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compras viajar, comer y beber escapada el ojo experto Eric Goethals Volcán Cotacachi. De ferias y lagos: los colores de Otavalo texto y fotos de Rolly valdivia chávez Travesías • 33 Rolly Valdivia ESCAPADA Peguche. 34 • Travesías dependiente. “A la estación de buses”, le pido al taxista; “¿Se va hoy, señor?, Se va a perder lo mejor”, se entristece el conductor. Y ahora sí que ya no entiendo nada. Y como él no es ninguna alucinación, menos un fantasma, tendrá que explicar por qué no debo irme un viernes en la tarde. ESPEJO DEL CIELO Una plaza. Dos nombres: Centenario o de Ponchos. Arte ancestral. Color. Agitación ferial, agitación sabatina en Otavalo, que es tomada y hermoseada por centenares de comerciantes que ofrecen tejidos y fajas, tapices y sombreros de paja, joyas y tallas de madera. De todo un poco y un alguito más, para que no falte nada. Hormigueo, bullir multicultural en la plaza y en las calles. Tráfico interrumpido. Quioscos en vez de autos en las pistas. Se compra y se vende, se regatea. Así es el negocio, la mecánica de esta feria en la que todo llama la atención: un poncho multicolor, una máscara tenebrosa, una zampoña o una quena, un tapiz, una joya, una escultura. Poderosas razones para quedarse, prolongando el sufrimiento de la billetera y alimentando con otros recuerdos las hojas de libreta. Anécdotas, detalles e impresiones que se unirán a las palabras que ya describen mi visita al Lago San Pablo, tres kilómetros al sur de Otavalo, el más grande de la provincia, lo cual no es poca cosa si consideramos que esta zona del país es conocida como la “Región de los Lagos”. Bajo la égida del volcán Imbabura (4 560 metros), se extiende un espejo de aguas perezosas que parecen reflejar el límpido cielo andino. Apacible y hermoso, este mar interior de 583 hectáreas es el hábitat de diversas especies de fauna y flora. Además es un escenario propicio para la práctica del velerismo o el kayak, entre otras actividades acuáticas. Conocido también como Imbakucha, en sus orillas abunda la totora utilizada por los pobladores de las comunidades originarias que rodean el lago, como Huaycopungo y Cachiviro, para la elaboración de diversos trabajos artesanales y la confección de embarcaciones. Pero más allá de esa joya lacustre, admiro con deleite el panorama serrano: las siluetas de las montañas, los surcos de los campos, los techos de las casas rústicas. Todo es tan armónico, tan ajeno al ritmo de infarto de las ciudades. Aquí sólo se escucha el rumor del viento, los buenos días de los hombres y mujeres que trabajan el campo, el ladrido amenazante de los perros guardianes. Antes de volver a la ciudad, visito el Parque Cóndor, un refugio de aves localizado en Pucará Alto, muy cerca del lago (www.parquecondor.org; martes a domingo de 9:30 a 17 horas; entrada: 2.50 dólares). Misión cumplida, ya puedo volver a las calles de Otavalo y allí preparar mi próxima excursión: una laguna o una cascada, acaso un mercado. Buscaré a alguien que pueda orientarme. Rolly Valdivia No, tú no puedes irte…”, me dice un anciano en un tono indefinible, que bien podría ser un mandato imperativo o una recomendación afable. “Tienes que quedarte, mañana será más bonito, mañana es el día”, concluye, y una sonrisa fugaz, efímera, surge como un chispazo de complicidad en su rostro cobrizo. Quedarse o partir. Miro al anciano —ojos profundamente oscuros, pómulos salientes, sombrero negro, pelo largo convertido en trenza—; observo el entorno urbano —una iglesia colonial, varias casonas, una farola con un picaflor decorativo—; le echo un vistazo a mi billetera —crisis, nada o muy poco, sólo ripio—. ¡Un día más!, ¿alcanzará?, ¿valdrá la pena? Y dudo: retornar a Quito (la capital del Ecuador) o extender la estadía en Otavalo (cantón de la provincia de Imbabura). Y hago un balance: un lago y una laguna, una ciudad y un pueblo, un parque y una cascada en un par de días. Nada mal. Y llego a una conclusión: es suficiente por esta vez, me marcho. Me libro de una posible bancarrota. Busco al anciano para darle las gracias por el consejo, pero no lo encuentro en ningún lado. Él, como si fuera un fantasma o una alucinación, se ha esfumado sin dejar rastro. ¿Lo habré imaginado?, me pregunto mientras retorno al hotel por una calle bañada de sol, mientras preparo mi equipaje en la habitación, mientras rasguño estas palabras en mi bitácora de viaje. Escribo mis recuerdos cercanos. El viaje de Quito a Otavalo (menos de 100 kilómetros al norte). Rápido, fácil, salen buses a cada rato de la terminal terrestre Cumandá. Los primeros pasos por la calle Atahualpa, izquierda o derecha; las visiones iniciales en tu nuevo destino: hombres de pelo largo y cola de caballo, mujeres con faldones negros y primorosas blusas blancas bordadas, el presuntuoso campanario de un templo católico. También tu afanosa búsqueda del Parque Bolívar; la llegada al centro de la llamada capital intercultural del Ecuador, en donde veo la iglesia de San Luis, el vistoso edificio municipal, el enorme busto en honor a Rumiñahui, el general inca que incendió Quito para evitar que fuera mancillado por los españoles. Me parece curioso ver su imagen en una plaza en honor a Simón Bolívar, el libertador, el hombre heroico que el 31 de octubre de 1829 ascendió a categoría de ciudad este rincón de la Sierra Norte. Pero los orígenes de Otavalo o el Valle del Amanecer se remontan a tiempos prehispánicos, cuando la zona era habitada por la llamada confederación Carangue-Cayambe. Estos pueblos se unieron para combatir a las huestes cusqueñas del inca Huayna Cápac. Después de una ardorosa batalla, el Hijo del Sol conseguiría ampliar sus dominios. “Me voy”, anuncio en la recepción del hotel. “Quédese hasta mañana”, trata de convencerme el Mercado en Otavalo. “Quédese, man”, insiste el taxista. “Hasta mañana nomás. No se va a arrepentir cuando visite la plaza”, intensifica su persuasión ante la cercanía de la parada de buses. “Ya estuve ahí”, me defiendo, me hago el difícil, quiero evitar que me convenzan; pero él menea la cabeza y me dice “Eso no es nada, man, el sábado es otra cosa, es increíble”, se emociona, sonríe, habla como un fogueado promotor turístico. Atractiva, variada, más que sorprendente, la feria otavaleña es una de las mayores del continente, porque semana a semana convoca a artesanos de los pueblos originarios de la región —connotados fabricantes de textiles— de otras provincias del país y de las naciones vecinas. Además, muchos productores agrícolas se alejan de sus tierras para ofrecer sus cosechas. Hoy, más que ayer, Otavalo me muestra sus auténticas raíces, su cariz más autóctono, su riquísima herencia cultural. Sí, hoy sábado, ese sábado que pude perderme si no fuera por la insistencia de un anciano y un taxista, la ciudad palpita y se anima, respirándose un aire a pueblo antiguo, a legado ancestral, a mundo andino. Lo estoy comprobando ahora, como antes comprobé que no mentían quienes me recomendaban visitar la cascada de Peguche y la laguna de Cuicocha, espacios naturales de visita indispensable. Ahora soy yo el que parece un promotor turístico; pero no es mi culpa, es culpa del taxista. Si no fuera por él, ya estaría en Quito. DE CASCADAS Y LAGUNAS Como si fuera el párrafo final de un poema escrito por la naturaleza, un espléndido velo de agua de 20 metros de altura impone su belleza al final de un Travesías • 35 Rolly Valdivia Rolly Valdivia ESCAPADA Frente a la Plaza Simón Bolívar de Otavalo. Laguna Cuicocha. caminito que serpentea —divertido y travieso— entre árboles de eucaliptos que forman un tupido bosque de 40 hectáreas, vital para la protección de las cuencas hidrográficas de la región. Cercana a la comunidad kichwa de Peguche —famosa por la calidad de músicos y tejedores—, la cascada es considerada por la población local como un poderoso centro energético, siendo lugar de peregrinación y baños “purificadores” en los días previos a la celebración del Inti Raymi (24 de junio). Formada por las aguas del río Peguche, la refrescante caída está sólo tres kilómetros al noreste de Otavalo. Por su importancia recreativa y natural, aquí se ha levantado un centro de interpretación y habilitado un área de campamento. Un lugar inspirador, como también lo son el lago San Pablo y la laguna Cuicocha, que fue un hirviente cráter volcánico hasta que grandes cantidades de agua cordillerana apagaron su furia. Desde entonces, en las alturas del cantón Cotacachi (menos de 15 kilómetros al norte de Otavalo y a 12 kilómetros de la laguna), existe un remanso acuático que los hombres prehispánicos llamaron Tsui Cocha (lago de los dioses), quizás porque, desde su percepción, sólo un ser superior pudo ser el autor de semejante prodigio. 36 • Travesías Se dice que para honrar a sus divinidades, cada vez que nacía un niño, ellos dejaban como ofrenda un cuy en uno de los dos islotes que existen en la laguna (Teodoro Wolf y José María Yerovi). De esta costumbre ritual provendría su nombre actual: Cuicocha o “Laguna de Cuyes”. Más allá de las leyendas, ésta es la única laguna de origen cratérico de todo el país. Tiene un diámetro de tres kilómetros y una profundidad aproximada de 200 metros. Navegar por sus aguas o aventurarse por el sendero de autointerpretación (ocho kilómetros, tres horas de caminata) son divertidas opciones para descubrir la riqueza ecológica de Cuicocha, localizada en la Reserva Ecológica Cotacachi-Cayapas (entrada: 3 dólares). Del cráter inundado al centro de Cotacachi, un pueblo sereno que invita al descanso, que propone caminatas relajadas por sus calles y plazas bajo el Sol. Ese mismo Sol es el que ahora brilla con intensidad en el centro de Otavalo, iluminando el mercado, la feria, el tira y afloja de vendedores y compradores, y el andar entusiasta de un viajero con presupuesto en rojo, que no se arrepiente de haberse quedado un día más GUÍA PRÁCTICA DÓNDE DORMIR OTAVALO PUERTO LAGO COUNTRY INN Panamericana Norte km 5.5, orillas del lago San Pablo T. 593 (62) 920 920 www.puertolago.com Habitación doble, 60 dólares la noche (sin impuestos). La quietud del imponente San Pablo se prolonga a las cabañas de madera de Puerto Lago. Panamericana Norte km 5, vía Otavalo-Ibarra T. 593 (62) 946 333 / 946 112 www.sparesortvistadelmundo.com/ spanish/cuisine.html Lunes a domingo, de 12 a 21:00 horas. Almuerzo o cena: 20 dólares. Sabores ecuatorianos en un restaurante de lujo. Su especialidad son las fritadas, trozos de carne de cerdo acompañado con papa, mote (maíz sancochado) y tostado (maíz seco). También hay que rendirle honores a la corvina apanada que se sirve con arroz relleno, un revuelto de este cereal con pedacitos de carne, arveja y zanahoria. Atención sólo con reservación, excepto los fines de semana. RESTAURANTE S.I.S.A. Abdón Calderón 409 y Bolívar T. 593 (62) 920 154 Lunes a domingo de 7 a 22 horas. Menú a la carta: 12 dólares. Almuerzo buffet: 5 dólares. El platillo típico es su mejor carta de presentación. Delicioso y contundente, está compuesto por empanaditas, yapingachos —tortillas a base de papa y queso—, fritada —trozos de cerdo frito—, y ensalada de aguacate y tomate. Otro emblema del local es el plato Sisa, comunión perfecta de pollo, lomo en salsa de champiñones y camarones a la plancha. COTACACHI EL LEÑADOR DE COTACACHI Sucre 10-12 y Juan Montalvo T. 593 (62) 915 083 Lunes a domingo, de 7 a 22:00 horas. Menú a la carta: 10 dólares. Aquí hay que probar las carnes coloradas o el típico leñador, un especial de la casa con lomo fino, chuletas, pollo a la plancha, acompañada de verduras, papa y arroz. Otro platillo excepcional son los camarones a la plancha. HOSTERÍA HACIENDA CUSÍN Pueblo de San Pablo del Lago T. 593 (62) 918 013 www.haciendacusin.com Habitación doble, 75 dólares la noche, incluye desayuno americano. Aires de pasado y prestancia colonial en los remozados ambientes de una hacienda del siglo xvii. DÓNDE COMER OTAVALO FRITADAS TIBET En el Hotel Resort & Spa Vista del Mundo 8DADB7>6 KVh [ggZVh 8VggZiZgV EVcVbZg^XVcV 68dadbW^V DiVkVad Gk_je ;9K7:EH GZhZgkVZXda\^XV 8diVXVX]^8VnVeVh EZ\jX]Z AV\jcV 8j^XdX]V D8w6CD E68Þ;>8D KdaX{c >bWVWjgV 8diVXVX]^ DiVkVad AV\d HVcEVWad 6Fj^id E:Gå