La Sombra de todo - Cristian Aliaga
Transcripción
La Sombra de todo - Cristian Aliaga
La Sombra de todo De Cristian Aliaga Ediciones Bajo la luna, 2007. Si la sombra es una zona de oscuridad donde la luz es obstaculizada, ¿cómo será esa sombra sumada a todos los obstáculos de la luz? Y si una sombra ocupa todo el espacio de detrás de un objeto opaco con una fuente de luz frente a ese objeto ¿cómo será ese espacio sumado a todos los espacios de penumbra que se enfrentan a la fuente luminosa de la poesía? Así enfrentados, cuerpo y luz, proyección y certeza, la poesía de Cristian Aliaga se coloca en un lugar de la expresión donde “El arte suelta la presa por la sombra”. Y más allá o más acá de Lévinas, en ese anhelo de oscuridad, en esa necesidad de entregarse al abismo de lo umbrío donde “ni la mente alcanza a dibujar su angustia”, la experiencia personal y la experiencia literaria se abrazan en la esencia de la obra. Abro el libro de Aliaga y me leo en cada poema, me veo situada en esa región ganada por el límite, delimitada entre el sentido y el ser indefinible en su finitud eterna, donde todo sentido está perdido. Y si la palabra poética es la vida sonsacada a la muerte, en una suerte de azar sublime a veces puede alcanzar su inquietud: esa palabra exacta, esa palabra anterior a la palabra que “se abre (como en) / un árbol, una flor / no (en) el acto de florecer”, sino en su oscuridad, en lo negro de su crecer hacia abajo, rastreando en la tierra su perfume irrespirable, en “ese color de la flor que es rastro y no luz”. Una búsqueda de lo imposible, que la sensibilidad de Aliaga puede asir enfrentando a la muerte que se puede mirar desde esos ojos suyos. Desde el título del libro que deviene de un verso de Paulo Leminski, desde el poema que como epígrafe nos ubica en el tema de su poética y nos deja asomar desde el vamos a la carne y al alma, al contenido y a la forma de lo nombrado, entramos al quirófano de nuestra propia historia, a la memoria del propio cuerpo reflejado en el arroyo de Liu Tsung Yuang: “cuerpos al final son cuerpos helados / doloridos en la mesa del carnicero / apetitos despiertan, imaginación horror / sangre oscura que cae en forma de gotas / interminables / sobre otros / animales que lamen.” El poema termina en ese punto donde aparece Blanchot aclarándome en el parafraseo que se entre-línea entre el último verso y mi cabeza que piensa al margen de mi subjetividad: cuando es poético, el lenguaje se experimenta a sí mismo como una cosa, como una sustancia, como un animal "que se come y que come, que devora, se engulle y se reconstituye en el vano esfuerzo por trocarse en nada". O en lonjas de carne al fuego, o en lonjas de carne eviscerada por el bisturí, o martirizada para dar esperanza desde el altar popular. Sangre derramada para una religión carnívora: Gauchito Gil, virgen de Fátima, de Luján, Bairoletto, Difunta Correa. Como si hablar sólo fuera posible arrodillándonos junto a una tumba donde yace lo que nos salva: “… de saber / que siempre uno será víctima”. Que “privados de palabras / tenemos / perdida el habla/ por el desorden / del cerebro / devorado por otros”. Aliaga nos introduce sutilmente a Kant, y Kant nos introduce a Platón, al aire que equivale a la experiencia que nos limita y nos hace cuesta arriba el camino del entendimiento, por eso elegimos el atajo: sustancias como alma, mundo, Dios: “Y el que dure / en su duda / aprenderá / a no hacer preguntas”. Bello libro, iluminado e iluminante, con un diamante para buscar en él como en la razón de la poesía, cuando la poesía es una vía de luz y de sombra encontradas en el camino hacia el conocimiento de uno mismo. Hasta lo indecible de ese conocimiento. Eso que le hace decir a Cristian Aliga: Quiero la mirada de Celan. Su cuchillo azul, no su dolor. Quiero la palabra que no dice, la que se impone como única imposibilidad. Es palabra natural la que busco, y apasionadamente glacial, sumergida en el fondo de un campo de hielo que asesina. Concepción Bertone Diario de Poesía (Buenos Aires)