento. Vale decir, incluso implícitamente, la relación entre texto y pensamiento resulta crucial. Y también por eso, sobre todo implícitamente, resulta que el celoso defensor del pensamiento de Hegel puede llegar Nos referimos aquí sobre todo a las lecciones sobre la estética de Hegel en la versión de Friedrich Carl Hermann Victor von Kehler del año 1826, con reciente versión en español en Hegel, Filosofía del arte o estética (verano de 1826) (2006b). 9 Nos hemos asomado a esta expropiación ideológica del texto estético de Hegel en “Hegel y la novela” (Trujillo 2008a). Nos hemos basado en el trabajo de Gethmann-Siefert titulado “Art et quotidienneté” (1997:49-88). Se puede hallar la versión de Hotho en español en Hegel, Lecciones sobre la estética (1989). 10 A este respecto, ver el “Prólogo” preparado por Karsten Berr y Annemarie Gethmann-Siefert para la nueva edición de la estética. Ver Hegel (2006b:20-26). 11 Ver Trujillo (2007). 8 66 El arte… es preciso. Derrida y el pensamiento hegeliano del arte Iván Trujillo a ser también quien más crea que es un texto el que puede garantizar la integridad de un pensamiento. Y si nos precipitamos un poco sobre esta creencia, nos encontramos también con el hecho de que la creencia en dicho texto puede no dejar de ser asimismo la creencia en el aparato técnico, editorial, institucional o político, que lo conserva y lo entrega. Con todo, dada la creencia en el texto sobre todo allí donde parece faltar, un pensamiento esta vez concernido por la problemática del signo, por aquello que tiene lugar a la vez necesaria y provisionalmente, es quizás un pensamiento que dé lugar a pensar más decisivamente esa textualidad que desborda los límites localizables de un texto. Y quizás también del texto filosófico mismo. Si la filosofía hegeliana permanece especialmente concernida por el signo, es porque necesariamente a través de él se concibe el paso a la verdad sin el signo que este tiene en vista. Esto, por supuesto, si seguimos aquí al Hegel de Derrida. Situados en este cruce, quizás podamos vislumbrar en qué consiste esta concepción hegeliana del signo que pertenece tanto a la pregunta por su libro como a la pregunta por su pensamiento. Situados entonces en esta concepción que Derrida mismo ha contribuido a dilucidar, por ejemplo al afirmar que Hegel ha reintroducido “la necesidad esencial de la huella escrita en el discurso filosófico” o al afirmar que Hegel es “el último filósofo del libro y el primer pensador de la escritura” (Derrida 2005:35), resulta necesario reconocer, si bien no sea más que en trazos muy simplificados, en qué consiste el signo en Hegel. Procederemos también de manera harto sesgada, de acuerdo a nuestro interés expositivo. Y digamos, para adelantar, que nuestro interés se concentra en lo siguiente: mostrar en Derrida que ciertas condiciones que vuelven indecidible la erección de un signo como tal, son también las condiciones que vuelven indecidible la erección de una pirámide. Que esta indecidibilidad no pueda sino aparecer en cierta constricción fenomenal del espíritu desprendible de la lectura derridiana de Hegel, es lo que quisiéramos bosquejar aquí. En “El pozo y la pirámide: introducción a la semiología de Hegel” (Derrida 1989:103144), encontramos a Derrida situando la semiología hegeliana en el plano de la psicología, gesto tradicional (al menos desde Aristóteles) que la lingüística saussuriana no habría interrumpido. De acuerdo a esto, en Hegel el signo sería comprendido “según la estructura y el movimiento de la Aufhebung por la que el espíritu, elevándose por encima de la naturaleza en la cual estaba hundido, a la vez la suprime y la retiene, sublimándola en sí mismo, cumpliéndose como libertad interior y presentándose de este modo a sí mismo por sí mismo como tal ” (Derrida 1989:110s-111). Ahora bien, es en una teoría de la imaginación donde se inscribe el signo hegeliano, cuyo verdadero carácter es para Derrida el de una ‘fantasiología’ o ‘fantástica’. Bajo la pregunta por lo que sea la imaginación en Hegel, Derrida comienza a hablar de la representación como “intuición rememorada interiorizada” (Derrida 1989:111). Destaca el hecho de que en este proceso de interiorización de lo sensible la inteligencia vuelve imagen el contenido de lo intuido. Liberándose así de la inmediatez y de la singularidad, permite el paso a la conceptualidad. Pero la imagen es interiorizada y guardada Persona y Sociedad / Universidad Alberto Hurtado 67 Vol. XXIII / Nº 3 / 2009 / 61-84 en el recuerdo, manteniéndose allí inconsciente, en reserva. Dirá Derrida enseguida: “La inteligencia tiene estas imágenes en reserva, sepultado en el fondo de un abrigo muy sombrío, como el agua de un pozo nocturno (nächtliche Schacht) o inconsciente (bewusstlose Schacht) o mejor como una veta preciosa en el fondo de una mina” (Derrida 1989:111). Esta reserva es en realidad una reserva o reservorio (réservoir, Vorrat) del que la inteligencia puede disponer para producir algo afuera sin tener que recurrir a una intuición exterior. Desde entonces el interior puede tener en él su estar frente a él. “La imagen no pertenece ya a ‘la simple noche’” (Derrida 1989:112).12 Enseguida Derrida va a comentar la distinción realizada por Hegel entre la imaginación reproductiva y productiva. Pero antes de seguir, hagamos un alcance. Que la imagen no pertenezca ya a la simple noche indica que en el fondo del pozo hay una luz que ya no es simple reflejo. Si en el curso de estas consideraciones Derrida no ha dejado hablar de la pirámide para referirse “a la estatura y el estatuto del signo” (Derrida 1989:111; ver también la nota de 112), cuestión que por ahora hemos omitido y que abordaremos más adelante, es tal vez para indicar cierto poder aparecer del espíritu que logra erigirse ininterrumpidamente desde el pozo. Pero, también, para indicar que la trayectoria circular del espíritu entre el pozo y la pirámide deja cierta huella excedente del espíritu de la cual este debe intentar apartarse si quiere seguir siendo él mismo. Lo que a continuación se va a decir sobre el signo en tanto que Mittelpunkt, indica la extraña presencia de este excedente como punto de no retorno del espíritu a sí mismo o, mejor, como punto en que el espíritu no hace más que retornar como un fantasma, sin presentarse nunca. En la medida en que el poder aparecer del espíritu depende del des-encadenamiento encadenante de un cierto signo, este punto entraña el posible desencadenamiento del espíritu. Por este des-encadenamiento el espíritu puede, por así decirlo, ya perderse de vista. Continuando entonces el análisis de la producción del signo en el texto de Hegel, lo que sigue se orienta a una mayor explicitación de esta exteriorización del interior. Derrida va a observar que aunque la producción más creadora del signo se reduce en Hegel al motivo clásico de ser “una expresión”, una exteriorización de un motivo interior, se trata también, “inversamente”, de una producción fantástica en la que “no se hace nada menos que producir intuiciones” (Derrida 1989:113). Sobre la base de la distinción hecha por Hegel en la Enciclopedia entre imaginación reproductiva e imaginación productiva (Hegel 2000:496-505),13 sobre todo a partir de lo que Hegel va a decir en el § 457, Derrida está citando y comentando los parágrafos 453 y 454 de la Enciclopedia. Esta distinción aparece en la primera sección de la Filosofía del espíritu, el espíritu subjetivo, C (Psicología), dentro de la parte correspondiente a la representación (Die Vorstellung), 2: La imaginación (Die Einbildungskraft), entre 1: el recuerdo (Die Erinnerung) y 3: la memoria (Das Gedächtnis) (Hegel 2000:496-505). En la Enciclopedia filosófica para los últimos cursos de bachillerato, en la tercera parte: “Ciencia del espíritu”, primera sección: “El espíritu en su concepto”, punto II: “La representación”, en B: La imaginación (§ 145-154) entre A. El recuerdo y C. La memoria (Hegel 2007:72-77). 12 13 68 El arte… es preciso. Derrida y el pensamiento hegeliano del arte Iván Trujillo Derrida va a destacar el hecho de que lo que se formaba en la imaginación reproductiva como intuición de sí, como “relación inmediata consigo mismo” (Derrida 1989:113) se exterioriza, produciéndose en el mundo como una cosa, una “cosa singular que es el signo” (Derrida 1989:113). Esta cosa es engendrada espontáneamente por la imaginación. Producción fantástica “que hace el signo (Zeichen machende Phantasie) al salir, como siempre, fuera de sí en sí” (Derrida 1989:113).14 Lo que implica que, en un mismo punto, lo que se da espontáneamente a ver puede, por eso mismo, “ver (voir) y recibir (recevoir)” (Derrida 1989:113). Unidad fantástica de los opuestos en el Mittelpunkt, a la vez punto central (central), punto medium (milieu) y punto medio (moyen).15 Por este Mittelpunkt semiopoético, el signo es al mismo tiempo aquello en lo que el “motivo hegeliano por excelencia” (Derrida 1989:113) de la unidad de los conceptos opuestos alcanza la solución de las contradicciones y aquello que parece irreductible a cualquiera de ellos. Y, si no obstante, para Derrida, Hegel habría recortado lo que podía haber sido así la extensión sinfín del campo del signo (o su desencadenamiento), incluyendo su operación en el encadenamiento que supone el “movimiento y la estructura de una dialéctica que la comprende” (Derrida 1989:115), lo cierto es que no obstante ello, con vistas a la verdad plena el momento del signo es un momento necesario, limitativamente el de una formalidad abstracta, pero ya no un “desecho o un accidente empírico” (Derrida 1989:115). Por lo que, desde entonces, la presencia del ente “en la forma de la presencia adecuada a sí” (Derrida 1989:115), la verdad, se anuncia como “ausencia en el signo” (Derrida 1989:115). Y si lo que tiene lugar aquí lo tiene con vistas a la verdad, es decir a la luz de un “aparecer que da a ver” (Derrida 1989:115), de un “medio de manifestación” (Derrida 1989:115), entonces esta luz es “la fuente común de la phantasia y del phainesthai ” (Derrida 1989:115). Despunta así en el desencadenamiento de este signo una fenomenalidad más general o un encadenamiento más general, que no es ya ni phantasia ni phainesthai, y que acosa como un fantasma la posibilidad de oponer dialécticamente ambas. La constricción fenomenal del espíritu Podemos por ejemplo hallar este punto de vista ciego en dos pasajes de Glas. Ambos atañen al decurso fenomenal del espíritu hegeliano, uno y otro hacen referencia a lo que aparece restándose a la fenomenalidad. De un lado, el dios judío se priva de toda representación concreta. De otro lado, el dios de Hegel que no se muestra ni al comienzo ni al fin de los tiempos. De uno al otro, una problemática que podríamos llamar la Citamos la traducción española ligeramente modificada. Hemos intentado analizar el punto de vista derridiano de este Mittelpunkt hegeliano en Trujillo (2009:127-158). 14 15 Persona y Sociedad / Universidad Alberto Hurtado 69 Vol. XXIII / Nº 3 / 2009 / 61-84 constricción fenomenal del espíritu parece comprometer al movimiento dialéctico y a la historia del ser. Esto quiere decir que, yendo más allá del tabernáculo, hasta la ceniza, divisaremos una pirámide o dos atizando lo que habría sido el fuego. Una pirámide o dos entre dos soles. Una al comienzo del arte y la otra al final. Pero, cuando esté todo previsto para comenzar, de la filosofía del arte hegeliana no quedará más que lo que le reserva la precipitada luz del umbral. El aparecer sublime: el secreto de lo visible Derrida viene de hablar en Glas del judío en Hegel como el que tiene corazón de piedra, de su insensibilidad que toma todos los aspectos de su existencia y de su falta de imaginación concreta. Caracterizado por el corte entre lo infinito y lo finito, toda apelación a la imaginación permanece en él inadecuada. Lo que vuelve al judío insensible al arte e “incapaz de comprender un símbolo concreto” (Derrida 1974:58): “La Estética”, va a decir Derrida, “le da lugar a la poesía hebraica, pero bajo la categoría de lo sublime negativo: esfuerzo impotente, aplastado, abatido, para expresar lo infinito en la representación fenomenal” (Derrida 1974:58).16 Visto entonces precisamente desde lo que en las lecciones de estética Hegel se identifica con el comienzo del arte, a saber, la forma simbólica, la impotencia de lo sublime judío por representar concretamente lo infinito, aparece como la interrupción de la belleza simbólica. Y se podría decir lisa y llanamente de la belleza o del arte, si no dejamos de recordar aquí a Paul de Man para quien la concepción hegeliana del arte es esencialmente simbólica, imbuida como está de “ideología estética” (Trujillo 2007:91-107). Pero, en esta historia hegeliana del arte Derrida parece mostrarse más interesado por la parálisis del arte que comporta esta separación ciega que representa el judío. Es que volviendo la forma inadecuada, esta interrupción de la belleza simbólica consiste en un desmarcarse del contenido infinito de toda marca que lo expresa o manifiesta. La escisión entre lo infinito y lo finito ciega al judío, privándolo de toda unión concreta, simbólica. Y si con ello de un lado permanece preocupado de lo invisible, de lo insensible, de otro lado permanece atado a lo sensible como sensible. Iconoclasta y seco de corazón, el judío rechaza las representaciones sensibles como ídolos porque no ve en ellas más que materia pura, pura piedra o madera. “Juego libre y sin forma, juego natural y sublime a la vez pero sin determinación formal, juego infinito pero sin arte, espíritu puro y materia pura” (Derrida 1974:59). Derrida (1974:58) refiere aquí a las Lecciones sobre la estética (en la versión de Hotho) en donde la poesía hebraica aparece situada junto a la religión panteísta, aunque después de esta, dentro del “simbolismo de la sublimidad”, es decir, antes de “El simbolismo consciente de la forma artística comparativa” y después de “El simbolismo inconsciente” en Hegel (1989:267-278). Cfr. Hegel (2006b:229 ss.). 16 70 El arte… es preciso. Derrida y el pensamiento hegeliano del arte Iván Trujillo Rompimiento con la belleza simbólica bajo el signo de la separación. En su absoluta autonomía, lo infinito es capaz de destruir el representante o el significante. Como dirá Derrida en otra parte, es “en posición de significado y no de simbolizado” (Derrida 2001:141) que la idea infinita (el contenido) opera dicha destrucción.17 Es el contenido el que, operando en la forma, en el acto de formar, “ordena el relevo de la forma” (Derrida 2001:141). El contenido no hace otra cosa que desaparecer. “Más precisamente”, dirá Derrida, “la forma, el acto de formar, el Gestalten, se destruye a través de lo que expresa, explica o interpreta. Por lo tanto, la interpretación exegética (Auslegung) del contenido se produce como relevo (Aufhebung) del acto de interpretar, mostrar, desplegar, manifestar” (Derrida 2001:141). Pero también se puede decir que bajo el signo de la separación lo infinito deja un significante sin significado. Uno que, como el tabernáculo judío en el desierto, no contiene nada. Dirá Derrida en Glas: “sensibles a la ausencia de toda forma sensible, los Judíos han intentado producir un objeto que daba en alguna medida lugar y figura al infinito. Pero este lugar y esta figura tienen una estructura singular: encierra su vacío en sí misma, no abriga otra cosa que su desierto interiorizado” (Derrida 1974:59). Sensibles insensibles, los judíos figuran algo no obstante. Sólo que esta figura no da a ver lo infinito. Derrida va a consignar la referencia de Hegel Pompeyo quien, un día, con la ingenuidad del no-judío, se había internado en el secreto de la morada judía hasta el centro (Mittelpunkt) de su templo, para ver allí “un ser [una esencia, Wesen] que se le ofreciera a la meditación, algo que estuviera lleno de sentido (Sinnvolles) para proponérsele a su respeto […], encontró lo que buscaba en un espacio vacío” (Derrida 1974:60; palabras de Hegel citadas por Derrida). O también así: deshaciendo las vendas, moviendo las telas, corriendo los velos y abriendo las cortinas (Derrida y Cixous 2001:43), Pompeyo entró al tabernáculo, atravesó el santo y se dirigió al santísimo para acceder allí a un secreto que no guardaba nada. ¿En qué consiste este secreto que “no se descubre” (Derrida 1974:60), que “no termina de descubrirse” (Derrida 1974:60), “no teniendo nada que mostrar” (Derrida 1974:60)? ¿Qué hay en relación con este secreto de un invisible que permanece invisible y de un visible que es sólo visible? Ya hemos señalado que este punto central o Mittelpunkt es provisional. Tratándose del contenido, de la infinidad interior que vuelve a la forma inadecuada o, como va a decir Derrida en La verdad en pintura, tratándose de una inadecuación entre el significado y el significante, “esta inadecuación sublime debe ser pensada a partir del más y no a partir del menos, a partir de la infinidad significada y no de la finitud significante” (Derrida 2001:141). Visto desde este más de la infinidad significada, se puede comprender que tras el retroceso sublime de la forma, y en particular de la forma simbólica, sobre la base de la “degradación del fenómeno” (Hegel 2006b:231), se estén preparando condiciones propicias para una configuración fenoménica que rinda adecuado tributo a la elevación del espíritu sobre la inmediatez Derrida (2001:141; fr. 1978:152). 17 Persona y Sociedad / Universidad Alberto Hurtado 71 Vol. XXIII / Nº 3 / 2009 / 61-84 natural (así en la forma artística clásica), como también condiciones para que, tras lo clásico, la elevación de la espiritualidad a sí misma pueda, en lo fenoménico, vencer a este, liberando asimismo a este del sustantivo interés del espíritu (así en la forma artística romántica). Pero también, en el punto en que nos encontramos, en este centro o Mittelpunkt, un secreto parece tener lugar en lo puramente visible. Uno que separa a lo visible de su provisionalidad. Uno que da a pensar incluso todo aparecer provisional.18 Que Hegel, bajo lo que Derrida llama “cierto judaísmo como la figura histórica de la irrupción sublime” (Derrida 2001:142), haya podido considerar este punto de vista ciego de la infinitud, esta pasión afenomenal del Dios judío que nunca se muestra, quizás tenga que ver con esa inquietud según la cual Hegel “en la tradición de un Pompeyo” (Derrida y Cixous 2001:42), nunca hizo la distinción entre “el secreto de los judíos y el misterio de los dioses de Eleusis” (Derrida y Cixous 2001:42). Pero, también, pensar esa inquietud fue “atravesarla, entumecerla con la verdad, ir hacia otra cosa y acabar olvidándola. Nunca un saber absoluto se conformará con esa única separación, a saber que en el lugar velado del Totalmente Otro, nada se presente, que no haya ahí nada que sea, nada que esté presente, nada que esté en presente” (Derrida y Cixous 2001:42-43). Lo que debe aparecer: la luz que lo quema todo y el don Es el turno del dios de Hegel. Derrida ha considerado ya el capítulo “La religión revelada” en la Fenomenología del espíritu. Se ha preguntado por el tiempo que separa la religión absoluta del Saber absoluto (Sa), en particular por el resto del tiempo. Tras decir que la religión en la fenomenología del espíritu describe el “esfuerzo por asimilar el resto, cocer, comer, tragar, interiorizar el resto sin restos” (Derrida 1974:263), Derrida pasa a considerar el concepto de la religión en sus tres momentos. Nos limitamos aquí al primero, “La religión natural”, y dentro de este, a lo que se dice en torno a “La esencia luminosa”. Para Derrida, el conjunto del despliegue del concepto de la religión discurre “entre dos soles” (Derrida 1974:264). Tanto al final como al comienzo, la figura se ausenta. El devenir mismo de uno a otro consiste en la consumación de la figura.19 El dios hegeliano A propósito de la separación entre el santo y el santísimo, Derrida va a decir en otra parte lo siguiente: “No conozco otra separación en el mundo más, o que pueda ser conmensurable con ésta, análoga, comparable a ella, que da a pensar, no obstante, cualquier otra separación, y primero que nada la separación que separa del otro totalmente” (Derrida y Cixous 2001:41-42) 19 En efecto, Derrida va a decir que “la religión natural, primer momento de la religión (conciencia inmediata y certeza sensible) cuenta tres momentos de los cuales el primero (el primer momento del primer momento) es también, como el Sa, al otro extremo, ausencia de figura, momento irrepresentable. La figura se escapa en el origen y en el fin de la religión, antes y después de la religión: cuyo devenir describe literalmente un consumo de la figura, entre dos soles” (Derrida 1974:264). 18 72 El arte… es preciso. Derrida y el pensamiento hegeliano del arte Iván Trujillo haría desaparecer en el fuego su representación figurativa, pero sólo al comienzo y al final. Distinto al dios judío que, como ya sabemos, no aparece nunca. El dios de Hegel, es decir Dios, no se muestra sino para mostrarse todo el tiempo: “Aquí Dios no se muestra ni al comienzo ni al final de los tiempos, pero es para mostrarse todo el tiempo a través de sus figuras y en una luz absoluta” (Derrida 1974:264). Pero, ¿qué significa este no mostrarse de Dios al comienzo? O de manera un poco más formal: ¿qué hay del aparecer o de la manifestación en la “esencia luminosa”? Primer momento de la religión natural: el espíritu “se reserva todavía en ‘la noche de su esencia” (Derrida 1974:265). Esta es la condición del espíritu en la esencia luminosa. Primera escisión que devela el secreto del espíritu, el cual se relaciona consigo mismo sin mediación y determinación: “Luz pura, simple determinabilidad, medio puro, transparencia etérea de la manifestación en que no aparece nada más que el aparecer, la luz pura del sol” (Derrida 1974:265). A plena luz se devela el secreto del espíritu, pero a plena luz también su aparecer no es más que su aparecer, su aparecer en secreto, mostrándose sin mostrarse, sólo visible, es decir, invisible: “Esta primera figura de la religión natural figura la ausencia de figura, un sol puramente visible, entonces invisible, que da a ver sin mostrarse, consumando todo su fenómeno: die Gestalt der Gestaltlosigkeit” (Derrida 1974:265). Esta luz fenomenofágica, que destruye toda figuración, lo quema todo. No deja nada, ni marca, ni signo de paso. No tiene contrario. Fuego y juego sin fin. “Fuego artista sin ser” (Derrida 1974:265), que no trabaja, esencialmente. “Juego y pura diferencia” (Derrida 1974:265). Tal el secreto de esta indiferente diferencia. Ni siquiera se relaciona con su propio incendio. Su volverse tiniebla es anterior a toda declinación solar. “¿Cómo el sí y el para-sí pueden aparecer? ¿Cómo el sol del quema todo comenzaría su curso y su declinación?” (Derrida 1974:267). En este medio sin contrario estas preguntas no se sostienen. Pero, ¿son evitables? Esta diferencia pirómana está desprovista de sujeto y de tema. Para plantear estas preguntas, para poder sostenerlas, para sujetarlas, se requiere que este incendio deje algo. “¿Cómo de este consumo sin límite puede quedar algo [alguna cosa] que bosqueje el proceso dialéctico y abra la historia?” (Derrida 1974:267). O también así: “¿Cómo el gasto solar produciría un resto –algo [alguna cosa] que quede [demeure] o que se exceda?” (Derrida 1974:267). Sin este resto no habría ningún signo posible, incluso de interrogación. Pero allí donde impera un incendio pánico resulta imposible permanecer. Cuando queda la ceniza ya no se puede decir que algo queda o permanece. O también así: resulta imposible permanecer cuando se trata de este resto. Eso dice aquí, según creo, la expresión: “reste –quelque chose qui demeure” (Derrida 1974:267). Ello, a no ser que cristalice y se guarde en una pirámide. Sólo guardando la pérdida aparece como tal. “Desde que aparece, desde que el fuego se muestra, queda, se retiene, y se pierde como fuego” (Derrida 1974:268). La pura diferencia se pierde apareciendo como ella es. La erección de la pirámide “tiene la significación de un sacrificio, de una Persona y Sociedad / Universidad Alberto Hurtado 73 Vol. XXIII / Nº 3 / 2009 / 61-84 ofrenda por la cual el quema-todo se anula, abre el anillo, estrechándolo en el aniversario de la revolución solar sacrificándose como quema-todo, entonces guardándose. El sacrificio, la ofrenda o el regalo [cadeau] no destruyen el quema-todo que allí se destruye, lo vuelven accesible al para-sí, lo monumentalizan” (Derrida 1974:268). De la pira a la pirámide aparece el fuego. Y aparece sofocándose, ofreciéndose en holocausto al para sí. Como regalo (cadeau) se encadena (s’enchaîne). Se anula (s’annule) circulando. Estrictamente (strictement) ligado a sí “deviene sí mismo, para sí, junto a sí” (Derrida 1974:268). Derrida ha hecho notar que Hegel dice que “esta vida tambaleante [titubeante, tumultuosa, taumelde], debe [muß; ¿por qué debe?] determinarse en ser para sí y dar una consistencia (Bestehen) a sus figuras evanescentes” (Derrida 1974:268; los corchetes son de Derrida). Todo indica que para que pueda quemarse todo este incendio debe también quemarse. Es preciso (Il faut) entonces: “consumir el incendio” (Derrida 1974:269) y “extenderlo, guardarlo para perderlo (verdaderamente) o perderlo para guardarlo (verdaderamente)” (Derrida 1974:269). Encadenado a su fuego se da el fuego. Sólo “deviene sí mismo, para sí, junto a sí” (Derrida 1974:269), estrictamente ligado a sí. La pirámide es el fuego puro que debe apagarse para llegar a ser lo que es. Pero al apagarse ya no es lo que es. Es preciso que el fuego puro se apague para que haya el fuego. Esta constricción o estrictura es la que hace posible que el ser del fuego exceda la ontología. Elevándose sobre el resto del fuego, la pirámide apaga el fuego como fuego, es decir, sin abandonar la ceniza que le ha quitado el ser del fuego. Pero lo que excede a la ontología está en potencia de ontología: “el don, el sacrificio, la puesta en juego o a fuego de todo, el holocausto, están en potencia de ontología” (Derrida 1974:269). Y lo que excede a la ontología es lo que queda sin quedar (demeure) del quema-todo; aquello por lo cual puede no haber ontología, quizás (peut-être). “Punto crítico” (Derrida 1974:269) del encadenamiento estricto. A partir de este encadenamiento la ontología es sólo posible. Pero, porque estricto, esa posibilidad es necesaria. Si puede, debe. Y si debe es porque sólo puede. Es este encadenamiento estricto el que, con necesidad, vuelve sólo posible el paso de la pira a la pirámide. O también así: un encadenamiento estricto entre la pira y la pirámide hace posible que la pirámide pueda no apagar la pira. Es este un proceso del don que excede a la ontología y que la endeuda infinitamente, pues todo su intento de (a)pagar la deuda no hace más que endeudarla: “el proceso del don (antes de intercambio), proceso que no es un proceso sino un holocausto, un holocausto del holocausto, compromete [engage] la historia del ser pero no le pertenece” (Derrida 1974:270). Es necesario comenzar: círculo y precipitación lemática El punto al que con Derrida hemos arribado, nos ha puesto en situación de ver des-aparecer el espíritu, es decir, de verlo aparecer donde no se le espera. Allí donde el espíritu aparece encadenado estrictamente a su posibilidad, el espíritu debe aparecer. Es necesario 74 El arte… es preciso. Derrida y el pensamiento hegeliano del arte Iván Trujillo que aparezca si quiere encadenar lo que ha hecho posible su aparición. Es sólo gracias a su des-encadenamiento que el espíritu hace su aparición. Cuando el espíritu aparezca con todo derecho como obra de arte, este des-encadenamiento obligará a comenzar por el hecho de que hay obras de arte. Se trata de ese don que compromete a la historia del ser sin pertenecerle. Habrá que ver hasta qué punto es capaz de des-encadenar esa historia precisamente allí donde, como filosofía del arte, todavía se piensa el arte como histórico. La filosofía del arte hegeliana debería comenzar a recibir su ser a partir de este des-encadenamiento. Y si este no pertenece ya a la historia del ser, entonces el comienzo de la filosofía del arte no le habría pertenecido nunca. En los confines de esta posibilidad tendremos que retomar esa objeción, formulada al comienzo, acerca de si acaso pudiera resultar abusivo pretender que la historia de la presencia y su deconstrucción conciernan sin pertenecerle al discurso hegeliano de arte, como también aquella de cómo pretender contar (con) una historia de la presencia que además lo sea de su deconstrucción. En la sección denominada “Parergon” en su libro La verdad en pintura, sección dedicada a la estética kantiana, Derrida comienza haciendo una introducción titulada “Lemas” en la que examina el que la filosofía del arte haga de la existencia de las obras de arte su “hilo conductor” (Derrida 2001:43) o, más exactamente, su “punto de partida obligado” (Derrida 2001:43). Si los discursos del arte que a este respecto son interrogados conjuntamente son los de Hegel y Heidegger, es debido a que ambos parecen estar obligados a tomar como hilo conductor la representación corriente o vulgar del arte. Que esta obligación común a la estética de Hegel y Heidegger pueda, entre otras cosas, calar desde aquí la tentativa heideggeriana de tomar distancia del concepto vulgar de tiempo y de Hegel mismo, en una tradición que según Ser y tiempo va de Aristóteles a Hegel, parece ser uno de los alcances más amplios, y no por eso menos incisivos, de este abordaje conjunto llevado adelante por Derrida en este texto. Si nos centramos sobre todo en lo que se dice aquí sobre Hegel, podemos observar que una vez que ha interrogado el carácter onto-teológico de la pregunta por el arte en virtud de la cual este se hallaría “predeterminado o pre-comprendido en ella” (Derrida 2001:42) en despecho de las formas históricas del arte o de las formas del arte a través de la historia;20 una vez que ha señalado que la estructura onto-interrogativa de la pregunta “ya ha sometido todo el espacio a las artes discursivas, a la voz y al logos” (Derrida 2001:34), y, sobre todo, una vez que ha señalado que “lo filosófico encierra el arte en su círculo” (Derrida 2001:35), quedando inmediatamente su discurso apresado en un círculo, siendo la figura del círculo común a Hegel y a Heidegger, Derrida va a comenzar a referirse explícitamente a las Lecciones sobre la estética (Hegel 1989). El sentido de este ‘a través’ consiste en que “se hace del arte en general un objeto en el que se pretende distinguir un sentido interior, lo invariante, y una multiplicidad de variaciones externas a través de las cuales, como si fueran velos, se intentaría ver, o restaurar, el sentido verdadero, pleno, originario: uno, desnudo” (Derrida 2001:32). 20 Persona y Sociedad / Universidad Alberto Hurtado 75 Vol. XXIII / Nº 3 / 2009 / 61-84 Todo girará aquí en torno al círculo, y al marco (cadre), como en La diseminación (Derrida 1975), pero esta vez en relación con la “Introducción” a las Lecciones sobre la estética (Hegel 1989) y a propósito de la inscripción de la filosofía del arte en el todo de la filosofía. El problema aquí es el del punto de partida o de “cómo comenzar un discurso filosófico sobre la estética” (Derrida 2001:37). Se considera en primer término que Hegel excluye de la filosofía del arte la belleza natural, de la cual se habla de ordinario. La belleza artística aparece como un producto del espíritu. Derrida anota: “Debemos entonces decir que la belleza absoluta, el telos o la esencia final de lo bello aparece en el arte y no en la naturaleza en cuanto tal” (Derrida 2001:37). Ahora bien, en segundo término, cuando se trata de un producto del espíritu, aquí del arte como objeto de la ciencia de lo bello, hay que tomar en cuenta que el espíritu se está relacionando consigo mismo. O más exactamente, el espíritu “debe introducirse en su propio producto, producir un discurso sobre lo que produce, introducirse por sí mismo en sí mismo” (Derrida 2001:37). En esta “duction circular” (Derrida 2001:37) del espíritu, este “se presupone, anticipa, precipita” (Derrida 2001:37). Entonces no se puede comenzar más que por el resultado, por la obra del espíritu. Cita Derrida a Hegel: “En filosofía, no puede aceptarse nada que no posea el carácter de necesidad, lo que quiere decir que todo debe tener aquí valor de resultado” (Derrida 2001:38). Bajo la exigencia de tal necesidad circular, Derrida va a decir enseguida que “estamos, desde la introducción, cercados [encerclés]” (Derrida 2001:38). Semejante acoso, puesto que no se trata de un problema meramente epistemológico, no dejará de indicar la extraña presencia de un fantasma. En esta parte del texto nos encontramos en un terreno intraducible (o sólo traducible). Derrida hace intervenir aquí cierta interpretación de la circulación del espíritu hegeliano donde esta aparece a su vez cercada o encadenada al movimiento espectral de una re-aparición. Así, resulta que en sus producciones de arte el espíritu vuelve (revient) sobre sí mismo, es decir, re-torna o re-aparece. Movimiento espectral de repetición: aparece re-apareciendo, aparece volviendo a aparecer. Es decir, sólo en la medida en que al aparecer no deja (de) volver. El espíritu se llama, se dice “ven”, desde el por-venir: “Lo que se llama el espíritu, es lo que se dice “ven” [viens] para escucharse decir “vuelve” [reviens]” (Derrida 2001:38).21 Vuelve entonces el espíritu, sin poder volver, sobre sus “pasos” y/o sus no (pas). Y esto en general, porque “el arte sólo forma uno de sus círculos en el gran círculo del Geist o del re-aparecido [revenant, el espectro] (este visitante puede llamarse Gast, o ghost, guest o Gespent)” (Derrida 2001:38). Todo lo que parece estar en juego aquí es el arte. En el juego de lo que podría ser la concatenación entre un círculo más pequeño y uno más grande. Y todo el juego parece depender de una circulación y su ritmo ternario. Más adelante hará ver Derrida que Hay que leer atentamente “Pas” en Parages para reconocer todas las resonancias e implicancias de este viens y de este reviens que tanto aquí como allí siguen siendo una cita, entre comillas. Y lo que esta cita porta es, por ejemplo, “la fuerza de repetición afirmativa”, que no “se produce como llamado único del por-venir” más que como “voluntad de repetirse” (Derrida 2003:21). 21 76 El arte… es preciso. Derrida y el pensamiento hegeliano del arte Iván Trujillo es un tercero el que garantiza la circulación y “regula el cerco [encerclement]” (Derrida 2001:45). Lugar que sería asignado al arte en el discurso estético moderno. Desde Kant, en Hegel y en Heidegger.22 Pero la asignación como tercero reservaría otra cosa que una pura ambigüedad de participación entre dos opuestos, pues incluso este tercero puede “no volverse hacia ninguno de los términos [opuestos], ni siquiera hacia la estructura de la oposición, ni tal vez hacia la dialéctica en tanto que esta necesitaría una mediación” (Derrida 2001:45).23 Quedarse con esta participación equivale a conformarse con darle “el nombre filosófico de arte” (Derrida 2001:45), es decir, domesticarlo. Otra cosa es, como ya se ha comenzado a indicar a propósito de la circulación, desplazar el juego de esta asignación. Lo que equivale a reconocer allí otra forma de participación, una que no le haga el juego a la oposición, una que marque el paso de la dialéctica sin pertenecerle. Paso ya no dialéctico. Otro juego, de la marca y del marco (cadre).24 Habrá que preguntarse qué hay del arte en este paso (pas). Hegel considera al arte desde su fin. Su ser pasado. Y la filosofía del arte, como dice la Enciclopedia, es un círculo en un círculo de círculos, un anillo en el todo de la filosofía. Un anillo concatenado, encadenado a otros anillos. Un encadenamiento. ¿Cómo podría darse aquí un desencadenamiento? Derrida se va a preguntar por el abismo. Para que la inscripción de un círculo en el círculo sea abisal, “el círculo más pequeño debe inscribir en su interior la figura del más grande” (Derrida 2001:38). Si Derrida bordea aquí la problemática del don (“¿Hay abismo en la circulación hegeliana?”) es para observar que no se puede zanjar la relación entre la parte y el todo sin ser de antemano arrastrado hacia el abismo, sin “la indecisión de la estructura de inclusión que precipita en abismo” (Derrida 2001:39). Como lo observamos antes a propósito de la pira (a)pagada por la Esto a propósito del círculo hermenéutico heideggeriano y del círculo dialéctico hegeliano. Hegel y Heidegger vistos aquí en relación con la tercera crítica kantiana, desde que esta “supo identificar en el arte (en general) uno de los términos medios (Mitten) para resolver la ‘oposición’ entre el espíritu y la naturaleza, los fenómenos internos y los fenómenos externos, el adentro y el afuera, etc.” (Derrida 2001:46). ¿Habrá que advertir que para Derrida no se va se va a tratar de una filiación simple o de un esquema homogéneo? 23 Aunque la tercera crítica sea para Hegel el único libro de Kant que, según Derrida, puede “reflejar y reapropiarse casi enseguida”, se podría mostrar que el análisis de esta tercera crítica realizado por Derrida arroja un tercero kantiano que difícilmente podría ser apropiado por Hegel o por Heidegger. Ver a este respecto los capítulos dedicados a Kant en “Parergon”. 24 En un contexto no tan diferente, Derrida se va a referir a esta otra forma de la triplicidad diciendo que el “‘tres’ no dará más la idealidad de la solución especulativa, sino el efecto de una remarca estratégica que refiera, por fase y simulacro, el nombre de uno de los dos términos al afuera absoluto de la oposición, a esta alteridad absoluta que fue marcada –una vez más– en la exposición de la différance. Dos/cuatro, y la clausura de la ‘metafísica’ no tiene más, no ha tenido nunca la forma de una línea circular alrededor de un campo, una cultura finita de oposiciones binarias, sino la figura de un reparto totalmente otro. La diseminación desplaza el tres de la onto-teología según el ángulo de un cierto repliegue. Crisis del versus: estas marcas no se dejan más resumir o ‘decidir’ en el dos de la oposición binaria ni relevar en el tres de la dialéctica especulativa […] puesto que el movimiento de estas marcas se transmite a toda la escritura y no puede pues encerrarse en una taxonomía finita, menos aún en un léxico en tanto tal), ellas destruyen el horizonte trinitario” (Derrida 1975:39). 22 Persona y Sociedad / Universidad Alberto Hurtado 77 Vol. XXIII / Nº 3 / 2009 / 61-84 pirámide, lo que zanja aquí queda (demeure) encadenado o endeudado con lo que ya puede no quedar. Deuda en mora (en demeure) o saber. Morada (demeure) del saber.25 La pertenencia del círculo más pequeño del arte en el todo de la filosofía aparecería en Hegel como una metáfora orgánica. Visto el todo como un organismo vivo o como una obra de arte, al todo se lo “representa a partir del modelo de una de sus partes que se vuelve entonces más grande que el todo del cual forma parte, del cual ella forma (una) parte” (Derrida 2001:39). Como si fuera arte, como si fuera una parte, el todo que no es ni arte ni parte, tiene de algún modo arte y parte. No se representa de otro modo.26 Habrá que esperar que la filosofía en su conjunto ofrezca “el conocimiento del universo como una única totalidad orgánica en sí, que se desarrolla ‘a partir de su propio concepto’” (Derrida 2001:39), para que el todo ya no se represente.27 Mientras tanto y precisamente en virtud de ese todo, o mejor, precisamente porque ese todo todavía no se presenta del todo, es preciso, es necesario, hace falta, hay que conducirse lemáticamente en relación con la necesidad de tratar el concepto de filosofía del arte, vale decir, “Hegel debe [doit; esta cursiva es mía] recurrir, ciertamente, a la metáfora del círculo y del círculo de círculos del cual él aclara, por otra parte, que no es sino una representación” (Derrida 2001:39). Hegel tiene que presentar el círculo mayor dentro del círculo menor. Y tiene que hacerlo porque el círculo mayor necesariamente y simultáneamente ya se presenta. Por este entrelazamiento (entrelacement) de círculos sería necesario (il faudrait) desarrollar de derecho el todo de la filosofía, el todo de la Enciclopedia y de la gran Lógica, antes de comenzar a hablar de lo bello. “Pero como es necesario [il faut; esta cursiva es mía] comenzar, de hecho, ‘de modo lemático, en cierto sentido (sozusagen lemmatisch) […] Hegel reconoce que su punto de partida es vulgar, y su justificación filosófica insuficiente. Habrá comenzado por la ‘representación’ (Vorstellung) del arte y de lo bello para ‘la conciencia ordinaria’ (im gewöhnlichen Bewusstsein)” (Derrida 2001:40). “El círculo quizás produce el porvenir, esto es de lo que habría que levantar acta, por más imposible que parezca” (Derrida 1998:50). Casi interrumpiendo este contexto, deslizamos aquí este otro pasaje entre el círculo y el quizás (cfr. Derrida 1998:50). Y lo hacemos para indicar que quizás no hay precipitación (o metedura anticipada de cabeza o de pata) si no hay un círculo que pueda no cerrarse (cfr. Derrida 1975:33).28 La cuestión no es disociable de hasta qué punto o desde qué punto de vista un círculo puede no cerrarse.29 Si en un círculo de círculos se puede partir de cualquier punto, si como consigna Cfr. el texto de Jacques Derrida titulado “Demeure”, en Michel Lisse (1996:13-73). Philippe Lacoue-Labarthe en su texto “L’imprésentable” (1975) muestra que en Hegel la representación trágica de algún modo no representa y es así que moviliza el orden ético. El privilegio hegeliano de representación trágica se convierte en el corolario ético contra la representación. Esto lo hemos considerado en nuestro segundo avance de investigación, en Trujillo (2008a:93-110). 27 Derrida agrega enseguida: “Sin perder nada de lo que lo convierte en un todo ‘que vuelve a sí mismo’, este ‘único mundo de verdad’ se contiene, retiene y reúne en él mismo” (Derrida 2001:39). 28 Derrida se refiere allí a la “precipitación significante” que “introduce un desborde”. 29 En Derrida (1975) hay un círculo de estas características. A propósito de los blancos en Mallarmé: “La 25 26 78 El arte… es preciso. Derrida y el pensamiento hegeliano del arte Iván Trujillo Derrida para Hegel no hay comienzo absoluto en la ciencia, entonces queda que por el punto de partida elegido (la representación ordinaria), se pueda decir que “hay obras de arte” (Derrida 2001:43). Para empezar, entonces, no hay más que las obras de arte que hay. Este sería todo el punto de partida si no hubiera el concepto filosófico del arte desde el comienzo. Pero precisamente porque el concepto filosófico rige desde el comienzo, porque el punto de partida no absoluto del comienzo, en el cual el absoluto consiste, no puede no haber comenzado ya, Hegel puede comenzar por el arte que hay. Y como el arte que hay depende de las representaciones que hay del arte frente a las cuales Hegel debe discernir, y en definitiva decidir, quizás el arte que hay pueda ya no estar dado como tal en absoluto. Esta es una posibilidad que sólo un círculo puede (no) dar.30 Qué hay del arte, nos preguntábamos antes. Llegado a este punto, que pueda ya no haber arte desde el comienzo parece ser la única oportunidad (chance) de comenzar por el arte. El arte es peciso: esto es lo que quizás habrá querido decir un círculo. El aparecer del texto que falta Resulta que, por una cuestión de donación, el círculo más pequeño no cabe o no encaja bien en el más grande. Antes veíamos un don capaz de comprometer la historia del ser sin pertenecerle. Ahora sabemos que, por cierto des-encadenamiento o por una extraña concatenación, un círculo puede no cerrarse. Una cierta cadena (catena) del don (cadeau) parece interrumpir la circulación o la reapropiación del espíritu. Al comienzo de este escrito dejábamos caer la objeción aquella de si acaso pudiera resultar un abuso hermenéutico pretender que la historia de la presencia y su deconstrucción concierna sin pertenecerle al discurso hegeliano de arte. Como también aquella de cómo pretender contar (con) una historia de la presencia que además lo sea de su deconstrucción. Una vez planteadas dichas objeciones, mostrábamos la dificultad de hacer aparecer el pensamiento estético de Hegel sobre la base de una doble hipoteca ideológica. Una política y la otra estética (simbolista). La primera, propuesta por Gethmann-Siefert. diseminación de los blancos […] produce una estructura topológica que circula infinitamente sobre sí misma mediante el suplemento incesante de una vuelta de más: más metáfora, más metonimia. Volviéndose todo metafórico, no hay ya sentido propio y, por lo tanto, metáfora. Volviéndose todo metonímico, siendo la parte cada vez más grande que el todo, el todo más pequeño que la parte [estas cursivas son mías], ¿cómo detener una metonimia o una sinécdoque? ¿Cómo detener los márgenes de una retórica?” (Derrida 1975:387). Hemos comenzado a analizar la relación entre el punto y el círculo en “La dialéctica en sentido estricto. Derrida y el Mittelpunkt hegeliano”, en Trujillo (2009). En Círculos viciosos (2005:29) del español Julián Santos Guerrero aparece este mismo pasaje recién citado (cfr. 29) para mostrar un cruce entre Derrida y De Man en torno al tópico de la retoricidad. Volvemos sobre esto en el último punto. 30 En otra parte he intentado perfilar la extraña sintaxis de este quizás (peut-être). Buscando ponerla en sintonía con el sintagma “poder no” que Derrida utiliza en más de una parte para referir a la posibilidad de lo imposible, tomé la decisión de traducir el peut-être como “puede (no) ser”. Esto a propósito de la ejemplaridad de la literatura. Ver Trujillo (2008b:459-472). Persona y Sociedad / Universidad Alberto Hurtado 79 Vol. XXIII / Nº 3 / 2009 / 61-84 La segunda, por Paul de Man. Ambas explicaciones lo son de un texto que falta. En nuestra opinión estas explicaciones histórico-ideológicas resultan en principio insuficientes frente a este texto que falta. Visto desde lo que ya hemos considerado como la problemática hegeliana del signo, se podría decir que ambas explicaciones no se posicionan del mismo modo frente a la historicidad producida por el texto que falta. De un lado, Gethmann-Siefert confía a la aparición de un texto (más auténtico) la aparición del pensamiento de Hegel (así el de Victor von Kehler) sobre la base de pensar que es un texto (el de Hotho) el que no ha dejado aparecer el pensamiento de Hegel; y si bien no ha dejado de pensar que en este mismo texto se puede encontrar una ideología que lo escribe y que lo edita, no deja por otra parte de presuponer que esa ideología pertenece a una historia que cierra el texto y que lo envía. Sin esta posibilidad de enviar el texto, la historia podría quedar enredada en él permaneciendo este tan abierto como ella. Lo que todavía es una posibilidad de lo ideológico, en la medida en que ya la textura ideológica no es nunca reducible al hecho. Con todo, Gethmann-Siefert parece más inclinada por ese estrato del pensamiento hegeliano que no deja pasar el signo sino en vistas a la identidad consigo del espíritu, lo que en aquella no es otra cosa que la firma de la historia que se ha expresado en el texto. Ahora bien, de otro lado, y esta vez inclinado más bien por el otro estrato del pensamiento hegeliano del signo, De Man no abandona nunca el texto para hablar de la ideología estética que envuelve al texto de Hotho. Es sólo cambiándose de texto que aparece esa otra relación no estética o no simbólica. Su explicación histórica no es distinta de una relación con el lenguaje. Lo otro del texto ideológico no es la historia, sino otra relación entre el texto y lo real. Las objeciones a las que hemos hecho alusión procederían entonces de un horizonte de cuestionamiento demaniano. En efecto, hasta cierto punto corresponde a la relativamente temprana objeción que De Man en su “Retórica de la ceguera” le planteara a Derrida, al leer su interpretación de Rousseau en De la Gramatología (en Paul de Man 1991:117157). Allí hacía ver que Derrida no sólo “cuenta una historia” (De Man 1991:153), la del logocentrismo como represión fonocéntrica de la escritura, sino que también “utiliza la ficción metafísica de Heidegger y de Nietzsche como período del pensamiento occidental” (De Man 1991:153).. Todo para narrar una historia como proceso consecutivo y cuya epocalización dramatice el argumento imprimiéndole tensión y suspenso. De Man va a hablar de la potencia del procedimiento hermenéutico derridiano y de cómo este constriñe a Derrida al punto de no ver en Rousseau cuán semejante es su propósito al suyo mismo. Todo reside aquí en una cuestión de retoricidad. Pero antes que proseguir este debate, nos preguntamos: ¿podría plantearse algo similar con respecto a Hegel?31 En esta vía derridiana a Hegel, Peter Sloterdijk en su libro Derrida, un egipcio, hace referencia al paso dado por Derrida después de su lectura de Husserl, paso en el que “se juega el destino de la deconstrucción”, diciendo que en “El pozo y la pirámide: introducción a la semiología de Hegel” (Márgenes), ha debido confrontarse con una idea que tiene dificultades en alcanzar la plena posesión de sí dada la materialidad, exterioridad, temporalidad y diferencialidad de los signos (Sloterdijk 2007:70). 31 80 El arte… es preciso. Derrida y el pensamiento hegeliano del arte Iván Trujillo Sin poder más que eludir aquí tanto el espinoso problema de la ficción en Derrida, en De Man y entre ambos, como el modo como Derrida parece contestar esta objeción,32 querría concluir bosquejando, todavía en un cierta vuelta más de lo ya dicho, una posibilidad de pensar histórico filosóficamente esta historia de la presencia y su deconstrucción que le concierne a Hegel sin pertenecerle. Y así también, de paso, abrir una pista para contar (con) una historia de la presencia que además lo sea de su deconstrucción. Venimos de hablar de un encadenamiento. Este concierne tanto al signo que se vislumbra en el fondo de un pozo nocturno como a la pirámide que ha nacido de los restos que ha dejado el sol negro pirómano. Que Hegel identifique al signo con la pirámide en la Enciclopedia sin dejar de oponerlo al símbolo y que sitúe a la pirámide como arte simbólico en la Estética (tanto en la versión de Hotho –Hegel 1989– como en la de Kehler –Hegel 2006), el cual va a encontrar su disolución en el horizonte del signo, debe indicar en ambos casos aquello sobre cuya base natural ya espiritualizada se va a erigir como una producción libre del espíritu, libre como arte simbólico, pero todavía más libre más allá del arte. La pirámide concentra esta doble referencia del espíritu a sí mismo al comienzo y al fin del arte. Sin embargo, hemos visto verse el espíritu a sí mismo más cerca de sí precisamente atravesando un umbral en que puede no verse aparecer. Secreto paso del espíritu o medio de una fenomenalidad más general que vuelve posible el imposible paso dialéctico. Porque imposible, posible. Una constricción fenomenal es lo que le da al espíritu la posibilidad de encadenarse a lo que ya no puede encadenar ni concatenar. Lo que le concierne, absolutamente, no le pertenece. Pues lo que le pertenece absolutamente es ese no-ser del absoluto en el cual consiste. Aquello que le pertenece absolutamente y que lo hace aparecer sería precisamente el tiempo. Como hace ver Derrida en “Ousia y gramme”, si hay explicitación hegeliana del concepto aristotélico del tiempo es en tanto que ha desarrollado el punto de vista de Aristóteles sobre el mismo. Y, asimismo también, el de Kant.33 Y si ha operado, después de Kant, algún nuevo y más radical desplazamiento en el alojamiento aristotélico, es quizás debido a que en el horizonte del saber absoluto como presencia a sí, es capaz de brindarle toda la rigurosidad dialéctica al tiempo aristotélico para que recupere su presencia haciendo círculo consigo mismo. Es decir, que mediante esta dialéctica rigurosa es capaz de hacer aparecer la necesidad de la diferencia o cierta pérdida del tiempo, determinándola en la forma de una oposición dialéctica que conduzca el tiempo hacia sí mismo, o sea, a su concepto. Por lo mismo, ha explicitado que el tiempo es lo que es sólo sabiendo de sí en un círculo que “se oculta a sí mismo su propia totalidad, en tanto que pierde en la diferencia la unidad de su comienzo y de su fin” (Derrida 1989:86-87). “Nunca supe contar una historia”, parece contestar Derrida al comienzo de su libro dedicado a Paul de Man Memorias para Paul de Man (en Derrida 1989:17). 33 Derrida dice que “la revolución kantiana no ha desplazado el alojamiento aristotélico, por el contrario, allí se ha desplazado, realojado, acondicionado”. Allí mismo ha expuesto la equivalencia del concepto hegeliano del tiempo con el concepto kantiano (en su alojamiento aristotélico) (Derrida 1989:78-79). 32 Persona y Sociedad / Universidad Alberto Hurtado 81 Vol. XXIII / Nº 3 / 2009 / 61-84 Pero también allí mismo Derrida va a hablar del desarrollo aristotélico de una aporía del tiempo que se va a dejar explicar “de manera rigurosamente dialéctica” (Derrida 1989:88) en sentido hegeliano. Para Derrida la solución aristotélica de esta aporía logrará comprometer a la historia de la metafísica. Lo que no va a suceder sin que Aristóteles haya dejado (de lado) en su texto, mediante la discreta intervención de una palabra (ama),34 una cierta complicación irreductible que hará imposible contar con (la presencia de) el tiempo. Por lo que toca a Hegel en esta historia, resulta que explicitando un poco más la aporía este logrará borrar toda posible fuente de rechazo. Y lo hará a condición de que borrar (tilgen) equivalga en cierto sentido a escribir, y que obliterar, o escribir borrando, pueda evitar dejar más de una huella. Caso contrario, el aparecer mismo podría verse apremiado por un texto que no se presenta nunca. Dicho de otra manera, la operación hegeliana de la aporía aristotélica amerita que sea leída como una operación que, al menos desde Aristóteles, la produce con estrictez. Si la dialéctica puede ser llevada a este punto, entonces habrá que preguntarse qué es lo que la compromete hasta tal punto de estabilización. Lo que está en juego aquí es hasta qué punto la diferencia o la pérdida del tiempo con la que en definitiva cuenta la dialéctica hegeliana puede asegurar la presencia del tiempo. O también así: ¿puede ser que lo que comprometa a Hegel sin pertenecerle sea lo que no puede aparecer en su pensamiento más que a través de una constricción fenomenal o una dialéctica en sentido estricto? ¿Y no sería esta forma dialéctica lo que le concierne sobre todo? ¿Y no sería esta una forma de contar una historia de la deconstrucción a través de una historia de la presencia que es la única (con la) que (se) cuenta en definitiva? Para terminar. Habíamos sugerido ya que, para Derrida, en Hegel el tiempo no dejaría de ocultar su propia totalidad hasta que no haya sido suprimido, es decir, hasta que no se plantea la cuestión de su sentido, de su aparecer, de su verdad, de la presencia o la esencia en general.35 Lo cual sucede si el tiempo es aquello que, según la traducción que Derrida va a hacer aquí del verbo alemán tilgen, “borra (tilgt) el tiempo” (Derrida Cita de Física IV de Aristóteles: “Sea, en efecto, la imposibilidad para los ahoras de relacionarse unos a otros como un punto se relaciona con un punto. Si así el ahora no es destruido enseguida sino en otro ahora, sería al mismo tiempo (ama) que los ahoras intermediarios que son en número infinito; lo cual es imposible…” (Derrida 1989:91). 35 Derrida cita a pie de página el pasaje sobre el concepto del tiempo en la Fenomenología del espíritu. Traducimos aquí la traducción francesa de este pasaje que Derrida utiliza y que es de Jean Hyppolite: “El tiempo es el concepto mismo que es allí (der da ist) y se presenta a la conciencia como intuición vacía. Por eso es que el espíritu se manifiesta necesariamente en el tiempo, y se manifiesta en el tiempo durante todo el tiempo que demore en que él aprehenda su concepto puro, es decir, que elimine el tiempo (nicht die Zeit tilgt). El tiempo es el puro Sí exterior intuido, no aprehendido por el sí, el concepto solamente intuido; cuando este concepto se aprehende a sí mismo, suprime su forma de tiempo (hebt er seine Zeitform auf), concibe la intuición y es la intuición concebida y que concibe. Entonces el tiempo se manifiesta como el destino (Schicksal) y la necesidad del espíritu que no ha acabado todavía dentro de sí mismo…” (Derrida 1989:87). La traducción al castellano de este pasaje, en Hegel (2002:468; trad. de Wenceslao Roces); también en Hegel (2006a:904; trad. de Manuel Jiménez Redondo). 34 82 El arte… es preciso. Derrida y el pensamiento hegeliano del arte Iván Trujillo 1989:87). Y donde borrar equivale al tiempo de la significación, vale decir, al tiempo de una “escritura que da a leer el tiempo y lo mantiene suprimiéndolo” (Derrida 1989:87); el Tilgen (borradura) como Aufhebung. En relación con esta temporalidad circular que se borra circulando, dos cosas: por una parte, el tiempo en Hegel es el tiempo del sentido dirigiéndose hacia sí mismo (onto-teo-teleología), vale decir, el sentido en general. Visto a partir de esta anticipación general del sentido, y no tan sólo de tal o cual determinación del sentido del tiempo, a Derrida le resulta difícil que “la cuestión del sentido o del ser del tiempo” pueda escapar a esta onto-teo-teleología. Por otra parte, a partir de la traducción del verbo tilgen por borrar (effacer), Derrida da a entender también que el estar junto a sí mismo del espíritu (en casa o en familia) hace aparecer una diferencia que ya no puede no ser, que el tiempo en Hegel se escribe, es decir, se temporaliza, se demora o se aplaza, con vistas a la verdad, según el tiempo de legibilidad de una escritura cuyo signo o trazo se da a leer como tal mientras se borra. Sólo así, recortado en su como tal, se le ve aparecer al signo en Hegel. Pero, asimismo, puesto que sólo se lee como tal mientras se borra, es también el tiempo de una escritura que no aparece, que puede no llegar a sí misma, es decir, a su concepto, en el signo o trazo que le resta por escribirse. Posibilidad entonces de que sea un texto que no aparece lo que puede hacer aparecer al espíritu cerca de sí. En la medida en que haya un resto de escritura que pueda no hacer llegar a reunirse al espíritu consigo mismo, en su presencia adecuada a sí, el discurso hegeliano quizás habrá sido interrumpido por su propio texto. Visto desde esta posibilidad de interrupción del sentido en el interior de la estructura y del movimiento mismo de la dialéctica hegeliana, todo el carácter rigurosamente dialéctico que con Hegel puede haber alcanzado el sentido del tiempo desde Aristóteles, podría desde entonces no dejar de depender de cuán estricto sea ese sentido o, lo que es lo mismo, de qué tipo de imposibilidad dependa la reunión en el espíritu absoluto hegeliano.36 Al final, o casi, todo va a depender de si las condiciones están dadas para leer completamente el libro de Hegel en el círculo familiar, es decir, allí donde la escisión entre el padre y la madre en el hijo, antes del saber absoluto en la Fenomenología del espíritu, requiere la extraña presencia de un fantasma para cerrar el libro (ver Trujillo 2009). Recibido abril 2009 Aceptado octubre 2009 Es cierta ‘estrictura’ (stricture) la que Derrida detecta en el pensamiento hegeliano en relación con un movimiento dialéctico de contra-erección. En la medida en que esta estrictura opera, sin pertenecer a él, sobre un juego de oposición que puede no llegar a resolverse en los términos de una contradicción dialéctica, obliga no obstante a resolverlo. Es lo que, hasta cierto punto, ya hemos considerado en la problemática del signo en Hegel en relación con el punto medio (Mittelpunkt). 36 Persona y Sociedad / Universidad Alberto Hurtado 83 Vol. XXIII / Nº 3 / 2009 / 61-84 Referencias bibliográficas De Man, Paul, 1991. Visión y ceguera. Ensayos sobre la retórica de la crítica contemporánea. Puerto Rico: Editorial de la Universidad de Puerto Rico. Derrida, Jacques, 1974. Glas. Paris: Galilée. , 1975. La diseminación. Madrid: Fundamentos. (Fr. 1972. La dissémination. Paris: Seuil.) , 1977. Posiciones. Barcelona: Pre-textos. (Fr. 1972. Positions. París:Minuit.) , 1989a. La escritura y la diferencia. Barcelona: Anthropos. (Fr. 1967. L’écriture et la différence. Paris: Seuil.) , 1989b. Márgenes de la filosofía. Cátedra: Madrid. 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